El Pueblo Iglesia Pizzi

Tema en 'Partidas Inacabadas' iniciado por rapuma, 6 Agosto 2019.

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    rapuma

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    La iglesia del pueblo es uno de los lugares más grandes del perímetro. Casi un castillo, la iglesia es un edificio ladero a una gran mansión donde el sacerdote Pizzi vive junto sus pupilos. Se comenta que los pupilos y todos los trabajadores de la iglesia tienen los ojos color añil; parece un degeneramiento genético pero la verdad es que sólo los puros y castos son capaces de poseer ese color de ojos, los mismos ojos que Angelo Pizzi.
     
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    rapuma

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    El coche de Ríos aparcó justo enfrente de la acera y se bajó del vehículo.

    —No nos dejan estacionar frente la iglesia. —se encogió de hombros. —¿Quieren que les acompañe o...?

    —No será necesario hijo, gracias. Aguarda aquí, no queremos poner nerviosos a los pupilos entrando con un policía antidisturbios.

    Nash se sonrojó y bajó la cabeza para verse el uniforme. De pronto se sintió incómodo.

    Jacob caminó lentamente hasta la puerta de la iglesia, siempre fielmente seguido de Tristán. Se detuvo a unos escasos metros de la entrada y miró hacia la torre de la capilla dónde un cuervo parecía comer algo; se rascaba el pico contra la estructura.

    —Mis sentidos están inquietos. —movió el cuello y se tronó los músculos. —Esperemos dar una buena impresión. Vamos.

    Entraron por la puerta y se adentraron en el interior; las paredes estaban revestidas de cuadros, velas y estatuas de vírgenes, santos y el propio pontífice supremo que regia el Vaticano. Andaban sobre una alfombra roja excepcionalmente pulida; los bancos para orar estaban vacíos a excepción del último que estaba junto el pequeño altar de misa. Jesús crucificado parecía observarlos desde la pared con una expresión de sorpresa.

    —Disculpe. —interrumpió el rezo de la persona que estaba arrodillada. —¿El padre Pizzi se encuentra aquí?

    La persona dejó de orar y les observó con el celo fruncido. Los ojos color añil los observaban atentamente por turnos. Era un hombre, quizá de 30 años; expresión sombría. Daba la sensación que los miraba con un odio infundado.

    —¿Quién lo busca? —preguntó tajante; el aire a incienso flotaba en el aire.

    —Somos del Vaticano. Soy el...

    La persona se levantó como un resorte y los enfrentó con el cuerpo. Los puños cerrados, macizos. La expresión de ira iba en aumento. Tristán pudo advertir un movimiento imperceptible en los ojos, como si unos gusanos hubieran aparecido de pronto, pero quizá fue su imaginación. Esos color de ojos no eran algo normal.

    — ... soy el cadernal Jacob Pedro Ibáñez. Y mi compañero el...

    —El Vaticano. Roma debe ser muy bonito. —de pronto una voz aplacó la violencia del hombre que tenían ante ustedes, que se relajó de un segundo a otro, mostrándose servicial y dócil. Angelo Pizzi apareció por detrás del altar vistiendo una túnica negra de iglesia. —Lamentablemente nunca pude visitarlo por los kilómetros que nos separan. Hicieron un viaje muy largo para venir hasta aquí y hasta esta iglesia. Por favor, señores, ¿qué puedo hacer por ustedes?

    Angelo sonrió y mostró su perfecta sonrisa; estaba claro que debía de ser un hombre mayor pero lucia demasiado joven. Cabello corto y marrón, de manos grandes y peligrosas; sonrisa afable y unos intensos ojos color añil que los estudiaban. Transmitía una seguridad que era palpable hasta con la piel; y de cierto modo ambos cristianos sintieron la terrible sensación de pertenecerle; su presencia era dominante.

    Jacob se quitó el sombrero y una pequeña gota de sudor atravesó su nuca. El cadernal tenía la mandíbula tensa y no apartaba los ojos de los de miel que seguían estudiando sus movimientos, cómo si fuera un detector de verdad y mentira.

