Kiss Of Death [Kuroko no basuke].

Tema en 'Fanfics Abandonados de Temática Libre de Anime' iniciado por Malewu, 9 Julio 2016.

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    Malewu

    Malewu Iniciado

    Tauro
    Miembro desde:
    9 Julio 2016
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    1
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    Escritora
    Título:
    Kiss Of Death [Kuroko no basuke].
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasmas
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1932
    Esto es un Universo Alternativo en el que Kuroko se presenta en una versión "fantasmagórica". Es la primera vez que escribo algo por el estilo, so, no se promete gran calidad. (?) Está siendo publicada en Wattpad y Fanfiction.

    Summary: Kagami Taiga regresa al pueblo en el que vivió durante su infancia a finales de verano. Allí, además de reencontrarse con sus amigos, descubre que la casa que tanto había robado su atención durante su niñez había sido consumida por las llamas hace un par de veranos, causando la muerte de una familia. Un reto pone en riesgo la aparente valentía de él y de sus amigos: entrar a esa gran estructura parece inocente... al menos hasta que descubre a aquel espíritu que ruega ayuda. Por alguna razón, una conexión más allá de su razón, se crea entre ese fantasma y él.

    Anime: Kuroko no Basuke/Basket.

    Pairing: KagaKuro. Actualmente las demás son indefinidas.

    Disclaimer: Los personajes de Kuroko no basuke (c) Tadatoshi Fujimaki.

    _____________________________________________________________________


    Introducción
    La pelota rebotó en el suelo: una, dos, tres veces. El chico pelirrojo, de no más de once años, sostenía la esfera en sus manos y escrutaba de arriba abajo los movimientos de sus contrincantes. El típico calor veraniego parecía recaer sobre sí como una pesada losa sobre sus espaldas. Una brillante gota de sudor resbaló por su sien, al tiempo que expulsaba el aire de sus pulmones por la boca, casi en un suspiro. Unos pasos más adelante, el chico moreno de cabello azul se disponía a marcarle con una gran y brillante sonrisa desafiante en su rostro. Tatsuya, que formaba parte de su equipo, bloqueaba los movimientos del pequeño Kise, que esperaba el momento adecuado para actuar. Kagami picó de nuevo y retrocedió, examinando las posibilidades. No lo pensó mucho, después de todo, su naturaleza era netamente instinto. Aprovechó la distracción de Aomine para esquivar su intento de robarle el balón y corrió en dirección a la canasta, consciente de estar siendo perseguido por sus compañeros. La pasión, la emoción del baloncesto impulsaban el movimiento de sus pies. Aprovechó el momento para hacer su tan afamado tiro en suspensión, rezando para que la pelota entrase a pesar de la presión que sus dos contrincantes estaban provocando; no obstante, las suplicas fueron insuficientes. La pelota dibujó un redondel en el aro dos veces y luego cayó con fuerza al piso de cemento, picando frente a los ojos del pelirrojo, que bufó con molestia. Había fallado patéticamente, a su parecer.

    —La próxima será… o quizás no —murmuró el moreno de forma burlona, que sonreía victorioso a su lado pasando un brazo por sus hombros—. Vamos a descansar un poco.

    Kagami aceptó con un asentimiento, ignorando el primer comentario, y trotó hacia un costado de la cancha para rodar por el césped húmedo en busca de la relajar sus músculos. Se trataba de un muchacho enérgico, mas luego de jugar durante prácticamente dos horas, esa definición desaparecía como su apetito cuando su madre le servía nattou*.

    Tatsuya, su mejor amigo desde que tenía memoria, se recostó a su lado, tendiéndole una botella de agua en silencio. Kagami agradeció con una enorme sonrisa el gesto, para luego dar un largo trago casi con desesperación. El tiempo que pasaba con sus amigos jugando al baloncesto en la simple cancha era algo que realmente disfrutaba, pues todos ellos adoraban aquel deporte tanto como él. Se sentía agradecido de haberles encontrado.

    — ¡Kagamicchi, piensa rápido! —La escandalosa voz del rubio y aquel estúpido apodo logró hacer que se incorporara debidamente; justo en el momento en que, al despegar sus labios de la botella, la trayectoria del balón lanzado por su amigo, acababa justo en sus narices. El golpe logró que la pelota volara lejos, por los aires, y que su nariz se manchase del líquido rojo escarlata.

