Homicidio Si no lo hacía, seguirían las condenadas habladurías. No permitiría que osaran en decir una palabra más sobre que no era correcto o que las personas normales no hacían ése tipo de cosas. Claro, ellos podían tener que beber todo lo que quisieran, comer cuanto se les antojase. Pero a mí, me quitaban lo poco y nada que amaba de verdad. Lo que con miserable compasión me dejaban, se sometía a sus duras críticas. Primero fue la obligación de dejar de usar bacinica y cambiarla por un frío inodoro. Como si lo anterior no fuese horrible ya, mi biberón, sí, mi hermoso y cómodo biberón se veía cruelmente intercambiado por un vaso totalmente desprovisto de gracia. Mi corta vida en este mundo sólo se constituía de pérdidas. Ahora debía acabar con ella para que cesaran los castigos y los murmullos. Ella que me había acompañado solemnemente en todos mi momentos de llanto, cuando la que se auto nombró “mamá” tuvo ir al trabajo, o cuando estaban cansados de darme atención y simulaban no verme. Tenía que hacerlo, no cabía otra opción. “Yo te quiero Jaimito, no llores más, ¿De acuerdo?” Hasta para esta ocasión tan terrible se mostraba dulce y buena. ¡Oh Clarita! ¡Qué hicimos para ser condenados a esto! La lancé de la ventana del segundo piso que daba al jardín posterior. Vi cómo sangraba y agonizaba lentamente, observándome con todo la ternura que sólo ella podía tener. Luego cerró sus ojos y dejó de existir. “Hijo, ¿juegas con Clarita tu amiguita imaginaria?” Preguntó mi mamá paseando por la habitación. Aquella maldita jueza de lo correcto e incorrecto. “Los amigos imaginarios no existen mami”, respondí secamente, miré una vez más hacia el jardín y ella no estaba. Ya no me quedaba nada más qué perder.
Ese paso de la mamadera al vaso es terrible, te quitan la comodida de tomar leche acostada. El altísimo precio de crecer... ¿Por quéeee? ¡¿Por quéeee?! ;O; Bueno así es la vida. Pobre Clarita ;_;