    Reual Nathan Onyrian
     
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    Tristán Adriano Alarcón

    Aunque hubiera preferido ir caminando, el agente Ríos insisitó en que fueran en auto hasta su destino. A medida que se acercaban, Tristán dejó escapar un silbido de admiración ante la visión del imponente edificio. Para ser un pueblo tan pequeño y perdido en la nada, habían puesto bastante presupuesto para la acomodación del cura. Pero si lo que decía Ríos era cierta y el sacerdote local podía obrar milagros, no sería raro que los lugareños hayan erigido tal castillo para alojar a su curandero. Sinceramente, nunca había sido muy amigo de la opulencia que muchos ordenados exhibían, y su opinión del Vaticano era algo como agridulce.

    Cuando bajaron del vehículo, ambos se dirigieron hacia la puerta de la iglesia, y asintió ante la observación del cardenal. Algo también se había clavado como una espinita en la espalda de Tristán, una extraña sensación de desosiego. El hecho de que el señor Jacob confiaba bastante en sus sensaciones era algo curioso, así como también lo que mencionó sobre el señor Blacke en la comisaría. Era obvio que el comisario estaba siendo pomposo y exagerando, además de notaba bastante a la legua la amabilidad fingida. No le agradaba que estuvieran allí. Sin embargo, tenían una misión.

    Tristán hincó la rodilla en el suelo y se persignó al entrar en la Casa de Dios, y mientras el cardenal se dirigía directamente a hablar con el que parecía el único feligrés en el lugar, el joven sacerdote se dispuso a estudiar el interior del edificio. Vaya, imaginería hasta del sumo pontífice. Eso rompía con un par de normas, la verdad. Adorar a un hombre mortal, que no ha alcanzado todavía ni la beatificación. Por muy sabio o bueno que fuera el Papa, seguía siendo un humano como todo el resto. Sin embargo, Tristán también había pasado gran parte de su vida en un pueblo, y sabía que muchas veces, su forma de vivir la espiritualidad era distinta a la del clero organizado. Mientras siguieran las enseñanzas de Jesús y se mantuvieran en su Amor, Tristán estaba contento. Cada uno encontraba la Luz de Dios de manera distintas.

    El joven ordenado se acercó al cardenal, para escuchar la conversación con el feligrés, que parecía tener una actitud hosca y poco amistosa. Y esa actitud quedó demostrada al mencionar el cardenal que venían del Vaticano, que provocó que el hombre saltara del banco como un resorte y los enfrentara con los puños. Sin embargo, sus humos se aplacaron en cuanto se escuchó una nueva voz en el Templo, la de Angelo Pizzi, que apareció tras el altar con su sotana. Tristán pudo notar algo, aparte del repentino cambio de actitud del feligrés. Sus ojos. De un color añil, algo completamente curioso, y por un segundo, pudo notar que tal vez había algo dentro de ellos, como si fuera un gusano. Pero seguramente era su imaginación, jugándole una mala pasada sumado a las luces del lugar. A pesar de eso, decidió anotar mentalmente el dato. Por alguna razón, parecía importante.

    Giró su atención hacia el sacerdote Pizzi, y de inmediato sintió una extraña sensación. Aquel hombre no le agradaba del todo. No supo si era su sonrisa perfecta, el hecho de que tuviera ojos añil al igual que el otro hombre, o la extraña seguridad que parecía desprender. El cardenal no hizo más que confirmar sus sospechas, al sacarse el sombrero (cosa que debía haber hecho al ingresar al Templo, pero seguramente andaba cansado y distraído, no podía culparlo) y mostrar la fina gota de sudor que caía por su nuca. Sin embargo, no había que demostrar completa sumisión ante aquella persona. Además, todos ellos eran miembros de la Iglesia, y algunos con más rango que los otros.

