Krenia krynda [the clone wars]

Tema en 'Fanfics abandonados TV, Cine y Comics' iniciado por eriha, 14 Agosto 2014.

  1.  
    eriha

    eriha Entusiasta

    Virgo
    Miembro desde:
    3 Diciembre 2011
    Mensajes:
    121
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Krenia krynda [the clone wars]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    8453
    Buenos días/tardes/noches. Vengo a compartir el relato que estoy escribiendo, Krenia Krynda, dentro de la serie de animación The Clone Wars.

    Como un comentario inicial, debo decir que la creación de la historia surgió a raíz de un videojuego, ya cancelado, llamado Clone Wars Adventures, en el que básicamente tú creabas un personaje y a este personaje lo movías dentro de varios escenarios de The Clone Wars y podía interactuar con algunos de los personajes ya existentes. Es por ese motivo que el 90% de los personajes son OC. Así que si no es lo que deseas leer, puedes simplemente volver atrás o cerrar la pestaña, y aquí no ha pasado nada.

    ¿Sigues aquí? Muchas gracias, espero que la historia sea de tu agrado.

    Segunda advertencia: capítulos largos. Y cuando digo largos, son muy largos: 20 páginas de Word como media.

    Entonces pues, aquí os dejo con la sinopsis de la historia:

    Ser Jedi es algo más que blandir un sable láser; ser Jedi es ser un defensor del bien, un guardián de la paz. Pero para llegar a serlo, primero hay que recorrer un largo camino, un largo aprendizaje. A lo largo de esta historia descubriremos dicho aprendizaje, a través de una Jedi que vivió durante las Guerras Clon. Desde que fue Iniciada, hasta que se convirtió en Dama Jedi.

    Además de ser de The Clone Wars, también posee mucha inspiración en cómics y el resto de la saga de Star Wars, así como el libro guía La Senda Jedi. También tiene alguna que otra referencia al juego The Old Republic.

    No menos importante es dejar esa preciosa frase inicial que todo fanfiction debería contener, esto es, el llamado disclaimer:

    La historia de Krenia Krynda está escrita como mero hobby personal sin ninguna intención de lucro. Si bien este personaje (así como el 90% de los personajes que aparecen) son de mi invención, de igual forma nada de lo que aparece, ya sea el 10% de personajes restantes, como el ambiente donde se desarrolla todo, no me pertenece.

    Así, en efecto, tanto Clone Wars Adventures es propiedad de Sony Entertainment Network y de LucasFilm Ltd. The Clone Wars, por su parte, es propiedad de LucasFilm Ltd. Por extensión, todo es propiedad de The Walt Disney Company.

    En el siguiente spoiler les comparto una única imagen para mostrar quién es. Es la misma imagen que utilizo en la famosa FFNET. Así mismo, comparto el Tumblog oficial del fanfiction, donde además de publicar los capítulos también hay información adicional:


    Y ya, para terminar y pasar a publicar la historia, comento un poco qué haré en el supuesto de que llegue algún comentario: los capítulos serán publicados uno a la semana y, al principio de dicho capítulo, dejaré mis respuestas a quien haya comentado al anterior.

    Gracias por leer.

    «El Jedi siente emoción como lo hacen los
    demás, de acuerdo a sus especies. Un Jedi
    aprende a confiar en sus sentimientos
    pero no a ser dominado por ellos».
    Mace Windu, La Guerra Hiperespacial Stark​

    1. Prólogo

    Maniah persistía en mirar por la ventana, como si el paisaje exterior pudiera alejarla de la realidad que tenía en casa, la realidad que nunca quiso aceptar.

    Miró al cielo. A pesar de que aún era de día, se distinguían las enormes lunas sobre Nabat. Maniah suspiró profundamente al contemplarlas. Después, observó la calle. Dos niñas pequeñas jugaban con una pelota.

    La mayor había nacido con el gen lethan que ni ella ni su marido tenían, aunque eso no importaba demasiado, pues estaba más que demostrado que el color de la piel, en el caso de los twi’lek, no venía dado por la genética, y podían darse esos casos. Así era como la pequeña Miela, de ocho años, tenía la piel roja, tan roja como el queso neonan. La pequeña Krenia en cambio, de apenas tres años, había nacido con el gen tyrian, un gen parecido al lethan pero que hacía que la piel de la pequeña fuese más clara, de un color más bien rosado.

    Aquél no era sino otro de los motivos por los cuales Maniah sentía una profunda desazón. Decían que ella también había sido tyrian. Otro motivo más para Dinek para mostrar su orgullo de padre.

    — Pero —dijo al fin con voz apagada—, ¿de verdad os la tenéis que llevar, Maestra Jedi?

    Le dio la espalda a la ventana y así se encontró cara a cara con la Jedi, sentada en un sillón. No se veía demasiado mayor, Maniah pensó que no debía ser mucho mayor que ella. Vestía ropas negras con capucha y, en el costado izquierdo de su cinturón, se veía una empuñadura plateada: un sable de luz, el arma distintiva de un Jedi.

    — Es la voluntad de la Fuerza —respondió la Jedi.

    Maniah la miró a los ojos. O, más bien, al pedazo de tela que cubría los ojos de la Jedi. Aquella intrusa —no podía llamarla de otro modo— no era humana, aunque lo pareciera, sino más bien una miraluka, una raza humanoide con ceguera de nacimiento, por lo que se cubrían los ojos vacíos por respeto a los demás. Se decía que aquellas personas lo veían todo pese a aquella discapacidad y que por eso la gran mayoría formaba parte de la Orden Jedi.

    — Sí, la Fuerza, claro —resopló.

    — No seas tan negativa, Maniah —Dinek estaba de pie bajo el umbral de la puerta. Su marido tenía la piel azul pálido y los ojos amarillos. «Los ojos de mi niña», pensó—. Piensa que es un gran honor tener otra vez una Jedi en la familia.

    Sus lekku temblaron. «Otra vez. Cómo no».

    Dinek Krynda se dirigió a la Jedi.

    — Entonces, Maestra, ¿cuándo se van a ir? —Maniah apretó los dientes. Sus lekku volvieron a temblar. Dinek la miró un momento y sus lekku vibraron. Como todos los twi’lek, eran capaces de «hablar», si es que se le podía llamar así, a través del movimiento de sus lekku. Un lenguaje que muy pocas especies ajenas a la suya entendían—. ¿Mañana, verdad? Pronto oscurecerá. Y le aseguro que las noches en Ryloth no tienen nada que ver con el día.

    «No, que se vaya», se dijo Maniah. «Que se vaya y que se encuentre con unos gutkurr. Y que la maten, así no se llevará a mi niña». Inmediatamente, sin embargo, se arrepintió de aquellos pensamientos. ¿Qué clase de persona era? ¿Cómo iba a educar así a sus niñas? Sí, a ambas. Porque lo que Maniah tenía claro es que iba a educar a las dos, Miela y Krenia, y no iba a permitir que se la llevase aquella bruja ciega.

    Aquél no era, sin embargo, el pensamiento de Dinek. Él estaba muy orgulloso desde el mismo momento que, tras nacer, supieron que era sensible. «Esas malditas pruebas».

    Obviamente, Dinek y la Jedi eran de la misma opinión.

    — No, lo siento —respondió ella—. Debo irme ya. Debemos irnos ya.

    «Debemos».

    — Pero, ¿por qué?

    — Maniah…

    — No, Dinek —gruñó. No iba a hacerla callar—. ¿Por qué tiene que ser ella? ¿Por qué no otra?

    La Jedi se puso en pie y se quitó la capucha. Tenía el pelo castaño claro, recogido en una trenza. Maniah se preguntó cómo podía hacerse aquel peinado si no podía ver. ¿Era cierto lo que decía la gente, que los miraluka sí veían pese a no tener ojos? Al llegar a su altura, la Jedi empezó a hablar.

    — Créeme, Maniah… —se interrumpió— ¿Puedo llamarte así?

    — No —masculló. La Jedi abrió ligeramente la boca en señal de sorpresa—. No —repitió Maniah, suavizando el tono—. Ni siquiera sabemos su nombre, como para permitirle que nos trate con tanta confianza.

    «Y ni se te ocurra llamarme Maniah Krynda». Aquél era el nombre de su marido, sí, y el heredado por sus niñas, pero no el suyo.

    — Vaya —murmuró la Jedi—. Lo siento, de verdad. Es culpa mía, a veces olvido que aunque nosotros ya sabemos los nombres de las personas cuyos hijos vamos a recoger, ellos no saben los nuestros —se lamentó. Maniah se cruzó de brazos, no sabía decir si aquella mujer era torpe, o despistada, o simplemente tonta. Probablemente todo. «Sí, vamos. Preséntate ahora, bonita», se dijo—. Mi nombre es Kue —la Jedi, en efecto, se presentó—, Buwasy Kue, Dama de la Orden Jedi, especializada en reclutar a nuestros más jóvenes miembros.

    «Un poco tarde te presentas». Maniah abrió la boca para hablar, pero Dinek se adelantó.

    — Y nosotros somos los Krynda —dijo, dando un par de pasos al frente—. Y como dije antes, es para nosotros un gran honor volver a tener a una Jedi en la familia.

    Al parecer, para Buwasy Kue, Maniah dejó de ser importante, pues le dio la espalda inmediatamente. Se dirigió a Dinek.

    — Antes ha mencionado lo mismo, señor Krynda —«y ahora es respetuosa»—, ¿a qué se refiere? —preguntó— ¿es que hay otros miembros en su familia entre nosotros?

    «Oh no. Ahí va otra vez».

    El pecho de Dinek se hinchó, como siempre hacía cuando hablaba orgulloso de sus ancestros.

    — Somos descendientes de Jedi, Maestra Kue —soltó con una cierta arrogancia. Apenas la Jedi intrusa dejó escapar un «oh» que Dinek siguió hablando—. Somos descendientes de la gran Maestra Krenia Eyan, que vivió hace unos tres mil años.

    Maniah puso los ojos en blanco.

    — ¿En serio? —preguntó Buwasy Kue—. Con el debido respeto, señor Krynda… cuesta un poco de creer.

    «Di que no lo son, por favor», pensó Maniah. «Dilo y me caerás bien, bruja».

    — Oh, por favor, llámame Dinek —Maniah entrecerró los ojos—. Y sí, aunque le cueste creerlo, sí. Lo somos. Mi madre y su madre, es decir, mi abuela, que ambas se llamaban Krenia por cierto, y yo mismo y claro mis hijas también.

    — Vaya —Buwasy Kue sonrió—. Por lo que veo ese nombre se repite bastante.

    — ¡Ya lo creo! Pocas mujeres se llaman así.

    Maniah asintió. En realidad, nunca había escuchado ese nombre hasta que conoció a su futura suegra.

    La Jedi, por su parte, asintió.

    — Me dijeron que significa «océano» —comentó Dinek—, ¿es cierto?

    — Sí, así es.

    — Un nombre poco apropiado para un mundo sin océanos —masculló Maniah, cruzándose de brazos. Se dio la vuelta y volvió a mirar a las pequeñas—. Pero así se llamaba Krenia Eyan y así se llaman más de la mitad de las mujeres de esta familia.

    Se mordió el labio. Miela acababa de quitarle la pelota a Krenia pero ésta la recuperó fácilmente, atrayéndola hacia sí sin tocarla. Poderes de Jedi, sin duda.

    Ver aquello le dolió en el alma.

    — No, no lo es —respondió Dinek entonces—. Sé que es otro idioma, pero perdóneme si no recuerdo cuál —antes de que la Jedi Kue abriera siquiera la boca, Dinek continuó—. Aunque me imagino que usted si debe saberlo, sea la lengua que sea.

    «Claro que lo sabe, sino no habría corroborado su significado». A veces Dinek parecía tonto.

    — Del miralukés —respondió la Jedi, tranquilamente. Dinek se quedó con la boca abierta. Maniah también—. Es curioso…

    — ¿No cree que es demasiada casualidad, pues, que tenga ese nombre? ¿Sabe por qué la maestra Krenia Eyan se llamaba así?

    Maniah puso los ojos en blanco.

    — No, señor Krynda, no lo sé —Kue se mostraba muy paciente. Demasiado paciente—. Lo siento.

    Dinek sonrió orgulloso.

    — Dicen los relatos que pasaron de generación en generación que la llamaron así su familia porque conocían a unos miraluka y —dudó— bueno… la verdad es que no sé mucho más.

    Buwasy Kue sonrió levemente. Parecía más bien una sonrisa forzada.

    — Bueno, señor Krynda, eso es imposible saberlo. Los Jedi entrenan desde pequeños y es imposible que… —se interrumpió al ver cómo Dinek abría la boca— …pero podría ser ése el motivo, señor Krynda. He conocido Jedi con nombres que poco o nada tenían que ver con sus respectivas lenguas maternas.

    «¿Y a quién le importa?»

    — Pero… —musitó. Quería hablar, necesitaba hablar.

    Por desgracia, nadie le hacía caso.

    — Y volviendo al tema inicial… ¿cómo saben que son descendientes suyos, Dinek?

    Maniah suspiró. Definitivamente no, nadie le hacía caso. Así que miró a su esposo, a ver cómo reaccionaba. Dinek se enervaba muy fácilmente cuando alguien ponía en duda su linaje, por lo que sin duda debía estar haciendo un gran esfuerzo por mostrarse neutral. Ella prefirió seguir mirando a las niñas jugar. Ahora Miela alentaba a su pequeña hermana para que recuperase la pelota del mismo modo que antes, mientras un par de niños más les miraban y aplaudían.

    Apartó la vista. Era demasiado doloroso.

    — Créame, Maestra Kue: lo sabemos.

    — Ya, pero…

    Maniah intervino, suponiendo que su marido aguantaría poco.

    — ¿Quiere tomar algo, Maestra Jedi? Perdóneme por no haberle ofrecido nada hasta ahora.

    «No te ofrecí nada para ver si te ibas antes». Buwasy Kue negó con la cabeza.

    — Oh, no, no se preocupe señora Krynda —sus lekku vibraron, molesta. Detestaba que la llamasen «Krynda»—. En realidad era una visita rápida. Ya nos vamos.

    Aquello era demasiado.

    — No.

    Y sin decir nada más, abandonó la estancia.



    El cielo anaranjado del atardecer se iba volviendo cada vez más oscuro conforme se iba haciendo de noche. Las temperaturas empezaron a descender, para alivio de Maniah.

    Nunca podría acostumbrarse al calor de Ryloth. Era una twi’lek, sí, pero no era de Ryloth. Ella procedía de la gran capital, Coruscant, y la temperatura allí era, según ella, «normal» en comparación con la de Ryloth.

    Suspiró profundamente y se dejó caer a la sombra de un gran árbol, dando un gran suspiro de alivio por la suerte que había tenido. En Ryloth prácticamente no había árboles dentro de las poblaciones, ya que las construcciones se hacían amuralladas (y, en ocasiones, medio subterráneas), para protegerse de las bestias salvajes, principalmente los gutkurr, que vivían allí donde había muchos árboles. Encontrar uno, pues, era un milagro. Y que no hubiera nadie, más aún, de ahí su suspiro.

    Añoraba su hogar. Echaba de menos el bullicio de las calles, la red holo emitiendo a todas horas, los coches voladores por todas partes, las grandes vistas de la ciudad-planeta…

    Hundió la cabeza entre las rodillas. Desde el apartamento que tenía en Coruscant antes de casarse se veía el Templo Jedi. En aquellos años le parecía majestuoso, pero ahora…

    Escuchó pasos. No le resultaron familiares, así que dedujo que era la Jedi.

    — ¿Por qué ella? —preguntó.

    — Sé que es doloroso —hizo una pausa, como si esperase que Maniah dijese algo, pero como no fue así, Buwasy Kue prosiguió—. Pero es por un bien mejor: su hija será una defensora de la paz.

    — ¿Eso será? —Maniah alzó un poco la cabeza, pero la hundió de nuevo. Sus lekku vibraban sin cesar. Tenía ganas de llorar—. ¿Y qué hay de mí? Yo no quiero.

    La Jedi se sentó a su lado.

    — Las personas debemos ser fuertes y aceptar los caminos de… —titubeó, como si hubiese querido decir algo, algo que probablemente Maniah no entendería—. Aceptar nuestros destinos.

    Maniah resopló. «No soy tan tonta».

    — ¿Eso que vosotros llamáis la Fuerza?

    Desde pequeña, en Coruscant, había oído decir eso de «la Fuerza». Incluso alguna vez, con sus amigos de infancia, había jugado a que eran Jedi y más de una vez habían dicho esa palabra, aunque la asociaban más a la fuerza bruta que a otra cosa.

    Buwasy Kue no hizo ningún comentario, ni preguntó cómo lo sabía. Simplemente esbozó una sonrisa y apoyó una mano en su hombro, en señal amistosa. Sin saber muy bien por qué, Maniah sintió una gran calma interior.

    — Ya sé que no es fácil, Maniah —le dijo. La aludida ni se dio cuenta de que la volvía a llamar por su nombre de pila—. Pero sé que tú más que otros lo puedes comprender, más que Dinek.

    — Dinek es un presumido —farfulló Maniah—. Habla mucho de su familia, y eso no me gusta… Maestra Jedi, dígame que no es verdad.

    — ¿El qué?

    — Dígame que los Krynda no descienden de Krenia Eyan, por favor.

    Buwasy Kue no respondió.

    — Lo siento, Maniah —dijo al fin. «No…»—. Tengo que llevarme a Krenia.

    — No. No, por favor —suplicó—. No se la lleve, es mi niña, por favor.

    No quería llorar. Y menos delante de aquella intrusa.

    — Maniah —Kue volvió a apoyar una mano en su hombro. Si bien en aquella ocasión volvió a sentirse en paz, no pudo evitar que débiles lágrimas resbalasen por sus mejillas. Por no hablar de los lekku—. Si no lo hacemos podría resultar un peligro.

    Maniah no dijo nada, pero aquella última frase le afectó. ¿Su pequeña, un peligro? ¿Cómo podía ser un peligro? «Si educo a mi niña correctamente, no tiene por qué pasar nada».

    Buwasy Kue suspiró, como si pudiera leerle la mente.

    — Ya has visto los poderes que tiene, ¿no? —Maniah apartó la mirada—. Todos los niños de su edad, los sensibles a la Fuerza quiero decir, tienen esos mismos poderes.

    — Pero…

    Buwasy no le dejó hablar.

    — Ahora pueden resultar divertidos: mover una pequeñita piedra, atraer una pelota… pero imagínate lo que podría pasar después si no se la preparase.

    — Pero… —Buwasy negó con la cabeza—. Pero y si yo…

    — No, Maniah. Piensa que si yo ahora no me llevo a la pequeña Krenia, un día en vez de mí vendrá otra persona, y otro día otra, y otro día otra, hasta que llegue un día en que venga alguien indeseable —«no más que tú»—. Alguien que maneja… el mal.

    Maniah abrió la boca levemente.

