Kimetsu no Yaiba [Ficha] Hiro Hitsugaya

Tema en 'Partidas Inacabadas' iniciado por Insane, 11 Noviembre 2019.

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    Capítulo cero

    La respiración permite que las capacidades físicas mejoren, igualando la fuerza de los demonios. Además, pueden coagular las heridas y retrasar el efecto del veneno. Estos métodos de respiración se combinan con el uso de la espada.

    Para lograr dominar la respiración necesitaran de enseñanza, responsabilidad, dedicación y disciplina.

    Liza White

    [​IMG]
    Las personas de la aldea cercana murmuran sobre la grandeza del ente desconocido que desde su llegada hace varios años la paz se respira, sobre el hecho de que ya no haya crueles asesinatos de demonios sobre sus hijos e hijas, y las desapariciones misteriosas hayan cesado.

    Entre los susurros de las mujeres, se escucha una voz vieja y rasposa, perteneciente a un hombre de edad avanzada.

    —Todo es gracias a que el señor la ha mandado a ella —comentó—. La mujer que vive en la montaña es un ogro, un ogro arrogante y de belleza exuberante.

    Las jóvenes se alejaron del anciano, comentando que él ya empezaba a hablar delirios por estar cerca de la muerte.
     
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    Abandonado en manos de la propia naturaleza, tan cautivadora y mortífera como ella sola, Hiro fue arrastrado como una hoja llevada por el viento entre voces y murmullos, mitos y leyendas. Nada le anclaba a las tierras que yacían bajo sus pies, y guiado por una motivación que no requería de palabras, dejó que fueran los rumores los que determinasen el destino de sus pasos. Para alguien que no tenía nada que perder, un viaje sin rumbo fijo no podía costarle más que la propia vida e incluso dudaba del valor de la misma, a pesar de ser la última pertenencia que le quedaba.

    Las voces encaminaron sus pasos hasta hallar cobijo en una aldea, arropada entre la protección de enormes montañas nevadas. Las suelas de sus desgastadas sandalias comenzaban a rozar el frío suelo e inumerables rasgullos y heridas decoraban su pálida piel. El hambre, el frío y la sed se manifestaron con viveza mientras caminaba entre las casas, contemplando la calidez que irradiaban los hogares desde sus ventanas, y un sentimiento de tristeza rasguñó parte de su ser, obligándose a seguir caminando.

    A medida que se adentraba en la aldea, sin embargo, los murmullos de las mujeres comenzaron a llegar hacia sus oídos. Demonios, asesinatos e hijos desaparecidos hicieron ruido en su cabeza, y estuvo tentado a detener a alguna de ellas para preguntar más información de no ser porque hasta él llegaron las solitarias palabras de un anciano aislado del resto. Alzó una ceja, contrariado, y se dirigió hacia donde el hombre se encontraba sentado, en un banco de piedra a la interperie.

    Todas sus dolencias y necesidades pasaron a un segundo plano al sentir que aquel hombre quizás tan solo necesitaba ser escuchado.

    —Con que un ogro, ¿eh? Eso no existe, está claro —Hiro esbozó una sonrisa, orgulloso de su hallazgo, sentándose de cuclillas sobre el banco con su enorme bolsa a cuestas, llamando la atención de los transeuntes en el proceso. Chocó su aliento contra sus palmas, tratando de transmitirse algo de calor, ignorando la sorpresa de su acompañante. Empezaba a dejar de sentir sus articulaciones—. Todos sabemos que los ogros no poseen una belleza exuberante. ¿Qué, cómo se ha quedado? Perplejo, ¿verdad? Y ahora que le he pillado la mentira, dígame —se dejó caer sobre su trasero, cruzando las piernas, y le dirigió una mirada brillante y curiosa a pesar del enorme cansancio que sentía—. ¿Dónde se encuentra ese ogro exactamente? Pero lo más importante...

    Palmeó la enorme bolsa que llevaba a cuestas, donde reposaba un recipiente de contenido dudoso, y lo señaló con el pulgar. Su mirada curiosa pasó a tornarse completamente seria, y sus facciones se endurecieron con ellas. Permaneció unos segundos inclinándose hacia el hombre, como si fuese a hacerle la pregunta más confidencial del universo, y entonces, habló.

    >>¿Tiene algo de café?
     
