Historia larga Instinto

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Manuvalk, 20 Junio 2017.

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  1. Threadmarks: 1x01: El principio del fin
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Instinto
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    36
     
    Palabras:
    2167
    Sinopsis: Cuarenta y dos días exactos desde que la vida dejo de ser normal. Un extraño brote vírico de origen desconocido trajo consigo la caída de los gobiernos, de la economía, de la sustentabilidad... y fue ahí, donde comenzó el caos. Fer despierta todas las noches con pesadillas, pesadillas de un recuerdo que lo atormenta. Sus padres son devorados frente a él, sin que pueda hacer nada. El paradero de su hermano es desconocido. Y en medio de todo, termina en la única zona de cuarentena que sigue en pie. Una zona segura comandada por el ejército, que ha formado una nueva sociedad basada en una dictadura. Cada día allí, es un día menos con opciones de seguir vivo. Fer desea salir de allí pese a que no es fácil, pero la oportunidad está a punto de llegarle, y cuando lo haga, tendrá que decidir entre seguir allí encerrado y despojado de sus derechos humanos, o probar fortuna en el exterior... del que nadie ha regresado.




    Primera parte: Tras los muros


    Capítulo 1: El principio del fin



    Fer se encontraba tumbado en el sofá, casi a punto de dormirse. Tan solo la luz que emitía la televisión lo mantenía con un ojo abierto. Pese a que la teletienda no era un programa interesante, Fer se preguntaba si de verdad todas esas cosas que anunciaban eran útiles. Porque para él, francamente, no lo eran.

    Sin embargo no era ese pensamiento lo que le mantenía despierto. Justo antes de terminar en el sofá de su casa, unas horas antes, Fer salió a dar una vuelta (total, no tenía trabajo tras haber sido despedido por recorte de personal en una inmobiliaria) por el barrio, ya que hacía tiempo que no lo visitaba (el tiempo que estuvo trabajando vivió fuera de su lugar de origen, en la gran ciudad, pero ahora que sus ganancias habían disminuido considerablemente, volvió a casa de sus padres), sin embargo, las calles estaban muy poco pobladas pese ser una zona muy transitada en días laborales.

    Aquello tenía explicación: según las noticias, el gobierno había pedido a sus ciudadanos que permanecieran en sus casas salvo que fuera urgente salir o realizar algún viaje. Una extraña enfermedad de procedencia desconocida surgió hacía tan solo cinco días a la civilización. En las noticias se hablaba de un virus cuyo origen era un absoluto misterio. Las primeras noches, todas las tertulias de cada canal público se limitaron a debatir sobre su repentina aparición y su posible origen.

    Algunos decían que se trataba del espacio, llegado en un meteorito que no habría terminado de desintegrarse en la atmósfera y habría hecho que el germen sobreviviera y evolucionara. Otros afirmaban que se trataba de uno de los virus que se habían descongelado en el Polo Norte debido al calentamiento global, y que llevaba miles de años en la Tierra. Varios decían que su procedencia era un laboratorio de alto secreto cuya función era crear armas biológicas. Y de todas ellas, la última era la más creída en todo el país.

    En cinco días, la gente casi ni salía de casa por miedo al contagio vía aire, vía contacto humano o cualquier vía conocida. Tus vecinos pasaban de saludarte todas las mañanas a mirarte como un delincuente y si siquiera les mirabas ya les tenías desenfundando una pistola. Sí, la venta de armas al principio del brote aumentó casi un 85% que en la época de caza. De hecho, el padre de Fer se encargó de comprar una además del rifle que ya tenía él para cazar ardillas en invierno.

    Tras ese paseo en silencio volvió a casa antes de que cayera la noche. Sus padres estaban preocupados ya que su hermano Gabriel llevaba días sin contestar al teléfono, y aunque era frecuente en él (se fue de casa a los dieciocho y el contacto con la familia se enfrió), no dejaba de preocuparles. Además con todo aquello del brote el temor a perder seres queridos era más evidente.

    Mientras recordaba todo aquello y comenzaba a cerrar los ojos para dormir, alguien tocó a la puerta frenéticamente. Fer abrió los ojos vagamente hasta el segundo golpe seco en la puerta. Decidiendo ser precavido, sacó del cajón de la mesita de estar la pistola que su padre había comprado recientemente. Pese a que no era un experto en armas, sabía usarlas, ya que en su infancia su padre se lo llevaba de caza junto a su hermano. Un tercer golpe seco le hizo acelerar el paso con la pistola en la mano derecha.

    — ¡Ya voy!

    Fer abrió con la mano izquierda el pomo de la puerta lentamente, y con la derecha asomó la pistola.

    — Baja ese trasto, Fer. — Dijo su hermano, abriendo la puerta de golpe e irrumpiendo en casa.

    — ¿Gabe? ¿Qué haces aquí? Quiero decir, te hemos llamado pero no cogías el teléfono. — Dijo Fer mientras cerraba la puerta.

    — Ya, bueno, estaba demasiado ocupado en ese momento. — Respondió Gabriel, mostrando una mancha de sangre en su camiseta gris.

    — ¡Dios Gabe, ¿que mierda te ha pasado?! — Exclamo su hermano, preocupado.

    — ¿Qué? Nada, nada, tranquilo. — Murmuró Gabe, tranquilizando a Fer. — No es mía.

    — ¿Entonces...?

    — ¿Dónde están papá y mamá? Tenemos que irnos, coge lo que puedas. — Dijo Gabriel, abriendo la despensa en busca de comida enlatada.

    — ¿Qué está pasando aquí? — Preguntó el padre, bajando las escaleras junto a la madre.

    — ¡Gabe, hijo! — Exclamo la madre al ver la sangre en la camiseta. — ¡¿Qué ha pasado?!

    — No es mía mamá, tranquilízate. Tenemos que irnos, esto no es seguro. — Indicó Gabriel, que no se estaba quieto.

    — ¿Y eso? — Preguntó su madre, que iba en bata.

    — ¿Por qué? — Añadió su padre.

    Gabriel se percató de que Fer estaba viendo la teletienda.

    — ¿No estabas viendo las noticias? Están avisando a la población. — Dijo Gabriel, buscando el mando de la tele.

    Fer sacó el mando de su bolsillo y se lo dio a su hermano. Éste puso el canal de noticias 24h mientras la familia prestaba atención.

    — ...imos en directo, aquí, en la ciudad. El ejército está haciendo frente a una multitud exaltada que exige salir de la ciudad, pero la milicia se niega en rotundo y dicen ser órdenes del gobierno. Ha habido varios disparos fugaces y algunos testigos informan de la presencia de infectados en la zona, vomitando sangre e incluso mordiendo a civiles. Tenemos un test... oh Dios mío... Jerry, enfoca eso.

    La cámara mostraba como un avión en medio de la noche comenzaba a descencer a una velocidad anormal para un aterrizaje. Éste se estrelló en tierra provocando una explosión que era vista a gran distancia y provocando los gritos y en pánico en la multitud que había en las calles además de las personas que seguían en sus casas.

    — ¡Dios mío, acaba de estrellarse un avión! ¡La multitud está subiendo a los coches y...!

    De pronto el ejército comenzó a disparar al verse superado, y los civiles que iban en coche comenzaron a atropellar a los militares en un intento desesperado por salir de la ciudad.

    — ¡Esto es un caos! ¡Tenemos que irn...!

    La señal se cortó ante la mirada atónita de la familia.

    — ¿Ahora entendéis porque os digo que tenemos que irnos ya? La ciudad está solo a unos kilómetros de aquí, demasiado cerca del pueblo. Nos conviene alejarnos de ella, porque se va a poner feo. — Advirtió Gabriel.

    — Tienes razón hijo, pongámonos en marcha. — Dijo su padre.

    — ¿Dónde tienes la furgoneta? — Preguntó Fer, cogiendo las llaves. — Yo iré a por ella.

    — Está al bajar la calle, a la izquierda. — Dijo su padre.

    — Te acompaño. — Añadió Gabriel. — Papá, mamá, esperad aquí. Vendremos con la furgoneta, estad listos.

    — Tened cuidado hijos. — Dijo la madre, mientras observaba como el vecindario entero estaba empacando y preparando para irse.

    — Cerrad con llave todas las puertas y permaneced en silencio. — Indicó Gabriel. — Fer tiene las llaves de casa, entraremos a por vosotros cuando tengamos la furgo.

    Los hermanos salieron de casa a toda velocidad y comenzaron a correr por la avenida mientras algunos vecinos arrancaban sus vehículos llenos de maletas.

    Ambos corrían calle abajo cuando de pronto sobrevoló la zona un caza (un avión militar) en dirección a la ciudad. Los dos vieron como del caza salían disparados varios misiles que impactaron en uno de los rascacielos de la ciudad, derrumbándolo.

    — ¡¿Qué coñ* hacen?! — Preguntó Gabriel.

    — Creo que quieren bombardear la ciudad con el fin de que no salga el virus de ella. — Respondió Fer.

    — Pues créeme; ya ha salido. — Dijo Gabriel.

    — ¿A qué te refieres?

    — ¿De dónde crees que es ésta sangre? Un colega, Bob, fue mordido ayer. Hoy he ido a su casa y ha intentado hacer lo mismo conmigo, pero he tenido que apuñalarlo e irme. Su mirada... Dios, no era él.

    — Joder Gabe, siento que hayas tenido qu...

    — ¡Cuidado! — Exclamo Gabriel, señalando al frente.

    Fer se giró a tiempo para ver como un infectado se le tiraba literalmente encima. Ambos cayeron al suelo forcejeando mientras Gabriel buscaba un objeto contundente con el que golpearle.

    — ¡Joder! — Exclamaba Fer, sujetando del cuello a aquella persona fuera de sí.

    — ¡Apártate de mi hermano, hijo de perra! — Dijo Gabe, golpeando al infectado con un trozo de madera que había encontrado en el cubo de la basura.

    Aquel loco cayó a un lado de Fer mientras éste se levantaba rápidamente.

    — ¡Sigamos! — Le indico Gabriel. — ¡Ya veo la furgoneta!

    Ambos hermanos corrieron hasta llegar al vehículo, Fer rápidamente sacó las llaves de su bolsillo izquierdo y abrió la puerta.

    — ¡Vamos Gabe! — Le indicó Fer, que ya había arrancado la furgoneta.

    — ¡Eh, quieto capullo! — Exclamo un joven, apariendo ante el vehículo con una pistola que apuntaba a Fer. — ¡Bájate! ¡Me la llevo!

    — Mierda. — Susurró Fer.

    — Ni de coña, vete a la mierda. — Dijo Gabriel. — Fer, ve a por nuestros padres.

    — ¡No te muevas! — Le ordenó el atracador.

    — ¡Fer, conduce! — Exclamo Gabriel.

    — ¡Baja o disparo! — Dijo aquel joven armado.

    Fer pisó el acelerador y atropelló al atracador, lanzándolo unos metros hacia delante.

    — ¡Han atropellado a tu hijo, Dylan! — Exclamo un motorista.

    — ¡Hijo de p*ta! — Exclamo ese tal Dylan, sacando una escopeta recortada de la mochila de su amigo y disparando a la furgoneta.

    — ¡Fer, vete! ¡Vete!

    — ¡¿Y tú qué?!

    — ¡Ocúpate de papá y mamá, nos están esperando! ¡Ya nos veremos!

    Fer aceleró mientras aquel motorista obeso llamado Dylan le disparaba. Era difícil conducir por la calle ya que la gente corría de un lado a otro. Tras varios minutos conduciendo y esquivando personas, Fer llegó a casa de sus padres. Aparcó y rápidamente tocó a la puerta.

    — ¡Papá! ¡Mamá! ¡Salid rápido!

    Sin embargo, no obtuvo respuesta. Preocupado, decidió entrar por la puerta de atrás. Ésta estaba cerrada, pero era de cristal, por lo que Fer la golpeó con una piedra hasta hacer el cristal añicos. Maniobró con la manivela y abrió la puerta. La luz se había ido, ya que el interruptor no iba y la televisión estaba apagada.

    — ¿Papá? ¿Mamá? — Dijo. — Soy yo, Fernando.

    Silencio. Tan solo los gritos y disparos de la calle se escuchaban en aquel lugar. Preocupado y asustado, Fer vio sangre en el suelo. Tras ella, dos casquillos de bala. A la derecha, una ventana rota.

    La sangre iba hacia el segundo piso. Fer, que antes de irse dejó el arma en la mesa, ya no estaba. Un sudor frío comenzó a recorrerle la frente y la sien. Poco a poco comenzó a subir los escalones hasta llegar a la habitación de sus padres, donde llegaba el reguero de sangre. La puerta estaba cerrada.

    Fer contuvo la respiración durante unos segundos, tragó saliva, resopló y abrió la puerta con lentitud. Su cuerpo se quedó paralizado y las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos cuando vio a su padre comiéndose a su madre. Ella, tendida en la cama con un disparo en la cabeza y el abdomen literalmente comido, y él, comiendo del vientre de su mujer y con una herida de bala en el pecho.

    — P-papá...

    Fer se puso la mano en la boca, tratando de contener el sollozo. Su padre, lo que quedaba de él, se giró lentamente. Fer vio que la pistola que compraron fue la misma que se usó para disparar a sus padres, y después la dejaron allí. Alguien irrumpió en su casa, robó suministros y mató a dos ancianos que no iban a oponer resistencia. Aquellas situaciones sacaban lo peor del ser humano.

    Su padre, ahora un monstruo caníbal, comenzó a caminar lentamente hacia él, extendiendo los brazos y entreabriendo la boca de la que salían pequeños gruñidos secos. Estaba muerto; estaba muerto en vida. Fer cogió rápidamente el arma y con los ojos inundados de lágrimas, apuntó al que fue su padre. Éste se acercaba a él, pero Fer no podía, no tenía fuerzas para dispararle.

    Sin pensárselo, Fer cerró la puerta de la habitación con su padre dentro, que comenzó a golpear para salir. Fer no había tenido valor para matar a su padre, y decidió encerrarlo allí. Aquello fue el principio del fin.
     
    Última edición: 25 Junio 2018
  2. Threadmarks: 1x02: Dictadura
     
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    Capítulo 2: Dictadura







    El techo de la carpa tenía goteras. Se colaban por la fina tela de ésta y comenzaban a caer. Esas dichosas gotas despertaron a Fer. El hombre se recostó en aquella camilla y observó a la diversidad de personas que dormían allí con él.

    En la zona no había movimiento excepto por algunos guardias que patrullaban. Fer vio en su reloj que faltaban menos de dos horas para que el ejército les despertara, por lo que se recostó en su camilla y cerró los ojos.

    [...]

    — Eh, tú. — Dijo un soldado con una barba que le tapaba toda la cara. — Es hora de trabajar.

    Fer se levantó de la cama mientras aquel soldado se limitaba a despertar al resto de personas. Se colocó en la fila que había para lavarse la cara, en un bidón lleno de agua.

    Al humedecerse el rostro, Fer notó que su barba había crecido considerablemente. No se afeitó desde el inició del brote. Y de eso hacía cuarenta y dos días exactos.

    — ¡Vamos, malditos perezosos, despierten de una vez! — Exclamo un soldado en otra de las carpas.

    Ahora Fer se colocó en la fila para recibir el desayuno. Una fila extensa que presagiaba que tardaría cinco minutos por lo menos el obtener su desayuno.

    Aunque a un vaso de leche por la mitad y dos galletas no se le podía llamar desayuno. Pero así eran las raciones del ejército.

    — Esto no es vida, amigo. — Dijo Andy, que se encontraba justo detrás de Fer.

    Andy era el compañero de Fer en las tareas que tenían que hacer. La última semana la pasaron limpiando las armas y justo ese día comenzaban con la limpieza de los vehículos militares.

    — Lo sé Andy, es una mierda. — Susurró Fer, que ya se aproximaba a su desayuno.

    — Y vaya mierda de desayuno. — Añadió Andy, al ver como servían semejante comida.

    Fer cogió un plato de plástico y recibió dos galletas con un vaso medio lleno de leche. Acto seguido se limitó a comérselo lo más rápido posible, porque en cinco minutos se lo iban a llevar a limpiar. Andy se colocó al lado de su compañero, del que no se despegaba hasta terminar el horario.

    — ¿Nunca has pensado en irte? — Preguntó Andy de pronto.

    — ¿Dónde? No hay lugar al que ir. — Respondió Fer con dejadez.

    — Ahí fuera, salir de aquí, joder. — Susurró Andy para no llamar la atención.

    — ¿Para que esas cosas me arranquen la piel de los huesos? — Dijo Fer con seriedad.

    — Sí, bueno, di lo que quieras, pero prefiero probar suerte ahí fuera antes que ser un esclavo y morir aquí. Y sé que tú piensas como yo, hermano.

    — ¡Vosotros, seguidme! — Indicó un soldado a Fer y Andy.

    Fer tiró el plato de plástico a la basura y caminó hacia el soldado. Junto a Andy, fueron llevados al parking provisional que el ejército tenía montado allí para aparcar sus camiones y jeeps.

    — Son esos dos jeeps, limpiadlos. A las dos deben estar brillando, nos vemos chicos.

    Fer odiaba aquello, y Andy quería aprovecharlo. La mirada del joven lo decía todo.

    — Jode que te mande un payaso trajeado, ¿cierto? — Murmuró Andy en el oído de su compañero.

    — ¿Ahora te das cuenta? — Refunfuñó Fer, comenzando a pasar el trapo por los cristales del vehículo.

    Ambos se limitaron a limpiar los vehículos antes de la horda dictada. Solo quedaba media hora y el trabajo estaba casi terminado, sin embargo, para descansar y apurar el tiempo, Fer y Andy limpiaban más lento.

    Dos soldados se apoyaron en el camión de al lado mientras conversaban acerca de una misión de suministros.

    — ¡...y le disparé en la cabeza! ¡Sus sesos salieron desparramados como si dispararas a una lata de alubias!

    — ¡Dios! — Dijo su compañero riéndose. — ¡Tendrías que haberlo grabado!

    — ¡Estamos en misión, colega, no me llevo la cámara de paseo!

    — ¿Y le disparaste con el rifle?

    — ¿Qué? ¡Oh, no! ¡Fue con esto!

    El soldado desenfundó su pistola y la colocó en el camión.

    — ¿Con la Glock? ¿En serio?

    — De cerca, el agujero que le haces es demencial.

    — Tendría que probarlo.

    De pronto un superior les llamó la atención.

    — ¡Soldados, vengan aquí un momento!

    Los dos hombres obedecieron, pero por error dejaron el arma sobre el camión. Fer se percató de esto, y lo vio como una oportunidad para recaudar suministros, ya que Andy había conseguido meterle la idea de fugarse en la cabeza.

    Fer observó que nadie estuviese mirándole y se acercó al camión, haciendo que limpiaba. Cuando estuvo al lado, la tomó rápidamente y se la guardó en la zona trasera del pantalón, tapándola después con la camiseta.

    — ¿Qué mierda acabas de hacer? — Preguntó Andy, que lo vio todo.

    — Tener un seguro de vida.

    — ¡¿Qué seguro de vida ni que mierda?!

    — Baja la voz, Andy.

    — Sí, vale, perdón. — Murmuró. — ¿Para qué quieres un arma?

    — Andy, llevas semanas jodiéndome con la idea de salir de aquí. Y ésta mañana al despertarme me he dado cuenta de que esto es una auténtica mierda, y de que más nos vale salir de éste sitio si no queremos acabar como las cosas de ahí fuera. He robado el arma porque voy a recolectar lo necesario para cuando esté ahí fuera. Porque ahí fuera, sin un arma para defenderte, no duras ni dos días.

    Andy observó a su compañero atónito, pero entendía lo que decía. De hecho, tenía toda la razón del mundo.

    [...]

    Fer y Andy habían acabado de limpiar los jeeps y por tanto habían terminado su jornada. Mientras Andy se había ido a por la comida, Fer había decidido guardar el arma en sus pertenencias, cuando de pronto el general Santiago habló por megafonia.

    — ¡Quiero a toda persona en fila en la entrada, ahora! ¡Tenemos un ladrón entre nosotros!

    Fer se sorprendió de que hubiesen notado la ausencia del arma tan rápido, sin embargo, el soldado que la portaba andaba buscándola como un loco.
    La gente comenzó a ponese el fila temiendo por sus vidas.

    Pocas veces el general Santiago, que manejaba todo aquello, pedía al personal ponerse en fila. Las veces que lo hacía, acababa alguien herido... o muerto.

    Andy sabía de que se trataba y observó a Fer desde lejos con cierta tensión. Fer optó por arrojar el arma a un cubo de la basura que se encontraba en un callejón.

    Santiago comenzó a caminar por delante de todos con una mirada desafiante y su revólver en la mano derecha.

    — Ya saben que pasará si no me dicen quién tiene la pistola.

    Mientras Fer tiraba la pistola un joven apareció en el callejón, observándole con sorpresa.

    — Tú...

    — Por favor, no digas nada. — Susurró Fer.

    — ¡Van a matar a alguien por tu culpa! — Dijo el joven, que no tendría más de 22 años, mientras que Fer tenía 28 años.

    — ¡Qué mierda sabes!

    — Lo siento amigo, pero debo decirlo.

    Fer le colocó la mano en el pecho, frenándole en seco.

    — No lo hagas, no te conviene.

    — Nos conviene a todos.

    — No te hagas el héroe.

    — Vete al infierno.

    Aquel chico apartó la mano de Fer y se dispuso a dirigirse al general Santiago, que no se había percatado de que faltaba gente en las filas.

    Fer tomó al joven por la espalda y comenzó a asfixiarlo. El chico pataleaba, luchando por su vida, pero Fer lo pilló desprevenido y tenía la ventaja.

    Cuando Fer se dio cuenta, aquel muchacho estaba muerto en sus brazos. Acababa de matar a alguien y ahora además de ser un ladrón también era un asesino.

    El tiempo jugaba en su contra: o salía de allí en horas o todas las pistas terminarían llevándolos a él.

    Fer respiraba entrecortado y temblaba, pero antes de que nadie se percatara, arrastró el cuerpo hasta la parte trasera de un contenedor de basura, y allí, lo arrojó a las bolsas y lo tapó con otras.

    — Con que nadie va a decirme nada... — Dijo Santiago, al que se le agotaba la paciencia. — Soldados, quiero que busquen en las bolsas y maletas de todos estos pobres desgraciados. Si encuentran el arma, o cualquier arma... se derramará sangre.
     
    Última edición: 25 Junio 2018
  3. Threadmarks: 1x03: En la sombra
     
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    Palabras:
    2458
    Capítulo 3: En la sombra









    Los soldados comenzaron a sacar los objetos personales de las mochilas de cada uno. La gente miraba con temor a que su bolsa contuviera el arma.

    Fer, nervioso por lo que acababa de hacer, corrió a la carpa y se dirigió a su cama, donde bajo ésta estaba su mochila. Sin embargo, se encontró todas sus pertenencias sobre la cama.

    Rápidamente se puso a buscar algo entre la poca ropa que tenía y se percató de que faltaba algo. Para estar seguro, buscó en su mochila vacía, pero no encontró nada.

    — ¿Dónde la has escondido? — Preguntó Andy, apareciendo tras él.

    — No estaba en mi mochila, tranquilo. — Respondió Fer.

    — ¿Entonces? ¿Qué buscas?

    — Un reloj.

    — ¿Un reloj? — Preguntó Andy bastante sorprendido.

    — ¡Sí, un maldito reloj! — Exclamo Fer, lanzando la mochila unos metros hacia delante. — Me lo regaló mi padre, y lo llevaba en la mochila porque no quería ensuciarlo cuando trabajábamos.

    — ¿Crees que te lo han robado?

    — Es evidente.

    — No me sorprendería, se trata de mercenarios.

    — Pues voy a reclamarlo. — Murmuró Fer con seriedad, poniendo rumbo hacia donde se encontraba Santiago.

    — ¡Fer! — Exclamo Andy, tratando de pararle.

    Santiago estaba dando órdenes a sus hombres cuando Fer se presentó ante él. Varios soldados observaron la escena con curiosidad.

    — Quiero que me devuelvan mi reloj. — Dijo Fer, harto de aquellos soldados esclavistas y ladrones.

    — ¿Perdón? — Musitó el general Santiago con una media sonrisa. — ¿Qué reloj?

    — No se haga el estúpido, general. Es plateado y antiguo. Proviene de mi padre y quiero que me lo devuelvan.

    — ¿Desde cuando das tú las órdenes, idiota? — Le reprochó Santiago.

    — ¡Desde que tus hombres son unos ladrones de mierda! — Gritó Fer, llamando la atención de todas las personas.

    — Señor, ¿le está molestando? — Dijo uno de los militares.

    — Sí, hazme un favor y llévate a ésta escoria de aquí. — Dijo Santiago con desprecio.

    El soldado, sonriendo, empujó a Fer unos metros atrás, provocando que casi perdiera el equilibrio. Harto de todo, Fer respondió golpeando al soldado en el rostro y provocando que la gente lanzara un grito de asombro.

    — Acabas de firmar tu sentencia de muerte. — Dijo aquel soldado, preparándose para pelear.

    Fer se percató de que era ese hombre el que tenía su reloj, atado en su muñeca izquierda.

    — Dame el reloj. — Señaló Fer.

    — Ahora es mío.

    El soldado se abalanzó sobre Fernando, golpeándole en la nariz y haciéndole caer en el asfalto mojado.

    Un grupo de soldados celebró el golpe de su compañero ante la incrédula mirada de Santiago, que era un mero espectador.

    Fer se levantó rápidamente y contraatacó dándole un puñetazo en el abdomen y acto seguido un cabezazo. El soldado se alejó unos pasos, algo aturdido del golpe, y vio que este le provocó un corte que comenzó a sangrar, al igual que la nariz de Fer.

    — ¡Maldito hijo de perra! — Exclamo el soldado, desenfundando su pistola.

    La gente lanzó un grito de susto al ver que Fer podía ser ejecutado.

    — ¡Ahora qué, desgraciado! — Dijo el soldado con rabia. — ¡Este reloj ahora me pertenece y me importa una mierda si fue de tu padre o de tu perro! ¡Jódete!

    — ¡Maldito! — Gritó Fer, furioso.

    Éste corrió hacia el soldado en un intento desesperado por arrebatarle el reloj, pero recibió un culatazo en el cuello por parte de Davidson, el segundo al mando del ejército.

    Fer cayó al suelo medio inconsciente mientras Davidson miraba a la multitud.

    — ¡Si alguien tiene algo más que decir o reprochar, que venga!

    El silencio en la zona de cuarentena se hizo sepulcral en el aquel momento.

    — ¡Bien, pues a seguir con el trabajo! — Ordenó el segundo al mando. — Dejadle ahí en el suelo.

    Fer trató de incorporarse pero el golpe lo dejó muy aturdido. Veía borroso y sus brazos temblaban. En ese momento, alguien lo levantó por detrás y lo arrastró hasta la esquina de un callejón próximo.

    — Has sido muy valiente al plantar cara al general Santiago y sus hombres. — Dijo una mujer que Fer no logró indentificar debido a su aturdimiento. — Tienes suerte de no estar muerto.

    — La suerte no existe. — Dijo Fer, recuperándose del golpe.

    — Si no existiera, ahora serías una de esas cosas que vagan por ahí fuera. — Respondió la chica. — Ven conmigo, te llevaré a un sitio donde puedas descansar mejor.

    Fer siguió a la mujer por el callejón hasta llegar al fondo de éste. La chica observó a todos lados asegurándose de que nadie los veía y abrió la puerta trasera de una tienda de cómics y libros ahora abandonada.

    — ¿Qué hacemos aquí? — Preguntó Fer, ya mejor.

    — Ahora verás.

    La mujer se dirigió a una pequeña habitación de la tienda y allí abrió una trampilla que llevaba a un sótano.

    — Baja.

    Fer obedeció y comenzó a bajar la escalera. Efectivamente, era un sótano, no muy amplio pero si lo suficiente para que durmieran cinco personas. Justamente las que estaban allí abajo.

    — Sally, ¿quién c*ño es éste? — Preguntó un hombre que se encontraba sentado en un extenso sofá.

    Sally miró a Fer expresivamente, para que se presentara.

    — Yo... me llamo Fernando, pero prefiero que me llaméis Fer.

    — Joder Fer, ¿y qué te ha pasado? — Preguntó otro hombre, refiriéndose a la sangre seca que Fer tenía en la nariz.

    — Se ha enfrentado a Santiago y uno de sus matones. Ha salido perdiendo... pero ha dado pelea. — Dijo Sally, respondiendo por él.

    — Eres la primera persona que lo hace, ahora entiendo porqué Sally te ha traído aquí. — Dijo el hombre que preguntó anteriormente. — Me llamo Randall.

    — Sally se supone que no tenemos que traer a más personas, y primero me traes a éste p*to ruso y ahora a ese friki. — Dijo el que fue el primer hombre en hablar.

    — ¡Cállate Marcus! — Exclamo Alexei, el ruso.

    — Hombres... — Dijo una mujer que salió del cuarto de baño.

    — Ella es Cassandra. — Le dijo Sally a Fer.

    — ¿El baño funciona? — Preguntó Fer ante la sorpresa de Sally.

    — Sí... el ejército abrió la llave del agua exclusivamente para ellos, pero Alexei sabe de fontanería y...

    — Discúlpame un momento. — Murmuró Fer, metiéndose en el baño.

    El grupo se quedó perplejo ante la espantada de su invitado. Una vez en el baño, Fer abrió el agua del grifo y comenzó a lavarse la cara, especialmente la nariz.

    Cuando salió del baño, todo el grupo estaba sentado alrededor de una mesa de madera carcomida por las termitas.

    — ¿Ocurre algo? — Preguntó Fer, siendo observado por todos.

    — Fernando, si Sally te ha traído aquí es porque cree que puedes contribuir en algo en lo que estamos trabajando.

    Sally miró a Fer con satisfacción.

    — ¿De qué trata?

    Marcus, que parecía ser el principal artífice de que esas personas estuvieran reunidas, se levantó de la mesa y se acercó a Fer. Acto seguido apoyó sus manos en los hombros del éste.

    — Vamos a salir de aquí. — Dijo Marcus con una sonrisa de oreja a oreja.

    Fer esbozó otra sonrisa idéntica a la de Marcus, mientras el resto del grupo excepto Sally, parecía alegrarse al oír esas palabras.

    — ¿Y cómo vamos a salir? — Preguntó Fer, expectante.

    Cassandra destapó una pizarra que al principio estaba cubierta por una sábana. Ahí salía el plan más o menos trazado.

    — Ésta noche esperaremos a que todos duerman, el ejército coloca poca guardia por lo que nos será fácil escabullirnos entre las sombras. Hay un edificio contiguo a éste que da directamente al callejón trasero, fuera de la zona de cuarentena. Una vez fuera... — Decía Marcus.

    — ...habrá que improvisar. — Terminó Alexei.

    — Sí, eso. — Murmuró Marcus, mirando a Alexei con seriedad.

    — Vale, contad conmigo. Pero tengo que avisar a un amigo. — Dijo Fer.

    — No, Sally se ha arriesgado mucho al meterte en esto, éste era nuestro plan, no podemos sacar a toda la gente de aquí. — Indicó Marcus, molesto.

    — ¡Solo es una persona! — Exclamo Fer.

    — ¡He dicho que no! — Respondió Marcus, que se lanzó sobre Fer colocándole un cuchillo en la garganta.

    — ¿Vas a cortarme el cuello? ¿Seguro? — Dijo Fer con media sonrisa.

    — No me tientes. — Dijo Marcus, apartándose.

    — Está bien, Fer. Avisa a tu amigo. Pero no nos jodas, no avises a todo el mundo que es un plan para seis no para cincuenta. — Añadió Randall. — ¿Entendido?

    Todos los miembros del grupo se miraban entre sí, nerviosos porque esa noche iban a salir de allí si todo salía según lo planeado.

    — A las dos de la noche nos reuniremos aquí, cogeremos nuestras pertenencias y nos largaremos. — Terminó diciendo Sally.

    [...]

    Llegadas las diez de la noche, el ejército instauró un toque de queda. Nadie podía salir de las carpas en las que dormían. Sin embargo, dentro, las personas hablaban entre ellas y se entretenían hasta poder dormirse.

    Andy estaba sentado sobre su camilla, leyendo lo que parecía ser un trozo de periódico. Fer se acercó y se sentó a su lado.

    — ¿Qué lees?

    — La primera noticia del brote.

    La carpa, pese a estar alumbrada con tan solo cuatro velas, era acogedora y escuchar el murmullo de la gente sonaba familiar.

    — ¿Por qué tienes un extracto de la primera noticia sobre el virus? — Preguntó Fer, sorprendido.

    — Lo encontré por casualidad, antes de llegar aquí. — Respondió Andy, sin dejar de mirar el papel.

    — ¿Y por qué te lo guardas?

    — Porque me hace recordar como era todo antes. — Murmuró. — Sé que ha pasado un mes y medio aproximadamente, pero parecen seis meses, parece una eternidad.

    — Te entiendo, amigo. — Dijo Fer. — Necesito contarte algo.

    — Vi como una mujer te ayudaba amablemente a levantarte tras la pelea con ese soldado. — Dijo Andy, guardando el extracto del periódico. — ¿Tiene que ver con ella?

    — Así es. Ella y su grupo tienen un plan para salir de aquí. Me ha costado convencerles, pero puedes venir con nosotros. — Respondió Fer, hablando bajo para evitar que otros le escucharan. — ¿Qué me dices?

    Andy miró por un momento a todas las personas que había en la carpa. Familias atrapadas en aquel tugurio indigno de cualquier ser humano.

    — No podemos sacarlos a todos de aquí, Andy. Sé que suena egoísta pero somos nosotros o ellos.

    Andy giró su rostro para ver a Fer. El silencio comenzó a ser incómodo entre ambos hasta que Andy habló.

    — Tienes razón.

    Fer suspiró aliviado, ya que temía que su compañero se negara y pudiera relatar el plan a todos y comprometerlo.

    — Bien. A las dos iremos al callejón, y a partir de ahí, comenzará la fuga. — Dijo Fer. — Ves asumiéndolo.

    Fer se alejó de su compañero en dirección a su camilla. Una vez en ella, se tumbó y miró su reloj de mesa. Quedaban cuatro horas para irse.

    [...]

    Fer comenzaba a tener sueño. Sus párpados comenzaban a pesar cada vez más y su cuerpo se amoldaba a su ya cama personal. Pero sabía que no podía, por lo que se sentó sobre la camilla y miró el reloj de mesa.

    — Quedan diez minutos. — Se dijo a sí mismo.

    Alzó la cabeza y vio a Andy justo en la misma posición que él, sentado sobre la camilla y guardando sus cosas en la mochila.

    La carpa estaba en absoluto silencio y las velas apagadas. Todos dormían, excepto ellos. Solo la luz de la Luna iluminaba algunas partes de la carpa.

    Fer avisó con un gesto que iba a salir, y lo esperaba fuera. En silencio, caminó hasta la salida y se aseguró de que no hubieran guardias cerca.

    Acto seguido salió Andy, tras él. Ambos se miraron, decididos. El plan estaba en marcha.

    Ambos comenzaron a caminar agachados entre las sombras, cubriéndose tras los vehículos del ejército. A solo unos metros estaba el callejón.

    — ¡Quieto! — Susurró Fer, al ver que dos soldados pasaban cerca. — Sigamos.

    Andy y Fer prosiguieron hasta doblar la esquina que daba al callejón. Ambos avanzaron hasta unos contenedores que había, cuando de pronto Andy se detuvo.

    — ¿Oyes eso? — Preguntó Andy.

    Unos gruñidos que parecían alejados resonaban alrededor de los hombres.

    — Viene de detrás. — Indicó Andy, acercándose.

    Fer entonces recordó al hombre que había asesinado y recordó donde había guardado el arma. Decidido, paró a Andy en seco.

    — ¿Qué haces? Iba a averiguar que demonios era eso.

    — No lo hagas. — Dijo Fer, que no quería revelar su primer asesinato. — Olvídate de esos ruidos y céntrate en el plan. Espera aquí.

    Fer avanzó hasta el otro lado del callejón y abrió una papelera, sacando la Glock que había robado.

    — Joder, huele a vómito. — Se quejó.

    — Es lógico. — Indicó Andy. — Muy astuto, escondiendo el arma ahí. ¿Qué vas a hacer con ella?

    — Guardármela por si nuestros nuevos amigos nos la quieren jugar.

    — ¿No te fías de ellos? Te han mostrado su plan. — Dijo Andy, sorprendido.

    — Ellos tampoco se fían de mí. — Murmuró Fer, pensando en Marcus.

    Ambos siguieron unos pasos más hasta la entrada a la tienda de cómics, allí dentro estaba el resto del grupo. Marcus, Sally, Cassandra, Alexei y Randall los estaban esperando.

    — Vaya Fer, pensábamos que no ibais a venir. — Dijo Marcus con sarcasmo.

    — Sí, yo pensaba que tú no ibas a aparecer. — Respondió Fer con ironía.

    — ¿Quién es tú amigo? — Preguntó Alexei.

    — Chicos, éste es Andy. Andy, estos son Marcus, Sally, Cassandra, Randall y Alexei. Los artífices del plan de fuga. — Dijo Fer.

    — Encantado. — Respondió Andy. — Y gracias por dejarme venir con vosotros.

    — No nos lo agradezcas aún, Andy. — Respondió Marcus, que llevaba un cuchillo en sus manos. — Bien, desde éste momento, nada de ruido, nada de separarse y los ojos bien abiertos.

    — ¿Por dónde vamos a salir? — Preguntó Andy, ansioso por saberlo.

    — Por aquí. — Dijo Randall, señalando una puerta que daba al edificio de al lado y estaba sellada con cinta del ejército.

    — ¿No íbamos a salir? — Preguntó Andy, sin entender nada.

    — Sí, pero para salir de una forma silenciosa debemos hacerlo pasando al edificio de al lado, y de ahí, buscar la salida a la carretera. — Informó Cassandra, que iba encapuchada.

    Alexei, que estaba forzando la puerta con un clip, se giró para observar a sus compañeros. El clip hizo un sonido afirmativo.

    — ¿Listos para salir de aquí? — Preguntó el ruso, esbozando una sonrisa.

    — Joder, claro que sí. — Murmuró Marcus.

    — Estoy deseando salir de ésta ratonera. — Dijo Randall.

    — Abre de una vez, Alexei. — Recriminó Cassandra.

    — No sabemos lo que vamos a encontrarnos ahí fuera. — Musitó Sally, algo preocupada pero preparada.

    — Cuando vosotros digáis. — Dijo Andy, bastante entusiasmado.

    Fer se giró hacia los contenedores, recordando que ahí escondió el cuerpo de una persona. Sabía que aquello lo había convertido en un asesino, y le costaba asimilarlo.

    — Os sigo. — Indicó Fer, serio.

    Alexei puso la mano en el pomo de la puerta y lo giró, haciendo que ésta chirriara un poco debido a las bisagras oxidadas.

    Un oscuro pasillo se abría paso a la vista del grupo.

    — Recordad: silencio absoluto, todos juntos y atentos a cualquier cosa extraña. — Recalcó Marcus. — Es la hora.
     
    Última edición: 25 Junio 2018
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    Manuvalk

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    Capítulo 4 (Final): Horas contadas










    — ¿Oyes eso? — Dijo un soldado de pronto.

    — ¿El qué? No escucho nada. — Respondió su compañero de patrulla.

    Dos soldados se encontraban en el callejón cuando comenzaron a escuchar unos gruñidos provenientes de detrás de los contenedores.

    El que logró escucharlo empuñó la M4 en su dirección, y comenzó a acercarse lentamente. Su compañero, pese a no haber oído nada, apuntó también a los contenedores, cubriéndole.

    El primer soldado apuntaba con una mano mientras apartaba bolsas de basura con la otra. Cada vez los gruñidos se escuchaban más fuerte.

    De pronto, al quitar una, apareció un infectado, que tomó la pierna del soldado y antes de que éste pudiera reaccionar, hincó sus dientes en la tibia del hombre.

    El grito de aquel soldado despertó a toda la zona de cuarentena, y acto seguido, su compañero disparó sin pensarlo a aquel ser.

    [...]

    — Eh, ¿qué ha sido eso? — Murmuró Alexei.

    — Ha sonado como un grito. — Dijo Sally, preocupada.

    De pronto, el grupo logró escuchar una segunda ráfaga de disparos. Tras ello, comenzaron a oír voces en la lejanía. Algo ocurría en la zona de cuarentena.

    — Está ocurriendo algo. — Dijo Cassandra, que no dejaba de mirar hacia atrás.

    — ¿Creéis que nos han descubierto? — Preguntó Alexei, atemorizado.

    — Lo dudo, debe tratarse de otra cosa. — Respondió Randall.

    — Sea lo que sea, debemos alejarnos de eso. Sigamos. — Indicó Marcus, que avanzaba el primero.

    Se encontraban a mitad del pasillo. Todas las puertas que había a cada lado se encontraban cerradas y tenían un cerrojo electrónico. Había sangre seca en las paredes y en el suelo, junto con ropa, papeles y maletas tiradas.