    — Un placer en conocerlo, Padre Angelo Pizzi. Me llamo Tristán Adriano Alarcón, y tal como el cardenal dijo, venimos del Vaticano. Tal vez lo escuchó por allí, en un pueblo las noticias vuelan, pero venimos a investigar sobre el extraño caso de António Degustini. Y nos gustaría saber que conoce al respecto, en especial teniendo en cuenta que parece involucrado en el caso debido a una acusación del fugado, de ser el verdadero asesino de todas esas personas. Seguramente, deben ser las imprecaciones de alguien desesperado, pero como pastor de este pueblo, nos gustaría saber sobre sus opiniones al respecto.— estrechándole la mano, le sonrió de manera afable, manteniendo un tono y volumen de voz respetuoso. Estábamos en la Casa de Dios, después de todo.

    La sonrisa de Tristán conllevaba más que una demostración de afabilidad y respeto. Y cualquiera que lo conociera podía notarlo. Pueblo chico, infierno grande, decía el dicho.
     
    Última edición: 7 Agosto 2019
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    rapuma

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    En el momento que Tristán estrechó la mano con el Padre Pizzi sintió un escalofrío que le recorrió toda la espina dorsal; cómo si unas manos esqueléticas y heladas subieran lentamente por la espalda.

    —António Degustini. Qué pena, horrible conmoción. Un hombre muy generoso, creo que nunca llegó a ser comprendido por su pasado militar. Estuvo en el ejército, ¿sabe? En la Legión Extranjera, creo. —hasta ese momento Angelo nunca había observado directamente a los ojos de Alarcón, hasta ese momento que desvió la vista y clavó sus orbes en él.

    Jacob suspiró de pronto cuando esa conexión de miradas finalizó. Apenas había sido audible, pero Tristán seguro lo escuchó. Parecía como que todo ese tiempo hubiera estado aguantando la respiración.

    —No puedo hablar mal de António, aún no sé porqué ese arrebato contra mí. Me dolió mucho. —la expresión de Angelo era de dolor puro, como si realmente sintiera un dolor en el centro del pecho por la acusación de Degustini. —A pesar de sus acusaciones contra mí di cobijo a su señora madre. Es la voluntad de Dios que todo su rebaño sea cuidado por una mano amiga; y si levantan una mano contra ti solo bastara con poner la otra mejilla. —sonrió de pronto, volviendo a su porte inicial. —Es inquietante lo que sucedió en la granja O'dells; eran buenos cristianos y todos los domingos venían a misa. Saber que sufrieron una muerte tan... fuerte nos conmovió a todos. Nunca me hubiera imaginado que António practicaba ritos satánicos. Fue horrible enterarse: imagínense que el Pueblo entero fue sacudido.

    Los ojos ámbar estudiaban a Tristán con suma suspicacia; ojos inteligentes y que parecían entrar en el alma propia para leer todos sus secretos.

    —Me encantaría ayudar en su búsqueda espiritual. Lamentablemente nadie sabe el paradero de António hoy mismo, aunque se comenta que los lobos podrían haberse encargado de él. —se persignó con la mano izquierda. —Solo espero que esté donde esté encuentre el camino al Señor. ¿Algo más en que pueda ayudarlos?

    Jacob se encontraba tenso y su mirada clavada como un arpón en la figura de Angelo. Si él sentía que debía decir algo más no lo exteriorizaba; incluso parecía querer salir de allí cuanto antes.
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Tristán Adriano Alarcón

    A menos que el prelado tuviera las manos extremadamente frías y sufriera de alguna dolencia de ese estilo, era bastante inexplicable la sensación que Tristán había sentido en su columna. Sin embargo, mantuvo la compostura, aunque a duras penas, y estrechó con fuerza la mano, mientras mantenía su sonrisa, en especial cuando la mirada de Pizzi se centró en él, dejando libre al cardenal. Era raro ver que el hombretón estaba tan nervioso, y el suspiro de alivio que lanzó fue suficiente para demostrarle que el viejo no se sentía cómodo en este lugar. Y para ser sinceros, él tampoco.

