One-shot Iguales [Mimily AU]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Yugen, 25 Febrero 2019.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Escritora
    Título:
    Iguales [Mimily AU]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3477
    Me apetecía escribir algo situado en un contexto histórico. Concretamente a finales del siglo XIX comienzos del XX porque es una época por la que mi madre me inculcó cierto aprecio.

    Aunque era una época deleznable y horrible concretamente para lo que intento exponer en este pequeño fic. Esto daba para long-fic pero no tengo pinche creatividad para más lol. #SorryesSorry

    Advertencias: angst. Mucho angst. Relación chica x chica si no te gusta —¿por qué no te gustaría? (?)— no leas.


    Cry.

    ***

    Abrió la puerta de la habitación con cuidado. Esperaba encontrarla llorando. Después del escándalo que había armado durante la cena con su padre esperaba encontrarla sollozando sobre su cama, maldiciéndolo todo de la misma forma que lo había hecho en el gran salón.

    —¿Mimi?

    Se deslizó por la rendija de la puerta, casi temerosa por lo que podría encontrar dentro.

    Pero no la halló llorando. Su figura se recortaba frente al ventanal de su habitación. La luz platina de la luna iluminaba sus finas facciones mientras se abrazaba a sí misma.

    Podía ver sus ojos vidriosos desde allí.

    —No quiero casarme con ese hombre, Emily—dijo entonces— ese estúpido cromañón que cree que puede hacer lo que quiera conmigo por ser mujer. No lo soporto.

    Su corazón pareció romperse al escucharla hablar.

    Cuando se conocieron ambas eran muy pequeñas. Ella fue contratada junto a su madre. Una mujer seria y ejuta que aborrecía el trato cálido de su hija y la forma en la que se dirigía a sus superiores.

    Emily era por ese entonces demasiado pequeña para comprender que no era igual al hombre que la había contratado. Ese señor tosco, serio, que siempre parecía demasiado ocupado. Por supuesto, tampoco era igual a su hija. Esa niña de cabello rubio y ojos celestes que tanto solía ver a veces, rondando por la mansión, pero pocas veces se le dirigía. Debían tener la misma edad, quizás ella fuese un poco mayor por espacio de un año. Pero ambas eran unas niñas.

    Mimi, cual era su nombre, era una chica menuda de ademanes hoscos y protocolarios. La primogénita de un gran empresario. Y como tal, se le había inculcado desde muy pequeña que estaba muy por encima del resto de la gente. De cualquiera que no tuviera más dinero o poder. Todo aquel que no estaba a su nivel era un inferior y por tanto no se merecía poco más que someterse, callar y obedecer.

    Tales eran los trabajos de sus sirvientes.

    No eran iguales a ojos de la sociedad.

    La causaba curiosidad. Mimi la veía como una posesión más—¿valorar a un sirviente? Qué despropósito— pero Emily... Emily la veía como una niña más. Una amiga. Alguien a quien quería conocer, con quien jugar, preguntarle cosas y saber.

    A veces sus miradas se cruzaban. Y Emily le sonreía de forma resplandeciente como solo ella sabía hacerlo. De una forma tierna y repleta de pureza. Y entonces la veía prácticamente escandalizarse— nada acostumbrada a ese trato— y apartaba el rostro con obstinación.

    No sabía si era exactamente orgullo o vergüenza lo que veía en sus ojos azules.

    Era poco mas que una mera sirvienta. Una persona que trabaja y vivía por y complacer a los señores de la casa. No tenía voz ni voto; menos se le permitía opinar, hablar o tan siquiera respirar si no lo querían los señores. Y ella era una dama orgullosa que se sabía superior al resto.

    Incluso con tan solo ocho años Mimi lo sabía de sobra. Su estatus estaba muy por encima del de esa niñita alegre de ojos amables y brillantes. Estaba muy por encima del de su madre. Estaba muy por encima de todos en esa casa excepto de su propio padre.

    Y sin embargo, Emily insistía en tratar de conocerla. En tratarla como una igual. En olvidar los protocolos que le exigían.

    Cuando le llevaba el desayuno a la mesa trataba de iniciar pequeñas conversaciones triviales que acaban de forma brusca cuando su propia madre le recordaba de muy malas formas cual era su lugar.

    —¿Otra vez has estado intentando hablar con la hija del señor?

    —¡Pero madre yo quiero conocerla más!