    — ¿Qué diablos es éste sitio? — Preguntó Andy, al ver tantos objetos personales desperdigados por el suelo.

    — Creo que es un hotel. — Respondió Fer, que iba el último del grupo para vigilar la retaguardia.

    — Sí, es un hotel. Concretamente, el Sunlight Hotel, uno muy bueno. — Dijo Sally.

    — Vaya, alguien ha tenido dinero en su vida anterior. — Intervino Marcus, sarcástico.

    — Sí, bueno, era abogada antes de esto.

    — ¿Abogada de derecho? — Preguntó Fer.

    — Abogada penal. — Indicó Sally.

    — Oh, ¿metías asesinos entre rejas? — Respondió Marcus, riéndose en silencio.

    Sally decidió no responder. Se encontraban en plena huída y si se ponían a hablar podrían llamar la atención de algún infectado cercano.

    Fer sabía que en condiciones normales, habría ido a la cárcel al matar a aquel hombre y esconder su cuerpo, y se preguntó si hubiese sido Sally la encargada de sentenciarle a veinte años de prisión.

    El grupo siguió en silencio hasta llegar a una sala del hotel. La oscuridad en aquella sala dificultaba el siguiente paso que dar.

    — Alexei, saca la linterna. — Ordenó Marcus.

    Dicho y hecho, el joven ruso le cedió la linterna a su compañero, que iba al frente.

    Al alumbrar, Marcus vio decenas de cadáveres en descomposición tirados por todo el suelo de mármol, junto a bastantes maletas.

    — Dios... ¿qué diablos ocurrió aquí? — Dijo Andy, rompiendo el silencio.

    — Nada bueno. — Respondió su amigo Fer.

    El grupo estaba sumido en los pensamientos sobre aquella escena cuando de pronto una ráfaga de disparos los despertó del letargo. Todos miraron hacia atrás, sabiendo que aquello provenía de la zona de cuarentena.

    [...]

    Los gritos en la zona de cuarentena despertaron al general Santiago de su plácido sueño. Cuando se colocó las botas y salió de su habitación (mientras los civíles dormían en carpas, el ejército usaba las casas despejadas para dormir en las habitaciones) vio a sus hombres disparando al callejón. Aquello lo enfureció, pues esos disparos llamarían la atención a muchas manzanas de allí.

    — ¡Sigan disparando! ¡Acaben con esos monstruos! — Gritaba Davidson, el segundo al mando.

    — ¡Davidson! — Exclamo Santiago con un notable enfado. — ¡¿Qué mierda está ocurriendo?!

    — Son los infectados, general. — Respondió Davidson con temor. — Han entrado.

    El rostro de Santiago mostró una expresión de terror que su segundo al mando nunca había visto.

    En aquel momento, un soldado se abalanzó sobre otro y comenzó a morderle la yugular.

    — ¡Atrás! ¡Atrás!

    — ¡Son demasiados!

    El ejército se echaba atrás mientras sus filas se iban transformando en esos seres. Sus disparos, todos al corazón o los riñones de los infectados, no los frenaban; los enfurecían.

    — ¡Órdenes, señor! — Dijo Davidson, viendo que sus hombres temían por sus vidas.

    Santiago vio como del callejón salían unos diez infectados, nueve de ellos eran soldados. Le llamó la atención el único que era civil.

    Entonces se giró y vio a los supervivientes en el fondo de la zona de cuarentena, sin pelear y sin haber sido infectado ninguno de ellos.

    — Hay que proteger la zona, denle armas a los civiles.

    — Pero, general...

    — ¡Hágalo, carajo!

    Davidson asintió y se fue directo a por el cajón de armas. M4, AK47, Glocks, revólveres, rifles de francotirador y demás.

    El segundo al mando se acercó a los civiles y les indicó que cogieran armas. No todos se atrevieron ni todos sabían, por lo que les fueron entregados machetes y cuchillos.

    La zona de cuarentena estaba comprometida desde dentro, sin saber que la rodeaban ya más de cien infectados provenientes de las calles de la ciudad.

    [...]

    El grupo seguía en aquel hotel, buscando una salida definitiva hacia las calles. Cruzaron el vestíbulo y avanzaron por otro extenso pasillo hasta llegar a recepción, la entrada.

    El sitio estaba desierto excepto por un infectado. Las puertas estaban cerradas pero los cristales rotos, por lo que el grupo dedujo que los muertos salieron.

    El único infectado presente era un botones del hotel, un trabajador. Se encontraba sentado en el suelo, sin piernas. Al ver al grupo, éste alzó los brazos y comenzó a gruñir levemente.

    — Yo terminaré con su sufrimiento. — Dijo Randall, desenfundando su cuchillo de caza.

    Randall se acercó al infectado y respiró hondo, hasta que vio la oportunidad y le hundió la hoja del cuchillo en la frente a aquel ser. El hombre asintió, apenado por hacer aquello.

    — No me acostumbro a esto. — Murmuró Randall, algo deprimido. — No lo hacía desde el comienzo de ésta pesadilla.

    — Encontremos un lugar seguro cuando estemos ahí fuera y no tendremos que preocuparnos por esas cosas nunca más. — Dijo Andy.

    — Eh, nuevo, a partir de ahora tendremos que ocuparnos de esas cosas. Siempre. Métetelo en la cabeza. — Le reprochó Marcus.

    — Tiene razón. — Indicó Cassandra, apoyando a su compañero.

    — No es el momento de hablar de eso. Centrémonos en salir. — Murmuró Fer, ansioso por respirar aire fresco.

    — Apoyo eso. — Dijo Sally.

    — Solo queda cruzar esa puerta destrozada y estaremos en la calle. — Dijo Alexei. — Dejad que me asome para asegurar la zona.

    El ruso tomó la iniciativa y se asomó por la puerta rota hacia el exterior. Unas amplias escaleras terminaban en la calle, frente a ellas había una gran cantidad de vehículos parados.

    — Vía libre. — Musitó el ruso.

    El grupo se dispuso a salir, con Alexei en cabeza, cuando el ruso dobló se giró en medio de la escalera y corrió hacia el interior. Todos hicieron lo mismo, sin entender que ocurría.

    — ¿Qué haces? ¿Qué ocurre? — Preguntó Fer.

    Antes de que Alexei pudiera responder, el grupo vio a través del agujero en el cristal que había en la puerta para salir como iban apareciendo infectados, que avanzaban en grupo hacia la zona de cuarentena, de la que se escuchaban disparos incesantes.

    — Mierda. — Susurró Marcus.

    [...]

    Los civiles combatían junto a los soldados contra los infectados, que cada vez eran más debido a que aquello era una ratonera y todos caían poco a poco.

    Viéndose superado, Santiago decidió que lo mejor era abandonar la zona.

    Sin decir nada a nadie, se subió a un camión cercano y arrancó, dispuesto a destruir la puerta principal y marcharse, sentenciando así a todo el mundo.

    Davidson se percató de que un camión arrancó y vio que lo conducía su superior.

    — ¡Señor, espere! — Exclamo Davidson, queriendo irse con él.

    — ¡Lo siento Davidson, no hay sitio para nadie más! — Respondió Santiago, poniendo rumbo a la entrada.

    — ¡Maldito desertor! — Dijo Davidson, disparando a su superior.

    Santiago pisó el acelerador pero uno de los disparos le dio en el hombro provocando que perdiera el control del vehículo y chocando contra un edificio de la zona.

    Aquello llamó la atención de todos, pero especialmente de los infectados de fuera, que se agolparon sin dudarlo en la verja más cercana.

    Las vallas parecían no soportar el empuje incesante de los muertos. La zona segura tenía las horas contadas.

    Santiago salió del camión conforme pudo, ensangrentado por el disparo al hombro y con rasguños en el rostro debido al golpe.

    — ¿A dónde iba, general? — Preguntó Davidson con sarcasmo.

    — No haga preguntas de las que conoce la respuesta, soldado. — Respondió Santiago, luchando contra el dolor de tener metida una bala en el hombro.

    — Tiene razón. Pero déjeme decirle algo. — Dijo Davidson, sonriendo. — Va a irse al infierno.

    Las vallas cedían cada vez más, y era cuestión de segundos que los muertos irrumpieran. La gente ya saltaba el muro, se metía en los edificios o simplemente robaba los jeeps.

    Davidson disparó fríamente a Santiago en la rodilla derecha, consiguiendo que éste cayera al suelo, sin posibilidad de incorporarse.

    — ¡Maldito! ¡Argh! — Exclamo Santiago, desangrándose. — ¡Te llevaré conmigo al infierno!

    Santiago se dispuso a desenfundar su pequeña pistola.

    — ¿De verdad quiere gastar su munición en mí? Creo que tiene que guardarla. — Señaló Davidson, mientras la valla cedía y los muertos avanzaban hacía el general.

    — ¡No! ¡No! ¡Demonios! — Gritaba Santiago, disparando sin parar.

    Mientras Davidson se marchaba sin mirar, los infectados rodeaban al general y comenzaban a devorarlo, ante los gritos desgarradores de éste.

    El segundo al mando aprovechó la distracción y salió corriendo de la zona de cuarentena por el agujero que los muertos habían hecho.

    [...]

    Las calles estaban llenas de infectados, y no había forma de pasar a través de ellos. En aquel momento comenzó a nevar y poco a poco las calles se iban llenando de un color blanco que terminaba oscureciéndose debido a la sangre derramada.

    El grupo seguía en el interior del hotel, esperando una oportunidad para salir sin ser detectados. Alexei era el encargado de vigilar, y Andy decidió acercarse para conversar con él.

    — ¿Cómo lo ves? — Preguntó.

    — Jodido. No se separan, van juntos. Hasta que se separen, tomará algo de tiempo. — Respondió el ruso.

    — ¿Cuanto tiempo?

    — Media hora, quizá más. No lo sé, amigo.

    — Entiendo.

    Marcus, Randall y Cassandra trataban de trazar una ruta alternativa en caso de que los muertos no se fueran pasadas unas horas.

    — Si no me equivoco, el hotel está parejo a otro edificio. Podríamos subir a la azotea y saltar al siguiente edificio, y de ahí, avanzar unos más hasta llegar al final de la avenida. — Decía Marcus, tratando de encontrar soluciones.

    — Es una opción. — Apoyó Cassandra.

    — No sabemos la distancia que hay entre un edificio y otro, Marcus. ¿Y si no podemos llegar al otro lado? — Dijo Randall. — Lo mejor es esperar.

    Marcus se acercó a Randall, ante la mirada de Cassandra.

    — Esperar, ¿a qué? — Respondió con seriedad. — ¿Esperar a morir aquí?

    — Tío, deja de ser tan pesimista. — Dijo Randall. — Ese rollo de tipo duro no te llevará muy lejos.

    Marcus decidió no contestar a su compañero, mientras Cassandra decidía abstenerse de la conversación. Sin embargo, aquello se subía de tono.
    Fer se acercó a Sally, que parecía estar pensativa.

    — ¿En qué piensas? — Preguntó Fer.

    — En que vamos a hacer una vez estemos fuera. Necesitamos comida, un refugio... — Decía Sally.

    — Todo a su debido momento, Sally. Lo principal es salir ilesos de aquí.

    — Sí, tienes razón.

    Fer decidió preguntarle algo que necesitaba saber.

    — Sally, ¿por qué me ayudaste cuando aquel soldado me dejó casi inconsciente en el suelo?

    Sally miró a Fer con una media sonrisa.

    — Supongo que me diste pena, ahí tirado. — Dijo.

    — Supongo que sí. — Murmuró Fer, sonriendo.

    Marcus empujó a Randall contra la recepción, haciendo que éste se diera un buen golpe en los riñones.

    — ¡Por lo menos estoy buscando alternativas, capullo! — Exclamo Marcus.

    Alexei y Andy se giraron para ver que estaba ocurriendo.

    — No debiste hacer eso. — Murmuró Randall, recuperándose del golpe.

    — ¿Sí? ¿Por qué?

    Randall desenfundó su cuchillo ante la sorpresa de todos.

    — Dios, Randall, cálmate. — Dijo Sally.

    — No cometas una estupidez, tío. — Murmuró Alexei.

    — Silencio, pueden escucharnos. — Decía Andy, observando fuera.

    — Calmaos, chicos. — Musitó Cassandra.

    — Vamos, Randall, haber que sabes hacer. — Le provocaba Marcus.

    Ambos se disponían a pelear cuando escucharon el sonido del pasador de una pistola. Todos se giraron para observar a Fer, que estaba apuntándole a Randall.

    — ¿Por qué me apuntas a mí? — Preguntó Randall.

    — Porque tú tienes un cuchillo, él no. — Respondió Fer. — Guardalo en su funda, Randall.

    — ¿Desde cuando tienes un arma? Los civiles no teníamos acceso a ellas. — Dijo Alexei, sorprendido.

    — Digamos que la tome prestada. — Dijo Fer, con seriedad.

    — Fer, dame el arma. Yo soy el líder de éste grupo y debo llevarla yo. — Murmuró Marcus, sorprendiendo al resto.

    — ¿En serio? ¿Eres el líder? Porque no actúas como tal. — Le reprochó Fer, sin dejar de apuntarle. — La pistola se queda conmigo, Marcus. Ya te conseguiremos una ahí fuera.

    Marcus observó a Fer con resignación y seriedad. Andy sonrió al ver que su compañero tenía el control.

    — Andy, ¿está despejado? — Preguntó Fer, guardando la pistola.

    — Sí, se están separando. — Respondió su amigo.

    Fer miró a todo el grupo, que estaba frente a él.

    — Andando.
     
    Última edición: 25 Junio 2018
  5. Threadmarks: 2x01: Un precio que pagar
     
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    Sinopsis: Tres meses después de escapar de la zona de cuarentena, Fer y el grupo buscan un lugar seguro para poder asentarse y comenzar de nuevo. Sin embargo, el mundo que conocían antes ya no existe, y ahora tendrán que luchar mucho más si quieren salir adelante. Los acontecimientos les llevarán a preguntarse si de verdad pueden confiar entre ellos. Y es que el mundo exterior, te cambia.

    Segunda parte: El mundo exterior


    Capítulo 1: Un precio que pagar




    Las calles estaban desiertas excepto por los vehículos y objetos personales que yacían en el asfalto. El viento levantaba hojas y papeles, siendo lo único que interrumpía el silencio.

    Fer observaba desde la ventana como trozos de periódico revoloteaban por el aire. Tras dos minutos así, empacó sus suministros en una mochila y salió fuera.

    Su objetivo era entrar en la ciudad, ya que llevaba varias noches viendo a militares por la zona. Sabiendo que lo más probable es que se trata de una zona segura, Fer emprendió un viaje con un único billete de ida.

    Caminaba por el centro de la calle para tener más visión ante posibles sorpresas indeseadas. Dos días atrás ya tuvo que matar a un infectado que estuvo a punto de abalanzarse sobre él. Se dijo que ese error no lo volvería a cometer.

    Aparte de su mochila, Fer llevaba en su mano derecha un machete que se encontró hacía unas semanas. Siempre estaba alerta; por eso no cayó en los días posteriores al brote.

    Mientras avanzaba, escuchó ruidos provenientes del interior de una vivienda. Aquello le extrañó, ya que todos los infectados habían salido de sus casas, siguiendo a presas potenciales.

    Pero la curiosidad le invadió, y Fer se acercó sigilosamente pero con guardia hacia aquella casa. Cruzó el jardín de ésta y vio que la puerta principal estaba abierta.

    — ¡¿Hola?! — Dijo, esperando una respuesta.

    Los ruidos cesaron. Algo se acercaba a la puerta. Pero en ese momento, alguien le puso la mano en el hombro e instantáneamente Fer se giró y retrocedió.
    — Mierda. — Dijo, al ver a aquel infectado que le había pillado desprevenido.

    Esperó a tenerlo lo suficientemente cerca para asestarle un golpe mortal, con el machete en la cabeza. El arma se quedó enganchada en la frente de aquel muerto, que se desplomó al momento.

    Mientras trataba de sacarla, otro infectado salió de la casa en la que escuchaba ruidos. Él era el culpable de esos sonidos.

    Era un hombre obeso que gruñía sin parar al ver a Fer. Éste vio como se acercaba a medida que no podía sacar el machete de la cabeza del otro muerto.

    — ¡Joder! — Exclamo, viéndolo cada vez más cerca.

    Justo en ese momento, Fer consiguió liberar su machete estirando con mucha fuerza, provocando que retrocediera y cayera de lleno en las fauces del león: a brazos del infectado.

    En aquel preciso momento, escuchó un disparo y acto seguido la sangre le salpicó el rostro de tal forma que no podía ver nada. Cayó encima del infectado, ahora abatido.

    El sonido del motor de un camión se escuchaba al mismo tiempo que los pasos firmes de varias personas que se aproximaban a él.

    — Vamos, levántate. — Dijo uno de ellos.

    Fer se limpió la sangre del rostro y vio a dos soldados frente a él, mientras se aproximaba un tercero. Se incorporó justo para estar frente a frente con el tercer militar.

    — ¿Qué hacemos con él, señor? — Preguntó un soldado.

    — ¿Qué mierda vamos a hacer? Llevarlo a la zona, idiota. — Dijo aquel que acababa de llegar y parecía al mando del grupo. — Me llamo Davidson.

    — Fernando. — Respondió, tendiéndole la mano.

    — Olvídate de los formalismos y sube al camión si quieres vivir. — Dijo Davidson, negando el saludo y regresando al vehículo.

    — Vamos tío. — Murmuró uno de los soldados, cogiendo al Fer del brazo para llevarlo hasta el camión.


    [...]

    Tres meses y cuarenta y dos días después...


    — Parece intacto. — Murmuró Fer, observando desde la distancia que permitía la valla.

    — Y solo veo a tres capullos de esos. — Dijo Marcus, refiriéndose a los infectados.

    — ¿A qué esperamos? Manos a la obra. — Añadió Sally.

    — Bien, repasemos el plan. — Dijo Fer, girándose hacia su grupo. — Yo, Marcus, Sally y Alexei entraremos en el supermercado y cogeremos toda la comida útil que podamos. Cassandra, Randall y Andy, quedaos en el parking y comprobad si alguno de esos vehículos tiene gasolina para el coche.

    — Vale, yo iré a por la bomba para extraer la gasolina. — Indicó Andy. — Está en el coche.

    — Bien, ¿alguna duda? — Preguntó Fer.

    Al ver que nadie respondía, se puso manos a la obra. Junto a Sally, Marcus y Alexei, se dirigió a la entrada del supermercado, cerrada con verja de seguridad.

    — ¡Alexei, ve a abrir eso! — Indicó Fer, dirigiéndose a un infectado. — Nosotros nos encargaremos de los muertos, uno cada uno.

    Dicho y hecho, Fer se acercó al infectado elegido, un varón mayor de cincuenta años, y le atravesó la frente con su cuchillo.

    Sally tenía enfrente a un cajero del propio supermercado, con su uniforme lleno de sangre y un mordisco en el antebrazo izquierdo. Sin titubear, le golpeó la cabeza con una palanca y cayó seco al suelo.

    Marcus tenía ante sí a una mujer no muy mayor y dotada de un físico agradable para la vista.

    — Joder nena, una pena que estés muerta. — Dijo Marcus, mientras la infectada le gruñía y se aproximaba.

    Marcus esperó a que la muerta se le acercara para desenfundar su cuchillo. Cuando la tuvo encima, la sujetó del cuello mientras ella trataba de morderle.

    — Bonitos labios, una pena que ahora sean carne podrida. — Dijo, antes de clavar el cuchillo en la parte baja del cuello.

    Una vez los tres infectados eliminados, Fer se acercó junto a sus compañeros para ver como le iba a Alexei.

    — Ya está abierta. — Dijo el ruso, levantando la verja de seguridad.

    — ¿Cómo lo has hecho? — Preguntó Sally, sorprendida.

    — Un clip.

    — ¿En serio? — Preguntó Marcus.

    — Si lo doblas en la forma adecuada, sirve como una llave.

    — Bien, entremos pues. — Dijo Fer, rompiendo el cristal de la puerta para irrumpir.

    — ¡¿Qué mierda haces?! ¡Eso ha hecho ruido, tío! — Le reprochó Marcus.

    — Espera y verás porqué lo he hecho.

    A los diez segundos, dos infectados más se acercaron desde el interior del supermercado, atraídos por el sonido.

    Fer entró el primero y acabó con uno de ellos, que fue un trabajador de allí. Alexei terminó con el otro, asestándole un buen golpe con su bate de béisbol. Sin embargo, ese era un civil normal.

    — Puede que haya más aquí dentro, estad atentos. — Dijo Fer, al ver que podía haber más infectados que hubiesen entrado por detrás.

    [...]

    Randall, Cassandra y Andy comenzaron su parte del trabajo. Había unos siete coches en el parking, por lo que se pusieron manos a la obra.

    Andy se encargaba de sacar la gasolina mientras Randall y Cassandra vigilaban el área y se turnaban con él.

    — ¿Qué haremos una vez tengamos la gasolina y la comida? — Preguntó Andy por curiosidad.

    — Alejarnos más aún de la ciudad y encontrar un sitio en el que establecerse mínimo un tiempo, llevamos tres meses moviéndonos desde que salimos de la zona de cuarentena. Estoy harto. — Respondió Randall, observando la entrada al supermercado. — Espero que no tarden mucho.

    — Estoy como tú, Randy. — Añadió Cassandra.

    — Gracias por decírmelo, Cassy.

    Ambos comenzaron a reírse mientras Andy acababa de sacar un tercio de litro de gasolina.

    — Hecho, vayamos al siguiente. — Indicó Andy.

    El trío avanzó hasta el siguiente vehículo. Andy vio desde el cristal de la ventanilla que había una bolsa de papas en el interior, y sin dudar, trató de forzar el coche.

    Aquello provocó que la alarma comenzara a sonar, y el pitido era incesante.

    — ¡¿Qué diablos has hecho?! — Preguntó Cassandra, alterada.

    — ¡Solo quería abrir el coche! — Respondió Andy, sabiendo que la había cagado.

    — ¡Tranquilos, apagaré la alarma! — Dijo Randall, forzando la cerradura con la antena de radio del propio vehículo. — Vosotros encargaos de lo que venga.

    Mientras Randall lograba acceder al vehículo, Cassandra y Andy observaban atemorizados como se acercaban varios infectados al parking del supermercado.

    — Mierda, mierda, mierda... — Murmuró Andy, arrepentido.

    — Tranquilo, ya no pasa nada. Ahora hay que lidiar con las consecuencias. — Musitó Cassandra, acercándose al primer infectado, un joven, y golpeándole la frente repetidas veces con una tubería de metal.

    Andy se aproximó a otro infectado, un anciano que pese a su edad se acercaba con rapidez. Desenfundó su pequeña navaja y esperó a tenerlo cerca para hundirle el arma blanca debajo del mentón.

    Randall logró apagar la alarma haciendo conexión con unos cables del coche, pero el ruido ya había llamado la atención y el parking comenzaba a comprometerse.

    — Espero que salgan rápido de ahí, o vamos a tener serios problemas. — Se dijo Randall para sí mismo.

    [...]

    La poca luz que se filtraba por los ventanales del techo, que eran transparentes, no era suficiente para poder ver bien. Fer y Marcus sacaron una linterna cada uno.

    — Yo iré por un lado con Sally, vosotros id por el otro. ¿Tenéis el carrito? — Dijo Fer.

    — Sí. — Respondió Alexei.

    — Bien, pues coged lo que se pueda comer y nos largamos de aquí, esa alarma de coche no me ha gustado.

    Se separaron en dos parejas y comenzaron a llenar su correspondiente carrito de suministros. En el lado de Fer y Sally, los pasillos estaban repletos de comida tirada por el suelo, carritos abandonados y demás.

    — Trataron de llenar el carro e irse a la desesperada. — Murmuró Sally, viendo un carro de la compra lleno más del límite.

    — Nosotros vamos a hacer lo mismo. — Dijo Fer, echando las primeras latas de conserva al carro.

    — En tiempos desesperados, medidas desesperadas, ¿no? — Dijo Sally, a media sonrisa.

    — Tú lo has dicho. — Respondió Fer con una sonrisa. — Coge lo que quieras, hoy invita la casa.

    — Tienes razón.

    Sally fue directo a la zona de vinos y cogió dos botellas. Se acercó y las depositó en el carrito que llevaba Fer, que se sorprendió de que cogiera aquello.

    — ¿Y esto?

    — Para nosotros.

    — Vaya, gracias por el detalle.

    — Ya tendrás tiempo para agradecérmelo.

    Fer aguantó la risa ante la mirada graciosa de Sally. Mientras tanto, Marcus y Alexei seguían a lo suyo, llenando el carrito en silencio.

    — ¿Alguien le ha elegido como líder? — Dijo Marcus de pronto.

    — No, pero no es necesario. Sabe lo que hace. — Respondió Alexei, que llevaba el carrito.

    — Yo también sé lo que hago.

    — ¿De verdad? Aún no te he visto meter cosas en el carro. ¿Quieres dejar de pensar en la mierda del liderazgo y preocuparte por llenar la despensa de comida? No es muy abundante en estos días y tenemos un supermercado lleno para nosotros.

    — Podríamos quedarnos aquí hasta que se acabara la comida. — Indicó Marcus.

    — Es una opción. — Añadió Alexei.

    El dúo avanzó durante varios pasillos más hasta tener considerablemente lleno el carrito. Se encontraron con Fer y Sally en la entrada, listos para salir.

    En ese momento, lo que se vivía fuera era totalmente distinto. Randall luchaba contra dos infectados, Cassandra desenfundó su arma y comenzó a disparar a los que se aproximaban y Andy se encontraba en el suelo, con uno de ellos encima.

    Sin dudarlo, Fer, Sally, Marcus y Alexei se lanzaron a ayudar a sus compañeros. Andy aguantaba con todas sus fuerzas a aquel infectado, cuando Fer le hundió el cuchillo en la cabeza.

    — Gracias amigo. — Dijo Andy, lanzando un suspiro.

    — No me las des. — Dijo Fer, lanzándose al siguiente.

    Randall tenía ya a tres encima suya, en ese momento Sally apareció golpeando a uno de ellos con su palanca. Marcus por el otro lado, clavándole el cuchillo en la cabeza y Randall logró acabar con el que quedaba.

    Cassandra seguía disparando a los que se aproximaban cuando Fer la tomó del hombro.

    — ¡Deja de disparar! — Exclamo. — ¡Guarda munición para ocasiones peores! ¡Vamos al coche!

    El vehículo del grupo era un coche de siete plazas, familiar. Fer y Cassandra corrieron a por los carritos de compra para meterlo todo en el coche. Mientras sus compañeros enfrentaban a los demás infectados.

    Alexei se encontraba apoyado en un vehículo con un infectado sobre él, pero rápidamente logró matarlo. En ese momento, no se percató de que bajo aquel todoterreno, había un muerto mutilado, sin piernas, que se arrastró hasta cogerle del pie.

    Alexei cayó al suelo sin saber que ocurría, y aquel infectado le mordió en el tendón de aquiles, provocando que el ruso soltara un grito desgarrador y su pie quedara colgando de su pierna.

    Al ver lo que sucedía, Randall y Marcus corrieron a su rescate, pero en ese momento apareció un hombre y clavó su cuchillo en la frente del infectado sin piernas.

    El grupo frenó en seco al ver que se trataba de Davidson. Alexei no paraba de gritar y sollozar, por lo que el grupo se aproximó.

    Cassandra, Sally y Andy se acercaron para ver la situación de su pie mientras Fer, Marcus y Randall apuntaban a Davidson con sus pistolas.

    — Dios, Alexei debes calmarte. — Decía Andy.

    — Hay que cortarle el pie. — Indicó Cassandra.

    — ¿Y si es tarde? — Preguntó Sally.

    — ¡No, no, no! ¡No me cortéis nada! — Suplicaba Alexei.

    — ¡Te vas a morir, maldición! — Exclamo Cassandra.

    — ¡No quiero ser un lisiado en éste mundo de mierda! — Le reprochó Alexei.

    — Yo pensaría como él. — Musitó Davidson.

    — Tú cierra el pico. — Dijo Fer. — ¿Qué quieres?

    — Nada, escuché la alarma del coche y después disparos, vine a ayudar a quién fuera que estuviese en peligro. — Respondió Davidson, que se veía bastante maltratado al estar tres meses sin zona segura.

    — Y una mierda, tú nunca has ayudado a nadie. — Le reprochó Marcus, serio.

    — ¿Qué no? Fer te puede contar que le salvé de ser mordido a manos de un gordo hambriento de carne en las semanas de comienzo del virus.

    — Sí, para llevarme a esa cárcel a la que llamabáis zona de cuarentena. — Dijo Fer, molesto. — No estamos para charlas, lárgate de nuestra vista.

    — Acabo de salvar a tu amigo de ser comida para infectados, ¿y me echas de aquí? — Dijo Davidson. — Podríais darme la oportunidad de redimirme, unirme a vosotros y ayudar.

    — ¿Crees que podríamos dormir contigo al lado? Estás loco. — Intervino Sally, con las manos llenas de sangre de Alexei.

    — No me conocéis.

    — Lo suficiente para saber que eres un capullo y que nos venderías a todos por un trozo de pan con mantequilla. — Murmuró Randall. — Ya te lo ha dicho Fer y no te lo volveremos a repetir: lárgate de aquí, Davidson.

    El ex-militar estaba notablemente frustrado, observando con cara de pocos amigos al grupo entero. Sin decir ni una palabra, Davidson se alejó por donde vino.

    — ¿Creéis que hemos hecho bien en dejarle ir? — Preguntó Marcus. — Ese tío está enfermo.

    — No. — Respondió Fer. — Volverá.

    — ¿Insinúas que deberíamos haberlo matado? — Preguntó Andy, sorprendido. — No somos así, Fer.

    — Hay que serlo. — Indicó Randall.

    — Tenemos cosas más importantes, chicos. — Murmuró Sally.

    — Chicos...

    Todos miraron a Cassandra con lágrimas en los ojos, y el rostro de Alexei pálido junto un reguero de sangre que rodeaba a la propia Cassandra y Sally.

    — No quería que le amputáramos el pie y... — Decía Sally.

    — ...ha muerto. — Dijo Cassandra, con las manos en la cara y llorando. — Alexei ha muerto.

    — Mierda... — Susurró Andy, casi con lágrimas.

    Sally se levantó y Fer la abrazó sin pensárselo, mientras Marcus veía la escena con seriedad. Randall hizo lo propio con Cassandra, que era la que más desolada estaba del grupo.

    — Sé que no es el momento oportuno pero... es probable que no tarde en... ya sabéis, resucitar. — Dijo Andy de pronto. — ¿Quién...?

    De pronto, Marcus disparó a Alexei en la cabeza con total frialdad, como si se tratara de alguien desconocido para él. Todos observaron a su compañero, que tras su acto explosivo y perturbador por no mostrar siquiera aprecio, se volteó y se dirigió al coche.

    — Capullo... — Murmuró Randall, consolando a Cassandra y observando como Marcus se metía en el vehículo.

    Fer observaba a Marcus con seriedad, al igual que éste desde el interior del coche. Ambos no dejaron de mirarse durante unos largos segundos, hasta que Sally le puso la mano en la mejilla.

    — Eh. — Dijo la mujer, llamándole la atención. — Tenemos que enterrarlo.

    — Sí, tienes razón. — Dijo Fer. — Randall, Andy.

    — Claro. — Musitó Randall.

    [...]

    Unos kilómetros más abajo del supermercado había una explanada con vistas a la ciudad. Fue el lugar elegido para enterrar al joven ruso.

    Mientras Fer, Andy y Randall cavaban y Cassandra tapaba el cuerpo con unas mantas entre sollozos, Marcus esperaba apoyado fuera del coche junto a Sally.

    — ¿No vas a darle un último adiós a Alexei? — Preguntó Marcus, serio.

    — Ya lo he hecho. ¿Y tú? — Dijo Sally.

    — También.

    — También le has metido un tiro en la cabeza sin consideración. ¿Ese fue tu último adiós?

    — Era necesario.

    — No de esa forma.

    — Está hecho.

    — ¿Qué mierda te pasa, Marcus? Estás siendo un estúpido desde que salimos de la cuarentena.

    — Y tú una perra que se tira a brazos de cualquiera.

    Aquel comentario hizo que Sally se pusiera frente a Marcus, cara a cara.

    — ¿Qué acabas de decir?

    — Te recuerdo que yo te saqué con vida de la zona de cuarentena, no él. — Dijo Marcus, refiriéndose a Fer. — Y te recuerdo que tú y yo...

    — No hicimos nada. No pasamos de ese beso. No te inventes historias.

    — Yo no voy besando a todas las chicas que veo.

    — Estábamos bebidos. ¿Acaso pensabas que te quería? Toda la atracción que sentía por ti se fue apagando en el momento en el que pasaste de ser un gran hombre a un controlador como líder. ¿Te molesta que sigamos a Fer? Jódete, porque él sí sabe lo que hacer. Y sí, me gusta mucho. Si tienes algún problema, haberte ido con Davidson.

    Marcus se limitó a observar como enterraban a Alexei, mientras Sally lo miraba esperando una reacción. Sin embargo, no la tuvo.

    — Patético. — Susurró Sally.

    En ese momento, Marcus le tomó del brazo para colocarla frente a él. Fer vio lo aquello desde la distancia.

    — Te aconsejo que no cruces la línea. Todos tenemos un límite, y el mío está muy... muy cerca.

    — Suéltame, me haces daño.

    Marcus soltó a Sally y ésta se fue con el resto del grupo para enterrar a Alexei.

    A cierta distancia, camuflado entre arbustos y árboles del bosque que iniciaba frente a la carretera que tenía dicha explanada al otro lado, estaba Davidson, observando todo lo que sucedía.

    — Vais a acabar todos como vuestro amigo ruso. Ese va a ser el precio que tendréis que pagar. — Se dijo a sí mismo.
     
  6. Threadmarks: 2x02: Junto a un nido de avispas
     
    Manuvalk

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    Capítulo 2: Junto a un nido de avispas






    Andy conducía el coche con Marcus de copiloto. En los asientos de atrás, Randall junto a Cassandra, Sally y Fer. En el maletero estaba toda la comida obtenida.

    Tras haber enterrado a Alexei y despedirlo durante unos minutos, el grupo puso rumbo desconocido. Llevaban tres meses así, sin encontrar un sitio donde establecerse.

    El grupo evitaba las carreteras principales y viajaba por las secundarias o rurales, lugares donde habría poca población infectada.

    El viaje duró unas dos horas hasta que llegaron a un pequeño pueblo. El objetivo era cruzarlo y seguir hacia delante, pero un bloqueo de vehículos provocó que Andy frenara el coche.

    Para no gastar más gasolina de la que tenían dando un rodeo, decidieron apartar ellos mismos los dos coches que obstaculizaban el paso. Todos salieron del coche para ayudar.

    — Yo y Andy empujaremos éste. — Dijo Fer, señalando al de su izquierda.

    — Nosotros tomaremos el otro. — Indicó Randall, junto a Marcus.

    — Sally y yo vigilaremos entonces. — Añadió Cassandra, sujetando su pequeño revólver.

    Andy entró en el coche y le quitó el freno de mano mientras Fer lo empujaba para apartarlo.

    — Me siento mal por Alexei. — Murmuró Andy de pronto, empujando junto a su compañero.

    — Somos dos, Andy. — Dijo Fer, apenado.

    Randall hizo lo mismo con el freno de mano mientras Marcus empujaba. Después, Randall le ayudó.

    — Si vuelves a ejecutar a uno de los nuestros por estar moribundo, te meteré el cuchillo por la traquea hasta el estómago. — Rugió Randall de pronto, ante la sorpresa de Marcus, que decidió no responder.

    Sally observaba a la izquierda mientras Cassandra hacia lo propio en la derecha. Aquel pueblo parecía desierto, parecía que no habían infectados.

    Finalmente lograron aparcar dichos vehículos y todos se disponían a subir cuando de pronto se escuchó una explosión cercana, provocando que el suelo temblara durante unos segundos.

    — ¿Qué diablos ha ocurrido? — Preguntó Andy, sorprendido.

    — Deberíamos ver que ha sido. — Dijo Cassandra.

    — ¿Y arriesgarnos a que sean unos locos lanzando granadas? Ni de broma. — Musitó Marcus.

    — Quédate si tienes miedo. — Dijo Fer, mirando fijamente a Marcus.

    — Yo no le temo a nada. — Respondió Marcus, con seriedad.

    — Muy bien, tú te vienes conmigo a ver que c*ño ha ocurrido. Los demás, no os mováis de aquí.

    Randall se puso serio mientras Sally comenzaba a preocuparse debido a que sabía que Marcus odiaba a Fer. Andy y Cassandra se limitaron a subir al coche.

    — Sally, ¿ocurre algo? — Preguntó Randall de pronto.

    — No, no...

    — Sally, nos conocemos.

    — ¿No has notado que Marcus está muy raro desde que salimos de la cuarentena?

    — Todos lo hemos notado, y es evidente el porqué.

    — ¿Qué crees tú que le sucede?

    — Odia a Fer porque de alguna forma está liderándonos. Y te quiere. Y esas dos cosas lo están haciendo temerario. — Murmuró Randall. — Es cuestión de tiempo que esto explote, literalmente. Mira, yo no pienso como Fer pero está haciendo las cosas bien, y mientras siga así y nos tenga a todos en cuenta para proponer ideas sin convertirse en un mandón, tiene mi aprobación como líder.

    Sally observó a su compañero con preocupación. Mientras tanto, Andy probaba la radio del coche, sin éxito.

    — ¿Qué esperas escuchar ahí? — Preguntó Cassandra.

    — Por si había música o algo por el estilo. — Respondió Andy. — Ya sé que es imposible, pero es la costumbre. Siempre lo hago, es inconsciente.

    — Te entiendo, las viejas costumbres... es difícil reprimirlas.

    — Espero que todo esto vuelva a la normalidad pronto. — Musitó Andy, en el asiento de conductor.

    [...]

    Fer y Marcus observaban desde la esquina una gran humareda proveniente de una gasolinera. Algo o alguien había provocado la explosión, y aquello había llamado la atención de todos los infectados que rondaban el pueblo.

    — Tenemos que volver. — Murmuró Marcus, volviendo por el camino por que le llegaron.

    — Una mierda, antes vamos a hablar. — Indicó Fer, cogiéndolo del cuello de la camisa y llevándolo contra la pared. — Te vi cogiéndole el brazo a Sally mientras enterrábamos a Alexei.

    — ¿Y? ¿Algún problema?

    — Sí, que quiero que la dejes en paz o tú y yo tendremos problemas.

    — Vete a la mierda, Fer. Ojalá esos soldados te hubiesen dado una paliza de muerte aquel día.

    Marcus le dio la espalda a Fer para marcharse, pero en ese momento Fer se lanzó sobre él y ambos cayeron al suelo. Fer se colocó sobre él y comenzó a golpearle repetidas veces el rostro, provocando que la nariz comenzara a sangrarle.

    Sin embargo, Marcus logró sobreponerse a los golpes de Fer dándole un golpe en el abdomen. Mientras Fer estaba retorciéndose en el suelo, Marcus aprovechó para darle varias patadas en las costillas, haciendo que Fer gimiera de dolor.

    — Tienes todas las de perder, Fer. — Decía Marcus, mientras se limpiaba la sangre de la nariz. — Esto term...

    De pronto, un infectado tomó por sorpresa a Marcus, cogiéndole por detrás. Sobresaltado, Marcus se cogió al muerto y ambos rodaron unos metros por el suelo. Fer se levantó y vio que Marcus luchaba contra un muerto.

    — ¡Eh, no me dejes aquí! ¡Fer! — Gritaba Marcus, luchando por su vida.

    Fer se debatía entre si dejarlo allí a merced de aquel ser o ayudarle y volver como si no hubiera pasado nada. En ese momento, Fer se giró y vio que la horda que había atraído la explosión estaba casi encima de ellos. Todo debido a los gritos de la pelea que habían mantenido.

    Sin pensarlo, Fer desenfundó su pistola y mató al infectado que estaba sobre Marcus, acto seguido le tendió la mano y éste la aceptó, poniéndose en pie.

    — Tenemos que llegar al coche, y rápido. — Señaló Fer, mientras la horda les pisaba los talones.

    — No perdamos tiempo. — Respondió Marcus, disparando a dos infectados que estaban muy cerca.

    Ambos comenzaron a correr por las calles hasta llegar al lugar donde estaba su grupo. Todos miraron sobresaltados como Fer y Marcus llegaban a toda velocidad.

    — ¡Al coche, rápido! — Exclamo Fer.

    — ¡¿Qué ocurre?! — Preguntó Randall.

    — ¡Son demasiados! — Añadió Marcus.

    El grupo se introdujo de nuevo en el vehículo y Andy arrancó sin pensarlo, poniéndose en marcha.

    — Dios, ¿qué ha pasado chicos? — Preguntó Andy, sin perder de vista la estrecha carretera.