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    Los pequeños ojos del anciano se movieron en dirección del recién llegado, sonriéndole levemente. Sujetó el bastón recostado a su lado izquierdo y con su mano se sujetó de éste, levantándose con suma lentitud al escuchar las últimas palabras del niño preguntando por algo de café. Oh, él no era para nada amante al café, pero podría prepararle un poco.

    —No miento niño —se mantuvo curvo por la espalda adolorida que solía aumentar a causa del frío—. No se debe ser feo para ser un ogro, ¿no lo sabías? —cuestionó señalando con el bastón a una cabaña que estaba con leña encendida en fuego—. Te invito a mi hogar, quizá te convenza de ello, pero dudo decirte en que lugar la encontrarás... a menos que le hagas un par de favores a este pobre viejo.

    Comenzó a caminar con suma lentitud hasta el sitio señalado. Era tal cual le habían dicho, un pequeño mocoso había llegado.

    —Vamos primero a recargar tu cuerpo con algo caliente... ¿café decías? —le miró de soslayo, él parecía estar pálido—. Tengo algunos abrigos que no uso, aunque a donde irás los abandonarás.

    Sus pies irrumpieron en la cabaña, buscando un contenido en lo que parecía ser la cocina. Su mano libre llenó una olla de agua, colocándola a hervir.
     
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    El chico abrió los ojos, como si su pequeño mundo se hubiese expandido de improvisto con tan solo una simple respuesta. Tanto, que la inmensidad de lo desconocido lo abrumó por un segundo. Entreabrió los labios, con la intención de decir algo, pero decidió callar y procesar mejor toda aquella información. De repente, el anciano que le hablaba se había vuelto una divinidad ante sus ojos. Un sabio que tenía todas las respuestas de su limitante mundo de ignorancia e incomprensión.

    —No, no lo sabía —admitió, boquiabierto, observando con ojillos brillantes cómo el anciano tomaba su bastón con cuidado. No se equivocaba, todos los sabios y eminencias tenían un bastón así. Seguro que tenía alguna clase de poder mágico encerrado ahí dentro. Se llevó una mano al mentón, reflexivo, con las rodillas inclinadas contra su pecho—. Es como si me dice que los duendes no son verdes, o que los elfos son altos. Es demasiada información para mí —se volvió hacia el hombre y cerró los ojos con cierto aire distraido, moviendo su mano como si espantase a una molesta mosca de su lado, restándole importancia al asunto—. Y con respecto al café no se preocupe, ya lo conseguiré en otra par...

    >>¿Eh? ¿Que ha dicho que sí?

    Hiro parpadeó, contrariado, viendo al señor levantarse con esfuerzo para invitarle a entrar a su hogar. Fue incapaz de procesar por un instante que de verdad alguien hubiese aceptado al fin su petición, después de haber sido rechazada aldea tras aldea. Sintió sus orbes dorados cristalizarse de la emoción y se levantó como un resorte, con su enorme equipaje a cuestas, con una sonrisa de oreja a oreja. Sin pensar lo que hacía tomó una de las manos del hombre con las suyas, agitándola de arriba a abajo en señal de gratitud.

    —¡Gracias, gracias, gracias! Oh por Kami-sama, es usted la primera persona que acepta, ¡qué amable! —tal fue su ímpetu que hizo caer el bastón del pobre hombre, y tuvo que sujetarle antes de devolvérselo, sin borrar su sonrisa agradecida del rostro. Palmeó su espalda con suavidad, sin ser consciente de la situación del anciano—. Tome, su bastón. ¡Le sigo~!

    La cabaña del anciano era pequeña pero acogedora. Hiro se adentró con permiso en su interior, curioseando cada recoveco del lugar con asombro. Dio un giro sobre sus pies, y tras revisar todo el lugar, con su equipaje tambaleándose peligrosamente sobre su espalda, se dirigió hacia la cocina del lugar.

    —Bueno, ¿a dónde dice que debo ir para poder ver al ogro bello después?
     
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    Estiró aquella taza vieja hasta las manos jóvenes, con cuidado de que regase su contenido y se quemase bajo el líquido caliente. El vapor emanaba del vaso mientras el anciano caminaba hasta unos trozos de madera, los cuales puso en el fuego para que no se extinguiera y así evitar que ambos tuviesen aún más frío. Seguido se quitó el abrigo de piel de animal y se lo colocó por la espalda al invitado.

