Frankenstein La alegre vida de Frankenstein

Tema en 'Fanfics sobre Libros' iniciado por Elliot, 29 Noviembre 2020.

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    Elliot

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    Título:
    La alegre vida de Frankenstein
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2470
    *Contiene spoilers del libro original de Frankenstein de Mary Shelley, y es en esencia un AU de este. Recomiendo leer primero ese libro antes que este relato.*

    _______________________________________________________________________________

    Mi corazón latía con violencia. Había llegado el momento de mi prueba, el momento que afianzaría mis esperanzas o confirmaría mis temores. Los criados habían ido a una feria vecina. La casa y sus alrededores se hallaban en silencio; era la ocasión perfecta, mas, cuando quise ponerme en pie, me fallaron las piernas y caí al suelo. De nuevo me levanté y, haciendo acopio de todo mi valor, retiré las maderas que había colocado delante del cobertizo para ocultar mi escondite. El aire fresco me animó, y con renovado valor me acerqué a la puerta de la casa y llamé con los nudillos...

    . . .​

    …Guardé silencio. Pensé que éste era el momento decisivo, el momento en que mi felicidad se confirmaría o se vería destruida para siempre. En vano luché por encontrar el suficiente valor para responderle, pero el esfuerzo acabó con las pocas energías que me quedaban, y sentándome en la silla comencé a sollozar.

    —Oh —se lamentó De Lacey—, mis disculpas. Veo que se trata de un tema demasiado personal para el que fue muy entrometido de mi parte preguntar.

    La tamaña comprensión y amabilidad de De Lacey, en especial por ser dirigidas a alguien como yo, me conmovieron de tal manera que mis sollozos no hicieron más que aumentar, mas esta vez no por miedo. Afortunadamente aún con su ceguera el viejo pudo notar esta diferencia y procedió a consolarme de la misma manera en que hacía con sus hijos.

    Así, tras haber hablado un poco más con el viejo, me retiré muy agradecido de su casa, naturalmente sin darle a conocer la dirección concreta de mi residencia. Me oculté a tiempo en mi querido cobertizo para no ser visto antes de tiempo por la dulce Agatha, el buen Félix y su amada Safie, quienes llegaron al atardecer y escucharon del señor De Lacey con gran interés acerca del infortunado pero agradable extraño al que había conocido en su ausencia. Resistir las ganas de clamar de alegría mientras apreciaba esto hubiera sido una labor hercúlea de no ser porque el ser descubierto en aquella posición en aquel momento provocaría la ruina de mi operación y porque el agotamiento emocional que me causó toda esta situación se tradujo también en agotamiento físico, por lo que entonces solamente observé emocionado hasta que caía presa del sueño temprano en la noche, en la que pude dormir por demás tranquilo.

    En consecutivas reuniones con De Lacey que fui realizando a lo largo de los siguientes días, le revelé que yo era la mano invisible que traía madera a su cobertizo cuando la familia se retiraba a descansar, como quitaba la nieve del sendero cuando era necesario, y realizaba otras tareas que había visto hacer a Félix.

    —¡Así que tú eres el espíritu bueno y maravilloso que ha estado velando por nosotros todo este tiempo! —exclamó gratamente sorprendido el anciano.

    —La alta estima en la que usted me tiene y sus sinceros agradecimientos me embelesan, pero siento que tal gesto debería de ir en la dirección opuesta. Ninguno de mis aportes se compara a lo que los habitantes de esta casa han hecho por mí sin siquiera saberlo, al punto que mi estadía aquí ha sido como vagar por los jardines del paraíso siendo protegido por amables y hermosas criaturas angelicales, no muy distinto a lo que debió ser la vida de Adán al principio de su existencia.

    Ya formado este fuerte vínculo de confianza con De Lacey, y confesada una verdad sobre mí agradable para él, procedí a confesarle sobre mi deformidad, mas sin explicar la causa exacta de esta pues aún no lo consideraba el momento oportuno. Habiéndole informado de todo esto al padre de la casa, confiaba en que el día de mañana, luego de que por la noche este informara a su vez a sus hijos y Safie al respecto, el resto de la familia estaría ya preparada para mi presencia.

    Resistir de las ganas de sollozar de alegría y preocupación esa noche fue una labor de incluso mayor dificultad que aquella del día en que me presenté por primera vez al padre ciego, no caí dormido hasta que el cansancio mental de imaginarme las mil maneras distintas en que debía mostrarme y las mil posibles reacciones que cada una podría provocar me agotaron del todo. Afortunadamente mis preocupaciones demostraron ser en vano a la mañana siguiente en la que finalmente me presenté ante quienes consideraba mis protectores, árbitros de mi futuro destino, de los cuales supuse acertadamente que cuando supieran la admiración que sentía por ellos se apiadarían de mí, disculpando mi deformidad en favor de mi buen comportamiento y palabras conciliadoras.

