Lágrimas entre cenizas

Tema en 'Relatos' iniciado por George Asai, 27 Marzo 2013.

  1.  
    George Asai

    George Asai Maestro del moe

    Aries
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    15 Mayo 2011
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    976
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Lágrimas entre cenizas
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5722
    Un escrito que hice para una tarea, no es lo mejor que puedo dar, pero no me quedó tan feo.


    Lágrimas entre cenizas
    El sonido de la lluvia me despertó, era un chirrido abrumador, las gotas de agua chocaban con los tanques estacionados a las afueras del campamento. El reloj marcaba las siete en punto, la fecha era desconocida para nosotros, ¿era 1942?, ¿o 1945?

    ¿Cuánto tiempo llevábamos combatiendo?, el sentido del tiempo desapareció cuando nos metimos a la segunda guerra mundial, el mayor conflicto armado al que la humanidad jamás se había enfrentado. La gran guerra de hace dos décadas parecía una simple escaramuza a comparación de esto, cada rato veíamos camaradas nuestros morir en combate o víctimas de las enfermedades malditas.

    Pero lo peor era sin duda alguna el llanto de los civiles al amanecer, todos recordaban su dolor cuando despertaban y se daban cuenta de que esta realidad era la peor basura de todas.

    Nuestra unidad estaba compuesta de setenta soldados, cada uno armado con un rifle de asalto básico, no me sabía bien el nombre del arma, pues yo no era un soldado cualquiera. Sí…

    Por más increíble que parezca mis habilidades superaban a las de un soldado ordinario, después de todo…

    Yo era un hechicero, alguien cuyo conocimiento acerca de la vida y la muerte iba más allá de la conexión humana con la naturaleza, mis dones para manipular la energía del medio ambiente me daban cierta ventaja en el campo de batalla. Sin mayor esfuerzo podía desviar las balas enemigas, aumentar mis posibilidades de salir ileso de un tiroteo y hasta levitar objetos pesados con el fin de usarlos como proyectiles.

    ¿Qué hacía un erudito del conocimiento en este matadero de plomo?, ni yo mismo lo sabía, sencillamente me mandaron hacia acá para cazar a otros herejes que usaban judíos para sus experimentos. En esta guerra se rompió la neutralidad de los hechiceros, durante la historia humana nosotros nos habíamos mantenido en secreto, lejos de las guerras entre naciones y conflictos políticos, nuestras guerras eran contra otras razas o el Vaticano. Pero no, en esta ocasión el partido Nazi empleó hechiceros para sus experimentos locos y por ello nos vimos obligados a detenerlos.

    Mi caso no era diferente al de más de tres mil hechiceros que estaban luchando esta guerra, fui reclutado sin pregunta alguna, entrenado como un cerdo en tácticas militares normales, mágicas y antiguas, pero no me importó. No es que tuviese a alguien esperándome en casa o un motivo por el cual apreciar mi vida.

    Después de todo, nada me esperaba después del conflicto; solo una vida llena de aburrimiento y soledad.

    Decidí caminar por el campamento, nos habíamos asentado en las ruinas de una ciudad Polaca, para este instante mi sentido de orientación me jugaba bromas pesadas, ¿cómo rayos se llamaba este sitio?, bah, pensar en ello no me devolvería las ganas de seguir luchando. Sencillamente acepté que caminaba en una ciudad en ruinas y lo demás me venía valiendo gorro.

    Muchos civiles sobrevivientes del ataque acampaban con nosotros, según ellos, los americanos les daban más seguridad que los mismos Alemanes, cuyas políticas nazis amenazaban con matar a cualquier judío que tuviesen frente a ellos, en cambio, los Estados Unidos de América no poseían creencias tan enfermas.

    —Capitán Casanova, ¿no hace falta nada en esta zona? —preguntó un oficial, ese hombre de aspecto desgarbado y pálido portaba un arma igual a la mía, su uniforme verde parecía café de tanta tierra impregnada, además, la lluvia no hacía buen juego con el sudor, pues en vez de limpiar su cuerpo liberaba un hedor difícil de comprender.