    — ¡Mierda, Kise! —Espetó, con sumo rencor y gruñido, frunciendo el ceño. Aomine se carcajeaba a un lado del nombrado, agarrándose el estómago. El pelirrojo le fulminó con la mirada, limpiándose la nariz con la misma camiseta que llevaba y puesta y que, para su mala suerte, era de color blanco.

    — ¡Te dije que pensaras rápido, Kagamicchi! ¡No es mi culpa! —Se defendió el rubio, alzando sus manos con fingida inocencia. Quiso estrangularlo. La nariz le dolía horrorosamente, pero a no ser que quisiera llevarse un repertorio de burlas por parte del moreno, no iba a demostrarlo.

    — ¡Eh, Bakagami, más te vale que vayas a por mí pelota! —Anunció Aomine, y Kagami no tuvo tiempo de contradecirle. Para colmo, ahora le exigían que fuese en busca de aquel misil asesino. Chasqueó su lengua murmurando insultos indescifrables y no recomendados para un muchacho de su edad; era lo suficiente listo como para no contradecir a su amigo (y némesis) cuando involucraba algún objeto de su pertenencia.

    Rechistando, le tendió nuevamente la botella a Tatsuya –que, a pesar de su típica expresión indescifrable, le observaba con preocupación– y se puso de pie, restregando su nariz contra el reverso de su palma. Para su desgracia, el balón había ido más allá de su campo de visión, y probablemente se encontraba…

    —Allí, en la casa de los Akashi —Señaló Kise, con su dedo índice. La casa de la familia Akashi era una gran casa, diferente a las demás en el pueblo. Era la más lujosa y también la más grande; tanto así que en ocasiones muchos la habían denominado «la mansión» del pueblo. Kagami no recordaba haber entrado allí jamás, a pesar de que el lugar en donde vivía se trataba de uno pequeño y aburrido.

    — ¡No me jodas, esos tipos son aterradores! —protestó el pelirrojo. Los Akashi tenían fama de ser fríos y conservadores, demasiado exigentes con los demás e incluso con su propio hijo, a quien ninguno de sus amigos ni él habían tenido la oportunidad de conocer.

    — ¿Tienes miedo, Bakagami? —Se mofó el muchacho de ojos azules—. De todas formas, ellos no están este verano. De seguro están de vacaciones en Europa o algo… —replicó Aomine—. Pero mis padres dijeron que hay otra familia cuidando la casa. ¡No seas gallina!

    Como si aquel apodo hubiese movido algo dentro del pelirrojo, nuevamente frunció el ceño y les dio la espalda a sus amigos, corriendo en dirección a la casa apresuradamente. Nadie, nadie llamaba gallina a Kagami Taiga y tenía razones para afirmarlo.

    Desde cerca, la casa se veía incluso más grande y más bonita con sus paredes color durazno y su jardín cuidadosamente arreglado. Kagami solo tenía que saltar la verja e ir por la pelota, sin que los cuidadores le descubrieran. Así de simple. Era mucho más fácil que tocar y el timbre y esperar. Además, con sus once años, era uno de los chicos más altos en la escuela y era una ventaja para su hazaña. Sin más rodeos, colocó su pie en el enrejado de hierro y se impulsó hasta quedar parado en él; luego viró su cuerpo sosteniéndose y, finalmente, logró posar su calzado en el interior de la propiedad.

    — ¿Sabes que no debes entrar a casas ajenas sin permiso?

    La inesperada y tranquila voz a sus espaldas logró que el corazón de Kagami diera un tumbo y éste perdiera el equilibrio, cayendo de espaldas y soltando un quejido de sorpresa y dolor. Al abrir los ojos, su campo de visión se vio interrumpido por la figura de un muchacho que aparentaba su misma edad. Kagami se incorporó rápidamente y volteó en su dirección. El muchachito sostenía el anarjado balón que había perdido, y sus ojos celestes, al igual que su cabello y el mismísimo cielo, le observaban con curiosidad.