    Ahora que me había ganado su simpatía y consciente y voluntaria protección, ahora que esas amables criaturas me conocían y querían, mi máxima aspiración de que sus dulces miradas se detuvieran en mí con afecto se había finalmente realizado.

    Al final de este encuentro, ante una acción tan mundana como que me preguntaran por mi identidad, caí en cuenta que todavía carecía de un nombre formal por el que las demás personas pudieran referirse a mi. No tuve sin embargo que meditar mucho al respecto para llegar a una elección clara, pues no había persona, aún viva, ya fallecida, real o ficticia, con la que me haya comparado a mi mismo tanto como Adán, de quien he tomado su nombre pues fuimos ambos los primeros seres de nuestra clase.

    La elección de nombre fue, como cabía esperar, poco sorprendente para mis protectores, mas la elección de mi apellido si que les causó intriga. En vez de adoptar el apellido De Lacey, la familia a la que ahora pertenecía, mantuve por motivos que en aquel momento desconocía el de Frankenstein, que se le hacía misterioso y desconocido a los De Lacey en ese entonces, cosa que no se mantendría así por mucho tiempo.

    Transcurrieron los meses y mi nueva vida con esta familia se me hizo tan paradisíaca como siempre lo había soñado, al punto en que lo más semejante que tuve a un desagrado ocurrió recién mientras festejábamos el haber descubierto que Safie estaba preñada del buen Félix y se me pasaron de forma breve por la mente cuestiones sobre mi biología en ese respecto. Por un corto pero fuerte momento recordé lo sólo que me encontraba en el mundo. Al ser un ser de origen tan singular ¿era siquiera posible que algún día pudiera formar una familia con otros de mi clase, como hacían los humanos tan comúnmente?

    De forma casi sospechosamente conveniente, llegó unos días después a casa de los De Lacey el único ser en la tierra con la capacidad de solucionar ese problema. Víctor Frankenstein, luego de lo que más tarde me enteré que fue una larga búsqueda, se había encontrado con su mayor y, aunque otrora no lo aparentase, más amada creación. Y en un mejor estado de lo que esperaba, sorprendiéndose de mi cabello bien arreglado y mi cómoda ropa hecha a medida. Ese día fue uno de largas explicaciones acerca de lo que había sido de la vida de ambos Frankenstein en ausencia del otro. Al más joven de los dos le conmovió como los De Lacey, en lugar de juzgarlo duramente por sus extraños orígenes, repudiaron en su lugar a Víctor cuando este narró como en un principio se alegró de la desaparición de Adán. Ni mis protectores, ni honestamente yo, sabíamos como podría mi creador reparar el daño hecho, lo que hizo que nuestra sorpresa al escuchar lo que sugirió como compensación fuera aún mayor.

    —Dios, en su misericordia, creó al hombre hermoso y fascinante, a su imagen y semejanza. Pero tu aspecto es, a ojos del prejuicioso, una abominable imitación del mío, más desagradable todavía gracias a esta semejanza. Satanás tenía al menos compañeros, otros demonios que lo admiraban y animaban. Pero tú estás solo, y aquel que no te conozca te despreciará. Si lo deseas, es tu derecho que yo te construya una compañera con la cual puedas experimentar una relación más íntima que con cualquier humano.

    Ante la oferta de Víctor, los De Lacey se ofendieron ante el atrevimiento de este a siquiera considerar volver a violar las leyes naturales de tal forma. Por momentos vacilé en mi respuesta hasta que finalmente comenté a mis protectores acerca de la importancia de este hecho para mi ser. Temí que lo malinterpretaran como que los hacía menos a ellos, cosa de lo más alejada de la realidad, pero afortunadamente comprendieron lo complicado de mi caso.

    —Esta tarea será de primordial prioridad para mí, postergué la boda con mi amada hasta para después de que la cumpla, y considero también que será una gran oportunidad para ti, Adán, para observar detalladamente y de cerca el proceso que te dio la vida, permitiéndote poder conocerte mejor a ti mismo y, teniendo en cuenta que nadie entenderá mejor a mi futura nueva creación que mi anterior creación, te permitirá evitar que tu pareja pase por ese sufrimiento de sentirse perdido en el universo por el que trágicamente pasaste tú a inicios de tu existencia por culpa de mi negligencia —propuso mi creador con estas palabras, las cuales se cumplieron.

    Su experiencia en mi creación hizo del proceso de la creación de mi pareja algo más rápido, y le permitió explicarme con mayor claridad cada mecanismo en este arduo proceso. Una vez dio vida a mi propia Eva, Víctor demostró haber aprendido de sus pasados errores dándola un trato digno, educándola cariñosamente con ayuda de los De Lacey y por supuesto la mía. Félix, como el gran maestro que era, enseñó a mi amada a hablar nuestro idioma. Agatha y Safie la inculcaron los modales de una dama. El anciano del hogar inspiró en ella un interés por la música. Yo me encargué de responder a todas sus dudas que le nacieran por su condición de ente fabricado artificialmente, condición que solo compartía conmigo, por lo que el volvernos de lo más cercanos ocurrió naturalmente.