    —El ogro... —comentó con la voz rasposa—, mis indicaciones costaran un par de favores, así que escucha —se sentó frente a él con la mirada al fuego, dudoso de que un cuerpo tan flacucho y escuálido lograse aquellas encomiendas.

    Dejó el bastón en el suelo y sus arrugadas manos se posicionaron en la madera.

    —¿Eres bueno en algo? —cuestionó dudoso—. Porque apenas termines el café caliente necesito que vayas a escarbar en la nieve, pues he perdido un amuleto muy preciado para mí hace un par de semanas, pero este cuerpo cansado y deteriorado no puede darse más lujos que esperar la muerte aquí sentado.

    Sus delgados labios se ensancharon en una línea en forma de sonrisa.

    —O puedes dormir y hacerlo mañana que la tormenta de nieve haya cesado... tengo un par de futones. Elige muchacho, ¿qué harás?.
     
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    Hiro Hitsugaya

    El muchacho le dedicó una sonrisa agradecida y tomó con cuidado la humeante taza, sentándose frente al hombre bajo el calor de la hoguera. El repiqueteo de la tormenta contra la ventana y el aullar del viento llegaron hasta sus oídos, y por primera vez en muchos días se sintió a salvo de las inclemencias de la naturaleza. Escuchó con suma atención a su salvador, ladeando con curiosidad la cabeza hacia un lado cuando escuchó acerca del amuleto. ¿Sería otra de esas cosas mágicas que llevaban las divinidades? ¿Como ese bastón al que se aferraba? Entonces debía ser muy urgente, pensó en su propia ingenuidad.

    Su expresión afable pareció ensombrecerse durante los segundos en los que pronunció aquella pregunta. Para el anciano frente a él casi pareció producto de las luces y sombras que proyectaba el fuego, una simple ilusión. Su mirada no se separó del líquido marrón contenido en la taza, meciéndolo con suavidad entre sus frías y doloridas manos.

    —¿Bueno en algo? Uhm... —alzó la cabeza y le miró, encogiéndose de hombros mientras le mostraba los dientes en una brillante sonrisa—. Aún no lo he descubierto. Pero no podremos estar seguros hasta que no lo intente, ¿no es así? ¡Déjelo en mis manos!

    Apremiante, bebió con presteza el contenido de la taza, manchando sus labios y parte de sus mejillas en el proceso y dejó el recipiente en el suelo, golpeando su pecho al sentir que quizás había bebido demasiado deprisa. Tosió un poco, alzando un pulgar para indicarle que estaba bien, y se levantó como un resorte. A pesar de que las voces en su cabeza le anticipasen que sería un fracaso en aquella simple tarea, se sentía incapaz de dormir bajo su techo sin antes pagar por su hospitalidad.

    —Dígame dónde debo empezar a buscar, señor.
     
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    Sus temblorosas manos sujetaron el bastón para levantarse de la madera al escuchar sus palabras y divisar aquel brillo en esos ojos jóvenes. Un futuro precoz y peligrosos. Tragó dudoso y luego sacudió la cabeza, abriendo la tela de madera que impedía a la nieve filtrarse a su acogedor, caliente y humilde cabaña.

    —Ponte el abrigo de piel muchacho, así me quedaré más tranquilo esperando tu regreso —ordenó implícito, señalando con el bastón la parte oeste—, lo perdí el día de ayer en esa dirección, y cuando volví ya estaba cubierto todo de nieve y me fue imposible encontrarlo, pero probablemente tú con la vista joven y vigorosa lo harás en un lapso corto.

    Ladeó levemente la cabeza.

    —Prepararé un banquete mientras te espero a dormir, no me decepciones.

    Debes lanzar cinco dados de seis caras.
    Por cada número par Hiro encuentra pistas y rastros hasta dar con el amuleto.
    Por cada número impar Hiro confunde los rastros.

    Necesitas tres números pares para encontrar el amuleto, de lo contrario, hablar con algún aldeano que pueda ayudarte.
     
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    Hiro Hitsugaya

    Decepcionar.

    ¿Cuántas veces, y en cuántos contextos había Hiro escuchado esa misma palabra? Tantas, que había perdido la cuenta de ello desde hacía mucho. Aquella ocasión no distaba mucho de ser distinta a la del resto. El muchacho tomó el abrigo de piel y se aseguró de abrigarse debidamente, asintiendo con suavidad ante sus indicaciones. Caminó con cuidado hacia la salida, sujetando la tela de madera procurando no apagar la lumbre con su salida, y sin volverse hacia el hombre dejó escapar unas últimas palabras... que no sentía en lo absoluto.