    — ¡Yo… perdón! ¡No quería…! —Las impulsivas excusas se ahogaron en sus labios y atinó a señalar el balón que el otro niño sostenía—. Buscaba eso… —optó por susurrar, sintiéndose terriblemente torpe.

    Sin más vueltas, el contrario le tendió el objeto en cuestión sin decir más y Taiga lo aceptó, esbozando una sonrisa abochornada: «Gracias», susurró el pelirrojo y, sin embargo, no obtuvo respuesta. Se quedó quieto y en silencio por unos segundos, hasta que el extraño y menudo muchacho volvió a hablar:

    — ¿Te duele? —Y esta vez, era el dedo ajeno el que señalaba su nariz. Kagami no supo qué decir exactamente, así que simplemente asintió, observando como el chico retiraba un pañuelo de tela del bolsillo de sus pantalones cortos y se lo ofrecía. Lo tomó con sorpresa. —Puedes quedártelo.

    —G... gracias. —Se aclaró la garganta, cogiendo aire por los pulmones furiosamente, y ganándose una mirada extrañada del pequeño y pálido muchacho—. ¡Gracias! Y… Err… ¡Hasta luego! —Efusivamente, el pelirrojo se despidió, con el pañuelo en una mano y el balón bajo su brazo, volviendo a saltar la verja con dificultad.

    Corrió, sin volver a mirar atrás, pues sabía que ese raro niño continuaba observándole con sus penetrantes ojos celestes.

    ×​

    Kagami llegó a su casa pasadas las seis de la tarde, sucio y desgreñado. Dejó el calzado deportivo en la entrada y corrió hacia la sala, para subir las escaleras, darse un baño y cambiarse de ropa. Sin embargo, no imaginó encontrarse a sus padres esperándolo. Ambos le dirigieron una mirada de preocupación, desde el sofá, y abrieron un hueco entre ellos indicándole que se sentara. Era una situación extraña: especialmente porque su padre se encontraba allí cuando la mayor parte del tiempo se encontraba trabajando fuera, en la ciudad, y solo llegaba muy tarde por la noche.

    —Taiga, cariño, queremos hablar contigo —Murmuró su madre, ignorando el estado de la ropa de su único hijo sorpresivamente. Kagami tomó asiento, verdaderamente preocupado. Sus padres rara vez tenían algo que decirle, y eso solo significaba alguna mala noticia.

    — ¿Hice algo malo o…? —Preguntó, pero fue interrumpido por la grave voz de su padre.

    —No, no es eso —dijo, para el alivio del pelirrojo—. Ocurre que me ascendieron a un mejor puesto en el trabajo…

    Kagami arqueó una ceja ante la inconclusa respuesta de su padre, sin llegar a comprender exactamente qué tenía que ver él con eso. Era grandioso, pero, ¿en qué le afectaba para que le comunicaran la noticia de aquella forma? El pelirrojo sintió el cálido tacto que brindaba la mano de su madre sobre su espalda y se volteó hacia ella.

    —Taiga, nos mudaremos a Tokio. ¿No es fantástico? —Anunció finalmente la mujer, con el entusiasmo floreciendo detrás de los chispeantes ojos negros, enmarcados por el rojo y ondeante cabello. Kagami se mantuvo en silencio, procesando lo que era la peor noticia que había querido oír:

    No había nada peor para él que alejarse de sus amigos, abandonar su hogar y sus recuerdos allí. Pero ningún berrinche infantil logró librarle del destino. Cuando llegó la hora de dormir, los momentos felices que había tenido con sus amigos se opacaron, dejándole con el amargo saber de que ese verano sería el último que pasaría con ellos por un largo, largo tiempo.


    _____________________________________________________________________________

    *Nattou: "El nattou, es un alimento muy nutritivo, con grasas, vitaminas y minerales que protegen nuestra salud. Tiene una textura muy pegajosa, su sabor es...horrible, y su olor es algo parecido al queso roquefort... o tal vez peor". En resumen: es un plato típico de los japoneses que, muchos consideran, sabe mal y se ve mal.

    :: Actualmente el primer fic que decido subir a FFL y uno de los que más me está gustando (y costanto) hacer. No estoy segura de si habrá alguien que lo leerá pero me complacería leer opiniones y demás. ::

    Hasta la próxima~
     
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