    — No sé como diablos se ha provocado esa explosión, pero se trataba de una gasolinera. Habían muchos infectados cerca, nos vieron y tuvimos que huir. — Respondió Fer, suspirando.

    — ¿Y por qué tenéis sangre en el rostro? — Preguntó Sally, sospechando.

    Randall y Cassandra miraron a Fer y Marcus con seriedad.

    — No ha pasado nada. — Respondió Marcus.

    — Y una mierda. — Le recriminó Cassandra.

    — Esto hay que hablarlo. — Musitó Randall. — Se os está yendo de las manos.

    — Chicos... — Decía Andy, preocupado.

    — ¡No ha pasado nada! ¡Dejad el tema! — Exclamo Fer.

    — ¡Chicos! — Gritó Andy, llamando la atención.

    — ¿Qué ocurre, Andy? — Preguntó Sally.

    Todos miraron delante del vehículo y vieron que el puente que salía de aquel pueblo estaba destruido. Ahora, la única forma de salir era volver por donde habían llegado y dar un gran rodeo.

    — Tenemos que volver. — Dijo Cassandra.

    — ¡Sí joder, que suerte la nuestra! — Exclamo Randall con enfado, saliendo del coche.

    Excepto Andy, todos salieron del vehículo para ver la situación del puente.

    — ¿Hay forma de bajar y seguir por el río? Está seco. — Señaló Marcus.

    — No, si bajamos por ahí con el coche es muy probable que no lleguemos ilesos hasta abajo. Cassandra tiene razón; hay que volver por donde vinimos. — Murmuró Fer, viendo el panorama que había.

    — Y no podemos dejar el coche, tenemos comida para dos meses ahí. — Dijo Randall.

    Andy salió del coche con el mapa en las manos. Cassandra, Marcus y Randall se disponían a regresar al vehículo.

    — Si queréis hacer un rodeo, tendremos que esperar hasta mañana. En unas dos horas anochecerá y dicho rodeo al pueblo tomará cuatro horas mínimo. Además, vamos cortos de gasolina y por lo que he oído, abandonar el coche no es una opción. — Dijo Andy.

    — Obvio que no es una opción, Alexei dio su vida por esta comida, no la dejaremos sin más. Además, la comida nos mantiene con vida. — Dijo Cassandra.

    — Nos quedaremos la noche aquí, en el pueblo. Mañana al alba nos iremos. — Indicó Fer, serio. — Todos al coche, encontremos una casa en la que dormir.

    Mientras todos subían al vehículo, Sally se acercó a Fer para hablar en privado.

    — Quiero una explicación.

    — ¿Explicación a qué?

    — A que tú y Marcus vinierais con sangre en la cara. Peleasteis, ¿cierto?

    — Sally, no...

    — Quiero la verdad.

    Fer tragó saliva.

    — Sí, hemos peleado. Pero no pasa nada, no volverá a ocurrir.

    — ¿Cómo estás tan seguro, Fer?

    — Lo estoy.

    Fer comenzó a caminar en dirección al coche, seguido unos segundos después de Sally.

    [...]

    El grupo había estacionado en una calle cercana a la entrada del pueblo. Decidieron hospedarse en un hostal que tenía varias habitaciones. Por suerte, no tenía infectados vivos en su interior.

    Marcus y Fer se encargaron de sacar los cuerpos sin vida de un matrimonio de ancianos, e inevitablemente Fer se acordó de sus padres, y después del paradero desconocido de su hermano.

    Mientras ambos dejaban los cuerpos, Marcus se acercó a Fer para hablar.

    — Quería agradecerte que no me dejaras allí tirado. Habría muerto devorado. — Musitó Marcus, aún recordando aquel momento.

    — Estuve a punto. — Respondió Fer, más centrado en sus pensamientos que en la conversación.

    — Lo sé. Y de alguna forma, quiero zanjar el asunto. — Dijo Marcus. — No quiero que seamos los mejores amigos del mundo, pero sí ser buenos compañeros.

    Marcus le tendió su mano a Fer, que tras unos segundos dudando, terminó aceptando.

    — Volvamos dentro.

    La noche había llegado, y el grupo tapó las ventanas con mantas atornilladas a la pared para que la luz de las velas pudiera llamar la atención.

    Puesto que aquello era un pequeño hostal, tan solo habían tres habitaciones. Randall dormiría con Cassandra, Fer con Sally y Marcus con Andy.

    La habitación de Randall y Cassandra era la del tercer y último piso. En ella habían dos camas separadas, al igual que en otra de las habitaciones.

    — Éste pueblo tiene pinta de haber estado lleno de vida durante muchos años. Sin embargo, ahora, parece un maldito cementerio. — Dijo Randall, rompiendo el silencio.

    Cassandra se levantó de su cama y abrazó a Randall por detrás.

    — Algún día volverá a tener vida.

    — ¿Tú crees?

    — Debo creer.

    Randall y Cassandra se miraron a los ojos, comenzando a aproximarse el uno al otro. Sin embargo, alguien tocó a la puerta, evitando el beso de ambos. Andy entró en la habitación con dos botellas de agua.

    — Por si tenéis sed por la noche. — Dijo, sintiendo que había interrumpido algo. — Qué descanséis.

    — Igualmente. — Murmuró Cassandra.

    Andy cerró la puerta y se dirigió a su cuarto, apenado. Al entrar, vio a Marcus leyendo un libro mientras sujetaba una vela.

    — ¿Qué lees? — Preguntó Andy, cerrando la puerta.

    — Un libro que acabo de encontrarme encima de la cama. Parece interesante. — Respondió Marcus. — ¿Y esa cara que tienes?

    — Nada, es solo que... creo que siento algo por Cassandra. Y la he visto con Randall... no sé.

    — Si bueno, se nota que entre ellos hay algo pero no te desanimes, encontraremos más supervivientes algún día, estoy seguro de que alguno será una mujer.

    Mientras tanto, en la habitación de Fer y Sally, ambos estaban bebiendo de aquel vino que cogieron en el supermercado. Entre risas y besos, ambos terminaron manteniendo relaciones sexuales, consolidando su relación como pareja.

    [...]

    La calle estaba en silencio absoluto y en absoluta oscuridad. Davidson había estado siguiendo al grupo durante todos su trayecto, con una moto de montaña bastante desgastada que había aparcado unos metros atrás.

    No quería que le detectaran, quería pillarles desprevenidos y truncarles los planes. Los odiaba, ya que no le aceptaron en el grupo y lo abandonaron de alguna manera. Su rencor crecía a cada paso que daba para aproximarse a ellos.

    Se acercó al coche del grupo con su cuchillo militar en mano. Sin dudarlo, comenzó a pinchar las ruedas, evitando que por la mañana pudieran salir del pueblo. Acto seguido, le dio varios codazos a la ventana hasta romperla, provocando que la alarma del vehículo comenzara a sonar.

    Mientras Davidson se escabullía entre la oscuridad, los infectados llegaron a la calle, atraídos por el escandaloso ruido del coche. El grupo iba a ser consciente de que estaba junto a un nido de avispas que estaban listas para atacar.
     
  7. Threadmarks: 2x03: Carta de bienvenida
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

    Sagitario
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    14 Diciembre 2013
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
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    36
     
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    Capítulo 3: Carta de bienvenida








    Fer y Sally dormían abrazados. El silencio reinaba cuando de pronto la alarma de un coche saltó. En ese momento, Fer se levantó sobresaltado, despertando también a Sally.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó la mujer, mientras Fer se asomaba por la ventana.

    — No... — Susurró, preocupado.

    — ¿Fer? — Insistió Sally, pidiendo una respuesta.

    En ese momento Andy entró corriendo a la habitación, con la respiración un poco agitada.

    — ¡Fer, Sally! — Exclamo Andy, abriendo de golpe la puerta.

    — ¡Avisa a todos para que se pongan en pie y vengan aquí! — Ordenó Fer.

    Sin pensárselo, Andy corrió escaleras arriba para avisar a Randall y Cassandra, ya que Marcus estaba despierto. Justo antes de irrumpir en su dormitorio, Randall abrió la puerta. Tras él, Cassandra.

    — Iba a avisaros ahora... — Murmuró Andy.

    — ¿Qué ocurre Andy? — Preguntó Randall.

    — La alarma de algún vehículo ha comenzado a sonar, y la horda que atacó a Fer y Marcus se encuentra justo en ésta calle. — Indicó Andy con temor. — Fer me ha pedido que vayáis a su habitación, quiere hablar con todos.

    Randall comenzó a bajar las escaleras, y Cassandra iba tras él. Sin embargo, miró a Andy con pena.

    Marcus llegó el primero a la habitación de Fer y Sally. Ella estaba desnuda pero con la sábana encima, y al ver a Marcus corrió a vestirse en el baño.

    — Los demás no tardarán en llegar. — Dijo Marcus.

    — Aquí estamos. — Indicó Randall. — ¿Cuál es el plan?

    — Esperar. — Musitó Fer, observando por la ventana. — Es de noche, si salimos ahí fuera no duraremos ni cinco minutos.

    — Entiendo, ¿y por qué reunirnos a todos en una misma habitación? — Preguntó Randall.

    — Porque hay algo más. — Murmuró Fer.

    Sally acababa de salir del baño, ahora vestida. Marcus la miró con nostalgia pero rápidamente giró la cabeza.

    — ¿Qué más sucede? — Preguntó Cassandra, cogida de la mano de Randall.

    Fer se giró hacia su grupo. Todos ellos miraban con expectación al líder, que estaba totalmente serio.

    — Nuestro coche ha sido el que ha encendido la alarma. — Dijo Fer. — Es el único al que se acercan los infectados.

    — Probablemente alguno de ellos lo rozó y comenzó a sonar la alarma. — Pensó Andy.

    — Eso es lo que pensé, hasta que me he fijado y he visto el cristal de una ventana roto.

    — ¿Roto? — Preguntó Sally.

    — Eso no lo hacen los muertos. — Murmuró Marcus con seriedad.

    — Exacto. — Dijo Fer, colocando su mano sobre la funda que portaba la pistola. — Hay alguien ahí fuera.

    [...]

    A las cuatro horas, la luz del día comenzaba a salir. Muy pocos infectados se habían ido de aquella calle, puesto que la gran mayoría seguían allí, atraídos en la madrugada por la alarma del coche.

    El grupo esperó hasta que se hiciera de día con el objetivo de tener visibilidad para huir. Todos daban por perdido el coche con sus suministros, ya que era imposible atravesar la horda para llegar hasta él.

    — Saldremos de dos en dos, por detrás, y nos reuniremos en la entrada del pueblo. Allí, pensaremos donde ir. — Dijo Fer, sujetando en sus manos un cuchillo.

    Fer y Sally saldrían primero, después Randall y Cassandra y por último Marcus y Andy. En intervalos de veinte segundos para no llamar la atención en grupo.

    Fer y Sally se disponían a salir cuando Andy les frenó.

    — Nos vemos pronto. — Murmuró, colocando su mano derecha en el hombro izquierdo de su amigo.

    — Nos veremos. — Respondió Fer, asintiendo.

    — Cuando tú me digas. — Dijo Andy, listo para abrirles la puerta.

    Fer asintió en señal de que estaban listos y Andy abrió la puerta. Fer y Sally salieron cogidos de la mano y armados con la que les quedaba libre. Los infectados se encontraban en la calle de al lado, se podían escuchar sus gruñidos y sus pies arrastrándose.

    Ambos comenzaron a correr cuando la puerta se abrió salieron tras ellos Randall y Cassandra.

    Los cuatro, en dos parejas, se llevaban cierta distancia mientras corrían. Pero de pronto, Davidson apareció por sorpresa colocándose frente a ellos, armado con una Glock reglamentaria. Randall y Cassandra frenaron al instante mientras Fer se colocó delante de Sally y empuñó rápidamente la pistola.

    — Oh, vamos Fer... — Murmuró Davidson, mostrándose superior.

    — Tú has sido el causante de que la horda esté en esa calle, ¿verdad? — Preguntó Sally, enfadada. — Eres un bastardo.

    — Vaya, cielo, me han llamado muchas cosas pero nunca un bastardo. — Respondió Davidson. — Sí, yo hice eso. Y ahora vais a dejar las armas en el suelo si no queréis que dispare.

    — Vete a la mierda, Davidson. Esto no es la zona de cuarentena. — Dijo Fer, conteniéndose. — Baja el arma y no te dispararé yo.

    En ese momento, Marcus y Andy salían del motel corriendo, pero rápidamente se vieron sorprendidos por ver a Davidson reteniendo al resto del grupo.

    — Mierda. — Susurró Marcus.

    — ¡Marcus! ¡Cuanto tiempo! — Exclamo Davidson. — Aquí, ahora.

    Marcus y Andy obedecieron y se aproximaron a su posición, al igual que el resto. No obstante, Fer era el único que mantenía el arma en alto, ya que al resto no les dio tiempo para desenfundarla.

    — Seguidme, conozco un lugar en el que podremos charlar más tranquilamente. — Indicó el ex-militar.

    Sin decir ni una palabra, el grupo siguió a Davidson por la calle hasta llegar a la entrada del pueblo. Allí, había un camión frigorífico abandonado que el grupo ya vio al entrar en el pueblo.

    — Entra. — Ordenó Davidson, haciendo un gesto con su pistola a Andy, que estaba el primero en la fila.

    El grupo se miró entre sí con seriedad. Pese a que eran seis y podían con Davidson, él podría matar a alguien si se le tiraran encima. Fer no quería que nadie pudiese morir abalanzándose al ex-militar. Lo mejor por el momento eran seguir sus instrucciones.

    Andy se aproximó a la puerta del remolque, que estaba cerrada, y accionó el engranaje para que se pudiera abrir. Acto seguido, levantó la puerta y en ese momento un infectado delgado y sin camisa se le tiró encima.

    Andy colocó su antebrazo derecho por instinto y el muerto le mordió cerca de la muñeca. Éste gritó de dolor mientras Davidson se reía y mataba al infectado de un disparo en la cabeza.

    — ¡Dios, Dios, Dios...! — Decía Andy, viendo el mordisco que tenía en el antebrazo derecho.

    — ¡Andy! — Exclamaron al unisono Fer y Cassandra.

    Ella se arrodilló ante él y rápidamente se cortó la manga derecha de su camisa con su propio cuchillo, para hacerle un torniquete. Randall le dio a Fer una pequeña hacha que siempre llevaba encima.

    — ¡¿Qué vas a hacerme Fer?! — Exclamo Andy, en shock.

    — Lo que no pudimos con Alexei; cortarte la parte infectada antes de que se expanda. — Dijo Fer con seriedad, dándole su cinturón. — Muerde esto para no gritar.

    Randall, Sally y Marcus miraban horrorizados la herida, mientras Davidson no dejaba de reírse. Cassandra, furiosa, aprovechó la distracción del ex-militar y se lanzó sobre él, clavándole el cuchillo en el abdomen.

    Davidson apretó el gatillo por inercia, viéndose sorprendido por el ataque de Cassandra. Sin embargo, ambos cayeron al suelo.

    — ¡Cassy! — Exclamo Randall, arrodillándose ante ella. — Joder, no...

    Cassandra tenía un disparo en el muslo de la pierna izquierda, y la sangre comenzaba a expandirse por el asfalto.

    — ¡Marcus, dame tu maldita bufanda! ¡Ya! — Gritó Randall, mientras Cassandra gemía de dolor.

    Sin dudarlo, Marcus le cedió la bufanda a Randall, que lo usó para apretar contra la herida.

    — ¡¿Dónde diablos hay vendas?! — Gritó Fer, viendo a Andy desfallecerse.

    — ¡Estaban en el coche! — Dijo Sally, percatándose.

    — ¡Mierda! No hay tiempo. — Murmuró Fer, pensando que era ahora o nunca. — Lo siento Andy, no voy a dejar que te mueras así.

    — ¡FER! ¡NO LO HAGAS! — Suplicó Andy, antes de que Fer alzara el hacha y la dejara caer en su antebrazo, cortándoselo.

    Andy comenzó a morder con fuerza el cinturón mientras golpeaba el suelo de dolor. Acto seguido Fer sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo puso en el muñón, mientras Andy palidecía cada vez más debido a la pérdida de sangre.

    Davidson comenzó a arrastrarse del lugar, tratando de huir pese a la pérdida de sangre. Sin embargo, Marcus le frenó el paso.

    — Tú no vas a ninguna parte, hijo de perra. — Dijo Marcus apuntando al ex-militar con la pistola.

    En ese momento, un vehículo se aproximaba a toda velocidad por la carretera que tenían a la derecha.

    — ¡Se acerca alguien! — Indicó Marcus.

    — ¡Sally, quédate con Andy! — Exclamo Fer.

    — ¡Vale! — Dijo la mujer.

    Randall tenía a Cassandra en sus brazos, mientras ésta comenzaba a tener sueño.

    — No, no, no, no te duermas Cassandra. No puedes. Mírame cielo. — Murmuraba Randall, mientras le acariciaba el rostro.

    El vehículo era un coche familiar que tenía hasta siete plazas. Sin embargo, al parar frente al grupo, solo salieron cuatro personas de el.

    Marcus y Fer apuntaban a aquellos desconocidos, sabiendo que no podían confiar en cualquiera. Eran tres hombres y una mujer. Uno de los hombres se aproximó a ambos. Llevaba unas gafas de sol, el pelo corto y una camiseta beis además de unos vaqueros.

    — ¿Qué ha ocurrido aquí? — Preguntó aquel hombre.

    — Es una larga historia. — Respondió Fer con seriedad. — Necesitamos ayuda urgente.

    — Ya lo veo, compañero. — Respondió el hombre. — Mi nombre es Michael, y estos son Brandon, Joao y Alexa. Antes de ayudarte, amigo, quiero saber que diablos ha ocurrido aquí. Veo mucha sangre.

    Marcus y Fer se miraron, dudando de si contar o no lo ocurrido.

    — Éste pedazo de mierda nos atacó. — Dijo Marcus, señalando con su arma a un Davidson moribundo en el suelo.

    — Ha herido a dos de los nuestros, y están perdiendo sangre mientras hablamos tú y yo. — Añadió Fer, sabiendo que perdían tiempo. — Michael, sé que no nos conocemos pero te suplico que nos ayudes. Te lo compensaremos.

    Michael se giró para observar al resto de su grupo, y al ver que todos asentían, accedió a ayudar.

    — Muy bien. Subid al coche. — Dijo. — En mi refugio tenemos lo necesario.

    — Muchas gracias, de verdad.

    Fer y Sally ayudaron a Andy a ponerse de pie mientras Randall y Marcus llevaban a una inconsciente Cassandra al vehículo. Michael se acercó a Fer una vez ayudó a Andy para ver que hacían con Davidson.

    — Si es cierto que es el culpable de que tus amigos estén heridos, no lo subiré al coche. — Dijo Michael. — Dejémoslo ahí para que el sol y los muertos terminen con su sufrimiento.

    — Eso sería demasiado noble de mi parte. — Murmuró Fer, acercándose al casi cadáver de Davidson con el arma en la mano. — Prefiero asegurarme de que no resucita...

    Fer apretó el gatillo ante la mirada de Michael y el resto, que observaron como Davidson recibía un tiro limpio en la cabeza.

    — ...de ninguna manera. — Terminó diciendo Fer.

    Michael miró con seriedad a Fer. No le gustó aquel acto y aquello haría que el propio Michael lo vigilara de cerca. Una vez todos en el vehículo, pusieron rumbo al refugio de los desconocidos.

    Durante el trayecto, ambos grupos comenzaron a conocerse más a fondo. Michael conducía mientras Brandon, que resultó ser su hermano, estaba de copiloto. Tras ellos, Randall y Marcus cuidaban de Cassandra con Alexa al lado. Detrás, en los últimos asientos algo apretados, Sally y Fer se encargaban de Andy con Joao al lado.

    — ¿Cómo es vuestro refugio? — Preguntó Sally con curiosidad.

    — Es una estación de servicio rodeada por un perímetro de coches en avanzado estado de óxido. La construímos entre mi hermano, yo y Joao. Después vinieron Alexa, Thomas y Lisa. — Dijo Brandon.

    — ¿Falta mucho? — Preguntó Fer.

    — Eso. — Dijo Randall.

    — Vamos por la mitad del camino. Íbamos a aquel pueblo en busca de suministros cuando os encontramos. Es lo más lejos que hemos ido. — Respondió Brandon.

    — Michael, para el coche. — Dijo Fer, mientras observaba a Andy.

    — ¿Para qué? ¿Tienes ganas de mear?

    — Andy no respira. — Murmuró Fer, tomándole las pulsaciones. — Ha muerto.

    Todos se miraron petrificados, especialmente los del grupo de Fer. Randall rezaba para que Cassandra no sufriera el mismo destino.

    — No podemos parar. — Indicó Randall. — Si perdemos más tiempo Cassandra podría morir.

    — Entiendo. — Murmuró Fer, desenfundando su cuchillo. — Adiós, amigo mío. Espero que seas feliz allí donde vayas.

    Tras esas palabras, Fer clavó su cuchillo en la nuca de Andy para evitar que se transformara. El haberle cortado el brazo no había funcionado, cosa que le dejaba en dudas. ¿Fue porque perdió mucha sangre y la infección se expandió rápido o directamente la amputación no sirve porque ya tiene el virus? La mente de Fer no dejaba de dar vueltas. Hasta que Sally apoyó su cabeza en él, sollozando.

    [...]

    El viaje duró unas dos horas incomodas debido a la pronta muerte de Andy. Finalmente llegaron a aquella gasolinera amurallada. Thomas fue el encargado de abrir la puerta, que eran dos contenedores de basura juntos y atados entre sí. El vehículo entró y acto seguido todos bajaron de él.
    Sally y Fer cargaban con el cuerpo sin vida de Andy mientras Randall y Marcus llevaban a Cassandra.

    — Oh, nuevos miembros. — Dijo Thomas, que era un anciano de setenta años.

    — Dios mío, ¿qué ha ocurrido? — Preguntó Lisa, la pareja de Thomas que tenía sesenta y siete años.

    — Es una larga historia, Lisa. — Dijo Michael.

    — Seguidme, la llevaremos dentro. — Dijo Alexa a Randall y Marcus.

    — ¿Qué os parece éste sitio? — Preguntó Brandon, alzando los brazos.

    — Sorpresivamente seguro. — Dijo Marcus, mientras ayudaba a cargar a Cassandra en una camilla.

    Thomas se fue con Michael para tratar un asunto mientras Lisa y Alexa fueron con Randall y Marcus a dejar y tratar a Cassandra. Fer se acercó a Joao para preguntarle algo mientras Sally y Brandon se encargaban del cuerpo de Andy.

    — ¿Dónde podemos enterrarle? — Preguntó Fer a Joao.

    — Tras la estación de servicio, saliendo fuera de los muros, es donde enterramos a los infectados que nos encontramos aquí. Puedes enterrarlo allí, es amplio. — Dijo Joao con seriedad.

    En ese momento, Michael salió seguido de Thomas y llamó la atención de todos.

    — ¡Vengan aquí! Tenemos un problema. — Dijo el líder.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó Marcus.

    — Llevábamos dos semanas tras un maldito ladrón que se colaba en la estación y nos robaba comida. Antes de salir a por suministros, volvió a irrumpir pero conseguimos acorralarlo. Lo tenemos maniatado y hay que hacer algo con él. Ese tipo de decisiones se toman en grupo. — Dijo Michael, mirando a Fer refiriéndose a lo sucedido con Davidson.

    — Entonces, ¿hay que decidir si lo dejamos marchar o lo matamos? — Preguntó Sally, sorprendida de que hubiese que tomar semejante decisión.

    — Exacto. — Dijo Joao.

    Brandon se colocó la mano izquierda en la cabeza, mostrando que no estaba de acuerdo con aquello. Randall estaba molesto por tener que lidiar con algo así teniendo a Cassandra gravemente herida.

    Todos fueron a la parte trasera de la estación y vieron a aquel hombre atado y con un saco en la cabeza para que no viera nada. Al oír muchos pasos, el hombre comenzó a gemir, dando a ver que también estaba amordazado.

    — Hay que tomar una decisión. — Indicó Michael, quitándole el saco de la cabeza para que viera lo que iba a suceder. — Empecemos.

    Fer se quedó mirando detenidamente a aquel hombre, lo mismo que dicho hombre hizo mirando a Fer. Sally notó esto.

    — Fer, ¿qué ocurre? ¿Lo conoces?

    Todos se giraron a oír aquello. Michael se acercó a Fer, que estaba sorprendido, como si hubiese visto a un fantasma.

    — ¿Lo conoces? — Preguntó Michael esta vez.

    — Sí... — Susurró Fer, boquiabierto.

    Aquel hombre tampoco dejaba de mirar a Fer, sin decir ni una palabra.

    — ¿Quién es? — Preguntó Sally, extrañada.

    Fer tragó saliva antes de responder.

    — Es mi hermano.
     
  8. Threadmarks: 2x04 (Final): Cabos sueltos
     
    Manuvalk

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    36
     
    Palabras:
    2239
    Capítulo 4 (Final): Cabos sueltos







    Fer, Sally, Marcus, Randall, Michael, Brandon, Joao, Alexa, Lisa y Thomas estaban allí presentes, frente al ladrón que tanto les costó capturar. La única ausente era Cassandra, que se encontraba en el interior de la estación de servicio, tras recibir atención médica.

    — ¿Cómo que es tu hermano? ¿Qué diablos dices? — Preguntó Michael, molesto. — Es un maldito ladrón.

    — ¡Es mi hermano! — Exclamo Fer, empujando a Michael.

    Michael se puso serio mientras se colocaba la camisa.

    — Me da igual quién sea, pero aquí las cosas las hacemos de una manera específica y quien no lo acepte tendrá que marcharse. — Dijo Michael con absoluta seriedad. — Es hora de decidir. O le dejamos ir, o lo matamos aquí mismo. Mi decisión es matarle. Si le dejamos marchar, podría delatar nuestra posición a su grupo y podrían atacarnos. No voy a arriesgarme.

    — ¡No estoy en ningún grupo! ¡Debéis creerme! — Exclamo el hermano de Fer, Gabriel.

    — No quiero arriesgarme. Elijo la ejecución. — Dijo Thomas.

    — Lo siento pero creo que esto es demasiado. Me abstengo, hagáis lo que hagáis no quiero saberlo. — Murmuró Lisa, volviendo al interior de la gasolinera.

    — Ejecución. — Musitó Joao con la seriedad que le caracterizaba.

    — Creo que dice la verdad, está solo. Opto por dejarle ir. — Dijo Alexa.

    — Mike, esto es demasiado. — Dijo Brandon. — No somos así.

    — Tú no eres así, Brandon. Pero debes decidir o abstenerte como Lisa. — Indicó su hermano Michael.

    — Decido dejarle marchar. — Respondió Brandon con la mirada fija en su hermano.

    Michael miró con desprecio a su hermano y acto seguido se giró al resto del grupo de Fer.

    — Vosotros formáis parte de éste refugio ahora, salvo que queráis abandonarlo. Si no es así, tenéis que votar. — Indicó Michael.

    Sally, Marcus y Randall observaron a Fer con dudas. Sabían que se trataba de su hermano, provocando que la decisión fuera más complicada si cabe.

    — Dejadle libre. — Dijo Sally, apoyando así a su pareja Fer.

    — Opino lo mismo que Sally. Libre. — Dijo Randall, asintiendo con la cabeza en señal de apoyo a Fer.

    — Ejecución. — Dijo Marcus con seriedad.

    Fer le miró con odio, aquel que tenía cuando lucharon en esa calle del pueblo. Marcus demostró ser una persona falsa. Sally también lo observó con desprecio.

    — Esto es un empate. — Dijo Michael, algo molesto por ello. — Fer, tú decides el destino de éste ladrón.

    — Dirás de mi hermano. — Respondió Fer, sin dejar de mirar a Gabriel. — Es libre.

    Todos se miraron entre sí, algunos con rabia y otros con tranquilidad. Brandon se acercó a Gabriel y le desató las manos y los pies.

    Gabriel se levantó y se acercó a su hermano hasta ponerse frente a él. Ambos sonrieron, contentos de reencontrarse después de varios meses. Frente a todos, se dieron un gran abrazo.

    En ese momento Michael interrumpió el reencuentro colocando su pistola entre Fer y Gabriel.

    — Eh, eh, ¿qué haces? — Dijo Randall.

    — Mike, no hagas nada estúpido. — Murmuró Brandon, nervioso.

    — Es libre, pero libre para irse. No permitiré que se quede con nosotros un ladrón. — Dijo Michael, mientras guardaba la pistola. — Tiene que irse.

    — Entonces me iré con él. — Dijo Fer rápidamente.

    Todos se miraron sorprendidos, especialmente sus compañeros de grupo. Sally se quedó perpleja al oír aquello.

    — Fer, de verdad, no...

    — Gabe, eres mi hermano. No sabía nada de ti ni de dónde estabas desde que inició éste maldito caos. Ahora que te he encontrado, no volveré a perderte la pista. Está todo dicho, si quieren que te vayas, me iré contigo. — Dijo Fer, convencido de su decisión. — Iré a por mis cosas, espérame en la entrada.

    Gabriel hizo caso a su hermano y se fue directo a la entrada acompañado por Brandon. Fer hizo lo propio, dirigiéndose primero dentro de la estación para despedirse de Cassandra.

    La mujer estaba postrada en un colchón, pálida debido a la pérdida de sangre, respirando entrecortada y con los ojos cerrados. Fer se arrodilló a su lado.

    — Cassandra. — Murmuró.

    La joven abrió los ojos casi realizando un esfuerzo milagroso, como si los párpados le pesaran.

    — ¿Cómo te encuentras?

    — No siento la pierna. — Dijo, refiriéndose a la que había recibido el disparo de Davidson.

    — Tranquila, te recuperarás. Fuiste muy valiente al arriesgarte a parar a Davidson, y gracias a ello lo hicimos. — Dijo Fer, mostrando una media sonrisa.

    — ¿Está muerto?

    — Sí. Yo lo maté.

    — Gracias Fer. ¿Cómo está Andy?

    Fer tragó saliva, dudando entre si contarle o no la mala noticia.

    — Verás, es...

    — Ha muerto, ¿verdad?

    — Sí... Por eso maté a Davidson. Y lo peor es que no sentí nada. Aunque deseaba matarle. Lo merecía.

    Cassandra comenzó a soltar lágrimas mientras cerraba los ojos para evitar que salieran más. Randall se asomó por la puerta, viendo la escena.

    — Me alegra que lo hicieras. Andy era una magnífica persona.

    — Lo era. — Respondió Fer. — He venido a despedirme.

    — ¿Te vas? ¿Por qué?

    — Mi hermano está vivo, pero al parecer robó suministros de aquí y no van a permitir que se quede. Me veo en la obligación de irme con él. Quería despedirme y decirte que saldrás de ésta, Cassandra. Eres fuerte y lo demostraste atacando a Davidson. Espero volver a verte.

    — Ha sido un placer conocerte, Fernando. — Respondió Cassandra, mientras Fer le tomaba la mano. — Cuídate ahí fuera.

    — Lo haré. Descansa.

    Fer se levantó y se dispuso a salir cuando se encontró de cara con Randall. Ambos se quedaron mirando fijamente, sin saber como despedirse.

    — Quiero decirte que entiendo tu decisión. Yo hubiese hecho lo mismo. — Dijo Randall, rompiendo el silencio. — Sobrevivé ahí fuera, amigo.

    Randall extendió la mano ante la mirada de Fer.

    — Gracias por apoyarme todo éste tiempo. Mucha suerte, amigo. — Respondió Fer, devolviendo el saludo a Randall.

    Ambos estrecharon sus manos y acto seguido Fer salió de la estación. Sally estaba esperándole.

    — Me voy contigo. — Dijo Sally con firmeza, sujetando una mochila con sus pertenencias.

    — No, no puedo permitirlo. — Respondió Fer con seriedad. — Mi hermano es mí responsabilidad, no voy a arrastrarte de nuevo ahí fuera. Hemos encontrado éste sitio, que es lo más seguro que hemos tenido en tres meses. No quiero que corras peligro, y ahí fuera es algo constante.

    — Pero Fer, yo...

    — Sally, te quiero. Y es por eso que no quiero que vengas conmigo.

    — Yo también te quiero y es por eso que quiero irme contigo.

    — Por favor Sally, no me hagas esto. Quédate, por mí. — Dijo Fer, abrazándola. — Volveré a por ti cuando encuentre un sitio seguro, para que vengas conmigo. ¿Vale? Te lo prometo.

    Sally abrazó con fuerza a su novio. Después, se dieron un largo beso. Ella asintió, accediendo a la petición de Fer.

    — Mantente a salvo ahí fuera. — Murmuró Sally.

    — Sabes que lo haré.

    Sally se fue de la vista de Fer y acto seguido Marcus se le acercó. A lo lejos, Thomas y Lisa se encontraban sentados en unas sillas mientras Joao y Michael cavaban una tumba para Andy.

    — Fer, antes de nada quiero decirte que decidí elegir la ejecución porque es como pienso y porque sabía que la votación estaría empatada a falta de tu decisión final. Quiero ganarme la confianza de Michael ya que planeo quedarme aquí, espero que lo entiendas.

    — Nunca me ha gustado como piensas, Marcus. Espero que Michael sepa que eres un capullo. Adiós.

    Fer se alejó de Marcus, que siguió su camino. Al llegar a la entrada, Brandon se encontraba con Gabriel dándole una mochila con suministros médicos y comida y agua para tres días.

    — Oh Fer, justo le estaba dando suministros a tu hermano. Sé que he tomado la decisión correcta al elegir su libertad. Espero que no tengáis problemas ahí fuera. — Dijo Brandon, dándole la mano a ambos hermanos.

    — Ahí fuera todo son problemas. — Respondió Gabriel, apartando los contenedores que hacían de puertas.

    — Gracias Brandon, esto será de ayuda. — Dijo Fer, refiriéndose a la bolsa de suministros. — Cuida de los míos, y vigila a tu hermano.

    — Es lo que siempre hago. — Dijo Brandon. — Mucha suerte.

    Mientras los hermanos se alejaban del refugio, Michael convocó a todos los presentes excepto Cassandra en el entierro de Andy. Thomas, que tenía conocimientos de sacerdote, fue quién ofició el entierro.

    — El mundo siempre ha sido un lugar peligroso. Ahora, la gente muere con asiduidad y los que sobrevivimos perdemos poco a poco nuestra fe en el señor. Andrew era una grandísima persona, estoy seguro de ello. Un hombre fiel y un compañero en definitiva. Los siervos de Satanás vagan por ahí fuera, cazándonos. Si no nos matan nos transforman en uno de ellos. Por suerte, evitamos eso con Andy. Espero que Dios lo acoja en su gloria y desde su templo nos proteja del mal. Descansa en paz, Andrew. — Dijo Thomas.

    Todos guardaron un minuto de silencio en honor a Andy. Tras ello, cada uno depositó una margarita sobre la fosa cavada. Después fueron al interior de la estación de servicio, ya que Michael quería decir algo ajeno al entierro. La estación de servicio era un pequeño restaurante que cumplía otras funciones como las de gasolinera.

    Randall se encontraba sentado en el suelo al lado de Cassandra, que dormía.

    Sally estaba sentada en una de las mesas frente a la ventana, mirando el horizonte y pensando en Fer.

    Marcus se colocó de pie al lado de la puerta, apoyado en la pared.

    Thomas y Lisa se sentaron juntos en una de las mesas.

    Joao se sentó en un taburete frente a la barra y Brandon estaba a su lado. Michael se colocó tras la barra para hablar.

    — Ahora éste refugio es un poco más grande. — Dijo Michael debido a los nuevos miembros. — Siempre estamos dispuestos a acoger personas buenas y hacer crecer éste lugar para convertirlo en una zona segura, una comunidad. Sin embargo, para que esto crezca se necesita hacer tareas de todo tipo. Y ahora voy a asignarlas. Todas las noches hay alguien haciendo guardia en la zona de delante y otro en la de detrás. Hasta hoy, Joao y yo éramos los que hacíamos eso, pero ahora se nos unirán Randall y Marcus para darnos descanso. Lisa siempre ha sido la que cocinaba con ayuda de Brandon y Alexa en contadas ocasiones, pero ahora creo que Sally podría ayudar. Brandon y Alexa siempre han sido los que viajaban al exterior a por suministros, a veces acompañados por mi o por Joao. Cualquiera que quiera podrá ir con ellos a esas misiones. Thomas es el encargado del pequeño huerto que hay detrás, precisamente del que ese tal Gabriel nos robaba. También necesitaría unas manos que le ayudaran a sembrar. Bien, eso era todo.

    Tras las palabras de Michael, todos volvieron a sus quehaceres o a comenzar con algunas tareas. Mike aprovechó para llamar a Randall para hablar a solas.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó Randall con seriedad.

    — Sé que tu amiga está grave, pero no podemos gastar todos los recursos médicos que tenemos en ella. Si empeora, tendrás que tomar una decisión. — Respondió Michael.

    — ¿Qué insinúas?

    — Que si no mejora, habrá que plantearse otras situaciones. Y que no voy a usar todas las medicinas en ella. Nos estamos quedando sin gasas y sin penicilina, que es lo que más consume tu amiga. Ella es tu carga, no la nuestra. Suficiente hice al ayudarla y subirla al coche con nosotros. Tendrás que trabajar más si quieres obtener los recursos que necesita. Aquí está a salvo, que sobreviva depende de ti.

    Tras la conversación, Michael se marchó, dejando a Randall claro las reglas que tenían allí. Acto seguido, se reunió con Joao y Brandon. El atardecer comenzaba a desaparecer.

    — Tengo un encargo que daros. — Les dijo.

    — Tú dirás, jefe. — Murmuró Joao, fiel a su líder.

    — Quiero que sigáis a los hermanos. — Indicó Michael, firme.

    — ¿Seguirlos? ¿Por qué? — Preguntó Brandon, sorprendido.

    — Porque si son rencorosos volverán aquí. Les he echado de aquí, no quiero arriesgarme a que vuelvan con ganas de venganza.

    — ¿Qué sugieres? — Preguntó Joao.

    — Que los encontréis... y os aseguréis de que no vuelvan. — Dijo Michael, mostrando sus intenciones.

    [...]

    El fuego consumía poco a poco las ramas caídas de los árboles que servían como leña. Los hermanos estaban sentados frente a la fogata, mirándola fijamente. Prácticamente era de noche y ello les haría visibles, pero les daba igual.

    — Cuéntame hermanito, ¿cuál es tu historia? — Dijo Gabriel, ansioso por saber de su hermano.

    — Pues cuando llegué a casa de nuestros padres los encontré muertos. Vagué solo durante unos días, buscándote. Pero me encontró el ejército y me llevó a una zona segura, una cuarentena. Allí todo iba bien hasta que la milicía quiso tomar el control y convertirlo en una dictadura. Entonces decidí salir de allí y conocí a los que me sacaron tiempo después. Hemos ido de sitio en sitio, sobreviviendo, hasta llegar justo a donde menos esperaba encontrarte, Gabe. ¿Y tú? ¿Dónde diablos has estado?

    — Bueno, pues...

    En ese momento, ambos escucharon un gruñido y se giraron rápidamente, viendo como de la oscuridad salía un infectado. Éste tenía la ropa rasgada y la piel grisácea, no más de cincuenta años. Lo más asqueroso era que no tenía mandíbula. Fer y Gabe se miraron.

    Fer se acercó el primero y le golpeó la rodilla, haciendo que éste cayera al suelo.

    — Remátalo, Gabe.

    — A su servicio.

    Dicho y hecho, Gabriel clavó su cuchillo en la cabeza del muerto. Fer se acercó y apagó la hoguera.

    — Debemos irnos, aquí estamos expuestos. — Dijo Fer.

    — Sí pero, ¿a dónde? — Preguntó Gabe, dudando.

    — A donde nos lleve la carretera. — Respondió Fer, comenzando a caminar.
     
  9. Threadmarks: 3x01: Armonía
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Tercera parte: El verdadero enemigo


    Sinopsis: El destino ha llevado al grupo a una estación de servicio que sirve de refugio para otros supervivientes, y a Fer le llevó ante su hermano, Gabriel. Sin embargo, una disputa con el nuevo grupo ha hecho que Fer tenga que irse con Gabriel, abandonando a sus amigos. Mientras los hermanos sobreviven fuera, el resto de ambos grupos, ahora unidos como uno, tratará de seguir con sus vidas mejorando la comunidad. Sin embargo, la calma precede a la tormenta, y es cuestión de tiempo que se encuentren con una amenaza seria y real.


    Capítulo 1: Armonía


    Dos semanas después...


    — Se aproxima el otoño, las hojas están cayendo. — Murmuró Thomas mientras plantaba las semillas de una tomatera en su pequeño huerto. — Habrá que ir poniéndose camisetas de manga larga.

    — Eso es cierto, señor. — Dijo Sally, ayudando a Thomas con la plantación de semillas.

    — Dime querida, ¿crees que antes de que acabe el año podremos comer tomates?

    — No lo sé, ¿el frío no relentiza el crecimiento de las plantas?