    —No lo haré, se lo prometo.

    La tormenta de nieve había aumentado en fuerza desde su estancia en la cabaña de aquel anciano. La nieve golpeaba su cuerpo y la calidez que había adquirido se apagaba lentamente, dando rienda suelta al ardor en sus congeladas y dañadas manos. Pero su voluntad era mucho más fuerte y no tardó en agacharse sobre la nieve, comenzando a escarbar. Ignorando el frío y la humedad sobre sus huesos, ni la nieve que se adentraba entre sus uñas.

    No tenía verdadera fe en lo que estaba haciendo, pero debía intentarlo. Aquel hombre... no podría soportar ver en sus ojos el mismo brillo con el que le miraba el resto. No otra vez.
     
    Hygge ha tirado dados de 6 caras para Total: 16 $dice $dice $dice $dice $dice
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    Desconocida

    El dorado cabello de una mujer se dejaba ver entre el rostro cubierto por tela gruesa, caminando por la nieve con un pequeño empaque rojo que parecía guardar algo dentro, moviéndolo de derecha a izquierda entre la fuerte tormenta de nieve por la cual caminaba con parsimonia, quedando sus orbes profundos y púrpuras sobre la espalda del jovencito al dejar caer el objeto sobre su cabeza.

    —Lo encontré recién —comentó sin interés en formalidades—. Se le ha perdido al viejo, ¿no es así? Él nunca aprende —continuó su camino, alejándose sin permitirse escuchar o observar de más al aventurero, escuchándose en el cielo un gran cuervo de pelaje negro intenso, posándosele en el hombro a la mujer.

    Entre la tormenta su silueta se desvaneció.

    Logros:

    • Hiro ha recibido el amuleto sobre su cabeza por la mujer desconocida.
    • Hiro puede analizar lo que hay dentro, o no husmear.
    • Por fuera está bordado la imagen del anciano, con una mujer anciana a su lado.
     
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    No supo discernir cuánto tiempo había pasado desde que comenzó su búsqueda bajo la tormenta. Sus manos, amoratadas por el frío y las inclemencias del tiempo, seguían escarbando entre la nieve y la escarcha como si la vida les fuese en ello. La fuerza con la que el viento golpeaba su rostro le impedía abrir los ojos con claridad, pero aquello no fue un impedimento para la férrea voluntad de Hiro. Hincado sobre la nieve, palpaba una y otra vez sus alrededores, sintiendo que con cada bocanada de aire sus pulmones ardían más y más fuerte. Aunque su vida se viese amenazada por una inminente hipotermia, y aunque el sentido común de cualquier persona normal le indicase que lo mejor sería retirarse y aguardar a que amainara la tormenta, él no quiso ceder. Su cuerpo se lo impedía.

    Ya no era el amuleto lo que le importaba encontrar; en el fondo sabía bien por qué estaba allí. Por más que intentaba despejar su mente, cada una de las pistas que interpretaba torpemente le obligaba a caminar en círculos sin llegar a nada. Los demonios de su cabeza, danzando como espectros a su alrededor, omnipresentes, tan solo corroboraban aquella opresión en su pecho. Hiro podía escuchar sus risas burlonas, sus sonrisas de autosuficiencia. Siempre mirándole por encima del hombro, como si fuera inferior al resto. Eran tan abismalmente distintos... pero confiaba en que pronto encontraría algo en lo que destacar. Algo por lo que mereciese la pena regresar a casa.

    Aunque su vida dependiese de ello, aunque tuviese que pasar día y noche escarbando... Lo haría.

    No supo en qué momento la presencia de alguien más le sacó de su trance. Dejó de escarbar, relajando su cuerpo al sentir cómo de su cabeza caía un amuleto extraño que no tardó en sujetar con sus manos con torpeza. Identificó al anciano en el mismo y una sonrisa cansada se dibujó en su rostro, una que no alcanzó a agradecerle a aquella extraña que había aparecido de la nada para ayudarle. Hiro tan solo divisó el destello de una cabellera rubia mecerse entre la tormenta hasta desvanecerse frente a sus ojos como una aparición, pero no le fue necesario mirarla a los ojos para sentir en ella una presencia fuerte, distinta a las que había estado sintiendo hasta ahora.