    Sin embargo, centró su mente en memorizar todo lo que Pizzi estaba diciendo en ese momento. Así que António había sido parte de las fuerzas armadas, eso era bastante interesante. O el cura de verdad era demasiado expresivo, o era un actor consumado, ya que las expresiones de dolor y su sonrisa parecían haber sido practicadas mil y una vez para lograr la perfección. Por alguna razón, sus reacciones parecían alejadas de como serían las expresiones normales de una persona. Mencionó varios cosas de interés, aunque una de ellas captó la especial atención de Tristán.

    — Disculpe la pregunta, pero mencionó que António se encontraba practicando ritos satánicos. Que yo recuerde, en el informe que nos brindaron, no se hace mención a ningún motivo religioso como razón de los cruentos asesinatos. No niego que fue seguramente el demonio, junto con alguna secuela de la guerra, si participó en las fuerzas armadas, lo que corrompió la mente de esta persona, para llevarlo a cometer tan viles actos. Pero muchos asesinatos igual de cruentos no tuvieron como detonante un motivo satánico. ¿Puede iluminarme sobre el por qué de esa aseveración? Simplemente intento comprender. Tal vez usted vio algo más que la policía local no pudo, en especial teniendo en cuenta que se dice que usted puede obrar milagros de curación. ¿Eso es cierto, también?— cuestionó, dejando de estrechar la mano del prelado, tanto para terminar el saludo como para dejar de sentir aquel extraño escalofrío.

    >> Oh, y otra pregunta, algo relacionada, si se quiere. En el caso también se menciona a un tal Frederick Rivas, a quien António también acusó de los asesinatos, e incluso llegando tan lejos como para llamarlo "demonio". ¿Sabe algo sobre eso?

    Miré de soslayo al cardenal. Podía notar su nerviosismo, pero necesitaba conocer esos datos. Lo que había dicho el padre era extremadamente interesante.
     
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    rapuma

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    El silencio que se produjo luego de las palabras de Tristán duró demasiado, o eso parecía. El ambiente era tan tenso que podía ahogar; era como respirar con un trapo húmedo sobre la nariz.

    —Así es como la policía lo encontró, creo recordar. Se generó una histeria en torno al caso que quizá decidieron guardarla bajo llave, y bien que hacen. Armar, desarmar, toquetear un hecho bajo el nombre de Satán no siempre es agradable y no siempre es sensato recordar la obra. La oscuridad tiene ojos y orejas en todas las direcciones. —en ese momento un cuervo lanzó un graznido desde fuera, parecía que se habían juntado en torno a las grandes ventanas de la iglesia. Parecían cabezas que miraban y se movían inquietas. —Quizá la gente también ayudó a que este rumor se propague. Gente muy supersticiosa, me costó mucho infundar la Fe en Dios. Pero poco a poco más fieles vienen a portar la túnica. —sonrió en dirección al hombre que estaba allí junto a ustedes y éste sonrió de la misma manera, cómo adorando a Pizzi.

    —Mas fieles... —repitió el hombre.

    —¿Habilidades curativas? —rió entre dientes, sacando importancia al tema con un ademán. —¿Sabe en qué creía esta gente antes de Dios Todopoderoso señor Alarcón? Creía en monstruos del bosque, alienígenas espaciales y quién sabe que otras cosas más. Ahora, está gente al tener Fe está logrando milagros que antes no hubieran podido sin la esperanza adecuada; por eso dicen que soy especial, como un ser con poderes. Pero sólo soy un conducto para un mensaje que va más allá de nosotros y este plano. La gente de este Pueblo tiene el espíritu salvado. —y entonces con la última pregunta Angelo tuvo un ligero tic en su ojo izquierdo, cómo si hubiera sido sacado en evidencia. Pero duró pocos segundos, su sonrisa cambió a un rostro de alguien que está pasando por un momento confuso, sus manos se frotaban y no podía mantener la mirada sobre los ojos.