    — No dejaré que eso suceda.

    — ¿Y cómo podrás hacerlo, cuando llegue el día que tu propia hija podría sea capaz de golpearte sin tocarte?

    — No, eso nunca. Nunca haría daño a su madre.

    Eso era una locura.

    — No ahora. Pero sin el entrenamiento adecuado… podría acabar usando artes maléficas y no tener ningún remordimiento a la hora de acabar contigo, con tu marido o con tu otra hija.

    Maniah sintió que palidecía. Uno de los pocos gestos parecidos a los humanos, pues por lo general esos gestos eran sustituidos por diversos movimientos de los lekku. Estos últimos se habían quedado completamente tiesos, que era lo que les sucedía a los twi’lek cuando palidecían.

    — Krenia y Miela… —«eso no», se dijo— Miela y Krenia…

    — Tómate el tiempo que necesites, Maniah —la Jedi se puso en pie, con calma—. No me iré hasta que tomes una decisión.

    — Diga lo que diga, te la llevarás igual.



    Miela tenía una pataleta. La niña chillaba intentando que le hicieran caso. Usaba su lengua natal, el twi’leki, pero aún así ni siquiera su madre la acababa de comprender. Pero por una vez, Maniah no hacía nada para hacerla callar.

    Como si se tratase de una mujer cualquiera, una simple invitada, la Jedi Buwasy Kue aplaudía con alegría a la pequeña Krenia, cada vez que ésta atraía de nuevo la pelota, esta vez dentro de casa. Tanto Maniah como su marido observaban y reían junto a la pequeña, mientras Miela miraba apartada en un rincón.

    Y como nadie le había hecho caso, al final la niña empezó a gritar.

    — No hay ninguna duda —exclamó Buwasy Kue, con una amplia sonrisa, ignorando los chillidos de Miela—: la Fuerza está muy presente en la chiquilla.

    — No es para menos —comentó su padre, orgulloso.

    Maniah no dijo nada. En vez de eso, miró a Miela, quien seguía armando un buen escándalo. Pero tampoco dijo nada.

    De repente, se dio cuenta de la verdadera naturaleza de la pataleta. Aunque todo el mundo hiciera caso a Krenia y no a Miela, la mayor siempre estaba feliz. Y que de repente cambiase y empezase a llorar sólo podía tener una explicación. «Sabe que esta mujer va a llevarse a su hermana… Los niños son tan listos…»

    — Ven, Miela —le hizo un ademán—. Ven, Miela. Ven a jugar con tu hermanita —«ven a decirle adiós»—, nos lo estamos pasando muy bien, sólo faltas tú.

    Miela se sorbió los mocos. Seguía llorando, pero ya no gritaba. «Qué lista es», pensó su madre. «Y sin ser sensible a la Fuerza».

    — No debes llorar, pequeña Miela —dijo la Jedi, sin apartar la «vista» de Krenia.

    Había usado el idioma twi’leki. Maniah cruzó la mirada con Dinek. A juzgar por la expresión de su marido, él tampoco se esperaba que la miraluka hablase twi’leki.

    Miela se agarró a la pierna de su madre. A ésta no le importó que le dejase el pantalón repleto de lágrimas y mocos. ¿Cómo iba a importarle, si era su propia hija?

    Mami, no quiero que se vaya.

    Maniah no supo qué decir a su hija. Quería decirle «tranquila, eso no pasará, Krenia no se irá», pero no fue capaz. Porque sabía que, por más que lo negase, la Jedi Buwasy Kue se la llevaría sí o sí.

    Era cuestión de tiempo.

    — No estés triste, pequeña —dijo entonces la Jedi—. Tu hermanita irá a un lugar mejor.

    Maniah parpadeó y Miela rompió a llorar. Dinek se mostró bastante sorprendido ante aquella respuesta, pero no dijo nada. Krenia seguía jugando, ajena.

    «Los Jedi no tienen sentimientos», pensó Maniah. «Y no quiero que Krenia no tenga sentimientos».



    A fuerza de insistir, Dinek consiguió que la Jedi Buwasy Kue accediera finalmente a pasar la noche allí. Un rato después de la cena, Maniah estaba fregando los cacharros cuando escuchó a la Jedi acercarse.

    — ¿Puedo ayudar? —preguntó. Maniah no respondió, simplemente se encogió de hombros. Buwasy Kue se arremangó su traje negro y empezó a enjuagar los platos previamente enjabonados—. ¿Tu marido no te ayuda?

    Maniah resopló.

    — Dinek es un gran hombre para el pueblo, no tiene tiempo para estas cosas —no tenía ganas de mantener una conversación sobre eso, así que cambió de tema—. Lo de antes no estuvo bien.

    Buwasy Kue se tomó unos segundos antes de responder.

    — He oído que es el gobernador de Nabat, ¿no? —«no quiere cambiar de tema». Pese a todo, asintió: su marido, Dinek Krynda, era un político muy cercano a su pueblo, pero sin ambición; por aquel motivo, Dinek jamás salió de Nabat en busca de algo más, pero por aquel mismo motivo, el pueblo de Nabat le elegía legislatura tras legislatura—. Pero eso no quiere decir que no pueda ayudar, los Jedi por ejemplo, nos enseñan a defender a los demás y a luchar por la paz, pero al mismo tiempo nos enseñan limpieza e higiene —Maniah abrió la boca pero no emitió sonido alguno. En realidad tampoco se le ocurría algo qué decir—. Todos los Jedi se arreglan la ropa, limpian, son pulcros, saben cocinar…

    Después de aquello, la Jedi volvió a intervenir, preguntando entonces a qué se refería Maniah con lo de «lo de antes no estuvo bien».

    Antes de responder, Maniah puso los ojos en blanco. «A ver cómo se lo digo para que lo entienda».

    — Ya sé que no tenéis sentimientos —no quería empezar diciendo eso, pero no pudo evitarlo—, pero los demás sí. Y lo que dijo que Krenia irá a un lugar mejor estuvo fuera de lugar.

    — Oh. Vaya, lo siento.

    — Hizo llorar a Miela, Maestra Jedi.

    — No, eso no es verdad —Maniah entornó los ojos—. No es verdad —repitió— y lo sabe.

    «Imposible discutir con esta bruja», pensó. Decidió volver a cambiar de tema.

    — ¿Cómo pueden ustedes… los…?

    — ¿Los miraluka?

    — Sí, eso —se tomó un tiempo para continuar. «Sabe lo que voy a preguntar, espero que no le siente mal»—. ¿Cómo pueden ustedes los miraluka ver si no tienen ojos?

    Buwasy sonrió.

    — La Fuerza nos guía —respondió—. Tú no eres rylothiana, ¿verdad?

    El súbito cambio de tema le pilló a Maniah tan de improviso que no se dio cuenta del agua que le caía por el brazo.

    — ¿Maniah?

    La aludida parpadeó, volviendo en sí. Se secó el brazo y le cedió a Buwasy el último plato.

    — El último —le dijo, la Jedi asintió y, con una sonrisa, lo enjuagó—. No, soy coruscanti. ¿Cómo lo ha sabido? ¿La Fuerza o algo así?

    — No —ambas mujeres se apartaron del fregadero, pero continuaron en la cocina—. Fue por lógica.

    — ¿Lógica?

    La Jedi asintió.

    — Sí. Primero porque ya sabía bien sobre la Fuerza, ya lo había oído, y eso es más probable que sea si se es de un mundo en el que los Jedi son más presentes, como la propia capital. A parte, no tiene acento, acento twi’lek. Acento rylothiano, quiero decir. En realidad tampoco es que tenga mucho acento coruscanti, pero definitivamente no de aquí.

    Maniah tuvo que reconocer que se había quedado bastante sorprendida ante la perorata de su interlocutora. Durante unos instantes, no supo qué decir. Finalmente, recordando su vida en Coruscant, suspiró.

    — Coruscant es mi hogar —suspiró de nuevo—. Vine a Ryloth sólo por Dinek.

    — Tuvo que ser duro.

    Maniah asintió. Lo era. En Coruscant había dejado atrás a su familia, a sus amigos, y también su empleo, un trabajo de recepcionista por el que cobraba muy poco, pero que no hubiera dejado por nada.

    — Lo fue, pero me acostumbré —«será una bruja, pero al menos es cercana… o lo hace ver». De todas formas, necesitaba a alguien con quien hablar, y la Jedi parecía dispuesta a escucharla—. Cuando era pequeña soñaba con ser Jedi porque eran, para mí, unos héroes, con lo que siempre estaba con mis amigos jugando a que éramos Jedi. —Buwasy sonrió, orgullosa—. Conforme fui creciendo, dejé de tenerles… de teneros —se corrigió— como una especie de dioses, pero sí sabía que eráis gente de confianza.

    — ¿Y hoy no?

    Maniah pasó por alto la pregunta.

    — Después me independicé y, desde mi nuevo apartamento se veía el Templo Jedi. Enorme, majestuoso, me gustaba contemplarlo. Cuando me sentía alicaída, triste, bastaba una mirada al Templo para sentirme en paz, para…

    Se calló. Se sentía estúpida.

    — No te sientas mal por ello, Maniah —la aludida arqueó una ceja. «¿Cómo sabe cómo me siento?»—. Es la Fuerza que influye en los demás. Y más si es un lugar que concentra tantos y tantos usuarios de la Fuerza. Lo siento —añadió después—, te he interrumpido. Por favor, continúa.

    — No me has interrumpido —pese a ello, prosiguió—. Llegué a tener un par de novios, mi padre no llegó a conocer el segundo, murió antes.

    «Ah, que tonta. ¿Para qué le digo esto?» Pensó en sus padres, les echaba de menos.

    — Lo siento.

    — Después conocí a Dinek y, bueno, aquí estoy.

    — Vaya. ¿Y qué pasó con tu madre, Maniah?

    — Una grave y larga enfermedad se la llevó un par de semanas antes de mi boda —tragó saliva. Aquél era uno de los peores recuerdos de su vida.

    — Lo siento —repitió la Jedi, como un autómata.

    «Sin sentimientos». Le dio la espalda, dispuesta a regresar con los suyos.

    Pero cuando estaba a punto de cruzar la puerta, la Jedi Buwasy Kue intervino, con voz tranquila.

    — Tu madre se llamaba Miela, ¿verdad? —Maniah se detuvo, pero ni se dio la vuelta ni mucho menos dijo nada. Pensó en su madre y lo unida que había estado a ella—. Y como tuvisteis una niña, fue un bonito homenaje.

    Maniah asintió levemente. Caminó de nuevo, pero la Jedi volvió a intervenir.

    — Los Jedi sentimos la misma emoción que el resto de los civiles, Maniah. No es que seamos droides, es que aprendemos a controlar nuestros sentimientos. Ya sé que lo de antes no estuvo bien, que estuvo fuera de lugar—Maniah, ahora sí, se dio la vuelta y se cruzó de brazos—. Pero tampoco era mentira. Y créeme cuando te digo que sí tengo sentimientos, y que tu hija los tendrá también.

    «Krenia».



    Como la noche anterior, Miela tenía una pataleta. Y en aquella ocasión le dio cuando su madre le dijo, durante el desayuno, que su hermanita se marchaba a Coruscant. Nuevamente, igual que durante la noche anterior, nadie le hacía caso.

    Maniah llevaba en brazos a Krenia, quien observaba con los ojos muy abiertos la nave Jedi que Buwasy Kue había utilizado para viajar hasta Ryloth. Su madre le había puesto un vestidito azul marino (que antes había pertenecido a su hermana), y le puso zapatitos y cintas en los lekku a juego con el mismo. «Océano», se había dicho. También le dio una muñeca, su favorita, para que no se sintiera sola durante el viaje.

    Era duro, pero al final recapacitó: Krenia Krynda tenía que ser una Jedi, era lo mejor. Luego lloraría mucho, lo sabía, y sufriría por ello toda su vida, pero era lo mejor.

    — Bueno, pues ya está todo listo —dijo Buwasy Kue. Alargó los brazos hacia Maniah. Sin decir una palabra, ésta le dio a la pequeña. Al soltarla, sintió una profunda pena—. Estará bien, Maniah, ya lo verás.

    Dinek asintió, orgulloso.

    — Una nueva Maestra Krenia —exclamó.

    Maniah hizo caso omiso a su marido. En vez de eso, se dirigió a Miela.

    — Vamos, deja de llorar, tesoro —por toda respuesta, la niña chilló—. ¿Así le vas a decir adiós? ¿Quieres que tu hermanita te recuerde como una llorona?

    Krenia nunca sabría que tenía una hermana, nunca lo recordaría, pero era mejor decirle aquello a Miela. Ya aprendería con el tiempo que su hermanita la habría olvidado.

    Entre lágrimas, Miela susurró una despedida en twi’leki. Krenia, mucho más alegre, se despidió con la mano.

    — Muchísimas gracias por vuestra hospitalidad.

    — A ti, Maestra Jedi —respondió Dinek—. Ha sido un honor.

    — El honor es mío.

    Maniah puso los ojos en blanco. «Por todas la estrellas…»

    — Cuídese, Maestra Jedi —se inclinó a Krenia—. Cuídate tú también, mi niña.

    Le dio un beso en la mejilla. Por toda respuesta, Krenia se rió.

    Segundos después, la nave se elevó en el aire. Poco a poco, más y más alto, hasta que finalmente se perdió de vista.

    — Adiós…

    - o - o - o -​

    Una vez el ordenador de vuelo calculó las coordenadas correctas para Mon Gazza, Buwasy Kue accionó la palanca que hizo que la nave saltase hacia el hiperespacio.

    El planeta Ryloth se encontraba casi al final del corredor corelliano, una de las más importantes rutas comerciales conocidas hasta ese momento. Eso implicaba que la distancia entre Ryloth y Coruscant era extremadamente larga y tardaría bastante en regresar.

    El viaje de ida lo había realizado en poco más de siete horas sin detenerse, pasando la mayor parte del tiempo meditando. La nave tenía combustible con capacidad para, aproximadamente, diez horas de viaje en total, lo que significaba que no llegaría hasta Coruscant. Fue por aquel motivo que Buwasy Kue indicó al ordenador que calculase las coordenadas para el planeta Mon Gazza, que se encontraba a dos horas de distancia.

    «No sería una mala idea empezar a llevar en la nave a un droide», se dijo. Los pequeños astromecánicos eran ideales para los viajes hiperespaciales: ayudaban a mantener la nave a punto, podían controlar a todo momento el estado de vuelo y, además, eran capaces de calcular las coordenadas muchísimo más rápido que de forma manual. «A ver si esta vez pido uno en el Templo». Siempre se decía lo mismo, pero siempre se acababa olvidando.

    En cuanto al viaje de vuelta, en realidad podría detenerse en el planeta Christopshis, mucho más importante que Mon Gazza, y que además se encontraba entre éste y Ryloth, pero prefería acudir a un lugar más tranquilo, donde poca gente acudiera a ella al verla. «La última vez que me detuve en un planeta importante, tardé tres días en despegar de nuevo», se dijo. No le importaba que la gente pidiera ayuda, es más estaba encantada de ayudar a los civiles, pero no quería perder tiempo cuando llevaba consigo a casi bebés.

    «Tendré que ir a Christophsis en breve, después de todo». Según la información contenida en los holocrones, en Christophsis había contabilizados en ese momento hasta cuatro niños sensibles a la Fuerza, aunque sólo uno de ellos (una niña, en realidad) había alcanzado la edad adecuada. Buwasy iría a buscarla tan pronto como pudiera. «Pero no hoy», suspiró. «Los Krynda me han hecho pasar la noche con ellos, a saber qué me harían los Eldon. No puedo hacer esperar a la pequeña Krenia».

    De modo que se detendría más allá de Christopshis, en Mon Gazza. Allí repostaría y contactaría con el Consejo Jedi, como siempre hacía cada vez que traía un niño nuevo. Además, ¿por qué no? Siempre podía dar un pequeño paseo con la niña, antes de que ésta fuese internada en el Templo.

    Abandonó el puente y se dirigió a la sala principal. Allí percibió nítidamente, como si realmente viera, a la pequeña. Estaba sentada en el suelo, jugando con la muñeca que le había dado su madre. La niña balbuceaba palabras en su lengua materna mientras, entre risas, movía la muñeca. Buwasy Kue no pudo evitar sonreír. ¿Quién podría imaginar que una niña como ésa podría convertirse algún día en una Guardiana de la Paz?

    Pero lo sería, seguro que sí.

    — ¿Puedo unirme a tus juegos, Krenia? —le preguntó en twi’leki, sentándose a su lado.

    La niña se encogió de hombros.

    — Vale —respondió.

    Y así, como si fuera una mujer normal y corriente, Buwasy Kue jugó con la pequeña Krenia Krynda. Era algo que siempre hacía y que nunca dejaría de hacerlo, los pequeños necesitaban eso. Los Jedi controlaban sus sentimientos y no tenían lazos afectivos con nadie, ni siquiera con otros miembros de la Orden, pero Buwasy creía que, al menos, esos pequeños necesitaban a alguien que les sirviera de apoyo, alguien que no fuese sus maestros o sus compañeros de clan.

    Cada vez que mencionaba esas ideas a su antiguo maestro, que era un miembro destacado del Consejo Jedi, éste le pegaba un alarido, pero a ella no le importaba. Además, los niños le encantaban. Eran tiernos e inocentes, y no actuaban movidos por disputas entre especies; ellos sólo jugaban. Hubo una ocasión en la que tuvo que recoger dos niños en Mon Calamari. Uno de ellos era mon calamari y el otro quarren, y ambas familias se detestaban, pero las dos vivían cerca y Buwasy Kue no quería perder el tiempo yendo en días distintos a recogerles. Obviamente, y como esperaba, hubo discusiones y altercados, pero ambos pequeños se pusieron a jugar juntos como si nada, y así Buwasy convenció a las familias para llevarse a los niños.

    «De todas formas, ninguno de ellos superó las pruebas del Iniciado, pero si no me equivoco siguen siendo muy buenos amigos en los Campos Agrícolas de Taanab».

    Siguió jugando con Krenia, hasta que escuchó el sonido que la avisaba de que iba a llegar pronto a su destino.



    Por la irrisoria cantidad de dieciséis créditos, un amable nikto y su equipo de droides llenaron el depósito de la nave. Una vez la nave estuvo nuevamente lista, Buwasy Kue se llevó a Krenia Krynda a dar una vuelta. Sería la última vez que la pequeña vería el mundo exterior, ya que una vez llegasen al Templo no saldría de él hasta que llegase el día de su visita a Ilum. E incluso después de eso, aún tardaría como mínimo otro año más en convertirse en Padawan y, así, empezar a viajar por toda la galaxia.

    Tenía que aprovecharlo.

    El planeta Mon Gazza se dedicaba sobre todo a la explotación e importación de especias, aunque también eran conocidos por su participación en las populares —y peligrosas— carreras de vainas. Por todas partes se veían puestos en lo que se vendían todo tipo de especias, de todos los colores y todos los olores. Buwasy no distinguía realmente los colores, pero sabía cuál era cuál por las distintas energías que éstos emanaban, algo que ni siquiera el gran Maestro Yoda era capaz de percibir. Sólo un miraluka como ella.

