Kourei no Tsuki [Espejo de la Luna]

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Kourei, 11 Octubre 2010.

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    Kourei

    Kourei Acosando a Gray-sama (kagome-chan) ;D

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    Kourei no Tsuki [Espejo de la Luna]
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    Kourei no Tsuki [Espejo de la Luna]

    Suicida número uno: Muerte del demonio elegante


    Es en la noche de la ciudad de Tokio, cuando las luces dan un espectáculo magnifico de la gran urbe, sus luminosos edificios que sirven para establecer los comercios, tiendas, cines, y un sinfín de comodidades. Lo mismo de cada bella noche plagada de oscuridad, una siempre mil veces más infinitamente limpia que la de los humanos que recorrían sus calles. Era el escenario perfecto de la penumbra, toda esa podredumbre que se cubre de glamour para ocultarse a las personas incautas que caen en su encanto. ¿O quizás se disfrazaba para proteger a los caídos que residían en ella?

    Él sonrió, eso era lo que menos importaba ahora. Si la ciudad buscaba atrapar a las pocas almas libres que aún existían, o si era completamente habitada por esas personas que se creían pertenecientes la clase “humanidad”, no era su asunto.

    A ese hombre lo que le interesaba era el más hermoso sitio, digno de él, aunque sólo fuera en apariencias. Deseaba utilizar esa preciosa Luna a la víspera de ser completamente negra, que su piel brillara con la poca luz destacando por completo su hermosura al lanzarse al vacío. Morir solo y desdichado en un paisaje precioso, no era alentador, pero lo prefería a un triste suicidio con pastillas tan poco elegante. La suerte de la que se creía merecedor, la desdicha que le impulsaba a realizar su estúpido acto de insensatez.

    Debía admitirlo, era alguien vanidoso, pero tenía derecho de serlo. No cualquier joven de tan pronta edad poseía esos rasgos aniñados en su rostro, tan serenos y maduros a la vez que le daban un aire superior. Como quien mira a un hombre de familia eternamente joven. Sus ropas eran elegantes, de marca. El traje de sastre en tela de satín, color negro, como un esmoquin, la corbata de seda en detalles bordados a mano, elegantemente vestido para morir.

    Encaminó sus pasos a la orilla de concreto, hasta topar con la barda de seguridad del edificio, frente a frente con la torre famosa. Sin demasiado esfuerzo brincó la pequeña cerca que no cumplía para nada con su función. Él rió desquiciadamente, tal vez si la misma fuera algo más resistente evitaría su plan, lo haría reflexionar y volver a casa recriminándose por la tontería que intentaba.

    Pero el destino estaba de su lado, ¿O quizás en su contra?, ahora lo único importante era cumplir con su acto de suicidio antes de arrepentirse, intentar regresar y resbalar cayendo al vacío, con una muerte lastimosa. Morir por accidente, y no por decisión propia.

    La silueta masculina suspiró, tratando de normalizar su respiración ante el vértigo indescriptible, estar en la azotea de un edificio de trece pisos no era alentador, más si pensabas en la muerte. Y peor aún si comienzas a dudar sobre tus actos en el momento menos indicado. El fuerte viento cargado de nostalgia meció sus negros cabellos lacios, danzando al son de la canción triste que componían los silbidos del viento.

    Unas personas pasaban por abajo esa noche, un grupo de jóvenes que salían sin permiso de sus casas para involucrarse en cosas prohibidas y perjudiciales para la salud, borrachos por completo, drogados hasta la subconciencia y retirados de la realidad se reían ajenos a al hombre de pálida tez.

    Sus ojos verdes contemplaron con matices indiferentes la triste escena y reafirmó su propósito inicial, en el mundo podrido de mierda. Cada día estaba peor esa clase de “humanidad” existente… siempre criticando cada acción de su prójimo, en vez de buscar ayudar, de ver lo bueno de su prójimo. Todo mundo se escudaba en la sociedad de hoy en día. Una estupidez completa, porque esa sociedad estaba tan corroída que necesitaba ser eliminada y ser impuesto un nuevo sistema sano, lamentablemente no existía ser capaz de tal cosa. Estaba dispuesto saltar de una maldita vez…

    Soltó una mano con temor, pero antes de efectuar lo mismo con la siguiente, un grito ensordecedor le llamó la atención. Allá abajo, una mujer gritaba desesperada y apuntaba al cielo, o mejor dicho, al joven hombre de constitución atlética que pendía de un barandal de seguridad ineficiente. Lo señalaba a él. — ¡Auxilio, ese chico se quiere suicidar!

    — ¡Hazlo ya, viejo! —Gritó uno de los vándalos que seguían en el sitio.

    — ¡Hazlo, hazlo, hazlo! —Animaba a coro otro de los jóvenes, de pelo rubio, sus ojos negros escondidos entre el copete, al momento de alzar su mirada y encontrar el fuego ámbar de la mujer preocupada, tragó saliva y guardó todas sus burlas para otra ocasión.

    —Son unos irresponsables. —Chilló la regordeta señora, logrando unas cuantas burlas de los demás chicos que estaban completamente idos por la cocaína. — ¡¿Cómo se atreven a gritarle esas estupideces!?

    — ¿Qué sucede señora? —Cuestionó una voz varonil que recién intervenía. Volteó a ver al grupo que se asustó y emprendió la huída inmediatamente. — ¿La estaban molestado? —Esta vez posó sus ojos marrones sobre la mujer de clase elegante, ella vestía como para una fiesta de alta sociedad. Vestido de marca, zapatos de la temporada, lentes oscuros para las luces de la ciudad. No era extraño verla en zona tan exclusiva de Tokio, realmente lo extraño eran aquellos jóvenes perdidos. —Oficial, no es eso… simplemente salía de compras de aquél centro comercial… —Señaló al edificio contiguo. —Y me encontré con tan horrible espectáculo…

    —Sí, lo lamento. Es difícil mantener lejos a esos criminales juveniles…—Comentó con calma indiferente el hombre, pero manteniendo su sonrisa amable que no se notaba falsa, un oficial experto en mentira, si uno no conocía el interior. —Perdóneme, siendo yo solo en esta zona no puedo vigilar cada rincón.

    —No tiene que pedir perdón. —Correspondió con una sonrisa falsa, olvidándose por un instante del asunto que llamó su atención. —La juventud de hoy en día es un total fracaso… incluso hay quienes… —Llevó sus manos para cubrir su boca, horrorizada de nuevo. El asunto de un joven suicida llegó a su mente. Ella como señora respetable que era debía hacer algo, por su reputación ¿Qué diría la gente de una dama presenciando una muerte? O peor aún, ¿una dama como ella manchada de sangre asquerosa de un desconocido?

    — ¿Qué es lo que le ocurre? —Cuestionó fastidiado en su tono de voz, más su rostro lograba gesticular una mueca de congoja. El hombre de allá arriba sonreía con sorna, pasando mil cosas por su mente, ¿Para ser policía también debía saber actuar?

    — ¡Un hombre allá arriba intenta suicidarse! —Señaló con uno de sus brazos obesos, colgando la piel al momento de tambalearse en dirección al pelinegro que los observaba fijamente.

    — ¡Santo cielo! —Gritó desesperado el policía. Su reputación quedaría por los suelos si un estúpido chico se suicidaba en su zona ¿Qué sería de su reputación, de su prestigio? No pasaría vergüenzas por un mocoso que no aprendía que la vida era cruel y nada agradable. —Llamaré de inmediato a la base, ellos mandarán refuerzos y a un especialista…

    —De acuerdo. —Asintió levemente con su cabeza, desconectada del real sentido de esas palabras. No entendía la crueldad del destino por ponerla en una situación tan fastidiosa como esa, manchando su reputación.


    El policía no atendió a sus últimas palabras, estaba más preocupado por evitar quedar en ridículo. Inmediatamente corrió a su patrulla, tomando la radio para pedir ayuda. Exigió a la mujer que atendía no tardarse más de cinco minutos, era una situación critica, tanto para él como para el joven que en realidad no importaba más que él.

    Con un gesto de fastidio, el pelinegro sobre la azotea, aferró de nuevo su mano al barandal. No era el momento de perder su vida, merecía una digna muerte en un escenario de fantasía, no un patético suicidio, como acto de circo y estando en todos los periódicos del día siguiente. —Bueno, tal vez si podría morir hoy… antes de que esto se vuelva lo que tanto detesto.

    —Hola, ¿Qué es lo que haces? —Preguntó una voz suave a sus espaldas. Él no se inmutó ni movió su cabeza, simplemente ignoró la pregunta, dejándola marcharse en el viento frío. —No me has respondido, y créeme que en verdad soy insistente…—La diversión en su voz molestó al joven, pero se contuvo. A pesar de todo, él era un caballero.

    —Detesto este mundo… está tan podrido. —Ladeó su rostro, mostrando las facciones enmarcadas en una mueca de desesperación. En verdad era apuesto, los matices verdes de sus ojos destellaban en medio de la oscuridad en esa azotea, la dueña de la voz entendía como la señora no pudo ignorar ese color tan hermoso, pero lleno de tristeza, en la escasa luz. —Ya no quiero sufrir por los problemas de la vida, es por eso que he decidido suicidarme…

    — ¿Y piensas que así arreglarás todo? —Unos pasos tras de sí resonaron fuertemente, la joven de cabellos castaños avanzaba hasta él con tal sutileza, pero firmemente. Al son de su paso, se estremecía un poco más el cuerpo masculino, tensándose todos los músculos marcados contra la tela de su vestimenta.

    —No evitarás que me suicide, si eso piensas…—No tenía sentido, pero deseaba que ella lo rescatara, de esa tontería, de la vida que llevaba, de la jodida mierda que pasaba por su mente en esos instantes. O al menos que lo empujara. La mujer, ajena a todo ese enredo mental, llegó completamente hasta su lado, él sintió una mano ligera colocarse sobre su hombro, como apoyo para aproximarse al oído.

    — ¿Y quien te ha dicho que quiero evitarlo? —Susurró amenazante. —Yo no te voy a decir que la vida es bella y hay que disfrutarla, no pienso engañarte para que te quedes en un lugar que no quieres…

    — ¿Entonces que quieres? —Cuidadosamente se volteó para enfrentarla cara a cara. Pero la sonrisa siniestra que esa mujer tan hermosa poseía le helaba la sangre. Sus labios sonrosados y sin maquillaje se curvaban en gesto desquiciado, los ojos como zafiros brillaban en plena sobriedad, y su cabello parecía cada vez más y más claro, como si estuviese hecho de cobre. — ¿Acaso eres una sádica que disfrutará de mi show?

    —Puede ser…—Meditó por un momento. —O tal vez estoy aquí porque yo también tenía un asunto pendiente en este lugar… en todo caso, quizás sea el destino que quiso traerme…

    —Deja tu sarta de tonterías y largarte. —Soltó un bufido y prosiguió. —El destino no existe, porque nosotros lo forjamos, y yo he decidido que el mío se trunca aquí…

    — ¿Puedo saber la razón por la que deseas morir? Tu rostro no dice que estés completamente seguro que lo quieres hacer. —Maldijo a la mujer por entrometida, y por saber leer tan bien. Nunca se caracterizó por ser un hombre que demostrara sus sentimientos, era aterrador que esa mujer supiera algo, tan sólo al verlo.

    —Odio vivir, es un infierno… —Su hilo de voz se cortó. No soportaba el tener que dar explicaciones, pero un extraño presentimiento de peligro lo embargó. Como si en verdad fuera necesario contarle la verdad a ella. ¿Qué era esa mujer?

    — ¿Por una estupidez así? —Rió a carcajadas, molestando al hombre de ojos verdes. No soportaba que se burlara así, era como reírse de toda su vida y desgracias, pero ¿Qué esperar de una persona que viene a ver un suicidio por entretenimiento? Ni siquiera pensaba intentar detenerlo… —Hombre, la vida es efímera y rápida, si no soportas unos años en este infierno, no durarás la eternidad que te queda en aquél otro…

    —No creo en Dios, ni en el infierno… —Segundos de silencio se apoderaron de ellos, él no sabía si su comentario venía al caso, o si era bueno decirlo. Pero si iba a morir ¿Qué importaba esa noche? —Aunque, si lo pienso, puedo decir que sí. —Ella lo observó tranquilamente, analizando esa sonrisa suave que escapaba de sus labios, tal vez sin notarlo. —Esta vida es el verdadero infierno y el mundo está lleno de gente corrupta.

    —También existe la gente buena. —Respondió ágilmente para ver su reacción, no pensaba de ese modo, pero analizarlo a él era un deleite. La psicología humana era tan compleja.

    —En ese caso, diles que dejen de esconderse y que se presenten, porque jamás he conocido a alguien que sea así…—Ironizó, sintiéndose libre de hacerlo. La maldita mujer lo escrutaba sin remordimiento y eso causaba incomodidad en su persona. Además del terror.

    — ¿Qué me dices de las personas preocupadas de allá abajo?

    — ¿Esos? —Señaló con su mano derecha, luego regresó a sostenerse firmemente del barandal. Olvidado de la situación mortal en la que se encontraba. —Te aseguro que se preocupan más por los problemas que yo les ocasionaré que por mi propia seguridad…


    El viento mandó una nueva ráfaga de aire frío, colándose en el espacio entre las dos personas en el borde del concreto. Trece pisos abajo las dos personas iniciales llamaban a un escándalo público para intentar persuadirlo de desistir. Pero él no estaba dispuesto, moriría antes de todo, antes de saberse la noticia en vivo de los noticieros nocturnos, antes de los histéricos gritándole que confiara en un Dios en el que no creía, que ese ser lo amaba, toda la sarta de mentiras frente a los ojos de esa mujer de rasgos suaves que aparentaba ser una dulce niña.

    La señora vestida elegantemente seguía con sus chillidos de palabras incomprensibles, ni siquiera notaba que estaba siendo ignorada, el policía parecía desesperado. Si llegaban antes que él muriera seguramente lo capturaría y enviaría al psicólogo por pensar que estaba loco. — ¿Cuál es tu nombre? —Soltó sin anestesia, con un tinte de voz rudo.

    —En realidad no tengo nombre, pero me conocen como Tsuki. —Acaramelando su voz peligrosamente, ese joven sospecho de las verdaderas intenciones de la joven, de ese interés de ver su muerte.

    — ¿Luna, eh? —Exclamó fuera de sus pensamientos. —Mucho gusto, mi nombre es Akuma…

    —Es lindo saber lo crueles y acertados que fueron tus padres al llamarte demonio. —Burló la castaña, con esa sombría expresión empezando a bailar un ritmo escabroso en sus ojos. Como si la maldad empezara a emerger, abriéndose las puertas del infierno en ellos. — ¿Nunca has deseado serlo?

    — ¿El qué?

    —Un verdadero demonio…

    —Simplemente deseo morir, y terminar mi existencia aquí…

    —Me parece que eres un cobarde…—Rió ante la expresión cansada del joven, era deleite torturarlo. Todo valía para disfrutar un momento antes de cumplir con su labor. —Aunque si me dices que sabes en verdad lo que haces, podría creer que eres valiente… o demasiado estúpido.

    — ¿Qué quieres decir con eso?

    —Yo paso mi vida sobreviviendo, a mi tampoco me gusta este sitio que se ha vuelto la Tierra, pero soy lista, un suicidio implicaría más daño del alivio que crees que da… —Suspiró, acercándose más al hombre que la escuchaba con atención. —Ya te lo dije, unos pocos años que vives en este mundo y cuando mueres o es la reencarnación, o es ir al paraíso, según lo que creas y merezcas. Pero el suicidio implica huir de lo que te pasa, pasas a una condenación eterna por tal pecado…

    —Te he dicho que no creo en Dios.

    —Cree o no, no es mi asunto. Pero el infierno existe, no es como lo imaginas, es mucho peor… quedas atrapado en este mundo, vagando sin un sentido propio… este lugar que consideras el infierno en verdad lo es, será tú infierno…

    —Moriré, y mi existencia termina, no hay más allá de la muerte. —Serio, devolvió su mirada al frente para ocultar las dudas que comenzaban a embargarlo de nuevo. Esa extraña mujer de verdad comenzaba a inquietarlo.

    — ¿De verdad quieres averiguarlo? —No recibió respuesta, y su rostro ya no era visible, pero haberlo estudiado tanto, en tan poco, le daba una idea de la mueca que estaba realizando en ese justo momento, una de desesperación y dudas. —Bien, lánzate y averígualo, cuando te condenes, avísame… te esperaré. —Suspiró y comenzó a caminar, de regreso, por el camino en que anduvo al llegar.

    —Espera. —La retuvo por el antebrazo. —No quiero averiguarlo, creo que tu lógica es mucho mejor que la mía.


    Habló firmemente, buscando la mirada azul que le brindara algo de confianza para continuar. La encontró, pero sorpresivamente era cálida y tentadora como una fruta prohibida, sin embargo algún brillo invisible delataba oscuras intenciones. La apetitosa mirada se tornaba venenosa. Sus fuerzas flaquearon un poco, y fue entonces que notó la barda que tambaleaba, esa de donde estaba colgado, al borde del edificio.

    Desesperadamente buscó su ayuda, intentó sostenerse de ella, como si, a pesar de lo que creía sobre las mujeres, ella poseyera la suficiente fuerza para evitar su precipitada muerte. Una que buscó, y ahora le rehuía ¿Cuán humillado podría ser?
    Su objetivo sonreía nostálgicamente, aún con esa oscuridad siniestra, bordeándole los destellos azules que poco a poco se deformaban, cambiando de textura. Un hermoso y profundo azul se teñía de carmín en su mirada.

    El agarre quedaba casi inexistente, y la mujer no hacía el menor esfuerzo por salvarlo. La barda volvió a tambalear, fragmentándose la zona donde sus manos se sostenían, él estaba iracundo, irritado, molesto. Cuando había decidido no morir y darle una oportunidad al sufrimiento que era su vida, pasaba esto. Las personas de abajo gritaban, ahora eran un grupo aún mayor que cuando los notó por última vez. Y la mujer de ojos zafiros seguía sin moverse…— ¡¿No piensas ayudarme!? —Gritó encolerizado.

    —Te dije que no intervendría en tu suicidio…

    — ¿¡No ves que ya no quiero morir!? —Ella se acercó, arrodillándose para quedar cerca de él, quien la miró extrañado.

    —Si en verdad te crees tan valiente como para seguir viviendo, sube por ti mismo, salva tu propia vida. —Sonrió dulcemente, causando conmoción en el joven que la veía aturdido, desquiciado, pero no podía rebatir su lógica, esa lógica tan retorcida y extraña, pero tan cierta. —Hazlo, sé que tú lo conseguirás…

    —De acuerdo. —Sentenció, intentando controlar esa impaciencia y descontrol tanto en su muerte como en su cuerpo.


    El esfuerzo era como hacer ejercicio en el gimnasio, con la fuerza de sus brazos subió algo de la distancia, por suerte la orilla estaba alzada y sólo tenía que sujetarse de ella… Su brazo se estiró hasta casi alcanzarla, estaba a milímetros, pero resbaló uno de sus pies por el vidrio donde se apoyaba y antes de caer…

    La nívea piel de una mano femenina lo sostuvo, era suave y fresca. Creyó estar al borde de un abismo, pues no esperaba la repentina ayuda, aunque viendo ese carmín fulgurante que no se apoderaba del todo del azul, pensó en soltar su mano. —Debes decidir, ya que no puedo intervenir…

    —Estás interviniendo. —Sentenció desconcertado.

    —Estamos en un punto muerto, tiempo congelado. —Y el hombre miró a su alrededor, buscando indicios de la tontería que emanaba de esos labios tan provocativos. —Mira abajo, tu cuerpo yace muerto entre ese grupo que te rodea.

    —No puede ser… —Murmuró, incrédulo. Efectivamente él estaba tirado ahí, con la sangre manchando su ropa, el cráneo semi-destrozado por la presión contra el concreto y sintió asco de sí mismo.

    —La muerte elegante que deseabas… fuiste un idiota. —Llamando su atención con ese apelativo, volvió a verla a los ojos que cada vez más se tornaban rojos, como la sangre, pero en una especie de halo que rodeaba al azul original. —Debiste morir con pastillas, por lo menos tu cuerpo sería más agradable a la vista… Esa sí hubiera sido tu muerte elegante. —Burlona, seguía sosteniéndolo por la mano. —Es momento de que escojas, ¿Muerte o suicidio?

    — ¿Qué diferencia existe, si moriré de todas formas?

    —Demasiada. —Sonrió, asemejando a su gesto torcido a una tranquilidad inquietante, Asuma también sonrió, devolviendo el gesto. Esa mujer era tan interesante, pero cruelmente sincera. —Es tu alma la que sostengo, ya que era tu tiempo de morir. Cuando un humano presiente su muerte, a veces quiere tomar su vida por mano propia, somos enviados a tratar de detenerlos…

    — ¿Quieres decir que cuando deciden suicidarse es porque es su hora? —Preguntó asustado. Siguiendo de cerca el cuadro de su muerte, la ambulancia estaba por recoger su cadáver. Una mueca de asco adornaba su rostro.

    —Sí, pero Dios es quien decide la hora, las personas creen que tomando su vida evaden algo peor, pero el resultado nunca es fácil… Al tema, elige rápido.

    — ¿Qué sucederá con lo que elija? —La congoja se apoderó de su corazón, oprimiéndolo. Ella se miraba tan triste de su suerte, lo compadecía, estaba tan sola, necesitada. ¿Podría volver a verla con alguna de su decisión?

    —A ti te he concedido un favor, ya que te arrepentiste del suicidio. Pero no tengo permitido revelarlo, Suicidio implica muerte por tu mano y un castigo peor, muerte es por el mandato divino, y seré yo quien lo efectúe. Tu alma es como tu cuerpo en este espacio muerto. —Suspiró fuertemente, tomando el aliento para proseguir con su larga explicación. —Por esto que he hecho vas a pagar un precio… con la decisión depende como lo pagarás.

    — ¿Tú también te suicidaste? —Interrumpió abruptamente la situación. No deseaba hacer esa pregunta, pero la curiosidad por su pasado era mayor. — ¿Pagas por el mismo pecado?

    —No, pero no voy a explicarlo. Tu tiempo para escoger es de cinco minutos humanos… —Su rostro no pudo ocultar la emoción de decepción naciente, pero se convenció de que ella no era su asunto.

    —Termina de contar, rápido. —Apresuró con una sonrisa, alentándola a pesar del atrevido descaro del humano. Ella sonrió venenosamente, cosa que lo llenó de satisfacción, Tsuki olvidaba por un momento esa carga de melancolía en sus orbes de zafiro.

    —Serías un demonio si te suicidas, por una muerte todo es perdonado, ya que el humano no está enterado de esta situación. Pero el pago es peor para la muerte propia…

    —Elijo el suicidio. —Interrumpió el pelinegro.

    Sorprendida de sus palabras, exhaló un bufido. La mano que lo sostenía lo soltó para dejarlo caer al vacío, precipitadamente. Ya no tenía las fuerzas ni la razón para sostenerlo, como dijo antes, el tiempo humano había acabado.

    Habría querido reclamarle por ser tan idiota, los humanos eran las criaturas más raras de la creación. Una pequeña lágrima surcó sus ojos, llevándose el tinte rojo de sus orbes. Ese rojo simbolizaba las puertas del infierno, debían alcanzarlo para transportarlo a su lugar inicial, el sitio donde recibiría las enseñanzas precisas para pagar por su crimen.

    El azul en sus ojos era la salvación, el rojo la perdición y cada gota derramada el portal a su destino. Ahora miraba con tristeza al hombre caer, para que su alma sintiera la muerte de su cuerpo. Pero el hombre caía de espaldas, manteniendo la sonrisa arrogante y feliz que viera cuando tomó su decisión.

    En ese momento lo entendió. Y tuvo ganas de haberlo asesinado ella misma. Teniendo la oportunidad de salvarse, escogió el peor camino, sin conocerla decidió quedarse con ella, en una eternidad donde habría de pagar su precio. Lloró más lágrimas amargas, estúpido humano, él no sabía lo que se sentía estar atrapada así…

    El escozor quemaba sus ojos, y se secó rápidamente. Su trabajo nunca terminaba, porque a lo lejos, tres edificios allá, un nuevo humano hacía uso de su estupidez. Sonrió de nuevo, recuperando su postura, un ángel caído era demasiado orgulloso como para que lo vean llorar. Afloró sus alas plateadas hasta llegar al edificio, sus alas invisibles la cubrieron, regresándola a ese espacio.

    Caminó unos pasos, hasta estar cerca del extraño. Sin saber la razón, pensó en el encuentro de momentos atrás, con la típica frase en que empezaba su ciclo de trabajo… —Hola, ¿Qué es lo que haces…?
     

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