    El chico sacudió su cabeza cómicamente, y soltó una suave risa al ver su patético estado. Tirado en medio de la tormenta, recibiendo en sus manos aquello que había estado buscando durante horas.

    ...


    —¡Ya estoy de vuelta~!

    Su voz se filtró por cada recoveco de la humilde cabaña, y pronto el aullido del viento se difuminó tras la tela de madera con la que resguardó debidamente el hogar. Sacudió sus brazos, entumecidos y mojados por el temporal, mientras buscaba con la mirada al propietario de la casa. Movió su mano de lado a lado cuando acabó encontrándolo, tan animado como él solo, y tomó la palma de su mano para extender sobre ella el amuleto que estaba buscando. Ni siquiera sintió la necesidad de curiosear su interior, pues respetaba la privacidad del otro.

    —Lo encontró una mujer muy extraña de cabello dorado —se encogió de hombros, afable—. Debería darle el banquete a ella.
     
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    El anciano con la leña por acabar sonrió al recibir aquel preciado amuleto, abriéndolo y dejando ver de éste un costoso anillo de oro, abrazándolo para sí mismo. Era la onceava vez que lo perdía y siempre volvía a él. En cuanto escuchó sorbe la descripción física de la mujer se sujetó de su bastón, golpeando al joven en la cabeza.

    —No seas insolente niño —habló señalándole el banquete de la cocina que constaba de dos pequeños peces, arroz y verduras con algo de té caliente—. Como y acuéstate a dormir, que mañana debes partir antes que ella decida marcharse.

    El anciano se retiró a paso lento por su molestia en la espalda y se arropó en uno de los dos futones.

    —No olvides apagar la última leña muchacho. Buen provecho y descansa.
     
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    Hiro observó al anciano marcharse en silencio, mientras se palpaba la zona magullada por el bastón con lagrimillas inundando sus cuencas. Tenía tantas, tantas preguntas e incógnitas rondando su cabeza. La trascendencia de aquel anillo, la identidad de aquella extraña mujer. Pero se veía incapaz de perturbar el descanso del hombre que le había dado cobijo, a pesar de no merecer ni la sombra de su humilde morada.

    Aquella noche Hiro recuperó fuerzas y llenó de calor su agotado cuerpo, acurrucado frente a la luz y la protección de la hoguera, que alejaba de sí mismo sus miedos y temores más oscuros. Recordó a su familia, recordó sus raíces y el largo camino que había recorrido hasta llegar a aquella aldea de paso, y se estremeció ante su futuro incierto. Mas allí, bajo el resguardo y el calor de aquella cabaña, sujetando la cálida taza de té entre sus manos, tan solo quiso dejarse arrullar por la breve paz que lo envolvía bajo su seno.

    Se levantó una vez terminó su cena y tras recoger y lavar sus pertenencias, apagó con cuidado la leña y se arropó bajo el futón, soltando un amplio suspiro. Cerró los ojos, dispuesto a obedecer a aquel hombre cuyo nombre no sabía (nota mental: preguntarle mañana) y descansar. Pero había algo que aún debía hacer.

    —Esto... ¿Sigue despierto, señor? —Aquel murmullo, salido desde lo más profundo de sí mismo, se perdió entre el silencio de la noche. La tormenta de nieve en el exterior inundó con su rugido sus oídos, y se acurrucó por pura inercia, un escalofrío estremeciendo su cuerpo. Quizás estaba hablando solo, pero qué más daba—. Bueno, si ese es el caso... Gracias, por todo.

    El joven cerró los ojos, rindiéndose a los brazos de Morfeo y al calor que pocas veces había sentido en su pecho. Y deseó que aquel instante, que se le antojaba tan efímero, no acabase nunca.
     
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    Ruidos extraños comenzaron por fuera de la cabaña, escuchándose luego el grito de una joven mujer, desgarrador como si su vida se fuese en eso. La luna estaba en su cúspide y la nieve comenzaba a ser cada vez más fuerte, escuchándose nuevamente un grito aterrador. El anciano continuaba dormido pese a ello.

    El grito parece venir del este.
     