    La formación de mi amada fue de maravilla, hubo solo una inesperada consecuencia, de la que hablaré ahora, pero que afortunadamente resultó ser una buena.

    El libro que más empleó Félix en sus esfuerzos por enseñarla a leer fue el mismo que empleó con Safie, Las Ruinas, o Meditación sobre la Revolución de los Imperios, de Volney, con el que además otorgó a su alumna de una panorámica de la historia y algunas nociones acerca de los imperios que existían en el mundo actual. Esta visión de las costumbres, gobiernos y religiones que tenían las distintas naciones de la Tierra despertó en mi amada un enorme interés en explorar este ya amplio mundo que parecía extenderse más y más con cada página en la que avanzaban en el libro. Y no solo en ella, puesto que, como usualmente me encontraba a su lado en estas sesiones de estudio, mi relectura, o re oída, de la obra de Volney, sumada a la visible fascinación de mi congénere, despertaron en mi también un espíritu aventurero que no se saciaría con meras lecturas.

    Víctor y los De Lacey comprendieron nuestros deseos, así como yo comprendí sus razonables preocupaciones al respecto. Por lo que hubo una larga y cuidadosa preparación antes de que iniciáramos algún viaje. Preparación que se extendió aún más cuando ocurrió el milagro, la bendición, la buena fortuna de que, para sorpresa hasta de nuestro propio creador, mi amada había quedado preñada. La vida paterna nos distrajo a mi amada y a mí por un tiempo de nuestras aspiraciones de exploración, mas estas reavivaron cuando, empleando el mismo libro que nos las había producido inicialmente, le enseñamos a nuestro querido William a leer. Una vez este desarrolló un control decente de la lengua, partimos los tres en familia a una aventura alrededor de este maravilloso mundo.

    Fue una larga Odisea. Cuando regresamos a la casa de los De Lacey, tanto el primogénito de Félix como el mío, y el que posteriormente había tenido Víctor, eran ya adultos, y tanto ellos como yo tuvimos más hijos en este tiempo. Aparte de William, yo y mi amada ahora éramos orgullosos padres de Elizabeth, de gran belleza, y del talentoso Clerval, quien tomaba inspiración de las diversas culturas que conoció y de las que le contamos para escribir hermosa poesía. En nuestras andadas por las naciones de la tierra ganamos cierta fama, afortunadamente de la buena, y descubrimos un mundo de gran tolerancia, especialmente por parte de los inocentes infantes carentes de prejuicios, en el que no hacía falta ocultarnos, y que hizo de nuestra existencia algo sumamente gozable. Todos mis hijos y hasta mi mujer podrán disfrutar de este Edén terrenal por mucho tiempo, pues actualmente lucían aún jóvenes y poseían gran fortaleza. Lamentablemente ese no era mi caso. Quizás tuviera que ver con que fui el primer proyecto, y por ende de esperarse el más defectuoso, de este estilo, quizás tuviera que ver con los grandes tormentos físicos por los que pasé a principios de mi vida, quizás fuera una combinación de ambos factores, pero mi apariencia y estado físico distaba mucho del resto de mi familia. Cuando regresé a la casa de los De Lacey no me veía muy distinto al ahora más anciano, pero aún noble, amable y querido padre de Félix y Agatha, pese a solo tener una fracción de su edad. Me encontraba incluso más débil, al punto en que la cálida cama en la que ahora yacía podría volverse en cualquier momento mi lecho de muerte, cosa que acabó ocurriendo.

    A pesar de mi relativamente corta estadía en el universo, no podía quejarme. En mis últimos momentos de vida me hallaba rodeado de dos preciosas familias y un amoroso padre que me brindaron todo el amor que necesité. Si bien era triste verlos llorar mi partida, de mi cara no se borró mi sonrisa de aprecio por cada uno de ellos.

    Solté una lágrima.

    Y la lágrima se heló en el aire antes de siquiera caer en el nevado suelo del gélido e inhóspito polo norte en el que me encontraba en total soledad y, como hice tantas veces a lo largo de mi paupérrima existencia, soñando despierto con alegres eventos que nunca ocurrieron ni ocurrirán, ya que una despreciable alimaña como en la que me convertí no es merecedor del agrado ni compañía de nadie, ni siquiera de demonios...

    —…Yo nunca quise ser el Diablo —expresó el monstruo con su último aliento antes de zambullirse al fondo de las frígidas aguas septentrionales, considerándose indigno de cualquier calor, incluyendo el de la pira funeraria donde consideró inicialmente acabar con su cuerpo.
     
    Última edición: 29 Noviembre 2020

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