    —Todo está en orden —respondí, sin mayor conversación el oficial se retiró a inspeccionar el resto del campamento. Hoy no tenía ganas de luchar, quería relajar mis orejas de tantas explosiones y disparos, porque tampoco me hacía gracia escuchar tantos gritos en un día.

    Me puse una gabardina café con capucha incluida, era parte de mi uniforme militar, por lo tanto, no tuve mayor reclamación cuando di un paseo por la ciudad. Los edificios destruidos inundaban el panorama con una horrible tristeza, el olor a carne carbonizada atrofió mi nariz más de lo que ya estaba por tanto humo proveniente de granadas.

    ¿Era esto lo que realmente quería la humanidad?, destruirse a sí misma como simples animales, envueltos por una locura casi criminal que conducía sus más bajos instintos hacia la muerte. Vi cadáveres ocultos en las piedras, escombros y también mantas blancas que marcaban el final de una vida bajo la intensa lluvia.

    ¿Había un significado para todo esto?, ¿realmente existía un Dios detrás de tanta muerte?, definitivamente no, era imposible que alguien divino deseara esta catástrofe, es decir… ¡quién querría ver todo este calvario!, niños, adultos, ancianos… todos muertos, enterrados bajo las piedras de su patrimonio cultural.

    —Disculpe… ¿me puedes decir en dónde estoy? —Una voz suave e inocente me llamó por atrás, giré mi rostro algo desconcertado, pues no esperaba encontrar ese tono tan suave y pacífico por estos lares.

    —Me gustaría decirte, pero yo tampoco lo sé, creo que andamos en Polonia o algo así. Dime, ¿estás perdida? —Aquella voz le pertenecía a una chica de mi edad, no pasaba de los veintidós años, porque sus facciones femeninas la delataban por completo. Tenía el cabello rubio repleto de mugre, el rostro más pálido que un fantasma, ojos azules como el mar que me vio nacer y una estatura promedio. Lo único que cubría su inocente cuerpo era una manta de tela azul, con forma de vestido.

    —No lo sé, abrí mis ojos y ya estaba en este feo lugar, ¿me puedes ayudar?, estoy un poco perdida. —Su historia carecía de sentido alguno, es decir, nos encontrábamos en medio de una gran guerra y hasta los ciegos se daban cuenta de que la situación no era para nada buena. No obstante, escuché que muchas personas desarrollaron traumas muy fuertes por la guerra misma.

    —Debes haber perdido la memoria por algún evento traumático, no pienses en ello, que ahora no hay nada bueno que recordar. Y sí, yo también estoy un poco aburrido. —A pesar de estar en servicio no me pareció mala idea ayudar a una chica perdida, igual no había ningún ataque urgente que necesitara mis funciones para el servicio.

    —¿Eres un soldado verdad?, estoy algo asustada, ver a tantos me pone un poco nerviosa. —Y no era la única en este sitio, todos los civiles europeos se ponían nerviosos cuando veían militares extranjeros en las antiguas calles que alguna vez fueron parte de sus vidas diarias.

    —No debes preocuparte mucho, la mayoría de nosotros no tiene intenciones de cometer las mismas barbaridades que los Nazis, solo relájate y vamos por un desayuno balanceado. Debemos disfrutar las raciones que nos mandaron hace dos días.

    —Vamos. —No hablamos mucho durante el trayecto al campamento de comida, la chica de vez en cuando miraba a su alrededor bastante aterrada por el panorama que estaba frente a ella. Revisé su rostro más de cerca, entonces pude identificar una ligera sensación de temor diferente al resto, es decir, cualquiera estaría asustado de estar en la guerra, pero ese terror no parecía nada común.

    Más bien, no podía explicarlo.