    —¿Cómo iba a querer una dama respetable socializar con una sirvienta como tú?—le espetó. Se limpió las manos en el delantal, húmedas de tanto frotar las telas en el lavadero— Limítate a pelar estas patatas. Venga, que llegamos tarde.

    Emily no lo comprendía. ¿Por qué no querría conocerla? Ella no había hecho nada malo. Era tan solo una niña. Lo único que sabía era que aquella familia les había salvado la vida.

    Sin el hospicio que les proporcionaban los Honda habrían acadado en la calle, durmiendo bajo puentes y comiendo pan mohoso con suerte, después de que su madre perdiese su último trabajo cuando la dama para la que trabaja perdió su dote y fue echada a la calle como un perro.

    Probablemente su madre hubiese tenido que vender su cuerpo para tener algo que comer si Moura Honda no las hubiese acogido en su mansión ofreciéndoles un techo a cambio de trabajara para él. ¿Pero no significaba aquello que las había salvado de la inmundicia más absoluta? ¿Solo podía agradecérselo trabajando para ellos en las pocas tareas que su pequeño cuerpo podía realizar?

    Quería hacer algo más que eso.

    —¿Qué estás haciendo?

    Le preguntó una tarde cuando salió al jardín a llevarle una bandeja con macarons y pastas de té. Era su rutina usual. El pequeño cuerpo de Mimi pareció tensarse súbitamente en su silla al escucharla.

    Estaba sola. En aquel amplio y verde jardín, junto a la fuente que borboteaba con fuerza un agua cristalina que reflejaba los rayos del sol. Un sol que ya empezaba a declinar por el horizonte.

    Parecía ciertamente reticente a socializar con ella. Aquello no era lo que se suponía que debía hacer. El resto de sus sirvientes solo le hablaban para acatar órdenes. Un "Sí, señorita Honda" era todo lo que recibía de ellos.

    Pero aquella niña era completamente diferente.

    —Estoy leyendo—respondió escueta.

    El fino cabello negro de Emily se deslizó sobre sus delgados hombros cuando ladeó la cabeza con curiosidad.

    —¿Leer?—repitió cuidadosamente las palabras—. ¿Qué es eso?

    Mimi la miró con perplejidad.

    —¿No sabes leer?—preguntó.—¿Y aún así insiste en hablarme? Qué impertinente.

    La curiosidad no desapareció del rostro de la niña. Si acaso se acrecentó aún más. ¿Qué era eso tan interesante? Su madre nunca se lo había enseñado. Sabía fregar, lavar, tender, barrer, cocinar un poco... ¿pero que era eso de leer? Estaba segura de que su madre tampoco sabía hacerlo.

    —¿Puedo verlo?—inquirió entonces, dejando la bandeja sobre la mesa. Y se acercó a ella unos pasos.

    Mimi cerró el libro y se lo llevó al pecho entonces. Como si quisiera protegerlo de ella, con tanto ahínco que la sorprendió. Sus ojos tenían un brillo amenazante.

    >>Este libro era de madre—avisó—. Ni se te ocurra tocarlo con tus sucias manos.

    Emily dejó un segundo sus manos suspendidas en el aire... pero finalmente las dejó caer. La observó en silencio. Había apartado la mirada y sus ojos estaban ligeramente vidriosos. Sus mejillas enrojecidas... parecía dolida. Confusa. Triste.

    "¿Madre...?"

    Era la primera vez que la veía así desde que la conocía. Esa reacción tan humana le hizo sentir que el muro que las separaba se rompía.

    Y entonces... sonrió.

    —No sé lo que sea... pero por cómo reaccionas debe ser algo muy importante—dijo cálidamente—. Yo tenía cosas de papá... pero tuvimos que dejarlas en la antigua casa cuando nos la quitaron...

    Mimi volvió a mirarla de reojo. Por un momento quiso preguntarle. Saber qué había pasado, que eran esas cosas importantes. Sopesó atentamente su respuesta. ¿Debía hacerlo? ¿Debía preguntarle? ¿Era correcto tener ese trato con un sirviente? Estaba por separar los labios cuando se oyó un grito ahogado que resonó por todo el patio.

    —¡Emily! ¿Otra vez?

    La niña sufrió un brusco tirón en su muñeca. Era su madre. De nuevo escandalizada por el trato tan informal que su hija tenía con sus superiores.

    Se disculpó sumisamente ante Mimi.