    — Oh —decía Krenia cada vez que veía una cosa nueva—. ¡Oh, mira! ¡Mira!

    Buwasy sonrió.

    — Ya lo veo, Krenia, ya lo veo.

    Hacía mucho tiempo que Buwasy Kue no hablaba la lengua de los twi’lek, de modo que era la oportunidad perfecta para practicarla. Durante el paseo, pues, Buwasy habló —con quien le dirigiera la palabra primero— en twi’leki, y no dejó de responder a todas y cada una de las tonterías que la niña que llevaba en brazos decía.

    Tras un largo paseo de casi una hora, Buwasy se detuvo en mitad de una avenida. Se concentró, calculando no sólo dónde estaba, sino también dónde se encontraba su nave. Cuando se relajó descubrió que Krenia Krynda intentaba imitarla.

    — ¿Qué haces, pequeña? —le dijo, con una sonrisa.

    La niña se rió. De repente, se puso seria (todo lo seria que podía ponerse una criatura de tres años) y exclamó:

    — No tienes ojos.

    — Y tú no tienes pelo.

    — Oh —y sujetándose los lekku con ambas manos, se echó a reír—. Hambre —añadió después.

    Buwasy volvió a sonreír, no podía evitarlo.

    — Lo sé —ya hacía rato que lo había notado. Aún faltaba para la hora de comer, pero no pasaba nada si por una vez le permitía a la niña un pequeño capricho—. Y por eso entraremos allí y compraremos unos dulces.

    Krenia asintió.

    — Vale. Pero no sabes dónde es, porque no tienes ojos.

    La pequeña Krenia Krynda se mostró indignada. Buwasy hizo un gran esfuerzo por no reírse otra vez. Era una niña realmente divertida.

    — Entonces llévame tú —la dejó en el suelo. Sintió como la niña parpadeaba, confundida—. ¿O es que no sabes caminar?

    — Sí sé —se irguió, muy digna, y echó a andar—. No tienes ojos —insistió.

    Buwasy Kue se encogió de hombros.

    — Y tú no tienes pelo —repitió, siguiéndola.



    — ¿Y mami?

    Buwasy Kue llevaba horas dudando acerca de cuándo Krenia preguntaría por su madre. O por su padre, o por su hermana, quien sabe. En los casi cuarenta y cinco años que tenía de experiencia como Reclutadora (bastantes más de lo que aparentaba), casi todos los niños aceptaban su destino, y se marchaban felices pese a la tristeza de sus familias. Bajo el punto de vista de Buwasy, era porque los pequeños sentían que la Fuerza (sin saber realmente qué era la Fuerza) les empujaba a seguir ese camino. Y Krenia no había sido una excepción. Buwasy Kue estaba muy orgullosa por ello.

    El problema venía ahora. Si bien la mayoría se mostraba feliz, más de la mitad de aquellos niños que se despedían alegremente después preguntaban por sus familiares y se echaban a llorar al saber que ya no estarían más con ellos. Pasado el tiempo, obvio, les olvidaban, pero siempre quedaba ese primer instante.

    «Tengo que ir con cuidado», se dijo. Nunca se podía saber cómo iba a reaccionar la pequeña. «Que la Fuerza me guie». Suspiró.

    — Ellos no volverán —dijo al fin. La niña dejó en la mesa la tableta de chocolate que estaba comiendo—. Ahora empezarás una nueva vida.

    Krenia Krynda se empezó a masajear con fuerza un lek. Como tenía las manos llenas de chocolate, se puso el lek derecho perdido. «Oh, oh». Buwasy tuvo la sensación de que aquel gesto acompañaría a la pequeña durante mucho tiempo.

    Y, sin previo aviso, la niña rompió a llorar.

    — Oh, vamos, no llores, pequeña, no llores —aquella era la peor parte. Por toda respuesta, Krenia se abrazó a su muñeca, mientras entre sollozos gemía y llamaba a sus padres. Buwasy sintió cómo la gente se les quedaba mirando. Si nadie intervenía debía ser porque todos se habían dado cuenta de que era Jedi—. ¿Quieres volver?

    Krenia asintió e hipó, pero no dejó de llorar. Buwasy se quedó perpleja. «No lo dirá en serio». Solía hacer aquella pregunta a menudo cuando los niños lloraban, y éstos solían responder que no (en opinión de Buwasy, era porque percibían que no). «No sentirá la Fuerza tan bien como me pensaba».

    — ¿Seguro? —preguntó—. Krenia, ¿estás segura de que quieres volver con tu papi y tu mami? ¿Y con tu hermana?

    La niña dejó de llorar. «Eso es, cálmate».

    — ¿Quieres volver? —insistió.

    Sintió como la niña la miraba con sus enormes ojos amarillos, humedecidos por las lágrimas. La escuchó tragar saliva. «Siente la Fuerza en tu interior».

    Tras varios segundos de espera, finalmente la niña asintió levemente.

    — ¿Sí? —preguntó Buwasy—. ¿Sí a volver? —la niña abrió la boca levemente, sorprendida, y entonces negó con la cabeza—. ¿No?

    La pequeña apartó la vista, Buwasy percibió su nerviosismo antes incluso de su gesto: Krenia volvió a masajearse con fuerza un lek, esta vez el izquierdo, con lo que ambos lekku acabaron llenos de chocolate.

    — Entiendo que es sí a continuar —Krenia hipó. Se sorbió los mocos, la miró un segundo y volvió a hipar—. ¿Quieres volver?

    Hizo la pregunta con voz alta y clara. Era una niña muy pequeña, sí, y sabía que podía asustarla con ese tono, pero aún así necesitaba una respuesta.

    — N-no —tartamudeó al fin—. J-jedi —añadió.

    Buwasy sonrió.

    — Eso serás, pequeña —alargó una mano—. Por la Fuerza, mira cómo te has puesto. Por favor, ¿alguno de ustedes sería tan amable de ofrecerme algo con que limpiarle los lekku a esta bonita chiquilla? —preguntó en voz alta. Sintió a Krenia sonreír levemente al escuchar eso de «bonita». De haber tenido ojos, Buwasy le habría guiñado uno.

    — Yo, yo —exclamó la dueña del local, una humana de piel oscura—. Yo misma.

    — Gracias, muy amable —dijo Buwasy. La mujer se inclinó a limpiarle los lekku y las cintas azules. Krenia rió—. Es increíble lo rápido que los niños pasan de un estado a otro, ¿verdad?

    La mujer asintió.

    — Dígamelo a mí, Maestra Jedi —dijo—. Mi hijo y mi sobrina son así. Oh, vaya —dijo después—. Lo siento, Maestra Jedi. Sus lekku —a Buwasy le llamó la atención que la mujer supiera claramente que se decía «lekku». Normalmente, la gente decía «colas». Supuso que debía conocer bien algún twi’lek, por lo que no dijo nada— ahora están perfectos, pero me temo que las cintas habrá que lavarlas.

    — ¿No es suficiente? —preguntó Buwasy.

    — No, lo siento.

    Buwasy se dirigió a Krenia.

    — Oh, vaya qué problema, eh. Eso es por ser tan guarrilla —bromeó.

    Krenia se rió por enésima vez y se quitó las cintas ella sola.

    — Yo soy muy limpia —dijo.

    — ¿Y por eso las tiras al suelo? —preguntó la mujer, recogiéndolas. No la estaba riñendo, aunque lo pareciera.

    — Es una niña muy lista —dijo Buwasy—. Quédese las cintas —la mujer se cruzó de brazos. «Vale, has dicho algo no muy adecuado»—. Ya sé que están sucias —agregó entonces—, lo siento mucho, pero puede quedárselas. Intuyo que conoce a alguien que podría quedárselas.

    La mujer miró las cintas un momento. Luego sonrió.

    — Está bien —dijo al fin—. Mi sobrina es medio twi’lek, supongo que le pueden ir bien. Una vez estén limpias, claro…

    Justo cuando se iba a dar la vuelta, Krenia le tendió la muñeca. La había llevado consigo todo el día, pero en realidad desde que habían llegado a Mon Gazza no le había prestado la más mínima atención (excepto cuando se puso a llorar llamando a sus padres).

    Buwasy tuvo que reconocer, para sí, que aquel gesto le desconcertó. Sabía que tarde o temprano se desharía de ella (o, más bien, le harían deshacerse de ella), pero no tan pronto.

    — La peque quiere que se la quede —sonrió—. Quédesela también, para su sobrina.

    Una vez la mujer regresó a sus quehaceres, Buwasy se inclinó hacia Krenia.

    — Serás una gran Jedi, lo presiento.

    — Je-di —asintió la niña, marcando con fuerza cada sílaba—. Je-di.

    «Sí, Je-di». Se levantó, pagó lo necesario y salió al exterior, dispuesta a seguir el camino de vuelta.

    Krenia Krynda, dando pequeños pasitos, la siguió.



    Una vez de vuelta a la nave, y mientras indicaba al ordenador de vuelo que calculase la ruta más rápida y segura hasta Coruscant (nuevamente, pensó en adquirir un astromecánico), una duda acudió a su mente: ¿era realmente Krenia Krynda una descendiente de Krenia Eyan?

    Dinek Krynda decía que sí, para exasperación de la pobre Maniah, pero Buwasy no las tenía todas consigo. En realidad, el tema ya lo había dejado más que zanjado, pero mientras «veía» como la niña la imitaba en el puente (sin llegar a tocar ningún botón), Buwasy se preguntó si sería cierto lo que Dinek Krynda decía. El hombre hablaba tan convencido, y decía tantas cosas, que incluso Buwasy Kue había llegado a dudar.

    Negó con la cabeza. «Qué tontería». Accionó la palanca y, una vez dentro del hiperespacio, se inclinó hacia Krenia.

    — ¿Qué quieres hacer?

    No tenía dudas de la respuesta.

    — Jugar.

    Buwasy sonrió. «Pero, ¿y si lo es?», se preguntó después.

    Siguió a la niña por la nave. Krenia correteaba por todas partes, Buwasy no tuvo que hacer gran cosa, sólo «mirar». Aquello hizo que siguiera pensando.

    Era una tontería, pero Dinek Krynda parecía tan convencido… Todo lo que sabía de Krenia Eyan es que había sido una Jedi twi’lek que había vivido en la era de la Antigua República, en la época en la que los Jedi tuvieron que trasladarse a Tython, durante la Guerra Fría. Según los archivos contenidos en la biblioteca del Templo Jedi en Coruscant, Krenia Eyan, una experta sanadora, perfeccionó una técnica muy peligrosa con la que, literalmente, curar el mal.

    Acompañada nada más y nada menos que por un trandoshano, la Maestra Eyan peleó contra las fuerzas del Imperio Sith igual que cualquier otro Jedi de su época, hasta que los Sith fueron vencidos. Tuvo varios Padawan a lo largo de su vida y en algún momento formó parte del Consejo Jedi. Hasta ahí todo normal, pero había una cosa que le inquietaba, y que podría haber hecho pensar que era cierto lo que decía Dinek Krynda: Krenia Eyan había tenido un hijo.

    Nabat Eyan, al igual que su madre, fue Caballero Jedi y, como ella, con el paso de los años terminó formando parte del Consejo Jedi. De hecho, según los archivos, llegaron a coincidir varios años, hasta que la Maestra Eyan fue asesinada por un acólito de los que aún quedaban por la galaxia.

    «Y Dinek Krynda sabía todo eso», pensó. Habían hablado durante la cena. «Es más, dijo orgulloso que su pueblo se llamaba Nabat por él, porque él lo fundó». Se llevó una mano al mentón. No se dio cuenta de que Krenia la miraba. «Pero se supone que el supuesto linaje Eyan desapareció, porque el Maestro Eyan no tuvo descendencia. Pero… ¿y si en realidad sí tuvo? ¿Sería verdad lo que decía Dinek?»

    — Je-di, ¡Je-di!

    Buwasy Kue volvió en sí.

    — Je-di, ¡Je-di! —se copió, usando el mismo tono infantil de la niña. Ésta rió—. Juega un poco tú, tengo que meditar.

    No esperó respuesta. Esa vez no tenía tiempo.

    Meditar era la única forma de encontrar la respuesta.



    El holograma del Maestro Eeth Koth de vez en cuando se distorsionaba. Era lo que habitualmente sucedía cuando se viajaba por el hiperespacio, ya que la señal no acababa de llegar correctamente. Eso, y lo mucho que faltaba por mejorar la red holográfica.

    Tras mucho tiempo meditando, Buwasy Kue llegó a la conclusión de que lo mejor era contactar con el Consejo Jedi y, aparte de reportar que llegaba finalmente con Krenia Krynda, quería preguntar sobre las cosas que el padre de la niña le había explicado. Al igual que ella horas antes, el Maestro se llevó la mano al mentón, con expresión seria.

    — No es muy normal, no —murmuró—. ¿Estás segura?

    — Sí, Maestro —Buwasy asintió—. Totalmente. ¿Sería cierto?

    — No lo sé —admitió Eeth Koth—. La era de la Antigua República fue una época confusa, muchos más Jedi de los esperados se dejaron llevar.

    — Cierto, Maestro. Como Krenia Eyan.

    —Sí.

    — Pero no Nabat Eyan.

    — Que sepamos.

    Buwasy Kue se mordió un labio.

    — ¿Todo bien, Maestra Kue?

    Buwasy se irguió. Debía mostrarse serena, sobretodo delante de un miembro del Consejo.

    — Sí, Maestro —respondió—. Es sólo que me estaba preguntando… ¿cómo podría ser entonces?

    Eeth Koth, al otro lado, se encogió de hombros.

    — No es algo que deba preocuparnos. Si Nabat Eyan tuvo descendencia o no, no es algo que hoy día deba preocuparnos. Y si esa pequeña que llevas contigo es su descendiente, tampoco debería preocuparnos.

    — Sí, Maestro.

    — Pero si estás más tranquila, trasladaré tus inquietudes al Maestro Yoda —Buwasy sonrió al escuchar aquello—. Bueno, y entonces —cambió de tema—, ¿qué te ha retenido esta vez?

    Buwasy Kue volvió a sonreír. De sobras era conocida su «afición» a pasar fuera más tiempo del habitual cuando iba a por los niños. Acto y seguido, le explicó absolutamente todo, desde que aterrizó en Ryloth, hasta que despegó de Mon Gazza.

    El Maestro Eeth Koth escuchó todo con atención, sin decir nada. Finalmente, cuando Buwasy dijo «y entonces introduje las coordenadas para Coruscant», la interrumpió:

    — Todo en orden.

    — Sí, Maestro.

    En realidad no, pues seguía pensando acerca del «misterio» Eyan/Krynda, pero como el Maestro Koth le restó importancia (y, además, hablaría con el Maestro Yoda), no dijo nada.



    El resto del viaje transcurrió sin incidentes y, muy pronto, la nave aterrizó en el hangar del Templo Jedi, en Coruscant. Cuando salió de la nave, llevando a Krenia en brazos, se sorprendió al ver que venían a recibirla, ya que no era lo habitual.

    Los maestros Windu, Yoda y Koth la estaban esperando. Sin duda, el Maestro Eeth Koth había hablado con sus otros dos compañeros, tal y como le dijo que haría. A Buwasy Kue le habría gustado ver también a su antiguo maestro, pero no fue posible.

    — Bienvenida de nuevo, Maestra Kue —saludó Mace Windu. Por toda respuesta, Buwasy se inclinó. Krenia la imitó—. Vaya, vaya —añadió entonces—. Ésta debe ser Krenia Krynda.

    — Sí, Maestro. ¿Podemos hablar?

    El Maestro Windu se inclinó hacia Yoda, como esperando que dijera algo, pero como éste no intervino, Mace Windu volvió a mirarla a ella.

    — El Maestro Koth nos estuvo contando —hizo un ademán hacia el zabrak, quien asintió—. ¿Esta niña desciende de los Maestros Krenia y Nabat Eyan?

    — Tal vez.

    — ¿Tal vez? —Mace Windu arqueó una ceja.

    — Bueno, quiero decir…

    — A dentro, vayamos —intervino el Maestro Yoda—. Y con calma, hablemos.

    — Sí, Maestro.

    Una vez dentro, Buwasy Kue le dio la niña a una Padawan que pasaba cerca, dándole la orden de vestirla adecuadamente. Después, siguió a los Maestros hasta las habitaciones del Maestro Yoda.

    Los cuatro juntos meditarían durante largo tiempo, despejando sus mentes de todas las posibles dudas.

    «Sí, supongo que sí», admitió al fin, para sí. «Dinek Krynda debe tener razón». Pero tal y como había dicho horas antes Eeth Koth, no era algo preocupante.

    De todas formas, Buwasy Kue decidió no contarle a Krenia Krynda lo que sabía. Ya llegaría el momento.

    Ahora era el momento de que esa pequeña de tres años creciera y se convirtiera en Jedi.
     
    Última edición por un moderador: 14 Agosto 2014
  2.  
    warrior

    warrior Entusiasta

    Géminis
    Miembro desde:
    18 Junio 2014
    Mensajes:
    53
    Pluma de
    Escritor
    quien es krenia krynda no la recuerdo de la serie
     
  3.  
    eriha

    eriha Entusiasta

    Virgo
    Miembro desde:
    3 Diciembre 2011
    Mensajes:
    121
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Krenia krynda [the clone wars]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    7287
    Bueno, una semana después, vengo a compartir el segundo capítulo. Ahora mismo tengo un bloqueo monumental... pero como eso me está pasando escribiendo el décimo capítulo, por ahora no hay problema aquí :)

    Antes de nada, y tal como dije que haría, dejo mi respuesta a @warrior en spoiler:

    Muchas gracias por tu comentario. Ahora sobre quién es, bueno ya lo dije al principio del tema, no sé si lo viste... es un personaje original.

    Ahora sí, vamos con el capítulo segundo. Gracias por leer.

    «Me gustaría dar la bienvenida a todos
    nuestros nuevos estudiantes en la Academia Jedi.
    Aquí seréis entrenados en los caminos de la Fuerza.
    Aprenderéis a defenderos con un sable de luz.
    También estudiaréis diplomacia, historia y más».
    Luke Skywalker, Jedi Knight: Jedi Academy
    2. Creciendo

    La piedra solar empezó a brillar con gran intensidad. Pronto, ninguno de los niños permaneció dormido por más tiempo. A su derecha, oyó a Cara Vorz gruñir en mirialano.

    — Ah, cállate ya, Cara —protestó otra niña, Liura Karsi, también mirialana. Liura, al contrario que su paisana, usó la lengua básica—. Cada mañana lo mismo.

    De mala gana, Krenia Krynda abrió los ojos y se incorporó. «Arg», se dijo al mismo tiempo que se frotaba el brazo izquierdo: debió tenerlo en una mala postura durante la noche, pues ahora lo tenía completamente dormido y no podía moverlo.