    —Jesús, María y José. ¿Aún la policía sigue con Frederick Rivas? —se persignó. —Pobre hombre, no lo dejan descansar en paz. Su familia ya tuvo suficiente con el accidente que sufrió hace algunos años. Cayó de una escalera y quedó en coma, pobrecillo... tanta vitalidad esfumada en segundos. Todas las noches mis rezos van hacia él. António no sé qué habrá pensado, quizá bajo los alucinógenos de una droga... Frederick está vegetativo desde entonces. —meneó la cabeza. —Pobre hombre, pobre en verdad.

    Las campanas entonces sonaron en la torre de la capilla: fueron tres veces. Jacob de súbito su rostro se puso rojo y Angelo volvía a sonreír.

    —Me encantaría seguir tratando con ustedes pero mi deber como sacerdote del Pueblo me lleva a cumplir mis deberes. ¿Se quedarán a la misa?

    —No. —respondió tajante Jacob que hasta el momento había estado callado. —No me malinterprete, Padre, pero tenemos un deber aún. Muchas gracias por su tiempo.

    Angelo Pizzi asintió con la cabeza y se quedó en el altar, con las manos cruzadas por delante del cuerpo. El hombre de expresión sombría también se quedó estático en el lugar.

    —Vamos, Tristán.

    Ibáñez caminó deprisa por la alfombra para salir de allí. Adriano le seguía de cerca pero quizá una última mirada al interior de la iglesia ...

    La estatua de Cristo crucificado parecía observarlos con angustia está vez.

    Angelo Pizzi los miraba con una leve sonrisa, apenas una curvatura en la comisura de sus labios.

    El cuarto junto al altar parecía que algo se movía dentro, ya que la sombra de interior se proyectaba contra la pared de la iglesia, justo entre Pizzi y Cristo crucificado.

    Reual Nathan Onyrian podés reaccionar solo a una de estas tres observaciones antes de salir de la iglesia.
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Tristán Adriano Alarcón

    Tristán rumió toda la información y las expresiones que tanto Pizzi como aquel hombre soltaban. Era bueno tener más ordenados, el clero estaba en decadencia desde hace bastantes años. Sin embargo, algo en todo esto sabía mal. Tal vez era el clásico sentimiento ominoso de iglesia de pueblo, las actitudes erráticas de aquel hombre, y las palabras de Pizzi. Además, sonaba a que los estaba reclutando, principalmente, no guiándolos al llamado sacerdotal. Al menos, los parecía estar guiando de forma bastante vehemente al mismo.

    La campanada que marcaba el horario de inicio a misa acabó con nuestra conversación, lo cual parecía darle cierto alivio a Angelo, que volvió a su sonrisa habitual. La invitación a participar de las celebraciones fue rechazada por el cardenal, que obviamente se sentía bastante incómodo con todo esto. Luego de una escueta despedida, ambos viajantes se dirigieron hacia la salida. Tristán se dio la vuelta, para hincar la rodilla en el suelo y persignarse, saludando al Señor Altísimo en despedida. Y aprovechó para echar un último vistazo a toda el templo.

    — Ah, una última cosa antes de irnos, padre Pizzi. Si pudiera avisarle a la madre de António que iremos a visitarla, para presentar nuestros respetos y conocer un poco más sobre su hijo. No queremos causarle ninguna angustia a la pobre señora, y no sé como reaccionaría al recibir dos enviados del Vaticano a su casa. La pobre señora tal vez piensa que la venimos a excomulgar.— dijo, mientras se incorporaba, manteniendo un tono de voz suave pero firme, que podía oírse debido al eco del lugar.— Y si no le molesta, quisiera venir a visitar el templo más tarde, cuando la concurrencia haya disminuido. Necesito realizar ciertos rezos y confesarme, también, si no es molestia. Además, me encuentro hartamente interesado en aquella exquisita estatua de Cristo Crucificado, pues parece que sus expresiones cambian a medida que pasa el tiempo. No dudo que se debe a un trabajo maestro de artesanía y un inteligente juego de luces. Que Dios esté con usted.

    Se retiró de la iglesia, con una sonrisa, y siguió al cardenal a paso ligero. En cuanto hubieran atravesado el umbral, tomó al hombre por el brazo, y le indicó que continuaran caminando, alejándose de la iglesia y del auto de Ríos. Luego, dijo con un susurro.