    —Lo lamento muchísimo señorita Honda—le dijo—. Por favor, disculpe el comportamiento de mi hija. Aún no sabe cual es su lugar.

    Mimi mantuvo silencio durante unos segundos. Miró a Emily. Sus ojos estaban vidriosos y se mordía inferior. No sabía si estaba dolida por la situación o por la forma dolorosa con la que su madre sostenía su muñeca. Sus uñas prácticamente se le clavaban en la piel.

    "Niña malcriada" —pensaba la mujer—. "¿No te das cuenta de que necesitamos este trabajo?"

    Sacudió finalmente la cabeza.

    —Está bien—dijo para sorpresa de la mujer—. No es un problema. Retírate.

    La madre de Emily se disculpó de nuevo mientras se alejaba arrastrando a Emily prácticamente tras de sí. Pero los ojos morados de la niña jamás abandonaron los suyos. Su clavaron en ella como agujas y Mimi le sostuvo la mirada todo el tiempo.

    Qué situación tan extraña.

    "Qué sirvienta tan molesta".

    Emily la abrazó por la espalda. Sus brazos rodearon su cintura apretándola confortablemente contra su pecho. Sintió sus voluminosos senos apretarse contra su espalda a través de traje protocolario de sirvienta.

    —Entonces... no te cases con él—le dijo suavemente—. No tienes que hacerlo ¿verdad? Tu vida es tuya.

    Mimi quiso reír al escuchar esas palabras. Emily nunca cambiaría... seguía insistiendo en que eran iguales. A pesar de tanto tiempo transcurrido aquello no había cambiado en lo absoluto. Ojalá las cosas fueran tan fáciles en su mundo.

    Sacudió la cabeza.

    —No. Mi vida es de mi padre—apoyó sus brazos sobre los de Emily en un intento por dejar de apretar sus puños. Empezaban a dolerle las palmas. En su voz vibraba una sorda rabia, ahogada por la resignación—. Debido a mi posición social no puedo hacer gran cosa por luchar contra mi destino. Soy poco más que una moneda de cambio para mantener el alto estatus de mi familia indemne.

    Su situación mejoró significativamente con los años. Emily nunca dejó de tratar de acercarse a ella. De intentar por todos los medios ser su amiga. A pesar de que su madre la castigaba duramente y la reprendía con palabras hirientes. A menudo lloraba en la soledad de su habitación en el ático cuando nadie miraba, sintiéndose confusa, desesperada, frustrada consigo misma porque no lograba entender por qué. Por qué no podían estar juntas.

    Por qué era todo tan difícil e injusto.

    Sorprendentemente la calidez de Emily derritió poco a poco los fríos muros del corazón de la hija del señor de la casa. Y la distancia que las separaba empezó a reducirse con el tiempo. Emily era insistente, alegre y amable... y su trato tan extraño y ajeno al resto despertaba la curiosidad de Mimi.

    No tenía muchos amigos de toda modos... y su vida era francamente solitaria. Su padre apenas pasaba tiempo en casa y Mimi quedaba sola, al cuidado de sus muchos sirvientes. Y se convertía en la indiscutible dueña y señora de la casa en ausencia de Moura.

    Durante esos muchos meses... Mimi descubrió en Emily una persona con la que quería tratar más. Con la que de hecho quería tratar más. Empezó a verla con otros ojos. A hablar más con ella, a tener pequeñas conversaciones en las que participaba activamente.

    Mimi escuchó la historia de Emily. Que su padre había fallecido en la guerra, que su madre perdió su trabajo y hubieran acabado en la calle de no ser por ellos. Y Mimi le contó sobre su madre, que había fallecido hacía años y era una pianista famosa. Empezaron a jugar juntas con los muchos juguetes y posesiones que poseía Mimi. Su casa de muñecas, el balancín, pequeños juegos de té.

    Y entonces empezó a leerle libros por las tardes, a la hora del té, que Emily escuchaba con gran emoción detenida a su lado frente a la mesa. Viéndola pasar las hojas, descrifrando todo ese galimatías que aún no podía entender. Imaginándose todas esas historias de romances prohibidos, de idilios imposibles, de amores que duraban más de una vida.

    —¿Quieres que te enseñe a leer?—le preguntó un día—. Es divertido. Hay muchísimas historias interesantes.

    —¡Oh! ¿Me enseñarías?

