Hoy te vi. Corriendo por los pasillos apresurada nuevamente, el transporte no había sido muy cuidadoso en pasar a tiempo por ti. Sentado en la esquina en donde suelo tomar aire antes de entrar a mis clases, contemplando el panorama, justo ahí abrigado entre la ventana derecha de la biblioteca universitaria y el rincón, fue en donde descubrí tu presencia presurosa una vez más. Diariamente es lo mismo. Minutos más, minutos menos, siempre es la manera de encontrarte. Confiando en la velocidad de tus piernas para evitar llegar tarde a tu primera clase, la cual la tomas en el edificio 32, tercer piso, salón 16. Tu grupo debe ser ese que siempre mete las narices en todo, aquél que se unió para hacer protesta ante el cambio de rector. Fue un fastidio. Hoy ibas más apurada que de costumbre. Te vi correr mientras en tu rostro se dibujaba una angustia más notoria de lo normal. Quizá alguna cita para un examen hacía que tus nervios crecieran por no llegar dos minutos tarde al aula. O acaso la última oportunidad de tener falta ante el pase de lista de tu maestro. No, no te conozco. No sé tus hábitos. Pero he descubierto esa extraña rutina de correr, desde la parte norte del estacionamiento para estudiantes, hasta el agrietado edificio 32 de la universidad, todo un espectáculo para mis ojos calculadores, el viento ondeando tu melena rojiza, los ojos entrecerrados por el aire, y la velocidad, completamente quitada de la pena, con la que avanzas para estar puntual en tus clases. Ese maestro gordo, bigotón y de anteojos redonditos no parece muy tolerante con las personas de hábitos impuntuales. No es por ser cruel contigo, pero a veces imploro y rezo –sin rastro de hipocresía- para que te quedes fuera por lo menos un día. Que los bigotes ridículos de tu absurdo maestro se contraigan de enojo y tome la determinación de no dejarte pasar. Entonces me imagino, sentado desde mi oscuro rincón de la parte externa de la biblioteca, que te quedas frente a la puerta, esperando que un milagro cambie la decisión de tu profesor. Luego, el hecho de quedarte recargada en la pared exterior de tu aula esperando que transcurra la clase y llegue el momento de turnar de maestro, para que puedas entrar. Verte suspirar tanto de cansancio como de decepción. Y dejarte admirar un poco… anhelo ver cómo pudieras pasar tu mano por la cabellera de fuego pálido que posees, y que dibujes acaso un gesto de resignación. No te conozco, insisto. Y no es mi objetivo conocerte. No tengo ni la más mínima intención de hablarte. Pero por favor, no dejes de realizar el espectáculo al que me tienes acostumbrado. Ya es de todos los días ver a una chica correr casi de extremo a extremo del campus, mirando su reloj y sosteniendo con fuerza su bolso para no dejarlo caer entre las prisas. Mordiendo una barrita de suave chocolate, en ocasiones, mis ojos se quedan atentos a tu figura que se desliza, así que por favor, no me prives del hermoso espectáculo, chica desconocida del hábito de la impuntualidad.
Lamento no empezar por la historia que prometí hacerlo, sin embargo no me arrepiento ni por un momento de deleitarme con el dulce sabor de este pequeño escrito. No diré que es empalagoso, ni mucho menos, sólo podría mencionar que contiene el azúcar suficiente para mantenerme entretenida y con expresión alegre. :3 No me he ni tomado la molestia de buscar algún error, pues es improbable, casi imposible, que mi niño RAE cometa un error. Sé que suelo decirlo, que muchas veces son ficticios, pero casi siempre tienen un sabor realista. Espero leerte algo más de tu pluma. Un dulce beso,FrutiLupi.
Estoy encantada. Es un escrito fresco en tú particular ficha, con un toque de gracia. Es entretenido saber de ésa presurosa rutina, y que se pueda deleitar con ello mismo. Casi como si fuese amigos a distancia, cercanos diariamente pero con ésa ansia de él de no dejar de verla, no por una fascinación, sino por mera costumbre. Esto me recuerda al dicho/refrán (no sé claramente lo que es), "el ser humano es un animal de costumbre". Cuán cierto aquello. Fue un toque mágico que simplemente no se conocieran, no se vieran ni tropezaran, eso ya hubiese rayado en lo absurdamente cliché, y tú en definitiva no lo eres.