    Al verla, el togruta Dagrasi Takta se partió de risa.

    — ¡Jo! ¡No te rías!

    Por toda respuesta, el muchacho se encogió de hombros y procedió, como los demás, a recoger su estera y a ponerse una túnica limpia. Krenia Krynda le imitó al instante. Excepto Cara Vorz, los niños que pertenecían a especies con tradiciones de cubrirse la cabeza se las taparon, incluso una niña llamada Fen Comata, que era mitad pantorana y mitad tholothiana. Tanto Krenia como otra niña twi’lek llamada Ged’ir Selle se pusieron un protector propio de su especie; el de Ged’ir incluía varias tiras alrededor de sus lekku azules.

    Habían pasado ya cuatro años desde que Buwasy Kue la llevó al Templo Jedi desde su Ryloth natal y, desde entonces, Krenia Krynda no había hecho más que aprender. «Si eres Bergruufta, eres leal», fue una de las primeras cosas que aprendió. Al poco de llegar había sido asignada a ese clan. «Tu corazón te mostrará el camino cuando no puedas ver más que sombras».

    Krenia, como todos los demás niños de la habitación, ahora tenía siete años y en lo único que pensaba era en ser algún día una grandísima Jedi. No recordaba absolutamente nada de su vida en Nabat, ni siquiera el simple hecho de ser de ese pueblo. No sabía quiénes eran sus padres, no se acordaba de que tenía una hermana mayor y, por supuesto, desconocía totalmente que descendía de una Jedi de la Antigua República.

    Los miembros de los diferentes clanes iniciados siempre estaban juntos, desde el amanecer hasta el anochecer. Comían juntos, dormían juntos, aprendían juntos… Todo lo hacían juntos. Para Krenia Krynda, aquellos diecinueve niños que formaban junto a ella el clan Bergruufta eran como sus hermanos, con sus cosas buenas y sus cosas malas.

    Mientras se dirigían a desayunar vieron a un par de Padawan practicando con sus sables, azules ambos, mientras sus maestros les observaban. Krenia sintió una gran envidia. ¡Cómo deseaba ella también tener su propio sable láser para así vencer a los malos!

    — ¡Vamos, Krenia! —le arengó Sleestiu Ondo-ta, en su lengua natal, desde el fondo del pasillo. Sleestiu era ithoriana y, por eso, no podía hablar un idioma distinto al suyo propio, por mucho que entendiera a los demás—. ¡Si te quedas allí llegarás tarde!

    — Oh —exclamó la niña, dándose cuenta de que se había quedado embobada mirando a los Padawan—. Sí, sí, ¡ya voy!

    Corrió para alcanzar a sus compañeros. Un miembro del Consejo Jedi (según Krenia debía serlo, porque Buwasy Kue le trataba siempre con mucho respeto) la vio y le recriminó que lo hiciera.

    — ¡Perdón, Maestro! —gritó, asustada, y alcanzó a sus compañeros—. Qué miedo —añadió después.

    No sabía quién era, pero ese Jedi tan alto, con esa cabeza tan rara, esa máscara y sobretodo esa horrible voz metálica le dio pánico. Los kel dor le daban mucho miedo.

    — Cobarde —se burló la humana Brial Delpin. Pero Krenia sabía que se estaba haciendo la fuerte, porque sabía que ella también le tenía miedo.



    Entre otras muchas cosas, un Iniciado Jedi estaba obligado a practicar cinco veces al día la meditación. Por ese motivo, los niños del clan Bergruufta acudieron inmediatamente a una de las salas de relajación nada más desayunar, sin que nadie les dijese nada.

    Al principio, el maestro Tera Sinube, que era quien se ocupaba de ellos, siempre tenía que regañar a alguno de los niños —en alguna ocasión, a la propia Krenia— por no cumplir el régimen meditativo; ahora, con siete años, aquello ya no era necesario… Normalmente.

    Una hora después de la meditación, el propio maestro Sinube fue a buscarles.

    — Hala —exclamó Groliax Perrivel, un anx muy alto para su edad—, ¿cómo supo en qué sala estábamos, Maestro?

    Krenia, como los demás, asintió. Estaba intrigada.

    — Por la Fuerza, Groliax.

    — ¡Ah! —los niños estaban muy sorprendidos.

    — Yo quiero sentir eso —murmuró Dagrasi Takta.

    — Tonto, tú ya la sientes —le dijo Ged’ir.

    — Eso —añadió Sleestiu—, sino no estarías aquí.

    — Pues no la siento.

    Krenia vio al maestro Sinube sonreír.

    — Claro que la sientes —dijo—, sólo que aún no te has dado cuenta.

    Sin más, el maestro Sinube les indicó que le siguieran. Ellos nunca sabían dónde practicarían ese día, por lo que siempre tenían que esperar a su maestro. Éste decía que, algún día, ellos mismos sabrían a dónde acudir. Krenia lo dudaba.

    Cuando pasaron junto a la maestra Buwasy Kue, varios niños —incluida Krenia— la saludaron con la mano. La miraluka pasaba mucho el tiempo con los niños a los que había traído al Templo, y éstos la adoraban como si fuese su madre.

    — Cuidado esos sentimientos, Iniciados —les sermoneó el maestro Sinube, sin ni siquiera girar la cabeza—. ¿Qué os he dicho de los sentimientos? —hizo una pausa— ¿Shofilan?

    A veces, de improviso, el maestro Sinube hacía preguntas aleatorias y elegía a uno de ellos al azar para responderlas.

    — Los lazos están prohibidos, maestro Sinube —respondió de inmediato Shofilan Tes, un kiffar que, hasta donde Krenia sabía, no había llegado al Templo de la mano de Buwasy Kue.

    — ¿Y por qué están prohibidos, Cara?

    — Porque conducen al lado oscuro.

    Tera Sinube asintió.

    — ¿Y qué es el lado oscuro, Ellus?

    Ellus Rago, una devaroniana que en ese momento caminaba junto a Krenia, se irguió.

    — El lado oscuro…

    — Sí, el lado oscuro.

    Ellus miró a Krenia. Ésta se encogió de hombros, tampoco sabía qué decir.

    — Esto… —hizo una pausa. «El maestro Sinube se impacienta», pensó Krenia— Lo sé, lo sé. Es…

    — Demasiado tarde —Ellus gimió—. A tu lado —Krenia tragó saliva. «A su otro lado, a su otro lado…»— ¿Qué es el lado oscuro, Krenia?

    La aludida agachó la cabeza. Sus lekku temblaron en señal de pena.

    — Lo siento, Maestro —fue lo único que dijo. Por el rabillo del ojo vio que Ged’ir Selle la miraba. No dijo nada, pero sus lekku se movieron en una clara señal de compasión. Krenia y Ged’ir se llevaban bastante bien gracias, precisamente, a esa comunicación no verbal que ambas compartían.

    Tera Sinube negó con la cabeza.

    — ¿Alguien me puede decir qué es el lado oscuro?

    — Yo, yo —exclamó al instante un niño llamado Leesan Krim. Era el mejor del clan y, obviamente, sabía la respuesta. Los demás a veces le llamaban «Xuz», intelectual (aunque ellos lo usaban más como sinónimo de listillo) en rodiano, su lengua materna, a pesar de que la mayoría, como Krenia, no entendían ese idioma.

    El maestro Sinube le ignoró.

    — Dime qué es el lado oscuro, Dolom.

    El arcona Dolom Iz dio idéntica respuesta que Krenia, «lo siento, Maestro». Leesan gimió.

    Al final, harto de no obtener una contestación, se detuvo, miró a los niños y allí, en mitad del pasillo, les dijo:

    — Al lado oscuro iréis todos por no saber la respuesta.

    Krenia vio a una Padawan reírse. Aquello le molestó, pero sonrió cuando vio como el maestro de la chica le recriminaba.

    — Pero yo la sé —gimió Leesan—. Yo no iré al lado oscuro porqué sé la respuesta.

    El maestro Sinube suspiró.

    — Ya sé que la sabes, Leesan, tú siempre lo sabes —éste sonrió—. Pero no puedo dejar que seas tú quien siempre responda —miró a todos. Krenia tragó saliva—. Os lo he dicho muchas veces: el lado oscuro es el uso de la Fuerza a través de las pasiones —se detuvo en Cara Vorz, quien había dado la respuesta de la prohibición—. ¿De verdad sabes por qué los sentimientos, los lazos afectivos, están prohibidos?

    Cara Vorz asintió. Tera Sinube negó con la cabeza.

    — Definición de droide —murmuró—. No quiero definiciones de droide, ¿entendido?

    Hablaba con un tono muy tranquilo y suave, pero los Bergruufta lo tomaron como si les estuviera gritando.

    — ¡Sí, Maestro! —gritaron todos.

    — Eso espero —volvió a darles la espalda, pero no caminó—. Ya hemos llegado —añadió—. Hoy aprenderéis aquí.

    La sala era amplia y muy bien iluminada, con un proyector en el centro. Desde los grandes ventanales se veían los coches voladores yendo de un lado a otro. Krenia se imaginó subida en uno de ellos, ¡debía ser tan divertido!

    El maestro Sinube la sacó de sus pensamientos, al hacerle apagar las luces. A Cara y a Dagrasi les tocó bajar las persianas.

    — Bien, venid aquí, Iniciados —hizo un ademán—. Poneos alrededor del proyector.

    Krenia, como los demás, obedeció. Una vez todos los niños se posicionaron, el maestro Sinube puso algo sobre el proyector y después lo encendió.

    Inmediatamente, cientos de puntitos se iluminaron por toda la sala, correspondientes a los planetas y a sus estrellas.

    — Bof, astronomía —farfulló Tozan Tirch, un nikto al que le aburría mucho todos los estudios ajenos al uso de la Fuerza y demás—. Qué aburrido.

    — ¡Calla! ¡No es aburrido! —protestó Leesan Krim.

    Tozan resopló. Antes de que pudiera decir nada más, Tera Sinube intervino:

    — Aprender astronomía es tan importante como saber controlar la Fuerza. A ver —añadió después—, ¿quién me puede decir qué planeta es éste?

    Señaló un punto cualquiera. Krenia se emocionó.

    — ¡Es Ryloth, es Ryloth! —exclamó encantada—. ¿A qué sí, a qué sí?

    Tera Sinube asintió, con una sonrisa.

    — Exacto.

    — Qué bonito —de repente, a Krenia le entraron unas ganas inmensas de conocer su planeta de origen.

    — ¿Qué va a ser eso bonito? —preguntó Tozan— ¡Sólo es un puntito feo!

    Krenia arrugó el entrecejo. Sus lekku vibraron.

    — No es feo, es un planeta muy bonito.

    — ¿Y cómo lo sabes, eh?

    Sus lekku volvieron a vibrar.

    — Lo sé y punto.

    — Basta, Iniciados, basta —dijo con calma el maestro Sinube. Sin duda, el maestro Tera Sinube tenía mucha paciencia.

    Aún así, les dejó que siguieran hablando.

    — Yo creo que no soy de Ryloth —dijo después Ged’ir Selle.

    — Oh —exclamó Krenia.

    — No sé, eh.

    — Anda que no saberlo —se rió Liura Karsi—. Pues yo si sé que no soy de Mirial —empezó a mirar los puntitos, inquieta. Luego se dirigió al maestro Sinube—. ¿Dónde está Ord Mantell, maestro?

    — Dímelo tú, Liura.

    La niña dudó.

    — ¿Aquí? No, no, espera —señaló otro punto—. ¡Aquí! ¡Sí, aquí!

    — Tonta, eso no es Ord Mantell —le dijo Brial Delpin—Es Shili.

    — ¡No, es Ord Mantell, seguro!

    Sleestiu Ondo-ta les dijo que eso era Ithor. Leesan Krim protestó.

    — No es Ithor, Ithor está más arriba —dijo—. Ord Mantell es lo primero que señalaste, Liura.

    — Calla, «Xuz».

    El maestro Sinube se echó a reír.

    — Aún os falta mucho por aprender. Ese «puntito» no es ni Ord Mantell, ni Ithor, ni Shili. Es Coruscant.

    Los niños parpadearon.

    — Ya lo sabía —intervino Leesan inmediatamente.

    — A ver, ¿y dónde está Ord Mantell, «Xuz»? —le preguntó Dagrasi Takta, riendo.

    Tera Sinube respondió por Leesan Krim, dirigiéndose a Liura Karsi.

    — Es el primer punto que señalaste, Liura.

    — Oh —la niña miró a Leesan. El chiquillo sonrió con autosuficiencia—. Tonto.

    Tras unos cuantos minutos más, en el que los niños se dedicaron a buscar sus propios planetas de origen, el maestro Sinube les llamó la atención.

    — Hoy vamos a aprender dos de las rutas comerciales más conocidas —les explicó—. Dos rutas que, probablemente, recorreréis bastante a menudo cuando seáis Caballeros Jedi.

    — ¡Oh! —exclamaron todos.

    — Este planeta —volvió a señalar Ryloth—, como Krenia bien apuntó —la niña sonrió—, es Ryloth, y se encuentra casi al final de una de esas dos rutas. ¿Alguien me puede decir qué ruta es?

    — El corredor corelliano —respondió de inmediato Leesan.

    — Exacto, Leesan —señaló otro punto—. ¿Y este planeta, me sabe decir alguien cuál es? No, Leesan, no lo digas.

    Leesan Krim se cruzó de brazos. «Sí, calla», pensó Krenia. De todas formas, desconocía la respuesta, así que no dijo nada.

    — ¿Troiken? —dijo al fin Frumi Kaigguth, sullustana, con la duda perceptible en el rostro.

    Krenia se fijó en que Leesan asentía.

    — ¡Muy bien, Frumi! —la felicitó el maestro Sinube—. ¿Sabe alguien qué pasó en Troiken hace más o menos cuatro años?

    Krenia, como otros, asintió. Lo sabía porque Buwasy Kue se lo había explicado: cuatro años atrás, cuando la miraluka la llevó al Templo Jedi, se desató un conflicto conocido como la Guerra Hiperespacial Stark. Krenia no sabía realmente qué había sucedido, sólo que un tipo llamado Stark hizo algo malo y que, durante esa batalla, se murió el antiguo maestro de Buwasy Kue.

    — Que uno la lió —dijo Tozan. Su cara mostraba aburrimiento—. Un tal Stark, ¿no?

    — Iaco Stark —respondió el maestro Sinube, antes de que Leesan dijese nada—. Me alegra ver que sabéis al menos un poquito de historia… de historia reciente, al menos. En fin —negó con la cabeza—, de eso hablaremos en historia otro día. Hoy tocan las rutas. A ver —señaló nuevamente el punto correspondiente a Troiken—, ¿quién me puede decir qué ruta es ésta?

    Nadie supo la respuesta. Nadie, excepto Leesan Krim, claro está.

    — La ruta de comercio parlemiana —respondió el rodiano.

    El maestro Sinube asintió.

    — Como siempre, muy bien Leesan.

    Después de aquello, les enseñó todos los planetas que seguían ambas rutas, aunque sólo les hizo aprenderse de memoria tres de cada: Taanab, Felucia y el propio Troiken para la ruta de comercio parlemiana; y Corellia, Christopshis y Ryloth en el caso del corredor corelliano. Después, les explicó acerca de los tiempos en los que se podía tardar en cada ruta, pero no especificó nada. Krenia se preguntó cuánto tiempo se podía tardar desde Coruscant hasta Ryloth.

    Finalmente, y para terminar la sesión astronómica, el maestro Sinube les indicó los límites de cada región y les obligó a aprenderse sus nombres, aunque aún no supieran nada más.

    — Recordad —les dijo—: el núcleo profundo, el núcleo, el borde interior, la región de expansión y el borde medio.

    Krenia arrugó el entrecejo. Ryloth no se encontraba en ninguna de esas regiones.

    — Saleucami está fuera —se quejó Brial Delpin.

    Krenia asintió con fuerza.

    — Y Ryloth.

    — Lo sé, es…

    Una niña llamada Addath Eldon le interrumpió:

    — Y Christopshis también está fuera.

    — ¡Y Sullust!

    — ¡Basta! —el maestro Sinube suspiró—. Algún día colmaréis mi paciencia —musitó—. Más adelante os lo explicaré.

    Después de eso, les obligó a sentarse en el suelo para empezar con la segunda sesión meditativa del día.



    Krenia Krynda abrió los ojos lentamente. La sala estaba completamente a oscuras, pues el maestro Sinube había apagado el proyector. Parpadeó unos segundos, hasta que sus ojos se acostumbraron a la falta de luz. De todas formas, se veía un poquito, con lo que vio a los demás con los ojos cerrados.

    «Me aburro», pensó. Hacía nada que habían estado meditando durante una hora, no tenía ganas de volver a meditar.

    — Medita, Tyn —oyó al maestro Sinube susurrar. Tyn-Pehd Nossee era una weequay a la que casi siempre llamaban la atención a las horas de meditar. ¡Incluso alguna vez se había dormido! Temiendo que le dijera algo a ella también, cerró los ojos con fuerza—. No disimules —escuchó al maestro Sinube al oído—. A meditar, Krenia.

    La niña asintió. Pero no meditó, se aburría.

    «Después no haremos nada», pensó. Normalmente, tras la segunda sesión el maestro Sinube les dejaba descansar un rato. «Buscaré a la maestra Buwasy».

    — Concentración, niños —escuchó—. Vaciad la mente, sentid la Fuerza en vuestro interior —«¿Dagrasi la sentirá?», sonrió ella sola al recordarlo—. Estad en paz…

    Krenia hizo un gran esfuerzo por no bostezar. Gelsala Rey, una niña que, como Dagrasi, era togruta, se inclinó hacia ella.

    — Como te pille el maestro se te caen los lekku —murmuró.

    — Y a ti también —respondió Krenia en el mismo tono.

    — Los lekku no sé, pero una buena reprimenda sí que os va a caer —las niñas dieron un brinco: el maestro Sinube, sin que ellas se dieran cuenta, se había puesto junto a ellas. Hablaba en un susurro casi imperceptible—. Si no meditáis nunca sentiréis la Fuerza en vuestro interior.

    — Pero, Maestro…

    Tera Sinube chistó.

    — Silencio, Krenia.

    — Es que, Maestro…

    — No, Gelsala. Silencio, niñas. Sólo así, sólo… —resopló—. No puedo creerlo. ¡Tyn-Pehd! ¡Despierta, niña!

    El resto de los niños abrieron los ojos. Todos, sin excepción, se partieron de risa a costa de Tyn-Pehd. La weequay se había quedado dormida… ¡otra vez!

    — No, yo no… ¡maestro! Lo siento…

    Krenia dejó de reírse inmediatamente. Tyn-Pehd parecía a punto de echarse a llorar.

    — Yo…

    — Tú nada.

    Krenia le pegó un codazo a Gelsala, que aún reía. La togruta se calló de golpe.