    Mimi apartó la mirada repentinamente.

    —S-solo porque quiero ¿bien?

    Y de un momento a otro se vio rodeada por unos cálidos brazos. Los brazos de Emily. Y su rostro enrojeció de golpe mientras sus ojos se abrían de la impresión. Su sirvienta la estaba abrazando. Una persona que en lo absoluto debería tocarla... la estaba abrazando de aquella forma tan íntima.

    —¡Gracias Mimi!

    Agradeció que su padre no estuviera ahí para verla. ¿Qué hubiera pensado al verla disfrutar el abrazo de una simple sirvienta?

    Su cuerpo se tensó súbitamente. Aquello era tan injusto... no podía soportar ver a su amiga en un estado y en una situación tan deplorables. ¿Casarse con un hombre que no amaba por exigencias de su padre?

    Había sido testigo de la discusión que Mimi había tenido con él en el salón, en mitad de la cena.

    ... No había sido agradable.

    Y cuando había tenido oportunidad y Mimi abandonó el salón en dirección a su cuarto, Emily la siguió.

    —¡Pero...!

    Mimi apretó sus manos contra las suyas. La calidez de su corazón seguía ahí, indemne, desde siempre. Nada había cambiado. Habían crecido juntas, ya no eran las mismas... y al mismo tiempo aún lo eran.

    Pero seguían sin ser iguales.

    Mimi no quería pensarlo mucho más.

    —Emily, antes de que mi libertad termine y me convierta en la esposa de un hombre al que no amo— apretó los labios con fuerza— quiero que hagas algo por mí.

    —Lo que sea.

    —Bésame.

    Se había girado en ese momento y la miraba con intensidad a los ojos. Sus ojos azules se perdían en sus orbes morados como si pretendiese bucear en ellos. En ese océano que le causaba tantísimos sentimientos de los que ya no podía huir.

    Era todo un misterio cuando había empezado a tener esos sentimientos por alguien en quien absoluto debería sentir nada más que tosca indiferencia. Ya había cruzado la línea hacía mucho. Se había convertido en su amiga, en su mejor amiga... cuando no era más que una sirvienta. Cuando debería ser amiga de otras damas de su mismo estatus. Y entonces...

    —''Él la bes... ¿besó?''

    El gesto de Mimi sentada a su lado sobre la cama se iluminó de forma repentina.

    —¡Muy bien Emily!—la felicitó abrazándola—. ¡Ya puedes leer!

    Emily enrojeció al sentir a Mimi abrazándola. Los brazos de esa chica esquiva y orgullosa rodeando su cuerpo. Pero su corazón se agitó de la felicidad... se sentía orgullosa de sí misma. Exultante de alegría le devolvió el abrazo. Después de tanto tiempo, de tantos días... lo había conseguido.

    Había aprendido a leer.

    —Ha sido gracias a ti Mimi...


    Las mejillas de Emily enrojecieron ligeramente cuando Mimi acortó aún más las distancias. Parecía un poco insegura, asustada de ser rechazada. De hecho estaba temblando ligeramente. Si su vida iba a acabar ahí ya no lo negaría por más tiempo.

    No quería ni podía hacerlo.

    —... ¿Me besarías?

    Su voz fue menos que un susurro.

    Mas Emily no tenía intenciones de rechazarla. ¿Por qué lo haría? Allí tenía a su mejor amiga, frente a ella... aquella chica que tanto quiso conocer. A pesar de que era una sirvienta, a pesar de que Mimi podía simplemente haberla ordenado besarla... le había preguntado. Porque aquello no era una orden. Y no tenía pretensiones de obligarla a hacer nada que ella no quisiera hacer.

    Apoyó sus manos sobre sus tibias mejillas sin dejar de mirarla a los ojos. Eran azules, electrizantes... ahora vidriosos y empañados por las lágrimas. Se veía tan vulnerable. Y entonces le sonrió.

    —Sí—susurró contra sus labios—. Sí, por supuesto...

    Y terminó de acortar la distancia que las separaba. Mimi hundió sus dedos en su cabello negro, acariciándolo suavemente con sus manos. Pareció derretirse bajo la cálida suavidad de sus labios. Bajo aquel tierno abrazo.