    — Depende. Aunque igual tenemos suerte.

    — Así es.

    Thomas cogió una regadera y comenzó a regar las plantas de tomates y lechuga que tenía. El huerto era bastante pequeño, hecho de madera con tierra fresca que habían traído de una tienda de jardinería.

    El día había amanecido nublado y la sensación térmica era baja. Se notaba que el otoño era cuestión de tiempo. Sally comenzó a distraerse en sus pensamientos, aunque de todos ellos solo uno la mantenía en vilo: Fer.

    En ese momento, Randall apareció con los ojos rojos y un rostro descompuesto por las lágrimas. Sally le miró y sintió una sensación de vacío que pocas veces había tenido.

    — Es Cassandra. — Dijo Randall, con la mirada fija en su amiga. — Ha muerto.

    Thomas se incorporó con lentitud, apenado por la noticia. Sally comenzó a llorar y abrazó a Randall, que no pudo evitarlo y comenzó a sollozar.

    — Hijo, lo siento mucho. — Murmuró Thomas, posando su mano sobre el hombro izquierdo de Randall. — Iré a avisar a Michael y Joao para cavar una tumba.

    — No. — Respondió Randall de pronto. — Yo cavaré la tumba y yo la enterraré.

    Thomas asintió, obedeciendo la decisión de Randall. Acto seguido de marchó del pequeño huerto, dejándoles a solas.

    Dentro de la estación, Lisa hacía unos espaguetis para comer mientras leía un libro de recetas, algo que nadie entendía pero que la mantenía ocupada. Lisa prefería distraerse con cualquier cosa antes que sentarse a descansar.

    — Ya descansaré cuando me muera. — Solía decir cuando su marido le suplicaba que se sentara.

    Alexa se encontraba sentada sobre un camión, que estaba en el interior del refugio. Desde ahí arriba, en una silla, oteaba el horizonte con unos prismáticos para ver si algo se acercaba. Michael siempre quería que alguien estuviera de guardia.

    El líder del recinto solía buscar huecos o zonas débiles en la muralla de coches oxidados que tenían como barrera para frenar a los infectados.
    Aunque hacía días que no habían muertos golpeando el metal de estos, Michael quería asegurarse de que nadie muerto o vivo pudiera colarse en el lugar, justo como hizo Gabriel. Cada mañana daba varias vueltas al refugio para asegurarse de que todo estaba en orden.

    Además, hacía dos semanas que su hermano Brandon y Joao estaban fuera, en busca de Fer y Gabriel aunque de cara al resto del grupo buscaban suministros de todo tipo y por eso el viaje era tan largo.

    Una vez terminó de buscar debilidades en su muro, Michael se propuso ver dónde estaban los nuevos. Ni Randall, ni Sally ni Marcus estaban fuera de la estación de servicio, pero dentro tampoco. El líder comenzó a buscarles y los encontró fuera del muro, en la zona trasera del refugio donde se solían enterrar a los muertos.

    Marcus y Sally observaban como su amigo Randall cavaba sin parar. Pese a que ya había un buen foso, Randall no dejaba de cavar, fruto de la ira del haber perdido un ser tan querido como era Cassandra para él. Al lado de la interminable tumba estaba Cassandra tapada por una sábana.

    — ¿Qué está pasando aquí? — Preguntó Michael, sorprendiendo a Marcus y Sally.

    — Cassandra ha muerto, Randall está haciendo una tumba para ella. — Dijo Sally.

    — Yo me pondré a hacer una cruz, disculpad. — Dijo Marcus, marchándose de vuelta al interior de la estación.

    Michael observó como Marcus se iba y acto seguido vio a Randall cavando. Su aspecto era deprimente, ya que su rostro lo decía todo y su camisa estaba llena de sudor, tan mojada que parecía que había llovido sobre Randall durante horas.

    — ¡Randall, déjalo! — Dijo Michael, viendo que el foso era cada vez más hondo. — ¡No es necesario hacer un pozo!

    Randall hizo caso omiso a Michael y siguió, con la mirada fija en la tumba y los brazos cavando sin cesar.

    — Ya he intentado que pare, pero es imposible. Creo que está en shock. — Murmuró Sally, preocupada.

    — Si sigue así le va a dar un infarto. — Respondió Mike. — Voy a tener que pararle.

    — Michael, no...

    El líder se aproximó a Randall, colocándose justo al borde de la tumba. Sin embargo, Randall seguía con lo suyo. Sally observaba con impaciencia, sin saber como su amigo reaccionaría.

    — Eh, te he hablado. — Le reprochó Michael, molesto por la actitud de Randall. — Para de una p*ta vez.

    Randall seguía cavando sin descanso.

    — ¡Randall! — Exclamo Michael, tomándole del hombro.

    Randall, que no se tomó bien aquello, empujó a Michael unos metros, apartándolo de la tumba. Acto seguido tiró la pala a un lado y salió de la tumba para encararle.

    — No vuelvas a gritarme en la oreja. — Musitó Randall, que parecía completamente ido.

    — Randall, él tan solo quería que pararas. Debes descansar. — Intervinó Sally.

    — Deberías relajarte, tío. — Dijo Michael, frente a frente con Randall.

    — ¡No digas que me relaje cuando mi mujer ha muerto! — Exclamo Randall, golpeando a Michael en el rostro.

    Michael cayó de espaldas al suelo, viéndose sorprendido por el puñetazo de Randall, que estaba furioso.

    — ¡Randall, cálmate por favor! — Dijo Sally.

    — ¡Cierra la boca, Sally! — Gritó Randall. — ¡En vez de estar preocupándote por mi deberías estar buscando a Fer! ¡Podría estar muerto y tú sigues aquí porque éste inútil lo mandó ahí fuera con su hermano!

    Sally se quedó sin palabras mientras Michael se incorporó y se tocó el labio inferior, comprobando que tenía un corte.

    — Esto se ha acabado. — Dijo Michael, desenfundando su pistola y apuntando a Randall en la frente, sin inmutarse. — Si quieres estar enfadado toda tu maldita vida me parece genial, pero si me vuelves a tocar te juro que te mando junto a tu mujer, ¿entendido?

    — Como vuelvas a decir eso hago otra tumba para ti. — Respondió Randall, mostrando un carácter nunca visto.

    — No me tientes, Randall. Mandé a tu amigo Fer de vuelta ahí fuera, si sigues así serás el siguiente. Mi paciencia tiene un límite, y contigo se me está agotando. — Dijo Michael, guardando la pistola.

    Ante la mirada de Sally y el propio Randall, Michael se marchó del lugar. Randall se acercó a la tumba, cogió el cuerpo sin vida de Cassandra y la dejó suavemente en el foso. Sin decir ni una palabra, tomó la pala y comenzó a llenar la tumba de tierra.

    Sally decidió dejarle a solas y regresó dentro de los muros. Una vez terminado, Randall se sentó al lado de la tumba de Cassandra, observando la zona. Era un bosque frondoso, llenó de un silencio sepulcral salvo cuando las hojas de los árboles se mecían por el viento.

    Y allí, en la soledad del bosque, Randall comenzó a llorar desconsoladamente.

    [...]

    Ya era de noche, después de la cena que Lisa había preparado, varias ensaladas con la lechuga del huerto de Thomas junto a frutos secos. No era una gran cena, pero tampoco es que cenaran mucho.

    Lisa y Thomas dormían en la cocina, en un colchón de matrimonio en el suelo. Michael estaba haciendo guardia fuera de la estación, observando el cielo nocturno y estrellado pero siempre alerta.

    Marcus había logrado encandilar a Alexa durante un rato a solas y entre eso y la necesidad de ambos terminaron en el baño haciendo el coito.
    Randall se encontraba tumbado en su colchón cuando Sally se aproximó y se sentó al lado.

    — ¿Cómo te encuentras? — Preguntó la mujer.

    — Como una mierda. — Dijo Randall, algo brusco. — Mira Sally, lo siento por haberte hablado así antes. El pensar que Cassandra ha...

    — Lo entiendo, no te preocupes.

    — Menos mal que Fer mató a Davidson, porque si ese hijo de perra siguiera ahí fuera, no descansaría hasta encontrarlo y matarlo con mis propias manos.
    Ambos se quedaron en silencio por unos largos segundos hasta que Sally decidió contarle porqué se había personado ante él.

    — Sé que estás destrozado, pero necesito tu ayuda. — Murmuró Sally, para evitar que la oyeran.

    — ¿Qué quieres hacer? — Preguntó Randall.

    — No creo que Joao y Brandon estén buscando suministros. — Respondió Sally, seria. — Tengo la sensación de que ese no es su propósito.

    — ¿Qué quieres decir, Sally?

    — Creo que han ido tras Fer y su hermano. Tengo ese presentimiento.

    Randall se incorporó en su cama, observando a Sally con sorpresa.

    — Viendo como es ese Michael, no me sorprendería. — Dijo Randall. — ¿Quieres que vayamos a buscarlos?

    — Sí, pero cuando estés mejor. Te daré dos días más para que llores a Cassandra, y en dos días, iremos en su busca. Ésta armonía me tiene intranquila. — Respondió Sally, preocupada pero decidida.
     
  10. Threadmarks: 3x02: La búsqueda
     
    Manuvalk

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    Capítulo 2: La búsqueda






    Un hombre infectado avanzaba lentamente por el bosque. Arrastraba sus piernas entre la maleza mientras seguía con la mirada el frente. Tenía un polo rasgado y unos pantalones de chándal sucios.

    A su lado, dos infectados más le seguían. El primero era una mujer joven y vestía un bañador de playa, mostrando un mordisco justo en el pecho, casi sobre el cuello. La sangre seca le había goteado hasta las piernas.

    Su acompañante era un anciano con la barba canosa teñida de rojo debido a la sangre que había expulsado por su boca. Tenía una camisa veraniega de botones, un pantalón corto y unas sandalias desgastadas.

    Tras ellos tres, una treintena de seres podridos seguían sus pasos. Un pequeño ejército atraído por el ruido que provenía de una fábrica de automóviles en la que Fer y Gabriel se encontraban.

    La horda superó el bosque y salió de el, directo a un descampado de tierra que tenía a la fábrica a unos quinientos metros.

    — ¡Gabe, detrás de ti! — Exclamo Fer, en tensión.

    Un muerto tomó por sorpresa a Gabriel, que se giró sobresaltado. Actuando con rápidez, hundió la hoja del machete que sujetaba en la frente del individuo.

    — ¡¿Ves algún hueco entre ellos?! — Preguntó Gabriel, observando la multitud que les rodeaba.

    — ¡Están muy juntos! ¡No se puede ver más allá de ellos! — Respondió su hermano, empujando a un infectado contra las vallas que rodeaban la fábrica. — ¡Te dije que no era buena idea venir aquí!

    — ¡Yo no sabía que aparecerían estos idiotas! — Gritó Gabriel, para que se le escuchara por encima de los gruñidos que los muertos emitían.

    — ¡Pero el lugar ya estaba invadido! ¡Ni siquiera debimos habernos acercado! — Le reprochó Fer, clavando su cuchillo en la garganta de un infectado próximo.

    De pronto comenzaron a sonar disparos en el bosque. Los hermanos se miraron, sabiendo que Joao y Brandon estaban también en una situación comprometida.

    Sin embargo, aquello provocó un despiste en Gabe. Un muerto lo tomó por detrás, tirándolo al suelo. Era cuestión de segundos que fuera rodeado.

    — ¡GABE! ¡GABE! ¡GABE!

    [...]

    Unas horas antes...


    Joao caminaba unos metros más adelante que Brandon. El hombre, de origen portugués, tenía en mente a Fer y Gabriel. Su objetivo era acabar la misión que Michael les había encomendado y regresar a su hogar.

    Por otra parte, Brandon no entendía porqué Michael era así. Lo que sí sabía era que de alguna u otra forma, tendría que parar a Joao. Iba a impedir que su grupo se convirtiera en la mano de obra de su hermano. No eran asesinos, él mucho menos.

    — ¡Joao, ves más despacio! — Gritó Brandon desde atrás.

    — ¡Acelera el paso, carajo! — Respondió Joao, siguiendo con su paso firme.

    Brandon corrió hasta igualar la velocidad de su compañero.

    — Joao, sabes que ésto es absurdo. — Murmuró Brandon, inhalando aire entre palabra y palabra. — Es muy difícil que les encontremos, y si es así, ¿crees que no opondrán resistencia?

    — No les dará tiempo a oponer resistencia, no nos verán venir. — Dijo Joao, confiado en sus habilidades de sigilo.

    — Joder Joao, ¿acaso no entiendes que estamos arriesgando la vida a lo tonto?

    El portugués paró y se giró para mirar a Brandon con cara de pocos amigos.

    — Tú hermano nos ha pedido esto. ¿Siempre contradices a tu hermano mayor? — Le recriminó Joao.

    — Si lo que hace o dice no está bien, sí. — Respondió Brandon, plantando cara. — Si Michael fuese capturado por otro grupo y me dijeran que o me marcho con él o lo matarán, ¿qué crees que haría? Fer hizo lo que debía, y no creo que pretendan vengarse de ello. Tiene a su grupo viviendo allí, ¿piensas que quiere joderles la estancia? ¿Arruinar su nuevo hogar? ¿Abocarlos de nuevo aquí fuera?

    — Pueden revelar a otros nuestra posición. Pueden volver y atacarnos. Son suficientes razones para mí. — Sentenció Joao, reiniciando su andadura. — Protege a los tuyos, no a los demás.

    [...]

    A un lado de la carretera había una amplía explanada con matojos a la altura de la cintura. Al otro, un frondoso bosque verde con árboles de cinco metros. En medio, Gabriel y Fer, caminando a un lado de la carretera.

    Gabriel sonreía debido a la suave brisa que le acariciaba el rostro. El aire era puro, limpio, mucho mejor que el olor a combustible que siempre tuvo la ciudad.

    Fer, sin embargo, centraba su mirada en el asfalto, más pensativo que otra cosa. En su mente estaba la figura de Sally.

    Le dolía haberla dejado atrás, al igual que a sus amigos. Todos esos meses habían estado juntos, codo con codo, pero eso había terminado. Gabe vio a su hermano notablemente deprimido.

    — Fer, ¿estás bien?

    — Sí, tan solo estoy pensando en mis cosas.

    Gabriel suponía que se trataba de lo ocurrido con él y su grupo, por lo que decidió agradecerle el gesto.

    — Aún no te he dado las gracias por venir conmigo. — Murmuró Gabriel. — Sé que debe ser duro dejar atrás a las personas con las que has convivido todo éste tiempo. Al menos sabes dónde están.

    — Dios Gabe, eres mi hermano, no iba a dejarte tirado. — Respondió Fer, justificando su decisión. — Oye, aún puede seguir viva.

    — ¿Seguir viva? Fer, nos atacaron. Caí inconsciente y cuando desperté ya no estaba. Se la llevaron y no pude hacer nada por ella. — Musitó su hermano, abatido por aquel suceso del pasado.

    — No te tortures, no pudiste hacer nada por ella. — Dijo Fer. — Además, no sabes si está viva o muerta. Es un misterio.

    — Supongo que tienes razón, hermano. — Respondió Gabriel, dejando el tema aparcado. — Crucemos el bosque, haber donde nos lleva.

    Ambos se adentraron en el bosque con el objetivo de ver que se encontraban al otro lado. Dentro, parecía otro mundo. Los árboles eran altos y la luz del Sol se filtraba entre las hojas dándole una sensación de normalidad que los hermanos casi ignoraron. La belleza de esa estampa no se comparaba con el turbio mundo que era ahora.

    Fer y Gabe mantenían la vista al frente, de vez en cuando a los lados y a la espalda para evitar sorpresas. Ahí fuera convenía estar alerta, la relajación era un lujo. Lograron identificar un sendero y decidieron cogerlo. Éste les llevó al final del bosque, donde se abría un terreno sin nada. Sin embargo, al frente, se imponía una fábrica de grandes dimensiones.

    — Joder... — Dijo Gabriel, sorprendido. — Éste sitio es enorme.

    — Lo es. — Respondió Fer, mirando las vallas que la rodeaban. — Pero no veo la manera de entrar.

    — Tranqui hermanito, vengo preparado.

    Gabe se agachó y abrió la mochila para sacar unas alicates. Aprovechó para darle un sorbo a la botella de agua y se la ofreció a su hermano, que la denegó educadamente.

    — Saca los prismáticos, por favor. — Dijo Fer, alargando la mano para recibirlos.

    Gabriel se los dio y Fer comenzó a otear las cercanías de dicha fábrica.

    — Parece todo despejado. — Musitó Fer, guardando los prismáticos en la mochila de su hermano.

    — Vayamos entonces. — Dijo Gabriel, emprendiendo camino.

    — No lo sé Gabe, es un sitio muy grande. No sabemos lo que nos encontraremos.

    — Pues explorémoslo.

    Los hermanos caminaron hasta la alambrada que rodeaba la fábrica. Gabe tomó las alicates y comenzó a cortar el alambre para hacer un agujero. Acto seguido ambos entraron con precaución, atentos a cualquier problema.

    Frente a la entrada había varios camiones con las puertas traseras abiertas, preparados para cargar el material que nunca llegaron a recoger. Fer observaba a su alrededor mientras Gabriel se fijó en algo.

    Entre dos camiones había un cuerpo con las entrañas devoradas. Sin embargo, la sangre estaba seca, por lo que hacía algo de tiempo de aquello.

    — Fer. — Llamó la atención a su hermano. — Estáte alerta.

    — Eso hago, Gabe.

    Gabriel vio que la puerta trasera del edificio estaba entreabierta y la curiosidad le hizo acercarse. Fer decidió no quedarse atrás y se dispuso a entrar junto a él cuando un disparo dio en la ventanilla de uno de los camiones, rompiéndola en trozos diminutos. Fer y Gabe salieron rápidamente y se cubrieron tras los camiones.

    — ¡¿Quiénes sois?! — Exclamo Gabriel, sujetando su pistola.

    Fer vio que del bosque salió alguien con las manos en alto, aproximándose a la alambrada. Las vallas eran lo único que separaban a los hermanos de Brandon y Joao.

    — ¡No disparéis! — Dijo Brandon, apareciendo tras la alambrada.

    — ¿Brandon? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué nos has disparado? — Preguntaba Fer, extrañado.

    — Yo no he sido, ha sido Joao. Quiere mataros, pero no se lo he permitido. Le he robado el arma, así que no podrá dispararos. — Indicó Brandon, mostrando el revólver que tenía Joao.

    — ¿Y por qué mierda quiere matarnos? ¿Qué le hicimos? — Preguntó Gabriel, molesto.

    Mientras los tres hablaban, Joao se aproximaba desarmado a ellos.

    — Mi hermano nos ha mandado para hacerlo, pero yo no soy así. Creedme, he venido para evitar esto. — Decía Brandon.

    — No sé que pensar, la verdad. — Respondió Fer, sin despegarse de su pistola.

    De pronto comenzaron a salir infectados de todos lados, por cada esquina comenzaban a aparecer. Joao, que se encontraba a medio camino, se quedó quieto al ver como cada vez había más infectados.

    — ¡Brandon, tenemos que irnos! — Exclamo el portugués. — ¡Vamos!

    — Chicos, tenéis que salir de aquí. — Dijo Brandon, regresando con su compañero. — ¡Y rápido!

    — ¡Mierda! — Dijo Gabriel al ver como estaban a escasos metros y desenfundando el machete para ahorrar balas.

    Joao y Brandon comenzaron a correr de regreso al bosque mientras Fer y Gabriel se veían en una situación comprometida.

    — ¡Gabe, detrás de ti! — Exclamo Fer, en tensión.

    Un muerto tomó por sorpresa a Gabriel, que se giró sobresaltado. Actuando con rápidez, hundió la hoja del machete que sujetaba en la frente del individuo.

    — ¡¿Ves algún hueco entre ellos?! — Preguntó Gabriel, observando la multitud que les rodeaba.

    — ¡Están muy juntos! ¡No se puede ver más allá de ellos! — Respondió su hermano, empujando a un infectado contra las vallas que rodeaban la fábrica. — ¡Te dije que no era buena idea venir aquí!

    — ¡Yo no sabía que aparecerían estos idiotas! — Gritó Gabriel, para que se le escuchara por encima de los gruñidos que los muertos emitían.

    — ¡Pero el lugar ya estaba invadido! ¡Ni siquiera debimos habernos acercado! — Le reprochó Fer, clavando su cuchillo en la garganta de un infectado próximo.

    De pronto comenzaron a sonar disparos en el bosque. Los hermanos se miraron, sabiendo que Joao y Brandon estaban también en una situación comprometida.

    Sin embargo, aquello provocó un despiste en Gabe. Un muerto lo tomó por detrás, tirándolo al suelo. Era cuestión de segundos que fuera rodeado.

    — ¡GABE! ¡GABE! ¡GABE!

    Gabriel cayó y en cuestión de segundos se le tiraron dos infectados encima. Conforme pudo, el hermano de Fer los sujetaba para evitar que le mordieran.
    El propio Fer, que sujetaba el cuchillo con una mano y la pistola con la otra, no dudo en salvar a su hermano, disparando sin pestañear a los dos muertos que estaban sobre él.

    Sorprendentemente, los muertos dejaron de fijarse en Gabe y se enfocaron en Fer, que veía como todos se aproximaban a él.

    — ¡Gabe! — Exclamo Fer, viendo que tendría que separarse de su hermano.

    — ¡Vete de aquí Fer, vete ya!

    Fer comenzó a correr a una brecha que tenía la horda, saliendo así de la situación alarmante. Sin embargo, el peligro no había pasado. Aquel lugar estaba infestado de muertos por lo que Fer comenzó a correr calle abajo, hasta llegar a un cruce de carreteras. Allí, se paró y se apoyó en sus rodillas, cansado de correr y furioso consigo mismo por dejar atrás a su hermano.

    Mientras se maldecía, comenzó a escuchar un lejano ruido. Puso la mente en blanco y se centró en ese sonido, hasta que logró identificarlo. Se trataba del caudal de un rio. Aquello le hizo sonreír, porque era agua.

    Sin dudarlo, se adentró de nuevo en la zona boscosa y en unos minutos llegó a la orilla de un río. El agua pasaba a toda velocidad, por lo que caer en el sería un suicidio. Fer se arrodilló y comenzó a beber desesperadamente, ya que la carrera que se había dado fue larga.

    De pronto escuchó movimientos en los árboles que tenía a su espalda. Preparándose para un ataque, desenfundó su cuchillo y observó su retaguardia. Sin embargo, de allí salió Gabriel, lleno de sangre pero con una sonrisa en el rostro.

    — Gabe... — Murmuró Fer, incorporándose. — ...eres un capullo.

    — Sí, pero con suerte. — Respondió Gabriel, abrazando a su hermano. — Eres fácil de rastrear.

    — Eh, lo he hecho a propósito. — Vaciló Fer, riéndose. — Oye, ¿cómo has hecho eso?

    — ¿Hacer el qué? ¿Salir de allí?

    — Cuando estabas bajo esos dos infectados que estaban sobre ti, ellos dejaron de fijarse en ti y centraron su atención en mí. ¿Cómo lo hiciste?

    — No lo sé, pero es probable que nos detecten por el olor a vivos que tenemos. Y de alguna forma, me camuflé al tener a esos dos cadáveres encima.

    — Si eso funciona, podría ser una forma de pasar inadvertidos ante ellos.

    De pronto, Joao hizo acto de presencia, apuntando a los hermanos con una pistola. Tras él apareció Brandon, con varios dedos rotos y un rostro visiblemente golpeado.

    — Antes habéis tenido suerte, pero eso se ha terminado. — Dijo Joao, sonriendo con el arma en sus manos.

    — ¿Por qué te empeñas en matarnos? ¡No vamos a delatar a tu p*to grupo! — Se quejó Gabriel. — ¡Sí, robé suministros! ¡Pero lo hice por sobrevivir!

    — Hay otras formas de sobrevivir. — Respondió Joao, con seriedad. — A los ladrones se les corta las manos. En éste caso, en el que los suministros escasean mucho más, a los ladrones se les ejecuta.

    — Por encima de mi cadáver, capullo. — Intervino Fer, colocándose entre Gabe y Joao.

    — No he venido a por ti, tú puedes regresar, tu grupo está allí. Pero tu hermano es un ladrón y merece lo que merece.

    — ¡Y tú eres un maldito psicópata! ¡Arriesgando tu vida para matar a alguien que solo quería salvar la suya al robar! — Exclamo Fer, visiblemente enfadado.

    — Si no te apartas, te llevarás un balazo, Fer.

    — ¡Brandon! ¡¿No decías que no eras así?! — Le reprochó Fer, al ver al hombre callado. — ¡¿Qué te ha hecho éste pedazo de mierda?!

    — Yo...

    — Cierra el pico, Brandon. — Musitó Joao, apartándolo de la conversación. — Me he cansado de perder el tiempo, voy a...

    — ¿Escucháis eso? — Murmuró Gabriel.

    — Sí, ¿es un vehículo? — Dijo Fer.

    — Se aproxima. — Indicó Brandon.

    — Tenemos que escondernos. — Añadió Fer.

    Los cuatro se pusieron tras unos arbustos para ver que se aproximaba. A unos metros, al otro lado del río, estaba una pequeña arboleda y la carretera. A un lado de ésta, un autobús frenó. Lo curioso de ese autobús era que se trataba del que suele llevar a los presos a la cárcel.
     
  11. Threadmarks: 3x03: Lobos con piel de cordero
     
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    2213
    Capítulo 3: Lobos con piel de cordero







    Marcus estaba sentado frente a una mesa. Era el último en comer, y mientras esperaba, dio un sorbo al vaso de agua. Mientras lo hacía, se giró para observar por la ventana como Michael se acercaba a Randall, que estaba comprobando la batería del vehículo que usaba el grupo del propio Michael.

    — Randall, te necesito para algo. — Dijo Michael, que llevaba una gorra de béisbol, cosa que sorprendió a Randall.

    — ¿Qué quieres?

    — Joao y Brandon aún no han vuelto de su salida en busca de suministros. Llevan dos semanas fuera y nos estamos quedando con menos víveres. Hay que salir y creo que eres el más capacitado que hay aquí ahora mismo. ¿Qué me dices?

    — Si no hay más remedio... Por cierto, ¿no te preocupan tu hermano y tu amigo? Como tú dices, llevan dos semanas fuera, y una búsqueda de suministros no dura tanto. ¿No temes que estén muertos? — Preguntó Randall con otras intenciones, puesto que al igual que Sally, creía que habían salido en busca de Fer y Gabriel.

    — Saben cuidarse, no estoy preocupado. — Respondió Michael, mostrando un rostro serio. — Entonces, ¿vienes o qué?

    — Tú solo no puedes hacerlo, así que sí, voy contigo. Espera que recoja mis cosas. — Indicó Randall, cerrando el capó del coche y dirigiéndose al interior de la estación de servicio.

    Mientras Marcus observaba la escena, Lisa salió de la cocina con un plato de arroz. La anciana lo dejó frente a Marcus y se sentó enfrente de él.

    — Tiene muy buena pinta, Lisa. — Dijo Marcus, observando la comida.

    — Bueno hijo, me gustaría preparar carne de cerdo o patatas fritas, pero la situación actual no da para mucho. — Se defendió Lisa.

    — Da igual, un plato de arroz también tiene su punto. — Respondió Marcus, comenzando a comer. — Es increíble, está buenísimo. ¿Dónde aprendiste a cocinar así?

    — Antes de todo esto trabajaba en la cocina de un lujoso restaurante, allí se preparaban todo tipo de comidas muy exquisitas, sin embargo, ahora no hay mucho que hacer. — Dijo la señora, apenada por la situación actual.

    — Algún día volverás a preparar un buen plato de degustación de esos típicos de los restaurantes para ricos, estoy seguro. — Murmuró Marcus, con la comida en la boca.

    — Eso espero, me muero por un entrecot con patatas de los tuyos. — Dijo Thomas, entrando en el lugar.

    — Cariño, ¿ya has regado el huerto? — Le preguntó con una sonrisa su mujer.

    — Así es, ahora Sally está recogiendo los frutos de la semana. — Respondió el anciano. — Tres tomates y dos lechugas.

    — Vaya, ya podemos preparar un banquete. — Dijo Marcus con ironía. — Tranquilo Thomas, con el tiempo habrá más frutos.

    — Espero que tengas razón, muchacho.

    Mientras tanto, en la entrada del refugio, Michael y Randall abrían la puerta para salir. Alexa, que vigilaba desde aquel camión, los despidió con la mano.

    — ¡Cuida de esto! — Le gritó Michael.

    — ¡Lo haré! ¡Buena suerte! — Respondió la chica.

    Poco a poco, Michael y Randall se iban alejando de la gasolinera, con dirección a un almacén de comida que llevaba un supermercado antes del apocalípsis.

    — Deberías haber traído una gorra o algo, el Sol hoy está siendo agresivo. — Dijo Michael, rompiendo el silencio.

    — Me da igual, hay cosas peores de las que preocuparse. — Respondió Randall, tras un día desde la muerte de Cassandra.

    Michael sabía que no le caía bien a Randall, especialmente tras la discusión que tuvieron en el entierro de Cassandra. Sin embargo, quería cambiar aquello.

    — Randall, quiero disculparme contigo por lo ocurrido ayer. — Murmuró el líder. — Pasabas por un mal momento y yo no lo entendí. Siempre he estado solo, mi hermano no solía visitarme hasta que comenzó éste caos. No sé lo que es perder a alguien porque nunca lo he visto.

    — ¿Ningún familiar tuyo ha muerto? — Preguntó Randall, extrañado.

    — Nuestros padres nos abandonaron a mí y a Brandon cuando nacimos. Eran unos vividores, unos borrachos y no querían responsabilidades. Seguramente estén muertos, pero no me importa, es como si no tuviera padres.

    Randall decidió dejar el tema para no remover los recuerdos o pensamientos de Michael. Ambos siguieron avanzando por la carretera desierta durante al menos quince minutos. Finalmente, a un lado de la carretera se vislumbraba un amplio sendero que se adentraba en una propiedad privada. Ahí era donde se ubicaba el almacén.

    — No sabía que estuviese tan cerca. — Dijo Randall. — ¿Por qué no habéis venido aquí antes?

    — Ahora verás porqué no hemos venido aquí antes. — Respondió Michael, mientras ambos entraban en el camino.

    Mientras caminaban, Michael y especialmente Randall observaban su alrededor. El sendero estaba en medio de varios pinos de gran envergadura, que se extendían hasta el cielo. Al fondo del camino, no muy lejos de la entrada, había una valla metálica que impedía el paso.

    En ella se podía leer que el acceso estaba prohibido a los que no fueran trabajadores, pero en las circunstancias en las que se encontraba evidentemente el mundo, aquella señal daba igual. Michael se puso a observar el amplio espacio que había en el interior del recinto, donde el almacén se expandía hasta donde no alcanzaba la vista.

    — ¿Qué se supone que tengo que ver? — Preguntó Randall, esperando a que Michael le mostrara aquello por lo que su grupo no había entrado ahí.

    — Cuando yo y Joao vinímos, estaba infestado de muertos. No lo entiendo, no hay ningún cuerpo en el suelo. — Respondió Mike, sorprendido.

    — ¿Hay algún sitio por el que puedan haberse ido? — Preguntó Randall, tratando de encontrarle una explicación a aquello.

    — Es imposible, si no están fuera deben estar dentro del almacén. Este sitio está rodeado por un muro de dos metros y medio, los infectados no saltan muros. Habrá que andarse con cuidado.

    Michael se dispuso a buscar en su mochila unas alicates para cortar el candado que mantenía la puerta de la entrada cerrada, sin embargo, no las encontró.

    — Mierda, nos hemos olvidado de las alicates. — Murmuró. — Habrá que pensar algo.

    Randall lanzó su mochila al interior por encima de la puerta y acto seguido se subió a ella.

    — Saltemos entonces.

    Michael esperó a que su compañero saltase para hacerlo él. Cuando Randall se encontró dentro, Michael hizo su misma jugada y logró saltar.

    — Bien, ¿por dónde buscamos? — Dijo Randall, viendo el silencio que reinaba en aquel lugar.

    — Se supone que dentro hay toneladas de comida, aunque no cuento con que haya gran cosa. Además, debe estar repleto de infectados. — Indicó Michael, sacando su cuchillo de la funda.

    — Pues vayamos con cuidado y hagámoslo bien. — Añadió Randall.

    El lugar era bastante grande y estaba rodeado por un muro considerable. Había varios camiones con la marca de un supermercado pegada en sus laterales y algún vehículo civil pero poco más. Michael seguía preocupado porque según él ese lugar estaba repleto de infectados y sin embargo ahora no había nada. Avanzaron en mutuo silencio hasta llegar a la entrada trasera, una pequeña puerta de salida de emergencia.

    — ¿Preparado? — Preguntó Mike, con su arma blanca en mano.

    — Nací preparado. — Respondió Randall, abriendo la puerta de una patada.

    Randall irrumpió primero seguido de Michael. Dentro, el espacio era inmenso pero estaba un poco oscuro. Mike se vio en la obligación de sacar la linterna. Para sorpresa del dúo, el almacén estaba vacío de muertos. Pero para su desgracia, también estaba vacío de suministros.

    — ¡Mierda! — Exclamó Randall, golpeando una lata vacía. — ¡Alguien se lo ha llevado todo!

    — Es... ¡es imposible! ¡Aquí debía haber toneladas! — Dijo Michael, totalmente absorto.

    — Debería pero no las hay. Estamos jodidos. — Murmuró Randall, viendo que había unas escaleras que daban a un segundo piso. — Oye, hay que mirar arriba.

    — Sí, vamos.

    Randall fue el primero en subir las escaleras, sujetando también un gran cuchillo. Tras él iba su compañero, expectante. Sin embargo, lo que vieron ahí arriba fue totalmente aterrador.

    — Dios mío... — Susurró Randall, con los ojos como platos.

    — Esto es... ¡es enfermizo! ¡Joder! — Dijo Mike. — Ahora sabemos donde están los infectados.

    Frente a ambos, había una montaña de cuerpos totalmente calcinados. Esos eran los infectados que pululaban por el recinto anteriormente, sin embargo, alguien había llegado antes y había cogido toda la comida, no sin antes dejar un claro aviso a otros que entraran en el almacén.

    Algunos infectados, totalmente negros como el carbón, aún estaban vivos y gruñían un poco al ver a Randall y Michael, pero estaban tan quemados que se habían fusionado con otros cuerpos y no podían levantarse.

    Mientras Michael observaba aquella atrocidad, Randall se percató de que había algo escrito al fondo del piso. Con la linterna, se aproximó hasta poder ver que aquello estaba escrito con sangre. Y no parecía llevar mucho tiempo, puesto que la sangre aún goteaba.

    — "Aquellos que busquen comida encontrarán un destino peor que la muerte. La resurrección". — Leyó Randall textualmente.

    Michael se aproximó a su compañero para leer aquello. Ambos se miraron con visible preocupación.

    — Aquí no solo hay infectados calcinados... — Murmuró Randall, observando la montaña de cadáveres. — ...también hay personas asesinadas.

    — ¿Asesinadas? ¿Te refieres a quel hay alguien suelto por aquí que hace esto? — Preguntaba Mike, totalmente atemorizado.

    — No, una sola persona no puede hacer esto. Se trata de un grupo, uno grande. — Dijo Randall con seriedad. — Hay que volver a casa y prepararnos para lo que suceda. Si esto es lo más cerca que ha llegado éste grupo, están a tan solo quince minutos de nosotros. Hay que prepararnos.

    Sin dudarlo ni un segundo, Randall y Michael abandonaron el almacén y corrieron a toda velocidad hasta la estación de servicio.

    [...]

    Alexa seguía sobre el camión, montando guardia. Estaba sentada en una silla de playa con una sombrilla para protegerse del Sol. A su lado, una botella pequeña de agua y unos prismáticos, junto a un rifle de caza.

    — Te veo bien abastecida. — Dijo Marcus desde abajo.

    — La verdad es que sí. — Respondió Alexa, sonriendo. — ¿Qué haces ahí?

    — Llevas desde ésta mañana ahí, déjame relevarte. — Respondió Marcus, que se disponía a subir.

    — Estoy cómoda aquí, pero acepto la buena compañía. — Le dijo la mujer, otra vez sonriéndole.

    — Vaya, gracias, eso es un detalle. — Musitó Marcus, ya encima del camión. — ¿Has visto algo interesante?

    — No, nada. Está tranquilo ahí fuera. — Murmuró Alexa, tomando los prismáticos. — ¿Y tú? ¿Qué estabas haciendo?

    — Estaba probando el riquísimo plato de arroz que hace Lisa.

    — Cocina genial, es cierto.

    Entre ambos hubo un silencio incómodo, fruto de hacía un día, cuando ambos tuvieron relaciones sexuales. Ambos estaban necesitados y ansiosos además de que sentían una pronta atracción entre ellos.

    — Esto, Alexa, yo... sobre lo que ocurrió... — Decía Marcus.

    — Tranquilo, fue solo sexo. — Dijo Alexa sin mirarle.

    — Lo sé, pero no quiero que sea solo eso. — Murmuró Marcus, haciendo que ahora Alexa se girara para mirarle. — Me gustas y querría ver si podemos intentarlo.

    — ¿Me estás pidiendo salir? — Preguntó Alexa, sorprendida y sonrojada.

    — Algo así. Si quieres, por supuesto.

    — Claro, ¿por qué no?

    Marcus levantó rápidamente la mirada y cogió rápidamente los prismáticos. A lo lejos veía como un furgón blindado de la policia conducía directamente hacia ellos.

    — Alexa, mira eso. — Dijo Marcus, cediéndole los prismáticos.

    Alexa hizo caso y oteó el horizonte, divisando como un vehículo se aproximaba a ellos.

    — Voy a avisar a los demás. — Dijo Marcus, bajando rápidamente del camión.

    — ¡Mike y Randall siguen ahí fuera! — Dijo Alexa, pensando que estaban más desprotegidos sin ellos.

    — ¡Habrá que lidiar con lo que ocurra! — Exclamo Marcus, corriendo al interior de la estación de servicio.

    Alexa tomó el rifle y esperó a que el furgón blindado se aproximara. Mientras tanto, Marcus entró corriendo en la cocina, donde Lisa y Thomas se encontraban hablando.

    — ¿Qué ocurre, chico? — Preguntó Thomas, viendo el rostro de Marcus.

    — Vienen desconocidos, hay que estar preparados. — Dijo Marcus. — No salgan de aquí, por favor. ¿Dónde está Sally?

    — Detrás, en el huerto. — Indicó Lisa, preocupada.

    Marcus pasó por el cubo de las armas, que era donde dejaban las armas de fuego y tomó el único rifle de asalto que había.
    Sally recogía el cultivo cuando un Marcus muy acelerado salió por la puerta.

    — Deja lo que estés haciendo y coge un arma.

    — ¿Qué diablos pasa, Marcus?

    — Se acerca un vehículo desconocido, hay que estar dispuestos a lo que sea.

    — Joder.

    Sally corrió tras Marcus y tomó una pistola reglamentaria. Sin embargo, la pareja de ancianos había salido de la estación de servicio, expectantes por lo que sucedía. Thomas llevaba un revólver.

    — ¡¿Qué hacen aquí fuera?! — Dijo Marcus, molesto por ser desobedecido.

    — ¡Chico, si las cosas se ponen feas, yo también se luchar y proteger mi sitio! — Le reprochó Thomas.

    — ¡Ya están aquí! — Exclamo Alexa, tras la entrada del refugio.

    Frente a la propia entrada, el furgón blindado había aparcado. De el salieron seis hombres, todos con trajes de policía y armados como tales.

    — Buenos días. — Dijo uno de ellos que se colocó al frente. — Mi nombre es Stefan. Os sugiero que nos dejéis pasar.

    — ¿Y eso por qué? — Dijo Marcus, actuando como un líder.

    Aquel grupo de policías no parecían ser policías. El que se hacia llamar Stefan tenía media cara tatuada y un pircing en la nariz, mientras el resto era parecido a él.

    — Porque somos la ley, capullo. — Dijo uno de ellos.

    — No voy a volver a repetirlo. — Murmuró Stefan, quitándose el sombrero de policía y descubriendo su corto pelo. — Abrid la puerta, o habrá consecuencias.
     
  12. Threadmarks: 3x04: Matar es fácil
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 4: Matar es fácil







    El autobús mantenía el motor encendido. De el comenzaron a bajar seis hombres con un atuendo muy peculiar y sujetando unas garrafas vacías. Fer, Gabe, Brandon y Joao vieron que las personas que salían del vehículo eran presos, puesto que su vestimenta era toda naranja, algo bastante normal en el vestuario de una prisión.

    Luego bajaron cuatro presos más, pero estos iban armados con M4, una arma característica de los guardias de prisión. Aquello puso a Fer y el resto muy preocupados, puesto que significaba que había una cárcel no muy lejos de la zona, y además, controlada por los presos.

    Los seis presos que sujetaban varias garrafas comenzaron a llenarlas del agua del río mientras los otros cuatro vigilaban la zona. Debido al ruido no tardaron en aparecer infectados, concretamente tres.