    Llegamos a la base de operaciones, aquí los civiles y soldados recibían alimentos por parte del gobierno, normalmente a los Judíos no se les alimentaba, pero el gobierno de Estados Unidos no tenía esas normas tan extremistas, dejábamos a cualquier comer con nosotros, siempre y cuando nos diera información de la guerra o realmente estuviesen necesitados.

    —Es extraño, por cierto… ¿me podrías decir tu nombre? —preguntó la chica.

    —Me llamo James Casanova, soy un soldado del ejército americano, pero nací en México, el país que está al sur de Estados Unidos. —Mi país no era muy rico que digamos, pero desde la revolución cristera no había tenido mayor problema respecto a las armas. Muchos mexicanos combatían en el ejército americano, no era el único soldado latino luchando en esta guerra, muchos inmigrantes fueron usados como carnada en los pelotones estadounidenses.

    Sin embargo, yo luchaba a las órdenes del gremio mágico, en mi interior no existía lealtad alguna hacia los Estados Unidos.

    —Es un nombre muy extraño, yo me llamo Ana, pero no recuerdo muy bien mi apellido. —Luego de las presentaciones agarramos una lata de frijoles, no era el mejor desayuno que podría pedir, pero al menos calmaba mi hambre en momentos como éste.

    —Me sorprende que hables español, ¿eres bilingüe? —cuestioné, pues en estos tiempos no existían tantos intelectuales, la mayoría de los recursos se empleaban en armamento y casi no había efectivo para favorecer la educación.

    —No realmente, solo hablo y ya.

    Una respuesta bastante confusa, pero a estas alturas no valía la pena investigar más.

    Todos mis días transcurrían de esta manera, me quedaba en la base y hablaba con Ana un poco, aquel encuentro fue el primero de muchos, con el tiempo se convirtió en parte de mi rutina diaria. Mi relación con ella no pasaba de ser una amistad necesitada, cuando no hablábamos juntos ella pasaba el día sola, alimentando palomas o jugando con los trozos de concreto esparcidos por el suelo.

    También pude apreciar su placer por los infantes, Ana tomaba a los niños huérfanos y se ponía a jugar con ellos. Era un gesto generoso y desinteresado, pues los infantes confiaban en ella y a la vez le daban la tranquilidad necesaria en este mundo infernal.

    Cuando los veía me sentía reconfortado, porque ver sonrisas en este infierno terrenal era más raro que encontrarte un trozo de oro a media playa.

    Cierto día decidí caminar hacia los campamentos infantiles, aquí los niños huérfanos o heridos jugaban a distintas cosas mientras la guerra seguía, Ana era muy querida por los pequeñitos de siete a doce años, le llamaban “hermana mayor” o “señorita Ana”, a pesar de las sonrisas que compartían juntos era obvio que todos mostraban un terrible dolor.

    —Hola. —Mi entrada al campamento causó un silencio total, los pequeños se quedaron viendo mi rifle de asalto por un momento, fue ahí donde recordé que ellos ganaron un trauma enorme debido a la guerra y sus mentes inocentes no toleraban mucho la llegada de soldados. Por precaución puse el rifle en mi espalda, alcé las manos y traté de sonreír sin mucho éxito.

    —Buenas tardes. —Los infantes hablaron al unísono, como si fuesen miembros de una clase y yo fuese un invitado distinguido, Ana sonrió amablemente y negó con la cabeza, de inmediato los niños volvieron a sus actividades.

    —Tranquilos, él es amigo mío, no tienen de que preocuparse. —Ana se había convertido en una especie de guardiana para los niños huérfanos, dicho papel solamente podía recaer en sus manos, porque su amor incondicional los protegía de los horrores que allá afuera sucedían.

    —Veo que te has hecho amiga de todos ellos, bien por ti, así no estarás sola nunca más.

    —¿Cómo va la guerra?, ¿ya terminará? —preguntó Ana, su sonrisa se esfumó mientras tomaba asiento en un banquillo cercano.