    Aquello que había esperado y deseado en secreto tanto tiempo. Aquello de lo que tanto había huido... estaba sucediendo al fin. El aluvión de sentimientos desbordantes que se apoderó de su corazón fue tan intenso que las lágrimas se deslizaron por sus mejillas en mitad de ese beso. ¿Cómo iba a casarse ahora con ese lugarteniente si sabía lo suaves y cálidos que eran los labios de Emily?

    Se miraron a los ojos al separarse. Ambas enrojecidas, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho.

    —Emily yo... tú...—Mimi balbuceó de forma atropellada. Su voz se quebró—. Querría pasar mi vida a tu lado. Es a ti a quien amo. No me importa mi título. Ni mis posesiones. Mi dote puede irse al infierno.

    >>Quiero estar contigo siempre—sollozó con desesperación—. La hija de un rico empresario perdidamente enamorada de su sirvienta... qué gran historia ¿verdad?

    Oh. Aquello estaba tan... tan mal.

    Emily tomó sus manos entre las suyas. Las apretó con fuerza entre ambas tratando de trasmitirle coraje y apoyo.

    —Mimi... huyamos—le dijo— Huyamos juntas. Como en esas novelas que tanto leímos.

    Mimi la miró entonces con cierta sorpresa. Eso... eso era algo que ella diría. Pero entonces sonrió con tristeza.

    —Sería genial ¿no?—murmuró— Pero... no puedo hacerlo. Una relación entre una señorita y una sirvienta y además siendo ambas chicas... nadie lo entendería.

    —No importa que no lo entiendan yo—

    —¿A dónde iríamos? ¿Qué comeríamos? ¿Dónde nos ocultaríamos del resto del mundo? No es posible Emily. Lo que tenemos es maravilloso pero... las cosas no son tan fáciles en este mundo podrido en el que vivimos. Incluso en los libros... la chica se queda con el chico. No hay más.


    Hablaba con tristeza, con un dolor innegable en cada una de sus palabras. Su corazón se hacía trizas. Su mundo era tan injusto... pero no era diferente para ella. Ni con todo su estatus y poder podía decidir a quien amar. No tenía libertad ni voto y su corazón no era suyo. Era una simple moneda de cambio. Si no podía decidir amar a otro hombre que no fuese el exigido... ¿cómo iban a permitirle amar a una mujer? ¿Una mujer que además era una sirvienta?

    Si lo descubrían Emily y su ahora anciana madre estarían en problemas. Y lo que ella menos quería era que acabaran en la calle o algo peor.

    —Te llevaré conmigo cuando me case—le dijo pues, apretando con fuerza sus manos—. Al menos eso, no quiero separarme. No quiero dejarte ir.


    Sus ojos se cruzaron. Fue solo un breve momento. Un ínfimo segundo en el que el corazón de ambas pareció romperse a la vez. Emily le sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

    Y ella vio de nuevo a aquella pequeña e impertinente niña en ese gesto.

    Allí estaba, en el altar. Vestida de un impecable blanco. Y allí estaba él, a su lado, tomando sus manos entre las suyas.

    Pero su mente estaba muy lejos de allí. Estaba con ella. Con su sirvienta, detenida a las puertas de la iglesia. Su corazón también estaba con ella. La amaba. Oh dios, la amaba tanto. La amaba a ella, esa era la más pura verdad. Pero nadie nunca lo entendería. Nadie nunca comprendería el por qué de un amor condenado por la sociedad.

    Nadie debía saberlo.

    Porque el estatus era mucho más importante. Porque el género era mucho más importante. Porque su vida y la de su amable sirvienta acabarían si lo que sentían en sus corazones salía a la luz.

    Nadie debía saberlo nunca. Ella fingiría ser feliz con él y amarlo. Pero cada noche, después de que el quedase dormido y exhausto tras sus intentos por engendrar un vástago, ella se deslizaría fuera del cuarto y la buscaría a ella.

    Y Emily borraría todo rastro de él de su piel con sus besos, sus manos, sus tibias caricias... quemaría la marca de su marido con el fuego ardiente que crepitaba en sus corazones.

    No eran iguales aunque sus corazones eran los mismos. Pero nadie rompería jamás ese amor prohibido y condenado. Ni su padre, ni su esposo, ni la sociedad.

    Nunca.

    A pesar de que el anillo que portaba en su dedo anular jamás sería el suyo.

    Me paro a pensar en todo lo que tuvieron que sufrir parejas homosexuales en esta época y se me destroza el corazón... en cierta forma agradezco haber nacido en este siglo.
     
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