    — Míos. — Dijo uno de los presos armados, que sin pensárselo, disparó a los muertos.

    — Vamos idiotas, daos prisa. — Murmuró otro preso armado a los que llenaban las garrafas de agua.

    — Ya están todas llenas. — Dijo uno de los que supervisaba. — Todos al autobús.

    Los seis cargaron con las garrafas y subieron al autobús mientras los dos de los cuatro armados hacían lo mismo. Sin embargo, los otros dos se quedaron fuera hablando. Uno de ellos era calvo y tenía unos pendientes largos en forma de cruz, además sujetaba una escopeta. El otro tenía el pelo largo y lacio y sujetaba una M4. Fer y los demás observaban con atención aquella escena.

    — ¿Le has dicho al jefe que aquella brecha en el perímetro fue culpa tuya? Porque no para de mirarme mal, y ya sabes que les hace a los que mira mal. No es mi culpa que la hayas cagado, Arthur. — Dijo el preso con el pelo largo, mostrándose serio.

    — No voy a decir una mierda, los dos estábamos allí, no fui el único que la cagó. — Se quejó el preso calvo, llamado Arthur.

    — ¡¿Qué no fuiste el único?! ¡Joder, te dijeron que arreglaras ese agujero en la pared y no lo hiciste! ¡Entraron al p*to parking y ahora está invadido! ¡Es un sector menos que tenemos! — Le reprochó el del pelo largo.

    — ¡Vete a la mierda, tú no eres quién para decirme nada, James! — Dijo Arthur, apartando a su compañero de un empujón.

    El resto de presos observaba desde el bus la situación, sin intervenir en ella. Fer y los demás seguían expectantes. El preso del pelo largo, que se llamaba James, se puso más serio aún y apuntó a Arthur con su metralleta.

    — Si no quieres que te mate ahora mismo, te sugiero que me asegures que hablarás con Theodore para explicarle la verdad. — Dijo James, mostrándose harto de la conducta de su compañero.

    Arthur se sobresaltó e hizo lo propio, apuntando a James con su escopeta.

    — Veremos quién aprieta antes el gatillo. — Dijo, vacilando.

    De pronto se escucharon ruidos tras unos arbustos y ambos presos miraron a esa zona.

    — Arthur, James, subid de una jodida vez al autobús. — Les ordenó uno de los presos armados que habían subido al bus.

    De esos arbustos salió un infectado, gruñendo y estirando los brazos en dirección hacia los presos. James no dudó y se giró para dispararle, dándole justo entre los ojos y derribándolo.

    — ¿Ves? Eso es lo que te pasará a ti si...

    De repente Arthur disparó con frialdad a su compañero James, agujereándole la espalda y haciendo que su compañero cayera muerto al instante. Fer y Brandon no daban crédito a aquello, mientras que Gabe y Joao no cambiaron su rostro, mostrándose serios.

    Ninguno de los presos del interior del vehículo salió a recriminarle nada a a Arthur, él simplemente subió al bus sin hablar y éste arrancó y se marchó, dejando el cuerpo de James allí. Fer y el resto salieron de detrás de su arbusto totalmente sorprendidos e impactados.

    — Joder... esto ha sido demasiado. — Dijo Brandon, hablando más de la cuenta. — Debemos volver al refugio y avisar a los demás de que hay unos psicópatas sueltos.

    — Tú hermano no nos quiere allí. — Murmuró Gabe, percatándose de que el cadáver de James comenzaba a moverse.

    — Después de que le cuente esto, toda persona será necesaria por si aparecen en nuestras puertas. — Respondió Brandon, preocupado por lo que había visto.

    — No, Fer puede regresar pero su hermano no. Eso es lo que va a pasar. — Dijo Joao, volviendo a las andadas.

    James comenzó a gruñir, haciendo un amago de levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo, Gabriel hundió su cuchillo en la cabeza del preso transformado.

    — Lo que va a pasar es que vamos a volver todos. Allí está mi grupo y después de lo ocurrido voy a volver para estar con ellos y proteger el lugar, pero Gabe es mi hermano y vendrá conmigo. — Dijo Fer con firmeza.

    — Joao, debes entender que vamos a enfrentar una amenaza más grave que lo que hizo Gabriel. Estos presos no parecen amigables, son un peligro y necesitamos a todas las personas posibles, y si son de confianza, mejor. — Dijo Brandon, tratando de hacer entrar en razón al portugués. — Hay veces en las que tenemos que perdonar a otros por sus actos, Gabe no mató a nadie de los nuestros pudiéndolo hacer. Solo robó, y aunque jode, forma parte del pasado. Así que volvamos los cuatro juntos, y preparémonos para lo que pueda venir.

    Joao tenía la mano sobre su arma enfundada, pero tras las palabras de Brandon, la apartó. Fer respiró aliviado mientras que Gabe prefería vigilarle por si cambiaba rápidamente de idea.

    — Tienes razón, creo que Michael lo entenderá. — Dijo Joao con seriedad. — Pero Gabe, te juro que me aseguraré de que cuando ese grupo de presos esquizofrénicos muera, tengas tu castigo. Te cortaré una mano.

    — Eso ya lo veremos. — Musitó Gabe con seriedad.

    — Es momento de aparcar nuestra diferencias y unir fuerzas. — Indicó Brandon, sintiéndose satisfecho por lo conseguido. — Volvamos a casa.

    [...]

    Alexa se giró para ver a Marcus. Éste asintió con la cabeza, accediendo a dejarles pasar pese a que estaba resentido. Sally sujetaba una pistola mientras observaba la escena, atemorizada. Thomas estaba cubriendo a Lisa, protegiéndola.

    Alexa apartó los contenedores que hacían de puertas y Stefan entró en el refugio seguido de sus cinco hombres. Todos ellos observaron el lugar con gran sorpresa.

    — Es un buen sitio. — Musitó Stefan, mostrándose sorprendido por lo que habían construido allí.

    — Lo es. — Dijo Marcus, estando alerta. — ¿Qué queréis?

    — Vamos tío, no lo estropees. — Dijo otro de los policías.

    Stefan sonrió con el comentario de su compañero mientras Marcus frunció el ceño, sintiendo que se burlaban de él.

    — ¿Cuál es tu nombre? — Preguntó Stefan con pasividad.

    — Marcus.

    — Marcus... Tenemos un Marcus en nuestro refugio. Aunque no se parece en nada a ti. — Dijo Stefan, con la normalidad con la que hablaría con un amigo.

    — Deja de jugar con nosotros y dinos que quieres de una vez. — Dijo Alexa, interrumpiendo la conversación.

    Stefan se giró sorprendido, observando a la mujer de arriba a abajo.

    — Wow, estás muy buena. — Murmuró con morbo. — Pero estar buena no te da el derecho a interrumpirme.

    Stefan hizo un gesto con la mano y dos hombres tomaron a Alexa de los brazos, reteniéndola. Sally, Thomas y Lisa se pusieron en tensión, sabiendo que las cosas podían irse de control.

    — ¡Eh! ¡Diles que la suelten! — Exclamo Marcus, apuntando a Stefan con un rifle de asalto.

    — ¡Tranquilo Marcus! — Dijo Stefan mientras sonreía. — ¡Chicos, coged todo lo que sea interesante para llevárnoslo!

    Dicho y hecho, los tres hombres restantes se separaron por la estación de servicio, tomando las cosas que podían interesarles. El resto del grupo observaba expectante y aterrado.

    — ¡¿Nos vais a dejar sin nada?! — Le recriminó Sally, molesta.

    — ¡Joder, otra tía buena! — Exclamo Stefan. — ¡Tú y tu amiga os vendréis conmigo!

    — ¡Y una mierda! — Dijo Marcus, apretando el rifle con fuerza. — ¡De aquí no se mueve nadie!

    Los tres hombres de Stefan volvieron con varias cajas de comida y objetos y las guardaron en el furgón blindado. Thomas vio que se llevaban todas las semillas que iba a plantar en su huerto.

    — ¡Eh, mis semillas! — Dijo Thomas, alterado.

    — Cierra el pico, viejo. — Dijo uno de los hombres.

    — ¡¿Pero quién cojones sois?! ¡Los policías no actuan así! — Gritó Marcus, cada vez más enfadado.

    — ¡Vaya Marcus, eres muy listo! — Respondió Stefan, comenzando a molestar con su característica sonrísa. — Verás, estos trajes son los que llevaban los guardias que nos golpeaban día tras día en las celdas. Cuando el mundo se fue a la mierda, las cosas allí dentro no fueron distintas. Aprovechamos la situación y provocamos un motín, iniciando una guerra en la prisión. Los policías se fueron con sus familias o murieron en los módulos. Nosotros tomamos la cárcel y la convertimos en nuestro hogar. Con los muertos fuera y nosotros dentro, era el momento de salir y gobernar a nuestro antojo. Así que no, no somos policías. Somos los peores criminales que una prisión ha albergado, y ahora somos libres. ¡El mundo está a nuestros pies, amigo!

    Marcus miraba a Stefan con horror, sabiendo que éste era un ser enfermizo y despreciable, capaz de cosas horribles. Todos observaban con rabia a los presos disfrazados de policías.

    — Bueno, nos llevamos a las dos chicas. Nos veremos pronto, Marcus.

    Stefan se dio la vuelta para regresar al vehículo pero en ese momento Thomas desenfundó su pistola y se dispuso a dispararle, harto de todo. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, uno de los presos lo vio y apretó rápidamente el gatillo, perforándole el pecho. Thomas cayó sin vida al suelo mientras Sally y Marcus observaban horrorizados. Lisa se arrodilló y tomó el cuerpo de Thomas, llorando.

    — No debió haberse creído John Wayne. — Murmuró Stefan, ahora con seriedad.

    De pronto, el furgón blindado comenzó a ser disparado por varias personas. Los presos miraban a todos lados sin ver a los tiradores, cubiertos tras el vehículo.

    [...]

    — Acabemos con esos hijos de perra. — Murmuró Randall, poniéndole otro cargador a su pistola. — Corre hacia el muro, yo te cubriré.

    Michael asintió y comenzó a correr a toda velocidad mientras Randall disparaba a los presos cubiertos tras el furgón. Marcus vio que aquello era una gran oportunidad para acabar con ellos.

    — ¡Todos a cubierto! ¡Acabad con ellos! — Exclamo Marcus, cubriéndose junto a Lisa tras los contenedores de la entrada.

    Alexa se cubrió tras el camión junto a Sally. Michael logró llegar al muro y se introdujo en el refugio. Randall se encontraba fuera.

    — ¡Estoy harto de ésta mierda! — Exclamo Stefan, asegurándose de que su arma estaba lista. — ¡Matadlos a todos excepto a las dos chicas! ¡Al jefe le encatará tenerlas!

    Sally y Alexa se horrorizaron tras oír aquellas palabras. Con todo el tiroteo era cuestión de tiempo que aparecieran los infectados. Uno de los presos disparaba contra Randall, que estaba solo ahí fuera, con el cuerpo a tierra entre la maleza del descampado que había enfrente.

    Dicho preso vio que Randall no tenía escapatoria y comenzó a aproximarse a él sin dejar de disparar, sin embargo, no se percató de que un infectado lo seguía por detrás. El preso llegó donde estaba Randall.

    — Despídete de la vida. — Dijo el preso, mostrando una enfermiza sonrisa y apuntándole con su escopeta.

    Randall vio que el muerto estaba casi sobre el hombre y le devolvió la sonrisa.

    — Saluda tú a la muerte. — Respondió Randall.

    En ese momento, el infectado tomó por sorpresa al preso y le mordió en la yugular, provocando que éste gritara de dolor y que su sangre saliera a presión. Randall aprovechó la confusión de todos que veían que tras aquel infectado llegaban varios más, completando una docena, y corrió al interior de su refugio para ayudar a sus compañeros.

    — ¡Haced que entren y cubríos! — Ordenó Stefan a sus hombres.

    Los muertos seguían a los disparos y los disparos ahora provenían del refugio. Michael observaba como esa docena iba en aumento cuando había infectados saliendo del bosque. Mientras unos pocos devoraban el cuerpo de aquel preso que atacó a Randall, el resto irrumpía con fuerza en la zona segura.

    — ¡No! ¡No joder, no! — Exclamaba Michael, viendo que su refugio se encontraba muy comprometido.

    Los muertos entraron en el lugar y Marcus comenzó a dispararles, estando él y Lisa más cerca de ellos. La anciana trataba de alejarse de ellos pero en ese momento Thomas se levantó del suelo. La sangre le colgaba de la boca y su mirada era blanquecina. Había resucitado.

    Lisa se echaba hacia atrás cuando chocó con su marido fallecido. Al girarse, vio el rostro de Thomas. Lisa dejó caer unas lágrimas y cerró los ojos, dándose a su marido. Cuando Marcus se giró, solo pudo ver como el resucitado Thomas devoraba la cara de su mujer.

    — ¡¡¡NO!!! — Exclamo Marcus con una mezcla de furia y tristeza.

    Lisa cayó al suelo y Thomas comenzó a comérsela frente la mirada de todos los presentes. Los presos, que se escondieron en el interior del furgón, salieron para rematar a sus enemigos.

    — ¡Terminad con ellos! — Exclamo Stefan, alzando su pistola.

    Marcus disparó a Thomas en la cabeza, quitándole de su sufrimiento y acto seguido hizo lo propio con Lisa para evitar que volviera.

    — ¡Hay que ir dentro! — Dijo Alexa, viendo que la horda se expandía por dentro del refugio. — ¡Hay que ir a la estación de servicio!

    — ¡No voy a dejar que esos inútiles destruyan éste lugar! — Gritó Michael, disparando contra ellos.

    Randall se acercó a Michael y lo empujó, obligándole a que regresara dentro de la estación. Alexa y Sally corrieron tras ellos y Marcus iba el último. Sin embargo, antes de que pudieran entrar, los presos dispararon rápidamente y les obligaron a cubrirse a tiempo. Marcus fue el único que logró meterse dentro.

    — ¡Vaya piernas tienes Marcus! — Exclamo Stefan, riéndose.

    — ¡Muérete! — Gritó Michael, disparando a Stefan pero sin lograr darle.

    Stefan se puso serio y ordenó a los suyos que se abrieran y flanquearan al grupo. Mike y Randall estaban cubiertos tras el vehículo que usaban para largas salidas mientras Alexa y Sally se protegían tras un tanque de gasolina vacío. Marcus disparaba desde el interior de la estación de servicio.

    Dos presos se acercaron a la posición de Michael y Randall sin ser detectados. Estos estaban cubiertos cuando de pronto los dos presos aparecieron de la nada y les apuntaron con las armas.

    — ¡Poneos de rodillas ahora mismo! — Dijo uno de los presos.

    Michael y Randall se miraron con seriedad y decidieron obedecer para no sufrir algo peor. Marcus vio la situación y disparó a uno de los presos en la cabeza, el otro, viéndose en peligro, corrió a esconderse y dejaron a Randall y Michael libres de nuevo.

    Sin embargo, el frío metal de una pistola se posó sobre la cabeza de Marcus, que dejó de disparar al instante.

    — Deberías ser más inteligente, Marcus. Podrías haber huído pero te has quedado. ¿Por qué? — Dijo Stefan, susurrando detrás de él.

    — Porque son mis amigos. — Respondió Marcus.

    Alexa y Sally veían que Marcus ya no disparaba y se preocuparon. Randall y Michael buscaban al resto de presos pero no los encontraban. En ese momento Stefan salió de la estación de servicio cogiendo a Marcus por el cuello y con su pistola apuntando su cabeza. Tras él, sus tres hombres que quedaban con vida.

    — ¿Alguien pretende hacerse el heroe? Porque apretaré el gatillo y le volaré la cabeza a vuestro... amigo. — Dijo Stefan, observando al resto del grupo. — Dejad las armas en el suelo y levantad las manos.

    Todos obedecieron. Los tres hombres de Stefan se acercaron y recogieron las armas de Randall, Mike, Sally y Alexa.

    — Ahora subid todos al furgón. ¡Ya! — Indicó Stefan.

    A punta de pistola, el grupo fue llevado a la parte trasera del furgón. Stefan iba el último sujetando a Marcus.

    — ¿Ves, Marcus? Matar es fácil. Pero es más fácil apuntar a la cabeza de uno para que el resto baje las armas. Te ahorras balas y más muertos caminando por el mundo. — Murmuró Stefan, mientras empujaba a Marcus al interior del furgón. — ¡Vamos, en marcha!
     
  13. Threadmarks: 3x05 (Final): Reclusos
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Ciencia Ficción
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    36
     
    Palabras:
    3300
    Capítulo 5 (Final): Reclusos








    — Esto no puede estar pasando... no puede... esto...

    Brandon observaba su refugio, su hogar, lleno de infectados que vagaban por las instalaciones y con algunos cadáveres en el suelo. Joao logró identificar el cuerpo de Thomas.

    — Maldición... — Murmuró el portugués con rabia.

    — Hemos llegado tarde. — Dijo Fer con preocupación. — Pero puede que estén vivos, hay que mirar si están dentro de la estación de servicio.

    — Tienes razón. — Indicó Brandon, deseando hacer algo por sus amigos. — Hay que entrar como sea.

    — Tengo una idea. — Intervino Gabriel.

    — ¿De qué trata? — Preguntó su hermano.

    — ¿El vehículo de allí funciona?

    — Así es, es el coche de las salidas que hacemos por suministros. — Dijo Brandon. — ¿Qué te propones, Gabe?

    — Dos de nosotros entran, cogen el vehículo y llaman la atención de todos los infectados. Los otros dos esperan a que esté despejado y buscan al resto del grupo en la estación de servicio. — Propuso Gabriel con firmeza.

    — ¿Y luego? — Preguntó Joao.

    — Los del coche despistan a la masa y vuelven a por los otros dos para ver que hacemos si no están allí dentro.

    — Es lo mejor que tenemos, así que me apunto. — Dijo Brandon. — ¿Qué dos van a por el vehículo?

    — La idea ha sido de Gabriel, así que él debería ir. — Murmuró Joao.

    — Tienes razón, y tú irás con él. — Le ordenó Fer con seriedad.

    Joao miró con desprecio a Fer, ya que le había puesto en una molesta situación para él. Tenía que luchar codo con codo junto a Gabe, el ladrón, y abrirse camino hasta la estación de servicio. Fer y Brandon serían los encargados de tomar el vehículo y alejar a la muchedumbre de podridos que había allí.

    — Manos a la obra. — Dijo Brandon, deseando suerte a Joao y Gabe con unas palmadas en la espalda.

    Gabriel y Joao se miraron entre sí con inferioridad. Cada uno pensaba lo mismo del otro: era más débil. Gabe sacó media sonrisa y se aventuró hacia el primer infectado que tenía cerca. Éste se giró, lanzando un gruñido y tambaleándose hacia él. El hermano de Fer esperó su momento y rápidamente tomó al muerto por el cuello, inmovilizándole por completo mientras acto seguido hundía su cuchillo en la frente del ser.

    Gabriel se giró para ver a Joao, quien no mostró ninguna reacción. El portugués se lanzó a por el siguiente con total convicción. Fer y Brandon observaban con seriedad como se desenvolvían sus compañeros. Joao corrió hacia uno de ellos, que antes de que pudiera girarse, recibió un empujón por detrás, cayendo al suelo brutalmente.

    El cuerpo del portugués era grande y musculoso, permitiéndole hacer ese tipo de cosas. Joao no paró de hacer eso, abriendo camino para que Fer y Brandon corrieran y subieran al coche. Gabriel se encargaba de acabar con los que caían, para que evidentemente no se levantaran.

    Aquel ajetreo atrajó la atención del resto de infectados, que centraron su atención en los cuatro vivos que se abrián paso y llegaban al vehículo. Brandon no se lo pensó y rompió el cristal de la ventanilla del conductor, ya que buscar las llaves dentro era inviable ahora. Rápidamente abrió la puerta y entró, preparado para hacerle un puente al coche.

    — ¡Todos atentos! ¡Ya vienen! — Exclamo Fer, junto a Gabe y Joao.

    El trío estaba cerca del coche, cubriendo la posición de Brandon que trataba de hacer arrancar el coche. Los infectados se iban acercando juntos, haciendo que la situación pasara de estar controlada a estar en peligro. Sin embargo, el hermano de Michael pudo encender el motor a tiempo y Fer se metió de copiloto. Joao y Gabe comenzaron a correr hacia la estación de servicio por si quedaba alguien con vida.

    Unos pocos infectados se fijaron en ellos, pero la mayoría comenzaron a perseguir al coche que manejaba Brandon junto a Fer, que salió del lugar para alejar a la multitud de muertos. Brandon conducía mientras Fer se aseguraba de que los muertos los siguieran.

    — Parece que funciona, tenemos a muchos detrás nuestra. — Dijo Fer, volviendo a su posición inicial.

    — ¿Hasta donde debemos ir? — Preguntó Brandon, con ambas manos en el volante.

    — Hazte tres kilómetros, les despistas y regresamos.

    Brandon asintió y aceleró un poco para tener un margen de espacio entre la pequeña horda de muertos y el vehículo.

    Joao entró rápidamente en la cocina en busca de sus compañeros, buscándoles por todas las habitaciones de la estación de servicio. Gabe hizo lo propio, pero iba más pausado. Sin embargo, allí no habia nadie. El portugués salió apenado y con rabia del lugar. Fuera, la escena era triste. Había varios cuerpos en el suelo, sin vida, esperando que el tiempo terminara pudriéndolos.

    — Nadie, ¿verdad? — Murmuró Gabriel, observando el refugio en el que robó semanas atrás, ahora en un silencio sepulcral.

    — Nadie. — Respondió Joao, girándose hacia su compañero. — Ahora solo queda esperar a que regresen Brandon y Fer y pensar algo.

    — Así es.

    De pronto, Joao tomó su pistola estando de espaldas a Gabe. Éste tuvo el presentimiento de que el portugués no iba a darle la oportunidad de redimirse y corrió al interior de la estación de servicio. Joao se volteó y disparó, dando en el cristal de la puerta. Acto seguido corrió al interior para buscar a Gabriel, que se había escondido.

    — ¡¿En serio pensabas que iba a ser tu amigo así sin más?! — Comenzó a decir Joao, mientras inspeccionaba cada rincón de la vivienda.

    Gabe se encontraba escondido tras el aparador de la cocina. Agazapado, esperando a que el portugués pasase cerca para lanzarse sobre él. Joao entró en la cocina.

    — Sabes que es cuestión de tiempo que te encuentre. A tu hermano también lo mataré si es necesario, solo sois unos inútiles.

    Joao pasó por el aparador y Gabe aprovechó para tomarlo por detrás. Lo sujetó por el cuello con ambos brazos, apretándole la yugular para cortarle el riego sanguineo. Sin embargo, Joao era un hombre corpulento y logró zafarse de sus manos dándole repetidos codazos en el abdomen. Gabe se fue unos metros atrás quejándose del golpe mientras Joao le apuntaba con el arma.

    — Buen intento, pero has fallado. — Decía el portugués con una mano en el cuello y la otra con la pistola. — Despíd...

    En ese momento, Gabriel le dio una patada en la mano consiguiendo así quitarle la pistola, que cayó a un lado de ambos. El hermano de Fer aprovechó para golpearle contundentemente con un rodillo que había sobre el aparador, abriéndole una brecha en la frente a Joao, que cayó al suelo y se estrelló contra una estanteria, aturdido. Gabe tomó la pistola que le había quitado a su enemigo y le apuntó con ella.

    — Tú error fue subestimarme. — Le dijo Gabriel con seriedad. — Los ladrones también sabemos pelear.

    — No tienes valor para matarme. No tienes valor para nada. — Respondió Joao con rabia. — ¿Qué le dirás a Brandon cuando me vea así?

    — La verdad. — Murmuró Gabe, sin dejar de apuntar al portugués. — Me atacaste, y tuve que matarte.

    Gabriel apretó el gatillo y el disparo fue directo a la cabeza de Joao, que antes de que pudiera decir algo recibió el balazo. La sangre comenzaba a brotar del agujero, mientras los ojos de Joao se cerraban poco a poco.

    Mientras Gabe miraba el cuerpo sin vida de Joao, Fer y Brandon regresaban con el coche para preparar el siguiente paso. Ambos bajaron del vehículo cuando Gabriel salía de la estación de servicio con la pistola de Joao en la mano derecha y la camisa salpicada de sangre. Brandon miró al hermano de Fer y supo que había pasado algo.

    — ¿Y Joao? — Preguntó Brandon, con los ojos como platos.

    — ¿Lo has matado? — Preguntó Fer, sorprendido por lo que su hermano había hecho.

    — Sí, pero él me atacó. Tuve que defenderme. — Dijo Gabriel, justificándose. — Fer, sabes que yo no pretendía matarle, él a mi sí. Aprovechó que no estabais para meterme un tiro en la nuca, pero lo supe ver y pude defenderme.

    Brandon se puso las manos en la cabeza y lanzó un largo suspiro, pero creía a Gabe. Joao llevaba desde que lo buscaba empeñado en matarle por robar. Era cuestión de tiempo que lo intentara y así lo hizo.

    — Bueno... — Murmuró Brandon, deseando dejar el tema. — ¿Qué hacemos ahora? ¿Algún plan?

    — No, se los han llevado y no han dejado ninguna pista. Estamos jodidos. — Murmuró Fer, preocupado.

    — Suponemos que han sido esos presos que vimos en el río, ¿cierto? — Dijo Gabe.

    — Así es, son la amenaza que más cerca hemos visto de aquí. — Respondió su hermano.

    — Vale, ¿entonces por qué ese tipo muerto viste como un policía? — Señaló Gabriel a un cadáver con la cara desfigurada debido a los mordiscos.

    Los tres se acercaron al cuerpo fallecido para observarlo más detenidamente. Su rostro estaba tan devorado que el infectado que lo hubiese mordido había llegado hasta el cerebro, que estaba a la intemperie.

    — Puede ser un simple infectado que era policía. — Murmuró Brandon, sin entender que significaba aquello.

    — Te equivocas. — Indicó Gabe con seriedad. — Mirad la placa del tipo.

    Fer se agachó para tomar la placa del cuerpo. En ella ponía claramente que era guardia en la prisión estatal del condado. Aquello fue la pista que buscaban.

    — ¿Crees que se los hayan llevado a la cárcel? Tiene sentido. — Dijo Fer, guardando la placa en su bolsillo.

    — Así es. — Murmuró su hermano, sonriendo tras haber sido el mejor teórico de los tres.

    — Sugiero que nos demos prisa entonces. — Intervino Brandon, corriendo hacia el vehículo. — ¡Subid!

    Rápidamente, los hermanos subieron al coche dispuestos a rescatar a su grupo.

    [...]

    Brandon conducía acompañado por Fer que hacia de copiloto y Gabriel en la parte de atrás. Los tres estaban armados y listos, sin embargo, necesitaban sacarlos de allí sigilosamente. Avanzaron por la carretera cuando vieron una señal que indicaba que se aproximaban a una zona cercana a la prisión y que no recogieran a posibles presos fugados.

    — Como cambian los tiempos, ¿eh? — Decía Gabe con ironía. — Antes tratábamos de evitar la prisión y ahora vamos directos a ella.

    — Sí, solo que no planeo quedarme mucho tiempo en ella. — Respondió Fer, riéndose.

    — Chicos. — Dijo Brandon, señalando al frente. — Está ahí delante.

    La carretera seguía, pero una pequeña variación se separaba de ésta y llevaba directo a la entrada de la cárcel. Fer indicó a Brandon con un gesto que metiera el coche en el bosque para evitar ser detectados. Brandon obedeció y condujo hasta meter al coche en el bosque, rodeado de arbustos y árboles. A unos doscientos metros estaba la penitenciería y el trío bajó del vehículo preparado para actuar. En silencio avanzaron por el bosque hasta ponerse tras unos arbustos.

    A unos pocos metros estaba la valla con alambre de púas y más allá se podía ver el patio principal, amplio y con la maleza bastante alta. Gabriel pudo ver a dos presos vestidos de naranja y armados con rifles custodiando la entrada. Brandon oteó por encima y pudo ver también a presos en las torres de vigilancia y armados por igual, aunque lo que más le impactó fue ver a varios cuerpos colgados de dichas torres. Se podía apreciar que estaban muertos para evitar su reanimación, pero aquella escena no dejaba de ser macabra. Además, pudo comprobar que Arthur, aquel preso que mató a otro en el río, estaba colgado. Fer pudo identificar el autobús que vieron en el río y a su lado vio un furgón blindado. De el salieron varios presos cuando de pronto dos de ellos ordenaban en fila a Sally, Marcus, Randall, Alexa y Michael.

    — ¡Los veo! — Dijo Fer, señalando la posición.

    Brandon y Gabe siguieron el dedo índice de Fer para ver donde estaba el grupo. Efectivamente, estaban siendo llevados al interior de la prisión, probablemente a uno de los módulos.

    — Mierda, se los llevan. — Murmuró Gabriel.

    — Tenemos que hacer algo, y rápido. — Musitó Brandon mientras veía con impotencia como perdía de vista al grupo.

    — Haremos algo, no te preocupes. — Dijo Fer, percatándose de que dos presos se aproximaban por fuera de las vallas. — ¡Al suelo!

    Brandon y Gabriel obedecieron a Fer y se agacharon para evitar ser vistos. Ambos presos caminaban al parecer alrededor de la prisión, para limpiar el perímetro de muertos.

    — ¿A quién le toca el turno de noche? — Preguntó uno de los presos, que llevaba un machete en una mano y una cerveza en la otra.

    — A David y Phillip si no me equivoco. ¿Por? — Respondió el otro, que cargaba una escopeta y llevaba gafas de sol.

    — Porque patrullar de noche es una locura. No sé como Theodore lo permite. — Dijo el del machete.

    Fer le indicó con una mirada a su hermano que se preparara para atacar. Gabe se agazapó esperando la oportunidad, mientras Brandon observaba con curiosidad.

    Fer esperó a que los presos pasasen por delante y cuando lo hicieron se lanzó a por el de gafas de sol. Antes de que su compañero pudiera reaccionar, Gabe le clavó el cuchillo por la espalda a la altura de los riñones, matándolo al instante.

    Fer comenzó asfixiar al preso, que trataba desesperadamente de zafarse de sus brazos, sin poder hacer nada debido a que fue pillado desprevenido. En unos largos segundos de agonía, el hombre exhaló su último aliento.

    El hermano de Gabe lo dejó caer con rabia y le quitó la escopeta. Gabriel hizo lo propio con el otro, cogiéndole el machete.

    — ¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? — Preguntó Brandon, tras ver la escena anterior.

    — Infiltrarnos. — Respondió Fer, quitándole el traje de preso al hombre que había asesinado. — Y tú vienes conmigo.

    — ¿Y yo qué hago? — Preguntó Gabe, sorprendido por la decisión de su hermano.

    — Tú te quedas en el coche, prepárate para cubrir nuestra huida si es necesario.

    — Fer, ¿por qué yo? No sé si me veo capaz... — Murmuró el hermano de Michael, sin creer en sus habilidades.

    — Porque ahí está tú hermano, se supone que quieres sacarle. No voy a hacer que yo y mi hermano hagamos el trabajo sucio mientras te quedas tú aquí. Además, mi hermano no tiene ningún lazo con nadie del grupo, tú y yo sí. — Respondió Fer, ya con el traje de preso puesto. — ¿Cómo me queda?

    — Joder hermanito, casi podrías ser uno de ellos con esa cara de criminal. — Dijo Gabriel, riéndose.

    Brandon comenzó a vestirse con el traje del otro preso cuando éste comenzó a resucitar. Sorprendido y asustado, Brandon reaccionó pateándole la cabeza. Acto seguido le clavó su cuchillo a él y al otro.

    — A la próxima, matadles bien para evitar que resuciten con nosotros delante. — Dijo Brandon, algo molesto.

    Una vez Fer y Brandon estaban vestidos y armados, se prepararon para dar la vuelta a la cárcel hasta encontrar una entrada. Gabe se despidió de su hermano con un largo abrazo.

    — Sé que podrás sacarlos de ahí. — Murmuró Gabe, confiando plenamente en su hermano.

    — Trataré de hacerlo. Tú mantente alerta. — Respondió Fer, sintiéndose apoyado por su hermano.

    — ¡Brandon, mucha suerte! — Exclamo Gabriel.

    — Lo mismo te digo. — Respondió Brandon con seriedad. — ¿Vamos, Fer?

    — Sí, vamos.

    Fer y Brandon emprendieron su camino, rodeando la prisión hasta encontrar una entrada por la que se supone que habrían salido esos presos que habían matado.

    Gabe volvía con pasividad al vehículo. Subió y miró en la guantera en busca de discos de música. Efectivamente, había uno de rock. Pese a que no era muy fan de éste, decidió ponerlo a bajo volumen para no sentirse solo. Tan solo esperaba que su hermano y Brandon pudieran sacar a sus amigos sin problemas.

    [...]

    Stefan llevaba al resto del grupo por los pasillos del corredor de la muerte de aquella cárcel. A cada lado había una celda con puertas de metal, pero el preso los llevaba al final. Una vez llegaron a la puerta, se giró hacia los capturados con una sonrisa tan suya.

    — Chicos, llevaos a las mujeres donde ya sabéis. — Dijo Stefan, mientras dos hombres le hacían caso.

    Uno de ellos tomó a Sally, que comenzó a forcejear contra él. Sin embargo, el preso no dudó en perder el tiempo y la golpeó con fuerza en la cara, aturdiéndola y tomándola por la cadera para ponerla sobre él.

    Viendo lo sucedido con Sally, Alexa decidió resignarse y no oponer resistencia. El preso que se la llevaba la tomó de las manos para que no intentara nada y se la llevó.

    Marcus, Randall y Michael miraban la escena con rabia y tristeza. Estaban retenidos en un gran complejo y en el que había más de cincuenta presos. Escapar de allí comenzaba a ser un sueño, una quimera.

    Stefan abrió la puerta de la celda final y empujó a los tres hombres allí dentro. En esa celda, que era extensa, había varias sillas con esposas listas para ser puestas y una mesa con todo tipo de herramientas e inyecciones. Ante ellos se presenció un preso que llevaba unas gafas de leer de cerca, el pelo muy corto y una edad aproximada de unos sesenta años.

    — Parecen sanos. — Dijo el viejo, que sujetaba una libreta con apuntes y un bolígrafo en sus manos.

    — Doctor Self, usted sabe que siempre le traigo lo mejor. — Dijo Stefan con una sonrisa de oreja a oreja.

    — Sí, es cierto. — Respondió el doctor, haciendo que Marcus, Randall y Mike se sentaran cada uno en una silla.

    Mientras Stefan observaba por precaución, el Doctor Self esposaba en las sillas a los tres hombres. Michael comenzaba a respirar agitadamente, bastante asustado. Randall miraba con frialdad al doctor y a Stefan, sin inmutarse. Marcus parecía resignado y abatido, como quién siente que tiene la culpa.

    — Bueno, le dejo con sus experimentos. — Dijo Stefan, con intención de cerrar la puerta. — ¡Disfrutad mucho, chicos!

    Stefan cerró la puerta tras él mientras el Doctor Self tomaba una inyección de la mesa, al parecer llena de una sustancia blanquecina. Éste se giró para ver a sus nuevas ratas de laboratorio.

    — Creo que debería presentarme. Mi nombre es Self, soy un médico forense con cierta curiosidad por el virus que azota el mundo y... bueno, digamos que voy a ver cuanto tardáis en transformaros. No solo eso, voy a analizar muchas cosas. Son para mi estudio —el doctor señaló su libreta con apuntes— así que no os preocupéis, vuestras vidas servirán a un buen propósito.

    El Doctor fijó la vista en Randall, viéndolo fuerte y con una mirada desafiante. Marcus notó esto y decidió centrar en él su atención.

    — Pruebe conmigo primero, psicópata de mierda. Ojalá me transforme y te devore lentamente. — Dijo Marcus, con una mezcla de rabia y sentimiento de autoculpa.

    El Doctor Self asintió con una pequeña sonrisa y se centró en Marcus, pero en su lugar, dejó la inyección en la mesa.

    — ¡¿Qué mierda dices, Marcus?! — Susurró Randall furioso. — ¡¿Quieres que te maten o qué?!

    — Fue mi culpa que acabaran aquí. No pude pararles. Si lo hubiese hecho, no estaríamos aquí. Seguiríamos a salvo en la estación de servicio. Pero lo eché todo a perder, así que déjame por una vez enmendar mis errores y asumir la culpa. De alguna u otra forma, os daré tiempo para poder probar un escape. — Respondió Marcus.

    — No dejaré que estés a merced de ese enfermo. Saldremos de aquí los tres, ya lo verás. — Dijo Randall, tratando de disuadir a Marcus.

    El Doctor Self se giró con un bisturi de grandes dimensiones en sus manos. Los tres lo miraron sorprendidos y aterrados, especialmente Michael. Nunca había imaginado estar en una situación así. La luz de aquella celda parpadeaba por momentos, llenando de penumbra aquel lugar aterrador por segundos. El Doctor se acercó a uno de ellos con el bisturí, y tras aquello, la sangre salpicó el rostro de Self, mientras sonreía al perforar el corazón de su víctima, que gritaba durante los últimos segundos de su vida.
     
  14. Threadmarks: 4x01: Al pie del cañón
     
    Manuvalk

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    Ciencia Ficción
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    3263
    Cuarta parte: Iguales que ellos





    Sinopsis: El grupo se enfrenta a su mayor problema hasta ahora: los humanos. Un grupo de presos bien organizados por uno de ellos, llamado Theodore, campan ahora a sus anchas, secuestrando gente y aprovechándose de sus recursos dependiendo de las necesidades. Con la mayor parte del grupo retenido, Fer, Gabe y Brandon son su única esperanza, no obstante, no será fácil. El grupo tiene posibilidades de sobrevivir pero, ¿que harán en el exterior de nuevo?




    Capítulo 1: Al pie del cañón



    Los gritos eran escalofriantes. Penetraban el alma, te la desgarraban. Pero solo duraban unos segundos. Hasta que el corazón dejaba de latir.

    El doctor Self dejó el bisturi, manchado de sangre, a un lado de la mesita. Su sonrisa lo decía todo: disfrutaba asesinando. Aquel hombre estaba loco, y la celda en la que vivía decía mucho de él puesto que se encontraba muy cerca de la sala donde estaba la silla eléctrica.

    Su rostro estaba lleno de sangre, incluso sus gafas, estaban empañadas de ésta. La sudor de su frente caía en contadas gotas al suelo grisáceo y sucio.
    Michael observaba horrorizado a su amigo, muerto. Randall hacía lo propio, pero su expresión era de rabia. Marcus tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas del dolor, tal y como estaba antes de morir.

    El doctor inició un cronómetro para ver cuando tardaba Marcus en transformarse. Mientras Michael y Randall seguían en shock, Self decidió abandonar la habitación, puesto que estaban atados y no había peligro de que pudieran huir.

    — No causéis mucho alboroto. Volveré pronto. — Dijo el doctor Self, cerrando la puerta una vez salió.

    [...]

    Tras la prisión había un agujero en el muro, fruto de alguna granada o explosión cercana. Sin embargo, estaba obstruido por un vehículo que hacía de barrera. Fer y Brandon se agacharon y con el cuerpo a tierra comenzaron a avanzar por debajo del coche, que era un todoterreno. Desde allí abajo, observaron alrededor para asegurarse de que no hubiesen presos vigilando la zona.

    — Despejado.

    Fer salió el primero, portando la escopeta que le robó al preso que mató hacía menos de diez minutos. Brandon llevaba el machete del otro. Ambos vieron el lugar en el que estaban.

    — Módulo B... — Murmuró Fer, viendo una gran B pintada de negro en la pared.

    — ¿Vamos a entrar? — Preguntó Brandon, nervioso.

    — Así es, en silencio y sin llamar la atención. — Respondió el hermano de Gabriel, asegurándose de que nadie les veía. — Vamos.

    La puerta estaba abierta, por lo que no tuvieron que forzarla. Ambos entraron tranquilamente. El módulo era de dos pisos, con celdas en la parte baja y en el segundo piso. Una gran cantidad de presos se encontraban allí, algunos hablando, otros jugando a las cartas o al ajedrez y unos pocos llevaban armas, vigilando el lugar. Fer y Brandon se miraron con disimulo, listos para actuar. Su objetivo era buscar a sus amigos, sacarlos y desaparecer de allí.
    Fer y Brandon comenzaron a caminar en dirección a los pasillos que entrelazaban los módulos cuando alguien comenzó a hablar por megafonía.

    En diez minutos comenzará la subasta que realiza nuestro salvador, Theodore, para ver quién gana una hora con una de las chicas que tenemos. El concurso se realizará en el patio.

    Todos los presos comenzaron a gritar, exaltados, al oír aquellas palabras. Parecían celebrar esa subasta que se iba a producir en breve. Fer supuso que ahí estarían las chicas del grupo, por lo que decidió participar en ese concurso como uno más.