    >> Obviamente, señor, algo ocurre en aquel lugar, y quisiera conversar en un lugar lejos de aquellos cuervos, que parecen observarlo todo. La actitud del padre Pizzi es sospechosa, para hablar de forma liviana, y la de aquel feligrés más aún. Y tal vez pudo detectar el cambio de expresión en la estatua de Nuestro Señor, así como también un extraño movimiento de sombras en el cuarto junto al altar. Lamentablemente, no pude darle una buena vista a esto último, y probablemente la visión haya sido producto del nerviosismo y del cansancio del viaje. Pero conociendo su perfil con lo sobrenatural, tal vez le interesaba.

    Guió la caminata de vuelta, lentamente, hacia el auto de Ríos, escuchando lo que el cardenal tuviera que decir. Luego de eso, cuando llegaron con el oficial, Tristán subió al auto, y esperó a que todos hicieran la propio, para decir.

    — Señor Ríos, si pudiera ser tan amable de llevarnos a la casa de Frederick Rivas. Y además, una pregunta, si no es mucha molestia, ¿cuántos habitantes del pueblo han decidido unirse al clero por influencia del padre Pizzi? Simple curiosidad clerical, si podría llamarla así.— explicó, con una sonrisa afable en el rostro.
     
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    La expresión de Angelo Pizzi no se podía observar a esa distancia de dónde Tristán se encontraba, justo sobre la puerta de entrada. No pudo ver si el Padre le respondía con un ademán de brazos o una confirmación de la cabeza, pero sí pudo ver, contra todo pronóstico, fueron pequeñas lágrimas rojas caer de los ojos de la estatua de Cristo. ¿Lloraba sangre? ¿Qué podía significar eso?

    El rostro de Jacob volvía a la normalidad y se detuvo unos momentos junto su compañero. Tomó una gran bocanada de aire, antes de afirmar a lo que Alarcón decía.

    —Creo que no debemos buscar más, hijo. Es aquí. —levantó la vista y en efecto, se sintió observado por los cuervos que los miraban desde las alturas. —Sentí un fuerte opresivo en el centro del pecho apenas tuvimos contacto con Pizzi. Los cuervos también me dan mala espina; emisarios de Satán. Y los tres toques de la campana... hijo de puta. Es un insulto a la Trinidad: al Padre, Hijo e Espíritu Santo. Grupos de tres: la hora del diablo.

    Al decir esto último los cuervos graznaron en multitud y emprendieron vuelo. Jacob los miró.

    —No pude ver las luces que dices pero sentí una energía negativa muy grande, un aura que luchaba contra mí. Me ahogó en un momento de la conversación y sólo pude volver a respirar cuando Angelo dejó de enfrentarme con la mirada. Cuando podamos tenemos que armarnos. —dijo la frase tan naturalmente como si fuera cosas de todos los días en su oficio. —No me malinterpretes, chico. Vi muchas cosas para una vida; vi cosas que me gustaría olvidar, vi como la maldad tomaba forma y se manifestaba en los peores miedos. Cuando terminemos en la casa de Rivas será mejor estar a solas un momento. Te enseñaré a combatir el mal en su peor expresión.

    Cuando llegaron junto con Nash el oficial estaba distraído con su móvil. Lo guardó en uno de sus bolsillos y abrió la puerta del vehículo para ir a su próximo destino.

    —Mucha gente está siendo adepta a la iglesia, señor. Somos personas superticiosas y el Pueblo es pequeño; si existe un rumor sobre un hombre mágico que cura tus males y además como dato extra te ayuda a llegar a la salvación, bueno... no los culpo. Mi hija y yo fuimos un tiempo, pero mi trabajo me impide ir los domingos a misa. —encendió el coche y lo puso en marcha dirección a su objetivo. —Pero respondiendo su pregunta no hay un censo específico, pero me atrevo a decir que la mitad del pueblo o más son los que concurren con mucha frecuencia.
     

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