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    Elevó el torso con un brusco movimiento, sintiendo el corazón latirle desaforado en el pecho. No sabía cuánto tiempo había dormido, ni si los ruidos extraños que habían llegado hasta sus oídos habían sido producto de alguna de sus pesadillas más frecuentes, pero se mantuvo en silencio, escuchando tan solo su respiración agitada y el bramido del viento. Segundos más tarde un desgarrador grito le heló la sangre en las venas, e hizo a un lado el futón para correr hacia la salida como una exhalación.

    En ningún momento pareció ser dueño de sus acciones. Echó a correr sin tomar ninguna de sus pertenencias, perdiéndose en mitad de la tormenta de nieve que le nublaba los sentidos, sintiendo cómo la fuerza del viento luchaba por desequilibrarle con cada paso. Desconocía el origen de aquel grito, pero el tono en su voz agitaba su corazón y le obligaba a darse prisa.

    No podría permitirse perder unos segundos que podrían ser cruciales.

    —¿¡Hola, hay alguien!? ¿¡Me escucha!? —gritó, desgarrándose la voz para hacerse oír inútilmente por sobre la tormenta. No veía a nadie, no veía absolutamente nada a su alrededor, y eso le angustiaba—. ¡He escuchado un grito, ¿necesita ayuda?!

    Sus pasos, desorientados y apresurados, se encaminaron hacia el este.
     
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    Desconocido


    Un murmullo se hizo apenas audible entre la tormenta, manteniendo la cabeza femenina entre sus manos, las manchas de sangre esparciadas por la nieve mientras una gran sonrisa se ensanchaba en sus facciones, escuchándose el campanar de los accesorios en su sombrero.

    —Esa mujer es tan difícil de encontrar —se bufó mirando a los ojos a Hiro—. ¿Tú la has visto? —la oscuridad en sus cuencas dejaban ver los símbolos en sus ojos, representados como un número dos—. Puedo saber si mientes, como ella —hizo hincapié al dejar rodar la cabeza decapitada sobre el frío suelo—. Busco a una mujer de cabellos dorados, así que dime. ¿La has visto?

    Saltó como si fuese todo un juego aquello esperando respuesta, sin borrar aquella sonrisa insana de su rostro.
     
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    Dejó de correr, aligerando el paso y gritando con más fuerza, esperando ser escuchado por la persona herida. Sus pies se quedaron paralizados sobre la nieve al contemplar los rastros de sangre sobre el suelo. Alzó la cabeza lentamente y el aire se le escapó de los pulmones, arrebatado de un contundente golpe. Como si de una aparición sacada de su mayor pesadilla, un extraño ser le dirigía una sonrisa que desafiaba las leyes de la lógica. Aquellos ojos, carentes de toda humanidad le hicieron sentir expuesto, y jamás sintió su vida correr peligro con la misma fuerza que en aquel mismo instante.

    —¿Ver a... quién? —sus palabras murieron en su garganta cuando el extraño ser lanzó algo hacia su costado, y tuvo que abrazarse a sí mismo y arquearse para vomitar sobre la nieve al ver cómo dos ojos, plasmados perpetuamente en una expresión del más absoluto terror, le dirigían una mirada carente de vida. Aquel tipo... Había llegado tarde... Ella ya... Él no... Alzó con dificultad la cabeza, sintiendo cómo todo le daba vueltas, y aún así dio un paso al frente, encarando a su compañía con dificultad—. ¿Por qué...? ¿Qué le has... Qué le has hecho a esa mujer? ¿Quién eres?

    Pero ninguna de sus preguntas parecían ser respondidas. El ente se acercó, analizando su expresión, y supo que sabría cuándo mentía. A pesar de todo, Hiro fue incapaz de decir la verdad. No conocía a aquella mujer, pero tan solo un vistazo a lo que le sucedió a la otra le indicaban que su destino no sería distinto al suyo. Se limpió la boca con el antebrazo, y frunció el ceño con una entereza digna de admirar.

    Y no supo en aquel instante si había sido lo suficientemente valiente, o increíblemente estúpido.

    >>Yo no he visto a nadie.
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Segunda Luna Superior

    Los músculos del cuello del demonio sonaron como un crujir al dejar de saltar y prestar atención al jovencito frente a él. ¿Cuántos años de distancia le llevaba? Quizá trescientos, cuatrocientos años. Ante sus protestas sin terminar, aquellas palabras inconclusas y cuestiones inservibles para él se encaminó en menos de una milésima de segundo hasta acortar la distancia suficiente como para inhalar su aroma.