    — Voy a participar, si tienen a nuestras chicas, me encargaré de liberarlas. — Dijo Fer, viendo en ello una oportunidad.

    — Yo seguiré buscando a mi hermano y al resto. — Respondió Brandon, dándole la mano a Fer. — Mucha suerte, amigo.

    — Lo mismo te digo.

    Brandon comenzó a caminar en dirección a dichos pasillos, que daban con los distintos módulos de la prisión. Fer decidió seguir a la multitud, que se dirigía al patio para la subasta de chicas.

    [...]

    Media hora antes


    Dos presos llevaban a Sally y Alexa a la celda de su líder, Theodore. Sin embargo, más que una celda, era una gran habitación. Un cuarto amplio en el que se guardaban los productos de limpieza, herramientas y demás materiales cuando la cárcel estaba en funcionamiento y los muertos no caminaban por las calles. Ahora, por orden de Theodore, se convirtió en su hogar y en el de sus mujeres. Hasta ahora tenía tres, pero con Sally y Alexa su harem ascendía a cinco mujeres. Los dos presos tocaron a la puerta a la espera de una indicación de su jefe.

    — ¡Adelante!

    Uno de los presos abrió la puerta y empujó a Alexa, que cayó al suelo. El otro entró con Sally en brazos, despierta pero mareada tras el golpe que recibió. Theodore, que se encontraba en su cama abrazado por las tres mujeres, les ordenó apartarse y se levantó. El líder de los presos se encontraba desnudo, pero no dudo en ponerse un albornoz ante la presencia de las nuevas.

    — Levántala. — Le ordenó al preso que empujó a Alexa. — Y como vuelvas a tratar a una mujer de esa forma, te cuelgo junto al resto. Podéis marcharos.

    Ambos presos asintieron, casi como si se tratara de un rey, y abandonaron la habitación. Con las puertas cerradas, ahora estaban Theodore y sus chicas.

    — Bienvenidas. — Murmuró, dirigiéndose hacia la mesa para ponerse una copa de bourbon. — Siento las formas de mis servidores, perdieron los modales en el momento en el que entraron en ésta prisión. ¿Queréis un poco?

    Alexa negó con la cabeza mientras Sally mostraba un rostro de desorientación palpable.

    — Vaya, ¿estás bien? Te veo como el culo. — Dijo Theodore, dándole un sorbo a su bourbon. — ¿De verdad que no queréis?

    — Lo que quiero es que nos dejes marchar. — Dijo Alexa con seriedad.

    Theodore comenzó a reírse, mientras sus tres chicas observaban la escena en silencio, sentadas sobre la cama con los pechos al aire.

    — ¿De qué... te ríes...? — Dijo Sally, costándole bastante hablar.

    — Joder, ¿por qué hablas así?

    — Uno de tus sirvientes le dio un fuerte golpe en la cabeza. Está aturdida. — Respondió Alexa, cuidando de su compañera.

    — ¿Quién de los dos fue? — Preguntó Theodore, cambiando su rostro que pasó de sonrisa a mirada seria.

    — El grande, el que la llevaba en brazos. — Dijo Alexa.

    — Haré que lo cuelguen. — Dijo el líder de los presos, terminándose el bourbon que se había puesto en el vaso. — Bueno chicas, siento deciros que no vais a marcharos de aquí. Ahora sois de mi propiedad, os guste o no.

    — ¿De tú propiedad? ¡Eso es ridículo! — Exclamo Alexa, molesta con las palabras de ese hombre.

    — ¡No me reproches! — Gritó Theodore, alzando la mano con intención de golpearla. — ¿Ves lo que me haces hacer? Casi te pego.

    Alexa miraba a Theodore con ira mientras Sally seguía cabizbaja.

    — Mirad, sé que cuesta aceptarlo, pero ahora sois mías. Sí aceptáis, os convertiré en mis mujeres y estaréis a salvo. Si os negáis... bueno, terminaréis arrastrando los pies como esos seres putrefactos de ahí fuera. ¿Qué decidís?

    — Tampoco... tenemos alternativa... — Murmuró Sally.

    — Así me gusta. — Musitó Theodore, sonriendo. — Quitáos la ropa, por favor.

    — ¿Cómo? — Dijo Alexa, sorprendida.

    — ¿Vas a hacerme repetirlo? — Preguntó el hombre, con seriedad. — Vamos, quiero ver vuestros atributos antes de la subasta.

    Las tres mujeres que estaban en la cama observaban a Alexa y Sally con tristeza. Ellas habían pasado por lo mismo y sabían lo que se sentía desnudarse ante un hombre que no las quería y que solo era un violador baboso.

    Alexa comenzó a quitarse la camiseta, mientras Sally comenzó por los zapatos y los pantalones. Theodore parecía excitarse poco a poco, mientras ambas mujeres iban mostrando sus carnes. Finalmente, ambas se desnudaron frente al líder de los presos, que no dejaba de observarlas.

    — Antes de que empiece la subasta, me gustaría estrenaros yo primero... — Dijo Theodore, bajándose la cremallera del pantalón. — ¡Chicos!

    Los dos presos que habían llevado a Alexa y Sally allí, entraron para atender la petición de su líder.

    — Llevaos a las otras tres chicas para que se preparen. La subasta empieza en quince minutos. — Ordenó Theodore, deseando quedarse a solas con ambas mujeres.

    Dicho y hecho, sus dos sirvientes se llevaron a las tres mujeres de la habitación, dejando a Theodore con Alexa y Sally.

    — No sé a quién elegir, las dos estáis increíblemente bien. — Murmuró Theo, quitándose los pantalones.

    Sally comenzó a sollozar mientras Alexa trataba de no hacerlo. El líder de los presos vio que Alexa no se inmutaba, y eso le excitó aún más. Éste tomó una pistola que tenía en un sillón de al lado y apuntó a Sally.

    — Cariño, vete con las otras chicas. Tú amiga tendrá la suerte de que la estrene yo antes que otro enfermo de los que tengo a mis órdenes. — Dijo Theodore, cara a cara con Alexa. — Tú y yo vamos a pasarlo muy bien...

    Alexa comenzó a soltar varias lágrimas mientras Theodore comenzaba a tocarla. Sally salió llorando de la habitación.

    [...]

    Actualidad


    El patio estaba lleno de presos. Todos clamaban a la espera de que apareciera Theodore para subastar a las mujeres. Sobre los asientos del campo de baloncesto, serían posicionadas las mujeres, de pie. Fer observaba como la multitud estaba eufórica, y él esperaba con ansias que Sally estuviera ahí para llevársela, aunque fuera por la fuerza si perdía la subasta.

    Cuando Theodore salió del módulo C, todos los presos comenzaron a aclamarlo, alzando las manos y coreando su nombre. El líder de los presos trataba de calmar la eufória haciendo un gesto de tranquilidad. Una vez los presos se callaron, él comenzó a hablar.

    — Sé que hacía tiempo que no hacía una de estas subastas que tanto os gustan. ¡Pero si mi pueblo lo pide, lo tiene!

    Con la última frase, los presos gritaron de euforía y emoción. Fer era de los pocos que no lo hacia, sintiéndose como un depravado entre tanto criminal. De nuevo, cuando los presos se calmaron, Theodore siguió con su discurso.

    — Hoy, tenemos a dos chicas más con nosotros aparte de las tres de siempre. Voy a hacerlas pasar una a una para que disfrutéis de las vistas.

    Theodore indicó con un gesto a uno de los suyos que hiciera pasar a la primera chica.

    — ¡Con todos vosotros... Milla! ¡La rusa más candente que podáis conocer! — Dijo Theodore, alzando los brazos como si fuese un presentador de televisión.

    La mujer, llamada Milla, parecía efectivamente rusa por sus rasgos. Su piel era blanquecina, estaba delgada y no tenía mucho físico, pero su mirada era bonita pese a que estaba notablemente deprimida.

    La chica se colocó a un lado de Theodore mientras los presos le lanzaban todo tipo de piropos bastos. Fer se sentía repugnante al estar rodeado de depravados sexuales.

    — ¡La siguiente es Diana! ¡La más exótica de todas!

    Diana parecía ser latinoamericana. Era más alta que Milla, también tenía más físico y estaba bien dotada. Sin duda, era una que gustaba bastante a los presos.

    — ¡Con todos vosotros, Alma! ¡La que más uso en mi tiempo libre!

    Alma era muy bonita, y estaba muy bien físicamente. No destacaba, pero tampoco desentonaba. Fer sabía que las próximas en salir podrían ser sus amigas.

    — ¡Una de las que nos han llegado hoy! ¡La acabo de estrenar y puedo decir que sabe lo que es el sexo duro! ¡Alexa!

    Fer observó como su compañera, Alexa, salía desnuda. Lo que llamaba la atención era que estaba llena de moratones y cortes. Aquello enfureció a Fer, que se imaginó a Theodore forzándola a ella y a su chica, Sally.

    — ¡La última que acaba de llegar! ¡No la he estrenado, así que el afortunado tendrá que contarme como lo hace! ¡Sally!

    Fer vio como su amada salía desnuda, sin embargo, no parecía tener signos de haber sido violada. No obstante, se veía en su rostro que había estado llorando.

    — ¡Bien! Con todas las chicas aquí, vamos a repasar algo: la subasta consiste en ofrecerme objetos de valor o interesantes para mí. Si me interesa, tendréis durante una hora a la mujer que toque. ¿Entendido?

    Todos gritaron las palabras de Theodore. Estaban desesperados por empezar. La primera mujer era Milla. Varios presos sacaron objetos de valor y Theodore se dispuso a mirarlos.

    Fer sabía que no tenía nada que ofrecer, por lo que se puso a pensar en una solución rápida. Delante suya había un hombre con un reloj de oro en el bolsillo. Fer pensó que a Gabe se le daría mejor aquello, pero era intentarlo o fracasar. Velozmente, tomó el reloj y se lo guardó en el bolsillo. Por suerte para él, dicho preso no se percató.

    Al final uno de los presos logró llevarse a Milla. La siguiente fue Diana, que también encontró dueño. Tras ella Alma, después Alexa y finalmente estaba Sally. Aún quedaban bastantes, que al parecer querían estrenar a la nueva. Fer apartó a varios de los presos y se aproximó junto a varios hacia Theodore. Todos ofrecían joyas, balas de oro y otras cosas parecidas. Fer entregó su reloj de oro y Theodore lo miró detenidamente.

    — Vaya, llevaba buscando un reloj bastante tiempo. — Murmuró Theodore, dándole unas palmadas al hombro de Fer. — Te la has ganado. Tienes una hora.

    Fer asintió, aguantando las ganas de degollar allí mismo a Theodore. Sally se sorprendió gratamente de ver a su novio allí, que la tomó de la mano y se la llevó al interior del módulo. Dentro, uno de los presos les asignó una celda para ambos.

    — ¿Qué haces aquí? ¿Cómo nos has encontrado? — Preguntaba Sally, abrazando a Fer.

    — No hay tiempo para eso. ¿Te han hecho algo?

    — No, pero a Alexa sí. Ese hombre es...

    — Hombre muerto. — Murmuró Fer. — Mira, tengo un plan. Brandon está buscando al resto. Nos reuniremos en la parte trasera del módulo B, allí saldremos. Mi hermano nos espera fuera con un vehículo. Habla con Alexa y tráela.

    — Espera, Fer, no voy a dejar a las otras chicas aquí. Me han ayudado, estaba destrozada y ellas me han apoyado antes de salir ahí fuera. Las traeré conmigo.

    Fer asintió, sabiendo que eso ponía en riesgo el plan.

    — Me parece bien, pero si hay problemas, coges a Alexa y te largas. ¿Entendido? Sois la prioridad.

    — Entiendo.

    — ¿Dónde está Cassandra?

    Sally miró a su pareja con tristeza. La mujer se puso cabizbaja y comenzó a soltar varias lágrimas, algo que Fer entendió a la perfección.

    — Mierda... Joder. Sally, ¿te ha quedado claro el plan?

    Sally asintió y acto seguido besó a su amado. Aún les quedaban cincuenta minutos antes de que se separaran.

    [...]

    Brandon avanzaba en silencio por los pasillos cuando vio a un hombre mayor, de unos sesenta años y con gafas, dirigiéndose a una celda. Decidió seguirle para ver donde llegaba.

    El Doctor Self llegó a la puerta de su celda y abrió. Brandon pudo ver desde su distancia privilegiada a Marcus, Randall y Michael.

    — Hermano... — Susurró, decidido a actuar.

    Self se disponía a cerrar la puerta cuando Brandon colocó el pie.

    — ¿Perdone? ¿Quién es usted? — Preguntó el doctor, viendo como Brandon interrumpía en el cuarto.

    Sin decir nada, Brandon le dio un fuerte puñetazo en la cara, provocando que Self retrocediera unos metros hasta chocar contra la pared. Brandon se quedó perplejo al ver a Marcus transformado. Éste lanzaba gruñidos y trataba de levantarse, pero al estar maniatado, no podía.

    — Te vas a arrepentir de esto. — Dijo el doctor Self, tomando el bisturí para pelear.

    — Lo dudo. — Respondió Brandon, lanzándole las inyecciones para despistarle.

    El doctor se cubrió con los brazos, momento que aprovechó Brandon para patearle el abdomen, haciendo que se arrodillara. Justo cuando iba a darle un segundo golpe, Self le hizo un corte en la pierna con el bisturí. Furioso, Brandon le golpeó repetidas veces la cabeza contra el suelo gris hasta que el doctor Self dejó de respirar.

    — ¡Mike! — Exclamó Brandon, soltando a su hermano.

    — ¡Gracias a Dios que has venido! — Dijo Michael, abrazándole.

    Ambos hermanos liberaron a Randall. Los tres se armaron con varios bisturís y otros objetos punzantes.

    — ¿Has venido solo? — Preguntó Randall.

    — ¿Y Joao? — Preguntó Michael, esperando reencontrarse con su gran amigo.

    — He venido con Fer, Gabriel está fuera con un vehículo. Joao... no lo logró.

    Michael asintió, dolido. Randall abrió la puerta.

    — Tenemos que irnos.

    Brandon y Michael salieron los primeros. Sin embargo, Randall quería hacer algo. Su amigo Marcus se encontraba transformado, gruñéndole y maniatado a una silla. Quería liberarlo de aquello.

    — Gracias por sacrificarte por nosotros, Marcus. — Murmuró Randall, serio. — Has demostrado ser un auténtico líder y una gran persona. Tu esfuerzo no será olvidado. Te vengaré, amigo.

    Tras estas palabras, Randall clavó el bisturí en la frente de Marcus, terminando así con su sufrimiento.

    [...]

    Gabriel fumaba sobre su asiento de conductor. Había encontrado un paquete de tabaco en la guantera, y pese a que hacía meses que no fumaba, sintió la necesidad de encenderse uno. En la radio, a un bajo volumen, sonaba Hotel California. El coche se estaba llenando de humo, por lo que tuvo que bajar un poco el cristal de la ventana. Vio a su alrededor, rodeado de bosque y árboles. Ningún infectado a la vista, solo tranquilidad. Lanzó humo por la boca y apagó el cigarro. Allí dentro comenzaba a ahogarse, por lo que salió del coche para tomar aire fresco para que el propio vehículo se aireara.

    De pronto, las alarmas de la penitencieria comenzaron a sonar a un alto volumen. Gabe observó desde la distancia como los presos que hacían guardia en las torres bajaban corriendo de ellas. Algo había pasado. O estaba pasando. Sin embargo, no podía hacer nada. Fer le dio instrucciones claras: quedarse en el coche para la huida. Y eso iba a hacer. Confiaba en el buen hacer de su hermano para sacar al grupo de allí. Fer siempre sabía que hacer, y eso a Gabriel, cuando era más pequeño, le daba envidia. Porque cuando su padre lo castigaba, Fer lograba convencerlo de que le levantara el castigo y pudieran jugar en el jardín trasero de casa.

    Pero el recuerdo se esfumó cuando las alarmas cesaron. Volvió el silencio al bosque. Gabe decidió que era hora de regresar dentro del vehículo. Se sentó en su asiento de piloto y puso la canción de Hotel California de nuevo. Cerró los ojos para meterse en su subconsciente. Le encantaba recordar viejos momentos con su hermano, o con la chica que siempre quiso pero que conoció cuando el caos reinaba en las calles. Se llamaba Alma, y la perdió de sus brazos cuando un bus de color gris embistió el vehículo en el que iban. Él perdió el conocimiento debido al fuerte choque, y al despertar no estaba. No había rastro de que estuviese muerta, pero no había pistas de que estuviese viva. La echaba de menos. Desde que ella no estaba, él no fue el mismo. Desconfiaba totalmente de la gente que no conocía, y requería de pruebas de lealtad para confiar en extraños.

    De pronto, la canción terminó. Y el sonido se esfumó. Sin embargo, ya no había silencio. Gabe comenzó a escuchar gruñidos lejanos, como si se los imaginara. Trató de asegurarse de que no estaba soñando. Era real. Esos gruñidos se oían, lejos, pero aproximándose. Y los vio. Pudo verlos, avanzando por la carretera. Primero un grupo de cinco, luego uno de siete, después una docena y en aumento. Todos ellos tenían un destino en común: la prisión.
     
  15. Threadmarks: 4x02: Juntos
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 2: Juntos






    — ¡Buscad a los dos que han escapado y a quien les ha soltado! ¡Ahora! — Ordenó Stefan, mientras observaba el cadáver del doctor Self en su pequeña sala de experimentos.

    Sus hombres comenzaron a armarse y se disponían a peinar toda la prisión en busca de Randall y Michael, además del desconocido que les había ayudado.
    El doctor Self comenzó a mover los dedos de la mano derecha, resucitando tras más de media hora fallecido.

    Stefan observaba con repugnancia como el anciano trataba de levantarse.

    Antes de que pudiera hacerlo, Stefan le disparó en la cabeza sin pestañear. Sin decir ni una palabra, el preso y mano derecha de Theodore salió de la celda con rabia.

    [...]

    Fer se encontraba abrazado a Sally, su mujer seguía desnuda pero el hombre no dudó en darle ropa. Aún les quedaban veinte minutos juntos cuando las alarmas de la prisión comenzaron a sonar.

    Rápidamente, Fer se incorporó y se asomó por un lado de la celda. Desde el segundo piso, pudo ver como un escuadrón de presos comenzaba a limpiar cada una de las celdas del bloque.

    — Mierda, creo que nos están buscando. — Murmuró Fer, volviéndose hacia su chica. — Sally, tenemos que irnos ya. ¿Sabes dónde están las demás chicas?

    — Creo que sí. Sígueme. — Respondió Sally, tomando la delantera.

    La pareja comenzó a bajar las escaleras del segundo piso de celdas con sigilo, para no llamar la atención de los presos que estaban asegurando cada habitáculo.

    Con éxito, ambos corrieron por los pasillos del bloque hasta llegar al patio. Sorpresivamente, allí estaba Alma, siendo golpeada por el preso que la había obtenido.

    — ¡Cállate perra! — Exclamo aquel preso, un hombre gordo y con barba. — ¡Tienes que hacer lo que yo te ordene!

    Aquel hombre golpeaba brutalmente a Alma en el rostro, evitando que ésta pudiera defenderse. Fer corrió hacia el tipo y lo placó, tirándolo al suelo. Sally fue a socorrer a su amiga, con la cara llena de sangre.

    — ¡¿Cómo te atreves —decía Fer con ira, mientras golpeaba al preso— a golpear a alguien indefenso?!

    Fer no dejaba de golpear a aquel hombre, que trataba sin éxito de frenar sus puñetazos. Finalmente, el preso obeso terminó inconsciente. Fer se incorporó y fue a por las mujeres. Sally ayudó a Alma a levantarse.

    — ¿Estás bien? — Preguntó Fer, viendo a la mujer bastante malherida.

    — Sí, pero lo estaré más cuando nos vayamos de aquí. — Respondió Alma, escupiendo sangre.

    — ¿Sabes dónde están Diana, Alexa y Milla? — Le preguntó Sally.

    — Alexa y Diana están en la habitación de Theodore, ya habían acabado con sus... Ya sabéis. Milla debe seguir con su hombre. Reside en el bloque C, lo conozco. — Dijo Alma, contribuyendo a la búsqueda de sus compañeras.

    — Entonces no hay más que hablar, vayamos a por Milla y después a por Alexa y Diana. — Indicó Sally.

    — Seguidme. — Murmuró Alma, metiéndose por los pasillos de la prisión.

    Las luces de los pasillos parpadeaban mientras Fer, Sally y Alma avanzaban sigilosamente. De pronto comenzaron a oír voces que se aproximaban. Sally vio una puerta e inmediatamente avisó a Fer y Alma. Los tres se metieron allí dentro, esperando a que los presos pasaran de largo.

    Stefan y Theodore caminaban por los pasillos acompañados de cuatro hombres más. Además de la fuga de Randall y Michael, la prisión comenzaba a ser asediada por una gigantesca horda de infectados.

    — Quiero tiradores en cada torre, que vayan abatiendo a los infectados. ¿Entendido? — Ordenó Theodore, con el ceño fruncido y la mirada seria al frente.

    — A este paso nos quedaremos sin munición. No podemos matarlos a todos si no hacen más que venir. — Respondió Stefan, tratando de hacer entrar en razón a su líder.

    — Si encuentro al capullo que arregló la instalación eléctrica y activó la alarma... — Rugió Theodore, furioso.

    Los presos pasaron por el pasillo sin percatarse de nada. Tras la puerta, Fer y las chicas habían escuchado la conversación. Sally entreabrió la puerta y se aseguró de que no hubiese nadie.

    — Vía libre.

    El trío salió y se dispuso a seguir buscando a las chicas cuando tres hombres aparecieron frente a ellos. Fer sacó su cuchillo, dispuesto a atacar. Sin embargo, esos hombres simplemente se pararon al frente.

    — Vaya, no esperaba que nos reencontráramos así. — Dijo Randall, mostrándose. — Me alegra verte de nuevo, amigo.

    Fer guardó el cuchillo y abrazó a Randall.

    — Lo mismo digo. Brandon, sabía que los encontrarías.

    — No fue fácil, más bien tuve algo de suerte. — Respondió Brandon, dándole la mano a Fer.

    — Michael. — Dijo Fer, dándole la mano a éste. — ¿Y Marcus? ¿Dónde está?

    Los tres asintieron, apenados. Randall negó con la cabeza, dándole a entender a Fer que no estaba con vida. Fer suspiró, dolido. Sally no podía creerlo.

    — ¿Lo han matado? — Preguntó la mujer, asimilándolo.

    — Así es. Un preso enfermo de la cabeza. — Murmuró Randall. — Yo y Michael íbamos a ser los siguientes.

    — Hay que irse de aquí cuanto antes. — Dijo Michael, que no quería perder el tiempo.

    — Primero tenemos que rescatar a Alexa y dos chicas más. — Dijo Fer, que no iba a dejar a nadie atrás. — Brandon, tu sabes por donde hemos entrado. Llévate a tu hermano y a las chicas y sácalos de aquí, yo y Randall buscaremos a las demás.

    — Eso está hecho. — Respondió el hermano de Michael.

    — Yo no me voy. — Intervino Sally, que no iba a huir ésta vez.

    — No quiero que corras más peligro. — Dijo su novio, tratando de protegerla.

    — Quiero ayudar, y lo voy a hacer. — Sentenció la mujer.

    — Alma, quédate tranquila y ve con ellos. Te protegerán. — La tranquilizó Fer.

    Alma accedió a irse junto a Brandon y Michael y los tres emprendieron el camino de salida. Fer, Randall y Sally se encargarían de buscar a Alexa, Diana y Milla.

    Los presos se desplazaban por toda la cárcel en busca de los fugados y los infiltrados. Fer, Randall y Sally seguían por los oscuros pasillos con una ténue luminosidad. Finalmente llegaron al Bloque C. Allí había una multitud de presos que formaban un círculo, rodeando a alguien.

    — Quedaos aquí, si os ven podrían reconoceros. — Dijo Fer, que seguía contando con el factor sorpresa al ir vestido de prisionero.

    Fer se aproximó a la muchedumbre para observar que sucedía. Los presos reían y gritaban mientras pateaban a una mujer. Fer apartó a varios de ellos hasta encontrarse a Milla de cara. La mujer estaba transformada pero apatada de pies y manos. Mientras buscaba una explicación, se percató de que tenía cortes en las muñecas. Se había suicidado. Apenado, Fer dio media vuelta y volvió con Randall y Sally. Ambos se sorprendieron al ver el rostro de Fer.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó Sally, preocupada.

    — ¿Qué has visto? — Preguntó Randall.

    — Milla está... muerta. — Murmuró Fer, tragando saliva al dar la noticia a su mujer. — Creo que se ha suicidado.

    Sally se puso las manos en el rostro para evitar llorar. Randall le puso la mano sobre el hombro, en señal de apoyo.

    — ¿Cómo sabes que se ha suicidado? — Le preguntó Randall por curiosidad.

    — Tenía cortes recientes en los brazos. Supongo que no soportó más que la trataran como una esclava. — Respondió Fer, contieniendo su ira. — Hemos llegado tarde...

    Fer abrazó a Sally, que se derrumbó, mientras Randall se aseguraba de que nadie les sorprendiera.

    — Sé que es duro, pero ya habrá tiempo para lamentar muertes. Hay que irse. — Dijo el hombre, queriendo ser precavido.

    Fer y Sally lo comprendían, no era momento para llorar. Ambos asintieron y se alejaron del Bloque C, dejando a aquellos presos reírse y jugar con Milla infectada. El siguiente sitio era la habitación de Theodore, donde estaban Diana y Alexa. Salieron del bloque C y cruzaron el patio hasta acercarse a la habitación.

    Sally avanzaba a paso rápido hacia la entrada al cuarto de Theodore. Si la veían a ella no verían nada extraño, por ello, Fer y Randall se quedaron agazapados tras un generador hasta que Sally les diera un aviso para entrar.

    — ¿Cómo supisteis que estaríamos en ésta prisión? Me sorprende la rápidez con la que habéis venido. — Dijo Randall de pronto.

    — Yo y mi hermano fuimos perseguidos por Brandon y Joao, éste último quería matarnos. Al parecer, el bueno de Michael nos quería muertos. — Dijo Fer, sabiendo que una vez estuviesen a salvo, tendría una charla con el hermano de Brandon. — El caso es que terminamos encontrándonos con un bus de prisión, en el que iban presos armados. Vimos como dos discutían y uno mató al otro. En ese momento supimos que eran peligrosos y sádicos y estaban cerca del refugio, por lo que Brandon nos convenció a todos de unir fuerzas e ir a casa para ser más fuertes y más personas. Pero al llegar, no vimos a nadie, excepto a Thomas y Lisa muertos.

    — Yo y Michael salimos a por suministros, y al volver, Marcus y el resto estaba enfrentando al grupo. Nuestra ayuda no sirvió de mucho, porque nos capturaron a todos e invadieron el lugar. — Dijo Randall, recordando esos momentos. — Por cierto, ¿qué pasó con Joao?

    — Después de eso, yo y Brandon alejamos a los infectados con el vehículo mientras mi hermano y Joao se quedaban allí. Pasó algo entre ellos, Joao quería muerto a Gabe y él se defendió. Mató a Joao pero Brandon sabía aquello pasaría tarde o temprano. — Murmuró Fer, justificando a su hermano. — Los tres nos fuimos en el coche y como sabíamos con certeza que eran presos, buscamos la prisión más cercana y vinimos.

    — Me alegra que lo hicierais, ahora mismo yo y Michael estaríamos muertos como Marcus. — Respondió Randall, dándole unas palmadas en el hombro a su amigo. — Y nunca te he dicho que me alegra haberte conocido en aquella zona de cuarentena, fue un acierto de Sally el haberte traído al grupo.

    — A mi me alegra haberos conocido, yo solo con Andy no podría haber salido de allí. Y sé que no tiene nada que ver, pero siento mucho la muerte de Cassandra. Sally me lo ha contado.

    Randall asintió, apenado por los recuerdos que tenía de ella. La quería, y por culpa de Davidson la perdió. Agradeció el gesto de Fer cuando de pronto Sally asomó la cabeza por la puerta, indicándoles que entraran. Ambos corrieron y se metieron en la habitación, mientras Sally cerraba la puerta tras ellos.

    — Alexa, me alegra verte... — Decía Fer, acercándose para abrazarla.

    Sin embargo, Alexa parecía estar en shock, abrazando a sus rodillas y sentada a un lado del cuarto. Al ver a Fer, no cambió su expresión.

    — Está traumada por todo lo que le ha ocurrido. — Dijo Diana, sentada al borde de la gran cama de Theodore. — Theodore la violó, y el preso que la ganó le hizo pasar de todo. Necesitará tiempo, y salir de aquí principalmente.

    — No dudes en que nos iremos de aquí cuanto antes, justo estábamos buscándoos. — Indicó Fer, volviéndose hacia Sally y Randall. — Bien, es momento de irse.

    Sally asintió y se dirigió a Alexa, tendiéndole la mano. La mujer vio a su amiga y le tomó la mano, pero su mirada parecía ida. Diana tomó sus cosas y ayudó a Sally con Alexa. Fer y Randall salieron delante para defenderlas si se daba el caso.

    [...]

    La mayoría de los presos que habitaban la cárcel se encontraban frente a la alambrada, que era incansablemente empujada por la orilla de infectados que se agolparon en ellas. Los hombres llevaban palancas, cuchillos, machetes y todo tipo de armas cuerpo a cuerpo con las que mataban a los muertos más cercanos. Los tiradores de cada torre disparaban a discreción a todos los muertos que podían, sin embargo, cada vez quedaban menos balas y había más infectados.

    Theodore observaba como la horda de muertos gruñía y empujaba las vallas cada vez con más ímpetu. Era cuestión de tiempo de que cayeran a ese paso, además no dejaban de llegar más de ellos. El líder de los presos sabía que aquel era el día en el que la prisión caería. Mientras todos sus hombres luchaban por evitar el inevitabe final de su hogar, él ya tenía una mochila preparada para irse. Stefan se acercó a él con pasividad, sabiendo lo que su líder y amigo pensaba.

    — ¿Te acuerdas de lo que dijimos cuando comenzó el fin de la civilización? — Preguntó Stefan, al lado de su amigo. — Es justo lo que necesitábamos. Eso dijimos.

    — ¿Por qué me dices esto, Stefan? — Preguntó Theodore, que dejó de dar órdenes para hablar como un amigo.

    — Porque esto no cambia nada. Probablemente perdamos este sitio, pero sobreviviremos ahí fuera. Somos amigos, entramos aquí juntos y nos iremos de aquí igual. — Respondió Stefan, dándole una palmada en la espalda a su amigo.

    — Por eso mismo te sugiero que prepares una mochila con suministros, antes de que sea demasiado tarde. — Dijo Theodore, viendo que la alambrada comenzaba a ceder ante el miedo de los presos. — Nos vamos a ir juntos.

    — Pero, ¿y los demás? — Preguntó su mano derecha, sorprendido.

    — Daños colaterales. — Respondió Theodore. — Hazlo, rápido. Saldremos por detrás, sin que nadie nos vea.

    Stefan se sorprendió de que Theodore no tratara de salvar a los demás, sin embargo, tampoco le importaba que murieran. Al fin y al cabo, eran daños colaterales. El preso se marchó corriendo a su celda para empacar sus cosas, acompañado por su amigo Theodore.

    [...]

    Brandon, Michael y Alma habían llegado al lugar por el que entraron anteriormente Brandon y Fer. Los tres se agacharon para pasar por debajo del coche que servía para tapar el agujero del muro semi destruido y se disponían a salir cuando vieron que había infectados pululando por la zona.

    — Mierda, están por todas partes. — Susurró Michael, mientras veía de cerca como uno de ellos arrastraba los pies.

    — La alarma de la prisión ha debido de atraer a muchos. — Murmuró su hermano, mientras pensaba como pasar.

    — ¿Dónde se supone que vamos? ¿Tenéis un lugar seguro? — Preguntó Alma, mostrando su principal prioridad.

    — No exactamente. — Respondió Michael, recordando lo ocurrido en la estación de servicio. — Esos presos de mierda nos dejaron sin hogar.

    — Tranquilo hermano, si la prisión está rodeada por los muertos, es cuestión de tiempo de que caiga. — Indicó Brandon, que era un firme creyente del karma. — Y tú tranquila, no tenemos una zona segura, pero si un vehículo esperándonos fuera. Espero que Gabe siga allí.

    — Espero que vuestro amigo no se haya ido. — Añadió Alma.

    El trío decidió esperar pacientemente una oportunidad para salir fuera de la cárcel. Mientras tanto, permanecerían escondidos debajo del vehículo.

    Por otra parte, Gabe se encontraba dentro del coche, agachado para que los infectados no le vieran. Observó el reloj que tenía en su muñeca izquierda y vio que su hermano y Brandon llevaban dentro más de una hora.

    De pronto, escuchó como las vallas de la cárcel cedían ante la presión que hacían los muertos. El tiempo iba en su contra.
     
  16. Threadmarks: 4x03: El pozo
     
    Manuvalk

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    Capítulo 3: El pozo






    Los presos se echaron atrás al ver que los muertos se subían unos encima de otros, haciendo que las vallas se inclinaran hacia el interior del recinto. Cada vez se subían más sobre otros, hasta que la alambrada cedió y cayó, para sorpresa de muchos.

    Algunos se quedaban paralizados al ver a aquella masa sobrepasar las defensas de la cárcel, otros comenzaron a correr, presas del pánico, sabiendo que si no se iban no sobrevivirían.

    — ¡Atrás! ¡Todos atrás! — Gritaba uno de ellos.

    Varios muertos se quedaron enganchados en el alambre de púas que había sobre las vallas, pero eso no evitaba que la mayoría irrumpiera en la prisión como si nada.

    Al otro lado de la prisión, Stefan rompía con unas tenazas el candado de la entrada trasera de la cárcel. Theodore se giró al oír que los disparos de los tiradores que estaban en las torres cesaron.

    — Han entrado. — Musitó, volviéndose hacia su amigo. — Tenemos que irnos ya.

    — Listo, ya podemos. — Indicó Stefan, abriendo la valla corredera.

    Ambos presos, cargando cada uno con una mochila llena de suministros, salieron del recinto sin ser vistos.

    [...]

    Fer y Randall corrían a toda velocidad seguidos de Sally, Alexa y Diana. Los presos corrían por delante de ellos sin hacerles caso, dando a entender que no iban a perder el tiempo preocupándose por otros que no fueran ellos mismos.

    El grupo llegó al lugar por el que habían entrado Fer y Brandon, donde estaba el propio Brandon, Michael y Alma. El grupo por fin estaba reunido al completo. Ahora el objetivo era salir antes de que los infectados llegaran a ellos.

    — ¿Cómo salimos? Tras el muro hay bastantes. — Indicó Brandon, sin saber que hacer.

    — Por la entrada es imposible, y por el agujero que han hecho los muertos también. La única forma es ésta. — Dijo Fer, agachándose para pasar por debajo del coche.

    Para que no luchara solo, Michael y Randall lo siguieron. Fer pasó al otro lado y vio que había una docena deambulando por el área. Todos se percataron de su presencia y comenzaron a avanzar hacia él, uno de ellos que estaba más cerca tomó a Fer por los brazos pero éste se escurrió de ellos y le clavó su cuchillo en la frente.

    En ese momento Randall y Michael salieron de debajo del coche, mientras Sally y Brandon eran los siguientes. Randall se acercó a uno de ellos y le dio una patada, haciéndole rodar unos metros. Michael se dirigió a dos, cortándole la delantera del cuello a uno y hundiendo su cuchillo en el otro.

    — ¡Vamos! ¡Rápido! — Decía Michael, que no quería perder el tiempo entreteniéndose con los infectados.

    Fer, Randall, Michael, Sally y Brandon se encontraban ya al otro lado, aún faltaban Alexa, Diana y Alma, que hicieron lo propio y lograron salir. En el interior de la cárcel no se dejaban de oír disparos y gritos.

    — ¡Gabe nos espera más adelante, vamos! — Exclamo Brandon, indicando el camino.

    El grupo comenzó a correr, mientras eran perseguidos por unos pocos infectados. En dos minutos llegaron a la arboleda donde Gabriel les esperaba con un vehículo. Al verlos, salió de éste rápido.

    — ¡Chicos! ¡Me alegra veros! — Dijo el hermano de Fer, percatándose de que faltaba Marcus. — ¿Dónde está...?

    — Muerto. Ponte al volante. — Dijo Randall, metiéndose en el asiento de copiloto.

    Fer le dio un abrazo rápido a su hermano y se subió detrás junto a Sally, Michael y Brandon. Alexa y Diana tendrían que subir encima de ellos, ya que no había más asientos.

    — ¿Gabe? — Dijo Alma, que parecía haberle reconocido.

    El hermano de Fer se quedó paralizado al ver a Alma. Al parecer, la conocía, para sorpresa de todo el grupo. Ambos se dieron un fuerte abrazo y un beso, cosa que sorprendió más aún al grupo. Sin embargo, no había tiempo para hacer preguntas, tenían que irse.

    Gabe subió al asiento de conductor y Alma subió detrás con el resto. Rápidamente encendió el motor y arrancó, llamando la atención de un grupo numeroso de muertos. Sin embargo, antes de que pudieran alcanzarlos, el coche ya se alejaba por la carretera.

    Tras media hora larga conduciendo, el grupo decidió hacer una pequeña parada para pensar el siguiente paso.

    Gabe se fue a vigilar la retaguardia mientras Alma se dirigía hacia él para hablar. Al verla, Gabriel la volvió a abrazar.

    — Pensé que te había perdido aquel día. — Murmuró, sintiéndose culpable al descubrir que Alma estuvo todo ese tiempo en la prisión. — De haber sabido donde estabas, habría...

    — Lo sé, Gabe. No tienes culpa de nada. — Respondió Alma, sin soltarle. — Me alegra que el destino nos haya vuelto a juntar.

    Alma recordó el abrazo que Gabe se había dado antes con Fer, y decidió preguntar.

    — ¿Es tu hermano? — Preguntó la mujer, mirando a Fer desde lejos.

    — Lo es. El destino hizo que nos encontráramos unos días después de que te perdiera la pista. — Respondió Gabriel, quitándole un mechón de pelo que se le puso a Alma en la cara. — ¿Estás bien? ¿Qué cosas te han hecho?

    — Ahora estoy contigo, estoy bien. — Murmuró Alma. — Es mejor que no hablemos del pasado.

    — Lo entiendo, está bien.

    Diana se encontraba junto a Alexa, que no había salido del coche. La mujer aún seguía en shock, cosa que preocupaba al resto del grupo. La nueva mujer del grupo, Diana, no la dejaba sola en ningún momento para evitar males mayores.

    — Alexa, ¿quieres que hablemos? — Le preguntó Diana.

    — Me han violado dos veces, el chico que quería ha muerto, mi hogar ha sido invadido con una pareja de ancianos asesinados... ¿crees que tengo ganas de hablar? — Respondió Alexa, cortando cualquier posible conversación con cualquiera.

    Randall, Michael, Brandon, Sally y Fer observaban con atención un mapa de la zona que había en la guantera del coche. Lo pusieron sobre el capó para verlo mejor.

    — Venimos del norte, de la prisión estatal. Al sur hay una ciudad, al este son llanuras y al oeste está la montaña. ¿Qué destino elegimos? A ser posible uno cálido. — Dijo Brandon.

    — Esto no es como decidir un viaje a Hawaii, céntrate. — Murmuró Fer con seriedad.

    — Oye Fer, te veo alterado. Deberías relajarte. — Dijo Michael, poniéndole la mano sobre el hombro.

    — Aparta tu mano de mi hombro. — Respondió Fer, molesto.

    — ¿Tienes algún problema, capullo? ¿Te crees el mejor por haber entrado ahí a salvarnos el culo? Creo que Marcus no diría lo mismo. — Dijo Michael, a quién no le caía bien ni Fer ni Gabe.

    Fer cogió rápidamente a Michael por el cuello de la camisa y lo empujó unos metros con rabia. Todos centraron su mirada en ellos dos, que estaban al límite.

    — Mientras yo he arriesgado mi vida por salvaros, entre ellos a ti, tú te dedicabas a mandar a tu hermanito y a tu puta portuguesa a por mí y mi hermano. ¿Quieres matarnos? ¿Quieres quitarnos de en medio? Hazlo tú mismo si tienes huevos tras ese pantalón. — Dijo Fer con rabia.

    — Vale, se acabó, parad de una vez. — Dijo Brandon, interviniendo para evitar problemas mayores. — Una pelea ahora no solucionará nada. Juntos somos más fuertes.

    Ambos asintieron con el rostro serio. Sally se llevó a Fer a un lado alejado para hablar.

    — ¿Estás bien? — Le preguntó su chica, preocupada.

    — Michael iba a matarme, Sally, ¿cómo quieres que esté teniendo a mi lado a un tipo que me quería muerto hace unos días?

    — Lo sé, pero ya no hará nada extraño. Ahora necesitamos a cuantos sean posibles para sobrevivir aquí fuera. — Murmuró Sally. — Recuerda que en cualquier momento puede ocurrir algo aquí fuera. La muerte de Alexei fue un ejemplo de como las cosas se tuercen en cuestión de segundos.