    —Me temo que no puedo responderte, cada día vemos fuertes enemigos rondando la ciudad, pero la tensión sigue vigente. Me gustaría decirte en que día estamos, pero todos aquí han perdido el sentido del tiempo, nadie recuerda nada, nadie quiere acordarse, todos acá rezamos porque venga un avión y nos informe que la guerra ha terminado. Pero sigue siendo un sueño lejano.

    —No suena bien, deseo que termine para poder salir del pueblo, dime… ¿qué hay más allá de estas ruinas? —Su pregunta fue complicada, ¿hablaba en un término físico?, ¿o algo más espiritual?

    —Más ruinas, todo Europa está sumido en caos, creo que más adelante hay un campo de concentración Nazi, pero son solo rumores.

    —¿Y qué es un campo de concentración? —cuestionó, sus ojitos inocentes me decían que no mentía.

    —Algo que no debes saber. —Cerramos el tema con esa respuesta, no deseaba contarle a alguien tan amable los horrores que habían más allá de estas barreras, parte de mí quería que siguiese aquí atrapada, sin conocer el mundo cruel que nos tocó la desgracia de vivir.

    Un niño pequeño se puso a llorar, aparentemente su carrito de madera se rompió cuando cayó de la mesa donde jugaba. Ana se olvidó de la conversación y corrió a ver qué ocurría, al escuchar la explicación del pequeñito la chica acarició su cabeza y sonrió.

    —No tienes porque llorar, mira te voy a conseguir otro juguete. —Ana tomó el carrito del piso y con unas palabras en latín logró reparar el artefacto, no pude entender bien qué pasó, pero las llantas se acomodaron en su lugar de un momento a otro.

    —¿Cómo lo hiciste?, ¿eres un hada? —volvió a cuestionar el niño con inocencia, las lágrimas desaparecieron de sus ojitos y en su lugar se posó una gran sonrisa.

    —No soy un hada, solo alguien que quiere verte sonreír, así que ve a jugar pequeño.

    Ana se veía maravillosa, su pasión por los niños llegó a conmover mi corazón agrietado, durante años llegué a perder la fe en la humanidad, ver como se destrozaban unos a otros ya sea con hechizos o armas, al final el resultado siempre era el mismo: la muerte, pero hoy presencié algo increíble, un hechizo inocente y sin ninguna maldad.

    Reparar cosas era un hechizo básico, cualquier hechicero con conocimiento básico era capaz de llevar a cabo tal hazaña. Pero no todos podían lograr sonrisas con sus poderes.

    Decidí no decirle mi secreto, no valía la pena arruinar sus habilidades. Con el tiempo Ana reparó los juguetes de todos y hasta los mejoró, así los niños se olvidaron por algunos minutos de la guerra y del conflicto que crearon los adultos.

    Pasaron tres meses tranquilos…

    La temporada de lluvias terminó y en su lugar un abrazador sol iluminó los escombros del lugar, no habíamos tenido actividad durante ese tiempo y por un momento pensamos que la guerra llegó a su final. Desgraciadamente, las patrullas Nazi que todavía rondaban por aquí nos hacía regresar de nuevo a la realidad.

    Pero no me molestó en lo absoluto, con ver a Ana todos los días me bastaba para seguir adelante, no me enamoré realmente, solo que su presencia causaba un sentimiento de relajación que no sentía desde hace muchos años. Los niños la adoraban y yo llegué a apreciarla mucho, Ana era algo torpe físicamente, no podía cargar todas las cajas de comida o a veces tropezaba por el piso mojado, también era medio asustadiza, cuando los soldados borrachos llegaban para intentar coquetearle ella corría asustada y se escondía en este sitio, sin embargo, si alguien intentaba dañar a sus pequeños ella misma iba a defenderlos con capa y espada, aun sin saber ninguna técnica para luchar.