    Pronto, las risas fueron poco a poco cesando. Al final, sólo Dagrasi se reía. Krenia estaba segura de que no lo hacía con mala intención, pero la verdad es que aquello no le dejó en buen lugar.

    Tera Sinube suspiró profundamente cuando Takta se calló.

    — Sois los peores alumnos que he tenido nunca —murmuró. Krenia se sintió mal—. Se acabó la sesión meditativa —los niños se pusieron en pie—. Podéis hacer lo que queráis. No, tú no —hizo detenerse a Tyn-Pehd—. Tenemos que hablar.

    Tyn-Pehd tragó saliva. Si Leesan Krim era, con diferencia, el mejor Bergruufta, Tyn-Pehd Nossee era, también con diferencia, la peor de todo el clan.

    Krenia, obviamente, no podía hacer nada, así que siguió a sus compañeros fuera de la sala. «Al menos se acabó la aburrida meditación», pensó.

    Una vez en el exterior, Gelsala exclamó:

    — ¡Oh, pobre Tyn!

    Los demás asintieron. Excepto Leesan, quien negó con la cabeza.

    — Tyn nunca será Jedi —dijo. Antes de que nadie replicase, continuó—. ¿No la habéis visto? Por poco y se pone a llorar, por no hablar del poco caso que hace y lo mucho que se duerme.

    — No digas eso —la defendió Liura—. Es sólo que le cuesta…

    Krenia no dijo nada, pero tuvo que reconocer que Leesan tenía razón. A Tyn, como la llamaban más a menudo sus compañeros, le costaba las cosas, no se las aprendía, se dormía en las sesiones meditativas… Krenia a veces se preguntaba si Tyn-Pehd era de verdad sensible a la Fuerza. «Podría preguntarle a la maestra Buwasy», se dijo. Buwasy Kue había traído a Tyn-Pehd Nossee desde su Sriluur natal, por lo que seguramente la debía tratar como a Krenia.

    Así que, como los demás quisieron salir a los grandes patios exteriores, para descansar un poco al aire libre (y, de paso, soñar un poquito más con subirse a los coches voladores), Krenia se marchó sola en busca de Buwasy Kue.



    Un Padawan iktotchi, a quien Krenia conocía de vista por haber llegado al Templo de la mano de Buwasy Kue, le ayudó a encontrar el camino para localizar a la maestra.

    — Gracias, Sarfee —le dijo. No estaba muy segura de que aquél fuese el nombre del Padawan, le parecía haberlo oído alguna vez.

    — De nada, pequeña Iniciada —dijo éste—. Es Sanfee, por cierto.

    Krenia, sintiendo cómo sus lekku vibraban con insistencia debido a la vergüenza, se disculpó tan exageradamente, que el Padawan Sanfee no pudo evitar reírse. Después, se marchó por el lado contrario y muy pronto Krenia le perdió de vista.

    La maestra Buwasy Kue se encontraba junto a las escalinatas que conducían a los pisos superiores de la aguja central, allí donde se reunía habitualmente el Consejo Jedi. Al acercarse, Krenia palideció y sus lekku se tensaron: Buwasy Kue estaba charlando tranquilamente con otro Jedi, ¡y ése era el kel dor que por la mañana le había increpado!

    «No, qué miedo», pensó. Se dio la vuelta inmediatamente.

    — Oh, ¡Krenia! —la aludida dio un brinco cuando Buwasy Kue la llamó. La niña se detuvo y se giró—. ¿Qué haces aquí?

    Sonrió con timidez. Saludó a Buwasy con la mano, pero cuando vio que el kel dor también se acercaba, volvió a palidecer.

    — Oh, Krenia, ¿estás bien? —le preguntó Buwasy, sin duda creyendo que la palidez se debía a que estaba enferma.

    — Eh… S-sí —tartamudeó la chiquilla—. Tengo que irme, ¡hasta luego!

    No pensaba quedarse ni un segundo más ahí.

    Al girar la esquina, oyó a una niña riéndose a carcajadas.

    — ¿De qué te ríes? —preguntó Krenia, aunque ya sabía la respuesta.

    — De ti, tonta —respondió la otra niña, una rodiana de su misma edad—. Vaya niña más tonta, que le tiene miedo a la maestra Buwasy y al maestro Koon.

    Los lekku de Krenia temblaron. La propia Krenia apretó los dientes.

    — Tú sí que eres tonta, ahí quieta como tonta.

    La rodiana se irguió, molesta.

    — Mira, niñata —le espetó—, si estoy aquí quieta es porque estaba esperando a la maestra, ¿vale?

    Krenia no se dejó intimidar.

    — Mira, niñata —repitió. No le gustaba usar aquellas palabras, pero las utilizó porque no pensaba ser menos que la fea (según ella) verde—, conmigo no te metas porque te arrepentirás.

    La otra niña resopló.

    — ¿En serio? —se burló—. ¿Y qué me puede hacer una cobarde como tú?

    — ¡La cobarde serás tú, que ni siquiera lo reconoces!

    Las mejillas de la otra niña se tiñeron de un verde mucho más oscuro. Gracias a Leesan Krim sabía que aquella era la forma en la que un rodiano mostraba su vergüenza.

    — ¡No soy cobarde! —gritó— ¡Sólo espero a que termine!

    — Ya, seguro.

    Las dos niñas se miraron fijamente, parecían saltar chispas de sus ojos.

    — Bueno —dijo la rodiana finalmente, apartando la mirada—, entonces les interrumpiré.

    Y Krenia vio como la chiquilla avanzó como si nada hasta Buwasy Kue y el kel dor al que había llamado Koon. «Tonta», pensó. «¿Quién se cree que es? Y encima tratando a la maestra Buwasy con tantas confianzas, debería llamarla Kue». No se le ocurrió pensar que quizá esa niña también había llegado al Templo Jedi gracias a la miraluka.

    Krenia se mordió el labio, sin apartar la vista. La rodiana, cuando llegó a la altura de los otros dos Jedi, hizo una profunda reverencia. Vio a Buwasy sonreír («oh, no») y hacer un ademán a la chiquilla mientras comentaba algo con el altísimo kel dor. La máscara de este último se movió, debía estar hablando. Krenia sintió un escalofrío.

    Nada comparable a cuando vio a Buwasy inclinarse hacia la rodiana. Después, ambas la miraron directamente a ella. Krenia tragó saliva, pero se irguió en cuanto vio a la niña correr hacia ella.

    — ¿Qué? —le espetó en cuanto llegó a su altura.

    — Qué borde —farfulló la rodiana.

    — Borde tú —la rodiana entornó los ojos—. ¿Qué quieres?

    — La maestra Buwasy quiere que te acerques —respondió de mala gana—. Yo ya le he dicho que no hace falta, porque eres una cobarde y…

    — ¿Qué tú QUÉ?

    Krenia se puso furiosa. La niña se encogió de hombros y se dio la vuelta. Krenia se sintió tan enojada que la siguió sin pensar.

    Cuando llegó a la altura de los dos mayores, el kel dor alargó una mano (gorda y fea, según Krenia) y dijo que tenía que irse.

    — Lo siento, maestra Buwasy —dijo. Krenia apartó la mirada para no tener que verle a él—. Tengo cosas que hacer.

    — Por supuesto, maestro Plo —respondió Buwasy Kue—. Que la Fuerza le acompañe, maestro.

    El kel dor asintió y se marchó por las escaleras. Buwasy se giró hacia las niñas. Estaba enfadada.

    — ¿Os parece correcto, niñas? —Buwasy hizo una pausa. «¿El qué?», se dijo Krenia—. ¿Ponerse así a discutir como dos monos-lagartos kowakianos?

    — Lo siento, maestra Buwasy —se disculpó Krenia, cabizbaja.

    — Yo también —dijo al instante la otra. Krenia pensó que después diría algo, pero la vio igual de apenada—. Lo siento mucho…

    Buwasy se arrodilló para estar a la altura de las dos niñas.

    — Escuchadme, niñas —empezó—, un Jedi no debería tener ningún sentimiento ni de rabia, ni de odio hacia los demás, ¿o es que no lo sabíais?

    — Sí, maestra —respondieron las dos niñas a coro.

    — ¿Y entonces por qué discutíais?

    Krenia dudó.

    — Porque la cabeza-colas —Krenia abrió los ojos como platos— ésta es una cobarde.

    — ¿Qué has dicho?

    — Niñas… —empezó Buwasy.

    No le hicieron caso.

    — ¡Cobarde!

    Krenia apretó los dientes. Buwasy Kue pidió calma, pero la ignoraron.

    — ¡No soy cobarde!

    — ¡Oh, sí que lo eres!

    — Niñas, tranquilas…

    — ¡No!

    — ¡Sí!

    — ¡No soy cobarde! ¡Eso lo serás tú!

    — ¡No! ¡Tú eres la cobarde, cabeza-colas!

    — ¡No me llames así! —gruñó Krenia. No pensaba admitir que «lekku» significaba, de hecho, «colas»—. ¡Y no soy cobarde!

    — ¡BASTA!

    Las dos chiquillas dieron un respingo.

    — No puedo creer lo que estoy viendo —dijo Buwasy Kue, visiblemente alterada—. Lotu, Krenia, me estáis decepcionando las dos. Sí, las dos —antes de que ninguna de las dos dijese nada, Buwasy les dio la espalda y se marchó, sin dirigirles la palabra.

    Krenia parpadeó. Miró a la rodiana, Lotu, pero la apartó de inmediato. Sin decirle nada, se dio la vuelta, dispuesta a irse ella también, cuando la niña intervino:

    — Eh, cabeza-colas —Krenia se giró y la miró con los ojos entornados—. Lo siento, ¿vale?

    Krenia abrió la boca levemente.

    — Perdona, Lotu —murmuró. La rodiana parpadeó—. Ése es tu nombre, ¿no?

    La niña dudó un segundo.

    — Sí, sí —dijo al fin—. ¿Cuál es el tuyo?

    «Esta niña es tonta», pensó Krenia. Buwasy Kue había pronunciado los nombres de ambas hacía apenas un segundo.

    — Krenia. Soy del clan Bergruufta.

    No supo muy bien por qué nombró su clan, algo le dijo que lo hiciera.

    — Oh —exclamó Lotu, muy sorprendida—. El cuarto de mi clan está justo al lado del tu… del vuestro, nos hemos debido ver alguna vez.

    Krenia parpadeó.

    — ¿Eres del clan Squall? —preguntó.

    Los Squall («Si eres del clan Squall, eres ágil. Tu paso te mantiene siempre por delante de tus enemigos») tenían el cuarto justo al lado de los Bergruufta. Probablemente Krenia y Lotu se habían visto más de una vez, pero nunca se habían dado cuenta. O por lo menos, no Krenia.

    — Sí, ¿por?

    — Por nada.

    — Ah.

    Las dos niñas permanecieron en silencio unos instantes. Justo cuando Krenia se estaba diciendo que tal vez Lotu no era tan mala, la rodiana pasó por su lado no sin antes llamarla, otra vez, cobarde.

    Krenia apretó los dientes, pero en aquella ocasión no dijo nada.

    Lotu le caía mal, muy pero que muy mal.



    Cuando Krenia estaba por fin volviendo a la sala de entrenamientos del día, un llanto la hizo voltearse. ¡Cuál fue su sorpresa al descubrir a Tyn-Pehd Nossee llorando!

    — ¡Tyn! —gritó. La niña, que estaba sentada en el suelo, en un rincón, dio un respingo—. Oh, Tyn, ¿qué pasa?

    Tyn-Pehd hipó al mismo tiempo que Krenia se sentaba a su lado.

    — Nada —gimió la weequay.

    — ¿Pero por qué lloras? Los Jedi no lloran…

    Tyn-Pehd, al oír aquello, hundió la cabeza entre las rodillas.

    — Pero… pero…

    Krenia no entendía qué pasaba.

    — No soy Jedi —gimió Tyn-Pehd. Krenia iba a decir «no aún», pero Tyn continuó—, ni nunca lo seré.

    Tyn-Pehd siguió llorando largo rato. Krenia miró alrededor, no había nadie. Tragó saliva. No sabía qué hacer. Quería ayudar a su amiga, pero no sabía cómo.

    De alguna forma, tuvo la sensación, con sus apenas siete añitos, de que lo único que tenía que hacer era permanecer a su lado, sin decir nada.



    — Dudo mucho que el maestro Sinube le dijera a Tyn que no será Jedi —sentenció Buwasy Kue—. No es el estilo Jedi.

    — ¡Pero lo hizo!

    La maestra Buwasy negó con la cabeza.

    — Y yo te digo que no me lo creo —Krenia arrugó el entrecejo—. Debiste entenderlo mal, ambas debisteis entenderlo mal —miró a las dos—. Lo siento, niñas, pero no me lo creo.

    La noche que procedió a aquél día, Tyn-Pehd había hablado con Krenia a parte y le había contado que, básicamente, el maestro Sinube le había dicho que nunca sería Jedi. Desde ese momento, Krenia tenía claro que había que buscar a Buwasy Kue, sólo ella podría ayudarlas.

    Había pasado una semana desde que Krenia había visto a Tyn-Pehd llorar. Todos los días las dos chiquillas intentaron hablar con la maestra Buwasy Kue, pero nunca les fue posible ya que ésta estuvo bastante ocupada trayendo niños nuevos al Templo Jedi.

    Y la única vez que tuvieron una oportunidad, la tonta de Lotu estaba allí también. Y como no le gustaba, no quería estar cerca. Tyn no se atrevió a ir sola porque, en realidad, ella no quería ir, todo fue idea de Krenia. Tyn-Pehd era bastante vergonzosa.

    Cuando por fin, una semana después, Krenia y Tyn-Pehd pudieron hablar con Buwasy Kue, inmediatamente se lo explicaron, pero Buwasy Kue no quería entenderlo.

    — ¡Pero es la verdad! —insistió Krenia.

    Buwasy Kue, muy educada, le hizo callar y se volvió a Tyn-Pehd Nossee.

    — ¿Te lo dijo?

    La weequay dudó un segundo. Miró a Krenia («no mientas», pensó la chiquilla al cruzarse sus miradas) y después asintió.

    — Sí.

    Buwasy Kue se cruzó de brazos. Krenia tuvo la sensación de que había arqueado una ceja, si es que los miraluka tenían cejas.

    — ¿Qué dijo? ¿Cuáles fueron sus palabras exactas?

    Krenia las podía haber dicho, se las sabía de memoria: «no te estás comportando como debes, nunca prestas atención y nunca te aprendes lo que explico. El camino Jedi se te está cerrando». Exactamente esas fueron las palabras que repitió Tyn, pues obviamente ella también se las sabía de memoria.

    Antes de replicar, Buwasy Kue suspiró profundamente.

    — Lo que decía: lo habéis entendido mal.

    — No —protestó Krenia.

    — ¡Krenia, cállate! —le llamó la atención la maestra Buwasy. La niña abrió los ojos como platos—. No hablamos sobre ti sino sobre Tyn, así que déjala a ella hablar.

    — Eh… Eso —murmuró Tyn-Pehd. Tomó aire antes de hablar de una forma un poco más decidida—. El maestro Sinube dijo que no seré Jedi.

    Buwasy Kue negó con la cabeza.

    — No. Dijo que el camino Jedi se te está cerrando, no que se te haya cerrado.

    Krenia entornó los ojos. Quería protestar, pero al mismo tiempo temía que la maestra Buwasy Kue volviera a gritarle.

    — También te dijo que no prestas atención —siguió Buwasy Kue—, eso sí que es un problema. Prácticamente eso es lo que hace que el camino Jedi se te esté cerrando.

    — Sí presto atención —murmuró Tyn—. Sí presto…

    Miró a Krenia, pero la twi’lek apartó la mirada. No podía decirle que no se lo creía.

    Volvió a mirarla, sin embargo, cuando la escuchó hipar con fuerza, como si se estuviera aguantando las lágrimas. Al verla, Krenia se arrepintió de pensar así. Sus lekku temblaron con fuerza, pero nadie podía comprenderlo.

    — Lo siento —dijo simplemente.

    — Lo sabía —murmuró Tyn a modo de respuesta.

    Krenia se sintió fatal, los lekku seguían temblando. Miró a Buwasy Kue, buscando ayuda. La miraluka se arrodilló para tenerlas a su altura.

    — Tyn, no dudo de que prestes atención, pero no la suficiente. Sé que te duermes a menudo en las meditaciones —Tyn-Pehd dejó escapar un «oh»—. Krenia, estás muy equivocada, Tyn sí presta atención.

    — Ya pero… —Buwasy Kue le puso una mano en el hombro y la chiquilla se sintió en paz. Relajada, sus lekku se detuvieron—. Perdón, Tyn —le dijo a su amiga al fin—. Te creo, te creo.

    La weequay asintió, feliz. Buwasy Kue se levantó, ella también sonreía.

    — Krenia, ¿nos puedes dejar solas? —la aludida parpadeó—. Quisiera tener una charla a solas con Tyn. Tú mientras habla con el resto de los Bergruufta, estoy segura de que todos lo entenderán.

    Krenia miró a ambas alternativamente, con la boca entreabierta. No quería irse.

    — Krenia, no me lo hagas repetir —pidió Buwasy.

    — Sí, maestra… —y, sin más, abandonó la estancia.

    Al salir se cruzó con Lotu. Ambas niñas giraron la cabeza la una a la otra y, pronto, se perdieron de vista.



    Conforme el año fue avanzando, los progresos de Tyn-Pehd fueron mayores. Obviamente seguía sin ser la mejor (nadie podía con «Xuz»), pero ya no era última con diferencia.

    Tozan Tirch aprendió a cogerle un cierto gustillo a la astronomía (o a cualquier otra asignatura que no fuese relacionada con la Fuerza) y Krenia Krynda empezó a soportar, cada vez mejor, las excesivas (según ella) sesiones meditativas.

    Para acabar de rematar, el maestro Tera Sinube ya no decía que eran sus peores alumnos, sino más bien todo lo contrario.

    Una mañana, cuando la piedra solar les despertó, Dagrasi Takta y Gelsala Rey empezaron a armar un escándalo tan grande, que incluso alguien desde fuera les gritó que parasen. Dagrasi y Gelsala eran ambos de raza togruta, aunque él con la piel azul y ella marrón, y en ese momento chillaban mientras saltaban.

    Eran gritos de alegría.

    — ¡Tengo monthrals, tengo monthrals! —chillaba el niño, sin poder contenerse—. ¡Tengo monthrals!

    Los togruta, como los twi’lek, tenían lekku, aunque en su caso eran tres y crecían con el tiempo hasta llegar a la edad adulta, siendo los de las mujeres muy largos (más que un twi’lek) y los de los hombres muchísimo más cortos. Los monthrals eran los cuernos que, al contrario que los twi’lek, los togruta tenían. Las niñas togruta ya nacían con unas diminutas protuberancias, pero los niños no, con el tiempo les empezaban a salir. En ambos casos, crecían hasta llegar a la edad adulta, especialmente durante la adolescencia.

