Juguemos [Escritos por la paz]

—¡No es justo! —decía Rodrigo —¡Siempre eres tú quien elige el juego!

Y tenía razón, pero siendo hoy el cumpleaños número siete de Carlos, no había forma de contradecirlo. Estaban todos sus amigos invitados y tenía tantas ganas de probar la pistola de agua que le había regalado su madre que no se le ocurrió otra cosa para jugar.

—¡Jugaremos a la guerra! —Gritó victorioso con su pistola de juguete en mano.

Los demás niños no pudieron sino resignarse a la voluntad del cumpleañero y éste trajo todo su arsenal de pistolas de agua de celebraciones pasadas. La mayoría estaban viejas y eran más pequeñas que la de este año, pero todas estaban aún funcionales como para poder jugar. No a todos les hacía gracia la idea, pero a las tres de la tarde de aquel domingo de verano y a pleno sol, pronto se hicieron a la idea de que podría ser divertido. Hicieron dos bandos para que jugar a la guerra tuviera sentido y definieron por regla que al que le mojaban el corazón, perdía automáticamente y debía quedarse en el piso hasta el final del juego. La casa de la familia de Carlos estaba en el campo y, si bien el patio no era de lo más grande, al lado del sitio había un espacio baldío donde los niños se reunían a jugar y "revolcarse en la tierra", como decían sus madres. Se formaron dos grupos de cuatro cada uno y se puso cada uno en los lados opuestos del sitio. Uno de los niños, para el que no alcanzó un arma de juguete, se posicionó en el medio y, con un grito enérgico, dio inicio a la guerra de agua. Corrían los niños para todos lados y disparándose chorros de agua que mojaban por todos lados, pero los niños se protegían con sus espaldas para evitar que sus compañeros fueran heridos en el corazón, como era la regla. En el grupo de Carlos estaban Rodrigo, Romina y Marcelo, que se pusieron en su posición estratégica al lado el pequeño estero que pasaba por el lugar y donde, en caso de acabarse el agua en las pistolas, podrían recargar fácilmente. La desventaja que tenían, sin embargo, era que estaban casi completamente expuestos, mientras que el otro equipo, liderado por Bianca y en el que estaban Susana, Matías y Pepito, tenían a sus espaldas todo un bosque para ocultarse y en el que no tardaron en entrar para protegerse.

El primero en caer fue Marcelo, que habiendose adentrado en el bosque y por disparar a tontas y a locas, se le acabó el agua de la pistola y, mientras corría de vuelta al estero, fue alcanzado por Bianca, que le lanzó un chorro de agua directo al corazón. El pobre Marcelo debió quedarse el resto del juego con la cara en la tierra, alentando a sus compañeros en aquella campaña. La segunda en caer fue Susana, que por querer atrapar al cumpleañero, salió gritando desde el bosque en un momento que lo vio solo al lado del estero, pero no contaba con que Romina y Rodrigo le tendieran una emboscada y, saltándole encima, la tumbaron boca arriba y el corazón les fue blanco fácil. De ahí en más, el equipo de Carlos se abasteció de agua completamente y se adentró en el bosque para perseguir al resto del grupo. Dejaron a Rodrigo cerca del sitio para que éste pudiese atacar a los que salieran a abastecerse de agua cuando esta se les acabase.

Carlos era muy cuidadoso y tenía una estrategia: Sabía que Romina no era muy de esconderse y entonces decidió seguirla de cerca para que, en el momento que alguien saltara para atacarla, éste lo atraparía fácilmente. Al cabo de unos minutos, Carlos se comenzaba a aburrir del juego, puesto que sus contrincantes no daban señales de estar siquiera siguiéndolos, pero de repente vio una sombra abalanzarse sobre Romina y al correr al lugar vio a Matías apuntándole con la pistola. Entonces, en un acto rápido y desesperado, le saltó encima, haciéndolo soltar el arma e inmovilizándolo en el piso con el peso de su cuerpo. Tomó firmemente su pistola y la apuntó entre los ojos de Matías.

—Te voy a volar la cabeza —le dijo antes de dispararle entre los ojos y luego, como si no le bastase, en el corazón.

Se puso de pie, con esa victoria que le supo a amargo, puesto que no logró salvar a su compañera: Le habían disparado. Se puso en marcha entre los árboles de aquel bosque para encontrar al enemigo cuando, de pronto, oye un grito de Rodrigo en la lejanía, lo que de inmediato lo alerta. Corre por entre medio de los árboles pensando en que su amigo necesita de él. El nerviosismo y la adrenalina lo hacen tropezarse un par de veces, pero nada que pudiese detenerlo de llegar a su destino. Al llegar al sitio donde se encontraba su amigo, lo encuentra tirado en el piso y boca abajo. Se acerca lentamente, procurando no alertar al enemigo, para corroborar el estado de su compañero. Lo toma por el torso y siente el líquido escurriendo por la ropa. Lo da vuelta lentamente para no ser descubierto y ya era muy tarde. De su corazón emanaba un chorro de sangre mortal y sus ojos ya miraban sin dirección. Alzó la vista y observó el cielo gris que hace ya días llevaba estampado en el cielo. Un escalofrío le recorrió la espalda y tragó saliva con dificultad al sentir la fría punta del fusil que se le apoyaba en la nuca. Miró nuevamente al cielo con sus ojos en lágrimas y el cadáver de su amigo en sus brazos y entonces deseó con todas sus fuerzas volver al sitio baldío al lado de su casa, tantos años atrás, donde las pistolas eran de agua y las guerras nada más que un juego.