    — ¿Cómo la muerte de Marcus? ¿Es un ejemplo? Porque para Michael no es ni eso. — Dijo Fer, volviendo al coche y dejando a Sally pensativa.

    — Lo tenemos decidido: iremos al este, a las llanuras. Quizá encontremos una granja en buen estado. Además está alejado de la gente. — Indicó Randall, haciendo saber al resto que era momento de regresar al coche.

    Todos subieron al vehículo, pero antes de que lo hiciera Michael, Randall lo tomó del brazo. El hermano de Brandon se soltó con brusquedad y miró con seriedad a su compañero, esperando lo que tuviese que decirle.

    — Pensé que habías cambiado la forma de pensar cuando salímos en busca de suministros aquel día, pero veo que sigues siendo un idiota insensible. — Dijo Randall con un tono de decepción. — Si vuelves a hablar de Marcus o de su muerte, el próximo en ser agujereado por un bisturí serás tú.

    Michael se volvió hacia el coche y subió, seguido del propio Randall. Una vez todos dentro, Gabe arrancó y puso rumbo al destino elegido.

    [...]

    Theodore y Stefan caminaban por una carretera secundaria, rodeada de árboles que daban sombra al asfalto de ésta. Los dos presos cargaban con sus mochilas llenas de comida y armas.

    — ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Tienes idea de dónde vamos? — Preguntó Stefan, pensando que caminar sin un rumbo no era muy inteligente.

    — Hemos perdido la prisión por culpa de ese grupo que trajiste. — Respondió Theodore, aún dolido por la pérdida de su casa. — Debímos suponer que tendrían más amigos ahí fuera.

    — ¡Eres tú quién ordena que si nos encontramos supervivientes los llevemos a la prisión para que nos sirvan de utilidad! — Dijo Stefan, explotando ante la acusación de su amigo. — Cuando tomaste el mando anteponiéndote a los psicópatas que querían liderarnos, pensé que formaríamos una comunidad solo para nosotros. El estado nos encerró por cometer delitos, ¡pero éramos libres!

    — ¡Libres para morir aquí fuera! — Respondió Theodore, poniéndose delante de su amigo y frenándole el paso. — ¡La gente es mano de obra, por eso decía que trajéramos supervivientes de fuera! ¡Fuimos tratados como la mierda, era nuestro turno! ¡Pero ahora está todo jodido! ¡Todo!

    Theodore empujó a Stefan con fuerza, haciéndole retroceder unos pasos. Stefan dejó caer la mochila, preparado para pelear, sin embargo, Theodore dejó de centrarse en su amigo y comenzó a escuchar algo. Stefan le observaba sin entender nada, cuando de pronto salieron unos diez presos de la árboleda, rodeándoles.

    — Vaya, vaya, vaya... — Dijo uno de ellos, golpeando su mano con una llave inglesa. — Os veo muy bien para lo que acaba de ocurrir en la cárcel...

    — Mientras todos nosotros luchábamos por nuestro hogar, arriesgando nuestras vidas por los nuestros... vosotros os habéis ido como unas ratas cobardes. — Dijo otro, apretando los dientes para contenerse.

    — Hemos peleado contra los infectados que entraron, nos hemos manchado las manos de sangre mientras nuestro amado líder y su perro huían y abandonaban a su gente, a su suerte. Me parece que queremos una justificación, Theodore. — Murmuró un tercero, que llevaba el rostro lleno de sangre oscura de los infectados que había matado.

    Theodore y Stefan se miraron, sabiendo que se encontraban en serios problemas. Esos diez presos habían formado un círculo, dejándoles sin una posible escapatoria. Aunque ellos contaban con la ventaja de ser muchos más, Stefan y Theodore llevaban una pistola cada uno en sus respectivas mochilas. Sin embargo, en ese momento era imposible sacarlas sin que fueran atacados.

    — Fui un cobarde, lo reconozco. Pero frente a esa cantidad de muertos no podíamos hacer nada. Lo mejor era irse para pelear otro día. — Murmuró Theodore, tratando de disuadir a los que hacía unas horas le seguirían al fin del mundo si era necesario.

    — ¿Y no nos dijiste nada? Han muertos hermanos para que nosotros y muchos más lográramos salir de allí. ¡¿Y dices que lo mejor era irse?! ¡Se ha terminado tu mandato, Theodore! — Dijo el de la llave inglesa.

    — ¡Podemos seguir juntos! ¡Sobreviviremos! — Exclamo Stefan, tratando de evitar un conflicto que parecía muy próximo.

    — No, Stefan... nosotros sobreviviremos. Vosotros, no. — Respondió otro de ellos, mostrando una sonrisa siniestra.

    — A por ellos. — Dijo el de la llave inglesa, que parecía ser la cabeza visible del grupo.

    Sus compañeros se lanzaron hacia Stefan y Theodore, que se pusieron a golpear a todos. Sin embargo, eran nueve contra dos, lo que hizo inclinar la balanza hacia ellos. Los nueve presos pateaban y golpeaban a Stefan y Theodore, agazapados en el suelo sin poder defenderse.

    Theodore esperó su oportunidad, y cuando la tuvo, tomó su cuchillo y se lo clavó a uno de ellos en el abdomen, abriéndoselo y sacándole las tripas. No obstante, antes de que pudiera lanzarse a por el siguiente, dos presos lo golpearon en el rostro y el abdomen, respectivamente, quitándole acto seguido el cuchillo de las manos.

    Stefan sabía que la única forma de tener una oportunidad era coger el arma de fuego que guardaba en su mochila, que minutos antes había soltado. Tomó a uno de los presos por la pierna y se la giró con fuerza, rompiéndole la rodilla y haciendo que éste gritara de dolor. Rápidamente se lanzó a su mochila, abrió corriendo la cremallera y sacó su pistola. Se giró y disparó a dos de ellos, matándolos al instante. Sin embargo, el resto se lanzaron hacia él, quitándole el arma.

    — Ya es suficiente. — Murmuró el preso con la llave inglesa. — Dadme esa arma.

    Los seis presos que quedaban vivos tomaron el arma y sin dejar de vigilar a Theodore y Stefan, que estaban sangrando por todos lados, se la cedieron a su líder. El preso al que Stefan le había roto la rodilla no dejaba de gritar de dolor, retorciéndose en el suelo. Sin pestañear, el líder de aquel grupo de criminales disparó a su compañero herido a sangre fría.

    — Lo he librado de su sufrimiento. — Se justificó, guardándose el arma. — Probablemente no volviese a caminar en su vida, hubiese sido un lastre que no estoy dispuesto a asumir.

    — ¿Qué hacemos con ellos, Park? — Preguntó uno de los presos. — ¡Han matado a tres de los nuestros!

    — Dejadles ahí. — Respondió el líder. — Coged sus mochilas, esos suministros nos vendrán bien.

    Los presos asintieron y obedecieron a Park, un hombre de casi dos metros que llevaba como arma cuerpo a cuerpo la llave inglesa. Stefan y Theodore veían, totalmente desolados, como se llevaban sus suministros y se quedaban sin nada.

    — Espero que vuestra muerte sea igual de lenta aquí fuera que la de mis amigos en la prisión. — Murmuró Park, con seriedad. — Vámonos, aquí no hay nada que ver.

    El grupo de presos, que pasó de ser de diez a seis, se marchó ante la sorpresiva mirada de Stefan y ante la mirada de odio de Theodore. Una vez se alejaron, Theodore se levantó adolorido del suelo y remató a los tres presos que habían asesinado, para evitar que se transformaran. Tan solo les dejaron sus cuchillos como arma.

    — Todo esto ha sido tu culpa. — Murmuró Stefan, sin levantarse del asfalto. — Quisiste que nos fuéramos sin decirles nada, y ahora hemos estado a punto de morir.

    — Vamos a seguirles, nos vengaremos de esto. Park va a tener la muerte lenta que nos desea. — Respondió Theodore, mostrándose temerario.

    Stefan comenzó a reírse tras el comentario, haciendo que Theodore se enfureciera más. Mientras reía, se incoporaba.

    — Eres un idiota, Theodore. Un maldito ignorante que solo piensa en sí mismo. ¡Como yo! — Dijo Stefan, sin dejar de reírse. — La diferencia entre nosotros es que yo no pierdo el tiempo en venganzas absurdas, sino en sobrevivir. Si tú quieres ir a por ellos y arriesgarte a que te maten, adelante, pero yo no voy a formar parte de eso. Desde ahora estás solo, maldito capullo.

    Stefan comenzó a caminar en la dirección contraria ante la mirada amenazante de Theodore.

    — Después de que los mate a ellos, tú serás el siguiente. — Susurró con sed de venganza. — Y detrás de ti, encontraré a ese grupo y lo despedazaré a trozos para dárselos de comer a los muertos.

    [...]

    Gabe seguía conduciendo el coche. Llevaba ya más de una hora al volante, y pese a que Randall se ofreció para relevarle, éste se negó. Por suerte, las carreteras por las que transitaron no tenían ningún tipo de peligro, hasta que llegaron a un cruce.

    — Aminora la marcha. — Murmuró Fer, saliendo del vehículo para ver mejor lo que había al frente.

    Desde el interior del coche, todos veían un bus de prisión varado en el cruce, con una docena de cadáveres esparcidos por el suelo alrededor del vehículo.
    Fer regresó y golpeó la ventanilla. Randall la bajó para escuchar lo que éste tuviese que decir.

    — Los cuerpos llevan traje de presos. — Indicó Fer. — Seguramente huyeron de la cárcel al igual que nosotros, pero al parecer los mataron los infectados.

    — Me sorprende que un grupo de presos caiga a manos de infectados así sin más. — Dijo Michael, sorprendido.

    — ¿Eso significa que podemos encontrarnos a otros presos por el camino? — Preguntó Diana, preocupada.

    — Tranquila, si llegamos a tener un enfrentamiento, trataremos de eludirlo. — Respondió Brandon, tratando de tranquilizarla.

    — ¿Qué sugieres, hermanito? — Preguntó Gabriel, apoyando los brazos en el volante.

    — Que nos acerquemos a ver que hay. Igual tienen cosas de utilidad en ese autobús. — Respondió Fer. — Gabe, acercáte con el vehículo pero no salgas de él, por si hay que salir corriendo.

    — Entendido.

    — Yo me quedaré con él. — Añadió Alma, siendo la única junto a Gabe que no bajó del vehículo.

    — Alexa, ¿estás segura...? — Le preguntaba Sally, al ver que ella también salía.

    — Sí. Si queda alguno con vida, lo estrangularé con mis propias manos. — Murmuró Alexa, pasando del estado de shock al de la ira.

    — Bien, todos alerta, armas en mano. — Indicó Fer, haciendo de líder.

    Fer, Sally, Randall, Michael, Brandon, Diana y Alexa se acercaron al lugar de la escena tétrica. Los presos habían sido devorados en su gran mayoría, y la sangre se expandía a todos los lugares visibles del cruce de carretera.

    Mientras la mayoría del grupo inspeccionaba la zona, Alma se sentó de copiloto junto a Gabe.

    — No puedo dejar de mirarte, no me creo que volvamos a estar juntos. — Murmuró Alma, tomando de la mano a Gabriel.

    — Ni yo, ahora mismo soy muy feliz, dejando a un margen que hay presos locos por aquí fuera. — Dijo Gabe, sonriendo.

    Michael pateaba un cuerpo con suavidad, para asegurarse de que estuviese muerto. Brandon le seguía de cerca, sin despegarse de él.

    Diana reconocía a cada preso muerto que veían, mientras se decía que estaban mejor muertos. Alexa estaba con ella.

    Fer y Sally buscaban pista de lo que hubiese ocurrido allí, ya que resultaba extraño que una docena de presos pereciese ante los infectados, que sorprendentemente, solo habían tres muertos.

    — Por la sangre, parece que no hace más de dos horas que ha ocurrido esto. Es reciente. — Murmuró Fer, tocando la sangre del suelo.

    — No veo signos de disparos o de un ataque organizado. Esto es muy raro. — Respondió Sally, preocupada. — Además tres infectados no pueden hacer parar a un bus y matar a sus integrantes.

    — Quizá pelearon entre ellos en el interior del bús, o simplemente cometieron el error de llevar a un compañero mordido a bordo, y éste se transformó, reinando el caos y matándose entre todos. — Teorizó Randall, que se dirigía a ver el interior del bús. — Voy a ver que nos han dejado nuestros amigos ahí dentro.

    Mientras el resto estaba fuera, Randall entró al interior del autobús de prisión. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, un hombre salió de detrás de un asiento, apuntándole con una pistola.

    Llevaba una gorra, una chaqueta vaquera con un pantalón largo y lucía bastante limpio y aseado para las circunstancias actuales. Inmediatamente, Randall supo que ese hombre no era un preso, y que tenía un asentamiento seguro.

    — ¡Levanta las manos! ¡Vamos! — Dijo aquel hombre. — ¡Y sal del autobús!

    El grupo seguía husmeando la zona cuando vieron a Randall retenido por un desconocido. Rápidamente, todos apuntaron al tipo sin pensarlo.

    — ¡Suéltalo! — Exclamo Fer, sujetando su arma. — No queremos problemas.

    — Ni yo. — Respondió el hombre, observando al grupo con una leve sonrisa.

    — ¿De qué te ríes? — Preguntó Michael, al que no le gustaban ese tipo de cosas.

    — Perdonad mis modales. — Murmuró el tipo, soltando a Randall. — Me llamo Óscar, ¿y vosotros?

    — Creo que aún no somos amigos, por lo que no vamos a decirte nada. — Respondió Fer, atento a cualquier maniobra del desconocido. — ¿Qué haces aquí, Óscar? ¿Sabes que ha ocurrido?

    — Lo siento, pero no sé nada. Pasaba por aquí cuando vi todo éste... caos. — Respondió Óscar de forma amigable. — ¿Podéis dejar de apuntarme?

    — Lo siento, pero no nos fiamos de ti. — Dijo Brandon, sujetando el arma con firmeza.

    — Mirad a vuestros amigos del coche.

    Fer se giró para ver a Gabe y Alma fuera del coche y siendo apuntados por un hombre y una mujer con rifles de asalto. Fer tragó saliva, sintiéndose acorralado.

    — Vale, no les hagas nada. — Musitó, guardando el arma. — ¡Bajad las armas!

    — ¿En serio? Joder. — Murmuró Michael, haciendo caso a regañadientes.

    — Salimos de un pozo y nos caemos en otro. — Dijo Randall, haciendo referencia a la reciente huida de la prisión y a la nueva situación actual.

    — ¿Y si te dijera que tenéis la oportunidad de salir de él? — Dijo Óscar con convicción en sus palabras.
     
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    Manuvalk

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    Capítulo 4: Zona







    — Ben, trae la caravana. — Dijo Óscar por walkie.

    Voy para allá.

    El grupo observó como una caravana comenzaba a acercarse desde el final de una de las carreteras que terminaba en el cruce.

    — ¿Qué mierda es esto? — Preguntó Gabe, mientras una mujer le apuntaba por detrás con una M4.

    — Tranquilo, no vamos a haceros nada. — Respondió la mujer con calma.

    — ¿Entonces que hacéis apuntándonos con las armas? — Preguntó Alma, molesta por aquello.

    — Es por precaución, nada más. — Respondió el hombre con seriedad. — Vamos con el resto, andando.

    La caravana llegó al lugar y frenó a un lado del grupo. De ésta solo salió un hombre, algo corpulento, con ropa apretada y sujetando un rifle de asalto.

    — Él es Ben. — Señaló Óscar ante el grupo. — La pareja que tiene a vuestros amigos son Jess y Ezequiel.

    — Encantados. — Dijo Jess, dejando de apuntar a Alma.

    Ezequiel hizo lo propio con Gabe. El grupo no entendía que estaba pasando.

    — ¿Qué diablos es esto? — Preguntó Fer, siguiendo en alerta ante un posible enfrentamiento.

    — Somos de una comunidad no muy lejos de aquí, llamada Zona. Es es edificio de radio rodeado por un muro que construimos cuando comenzó esto. Está a las afueras de la ciudad y es segura. — Respondió Óscar, tratando de explicar que quería. — Yo y mis compañeros somos exploradores, y nos dedicamos a organizar salidas por suministros, y si nos topamos con gente que parezca razonable, llevarla con nosotros para hacer crecer la comunidad. Mi objetivo es ese; convenceros de venir con nosotros. Solo tenéis que subir a la caravana y os llevaremos a Zona.

    — ¿Crees que vamos a irnos con vosotros así sin más? — Dijo Michael con ironía.

    — Si queréis vivir mejor de lo que podéis aquí fuera, esa sería la mejor opción. — Respondió Ben, mientras se encendía un cigarro.

    — Acabamos de salir de una prisión donde había criminales que nos secuestraron, ¿cómo esperáis que confiemos en las primeras personas que nos encontramos después de eso? — Dijo Alma, siendo honesta y lógica.

    — No todas las personas somos criminales. — Respondió Jess con seriedad.

    — No todas las personas son ángeles. Para sobrevivir, se emplean métodos drásticos. — Dijo Randall, compartiendo su pensamiento.

    — Mirad, sé que es difícil de tomar la decisión. Por eso hablaré con quién tengáis al mando para convencerlo a él. Digo yo que si vuestro líder acepta venir, se arriesga, vosotros iréis con él, ¿cierto? — Dijo Óscar, proponiendo una idea.

    El grupo se miró entre sí, dudando de su aceptar dicha propuesta. Tras unos largos segundos, todos asintieron a ello.

    — Y bien, ¿quién es el que manda? — Preguntó Ezequiel.

    Todos miraron a Fer excepto Michael, que no creía en su capacidad de liderazgo, Diana, que acababa de llegar al grupo y no sabía quién mandaba y Alma, que también hacía poco que estaba con ellos.

    Óscar y los suyos asumieron que Fer era el líder del grupo, por lo que ahora se vería dónde hablarían.

    — ¿Cómo te llamas? — Preguntó Óscar, para poder referirse a él por su nombre.

    — Fernando. Pero llámame Fer. — Respondió éste.

    — Bien, Fer. Vamos a hablar dentro de la caravana, ¿te parece? — Indicó Óscar, señalando el vehículo.

    — Tú primero.

    — Los demás, permaneced atentos por si aparecen infectados u otras amenazas. ¿Entendido? — Ordenó Óscar antes de abrir la puerta de la caravana.

    Todos asintieron, poniéndose alerta. Mientras tanto, Fer y Óscar entraron a la caravana, que era bastante espaciosa y parecía cómoda.

    — Por favor, siéntate Fer. — Indicó Óscar, acomodándose frente al líder del grupo. — ¿Qué necesitas para que te convenza de que Zona es real y no una trampa?

    — Todos sus datos, fotos... esas cosas.

    — Bien. Zona alberga a unas sesenta personas aproximadamente. Hay varios niños, incluso ancianos. Pero el núcleo fuerte, la mayoría de la población es de entre veinte y cincuenta años. Todos tienen un trabajo para contribuir a la mejora de la comunidad. — Explicaba Óscar con naturalidad.

    — ¿Qué clase de trabajos? — Preguntó Fer.

    — Bueno, no quiero alargarme. Eso te lo contarán los dueños del lugar, si te unes a nosotros, claro.

    — ¿Quiénes están al mando?

    — Un matrimonio. Damián y Annah. Ella trabajaba en esas instalaciones, en la radio, mientras él llevaba una empresa de obra. La historia de Zona te la contarán ellos, si vienes.

    — Sigue con lo de antes, Óscar.

    — Como iba diciendo, todos tienen un propósito en Zona. El objetivo es convertirnos en autosuficientes y ser el inicio de una nueva civilización. Tenemos un huerto, y estamos preparando un corral para animales.

    — ¿Habéis tenido ataques de otros grupos? — Preguntó Fer, interesado en saber sobre su poder armamentístico o decisión de supervivencia.

    — Desde que Zona fue fundada, no hemos sufrido ataques provenientes del exterior. Aunque hemos tenido disputas internas, nunca han trascendido en algo mayor. Y si quieres saber lo armados que estamos, solo te diré que tenemos guardias sobre los muros, incluso turnos de vigilancia que patrullan unos kilómetros más lejos para tener constancia de quién se aproxima. Además, contamos con guardias que vigilan el interior de los muros, para solucionar disputas domésticas y ese tipo de cosas. Tenemos armas de fuego de corto y largo alcance, tenemos suministros médicos que hoy en día están al alcance de pocos. Lo que si que necesitamos es más médicos. Solo tenemos a una chica que sabe de medicina, pero nos vendría bien más personal en ese trabajo. ¿Alguien de tu grupo tiene experiencia en medicina?

    — Que yo sepa, no. Pero podrás preguntarles a ellos si lo deseas. — Respondió Fer, decidido. — Iremos con vosotros.

    Óscar apretó el puño en señal de alegría y acto seguido le dio la mano al propio Fer, estupefacto al ver la reacción del hombre. Sin despreciarlo, Fer le tomó la mano.

    — Créeme, Fer, este es el comienzo de vuestra nueva vida. — Murmuró Óscar, agradecido por el sí del líder.

    — Eso espero, hemos sufrido bastante. — Respondió Fer, queriendo preguntar algo más antes de salir y dar la noticia. — Por cierto, ¿hace mucho que no lleváis nuevos miembros?

    — Si te soy sincero, sois el segundo grupo que hemos aceptado llevar a Zona. El primero lo encontramos a los dos meses del brote, a vosotros, ahora. Y de eso, hace unos seis meses más. Así que, sí, hace mucho. — Dijo Óscar, saliendo de la caravana.

    Seguido por Fer, Óscar se acercó al grupo para darles la bienvenida a Zona. Fer sería el que diera la noticia.

    — ¿Y bien? ¿Qué ha decidido nuestro aclamado líder? — Preguntó Michael con sarcasmo.

    — ¿Fer? — Preguntó Sally, deseando saber la decisión.

    — Iremos. — Respondió el líder, convencido de su decisión. — Coged vuestras cosas y subid a la caravana. Nos vamos a casa.

    — Un momento, un momento. ¿Así sin más? Fer, ¿qué demonios significa esto? — Dijo Gabe, sorprendido por la velocidad de los acontecimientos.

    — Gabe, creo en la palabra de Óscar. — Dijo, mientras se acercó a la oreja de su hermano. — Mantén los ojos abiertos, confío en lo que dicen, pero aún no me tienen ganado.

    — Eso está hecho, hermano.

    Mientras el grupo subía a la caravana, con Óscar de copiloto y Ben de conductor, Jess y Ezequiel veían con ilusión como llevaban nuevos miembros.

    — ¿Estás contenta? Me encanta verte feliz. — Murmuró Ezequiel, sonriendo.

    — Si sacamos de éste infierno a más personas, es algo que me llena. — Respondió Jess, emocionada. — Deja de mirarme así, tontorrón.

    — Anda, vamos. — Dijo Ezequiel, invitándola a subir primero.

    Con la decisión tomada, el grupo se embarcó en el viaje que les llevaría a su nuevo hogar, llamado Zona. Ben arrancó la tartana y apretó el acelerador para llevarles a todos a la comunidad.

    Durante el viaje, algunos miembros del grupo conversaban con Óscar y sus compañeros mientras otros se limitaban a observar por la ventana el camino que les llevaba a Zona. Algunos confiaban más en los exploradores de la comunidad que otros, sin embargo, estar alerta siempre era obligatorio.

    El trayecto duró más de una hora y media, sin obstáculos en la carretera. En ese momento, Ben comenzó a aminorar la marcha, frenando, al ver que la entrada se presentaba ante ellos al frente.

    Fer pudo ver que la puerta principal era una verja con placas de metal soldadas para que no se pudiera ver el interior del lugar. Era algo inteligente, evitando así que los infectados que llegaran a la entrada no pudieran meter sus manos entre las rejas, o a posibles supervivientes del exterior que pudieran ver cuanta gente había. Sobre el muro, pudo ver a dos guardias armados, uno de ellos llevaba una ballesta y el otro un rifle de francotirador.

    Uno de esos guardias reconoció la caravana y con un gesto indicó a alguien de dentro que abriera la puerta. En unos segundos, el portón comenzó a abrirse lentamente, empujado por un hombre, que indicó con su mano que avanzaran hacia dentro.

    — Ya hemos llegado. — Dijo Ben, manejando hacia el interior de Zona.

    El grupo observaba por las ventanas de la caravana como era la comunidad por dentro. Un muro alto y grueso evitaba que nada ni nadie se colara allí, había puestos hechos de madera en los que se pudo ver a un herrero haciendo hojas afiladas para machetes u otros objetos metálicos, un puesto intercambio de objetos y demás.

    Al otro lado, había un huerto de tamaño aceptable siendo trabajado por algunos habitantes, y unas cinco habitaciones prefabricadas. Frente a ellos, un pequeño edificio de unos tres pisos con una gran antena en su azotea. Sin duda alguna se veía que era una central para radios.

    Ben aparcó la caravana frente a la entrada del edificio mientras algunos curiosos trataban de ver cuantas personas iban en el vehículo.

    — ¿Los llevas tú ante Damián? — Le preguntó Ben a su compañero Óscar.

    — Así es.

    — Bien, voy a repostar de nuevo la caravana para la próxima salida. Nos vemos luego —le dijo a Óscar, y luego se giró hacia el grupo— y a vosotros también. Espero que os guste Zona.

    — Hasta luego. — Respondieron varios al unísono.

    — Nosotros vamos a comer, estamos muertos de hambre. — Dijo Jess hablando por ella y su novio Ezequiel.

    — Sí, nos veremos luego.

    Ben y la pareja salieron de la casa rodante, dejando al grupo y Óscar solos.

    — Creo que lo mejor sería que Fer hablara primero con nuestro líder. — Dijo Óscar, rompiendo el silencio. — De uno de uno, os irá diciendo donde os alojaréis y todo lo necesario. Podéis seguirme, os llevaré hasta su vivienda. Pero antes dejad las armas en la caravana.

    El grupo asintió y accedió a la petición del explorador. Óscar salió de la caravana seguido del grupo, que no dejaba de mirar a su alrededor. Zona parecía una mezcla de urbanización junto a un toque medieval, y sus habitantes les observaban con sorpresa y curiosidad.

    El explorador guió al grupo hasta el interior del edificio. Una vez dentro, subieron hasta el tercer piso y avanzaron hasta el fondo del pasillo, donde había un cuarto en el que supuestamente vivía el líder de Zona, llamado Damián.

    — Esperad todos aquí, introduciré a Fer y volveré con vosotros. — Murmuró Óscar, entrando en el cuarto.

    — Eh, si ves algo extraño en ese tipo, no dudes en informarnos. — Murmuró Michael, que seguía receloso de confiar en Óscar y los suyos.

    — Si veo cualquier cosa extraña os lo haré saber. — Dijo Fer, dándose un beso con Sally. — Lo mismo espero de vosotros. Cuando sepamos donde nos alojan, quedaremos y hablaremos de lo que nos parece éste sitio.

    — Me parece lo correcto. — Musitó Randall, de brazos cruzados.

    — Fer, Damián te espera. — Dijo Óscar con la puerta abierta, interrumpiendo la conversación del grupo.

    — Voy.

    Fer se despidió de Sally y entró a la habitación de ese tal Damián. Óscar cerró la puerta una vez entró y se quedó con el grupo al otro lado. Fer observaba el decorado de la amplia habitación, que incluso tenía un balcón con vistas a la alejada ciudad.

    Había una mesita con dos vasos vacíos y una botella de whiskey en medio, junto a dos sillas. Al girarse, vio un escritorio lleno de papeles y un candelabro. Damián se encontraba escribiendo en un papel en blanco cuando alzó la mirada para ver a su nuevo visitante.

    — Por favor, toma asiento. — Le indicó Damián con la mano.

    Fer se sentó frente al líder de Zona, observándolo detalladamente. Damián era un hombre de no más de treinta años, vestía de forma arreglada y estaba totalmente pulcro en comparación a Fer, que llevaba un traje de preso y una barba algo desaliñada.

    — Te llamas Fer, ¿cierto? — Preguntó Damián, jugando con el bolígrafo en sus manos.

    — Así es. — Respondió, viendo como Damián escribía su nombre en el papel en blanco.

    — Tengo entendido que eres el líder de tu grupo. ¿Cuantos sois?

    — Somos nueve.

    — ¿Y cuanto hace que lleváis juntos?

    — Desde que esto empezó. Al principio éramos unos pocos, pero fuimos encontrando personas y... se fueron muriendo otras. Actualmente somos nueve, hace poco tenemos a Alma y Diana.

    — Debe ser un horror vivir ahí fuera. — Dijo Damián, mostrándose compasivo y empático. — Yo tuve la suerte de sobrevivir aquí desde el principio.

    — ¿Cuanto hace que lleva Zona contruída? — Preguntó Fer por curiosidad.

    — Antes del brote, era un edificio de radio. Aquí trabajaban varias emisoras en conjunto. Cuando surgió el caos y la locura, mi mujer, que trabajaba en éste sitio, me dijo que viniera. Aquí logramos sobrevivir, y como yo soy arquitecto, diseñé los muros para protegernos de esas cosas. Con ayuda de varias personas más que trabajaban aquí, logramos construirlo, y por radio mandábamos mensajes para que vinieran supervivientes. Al final, logramos fundar una comunidad y somos casi sesenta personas. Zona es el comienzo, el renacer de la civilización. — Respondió Damián con entusiasmo. — Dime Fer, ¿hay alguien en tu grupo que pueda ser un problema? Tienes que ser sincero.

    Inmediatamente de esa pregunta, Fer pensó en Michael. Pero decidió no decir nada por el momento. Aquello podría estropearlo todo.

    — No, todos son buenas personas y hemos luchado juntos mucho tiempo.

    — Perfecto. — Dijo Damián, que no dejó de apuntar las respuestas de Fer en ningún momento. — Tengo dos casas prefabricadas que no tienen ocupantes. Tendréis que dividiros para vivir en ambas.

    — Genial, nos conformamos con poder estar a salvo. — Respondió Fer, para que el líder de Zona viera que estaba agradecido.

    — Y lo estaréis, Fer. Otra cosa antes de irte, ¿cuál era tu trabajo antes del brote?

    — Era informático, pero dudo que pueda servir de algo hoy en día.

    — Entiendo, mira, tenemos distintos trabajos que puedes ejercer para mejorar la comunidad en muchos aspectos.

    — Te escucho.

    — Bien, puedes ser alguacil. Pese a que no hay personas conflictivas aquí, siempre puede surgir algún problema entre vecinos. El trabajo del alguacil es solucionar esos problemas, además de ocuparse de la seguridad dentro de los muros y de lo que necesite la gente. No es un trabajo muy cansado, pero requiere que estés mucho tiempo atento. También puedes ser guardia, que es algo sencillo, ya que tu trabajo solo sería hacer guardia en el muro, vigilando la entrada principal y la trasera que tenemos. Tenemos el de explorador, que sería el más complicado, ya que son los que realizan salidas al exterior para buscar suministros y gente buena para la comunidad. Por último, los menos cansados pero no por ello sencillos, son: ayudante de médico, agricultor para el huerto, ayudante de herrero y profesor de escuela. Sí, tenemos unos seis niños aquí y no hay que dejar de lado la educación en tiempos como estos.

    — Lo entiendo.

    — Bien, ¿qué me dices?

    — Creo que me decanto por el de alguacil, si es posible.

    — Perfecto, en ese trabajo solo tenemos a una persona y esa es Ben. Con un máximo de cuatro estaría bien, así que aún quedan dos vacantes. En fin, ha sido un placer conocerte, Fer. — Dijo Damián, dándole la mano a su nuevo miembro de la comunidad.

    — Lo mismo digo, Damián. Gracias por esto. — Respondió Fer, devolviéndole el saludo.

    — No las des, hombre. La gente merece una nueva oportunidad. Dile al siguiente que pase, por favor. — Indicó el líder de Zona.

    Fer asintió y salió de la habitación mientras Óscar eligia al siguiente para que entrara.

    [...]

    El sol comenzaba a esconderse tras el horizonte, llegando el atardecer. El silencio era total en los alrededores, algo que tranquilizaba a Theodore. Sabía que estar solo y de noche en el exterior sería un absoluto peligro, por lo que se dispuso a buscar un lugar en el que pasar la noche. Mientras avanzaba por la carretera sin prisa pero sin pausa en busca de cualquier sitio en el que dormir, maldecía a Stefan.

    Era su amigo, y le abandonó. Le dejó a su suerte tras haber sido atacados por Park y su pandilla. Aquello no se lo perdonaría jamás. Si se lo volviera a encontrar, probablemente lo mataría, mirándole a los ojos. Sin embargo, sus prioridades eran otras en esos momentos.

    Sin comida ni agua, sin armas más que un simple cuchillo, Theodore estaba peor que nunca. Antes del brote, la prisión era su barrio: hacía lo que quería sin que le dijeran nada. Incluso algunos guardias eran amigos suyos, y le pasaban drogas u otros objetos que el propio líder de los presos repartía entre los suyos, obviamente, ganando dinero.

    Sin embargo, cuando llegó el brote y la prisión estalló en una batalla campal, él fue el único que aportó soluciones y puso de nuevo una estabilidad allí. Indudablemente, todos le seguían, era el auténtico líder. Mataron a todos los policías que quedaban con vida, exceptuando a sus amigos, y la prisión pasó a formar parte de los propios presos.

    Él lo tenía todo en un mundo desolado. Stefan era su mano derecha y el encargado de ejecutar cada orden de su amigo. El resto de criminales le respetaba y le servía. Todo iba a su favor hasta que llegó un grupo de supervivientes. Mucho antes, habían capturado pequeños grupos de supervivientes y los había hecho sus esclavos, pero al final o trataban de escapar y eran asesinados o simplemente se suicidaban. SIn embargo, el grupo que llegó era más fuerte, más compacto.

    Ese grupo no estaba completo, pues tenía más miembros en el exterior, que pusieron rumbo a esa cárcel para liberarlos. Y la suerte se alineó con ellos, trayendo una horda inmensa y una oportunidad perfecta para escapar. Fue el primer error que cometió siendo líder, y el último, ya que ahora la cárcel era historia.

    Mientras se lamentaba por lo ocurrido, Theodore comenzó a escuchar algunas voces lejanas. Al principio pensó que era su mente, ya delirando, pero era muy pronto para perder la cabeza. Pronto comenzó a escuchar esas voces con mejor claridad: se estaban adentrando en el bosque, a un lado de la carretera.
    Sin dudarlo, Theodore comenzó a seguir esas voces con absoluto sigilo, consciente de que podría llevarle a un lugar en el que pasar la noche. Con la poca luz que quedaba del día, pudo ver a dos presos caminando. Theodore, escondido tras los árboles, les seguía a paso lento pero firme.

    — Vosotros... — Susurró con ganas de venganza.

    El criminal siguió su camino, que era el que llevaban ambos presos. Finalmente, llegaron a lo que parecía ser una cabaña. Era una casita en medio del bosque, hecha de madera y bastante podrida y carcomida. El mejor lugar en kilómetros para pasar la noche.

    Esos dos presos entraron a la casa del bosque y cerraron tras él. Las ventanas estaban tapadas por mantas para evitar que la luz de dentro fuera vista. Theodore entonces decidió esperar a su oportunidad para ir matándolos uno a uno.

    Dentro de la cabaña, Park y sus seis hombres se calentaban bajo una fogata hecha con libros y troncos de madera. Uno de los presos que estaba sentado en el sofá, pasó el dedo por encima y sacó una gran cantidad de polvo.

    — Está claro que hace mucho que nadie pasa por aquí. — Murmuró el hombre al ver la capa de polvo que había.

    — Solo estaremos ésta noche, mañana nos iremos. — Respondió Park, volviéndose hacia los dos presos que habían entrado en la casa minutos atrás. — ¿Habéis cazado algo?

    — No, no hemos visto nada. — Dijo uno de ellos, algo resignado.

    — Bueno, aún tenemos las provisiones de Stefan y Theodore. — Murmuró otro, sacando de una de las mochilas una lata de carne.

    — Recuerda que somos siete, hay que racionar. Y si encontramos más comida, recaudarla. — Indicó Park, asegurándose de que nadie comiera más de lo normal.

    — Sí, sí... — Añadió uno de ellos.

    Los presos comenzaron a cenar para después prepararse para dormir. El primero en acabar decidió salir de la casa con una linterna que sacó de la mochila de Stefan. La noche ya había llegado, y todos los rincones estaban oscuros.

    El preso apagó la linterna para no llamar la atención y se dispuso a abrir la puerta de nuevo para entrar cuando escuchó movimiento a un lado de la casa. Rápidamente encendió la linterna y apuntó a dicha zona de donde provino el sonido, esperando ver algo.

    — ¿Hola? ¿Hay alguien? — Preguntó con temor, mientras le temblaba la linterna en las manos.

    El preso se armó de valor y se acercó al arbusto del que escuchó algo, pero de éste salió una ardilla, dándole un pequeño susto.

    — ¡Maldita ardilla! ¡Casi me da un infarto!

    Tras asegurarse, decidió volver adentro cuando al girarse, Theodore estaba enfrente suya. Antes de que pudiera reaccionar, Theodore le cortó rápidamente la garganta, haciendo que el preso se ahogara en su propia sangre hasta caer muerto.

    — Uno menos. — Se dijo a sí mismo con sed de venganza.

    El resto de presos había terminado de cenar y se disponía a dormir cuando uno de ellos se percató de que faltaba su amigo.

    — Eh, ¿habéis visto a Gary? — Preguntó su amigo más cercano.

    — Había salido a respirar aire fresco. — Respondió uno de ellos sin darle importancia.

    — Pues de eso hace ya diez minutos largos. — Murmuró otro con preocupación.

    — Voy a salir, dádme un arma. — Dijo su amigo, tendiendo la mano para que le dieran una pistola.

    — No voy a darte un arma de fuego, eres capaz de volverte loco disparando a sombras en medio de la noche. Toma un cuchillo si quieres. — Le indicó Park, que estaba al mando de la repartición de armas en el grupo.

    El preso asintió, molesto, tomando uno de los cuchillos. Sin pensarlo abrió la puerta y salió en busca de su amigo, acompañado finalmente por otro, que no quería que saliera solo. Ambos vieron a unos metros la linterna que tenía Gary, sin embargo, estaba encendida y alumbraba un rastro de sangre.

    — M-mierda. — Susurró el amigo de Gary, tragando saliva.

    — Vayamos con cuidado. — Dijo su acompañante.

    Los dos presos cogieron la linterna de su desaparecido amigo y siguieron el rastro hasta la parte trasera de la casa, donde sorprendentemente, estaba Gary de pie. Su amigo no dudó en acercarse hacia él para ver si estaba bien.

    — Eh, amigo, pensaba que te había ocurrid...

    Antes de que pudiera seguir, Gary se volteó y tomó a su amigo por los hombros, tratando de morderle. Sus gruñidos alertaron al resto del grupo, que salió corriendo con Park a la cabeza.

    — ¡Gary! ¡No! — Decía su amigo, mientras era mordido en la mejilla.

    — ¡¿Qué diablos está pasando?! — Exclamo Park, con una linterna en una mano y con una pistola en otra.

    El amigo de Gary comenzó a gritar del dolor mientras un Gary infectado seguía dándole mordiscos. Su acompañante se acobardó y no hizo nada por defenderle.

    — ¡Ayudadme! ¡Por favor! — Decía el preso que era mordido.

    Park no lo dudó y disparó a la cabeza del transformado Gary, matándolo al instante. Su amigo se echó las manos a la herida del mordisco, que no dejaba de brotar sangre. Al girarse hacia su grupo, vio como todos lo miraban con seriedad.

    — Ayud... necesito ayud... — Decía, acercándose a sus compañeros.

    — Lo siento, tío, pero ya estás acabado. — Dijo Park, disparando una segunda vez contra el recién infectado, que cayó abatido al suelo. — Descansa en paz, Anthony.

    — ¡¿Cómo mierda ha podido ocurrir algo así?! — Exclamo uno de ellos, sin creerse lo ocurrido.

    — Esto es muy raro, Park. — Dijo otro, sabiendo que aquello no era casualidad.

    — Lo es, creo que tenemos un cazador tras nosotros. Pero si nosotros somos la presa, tendrá que hacer más para capturarnos. — Respondió Park, mirando a su alrededor por si veía a quién estuviera tras ellos.

    Desde una distancia privilegiada, Theodore observaba al pequeño grupo de presos, que ahora eran cinco, totalmente aterrorizado pese a las palabras de Park. De ahora en adelante, tendrían que tener ojos en la nuca.

    [...]

    Pese a que Zona no era una comunidad muy grande, tenía planes para serlo. Sin embargo, por el momento se conformaba con sus cuatro calles rodeadas por el muro, varias habitaciones del gran edificio de radio y las casas prefabricadas. En una de ellas, estaba todo el grupo reunido. Fer les había querido reunir para que le contaran sus primeras impresiones acerca de Zona y de su líder, Damián.