    Aquel día, Dagrasi Takta se había despertado con las primeras —y diminutas— protuberancias. Y por eso el niño chillaba.

    Él y Gelsala se llevaban muy bien, probablemente al ser ambos togruta (igual que Krenia y Ged’ir Selle), por lo que a Krenia no le extrañó que lo celebrasen así.

    Aquel fue el primer día de muchos en el que los chiquillos empezaron a notar ligeros cambios en su físico. Muy pocos, ya que sólo tenían ocho años, pero bastante significativos, por lo menos para ellos.

    Unos días después, Groliax Perrivel, que era anx, gritó que tenía más largo el pequeño pico que salía de su barbilla, aunque ninguno se dio cuenta hasta casi un mes después. Liura Karsi y Cara Vorz, ambas mirialanas, aparecieron con sus primeros tatuajes faciales, ambas en la barbilla. Y a Dindo Boml, un niño aqualish de la subespecie ualaq, sus dedos empezaron a separarse.

    Pero no todo se centró en su físico. Dos años más tarde, cuando al empezar el nuevo año los niños podían considerar que ya tenían diez, podían recitar de memoria el Código Jedi y explicar qué quería decir cada parte del mismo; sabían explicar qué era el lado oscuro sin trabarse y, sobretodo, sin definir como droides; y podían recitar del tirón todos los planetas que conformaban las cinco principales rutas comerciales de la galaxia.

    Todo eso, con tan sólo diez años de edad. Y las cosas no habían hecho otra cosa que mejorar. Cuando llegó aquel nuevo año, el maestro Sinube les comunicó que por fin habían superado el primer pilar de los Jedi, «la Fuerza» y que ya eran aptos para aprender el segundo, «el Conocimiento». A partir de entonces, sin embargo, ya no sería su único instructor y, de hecho, con él pasarían a estudiar muy pocas cosas.

    Así, los niños se encontraron con que historia se la repartieron las maestras Khorkin y Monyenwn, ambas de raza cathar (con Khorkin aprendían historia de la República Galáctica, mientras que Monyenwn les enseñaba específicamente historia Jedi); astronomía (que pasó a ser astronomía avanzada) comenzó a impartirla el gotal Tarma Piri; empezaron a aprender zoología y bestiario galáctico junto al maestro Chorin Kros, que era nikto; Gol Sloon, un twi’lek tukian («verde») al que le faltaba medio lek, les enseñaba a calcular (Tozan Tirch volvió al hábito de quejarse cada vez que asistían a sus clases); el ithoriano Foron Mabom (los Bergruufta podían dar gracias de contar con Sleestiu Ondo-ta, sino probablemente les habría costado mucho tiempo entender al profesor) les enseñaba botánica; la nautolana Deissaya Seeyos les enseñaba geografía, centrándose especialmente en climatología general (y sólo especializada en el caso de Coruscant y sus lunas) y en la ubicación de los distritos coruscantis; y, por último, el togruta Dagrasi Ye (Dagrasi Takta se partió de risa el primer día al descubrir que se llamaban igual) les enseñaba lucha cuerpo a cuerpo.

    Ninguno de aquellos profesores tenía empuñaduras de sables láser en el cinturón. Tera Sinube, que continuaba adentrándoles en los caminos de la Fuerza y que, además, les había empezado a enseñar el funcionamiento de un sable láser y las formas de combate (aunque de forma teórica, pues sólo empezaron a practicar la Forma Primera, también conocida como Shii-Cho), les explicó que aquellos profesores pertenecían al Cuerpo Educacional Jedi y que ninguno de ellos había superado nunca sus pruebas para convertirse en Padawan.

    Una tarde, después de una intensa sesión de Shii-Cho con sables láser de entrenamiento, el Maestro Sinube les dijo:

    — Mañana empezaréis a elegir los primeros idiomas que deseáis aprender. Ya va siendo hora de que sepáis algo más que lengua básica.

    — O togruti —bromeó Dagrasi Takta.

    Krenia, como los demás, rió y apagó el sable azul que tenía en la mano. Estaba sudando: llevaban sólo un mes practicando por vez primera con sables de entrenamiento y era agotador. Podía entender por fin a lo que se referían los maestros cuando decían «lavad vuestros uniformes tras el entrenamiento, y cuando vuestras botas se ensucien, lustradlas». Hasta entonces, ni Krenia ni sus compañeros se habían molestado en limpiar sus pocas posesiones cada día, aunque sí que se bañaban siempre, como les habían enseñado desde el primer día que pusieron un pie en el Templo Jedi.

    — O togruti —asintió Tera Sinube, una vez las risas cesaron—. Porque puede que algunos de vosotros escojáis togruti como una nueva lengua.

    «Miralukés», pensó Krenia inmediatamente.

    — ¡Pues yo quiero aprender twi’leki! —exclamó el kiffar Shofilan Tes —. Me gusta cómo suena —se defendió el niño, al darse cuenta de la mirada inquisitiva de Krenia Krynda. Ged’ir Selle, que también era twi’lek, no hizo ningún gesto porque en realidad no conocía ese idioma, su lengua natal era el huttés.

    — Pues yo quiero aprender miralukés —dijo Tyn-Pehd. Desde la charla con Buwasy Kue años atrás era mucho más alegre y menos introvertida.

    — Yo también, yo también —saltó inmediatamente Krenia.

    — Y yo —dijo el arcona Dolom Iz.

    — ¡Y yo! —chillaron algunos más.

    No había duda de que, casi todos, lo decían por Buwasy Kue. Un niño llamado Sashoan Haba, cuya venda blanca sobre los ojos confirmaba que era miraluka, resopló y dijo que su idioma no era interesante, aunque nadie le hizo caso.

    Minutos después, durante la última meditación del día, Krenia recordó como aquella sería la primera vez en siete años que no estudiaba un idioma y que sería muy interesante volver a aprender. Los niños que llegaban al Templo Jedi olvidaban tan pronto a sus familias como sus idiomas maternos, por lo que un nativo les hacía estudiarlo durante un trimestre para recordarlo una vez ya se hubieran adaptado a su nueva vida (y aprendido la lengua básica). Era por eso por lo que Krenia conocía el twi’leki, o Dagrasi Takta el togruti, o Cara Vorz el mirialano.



    Antes de acostarse, Krenia Krynda se cruzó con Buwasy Kue y, muy contenta, le dijo que ya iban a estudiar otras lenguas. Estaban en mitad de un pasillo, por lo que algunas personas giraron las cabezas hacia ellos; incluso una Padawan arcona comentó «ay, que aprenderá idiomas, ¡qué mona!».

    Lotu, la fea rodiana, que venía en dirección contraria, se partió de risa al oírla.

    — Pues nosotros llevamos dos semanas aprendiendo.

    Krenia entornó los ojos. Antes de decir nada, sin embargo, Buwasy Kue se adelantó. Con un rarísimo y sospechoso tono de voz entrelazó las manos y exclamó:

    — ¡Krenia Krynda y Lotu Gung! ¡Qué bien me venís! —las dos niñas cruzaron miradas. No se soportaban, pero podrían aguantarse la una a la otra si ello conllevaba ayudar a la maestra Kue—. El maestro Yoda necesita ayuda, y creo que vosotras sois las más adecuadas.

    Al escuchar aquello, a Krenia casi le dio algo. ¡El mismísimo maestro Yoda! ¡Aquello era todo un honor! Miró a Lotu, esperando encontrarla con la misma reacción, pero como siempre, la niña le llevaba la contraria, con mofa incluida.

    — Ah, vale —se encogió de hombros—. Oh, vamos, no seas tan infantil, tonta.

    — Oye, tú…

    Buwasy impuso paz.

    — Krenia, Lotu Gung y el resto del clan Squall iniciaron su aprendizaje con el maestro Yoda, aunque ahora tengan, al igual que tú, otros profesores —Krenia sintió envidia: ella había tenido que aprender con Tera Sinube, mientras que esa tonta lo hizo con Yoda. Lotu asintió con autosuficiencia, Krenia apretó los dientes—. Krenia, ¿qué pasa?

    — Eh… nada, nada —dijo de inmediato.

    — Pues más te vale que sea nada —dijo Buwasy—. Yo ahora tengo que irme, nos veremos en unos días y espero por todas las estrellas que el maestro Yoda no esté enfadado con vuestro comportamiento.

    Al final, resultó que la ayuda que necesitaba el maestro Yoda consistía en recoger una serie de antiguos documentos que, por algún extraño motivo, estaban esparcidos por una de las salas de los archivos. El maestro Yoda se dedicó a hacer sermones sobre la Fuerza con su extraña oratoria mientras no movía ni un dedo, aunque felicitó, eso sí, a las niñas cada vez que hacían algo más complicado, especialmente cuando tenían que colaborar la una con la otra.

    Para cuando por fin terminaron, era demasiado tarde como para que regresasen a sus cuartos (molestando así a sus compañeros), por lo que él mismo las acompañó hasta otra habitación que compartirían aquella noche.

    Antes de dormir, Lotu y Krenia se pelearon nuevamente y se dieron la espalda. Una vez con los ojos cerrados, y mientras intentaba conciliar el sueño en la estera, Krenia se dio cuenta de que todo había sido una encerrona de Buwasy Kue y Yoda (y, seguramente, temió, Tera Sinube) para hacer que las dos chiquillas trabajasen juntas.

    De alguna forma, aquella estratagema funcionó en parte, pues a la mañana siguiente se dieron los buenos días sin discutir e incluso Lotu Gung le preguntó si estudiaría rodiano y le dijo que ella estaba aprendiendo twi’leki.

    Los niños sólo podían escoger tres lenguas aquel primer año y más adelante, si querían, podrían escoger más. El primer idioma que Krenia eligió fue el miralukés, y lo eligió pese a que Buwasy Kue le dijo que no lo hiciera, que no era un idioma tan importante; el segundo, huttés, lo escogió precisamente porque Buwasy Kue se lo había recomendado; por último y, sin saber muy bien por qué, eligió rodiano. Cuando sus compañeros le preguntaron, mintió y dijo que era para a ver si así se volvía más lista que Leesan Krim.

    Si bien a partir de entonces hablaba un poquito más con Lotu Gung, aunque fuera de vez en cuando, las niñas todavía discutían. Todavía faltaban dos importantes eventos para que de verdad se llevasen bien, y el primero lo descubrieron de la peor forma posible, una semana después de haber ayudado al maestro Yoda.

    Buwasy Kue regresó cadáver.
     
  4.  
    eriha

    eriha Entusiasta

    Virgo
    Miembro desde:
    3 Diciembre 2011
    Mensajes:
    121
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    Krenia krynda [the clone wars]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    6739
    Hola amigos, vengo a compartir el capítulo tercero.

    Muchas gracias a todos por leer y que la Fuerza os acompañe :D

    «No hay emoción, hay paz.
    No hay ignorancia, hay conocimiento.
    No hay pasión, hay serenidad.
    No hay caos, hay armonía.
    No hay muerte, está la Fuerza».
    El Código Jedi​

    3. Accidente

    La pequeña sala ovalada olía a resinas aromáticas de Phatrong. En el centro de la sala había un ataúd cubierto con una sábana blanca. El símbolo dorado de la Orden Jedi estaba grabado en el centro.

    Krenia Krynda, junto a los demás, formaba parte del círculo que envolvía el ataúd. La capucha marrón apenas podía ocultar lo mucho que le temblaban los lekku.

    — Con la Fuerza, la maestra Buwasy Kue ahora está —pronunció el maestro Yoda, en aquella forma tan extraña que tenía de hablar—. En falta, echada ella será. Mas llorar, no debemos, pues un día llegará, que a su lado nuevamente estaremos. Bello trabajo el suyo era; su dedicación con los más jóvenes, recordar eso debemos.

    Krenia clavó la mirada en el suelo. «Ella me trajo aquí. La maestra Buwasy Kue me trajo al Templo Jedi. ¿Y ahora qué?»

    — Un momento en silencio, os pido. Como la gran Jedi que fue, honrarla debemos.

    En realidad, ni Krenia Krynda ni el resto de los Bergruufta presentes debían haber estado en el funeral. El maestro Tera Sinube se había negado en rotundo, alegando que aún eran demasiado jóvenes. La humana Brial Delpin y la devaroniana Ellus Rago, que eran ambas extremadamente «echadas hacia delante», se presentaron a toda prisa ante los mismísimos maestros (y eso que Brial le tenía miedo a uno de ellos, el kel dor), y les pidieron que sus compañeros pudiesen acudir a decirle un último adiós a la maestra Buwasy Kue, a pesar de que ni Rago ni Delpin habían llegado al Templo Jedi con ella y, por lo tanto, ni la conocían tanto, ni tendrían derecho a estar en el funeral.

    Al final, los maestros —Yoda, más bien— aceptaron que aquellos niños estuviesen allí, y era por eso por lo que Dolom, Tyn, Fen, Dindo, Sleestiu, Addath y Krenia pudieron darle un último adiós a la maestra, aunque fuese en silencio.

    Además de los siete Bergruufta, también había cinco Squall. El maestro Yoda, que era quien habitualmente se ocupaba del entrenamiento de aquellos niños, les permitió acceder también. De hecho, Krenia estaba entre dos niños del clan Squall, un zabrak y un nikto, a quienes casi no conocía.

    En realidad, deberían ser seis los Squall presentes. La rodiana Lotu Gung no apareció. Cuando Krenia la conoció ni lo pensó, pero ahora tres años después quedaba bastante claro que Lotu también había llegado al Templo Jedi gracias a Buwasy Kue. El hecho de que la niña no estuviera desconcertó a Krenia. Cuando le preguntó al zabrak en un susurro, éste se mofó de la rodiana y murmuró «ella sabrá».

    Krenia encontró aquel gesto, cuanto menos, inquietante.

    — En nuestros corazones, la maestra Buwasy Kue siempre estará —dijo al fin el maestro Yoda—. Una en la Fuerza, ella ahora es.

    Con un chasquido, el suelo debajo del ataúd se abrió y empezó a descender, hasta que el lugar en el que se encontraba el féretro fue sellado para su incineración. Una luz brillante se alzó desde el centro, ascendiendo hasta el techo, y Krenia supo entonces con certeza, a sus escasos diez años de vida, que Buwasy Kue no volvería jamás. Sintió como le escocía la garganta, a la par que sus ojos se inundaron, mientras sus lekku temblaban sin cesar.

    De repente, sintió una mano en su hombro. Al voltearse, descubrió a una maestra menuda, tholothiana. A su lado estaba el kel dor llamado Plo Koon.

    — Recuerda las palabras del maestro Yoda, Iniciada —le susurró la maestra—: «no debemos llorar».

    Krenia asintió levemente, aguantándose las lágrimas.

    — Sí, Maestra —respondió.

    — Seréis buenos Jedi —comentó el kel dor. Su voz, como siempre, sonaba horrible bajo esa máscara. Krenia reprimió un escalofrío—. A vuestra edad habéis demostrado una gran entereza, tanto tú como los demás Iniciados.

    — G-Gracias, Maestro Koon —le tembló la voz.

    Los maestros se marcharon y Krenia se reunió nuevamente con los Bergruufta para abandonar la sala. Mientras se marchaban se dijo que era imperdonable no saberse los nombres de los maestros del Consejo, pues sólo se sabía los de Yoda y Windu; hubiese querido decirle su nombre —o su apellido— a la maestra tholothiana. En realidad también se sabía el de Plo Koon, aunque éste último gracias a Lotu Gung.

    Eso le hizo volver a preguntarse dónde estaba Lotu y por qué no había acudido a decirle adiós a Buwasy Kue.



    Los siete Bergruufta caminaban juntos en dirección a los patios exteriores, donde se reencontrarían con el resto. Tyn-Pehd lloraba débilmente, en silencio; Sleestiu Ondo-ta le golpeó el hombro amistosamente.

    — No llores, Tyn —murmuró la ithoriana en su lengua natal.

    — No puedo evitarlo —respondió en otro susurro la weequay—. Ella era… la maestra Buwasy me ayudó mucho y...

    Krenia sintió que le invadía la rabia. No dudó ni un segundo en interrumpir a Tyn-Pehd.

    — A todos nos ayudó —Tyn parpadeó—. No eres la única.

    Tyn-Pehd titubeó. Antes de que pudiera —o se atreviera— a decir nada, los demás la defendieron inmediatamente.

    — No eres la única —repitió Krenia, cruzándose de brazos—. Además, eso no es excusa para llorar —se acordó de la maestra tholothiana—, porque los Jedi NO lloran.

    — «Llorar, no debemos» —Dolom Iz imitó a Yoda, tanto en el tono como en la forma de hablar. Aunque fuese con voz infantil, al arcona se le daba bien imitar a los demás.

    Los niños no pudieron evitar sonreír, incluso Tyn. Poco después, Krenia suspiró.

    — Sí, eso me dijo la maestra… la maestra… —«vamos, decid el nombre».

    Dolom fue nuevamente quien habló, mas no dijo el nombre como Krenia deseaba.

    — Sí, ya sé quién dices, la vi hablando contigo.

    — Con el kel dor —añadió Fen Comata—. Qué miedo.

    Krenia asintió.

    — Debo ser tonta —intervino la humana Addath Eldon, que no había abierto la boca en todo el camino, ni siquiera cuando iba al funeral—, pero no me sé los nombres.

    — ¿Qué nombres? —le preguntó Dindo Boml— ¿Los del Consejo? Yo me sé uno —sonrió burlón.

    — Yoda no vale —replicó Addath—. Y el maestro Windu tampoco.

    — El kel dor se llama Plo Koon —dijo Krenia, los demás la miraron—. Eso me dijo…

    «Oh, Lotu».

    — ¿Quién? —inquirió Sleestiu.

    — ¡No te quedes callada! —protestó Fen Comata.

    Krenia apartó la mirada.

    — Lotu Gung —respondió al fin.

    Pudo sentir las reacciones de los demás.

    — ¿Lotu Gung? —preguntó Dolom— O sea, ¿tu amiga? —se burló.

    Krenia entornó los ojos.

    — No es mi amiga. Es tonta.

    Lo que Addath respondió la dejó sin palabras.

    — Eso dicen. Los Squall, al menos.

    — ¿Qué quieres decir?

    Addath Eldon se encogió de hombros.

    — Pues eso. Bueno, ¿qué importa? —señaló al frente— ¿Y ése cómo se llama? Él me repitió las palabras del maestro Yoda. Está en el Consejo también, ¿no?

    Krenia, como los demás, miró al frente. Unos metros más adelante, el Padawan Sanfee, quien también había acudido al funeral de Buwasy Kue, caminaba flanqueado por su maestro y por el maestro del Consejo al cual hacía referencia Addath; ambos, como él, eran iktotchi.

    — Ni idea —reconoció Dindo Boml.

    — Deberíamos aprendérnoslos—dijo Krenia. Seguía sin perdonarse no saberse el nombre de la tholothiana.

