I de Inevitable

Tema en 'Relatos' iniciado por Ruki V, 28 Febrero 2016.

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    Ruki V

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    Escritora
    Título:
    I de Inevitable
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1486
    Participación en la dinámica Días de Abecedario 2.0

    NOTA DE LA AUTORA: Así no iba a ser esta historia. No se que pasó. Wow. Espero que le guste a alguien.
    ______________________________________________________________________________________________________

    —Isabel…— Papá intentaba acercarse a mí, y seguramente estrecharme entre sus brazos para permitirme llorar en su pecho, como ha sido costumbre prácticamente desde que nací.

    —¡No! ¡¡No!! ¡No, no, no, no! ¡¡No, no!!— Yo estaba gritando histérica, con las manos en la cabeza y las lágrimas desbordando de mis ojos, por mis mejillas, hasta deslizándose por mi cuello.

    Salí corriendo del hospital sin que mi padre ni el personal o algún otro visitante del lugar pudieran detenerme. Y jamás volví a ver a mi padre. Tenía 16 años cuando todo aquello ocurrió. O más bien cuando terminó de ocurrir. Porque todo empezó con mi nacimiento, en la mañana del 10 de agosto del año 1996. Ese día yo empezaba a vivir y mi madre, lentamente, tan lentamente que le tomó poco más de 16 años, empezaba a morir.

    El siglo XXI estaba a la vuelta de la esquina y aún así mis padres ganaron exitosamente el juicio en demanda al hospital en el que mi madre sufrió negligencia médica y fue infectada de sepsis puerperal. Insisto en que el siglo XXI estaba a la vuelta de la esquina: ¿Cómo permitía el departamento de salubridad del gobierno que aquel hospital fuese considerado como tal? Un siglo atrás era habitual la falta de higiene del personal de una institución médica.

    No, no existe caso de sepsis puerperal que tarde 16 años en tomar la vida de una mujer, lo sé. La historia no es esa.

    En julio del 2012, papá decide que ya tengo edad para que se me revele que mi verdadera madre falleció un día después de que yo nací. Y que la mujer que se había casado con él y me había criado, a la que yo tanto amaba, de la que no tenía la más mínima sospecha, era en realidad una amante con la que engañó a mi madre en cuanto se enteró del embarazo, dice él que fue porque entró en pánico.

    Papá creyó que me enojaría con él, o que le juzgaría mal, o que le guardaría rencor por haberle sido infiel a mi madre; pero cuando ellos eran novios eran jóvenes y el embarazo les tomó tanto por sorpresa que no sé si podría culparlo. A fin de cuentas regresó con mi madre y quedó aún más sorprendido con su terrible final tras aquellos difíciles pero maravillosos nueve meses. Dice que no se habían amado tanto antes de esperarme.

    Mi madre biológica se llamaba Isabel, y papá decidió que no podía simplemente desvanecerla de nuestras vidas para siempre, así que me quedé con su nombre. Mi madre adoptiva, la amante momentánea de mi padre, se llamaba Elena. Y menciono sus nombres porque sería raro seguir distinguiendo entre madre biológica y adoptiva a lo largo de este relato.

    Cuando Isabel falleció, papá contactó a Elena porque, azares del destino, era una experimentada abogada. Entonces no es difícil adivinar que le ayudara a meter la demanda al hospital. En el proceso, retomaron los pocos sentimientos que los llevó a tener esa pequeña aventura menos de un año antes de que yo naciera y decidieron casarse y criarme juntos.

    La cosa es que Elena tenía miedo de que papá me explicara todo eso y yo la odiara. Ella me quería como si fuese su verdadera hija y no le importaba no ser capaz de embarazarse ella misma. Le aterraba que nuestra relación se desmoronara cuando me enterara de la verdad, aunque no fue el caso.

    Sin embargo, no se detuvo a averiguarlo. En aquel verano del 2012, mientras Elena tenía una reunión con sus ex-compañeras de escuela, papá intentó llamarla a su celular y no respondió, así que dejó un mensaje de texto diciéndole que ya me había dicho todo. Sus amigas afirmaron que al ver aquel mensaje dejó caer el teléfono al suelo con un grito de película de terror. Comenzó a hiperventilar y a ponerse pálida hasta que se desmayó. La llevaron a un consultorio cercano y les dijeron que se le había subido y luego bajado súbitamente la presión. Después a llevaron a casa.

    Cuando su salud física se estabilizó, su mente empezó a deformarse. Empezó a comportarse como una niña pequeña, haciendo oídos sordos a lo que papá y/o yo intentáramos decirle, y a veces se echaba a llorar pidiéndonos que la dejáramos en paz. No nos dejó llevarla a ningún centro médico ni que lleváramos a ningún doctor a la casa. Nos preocupamos horrores por ella durante más o menos tres semanas.

    Entonces llegó el día de mi cumpleaños número 16 y las cosas volvieron momentáneamente a la normalidad. Ella despertó a papá pidiéndole que la acompañara a la tienda para comprar víveres y un pastel por mi cumpleaños. Papá estaba asombrado y aliviado; mientras estaban de compras esa mañana, me hizo saber por un mensaje que parecía ser la misma de siempre. Igualmente me asombré y me sentí muy aliviada. Yo amaba a Elena: Ella era mi madre a pesar de la verdadera historia tras mi nacimiento. Ella es la que, junto con papá, me dio alimento, vestimenta, casa, hogar, estudios, caprichos, amor. Si, había pedido a papá visitar la tumba de mi madre biológica por respeto a él y agradecimiento a Isabel por traerme a este mundo, a pesar de no haber podido ser ella la señora de aquella familia. Seguro ella tampoco le tendría coraje a mi padre por haberse casado con Elena, ni a mí por amarla y aceptarla como si de su vientre hubiese salido. Ahora debe ser un ángel en el cielo.

    Igual que Elena.

    Parecía demasiado bello para ser verdad. Para mi cumpleaños número 16 había muchas sorpresas preparadas desde casi un mes antes, sobre todo por ideas de Elena. Un celular nuevo, ropa nueva, zapatos nuevos, permiso para cortarme y teñirme el cabello como quisiera. Además de mi comida favorita, caldo de pollo con verduras, y mi pastel favorito, de queso con cajeta y chocolate. Y encima, para mi mayor felicidad, Elena estuvo todo el día sonriendo como la madre amorosa que ha sido siempre.

    Sí, todo el día. Solo ese día.

    Fue a la mañana siguiente que desapareció. Se levantó de la cama sin que papá se diera cuenta y, por el desorden del cuarto de baño y su armario, parecía que también se había bañado y había hecho una pequeña maleta.

    Pero ¿a dónde iría? ¿Por qué? ¿No estaba el día anterior sonriendo ampliamente?

    No tardamos más que unas horas en recibir una llamada del hospital de la zona, reportándonos que una ambulancia había recogido a Elena tras una llamada de emergencia de un peatón que presenció el accidente automovilístico que ella provocó. Simple y sencillamente intentó cruzar la calle mientras los carros iban a toda velocidad, ya que así se los permitía la luz verde. El conductor que la arrolló no pudo frenar a tiempo, y en consecuencia dos vehículos más se estrellaron detrás de este.

    Suicidio. Sabía con toda la certeza del mundo que se trataba de un intento de suicidio, pero no le dije una sola palabra a papá hasta que llegamos al hospital. Ellos mismos nos dijeron, con ayuda de testigos peatones y conductores heridos, que debió tratarse de un intento de suicidio.

    Guardé la calma por el bien de mi papá, por darle una preocupación menos; y también porque sabía que simple y sencillamente Elena tenía que recuperarse tal y como lo decían los doctores. Porque ella era mi madre y yo todavía era prácticamente una niña. No podía abandonarme, ni a mi papá, por suposiciones estúpidas sobre lo que yo pensaría acerca de la historia de nuestra pequeña familia.

    Pero tan sólo unas horas después todo terminó.

    —Isabel…

    —¡No! ¡¡No!! ¡No, no, no, no! ¡¡No, no!!

    Y jamás volví a ver a mi padre.

    Aquellos sucesos me hicieron pasar de un modo muy forzoso de ser prácticamente una niña a ser una mujer; una adulta que antes de cumplir la mayoría de edad fue a pedir toda clase de trabajo para sobrevivir hasta terminar en un strip club de mala muerte. Hoy en día tengo 20 años de edad, mi madre biológica tiene 20 años de fallecida y mi madre Elena tiene 4 años también de fallecida.

    La verdad es que siento como si tuviera cuatro años de edad; como si hubiese vuelto a nacer cuando Elena falleció. Y eso es verdaderamente triste. Que mi madre biológica hubiese tenido que morir para que yo empezara a vivir y que mi madre adoptiva tuviese que morir también para hacerme madurar de una manera en la que no deseo que nadie tenga que hacerlo.

    Quiero decir… Madurar es inevitable. Es necesario para vivir. Es necesario para sobrevivir. Es algo por lo que se tiene que pasar: Transformarse en adulto.

    Pero no así.
     
    Última edición: 14 Octubre 2017
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