    Randall, Sally, Diana y Alexa estaban sentados en un sofá no muy grande y Gabriel y Alma estaban junto a Michael y Brandon sentados frente a la mesa. Fer estaba frente a ellos, sentado en un sillón. Pese a que las casas prefabricadas no eran muy grandes ni lujosas, la comodidad no se podía cuestionar.

    — ¿Qué opináis de Zona? ¿Qué os parece? — Preguntó Fer, interesado en las opiniones de su grupo.

    — Yo y Sally dimos una vuelta al perímetro para ver el estado del muro, y por lo que vimos, es bastante infranqueable salvo que lo detonen o explosionen. Sin duda, el lugar está blindado. — Dijo Randall, con el consenso de Sally.

    — Mi hermano y yo hemos visitado el arsenal de armas que tienen, y he de decir que están bien provistos. — Dijo Brandon.

    — Tienen hasta granadas, joder. — Añadió Michael.

    — ¿Y tú, Gabe? ¿Has visto algo? — Preguntó Fer, esperando la opinión de su hermano.

    — Oh, ah, esto... yo no he salido de aquí en todo el día. — Murmuró Gabe, siendo abrazado por Alma.

    Gran parte del grupo comenzó a reír tras el comentario de Gabe, ya que se imaginaban el porqué.

    — ¿Y tú, Diana?

    — Como yo voy a trabajar en el huerto junto a Sally, he ido a ver en que estado se encontraba. Cultivan mucha variedad; tomates, lechuga, zanahorias, cebolla... — Respondió Diana, recordando lo que vio.

    — ¿Y qué os parece Damián? Sinceramente, como primera impresión, debo decir que no parece un mal tipo, aunque tendrá que ganarse mi confianza si quiere algo de mí. — Dijo Fer, compartiendo su opinión.

    — Creo que hará falta tiempo para que tengamos una impresión más detallada de él. — Dijo Sally, que no tenía una opinión definida sobre el líder de Zona.

    — Me parece un buen tipo, pero no más allá. — Murmuró Randall.

    — Es un buen hombre, construyó éste sitio y lo hizo seguro. Gracias a eso, estamos a salvo aquí. — Dijo Brandon, apoyado por su hermano.

    — Una persona muy amable y culta, pero tendremos que conocerle más a fondo. — Opinó Alma.

    — Me he puesto celoso. — Dijo Gabe con sarcasmo, mientras le daba un beso a su pareja.

    — Me he sentido incómoda en su entrevista. No dejaba de mirarme de una forma... morbosa. Creo que me ha mirado las tetas en un momento puntual de la entrevista. — Se quejó Diana, ante la sorpresa del grupo.

    — ¿Lo dices en serio? ¿Ese tipo no estaba casado con una tal Annah, según Óscar? — Preguntó Michael, sorprendido.

    — Si sigue haciendo eso, nos lo cuentas Diana. Ha sido nuestro primer contacto con estas personas y su líder. Démosles una oportunidad, pero a la mínima cosa sospechosa, nos largamos de aquí. Después de lo de la prisión, no voy a permitir nada parecido. — Dijo Fer, mostrándose decidido e inflexible.

    — Yo no me largo de aquí, es un lugar seguro y desde la estación de servicio no hemos tenido uno. Si es necesario, robo armas del arsenal y luchamos por quedárnoslo. — Añadió Michael, ante la sorpresa de algunos.

    — Es una opción, siempre y cuando las cosas vayan muy mal. Por ahora, sed sociables e integraos en la comunidad. El tiempo dirá si podemos formar parte de Zona de manera natural, o si por el contrario tendremos que formar parte de ella a la fuerza. Mike tiene razón, hace mucho que no estamos en una zona segura, no desperdiciemos ésta. — Murmuró Fer, ante la mirada de su grupo.
     
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    Agus estresado

    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Piscis
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    Hola amigo, bueno, paso a comentar sobre la historia en general, aunque mi comentario será más sobre el capítulo. Debo decir que la historia se vuelve más interesante conforme avanza y se presentan más personajes. Lo que sí debo mencionar es que el desarrollo de personajes no fue suficiente como para hacerme sentir lástima por sus partidas, el único personaje cuya muerte me costó digerir fue Marcus.

    El grupo de los presos fue una idea que ya se ha visto más de una vez en un apocalipsis, pero tú los utilizaste de una manera muy original, y ahora están divididos, teniendo a Park y a su grupo por un lado, a Stefan por otro, y a un Theodore con sed de venganza por el otro.

    Mientras tanto, al grupo de Fer parece que les va a ir bien a partir de ahora. A estas alturas, Fer, Sally, y Randall son los únicos de la parte 1 que han llegado hasta allí. Marcus, Andy, Cassandra, y Alexei no sobrevivieron mucho tiempo. Espero que los otros personajes como Mike, Brandon, Alma, y algunos de Zona logren sobrevivir más tiempo. No sé por qué, pero yo siento a Diana como un personaje que morirá dentro de poco.

    Zona es un lugar que está muy bien armado para la defensa, y no creo que Theodore o Park o alguien más pueda ponerlos en peligro, pero ya se verá. Esto es un apocalipsis, y puede pasar cualquier cosa. Lo que me lleva al siguiente punto. Una de las cosas que no está muy bien utilizada son los zombis, llegándolos a sentir mas como un decorado que como una amenaza o el motor de la historia. Aunque han tenido capítulos donde sí se los sintió de esa forma, hubo otros donde no han aparecido o no han tenido relevancia. Me gustaría verlos como un grupo más grande, atacando al grupo en esta nueva Zona en la que viven.

    Me gustaría conocer más a fondo ese nuevo lugar, y a algunos de sus personajes antes de que los hagas pasar por una situación crítica, para tener una idea de como reaccionarían ante eso. Con todos los personajes que incluiste en este último capítulo, un buen desarrollo de los mismos, puede llevar a que los capítulos se hagan cada vez más largos, aunque la duración actual es muy buena.

    Errores ortográficos y de narración no he notado, aunque estoy desde mi notebook, y me sería muy difícil marcarlos.

    Estaré esperando la continuación de esta parte 4, para ver como llevarán la vida los personajes, como harán frente a las amenazas, y también para ver quien vive y quien muere, que es lo que más me gusta de estas historias (pensar quienes podrían vivir y quienes no). Aunque me gustaría que no murieran demasiados personajes, para poder encariñarme con ellos y no asimilar que el resto morirá en algún momento.

    Eso es todo lo que tengo que decir sobre la historia, que realmente me va gustando. Saludos.
     
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    Manuvalk

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    Capítulo 5: La bienvenida









    Óscar hacia un recuento de munición en la armería. En un papel escribía la cantidad de balas que tenía para cada arma distinta y las que cogía para las salidas al exterior. Si usaba un cargador, luego lo tachaba de la lista.

    Ben estaba a su lado, colocándole un cargador de treinta balas a una M4. Ambos estaban preparándose para una salida rutinaria en la que se iba en busca de suministros, pese a que no estaban faltos de nada.

    Damián solía ordenar a los exploradores que realizaran una salida cada cuatro días para mantener la despensa llena de víveres. Óscar, que era el líder de dicho grupo de exploración, cumplía las órdenes a rajatabla.

    El grupo de exploradores era conformado por Óscar, Ben, Jess, Ezequiel y actualmente habían incorporado a Gabriel y Michael. Ellos dos querían formar parte de la expedición que realizaba salidas al exterior y Damián se lo concedió. En la salida que iban a hacer, irían Óscar, Ben, Gabe y Michael. No eran necesarios Jess y Ezequiel para la rutinaría misión de hoy.

    — Ya deberían estar aquí. — Murmuró Ben, colocándose la M4 a la espalda.

    — Jess les ha avisado, tranquilo, aún quedan cinco minutos. — Respondió Óscar con tranquilidad, mientras dejaba la libreta con el recuento de munición. —Ves sacando el coche, no será necesaria la caravana para ésta salida.

    — Entendido.

    Justo cuando Ben salía por la puerta, Gabe y Mike entraban por ella. Los tres se saludaron con la cabeza y estos dos últimos se presentaron ante su jefe, Óscar.

    — ¿Estáis listos? — Preguntó Óscar, dándoles una M4 a cada uno.

    — Lo estamos. — Respondió Gabe, asegurándose de que su arma estaba cargada.

    — ¿Qué tenemos que buscar exactamente ahí fuera? — Preguntó Michael por curiosidad.

    — Lo que sirva para la comunidad. Haremos un barrido en una urbanización cercana que no hemos terminado nunca de limpiar. Nos quedan tres casas a las que acceder para saquear. ¿Alguna duda? — Dijo Óscar, dirigiéndose a la salida.

    — No, gracias. — Murmuró Michael, saliendo tras él.

    Los tres hombres salieron fuera de la armería, momento en el que Ben conducía el coche hasta ellos. Era pronto, por lo que no había casi gente en las tres calles contadas que tenía Zona.

    — Subid. — Indicó Ben con un gesto.

    Óscar se sentó de copiloto, y Gabe se sentó detrás junto a Michael. Una vez los cuatro dentro, Ben aceleró y Brandon, que era uno de los nuevos guardias de la entrada, les abrió la puerta. Antes de irse, Brandon paró al coche para despedirse.

    — Mucha suerte ahí fuera, chicos. — Dijo, chocándole el puño a todos.

    — Nos vemos pronto, Brandon. — Murmuró Óscar, despidiéndose.

    — ¡Hasta luego hermano! — Dijo Michael con entusiasmo, mientras el vehículo salía de la comunidad hasta perderse a lo lejos de la carretera.

    Mientras tanto, en una de las casas prefabricadas que se usaba como consulta médica, la médico del lugar recibía a Sally. La chica tenía un poco de vergüenza porque la noticia aún no se la había dado a nadie.

    — ¿Qué te ocurre? — Preguntó la médico, que se llamaba Natasha.

    Las dos mujeres estaban sentadas frente a frente con un escritorio en medio. La habitación era algo pequeña, pero cambía lo justo: una camilla, varios muebles con utensilios médicos y el escritorio con dos sillas.

    — Verás, hace como un mes mantuve relaciones sexuales con mi pareja, sin protección, y desde aquella vez he tenido síntomas... — Decía Sally, algo avergonzada.

    — ¿Crees que estás embarazada? — Preguntó Natasha, sorprendida.

    — Así es, me gustaría que me ayudaras a confirmarlo o desmentirlo si no es así.

    — Por supuesto, túmbate en la camilla y te haré unas pruebas.

    Sally se levantó de la silla para tumbarse en la camilla, dejando el abdomen a la intemperie. Natasha tomó un gel y se lo puso en la barriga, acto seguido comenzó a encender un aparato para ver al posible bebé.

    — ¿El afortunado lo sabe? — Preguntó Natasha mientras pasaba el aparato por el abdomen de Sally.

    — Aún no, comencé a tener esa sensación hará dos semanas. Desde la vez que lo hicimos, habrán pasado unas cuatro semanas, quizá un poco más.

    — ¿Y cuando esperas para decírselo? — Dijo Natasha, sonriendo al ver el feto en la pantalla de la máquina. — Estás embarazada.

    — ¿Es... verdad? — Preguntó Sally, con sentimientos mezclados.

    Por un momento, Sally se sintió triste por traer un niño al mundo en el que vivían, sin embargo, ahora estaban a salvo, y tener un hijo, sea donde sea, es motivo de alegría.

    — Tranquila, no diré nada a nadie si es lo que quieres. — Murmuró Natasha, apagando el aparato. — Puedes levantarte.

    Sally se incorporó mientras Natasha guardaba los utensilios utilizados.

    — Gracias por esto, ¿cómo te llamas? — Preguntó Sally, sintiendo que había hecho una amiga en la comunidad.

    — Natasha. ¿Y tú?

    — Sally.

    — Bueno, Sally, ha sido un placer darte la noticia. Espero que sigas adelante con el embarazo, hay que ser valiente para ello.

    Sally asintió y salió de la consulta, con las dudas de qué hacer con la noticia que auguraba desde hacia tiempo. Mientras tanto, Fer y Randall daban vueltas por el refugio, ejerciendo de alguaciles. El trabajo les hacía llevar unas esposas y una pistola, tal de como si fueran policías. Además, allí en Zona había dos celdas para encerrar a posibles alborotadores, sin embargo, nunca se habían llegado a usar.

    — Hoy me he levantado de la cama y por un momento he buscado a Cassandra. Tras unos segundos, me acordado de que está muerta. — Murmuró Randall, algo deprimido.

    — Lo siento, ha debido de ser triste. — Respondió Fer, observando los puestos que había a su alrededor. — Yo no he podido dormir, me cuesta hacerlo desde que esto empezó.

    — Yo si he logrado conciliar el sueño, sorprendentemente. Creo que la sensación de estar a salvo ha sido la causa de ello. — Dijo Randall, que sentía que por primera vez tenían un hogar totalmente seguro.

    — Me alegra que hayas dormido bien, pero no bajes la guardia. Zona es un lugar seguro, pero también lo fue la zona de cuarentena y terminó invadida, al igual que la estación de servicio. Nunca se está a salvo, el peligro puede venir por cualquier esquina. — Respondió Fer, mostrándose más alerta que nunca.
    — Por eso eres nuestro líder, Fer. Sabes lo que hay que hacer, analizas todos los detalles... Contigo al mando, siempre salimos adelante. — Le apoyó su amigo.

    El dúo siguió caminando por las calles, saludando a los residentes con amabilidad. Al llegar a la gran plaza, el centro de Zona, una mujer se interpuso en su camino.

    — ¿Ocurre algo? — Preguntó Fer ante la repentina intervención de la dama.

    — No, gracias. Soy Annah, la mujer de Damián. — Dijo la chica, saludando a ambos con la mano. — Tú debes ser Fer, ¿verdad?

    — Vaya, te estás haciendo famoso. — Murmuró Randall con una risa pícara.

    — Pues no sé porqué. — Le respondió Fer a su amigo, mientras volvía su atención en Annah. — Sí, soy Fer. Me imagino que tu marido te habrá hablado de mí.

    — Lo hizo, las decisiones de Zona pasan por mí también. — Respondió Annah, que parecía querer dejar claro que ella también estaba al mando.

    — Lo supuse en su momento. ¿Necesitas algo de nosotros, Annah? — Dijo Fer, un poco molesto por el tono de voz de la mujer.

    — No, solo quiero deciros que sois invitados a la fiesta que voy a hacer en el tercer piso del edificio de radio, como forma de bienvenida para vuestro grupo. Espero veros allí. — Dijo Annah, marchándose al momento.

    — Allí estaremos. — Respondió Fer, viendo marchar a la líder de Zona.

    — Creo que le gustas. — Dijo Randall, casi sonriendo por la risa.

    — No está mal, pero llega tarde. — Respondió Fer en referencia a que actualmente estaba con Sally.

    En el huerto, Diana recogía las verduras que habían crecido con la ayuda de varios más. Las metían en bolsas clasificadas por la verdura que fueran y luego eran limpiadas antes de ser almacenadas en cajas en la gran despensa de la comunidad. Mientras recogía cebollas, Damián la vio y se acercó para saludarla.

    — Vaya, han crecido más rápido de lo que pensaba. — Dijo Damián en referencia a las cebollas.

    — Si me vas a preguntar sobre el crecimiento de las verduras, lo siento pero no sé cuanto tardan ni nada por el estilo. Me dedico a ayudar a recogerlas. — Respondió Diana, un tanto desconfiada.

    No se le podía culpar, Diana había pasado la mayor parte del fin encerrada en una prisión llena de hombres que la usaron de muchas formas. Si algo aprendió allí, era a identificar a pervertidos, y Damián, para ella, era uno de esos. Además, desconfiaba de la gente que no conocía. Incluso se sentía al margen con el grupo, ya que la salvaron, pero no sabía mucho más de ellos.

    — Pues lo estás haciendo muy bien. — Murmuró Damián, observando a Diana con deseo.

    — ¿Quieres algo? Estoy ocupada. — Dijo Diana, deseando que el líder de Zona se marchara de allí.

    — Todos los días voy a supervisar las tareas de la comunidad, ahora pasaré a la siguiente. Oye, ¿luego te gustaría pasar por mi despacho? No pienses mal, solo quiero que hablemos y... nos conozcamos más.

    — ¿No estás casado?

    — Lo estoy, y soy muy feliz. — Dijo Damián para evitar que la gente lo escuchara. — Pero si quieres pasar un buen rato, ven a las siete, dos horas antes de la fiesta de bienvenida para tu grupo.

    Damián se marchó con las manos en los bolsillos mientras Diana lo observaba con desprecio y repugnancia. Sobre el muro, Brandon y Alexa trabajaban como guardias, observando desde lo más alto el exterior. Era su turno, y debían estar por lo menos seis horas allí. Sorprendentemente, no había ningún infectado agolpado en el muro o la entrada.

    Zona estaba rodeada por los amplios bosques que había en el condado y un largo camino salía desde la entrada hasta conectar con la carretera principal. Sin duda alguna, estaba a buen resguardo.

    Alexa sujetaba en sus brazos un rifle, al igual que su compañero Brandon. La mujer estaba mirando al frente con la mira del arma mientras el hombre observaba con los prismáticos por puro aburrimiento.

    — Está tranquilo, ¿no crees? — Dijo Brandon de pronto, intentando empezar una conversación.

    — Así es, lo está. — Respondió Alexa con seriedad, centrada en lo suyo.

    — Oye, cuando salimos de la cárcel no tuve la ocasión de preguntarte. ¿Cómo estás? Debió ser horrible.

    — Me siento utilizada, como una muñeca. Y tengo rabia, ese sentimiento aún no lo he podido liberar. Tengo ganas de encontrarme con algún preso que haya salido de allí para matarlo lentamente.

    — Tienes sed de venganza.

    — Exactamente.

    — ¿Y cómo harás para desfogarte? — Preguntó Brandon, algo preocupado por como estaba su amiga.

    — No lo sé, algo haré. — Murmuró Alexa.

    — ¿Irás a la fiesta de bienvenida de ésta noche? Nos han invitado a todos. — Indicó el hermano de Michael, tratando de convencerla.

    — No creo que me presente. No estoy de humor para tomar unas copas y reír falsamente con todos. — Respondió la chica con seriedad.

    Alma paseaba por las calles de Zona, contemplando el movimiento que había en ella. Los habitantes de la comunidad iban de un lado a otro, realizando sus tareas. Mientras caminaba, vio que había una clase escolar dentro de un garaje. Unos seis niños y niñas de ocho años aproximadamente hacían vida normal, de alguna forma, aprendiendo como en la escuela.

    La mujer se dirigía a la casa prefabricada médica, donde solo estaba Natasha como doctora. Alma tenía conocimientos básicos de medicina moderna, por lo que quería ayudar en ese ámbito. Justo antes de llegar, Jess y Ezequiel se cruzaron con ella. La pareja iba cogida de la mano y sonriendo.

    — Buenos días, pareja. — Dijo Alma con educación.

    — Buenos días a ti también. — Respondió Ezequiel con cortesía.

    — ¿Cómo estás, Alma? ¿Estás cómoda aquí en Zona? — Preguntó Jess, sonriendo.

    — Estoy bien, gracias. Y sí, este sitio es como haber vuelto a la normalidad. Estoy muy feliz. — Respondió Alma, contenta.

    — Me alegra oír eso. — Dijo Jess.

    — ¿Irás a la fiesta de ésta noche que Damián y Annah os han preparado? — Preguntó Ezequiel.

    — Por supuesto, nos veremos allí. — Indicó la mujer. — Hasta luego.

    — Adiós, Alma. — Dijo la pareja al unísono.

    Alma llegó a la consulta médica y tocó a la puerta. Tras unos segundos, Natasha le indicó que entrara.

    — Tú debes ser Alma, ¿verdad?

    — Lo soy, ¿tú eres la doctora?

    — Sí, puedes llamarme Natasha. — Respondió la médico, dándole dos besos a Alma. — Siéntate, hablemos.

    Alma obedeció, sentándose frente a Natasha.

    — Dime, quieres ser mi ayudante, ¿no? — Preguntó Natasha.

    — Sí.

    — ¿Tienes experiencia?

    — Poca, pero hoy en día no te puedes encontrar un cirujano por ahí fuera, ¿no? — Dijo Alma, riéndose tras el comentario.

    — En eso te doy la razón. — Respondió Natasha, viendo en Alma a una buena compañera. — Bueno, toda ayuda es bien recibida, sinceramente. Te enseñaré algunas cosas por si yo no estoy en algún momento y necesitas atender a alguien. ¿Cuando quieres empezar?

    — Ahora mismo.

    [...]

    Tras un trayecto de media hora, el grupo de exploradores llegó a su destino. Una amplia calle que tenía a ambos lados viviendas iguales, formando así una urbanización. Ben aparcó el coche a un lado y todos salieron de el, listos para comenzar.

    — Tenemos tres casas que registrar. — Dijo Óscar, repasando el plan. — Iremos los cuatro juntos, vosotros no conocéis esta zona, además podemos encontrarnos con inquilinos indeseados en alguna de las casas.

    — Eh, nosotros también sabemos saquear. Deberíamos separarnos. — Indicó Michael, que se sintió ofendido por el simple hecho de tener que ir todos juntos en vez de en dos equipos de dos personas.

    — No, vosotros no conocéis nuestra forma de trabajar, por eso venís con nosotros. — Dijo Óscar, algo molesto por el comentario de Mike.

    Sin rechistar, Michael y Gabe siguieron a Óscar y Ben hasta la entrada de la primera casa que iban a saquear. Ben empujó la puerta principal, entrando así al patio delantero. Un pequeño jardín se abría paso, en éste había juguetes de niños pequeños esparcidos por todo el lugar. Los exploradores decidieron omitir sus sentimientos y siguieron hacía delante con Ben a la cabeza, seguido de Óscar, Mike y Gabe respectivamente.

    — Bien, necesito que uno de los dos me acompañe a ver que hay en la parte trasera. Es mejor no tener sorpresas. — Indicó Óscar.

    — Yo iré contigo. — Dijo Gabe.

    — Tú pues, conmigo. — Le dijo Ben a Michael, que con el ceño fruncido, le siguió.

    Ben no tuvo que forzar la cerradura, ya que la puerta de la entrada al hogar ya estaba abierta. Ambos apuntaron a cada lado, sin perder de vista los puntos ciegos.

    — Veamos que tenemos aquí y luego subiremos a la planta de arriba. — Indicó Ben, yendo principalmente a la cocina.

    — Vale. — Respondió Michael, dirigiéndose al salón.

    La casa era bastante lujosa, cosa lógica considerando que se trataba de una vivienda que formaba parte de una urbanización de gente adinerada.
    El televisor seguía intacto, excepto por la capa de polvo que tenía encima, y además había dos sillones a un lado y un sofá amplio en el otro. La tapicería de los muebles era rojiza, y el polvo indicaba que hacía meses que nadie pasaba por allí.

    Michael se centró en la estantería que había a un lado del salón. Una estantería llena de libros hasta donde la vista podía alcanzar, y ordenados por orden de publicación. En la sección de antiguos, Michael pudo ver un libro sobre como sobrevivir a una guerra nuclear. Aquello le hizo soltar una carcajada, que Ben escuchó desde la cocina, sin prestarle importancia.

    Ben abría cajones y estantes en busca de comida enlatada o cosas así, pero no encontró nada. Sin embargo, cuando ya se daba por vencido y se disponía a avisar a Mike para ir al segundo piso, vio en una despensa entreabierta como algo brillaba. En silencio, se acercó y abrió suavemente la puerta, encontrándose una botella de vino de reserva, concretamente de 1985.

    — Estabas bien escondida... — Murmuró, mientras la guardaba en su mochila.

    En ese momento, Michael aparecía en la cocina, dispuesto a seguir viendo la casa, esta vez la segunda planta.

    — ¿Algo interesante? Por como te has reído antes, parece que has visto algo gracioso. — Le dijo Ben, cerrando la mochila.

    — Nada interesante, por lo menos para mí. ¿Y tú? — Dijo Michael.

    — Una botella de vino, la abriremos esta noche en la fiesta. — Respondió Ben, guiñándole un ojo. — Vamos arriba, haber que nos encontramos.

    En el patio trasero, Óscar y Gabe veían como el aire mecía los columpios que había allí atrás. Sin duda alguna, en esa casa hubo niños. A un lado del patio, había un pequeño cobertizo. Gabe le indicó a su compañero con un gesto que iba a ver que encontraba. Óscar, por su parte, observaba su alrededor, pensando más en sus cosas que en lo que había, cuando se percató de que había un montón de tierra, como si hubiesen enterrado algo.

    Dubitativo, Óscar observó aquella supuesta tumba con la curiosidad de saber si era tal o simplemente habían enterrado otra cosa. Finalmente, se dispuso a buscar una pala, cuando Gabe abría el cobertizo descubría un sinfín de herramientas y suministros mecánicos.

    — Vaya, esto nos podría venir genial, ¿no, Óscar? — Preguntó Gabe, enseñándole lo que había descubierto.

    — Servirá, cuando Mike y Ben salgan de la casa les pediremos ayuda con eso para guardarlo en el coche. — Respondió Óscar, encontrando en dicho cobertizo una pala y tomándola.

    — ¿Qué vas a hacer con eso? — Le preguntó Gabe, sorprendido.

    Sin decir nada, Óscar tiró su mochila y su arma y comenzó a cavar con rapidez ante la mirada extraña de Gabriel. En unos minutos, casi toda la tierra había sido sacada, y lo que vieron les puso los pelos de punta.

    — Dios mío... — Susurró Gabe, colocándose una mano en la boca.

    Óscar vio la mano en estado de descomposición de un niño de ocho años. Los gusanos la recorrían. Aún sin estar todo el cuerpo al descubierto, el hedor que desprendía la fosa era asqueroso.

    De pronto, la mano comenzó a moverse ante el susto de ambos exploradores, que vieron como ante sus ojos se incorporaba el cuerpo de un niño. No le habían rematado la cabeza, y seguía vivo, pese a que el concepto de vida estuviese muy comprometido en aquellos tiempos.

    Mientras trataba de incorporarse, Óscar tomó la pala de nuevo y le golpeó en la cabeza, destrozándosela y desparramando sus sesos por el césped.

    — ¡Joder, ¿pero que c*ño?! — Exclamo Gabe, conteniendo sus ganas de vomitar.

    Óscar suspiró con alivio, mientras se limitaba a volver a enterrar lo que quedaba del cuerpo del niño. Gabe simplemente decidió ir a buscar a Michael y Ben.
    Estos dos estaban ahora en el segundo y último piso, en el que habían tres habitaciones y un baño.

    Michael entró al baño para mear y ver que había, mientras Ben entró en una de las habitaciones. Dicho cuarto era claramente el de un niño pequeño, donde había una cama desecha, un escritorio lleno de dibujos y varios posters de películas infantiles.

    Aquella escena entristeció a Ben, que siempre quiso tener hijos, pero que tras ocurrir el brote decidió aparcar el tema. Además, perdió a su mujer durante las primeras semanas del caos, hasta que antes de volarse la cabeza, apareció Óscar, con el que tenía una relación muy familiar.

    Michael, una vez terminó de mear, vio lo que había en el armario del espejo, encontrándose pastillas de distintas clases. Por si podían ser útiles, Mike las cogió todas y las guardó en la mochila. Al salir, vio a Ben en la entrada de la habitación del niño, con la mirada perdida. Mike se acercó hacia su compañero para ver si estaba bien.

    — ¿Te encuentras bien?

    Ben asintió, para después dirigirse a la siguiente habitación. Michael observó por unos segundos la habitación del niño, sintiéndose mal. Sin embargo, sabía que no había tiempo para entristecerse por el mundo y se dirigió a la habitación que quedaba por registrar.

    Aquel cuarto, que era el más pequeño de todos, parecía ser un trastero. Había cajas apiladas a un lado y un armario lleno de ropa en el otro. Michael comenzó a ver la vestimenta que había, cuando vio una camiseta de The Beatles, una banda que le gustaba mucho a su hermano Brandon. Sin dudarlo, la tomó y se la guardó. En ese momento, Ben le llamó para que fuera a ver algo.

    Al entrar a la habitación, Michael vio a Ben, de pie frente una cama de matrimonio en la que la pareja estaba tumbada. Para su sorpresa, estos comenzaron a gruñir, tratando de alzarse, sin embargo, estaban atados a la cama. Tenían una herida de bala en el corazón, y la pistola estaba tirada a un lado.

    — ¿Qué debieron pensar para terminar optando por el suicidio como vía de escape? — Preguntó Michael, más para sí mismo que para Ben.

    — El mundo se fue una mierda, pierdes a tus seres queridos, nada es como antes... A veces parece la mejor salida. — Murmuró Ben, sin dejar de mirar a la pareja transformada.

    — Habrá que liberarles de su estado, ¿no crees? — Dijo Michael, ofreciéndole su cuchillo a Ben.

    Sin responder, Ben respiró hondo y tomó el cuchillo de su compañero. Lentamente, se acercó a la mujer y le clavó lentamente el cuchillo en la frente. Acto seguido dio la vuelta a la cama ante la mirada de Michael, e hizo lo propio con el hombre. Con la mirada triste y perdida, Ben le dio el cuchillo a Mike en las manos y se dirigió a la salida.

    En ese momento, Gabe entraba para ver que habían encontrado. Ben bajaba por las escaleras seguido de su compañero, ambos estaban algo apenados por lo que habían visto, especialmente Ben.

    — ¿Qué habéis encontrado? ¿Estáis bien? — Preguntó Gabriel, notando la tristeza en el ambiente.

    — Tranquilo, no pasa nada. — Dijo Michael, cambiando de tema. — ¿Vosotros habéis encontrado algo?

    — Sí, un arsenal de herramientas de mecánico. Necesitamos vuestra ayuda para llevarlas al coche. — Indicó Gabe.

    — Vamos entonces. — Murmuró Ben.

    Los tres salieron de la casa y se dirigieron al patio trasero, donde Óscar les esperaba con la tumba ya hecha. Ben y Michael se percataron de que había una tumba, ya que Óscar estaba al lado y sujetaba la pala. Sin embargo, decidieron no hacer preguntas, ya que estaban muy cansados emocionalmente tras lo visto en la habitación de matrimonio.

    — Hay que cargar todo eso en el maletero. — Señaló Óscar. — Las dos casas que quedan las dejaremos para otro día, esto es suficiente por hoy.

    Nadie se preguntó porqué, sin embargo, no les preocupaba el no terminar la misión del todo. Estaban cansados animicamente y lo mejor era volver a Zona, para despejarse y tratar de disfrutar de la fiesta de bienvenida al grupo que se celebraba esa misma noche.

    [...]

    Los residentes de Zona que querían acudían a la fiesta de bienvenida del nuevo grupo. Óscar, Ben, Michael y Gabriel habían llegado hacía horas a la comunidad, tras su salida.

    Brandon, Alexa y Diana fueron los primeros miembros del grupo en llegar a la fiesta que les habían preparado. Había gente hablando entre sí, con copas de sidra en sus manos, riendo y vestidos para la ocasión.

    — ¡Bienvenidos! ¡Adelante! — Exclamo Annah al ver a los tres miembros del grupo.

    — Por favor, poneos algo de beber. Estáis en vuestra casa. — Dijo Damián, apareciendo por detrás de ellos.

    — Muchas gracias. — Murmuró Brandon, cogiendo tres vasos para él y sus compañeras.

    Damián no dejaba de observar a Diana con morbo, situación que la incomodaba. Sin embargo, no se atrevía a decirle nada al haber tanta gente alrededor.
    Brandon vio que la botella de sidra que había en una de las mesas se había terminado, y se dispuso a tomar otra de una de las mesas cuando un hombre lo intercepto.

    — ¿Qué diablos haces? — Preguntó el hombre, cogiendo la botella. — Esta es mía.

    — Lo siento, no lo sabía. — Respondió Brandon con seriedad.

    — ¿Habéis venido a aprovecharos de nosotros? ¿Creéis que podéis coger lo que queráis? — Comenzó a preguntar el hombre, notándose que iba algo borracho.

    Brandon se dispuso a plantarle cara, más por orgullo que por otra cosa, sin embargo, Alexa lo tomó de la mano, sorprendiendo al hermano de Michael y frenándole a tiempo. Ambos se miraron, sintiéndose extraños.

    El hombre se fue, dejándolos allí. Diana tenía ganas de ir al baño, por lo que se fijó en que Damián no la estuviese viendo y fue.

    — ¿Por... por qué has hecho eso? — Preguntó Brandon, atónito con el gesto de su amiga.

    — Había bebido más de lo normal, lo mejor era no hacerle caso. — Respondió Alexa con cariño. — Además, no quiero que me dejes sola. Esto se siente tan... extraño. No me siento muy cómoda, pero no quiero hacer el feo de irme.

    — Tranquila, me quedaré contigo.

    Hacía tan solo quince minutos que el edificio de radio había abierto las puertas para la gran fiesta, por lo que la gente no dejaba de llegar en pequeños grupos. Gabe y Alma entraron cogidos de la mano y sonriendo, siendo saludados por los demás. Al ver a Brandon y Alexa, decidieron acercarse a ellos.

    — Buenas noches. — Dijo Brandon, dándole la mano a Gabe y dos besos a Alma. — ¿Cómo estáis?

    — Bien, aunque es raro estar en una fiesta cuando todo el mundo está en la mierda. — Respondió Alma.

    — Bueno, en la salida al exterior hemos visto algunas cosas un tanto deprimentes, pero al margen de eso, estoy bien. — Dijo Gabe, tratando de no recordar a Óscar golpeando a un niño de ocho años con una pala.

    Acto seguido entraron Fer y Sally, sonriendo y bastante alegres, cogidos de la mano y abrazados. Ambos se saludaron con Damián y Annah, y se aproximaron a su grupo.

    — Vaya, se os ve contentos. — Dijo Gabe, guiñándole un ojo a su hermano. — Sobretodo tú, hermanito.

    — Sí bueno, es que me acabo de enterar de algo. — Respondió Fer, que no cabía en sí de su felicidad.

    — ¿Y qué es? — Le preguntó Brandon.

    — Fer, tengo que contarte algo. — Murmuró Sally con seriedad, sentándose al lado de su pareja.

    — ¿De qué trata? ¿Estás bien? — Preguntó Fer, esperando que no fuera nada malo.

    — Sí, sí, tranquilo... es una buena noticia. Supongo.

    — ¿A qué esperas? ¡Cuéntamela!


    Sally trataba de contener la emoción, mientras Fer se sentía cada vez más impaciente.

    — He ido a hacerme unas pruebas y... vas a ser papá.

    El rostro de Fer pasó de la duda del preguntarse que podría a ser a la seriedad más absoluta. Sally pensó que se lo tomó mal y agachó la cabeza, apenada.

    — Es... increíble. — Dijo, levantándose del sofá con las manos en la cabeza. — ¿Yo, padre? ¡¿Yo?!

    — ¡Vamos a tener un hijo! — Exclamo Sally, que lloraba de la emoción.

    — ¡Te quiero Sally! ¡Siempre te querré! — Exclamo Fer, abrazando a su mujer. — Protegeremos a nuestro hijo de todo lo que hay ahí fuera, él o ella sobrevivirá, te lo aseguro. Ahora tenemos un hogar, podemos comenzar una nueva vida. Podemos ser felices los tres.

    — ¡Es increíble! ¡Enhorabuena a ambos! — Dijo Brandon, abrazándoles.

    — ¡Fer va a ser papá! — Comenzó a gritar Gabe, llamando la atención de la gente, que no dudó en celebrar la noticia.

    Jess y Ezequiel, que estaban allí, se acercaron al grupo para felicitar especialmente a Fer y Sally.

    — ¡Enhorabuena! Sois muy afortunados. — Dijo Jess, mirando a Ezequiel. — Nosotros queremos tener uno, algún día.

    Randall entraba en ese momento a la fiesta, pero no vio al grupo, que estaba en una esquina, por lo que se limitó a servirse un vaso de cerveza. Mientras bebía, observaba a toda la gente reír y disfrutar de la fiesta, y aquello de alguna manera, le hizo sentir bien. Parecía respirarse normalidad. De pronto, alguien le tocó por la espalda. Sorprendido, Randall se giró y vio a Natasha con una copa de sidra en la mano.

    — Hola. — Dijo ella, algo tímida.

    — Hola. — Respondió él, sorprendido de que una desconocida se le acercara. — Esto... ¿cómo estás? Quiero decir, ¿cómo te llamas?

    — Natasha, soy la médico de la comunidad. — Dijo la mujer, sonriéndole. — ¿Y tú?

    — Randall, yo soy de los nuevos. — Dijo él, sonriendo también.

    — ¿Y por qué no estás con ellos? — Preguntó ella, curioseando.

    — No los veo. — Respondió Randall, observando a su alrededor sin percatarse.

    — Están allí, en la esquina del fondo. — Señaló Natasha, ante la risa nerviosa de Randall.

    — Gracias.

    Randall se dispuso a ir con su grupo, sin embargo, no quería dejar sola a Natasha.

    — ¿Quieres venir? No me gustaría dejarte sola.

    — ¿Quién dice que estoy sola?

    — Ah, yo pensaba...

    — Tranquilo, no estoy con nadie. Me gustaría ir con los tuyos... y contigo.

    Randall sonrió, le ofreció la mano y Natasha la aceptó, yéndose con él.

    Ben y Michael se encontraban fuera del edificio, bebiéndose esa botella de vino que se encontraron en la casa que registraron. Ambos estaban sentados sobre el capó del coche, viendo el cielo estrellado.

    — No me acostumbro a esta vida. — Murmuró Ben, bastante deprimido y algo bebido.

    — ¿Quién se habrá podido acostumbrar? — Preguntó Michael, dándole un sorbo a la botella medio llena de vino.

    — Un psicópata amaría este mundo. Sentiría que forma parte de él, que está hecho para él. Los que se sienten excluidos, se suicidan. Y nosotros... nosotros insistimos en encajar. Aunque no todos terminamos haciéndolo.

    [...]

    Park se encontraba con sus cuatro hombres restantes en el interior de la casa del bosque. Todos ellos sabían que fuera se encontraba Theodore, sediento de venganza tras la paliza que recibió por ellos.

    — Park, somos más. Si nos vamos juntos de aquí y aparece ante nosotros, todos podremos derribarlo. No hay necesidad de permanecer atrincherados aquí. — Dijo uno de ellos, sin comprender que Park decidiera encerrarse.

    — No conoces a Theodore, ¿verdad? Él no aparecerá delante de nosotros, él esperará la oportunidad para matarnos uno a uno. Aquí no puede entrar, pero estoy seguro de que sigue ahí fuera, paciente, esperando a que te haga caso para salir todos. Fuera, será cuestión de tiempo de que nos asesine de uno en uno. Sé inteligente, capullo. — Respondió Park, frustrado.

    — Entonces, ¿estás diciendo que nos quedemos aquí hasta que Theodore desista? — Preguntó otro, sorprendido.

    — ¿Tú eres tonto? ¿Tampoco conoces a Theodore? ¡Él no va a desistir! ¡Buscará la forma de entrar, inútil! — Exclamo Park, molesto con los suyos. — Adelante, si queréis morir, allá vosotros. Ahí tenéis la puerta.

    Theodore observaba la casa desde unos arbustos, pendiente de si salía alguien mientras su mente maquinaba un nuevo plan. Sin embargo, la suerte le sonrió, porque tres presos salieron de la casa en aquel momento. Con una mirada sádica, el ex-líder de los presos supo que aquella era la oportunidad de matar literalmente a tres pájaros de un tiro.
     
  20.  
    Agus estresado

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    Hola. Este ha sido un capítulo muy bueno. Los capítulos se ponen cada vez más largos y eso me va gustando. La historia se ha calmado un poco, pero el desarrollo de los personajes ha mejorado mucho con respecto a los demás capítulos. Eso sí, me gustaría que los personajes tuvieran más momentos como estos antes de que empiece el caos.

    Los zombis siguen sin ser una amenaza considerable, pero estoy seguro de que eso cambiará de seguro en el próximo capítulo. Mientras tanto, la vida en Zona parece que ha sido muy tranquila para el grupo, y parece que los personajes que han estado mucho tiempo solos finalmente van a encontrar una compañía amorosa (Natasha con Randall y Brandon con Alexa). Me da alegría que Fer y Sally estén esperando un hijo o una hija, aunque tengo un presentimiento algo oscuro de que su embarazo podría perderse. Aunque los habitantes de Zona parecen haberse acostumbrado al grupo, aun hay cosas que pueden poner en peligro la paz. Como la discusión de Brandon con aquel hombre, o el hecho de que Damian esté acosando a Diana de esa forma. Ya veremos como termina.

    De mientras, los presos del grupo de Park parecen ser verdaderamente idiotas, dado a que están haciendo justo lo que Theodore quiere y espera que hagan. Además, después de que se las vea con ellos, el grupo de Zona será el siguiente, aunque no creo que pueda hacer nada contra ellos, pero queda esperar para ver.

    No he notado errores ni de ortografía ni de narración, lo cual es bueno. Eso es todo lo que tengo para decir de momento. El capítulo me gustó y esperaré ansioso al siguiente. Saludos.
     
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