    Le alegró ver que los demás estaban de acuerdo.

    — Sí, porque no es… —Sleestiu dejó a medias su frase. Señaló hacia la derecha—. ¿Ésa no es Lotu Gung?

    Al mirar hacia dónde señalaba la ithoriana, los niños se sorprendieron.

    Semioculta para evitar que la vieran, la rodiana estaba hecha un ovillo en el suelo y no dejaba de llorar.



    — ¡No me toques! —bramó Lotu Gung cuando Krenia se le acercó—. ¡No me toques!

    — Anda, ya —Dindo Boml se cruzó de brazos—. Encima que te vamos a ayudar… que Krenia te iba a ayudar, ¡con lo mal que le caes!

    «Mal dicho». Lotu Gung abrió como platos sus enormes y brillantes ojos azules.

    — ¡Pues que no me toque! —chilló la niña poco después, fuera de sí. Se puso en pie—. ¡No necesito de vuestra compasión!

    Si Lotu Gung quería que nadie la viera, desde luego que ahora ya no lo podría conseguir.

    — ¿Qué compasión? —preguntó Sleestiu. Lotu la miró unos segundos y Sleestiu resopló—. Que alguien le traduzca.

    Lotu no debía conocer muchos ithorianos. Tyn fue quien le tradujo.

    — ¡Pues la vuestra! —gritó Gung, una vez la weequay le tradujo la pregunta de Sleestiu Ondo-ta—. ¡Sí, la vuestra! —prosiguió. Sus ojos se llenaron una vez más de lágrimas—. Siempre ahí, ¡todos! Siempre, ahí, acaparando a la maestra Buwasy Kue —Krenia cruzó la mirada con sus compañeros, no comprendía qué quería decir la rodiana—. Siempre vosotros, nunca dejando a nadie, ¡todos! Y yo no… —hipó— Yo no pude… no pude hablar con ella por última vez…

    — Lotu…

    — ¡Calla, cabeza-colas! —Krenia se quedó con la boca abierta. Por una vez, no replicó—. Si lo hubiera sabido…

    — No te despediste —a Addath Eldon el berrinche de Lotu Gung no le hacía ni frío ni calor—. No te quejes si no has sido capaz ni de aparecer por ahí.

    — ¡Calla, calla! —Lotu miró alrededor. Krenia la imitó y vio que se acercaban varios Jedi, entre ellos los tres iktotchi, al grito de «¿qué está pasando ahí?»—. ¡No lo entiendes! ¿De qué sirve ir a ver a una muerta? —Tyn dio un gritito y enterró la cara entre sus manos. Fen Comata se agarró a ella y segundos después, tanto la weequay como la híbrida se pusieron a llorar—. ¡Lloronas! ¡Sois unas lloronas! ¡Por una muerta! ¡Por una estúpida muerta!

    Krenia sintió que le invadía la rabia. Sus lekku se movieron alocadamente, como si la pequeña twi’lek no pudiera controlarlos.

    — ¡No es estúpida! —gritó, fuera de sí.

    Alargó la mano, para tocar a Lotu, pero justo cuando iba a hacerlo, la otra chilló. Lo siguiente que supo Krenia es que tanto ella como los otros niños estaban volando por los aires, debido a una descontrolada ráfaga provocada por Lotu Gung, usando la Fuerza.

    Krenia cayó sobre Dolom Iz y ambos rodaron contra la pared contraria. Addath cayó de boca contra el suelo y se habría partido los dientes de no ser porque en el último momento puso las manos. Cerca, Sleestiu Ondo-ta se frotaba el costado mientras ayudaba a Dindo Boml a incorporarse. Tyn y Fen, como Krenia y Dolom, rodaron hasta la pared. Pero los gestos de la weequay demostraban que algo no iba bien.

    — Oh, no —Lotu Gung jadeaba. Estaba muy asustada.

    Fen Comata se había golpeado la cabeza y ahora no se movía. Su tocado tholothiano pronto se tiñó de rojo oscuro en el lado izquierdo. Los pantoranos tenían la sangre azul, pero aunque la híbrida Fen Comata tenía físicamente más de pantorana que de tholothiana, su sangre era roja.

    — Oh, no —gimió Lotu Gung—. Oh, no.

    — ¡Fen! ¡Fen!

    Tyn-Pehd, al lado de Comata, estaba pálida y no movía ni un músculo. Los niños pronto les rodearon.

    — Yo no… yo no quería…

    Nadie hacía caso de Lotu Gung, ni siquiera Krenia. La twi’lek se masajeaba con fuerza un lek sin parar, debido al nerviosismo.

    — Fen —gimió Addath, arrodillándose a su lado. Sleestiu y Dindo se arrodillaron también.

    — ¡¿Qué has hecho!? ¡¡Iniciada!!

    Los niños miraron de donde venía la voz. El Padawan Sanfee y los dos maestros, que ya antes iban preguntando qué pasaba, ahora venían corriendo. El grito procedía del maestro del Consejo, pero quien se acercó a la pequeña rodiana fue el maestro de Sanfee.

    — ¿Qué has hecho? —la zarandeó.

    — ¡Basta, maestro Dolnass! —el maestro de Sanfee, Dolnass, se detuvo—. Eso no es ahora lo importante.

    Lotu Gung cayó de rodillas al suelo.

    — Yo no quería… yo no quería…

    El maestro del Consejo, que se había arrodillado entre Dindo y Sleestiu, se giró hacia Sanfee después de haber detenido al maestro de éste.

    — Padawan Diis, busca inmediatamente a un Jedi Sanador. ¡Deprisa!

    — ¡Sí, Maestro Tiin!

    Tyn-Pehd parpadeó.

    — Yo puedo —susurró.

    — Niños, apartaos, fuera, fuera —el maestro del Consejo, Tiin según Sanfee Diis, ignoró por completo a Tyn—. Vamos, fuera, fuera.

    Hablaba con calma, como si no pasase nada. Incluso detuvo a Krenia y su constante movimiento involuntario.

    — Pero yo…

    —Maestro Dolnass, llévate a los niños.

    — Sí, Maestro.

    Tyn-Pehd hizo fuerza para mantenerse en el suelo cuando el maestro Dolnass intentó levantarla.

    — Yo puedo…

    — Fue un accidente…

    Krenia se dio cuenta de que, aunque decían cosas completamente opuestas, Lotu Gung y Tyn-Pehd Nossee hablaban en el mismo tono. Y si ella, que era tan sólo una cría, se había percatado, evidentemente los maestros Tiin y Dolnass también.

    — Maestro, Dolnass, primero llévate a esa niña —señaló con la cabeza a Lotu Gung—. Habla con el maestro Yoda y llévala a un lugar apartado —Dolnass asintió.

    Cuando Dolnass sujetó a Lotu, la niña empezó a chillar, histérica.

    — ¡No, no! ¡Fue un accidente! ¡Yo no quería! —gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas— ¡Fue un accidente! ¡No quería hacerle daño a Fen! ¡Por favor!

    Sus gritos, sin embargo, pronto desaparecieron cuando el maestro Dolnass se la llevó. Krenia se sintió mal, muy mal. Pensó en Buwasy Kue y en lo triste que se hubiera sentido si hubiera sabido todo eso. Las últimas palabras de la miraluka resonaron en su mente: «y espero por todas las estrellas que el maestro Yoda no esté enfadado con vuestro comportamiento». Yoda… Tiin… qué más daba uno que otro.

    Al mismo tiempo, el maestro Tiin negaba con la cabeza.

    — Niños… —murmuró—. Incapaces de controlarse…

    Se inclinó nuevamente hacia Fen Comata… y se quedó con la boca abierta.

    Tyn-Pehd tenía la mano apoyada sobre el tocado de Fen. La mitad pantorana, mitad tholothiana tenía los ojos abiertos y miraba alrededor, sin comprender.

    — No puedo creerlo —fue lo único que salió de la boca del maestro.

    Los niños tampoco. Todos, sin excepción, tenían la misma expresión de incredulidad que Saesee Tiin.



    Lotu Gung había sido expulsada. O, por lo menos, eso es lo que se decía. Muy pronto se corrió la voz del accidente acontecido minutos después del funeral por la maestra Buwasy Kue. Desde que el maestro Dolnass se llevó a Lotu Gung, la rodiana había desaparecido completamente. No fue, sin embargo, cuando Fen Comata regresó de las estancias de los sanadores (pese a estar perfectamente el maestro Tiin la obligó a ir igualmente), que los Bergruufta empezaron a sospechar, especialmente Krenia.

    — No se lo merecía —murmuró un par de noches después, dando vueltas alrededor de la habitación Bergruufta—. Lo hizo sin querer.

    — Vale, sí… —respondió Liura Karsi—. Ouch, pica…

    La mirialana acababa de hacerse su segundo tatuaje, un enorme rombo en el entrecejo, y estaba molesta porque, según decía, picaba mucho más que el de la barbilla.

    Krenia se dio cuenta de que Liura le daba la razón simplemente para que se callase.

    — ¡No! —gritó—. ¡No me des la razón como a los tontos!

    — Pues no molestes —masculló la niña, tumbándose en su estera—. Quiero dormir, ¿vale?

    Krenia apretó los dientes. Su gesto, sin embargo, pronto cambió a uno de estupefacción cuando empezó a escuchar como los demás se planteaban que era mejor que Gung no estuviera cerca.

    — El Maestro Sinube dice que no todos los Iniciados se convierten en Padawan, que algunos la Fuerza les guía por otros caminos —dijo Leesan Krim.

    Krenia se mordió el labio. «Xuz» tenía razón, tal vez Lotu Gung era uno de esos Iniciados que no llegarían a convertirse nunca ni en Padawan ni, por supuesto, en Caballeros Jedi. Pensar aquello le provocó nuevamente su involuntario gesto de masajearse con fuerza un lek.

    Al día siguiente, Krenia preguntó a cuanto Squall vio, pero todos los compañeros de clan de Lotu Gung le daban la misma respuesta:

    — No la he visto desde el accidente. Dicen que la han expulsado.



    El maestro Tera Sinube les había explicado en una ocasión, un año antes, que no todos los Jedi eran iguales, en el sentido de que no todos tenían las mismas habilidades. Del mismo modo, no todos los Jedi tenían los mismos intereses, ya que si no todos serían maestros de Iniciados, todos serían maestros de esgrima y todos serían reclutadores. También añadió una cosa más, algo a lo que en su momento los niños no prestaron mucha atención, pero que ahora, tras el accidente provocado (intencionalmente o no) por Lotu Gung y la resolución sorpresa de Tyn-Pehd Nossee, tenía mucho sentido:

    — Y algunos tienen poderes curativos del que los demás carecen.

    Los Bergruufta se pasaron varios días haciendo cábalas acerca de eso, recordando aquellas palabras y el accidente. Los niños que no estuvieron presentes no cesaron de preguntar una y otra vez qué sucedió, hasta el punto de que Dindo, Addath, Dolom, Krenia y Sleestiu terminaron por contestar de mala gana.

    Al menos, hasta que el maestro Sinube les descubrió y les increpó su comportamiento.

    — Un Jedi responde a todas y cada una de las preguntas que le haga un civil con calma, por mucho que la pregunta la hayan hecho cientos de veces.

    — Sí, Maestro —contestaron todos los chiquillos al mismo tiempo.

    — Lo siento, Maestro —añadieron, después, los presentes en el accidente, exceptuando Tyn y Fen, pues ninguna de ellas explicaba nunca lo que había sucedido, pese a ser las protagonistas.

    Krenia continuaba insistiendo sobre que Lotu Gung era inocente y que lo había hecho sin querer, pero nadie le prestaba atención. Nadie, excepto, Tyn-Pehd Nossee y curiosamente, Fen Comata.

    — Si lo hubiera hecho queriendo, habría aprovechado cualquier otra oportunidad para hacerme daño —comentó la híbrida—. Y por cómo decís que gritaba y lloraba, no creo que fuese mentira.

    Tyn-Pehd no explicó sus motivos para creer que Lotu Gung no lo había hecho a propósito.



    Una mañana, unos días después de que el maestro Sinube les reprendiera, los niños fueron despertados por unos fuertes golpes en la puerta, acompañados por una voz grave que les indicaba que se levantasen rápidamente, minutos antes de que se encendiera la piedra solar.

    A oscuras, los niños se vistieron como pudieron y, para cuando la piedra solar iluminó la habitación, ya estaban en la puerta. Dagrasi Takta por una vez no trató de comparar sus diminutos monthrals con los de Gelsala Rey (desde que le habían empezado a salir tenía esa mala costumbre) y abrió la puerta.

    Un guardia del Templo Jedi, altísimo y con su túnica dorada y marrón les esperaba en la puerta.

    — Ya era hora, niños —farfulló. Llevaba máscara, por lo que no podían verle la cara—. Vamos.

    — ¿A dónde? —quiso saber Dindo Boml, reprimiendo un enorme bostezo.

    El guardia no respondió al aqualish. En vez de eso, guio a los niños hasta una de las muchas salas de entrenamientos.

    — Tengo hambre —protestó la sullustana Frumi Kaigguth.

    Aquel hombre tampoco contestó. Y no solo eso, sino que además se marchó, dejándoles solos.

    — Lo que faltaba —masculló Krenia.

    — ¿Alguien sabe qué pasa? —preguntó, casi al mismo tiempo que la twi’lek, el miraluka Sashoan Haba.

    Los niños se encogieron de hombros.

    — ¿Qué habéis hecho? —preguntó Dagrasi, cruzándose de brazos.

    Todo el mundo conocía a Takta lo suficientemente bien como para saber que sólo estaba bromeando. Por ese motivo, la respuesta de Leesan Krim vino acompañada de una sonrisa:

    — Qué habrás hecho tú, querrás decir.

    Por toda respuesta, Dagrasi se echó a reír.

    — Me encanta que pese a ser todo un «Xuz» estés con nosotros.

    — Ya —respondió el rodiano—. Lástima que en mi propia especie no todos sean así.

    Por algún extraño motivo, Krenia se sintió incómoda con esos comentarios. «Lotu», pensó poco después. Seguían sin tener noticias de la rodiana y Krenia empezaba a admitir que quizá sí que la habían expulsado.

    Tras esperar un breve lapso de tiempo (que a los niños se les hizo eterno), finalmente apareció el maestro Sinube.

    — ¿Por qué no estáis meditando? —les preguntó. Los niños se miraron unos a otros y empezaron a sentarse—. No, no. Arriba, niños. Ahora no.

    Se hizo a un lado y, para sorpresa de los pequeños, entraron los maestros Yoda, Windu y Tiin, además de una twi’lek a la que los niños no conocían. Krenia no pudo evitar un suspiro de alivio al ver que no estaba Plo Koon. La humana Brial Delpin hizo exactamente el mismo gesto.

    — Menos mal, ¿eh? —susurró Krenia a Brial. La humana le tenía tanto pánico al kel dor como ella misma.

    — Justamente estaba pensando eso —confesó la niña.

    — Terribles sucesos días atrás acontecieron —el maestro Yoda inclinó la cabeza, apenado—. La pérdida de la maestra Buwasy Kue primero fue —Krenia desvió la mirada—, el desafortunado accidente después llegó.

    El maestro Windu tomó la palabra.

    — Después de varios días debatiendo, los miembros del Consejo hemos llegado a varias decisiones que, en algunos casos, podrían tener algo que ver con vosotros. Individualmente.

    Los niños se quedaron todos con la boca abierta. Hasta ese momento, todo lo hacían en grupo, con la única excepción de los idiomas (aunque siempre entre Bergruufta), pues no todos estaban aprendiendo los mismos.

    — En primer lugar, quisiéramos hablar sobre Lotu Gung —se cruzó de brazos—. ¿Qué pensáis de Lotu Gung?

    Addath Eldon respondió inmediatamente:

    — Que es tonta.

    Algunos niños sonrieron.

    — Eso no e…

    La frase de Krenia Krynda se quedó a medias porque Tyn-Pehd Nossee replicó inmediatamente:

    — No, no lo es —Krenia la miró con la boca abierta—. Es…

    — Tonta —terminó Addath la frase por ella—. No, Tyn, es tonta.

    — ¿Por qué? —quiso saber Mace Windu.

    Addath Eldon tragó saliva.

    — Bueno… eso es lo que dicen, Maestro… —Mace Windu cruzó la mirada con el maestro Yoda—. Además, dicen que es como «Xuz» —miró a Leesan Krim un segundo—, no sólo en que los dos son rodianos sino en clase, pero… bueno que al contrario que «Xuz» ella no habla mucho y bueno… que siempre está sola.

    Krenia se quedó con la boca abierta. Trató de pensarlo, pero por más que se concentró, no era capaz de recordar ni una sola vez a alguna supuesta amiga de Gung.

    «Ella sabrá». La burla del zabrak del clan Squall, durante el funeral de Buwasy Kue, acudió a su mente. Aquel niño era de su mismo clan y, sin embargo, se burlaba de ella. Krenia lo había encontrado extraño entonces, pero pensó que sólo estaba bromeando.

    — Bueno —suspiró el maestro Windu—, ésa es tu opinión, Iniciada Eldon —para sorpresa de Krenia, Mace Windu se giró hacia ella—. ¿Y tú qué piensas, Iniciada Krynda?

    «¿Yo?». Antes de que pudiera responder, Dagrasi Takta de adelantó.

    — Pues que es tonta, ¿no? —la miró. Krenia no dijo nada—. Ella piensa igual.

    — ¿Tú te llamas Krynda? —le preguntó el maestro Sinube. Dagrasi negó con la cabeza, cabizbajo—. Entonces no hables cuando no te corresponde.

    «Tengo que decir algo», pensó Krenia. Los Maestros la miraban. Sus lekku se movieron ligeramente hacia el interior; se estaba poniendo nerviosa, necesitaba sujetarse un lek.

    Justo cuando iba a alzar una mano, Tyn-Pehd se la sujetó. Cuando Krenia la miró, desconcertada, la weequay negó con la cabeza. Miró a los maestros, sin soltar la mano de la twi’lek, y con voz temblorosa preguntó:

    — ¿Puedo responder yo?

    Yoda y Windu cruzaron miradas.

    — Habla —dijo al fin el maestro Windu.

    — B-bueno —titubeó la chiquilla—, es que… es que me recuerda a mí.

    Krenia se miró la mano, que recién Tyn-Pehd le acababa de soltar, y preguntó, confundida:

    — ¿Qué?

    Con voz temblorosa, Tyn-Pehd Nossee explicó que Lotu Gung siempre le había recordado a ella misma, no en el sentido de ser igual de listas en sus respectivos clanes, sino porque ambas eran, en el fondo, un poco retraídas y porque, sobretodo, ambas estaban demasiado apegadas a Buwasy Kue.

    — De hecho yo lloré por la maestra Buwasy, a pesar de que el maestro Yoda dijo que no debíamos hacerlo —confesó al final Tyn. No era capaz de mirar a los maestros a la cara—. Y Lotu Gung también lloraba.