    —Oye Ana, ¿estás bien? —Mis pasos me condujeron de nuevo al campamento infantil, Ana estaba lavando ropa con una esponja vieja y pequeñas migajas de jabón.

    —¡La verdad estoy perfecta!, no lo sé, pero hoy me levanté con muchas ganas. —Su sonrisa radiante me hizo sonrojar, ¡qué demonios!, desde hace más de diez años no me sonrojaba, la última vez que lo hice fue cuando mamá me tejió un suéter y lo mostró frente a toda mi familia.

    —Ya veo, es genial que tengas ánimos en épocas no muy felices, al mal tiempo buena cara. —Fue lo único que pude comentarle, pues poco a poco me iba sonrojando cada vez más, un niño de doce años se acercó a mí y efectivamente, se dio cuenta de mi rubor.

    —Oye James, ¡te estás ruborizando! —exclamó, los demás niños vinieron como insectos y comenzaron a burlarse de mí diciendo: “James se sonrojó”, “le gusta la señorita Ana”, “James y Ana por siempre”, todas esas burlas no me molestaron, al contrario, me hicieron feliz, porque me estaban emparejando con alguien a quien realmente apreciaba.

    Ana era una chica muy linda, siempre ayudaba a los heridos o enfermos y jamás le negaba una sonrisa a quien la necesitara.

    Quizá me había enamorado de ella sin darme cuenta.

    —¡Uh!, ¡debo tender la ropa! —Ana también se ruborizó, posteriormente corrió directo a los tendederos mientras los demás niños la seguían sonriendo. Fue un momento feliz, porque vi un lado de Ana que no conocía.

    Las cosas mejoraron mucho, llegaron provisiones del norte y así nos dimos el lujo de hacer un festín, claro, fue Ana quien cocinó, porque yo era una reverenda papa creando alimentos. Por momentos olvidaba mi deber como soldado, le daba vueltas a los campamentos en búsqueda de Ana y sus inseparables niños.

    Cuando los oficiales me preguntaban el motivo de mis paseos siempre les respondía con la escusa: “estoy protegiendo civiles”, muchas veces caían en mi juego, pero en otras me veía forzado a huir por mis propios medios.

    Solo por un momento…

    Deseé que toda mi vida fuese feliz, sin guerras ni dolores, solamente sonrisas inocentes rodeándome para toda la eternidad. Desgraciadamente, las utopías solamente eran un sueño inalcanzable para nosotros los mortales.

    Cierto día escuché un sonido conocido, mis orejas lo habían oído tanto que me lo sabía perfectamente de memoria. Era un regimiento Nazi en camino, lo supe por el sonido de los tanques alemanes al moverse por territorio plano, si podía escucharlos desde aquí significaba que venían en gran cantidad.

    Rápidamente corrí al campamento infantil y desperté a todos, los pequeños me miraron asustados, porque cargaba mi rifle y a la vez portaba el uniforme debidamente. Ana se despertó aterrada, seguramente escuchó también el sonido de la armada alemana.

    Ese sonido era inconfundible…

    Mi primer día como soldado no fue muy agradable, el sonido de los tanques rodeó mi panorama, pero no estaba asustado. Confiaba en mis habilidades como hechicero, tanto que hasta me di el lujo de cometer errores básicos como no correr agazapado o mantenerme calmado frente al bombardero.

    Las tropas de asalto ejecutaron a mis compañeros y yo no pude hacer nada, por más hechizos que usaba estos nada más me protegían a mí, los campos de energía que yo creaba no podían proteger a alguien más. Fallé miserablemente mi primera misión, porque esto no era una guerra de hechiceros, sino de soldados.

    Atacaba con disparos y rayos, luché al máximo en esa ocasión pero todo fue inútil, al final nada más yo logré salir con vida. Recibí reconocimientos y el grado de comandante, pero ellos no comprendían que la culpa había sido mía, fue mi arrogancia lo que llevó a la tumba a mis compañeros. Gente más valiosa que yo, con familia y amigos esperándolos en casa.

    En cambio a mí no me quedaba nadie, ni padres, ni hermanos, ni siquiera primos que llorasen mi muerte. Debí haber muerto yo ese día, tal vez una muerte heroica habría sido lo mejor…

    Sin embargo, ahora mismo no podía morir.

    Porque ahora tenía gente a quien proteger, Ana tembló del susto y abrazó a los pequeños, estos se ocultaron bajo la cama o atrás de las cortinas, reacciones inocentes para una catástrofe terrible.

    —Debemos ser fuertes, hay un refugio cerca de acá, los llevaré. —Ana reunió todo el valor que tuvo y sonrió, los pequeños se tomaron de las manos y decidieron seguirla.

    —¿Qué harás tú? —preguntó Ana.

    —Los escoltaré hacia allá, no permitiré que algo malo les pase. Voy a acompañarlos y luego seguiré luchando. —Ana no reclamó nada, pero obviamente no estaba de acuerdo con mi idea.

    Ya había visto morir a mucha gente, pero todas esas muertes no me afectaron en lo absoluto, después de todo, lo veía desde la perspectiva de un soldado. Pero ahora todo era diferente.

    Me gustaba Ana y adoraba a los pequeñitos, si quería revalidar mi existencia debía protegerlos a como dé lugar. Nos movimos sigilosamente entre las murallas caídas de la ciudad, otros refugiados también escucharon las alarmas y corrieron directo al bunker. Al llegar los niños se metieron sin rechistar, Ana no quiso hacerlo, me quedó viendo y ofreció su mano para que entrase con ella.

    —No tienes porque luchar, ven con nosotros y sálvate, no quiero que mueras James…

    —Y no moriré, pero es mi deber, voy a protegerlos a todos, ¡debo hacerlo!, no dormiré si algo malo les pasa. —Mi determinación no podía ser cambiada, además, era mi deber como hechicero parar al comandante de la división enemiga.

    —Iré contigo, saldremos de esto juntos. —Ana soltó una idea realmente loca, ella no estaba hecha para estas cosas y debía hacérselo saber, pero su mirada contenía una determinación incluso más poderosa que la mía, por lo tanto no puse objeción alguna.

    Ambos corrimos hacia la parte trasera de la ciudad, el ejército venía por delante y mis acciones ciertamente carecían de sentido.

    —¿Por qué vamos por acá?, ¿es un atajo? —cuestionó.

    —Mi pelea está acá, soy un hechicero y mi deber es detener al loco que controla al ejército Nazi, es solo un hechicero de miles, pero uno menos hará las cosas más fáciles para el supremo comandante. —Rebelé mi identidad así de fácil, Ana no me hizo más preguntas, seguramente porque ella también era una hechicera.

    —Ten cuidado…

    Llegué a un punto ciego, en medio de la desolación y los campos muertos se posó un hombre con uniforme militar Nazi, tenía la cara arrugada y llena de cicatrices, no obstante, emitía un aura asesina que podía sentirse hasta acá, Ana se ocultó detrás de un auto calcinado y mantuvo la calma, en mi caso encaré al hechicero enemigo que controlaba el asedio a la ciudad tomada.

    —No hay mucho que decir, ¿por qué atacas la ciudad? —pregunté, el maniaco negó con la cabeza y se cruzó de brazos.

    —Eso es obvio, la mayoría de esos aldeanos son Judíos, con eso te lo digo todo, merecen morir, son inferiores, ¡no puedes entenderlo!, pero sus cuerpos servirán para algo, ya lo verás… —Y sin decirme más el hechicero enemigo se alistó para la pelea, saqué mi rifle de asalto y descargué una lluvia de metralla contra él, pero ese bastardo retuvo mi ataque con un campo de energía.

