Microrrelato Lágrima prohibida.

Entró apresuradamente a su cuarto, y simplemente parecían dos desconocidos, que no se hablaban, no se miraban, no se tocaban, y cuando ya no soportaba la presencia de su pareja, él salió de la habitación, dejando a la joven sumida en llanto, sorprendida y saturada de una amargura inusual.

La vida ya no valía la pena, sólo el amor de él, cada señal de su vida se esfumaba, gracias al interés que ya no había...
El, sin embargo, encontró de repente, de improviso, una nueva razón para vivir: él mismo. ¿Por qué tenía que sentirse miserable y desinteresado ante una nula confianza que sentía por su amante, por su enamorada?

Titubeó unos segundos, en donde la angustia ante una historia supuesta le vino a embargar el alma y a aplomarle la noche. Aquellas eran las lágrimas prohibidas, las que quedaron advertidas en aquel contrato tácito que marcaba una fina línea entre la vida y la muerte, que fue sellado con el abrigo de ambas almas corrompidas.

-No, no lo haría ella... -murmuró para sí, agitando su cabeza entre la oscuridad.

El miedo lo dejaba paralizado, y la irritación recorría su orgullo palpable en cada centímetro de su piel. Era una estatua fundida de indecisión y cobardía.
Las lágrimas prohibidas quizá estaban a punto de cobrar su cuota.

-Fui yo el necio -razonó-. A entrar y enjugar sus tibas lágrimas.

Se recargó en la puerta, su silueta se desvanecía. En la umbría atmósfera, hasta su mueca se desdibujaba de grotescas maneras. ¡Era su momento, y los fantasmas de su fallida dignidad lo atomentaban, apresándole el corazón!

No bien hubo asido el picaporte de la puerta hacia la recámara, se ahogó la ilusión en su sangre. Tragó saliva, todo había acabado.
El ruido de la detonación de un arma se escuchó en toda la cuadra, y pronto aparecerían en los medios de comunicación la nota del suicidio de una joven.
El abrió la puerta de par en par.

-¡Julia! -gritó al nuevo cadáver.

Yacía su enamorada en un charco de sangre que poco a poco absorbía la alfombra. El no gimió, ya no existía por dentro.
Al lado de la joven muerta, su terminal nota escrita con letra temblorosa:

"Mi rostro mancillaste de lágrimas prohibidas
e inundaste de amargura mi corazón...
La muerte en mí silenciosa arriba,
de vivir así ya no queda razón..."