    Krenia clavó la mirada al suelo. «Qué tonta he sido», pensó. Estaba tan obcecada en ella misma, como si no existiera nadie más, que no pensó que había otras personas más apegadas a Buwasy. Tyn-Pehd, por supuesto, era una, algo que se dio cuenta en ese preciso momento (cuando debió haberse dado cuenta antes, aquel día en que descubrió a la weequay llorando). «Y Lotu Gung era la otra». Sintió que le escocía la garganta. «Pool’kan, pool’kan» («Tonta, tonta»; aunque hablase básico, esa palabra siempre le venía en twi’leki).

    — Aún no has respondido, Iniciada Krynda —la voz del maestro Windu le devolvió a la realidad.

    — Yo no… yo… —miró al techo y tomó aire antes de continuar—. No es tonta. Lotu Gung no es tonta.

    Miró a Tyn. La weequay le sonrió y Krenia le correspondió el gesto.

    — Bien —dijo el maestro Windu—, bien. Es bueno escuchar eso. A la maestra Kue le habría gustado oírlo —Krenia sonrió débilmente—. Algún día —miró en derredor—, todos vosotros cambiaréis del mismo modo que lo están haciendo estas niñas.

    — Yo tampoco creo que sea tonta —dijo entonces Fen Comata. Mace Windu arqueó una ceja—. Perdón, Maestro… es que no me preguntó y no quería parecer que pensaba eso… —se defendió la híbrida.

    Mace Windu sonrió.

    — No creo que pienses eso —respondió—. Bien, lo que iba a decir. ¿Por qué os he preguntado eso, Iniciados? Pues porque hemos tomado una decisión, y esa decisión es la de sacar a la Iniciada Lotu Gung del clan Squall y trasladarla al clan Bergruufta.

    Los niños lanzaron gritos de asombro. Krenia vio a Addath Eldon cruzarse de brazos.

    — ¿Y alguien se irá al clan Squall, Maestro? —preguntó con timidez Sleestiu Ondo-ta.

    Saesee Tiin fue quien respondió.

    — No, Iniciada Ondo-ta. Nadie se irá del clan Bergruufta.

    La ithoriana suspiró, aliviada.

    — ¿Pero por qué se vendrá con nosotros? —inquirió Ged’ir Selle—. Es decir, Lotu Gung…

    — Ged’ir… —la twi’lek rutian («azul») era una de sus mejores amigas, Krenia no había esperado que la pregunta viniese de ella.

    — Malas decisiones —respondió Yoda— a veces tomamos. No calcular correctamente, en su día, eso hicimos.

    Addath Eldon abrió la boca para decir algo (Krenia entornó los ojos al verla), pero el maestro Windu se le adelantó.

    — No, Iniciada Eldon. Debes aceptar. Aceptar y perdonar —Addath farfulló algo—. Aceptar y perdonar —marcó aquella última palabra con fuerza—. Un Jedi no se mueve por el rencor o la venganza, deberías saberlo.

    — Lo sabe, Maestro —intervino Tera Sinube.

    — Eso espero.

    Addath Eldon se irguió.

    — Sí, Maestro. Perdón, Maestro.

    Krenia nunca llegaría a saber si realmente Addath en ese momento perdonó o no a Lotu, lo cierto es que a partir de entonces jamás volvió a hacer un comentario rencoroso.

    — Bien, pues entonces, vayamos al siguiente punto —prosiguió el maestro Windu—. Que consiste en lo que nosotros mismos considerábamos como el momento adecuado para descubrir vuestras habilidades sanadoras.

    — ¡Como Tyn! —exclamó Dagrasi Takta. Tera Sinube le hizo un gesto para que callase—. Perdón, Maestro.

    El maestro Windu desvió la mirada hacia el maestro Yoda, con expresión molesta. «No es un hombre al que interrumpir», pensó Krenia inmediatamente. Y aquella era ya la segunda vez que Dagrasi Takta hablaba cuando no debía hacerlo.

    Tras la breve pausa, el Maestro Windu continuó.

    — Hasta ahora, Iniciados, las habilidades de un sanador se descubrían durante las Pruebas del Iniciado. El incidente del otro día nos ha hecho darnos cuenta de que estábamos equivocados. Hemos decidido avanzarlo hasta los diez años, vuestra edad actual.

    Hizo una pausa, en la que aprovechó para mirarles a todos. Krenia tragó saliva cuando sintió aquellos ojos marrones encima de ella. La sensación, sin embargo, se desvaneció en cuanto Mace Windu pasó a mirar al arcona Dolom Iz. Finalmente, hizo un ademán a la twi’lek y dijo:

    — La Maestra Vokara Che se ocupará de saber si sois o no aptos para el arte de la sanación —la aludida asintió, pero no dijo nada—. Y en caso de que sí lo seáis, como es el caso de la Iniciada Nossee —miró un segundo a la weequay—, empezaréis a aprender las técnicas básicas junto a la maestra Che y su equipo de Jedi sanadores.

    «¿Y si yo tengo esos poderes y no lo sé?», se preguntó Krenia. «Podría curar a los demás si volviese a pasar algo así…». Le gustó imaginarse a sí misma con poderes sanadores.

    — Lo cual nos conduce al siguiente punto —prosiguió Mace Windu—. Iniciada Nossee, ¿cómo sabías que tenías esa habilidad?

    Como si fuese humana, las mejillas de Nossee se tiñeron de un tono rosado. Muchas especies humanoides compartían esos gestos involuntarios con los humanos; en el caso de los weequay, el rubor era igual en ambas especies.

    — Yo… —titubeó la niña. Del mismo modo que cuando confesó haber llorado por Buwasy Kue, no se atrevía a mirar a los maestros a la cara—. Yo, bueno, es que pensaba…

    — «Pensaba» no responde a mi pregunta, Iniciada Nossee.

    Tyn se puso más colorada.

    — Yo no sabía que… yo… que eso era… bueno…

    — No te pongas nerviosa, Tyn —le dijo el maestro Sinube—. Cierra los ojos, respira hondo, concéntrate y deja que la Fuerza te guie.

    La niña asintió levemente y obedeció. Antes de abrir los ojos, sin embargo, el maestro Saesee Tiin intervino.

    — Todas esas cosas no son motivo de sentir vergüenza.

    — ¿Maestro?

    — Eso, Iniciada —respondió Tiin—. Descubrir ese poder por casualidad no es motivo de vergüenza. Creer que era algo que todo el mundo sabía hacer tampoco es motivo de vergüenza.

    — ¡Hala! —saltó Dagrasi Takta— ¿De verdad, Tyn?

    Antes de que la aludida respondiese, Saesee Tiin increpó al togruta, con los ojos entornados.

    — Si sigues interrumpiendo así a tus maestros, Iniciado Takta, nunca serás Caballero Jedi.

    — Perdón…

    Tras la interrupción, el maestro Windu volvió a hablar, explicándoles en qué consistiría la prueba, que no era otra cosa que en concentrarse en sanar, sintiendo la Fuerza en el interior y comprobar si podían curar un pequeño corte.

    Antes de marcharse los maestros, después de que Vokara Che diese instrucciones a los niños, y antes de que Tera Sinube les impartiese las clases del día, Yoda se dio la vuelta hacia los pequeños y comentó:

    — Si ayuda necesitáis, por vosotros siempre estaremos.

    Krenia Krynda tuvo la extraña sensación de que la miraba a ella. Pensó en Lotu Gung y se dio cuenta de que tenía que hablar con alguien y que ése era Yoda.



    La noticia de que el maestro Darrek Brirool, otro Jedi Reclutador, había muerto tratando de cumplir el mismo cometido que Buwasy Kue pronto sacudió a los miembros de la Orden Jedi. Los Bergruufta compartieron nuevamente el dolor entre sus compañeros, pues el maestro Brirool había sido el encargado de traer a Brial Delpin, Leesan Krim, Gelsala Rey, Ged’ir Selle y Dagrasi Takta al Templo Jedi.

    El resto de los niños permanecieron en la habitación, tristes, mientras sus compañeros eran admitidos en el funeral. Eso, al menos, hasta que Krenia Krynda se levantó, con la intención de irse.

    — ¿Dónde vas? —le preguntó el anx Groliax Perrivel.

    — A buscar al maestro Yoda —respondió, antes de cerrar la puerta tras de sí.

    Tenía demasiadas preguntas y sólo Yoda podía responderlas.



    Para ser un hombre muy pequeño, el cuarto del maestro Yoda era enorme, o eso le pareció a Krenia, acostumbrada a compartir una habitación más bien pequeña con otros diecinueve niños. La habitación, situada en la aguja central del Templo, era de forma circular y tenía grandes ventanas. Un pequeño armario, una extraña estera más grande y que no parecía que se tuviera que recoger (con el tiempo Krenia aprendería que aquello no era una estera, sino una cama) y unos sillones redondos, sin respaldo.

    Sobre uno de esos sillones se encontraba Krenia Krynda, con las piernas cruzadas. El Maestro Yoda estaba sentado en otro sillón, justo enfrente de ella.

    — Sí… dudas tienes, sí.

    Krenia, como no sabía cómo empezar, acabó diciendo que tenía una duda, sólo una, y no muchas como el maestro Yoda respondió. Sin saber tampoco qué responder, permaneció callada. «Seguro que lo sabe», pensó.

    — Si explicaciones no das, ayudarte no podré, me temo.

    Con aquellas palabras, Krenia comprendió que el Maestro Yoda no diría nada (por mucho que supiera lo que quería decir), mientras ella misma no hablase primero. Tratando de dar, pues, con las palabras adecuadas y, sobretodo, pensar en qué preguntar primero, Krenia tomó aire y cerró los ojos, como el Maestro Sinube le había explicado.

    — ¿Qué le pasó a la Maestra Buwasy? —preguntó al fin.

    El Maestro Yoda ladeó la cabeza ligeramente. Sonrió, pero no respondió.

    — ¿Maestro…?

    — Pequeña aún eres, para comprenderlo. El día de mañana lo sabrás.

    — ¿Cuándo? —la niña entornó los ojos.

    — Paciencia —respondió el Maestro—. Relajada no estás. Relajarte ahora, debes.

    La chiquilla obedeció.

    — Pero, Maestro: ¿cuándo? —insistió. En aquella ocasión, lo preguntó con calma.

    — Tu futuro Maestro, las respuestas él o ella te dará.

    «Eso si llego a Padawan», pensó. Se estaba dando cuenta de demasiadas cosas, y empezaba a pensar que eran comportamientos poco adecuados para un Jedi los suyos. Jamás sería Padawan.

    — Contenta con esa respuesta no estás.

    Krenia negó con la cabeza.

    — No es eso, Maestro. Es que…

    Decidió confesar sus temores. El Maestro Yoda volvió a sonreír y le aseguró que eso no tenía nada que ver, pues no era más que una niña y con el tiempo maduraría. Después le dijo, y eso a Krenia sí que le dolió especialmente, era en que él, como Maestro del Consejo sí había visto es que era una niña demasiado egocéntrica, y en ocasiones orgullosa y prepotente; todos ellos términos poco adecuados dentro de la Orden Jedi.

    — Eso no es cierto —se defendió Krenia. Se llevó la mano al lek—. No es cierto.

    — ¿No lo es? —Yoda dejó escapar una risita. Desconcertó tanto a Krenia, que la pequeña se olvidó por completo de su tic habitual, quedando su mano simplemente apoyada en el lek izquierdo—. La Maestra Buwasy, eso decía.

    Krenia se quedó con la boca abierta, pero no dijo nada. «¿La Maestra Buwasy pensaba eso de mí?». Le entraron ganas de llorar.

    — «Demasiado apegada, eres». Esas palabras, la Maestra Buwasy Kue dijo.

    Krenia dudaba mucho de que la maestra Buwasy las hubiera pronunciado en aquella forma tan particular que tenía el Maestro Yoda de hablar.

    — ¿No lo es?

    Krenia se lo pensó unos instantes.

    — No, Maestro… ah, no quiero decir… Sí, Maestro —suspiró—. La Maestra Buwasy tenía razón. Pero sólo en lo del apego —agregó inmediatamente.

    El Maestro Yoda sonrió.

    — Meditar sobre el resto, deberás. Y que el resto cierto también es, verás.

    — No es verdad — insistió Krenia—. Yo no soy egocéntrica, ni prepotente. Ni tampoco orgullosa.

    — ¿No lo es? —volvió a preguntar Yoda.

    La niña le dio por imposible. No era ni orgullosa, ni egocéntrica ni mucho menos prepotente, pero el Maestro Yoda no iba a dar su brazo a torcer. Krenia decidió que no diría nada más, si el Maestro Yoda no cambiaba de opinión ella no tenía por qué continuar.

    Pero entonces recordó que quizá nunca tendría una oportunidad como aquella, de modo que se tragó su orgullo (Krenia no reconocería ni en sueños que, en efecto, aquello era «orgullo») e hizo la siguiente pregunta, aunque relacionada con la primera:

    — ¿De qué murió el maestro Brirool? Dicen que el Maestro Brirool murió igual que la Maestra Buwasy.

    — La gente habla, sí.

    — Pero… ¿de qué murió?

    — Cuando el día llegue, tu futuro Maestro la respuesta te dará.

    Krenia Krynda hizo una mueca. Quería una respuesta ahora.

    — No es normal que dos maestros mueran de la misma forma —comentó—. Y eran sólo dos reclutadores…

    — Cierto es —corroboró el maestro Yoda—. ¿Otras dudas tienes?

    Krynda suspiró. Definitivamente, si alguien era orgulloso ése tenía que ser Yoda, no ella. Se obligó a centrarse.

    — Sí, Maestro —suspiró—. ¿Dónde está Lotu?

    — ¡Ah! Lotu Gung, niña lista ella es, sí…

    — Maestro Yoda, por favor…

    El aludido se puso, entonces, a comentar lo inteligente que era la rodiana, lo rápido que se aprendía todo, lo bien que se concentraba para meditar y lo bien que se le daba el Shii-Cho.

    — Maestro Yoda… —una idea horrible acudió a su mente—. Maestro Yoda, ¿Lotu ha sido expulsada?

    Yoda la examinó de arriba abajo.

    — Lotu Gung, miembro ahora del clan Bergruufta es. ¿Por qué expulsada ella iba a ser? ¿Aceptada ella no es? ¿Perdonada ella no es?

    Krenia se dio cuenta de quién hablaba.

    — Addath ya no dice nada, Maestro.

    En realidad, tampoco es que hablase ahora mucho con ella, su orgullo se lo impedía, pero no se lo iba a decir al maestro Yoda.

    — Bien.

    — Pero no está, Maestro. ¿Por qué?

    El Maestro Yoda se demoró unos instantes en responder.

    — En los Campos Agrícolas, ella está.

    La pequeña Krenia Krynda se quedó con la boca abierta.

    — Pero si no ha sido expulsada, ¿por qué? —gritó—. ¿Qué hace allí?

    — Comprender el sentido de la Fuerza ella debe. De la vida, aprender debe. Tiempo en los Campos Agrícolas, ella necesita.

    — Pero…

    El Maestro Yoda alzó una de sus diminutas manos, pidiendo silencio. Le aseguró que no estaría mucho tiempo, y que pronto regresaría.

    — ¿Lotu estaba sola? —decidió hacer la siguiente pregunta.

    — Incomprendida era —contestó Yoda—. Sola, ella no estaba, pero sola, ella se sentía.

    «Y por eso iba siempre hacia la maestra Buwasy…». Decidió no decirlo en voz alta.

    — Os necesitáis —continuó el Maestro Yoda. Krenia arqueó una ceja—. Iguales en parte sois, distintas en otro lado. Amigas sois.

    — No es cierto —replicó Krenia. Discutía mucho con Lotu, aunque bien cierto era que ya no tanto como al principio. Pero amigas no eran, eso seguro.

    — ¿No lo es?

    — No.

    — La Maestra Buwasy, eso pensaba —Krenia tragó saliva y Yoda dejó escapar la risita de antes—. ¿No lo es?

    — No lo sé —accedió al final. Yoda sonrió—. No era mi amiga, pero… no sé.

    Yoda sonrió. Sus ojos marrones sólo infligían calma y seguridad.

    — ¿Cuándo volverá?

    — Paciencia.

    Otro punto muerto. La niña, entonces, optó por una nueva pregunta. La última y la que le daba más miedo.

    — ¿Llegaré a ser Jedi?

    El Maestro Yoda volvió a sonreír. Pero justo cuando iba a responder, la puerta se abrió y apareció el maestro Plo Koon. Krenia dio un respingo.

    — Lamento la interrupción, Maestro —empezó—, pero es la hora.

    «¿La hora?».

    — Hora de reunirse, me temo —de un salto, el maestro Yoda bajó de su sillón—. Iniciada Krynda, otro día hablaremos.

    Los dos maestros la dejaron sola allí, para que meditase. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, ambos la miraron, como si la analizasen y, por primera vez, pudo Krenia percibir claramente la Fuerza. Sintió en la Fuerza algo que le impulsó a pensar «se están diciendo que tengo miedo».

    Después intuyó que pronto, muy pronto, tanto a ella como a Brial Delpin y a Fen Comata, les tocaría tener una larguísima charla con el kel dor. Sintió un escalofrío sólo de pensarlo.



    Las pruebas sanadoras realizadas por la maestra Vokara Che dieron al final como resultado que sólo dos niños Bergruufta, sin contar a Tyn-Pehd Nossee, tenían esas habilidades especiales. Krenia se sintió triste porque resultó no ser sanadora, ¡habría sido tan genial! Podría ayudar a los demás y, de hecho, a la mínima los demás podrían acudir a ella cuando pasase algo.

    Pero no era así, la Fuerza no había querido que así fuera. Tozan Tirch, que era nikto, y para sorpresa de los Bergruufta, Fen Comata, eran los dos únicos chiquillos que, junto a Tyn-Pehd Nossee, empezaron sus primeras sesiones de aprendizaje junto a la maestra Vokara Che.

    Bueeeeeeno —dijo Dagrasi Takta, el primer día que Tyn, Fen y Tozan se marcharon—. Parece que no somos los importantes.

    Acto y seguido, se llevó las manos a la cabeza.

    — ¡Eh! Me han crecido los monthrals.

    Usaba un tono tan característico que, acompañado con sus movimientos, hicieron de inmediato reír a los demás.

    «Bueno», pensó Krenia. «Tal vez no sea tan malo no ser el centro de atención».

    — Bueno, niños —el maestro Sinube dio una palmada—. ¿Listos para otra sesión de entrenamientos en la Forma Primera?

    Los niños asintieron con energía. Krenia se tapó el rostro con aquellos cascos blancos usados para impedir la visión (el cómo se lo hacía el miraluka Sashoan Haba, teniendo en cuenta que «veía sin ver», sería un misterio durante años para Krenia Krynda) y encendió el sable de entrenamiento.

    Por primera vez en su vida no necesitó verlo para saber con certeza que la hoja brillaba en color verde.
     

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso