Kimetsu no Yaiba [Ficha] Kohaku Ishikawa

Tema en 'Partidas Inacabadas' iniciado por Insane, 11 Noviembre 2019.

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    Capítulo cero

    La respiración permite que las capacidades físicas mejoren, igualando la fuerza de los demonios. Además, pueden coagular las heridas y retrasar el efecto del veneno. Estos métodos de respiración se combinan con el uso de la espada.

    Para lograr dominar la respiración necesitaran de enseñanza, responsabilidad, dedicación y disciplina.

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    [​IMG]
    El frío de la noche acariciaba con suavidad el calmado ambiente de aquella entrada al bosque, escuchándose el sonido de algunos animales salvajes dentro de éste. Al adentrarse se denotan letreros tallados en madera colgados en los frondosos árboles, con escrituras de: “No se acerque” “Morirá antes de tiempo, retírese” “No son bienvenidos”

    El gruñir de una bestia salvaje se escucha entre más se traspasen los hermosos árboles que sacuden sus viejas hojas al ritmo del viento.

    Al paso del tiempo se escucha el llanto de una pequeña niña de aproximadamente siete años.
     
    Última edición: 17 Noviembre 2019
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    Los copos de nieve se agitaban alrededor de mi cuerpo, como una danza antigua, llenando mis oídos con el dulce sonido del invierno. Caminar era algo difícil, ya llevaban siendo varios días de intensa nevada y el colchón blanco sobre el césped absorbía gran parte de la fuerza en mis piernas. Me detuve un momento cuando llegué al nacimiento del bosque, descansando la espalda sobre el tronco de un enorme, antiguo y desvencijado árbol. Alcé la vista hacia su copa, detallando las acículas oscuras, la inmensa cantidad de pequeñas bellotas, y solté un amplio suspiro. El estómago me dolía un poco y podía notar el cansancio de mis extremidades, pues el cuerpo me pesaba como si lo hubieran reemplazado por el de un luchador de sumo. Un rápido vistazo a los carteles clavados en los árboles me advirtió que esta quizá no era una buena idea, pero la tormenta invernal no daba tregua y necesitaba encontrar refugio para pasar la noche. Al menos, tenía el sable de madera que aquel señor tan amable me concedió luego de permitirme dormir en su casa. Nunca había encontrado semejante calidez provenir de un desconocido, y su recuerdo aún me entibiaba el corazón. Mis padres se habían encargado durante muchísimos años de enseñarme cuán malo e incorrecto podía ser el mundo exterior, pero los límites no eran tan sólidos ni sus palabras tan verdaderas. El corto tiempo que llevaba fuera de Ishikawa había empezado a convencerme de ello.

    Empecé a caminar luego de algunos minutos de descanso. Confiaba en mis sentidos, y podía decir que los animales del bosque se encontraban aún bastante lejos; no debía, sin embargo, bajar la guardia, por lo que me quité el sable de la espalda y lo llevé empuñado en mi mano derecha. Anduve con cuidado de regular mis pisadas, de mantenerlas silenciosas, con un ligero agobio apretándome la garganta. Era un poco incómodo, pero también necesario y en cierta forma estimulante.

    El cuerpo humano es increíble. Incluso con tanto cansancio encima, es capaz de dejar todo de lado para enfocarse en las amenazas inminentes. De cierta forma, me hacía creer que todo era posible, me daba esa esperanza. Aunque, siendo honestos, la esperanza era entonces todo lo que me quedaba.

    Me detuve de repente cuando un débil y breve sonido irrumpió en el escenario, llegando a mis oídos con el soplido frío del viento. Permanecí alerta, aguardando por cualquier otro indicio pues, sin saber bien cómo explicarlo, se había sentido muy humano. Y en medio de aquella inmensa soledad, lo humano era similar al abrazo de una madre amorosa.

    Pasaron algunos segundos hasta que lo escuché de vuelta, algo más claro, y comencé a caminar al lograr determinar la proveniencia del sonido. El corazón se me comprimió en un puño y sentí ganas de llorar. Sabía que no podía ser ella, que era imposible. No estaría en ese bosque, no estaría llorando. Ya no tenía chances de salvarla.

    Yume estaba muerta.

    Pero la esperanza era esa pequeña y ridícula chispa que aún me activaba las piernas, mantenía mi sangre fluyendo y mi corazón latiendo. No podía definir exactamente a qué se debía, sin embargo. ¿Esperanza de salvar a mis hermanos? ¿De redimir mis pecados? ¿De perdonar a mis padres? ¿De esperar mejores cosas de la humanidad? O, quizá, ¿de erradicar a los demonios?

    No lo sabía, pero seguí andando en busca de aquel llanto. Porque fuera quien fuera sonaba como un niño asustado, solo y perdido, y en el último tiempo aprendí que me resulta llanamente imposible ignorar algo así.

    —¿Hola? —exclamé, habiendo perdido el rastro que seguía debido al cambio de dirección en el viento—. ¿Alguien me escucha?
     
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    El crujir de las ramas de los árboles fueron incesantes ante el cuerpo de una niña sobre uno de éstos, aferrada como si su vida dependiese de ello ante el oso que se encontraba en la parte baja rondando entre la nieve. El animal hizo ruido y se echó en la parte baja del tronco luego de bostezar, pues aquella bestia al contrario de querer comerla estaba montando guardia. Los cárabos comenzaron a hacer ruido al detectar la llegada de un extraño, volando en el cielo a una distancia prudente de Kohaku, como si lo estuviesen echando del lugar.
     
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    La respiración se congeló en mis pulmones cuando el sonido del llanto comenzó a mezclarse con unos bramidos bajos y perezosos, casi vibrantes entre las ramas de los árboles. No tenía forma de estar seguro, pero la forma en que mi corazón se disparó me indicó que había peligro inminente. Envolví el sable con mayor fuerza entre los dedos y tragué saliva, aminorando el ritmo para estar mucho más atento de mis alrededores. Entonces lo vi.

    Una bestia enorme y peluda, de patas inmensas, garras afiladas y ojos negros. Retozaba y andaba con cierta torpeza alrededor de un árbol. Apreté los labios y me escondí tras un tronco ancho, tomándome un segundo para regular mis respiraciones y tranquilizarme. Era la primera vez que veía un oso de verdad. Me asomé, entonces, e inspeccioné el panorama. Pero toda la tranquilidad que había conseguido reunir se tornó inútil en cuanto identifiqué la silueta de una pequeña niña en lo alto del árbol, aferrada a sus ramas más gruesas con brazos y piernas.

    La vi a ella, luego al oso, y luego de vuelta a la niña. ¿Qué se suponía que hiciera? Ese animal era enorme y podía ser letal, no tenía la menor chance de ganarle en un duelo cuerpo a cuerpo; menos con el sable de madera. Tampoco podía dejar a la niña a su suerte y marcharme.

    No estaba muy seguro de que fuera un buen plan, pero junté varias piedras de diversos tamaños dentro de mi bolsa tejida y me apresuré en escalar el árbol detrás del cual había permanecido escondido. Una vez llegué a una altura segura, comprobé que las ramas soportaran mi peso y me recosté sobre ellas. Busqué realizar contacto visual con la niña, a unos cuantos metros de mí, pero era difícil entre el follaje. Solté una profunda exhalación, me afiancé y exclamé:

    —¡Niña! Niña, ¿me oyes? ¡Ya no llores, te sacaré de aquí! Intentaré distraerlo para que puedas bajar y correr, ¿de acuerdo?
     
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    Los orbes cafés se dirigieron a la voz del joven, asintiendo entre sollozos que se limpiaba con las mangas de su abrigo.

    —¿Y si me rompo una pierna? —cuestionó angustiada—. ¿Y si me come porque tú le sabes feo? —atacó nuevamente, precipitando la situación.

    El oso ladeó levemente la cabeza con la mirada fija en la pequeña, como si estuviese desentendido a aquellos gritos, sacudiendo la cabeza como si comenzaran a molestarle. La pequeña ante el gruñido mordió su labio inferior, deslizando su mirada a la nieve. Tenía mucho frío, sus huesos estaban a punto de congelarse y extrañaba a su madre.

    Si Kohaku desea distraer al eso debe:

    Lanzar un dado de 6 caras. El número par representa que lo pudo alejar sin salir herido.
    El número impar significa que lo pudo alejar a costa de que el oso le lastimase alguna parte de su cuerpo de un empujón.
     
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    No pude evitar sonreír ante el comentario tan oportuno de aquella chiquilla. ¿Que si le sabía feo? ¡Mira las cosas por las que se preocupaba! Su ocurrencia, sin embargo, me ayudó para calmar un poco la creciente ansiedad acumulándose en mi pecho.

    —Tú tranquila, cuando te diga bájate y corre, ¿de acuerdo?

    Saqué entonces algunas piedras de mi bolsa, y comencé a arrojarlas. Las dos primeras las dirigí a los costados del oso, para captar su atención lejos del arbol. Una vez se dio vuelta hacia mí, comencé a apuntarle encima. Algunas fallaron, pero la gran mayoría fueron impactando en diferentes zonas de su cuerpo; agradecí que fuera una bestia enorme, porque mi puntería nunca había sido digna de admiración.

    El oso sacudió la cabeza cuando una piedra le dio en la cara y soltó un rugido molesto, dirigiéndose hacia mí. Encontrarme con sus profundos ojos negros fue algo que me tomó por sorpresa, y un breve escalofrío me recorrió la espalda. Poseía un poder destructor capaz de asesinar a una familia entera, y sin embargo, no había el menor indicio de malicia en su mirada. Me resultaba por ello imposible odiarlo, y tampoco quería lastimarlo.

    El oso se acercó con lentitud y cierta reticencia hacia mí, y fue entonces donde le lancé las piedras con mayor agresividad. Conseguí molestarlo, entonces, pues soltó un rugido más intenso y apoyó dos patas sobre el tronco del árbol donde me encontraba.

    —¡Ahora! —exclamé, agarrándome fuertemente de una rama—. ¡Corre!

    No tenía forma de comprobar que la niña estuviera haciéndome caso, así que mantuve enojado al oso hasta que las piedras se me acabaran. Cuando eso ocurrió, comencé a preguntarme cómo rayos podría yo bajar sin resultar herido. Y me di cuenta que estaba en aprietos. Tragué saliva, incapaz de quitar la vista del oso, de sus ojos negros, de sus colmillos afilados, y estuve a punto de maldecir cuando algo pareció captar su atención. Movió su hocico, oliendo algo, y me dejó en paz. Aguardé unos segundos, vigilando su andar, casi conteniendo la respiración. Cuando estuve bastante seguro de que no volvería sobre sus pasos, comencé a bajar con cuidado hasta alcanzar el colchón de nieve. Esto amortiguó bastante el ruido de mi caída, lo cual agradecí, y me acomodé un poco la ropa. Con el oso fuera de rango, me preocupé entonces por la niña y comencé a buscarla.
     
    Gigi Blanche ha tirado dados de 6 caras para no me quiero ir señor stark Total: 4 $dice
    Última edición: 18 Noviembre 2019
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    Se mantuvo escondida torpe e inocentemente atrás del mismo árbol de donde descendió pese a que el joven le dijo que corriese, pero sus pequeñas y delgadas piernas no dejaban de temblar. Su respiración estaba inquieta hasta que lo vio nuevemante, aferrándose a él como si su vida dependiese de ello.

    —Lo siendo, fue mi culpa —comentó con lágrimas surgiendo de sus ojos chocolate—. Traía miel aunque mi madre me dijo que no lo hiciese, estaba tan molesta con ella que la tomé y salí camino al bosque —le contó su historia a mil por segundo, como si su lengua no descansara al ser tan veloz para dialogar— ¡lo siento, lo siento, lo siento! —lloró estrujando la ropa ajena.

    Al cabo de unos minutos una mujer mayor se aproximó a donde ellos se encontraban, corriendo la niña hasta ella.

    —¡Mamá!
     
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    Mis sentidos se afilaron por un breve instante al detectar una repentina presencia muy cercana, corriendo hacia mí. Pero mi cuerpo se relajó de inmediato al notar que se trataba de la niña. Solté un suspiro, aliviado, y me tensé un segundo al sentir sus pequeños brazos rodeando mi cintura. El contacto se me hizo extraño y ciertamente nostálgico, y no pude evitar preguntarme qué pensaría esta niña de un hombre enmascarado deambulando solo por el bosque. Antes, en Ishikawa, este tipo de dudas no me habrían asaltado. Pero desde que abandoné la villa y comencé a recorrer aldeas, fueron muchas las personas que se sorprendieron ante mi aspecto. Algunas mostraban curiosidad, otras recelo, y otras buscaban evadirme con el miedo a lo desconocido impreso en sus miradas filosas.

    Acaricié la cabeza de la niña suavemente, enternecido con su actitud, y le sonreí. Estuve a punto de buscar tranquilizarla cuando detecté una presencia cerca nuestro y comprobé que se trataba de una mujer ya entrada en años.

    "¡Mamá!"

    La pequeña corrió donde su madre y presencié la escena desde una distancia prudente, sintiéndome de repente un forastero. No pude evitar recordar a mi madre y apreté los labios, enfocándome en mi respiración para mantenerme calmado; últimamente mi vida se basaba en recuerdos y nostalgia de tiempos pasados, y aunque siempre había pensado en el mundo exterior como un lugar inhóspito y desconocido, resultó estar empapado de reminiscencias.

    —Buenas noches, señora —saludé con mucha educación, acercándome a ellas a paso cauto—. Me enviaron por este bosque en busca de un maestro, una persona que sea experta en demonios. ¿Alguien así vive por aquí?
     
    Última edición: 19 Noviembre 2019
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    La mujer inclinó su cabeza como símbolo de agradecimiento mientras sujetaba la mano de su pequeña y escandalosa hija, escuchándolo atenta y meditando para luego asentir con la cabeza.

    —Hay rumores de una señorita que ha limpiado este bosque de demonios —susurró como si los árboles fuesen a escuchar—. También de que no es... muy buena persona —aquello lo dijo más bajito, al obtener la visita de varias aves que se posaban en las ramas de los árboles sin ninguna vegetación en las mismas.

    La niña hizo un puchero.

    —Quiero irme mamá.

    La mujer le regaló un sonrisa a su hija y se despidió respetuosamente del muchacho.

    .

    Una ventisca helada pasó en unos segundos, regresando aquel gigante oso.

    —No sabía que era mala persona —comentó una voz femenina al lado derecho de Kohaku, como si siempre hubiese estado ahí—. He de mejorar eso de mí—continuó con suma parsimonia y desinterés real en el asunto.

    Ficha

    PILAR DE LA BESTIA

    [​IMG]

    Nombre: Saiko
    Edad: 21 años
    Valor: Responsabilidad
    Defecto: Envidia
    Personalidad: Desconocida
    Historia: Desconocida
     
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    Oí las indicaciones de aquella mujer con suma atención, notando a su vez la anómala cantidad de aves revoloteando sobre nuestras cabezas. ¿Sería un designio de algo? No estaba seguro, pero la señora frente a mí pareció ponerse nerviosa ante la situación y decidió marcharse. Habría sido descortés robarles más tiempo así que las despedí, agachándome para saludar a la niña y acariciarle brevemente la cabeza.

    —Ten más cuidado de ahora en adelante —murmuré, viéndolas irse luego.

    Pocos segundos después, el bosque retornó a su quietud original. Tomé una amplia bocanada de aire, repasando el entorno con los ojos. Al parecer, los rumores eran ciertos. ¿Cuál debería ser mi próximo paso a seguir? ¿Quizá podría descansar? Cierto era que la vegetación calmaba la tormenta de nieve y me resguardaba de ella, pero seguía siendo un lugar forestal lleno de animales salvajes. ¿Podría escalar un árbol y relajar las piernas? Un ligero chillido, agudo e intermitente, captó mi atención y me giré por instinto. Bajo la suave luz de la luna, alcancé a distinguir la silueta de un pequeño animal correteando y dando brincos para poder avanzar entre la nieve. Me agaché, presa de la curiosidad, para conseguir una imagen más fidedigna, y grande fue mi sorpresa cuando el animalito saltó y se trepó por mi pierna, metiéndose de lleno en mi bolsa.

    —¡Oye! —me quejé, viendo dentro de ésta.

    El bicharraco se había hundido entre mis pocas pertenencias y se había enrollado dentro de su larga y esponjosa cola, en silencio. Fue entonces cuando pude observar con más detenimiento sus colores y tipo de pelaje, y me di cuenta que era una ardilla. Suspiré, sin poder evitar pensar que se veía adorable, y le permití quedarse allí.

    —¿Qué sucede, amiguito? —murmuré—. ¿Por qué corrías tan asustado?

    Mi respuesta tardó pocos segundos en llegar. El sonido de patas grandes y pesadas acercándose lentamente le devolvió el estado de alerta a todo mi cuerpo. Demonios, me había distraído. Busqué mi sable lo más rápido que pude y lo empuñé, con algo de torpeza. El corazón se me presionó contra la garganta cuando la luz de luna iluminó la gran silueta de un oso pardo.

    "No sabía que era mala persona".

    Di un gran respingo, soltando una breve exclamación de sorpresa al oír una voz femenina tan cerca mío. ¿Cómo no la había notado antes? ¿Desde cuándo estuvo ahí? Su aspecto lucía etéreo bajo la pálida luz nocturna, con aquel largo cabello morado y sus extrañas ropas negras. Tragué saliva, echándole un vistazo al oso mientras la mujer seguía hablando. ¿Acaso estaba con ella? ¿No me haría daño? Envolví el sable con ambas manos, sin saber muy bien a cuál de los dos no debía darle la espalda.

    —¿Q-quién eres? —tartamudeé brevemente, preso del miedo y la adrenalina. Aún no era capaz de discernir si aquella situación representaba o no un gran peligro para mí.

    Quizás, si hubiera estado más calmado, habría podido notar que la mujer había hecho directa referencia a los dichos de la otra señora; pero la presencia del oso y la repentina aparición de esta muchacha, tan extraña y misteriosa, me habían sacado de mi eje.
     
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