    —¿Qué le he hecho a la mujer? —inquirió burlón, pisando el cráneo y rompiéndolo en mil pedazos como si de una fritura se tratara—. Me la he comido. Sabía asquerosa.

    Sus largas uñas acariciaron el cabello humano.

    —Mientes —murmuró al toque, viendo sus recuerdos con sumo detalle—. Quizá el anciano que conociste sepa más de ella, ¿no es así? —concluyó pasando por su lado—. Espero no mueras congelado —comentó burlón al haberle quebrado la pierna izquierda. Si se aburría lo suficiente quizá lo asesinaría luego de matar al viejo.

    Heridas

    • La pierna izquierda de Hiro está completamente rota.
     
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    Hygge

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    Hiro Hitsugaya

    Un grito desgarrador arañó su garganta, quebrándole la voz mientras caía al suelo de un golpe seco. El dolor que le recorría sus terminales nerviosas era insufrible, pero el hielo sobre su piel ejercía de calmante al menos durante los segundos de adrenalina que le permitieron girarse hacia el ser, con lágrimas en sus determinados orbes dorados.

    —No... El anciano no, por favor —gritó, clavando sus uñas en la nieve, sin importarle el daño que podría hacerse. Se arrastró como pudo, abrazando la pierna de aquella presencia con todas sus fuerzas. Incluso en aquel instante, priorizaba la salud de otros a la suya propia—. ¿Qué quieres saber? Te diré lo único que sé, pero déjele tranquilo.

    El temblor que recorrió su cuerpo, comenzando a congelarse bajo la tormenta, comenzó a calar sus huesos. Necesitaba salir de allí cuanto antes.
     
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    Segunda Luna Superior

    —No tendré que ir hasta allá —murmuró como si lo que tuviese aferrado a su pierna fuese un simple insecto que no valía la pena determinar nuevamente. Si la primera luna se diese cuenta que le dirigió palabra a aquella alimaña no se aguantarían a abrirle el estómago varias veces.

    En un instante se agachó tanto como a la altura de Hiro, esquivando la espada que no le rozó tan siquiera el gorro extravagante. Se soltó del agarre al retroceder y notar la cabellera dorada menearse por el viento helado.

    Desconocida

    —¿Estás bien niño? —cuestionó la mujer que había movido su cuerpo hasta debajo de un árbol, arrancando una parte del abrigo que tenía—. Dolerá un poco —se sinceró sujetando la pierna rota y enderezandola con fuerza para amarrarla con el trozo de tela, entablillándola con los trozos de madera que el cuervo traía en el pico.

    Se distanció de él, dejandole ver la pesada arma que cargaba en sus hombros y cubría con el amplio abrigo que también caía al suelo, dejando su piel expuesta al frío.

    Meseó la alabarda de derecha a izquierda.

    Una feroz batalla estaba por comenzar.

    Ficha

    PILAR DEL RAYO

    [​IMG]

    Nombre: Katana
    Edad: 28 años
    Valor: Honestidad
    Defecto: Arrogancia
    Personalidad: Desconocida
    Historia: Desconocida
     
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    Hiro Hitsugaya

    No sabía qué demonios estaba haciendo. Su cuerpo débil y enclenque no aguantaría una sola patada de aquel tipo, y aún así se aferraba con uñas y dientes a su pierna como si su simple existencia fuese a marcar alguna diferencia. Apretó los dientes, notando los chispazos de dolor surgiendo de su pierna rota con cada movimiento, sus gritos resonando con más y más fuerza.

    "No tendré que ir hasta allá"

    Abrió los ojos, su corazón deteniéndose en su pecho, y de un momento a otro se vio arrastrado por otra fuerza bajo un árbol cercano. En medio de la conmoción logró divisar con esfuerzo la larga cabellera dorada de aquella mujer, y luchó por mantenerae despierto, abrazándose a sí mismo para evitar que el calor se alejase de su cuerpo.

    —No... No vaya... —intentó hacerse oír, pero al procurar moverse hacia la mujer de la enorme espada su pierna le hizo detenerse en medio de la acción, indicándole que sería incapaz de moverse por el momento. Volvió a alzar la voz, desesperado—. Es un asesino, por favor, huya...
     
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