    Matar a un hechicero avanzado como él usando armas de fuego era inútil, si quería vencerlo necesitaba aumentar el peso de mis técnicas. Tiré mi rifle al suelo y cerré los ojos, posteriormente dos espadas gemelas aparecieron en mis manos, no pesaban mucho, pero sus filos iguales ciertamente intimidaban a cualquiera que se me acercara.

    Pensé que estaba listo para luchar contra cualquier cosa, pero me equivoqué rotundamente…
    El hechicero tronó sus dedos y de inmediato un monstruo bizarro apareció de la nada, cuando lo vi no lo pensé dos veces y vomité. Saqué todos los jugos gástricos de mi estómago, quemé mi esófago terriblemente, pero no me importó, seguí vomitando del asco frente a esa cosa.

    Era un monstruo humanoide, medía tres metros de alto y poseía una cuchilla gigante en su brazo derecho, pero lo que realmente me aterraba de él era su composición. Estaba hecho de cuerpos humanos, sus piernas estaban compuestas por huesos de fémur enlazados uno tras otro, su estómago poseía cráneos recién cortados y cerebros sangrantes. No tenía dos ojos, ¡poseía nueve!, todos ellos lloraban de dolor, como si estuviesen siendo torturados.

    —¡Qué mierda es eso! —grité, el hechicero solamente se carcajeó ante mi pregunta.

    —Es un coloso hecho de judíos, solamente para eso sirven. —No podía creer la maldad en sus palabras, este sujeto estaba demasiado loco para crear una bestia de semejantes condiciones. Decidí terminar con esto rápido, utilicé el hechizo de refuerzo en mi cuerpo para volverme más rápido físicamente, en menos de un parpadeo recorrí siete metros y al mismo tiempo lancé un doble corte contra las rodillas del monstruo.

    A pesar de su tamaño resultó ser más rápido de lo que aparentaba, pues brincó sobre los aires y cayó en picada contra mí.

    —¡Muere de una vez! —exclamé, mis espadas brillaron con un resplandor carmesí y al mismo tiempo cortaron los pies del enemigo. No fue algo agradable, pues logré escuchar los lamentos finales de las pobres víctimas.

    En verdad lo sentía, pero no podía morir aquí…

    —¿Cómo has podido matar a mi creación? —El hechicero no podía creer lo que pasó, aproveché su desconcierto para moverme a la misma velocidad y posarme frente a él.

    —En este mundo no hay lugar para ti. —Las espadas brillaron más fuerte, era mi mejor técnica: las espadas de fuego, un hechizo que consistía en concentrar la energía del medio ambiente en ambas armas para incrementar su filo y precisión.

    —¡No! —gritó, sus manos se transformaron en garras gigantes que buscaban asesinarme, pero yo fui más rápido, cuando él levantó sus manos ya lo había apuñalado en el corazón con mis espadas. Y así, el hechicero enemigo cayó muerto bajo un baño de sangre.

    —¿Ya has ganado? —preguntó Ana muy asustada, por suerte ella no alcanzó a ver al monstruo.

    —Ya… —Pero las cosas no terminaron ahí, el ejército enemigo arrasó con mis compañeros también, no pudieron contener a los tanques y soldados Nazis, la cosa se ponía seria, si no los detenía entonces todos aquí seríamos brutalmente asesinados.

    —¿Volveremos al bunker? —cuestionó Ana…

    —Tú volverás al bunker, yo lucharé contra ellos. —Cuando Ana escuchó mis palabras se puso a llorar, la chica me abrazó y cubrió su cabeza sobre mi pecho, se veía tan adorable e indefensa que me rehusé a soltarla.

    —No vayas, por favor… ¡si te vas me sentiré muy triste! —exclamó, ambos sabíamos que estábamos siendo egoístas, pero…

    En esta vida hay que hacer sacrificios.

    —Lo lamento mucho, ¡te amo Ana! Y por esa razón no puedo ir contigo, debo protegerte, porque este mundo es hermoso, hay tantas cosas que quiero mostrarte, salir de la ciudad, pasear por mi país y mostrarte la granja donde fui criado, quiero que veas más cosas, salir contigo y formar una familia. Pero eso no es más que un sueño, por eso quiero que vivas, ¡conserva mi amor mientras vivas! —Salí corriendo de ahí, yo también estaba llorando por el futuro que pudo haber ocurrido entre nosotros.

    —¡James! —Fue lo último que escuché antes de que los disparos rodearan mis sentidos.

    Eran más de dos mil soldados, mis compañeros ya habían sido derrotados. Era cuestión de tiempo para que entrasen a la ciudad y cometieran otro genocidio más, no obstante… ¡No lo iba a permitir!

    Por Ana.

    Por los niños.

    Por mis compañeros.

    Cometí muchos errores en mi vida, pero ésta era la mejor manera de enmendarlos todos, con una acción heroica que sellase mi destino. Me superaban por mucho, ellos eran más de dos mil y yo apenas uno…

    Aun así…

    ¡No me rendiré!

    —¡Ah! —grité, estaba solo en este combate, pero no me importó, disparé mi rifle contra todos los que me topaba, los Nazi no podían tocarme, ellos disparaban y disparaban, pero ninguno me daba en el blanco. No obstante, era cuestión de tiempo para que acabasen con mi vida.

    —¡Maten a ese monstruo! —gritó un comandante enemigo, pero de inmediato usé mi hechizo de levitación para levantar su tanque dos metros sobre el piso y arrojarlo contra otro vehículo acorazado. No podía describir bien mis acciones, sencillamente luchaba por mi vida y para ganar tiempo, era una pelea que definitivamente no podía ganar.

    Pero eso no me impidió intentarlo, ¡tenía que luchar más!, luché y luché, repleto de valor logré hacerlos retroceder. Lanzaba bolas de fuego gigantes, rayos del cielo y terremotos pequeños, usé toda mi hechicería contra soldados normales.

    —¡Luchen!, ¡no pasarán!, no matarán a nadie más… ¡No dejaré que lastimen a la mujer que amo! —Y seguí luchando, los tanques dispararon sus misiles pero yo se los regresé con el hechizo de levitación, ocurrió una explosión que me mandó a volar seis metros hacia atrás, logré matar a más de quinientos soldados por mi cuenta, pero mis energías se habían terminado.

    Cerré mis ojos algo deprimido…

    Adiós Ana…

    Había tantas cosas que deseaba mostrarte, toda una vida que podría brindarte.

    Pero esos no son más que sueños, ilusiones perdidas bajo las lágrimas de plomo.

    No llores Ana mía, no derrames lágrimas por mí.

    La vida es hermosa, ve a un campo de flores, sonríe a todos los niños del mundo, porque tú tienes el don de brindar felicidad.

    No obstante, los disparos que iban a terminar conmigo jamás llegaron, cuando abrí los ojos estaba volando por los aires, una mujer sostenía mi mano, era un ángel con alas blancas y sonrisa calmada.

    —¿Ana? —cuestioné.

    —Sí, no te preocupes, nada nos separará de ahora en adelante.

    —¿Qué pasó con los niños? —pregunté.

    —No te preocupes, ellos están bien, todos estamos bien, pero no podía dejarte atrás, fui desterrada del cielo, pensé que ya no había lugar para mí en este mundo, pero te acercaste a mí y me confesaste tus sentimientos. Este no puede ser tu final, así que ahora… vamos a tu hogar, dejemos esta guerra y volemos más allá de las murallas…

    Esto fue un milagro, no deseaba conocer el porqué o los motivos, simple y sencillamente pasó...

    —Claro, volemos juntos… ¡más allá del horizonte!, donde ninguna bala nos quite la alegría de vivir.

    Muchas cosas divertidas nos esperaban más adelante, era cuestión de tiempo…

    Para alcanzar la verdadera felicidad.

    FIN.
     
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