Historias de polvo y sangre.

PRÓLOGO


En el interior de la casa blanca, ajenos al caos que recorría las calles de todo el mundo como un tsunami, el presidente Gregory Sullivan y su mujer tenían una silenciosa cena en el espacioso dormitorio. Desde los últimos atentados se vieron obligados a trasladar sus actividades diarias a los rincones más seguros de su gigantesco hogar. Ser una de las figuras más importantes de un mundo en guerra era un estrés constante que les estaba costando la salud a la pareja. Gregory se vio obligado a raparse hacía ya un par de meses, queriendo ocultar como su pelo caía por mechones a causa de tanto agobio constante, y Clarie, su mujer, se la veía cada vez más delgada y pálida.

Gregory soltó los cubiertos en la mesa, dejando la rodaja de atún al horno a medias. Echó un vistazo por encima a la copa vacía junto a su plato, admirando el color de las gotas de vino que quedaban al fondo. No tenía más hambre. Comía muy poco desde hacía tiempo. Clarie le echó un vistazo por encima mientras terminaba de comer.


—No sé que voy a hacer ahora.- Dijo Gregory, tapándose la cara con las manos a la vez que se encorvaba hacia delante.


Su mujer le echó un vistazo cariñoso y preocupado por encima, procurando masticar rápido para consolarle. Ella veía a diario como su marido lo daba todo para mantener a flote a millones de personas, dejando que el color y la vida se apagase cada vez más en su mirada, harto de seguir en el punto de mira de todo el planeta. Ella se propuso como meta ser su apoyo en una situación así de dura.


—Tranquilo, seguro que...

—Hay brotes contenidos por todo el país. Cuando los descubran habrá pánico masivo, pero si lanzo el aviso de evacuación revelaré yo mismo que hay brotes y cundirá un pánico mayor. Aparte, no hay campamentos suficientes para alojar a todos los ciudadanos.

—Pues debes hacerles hueco. Ahora tras la cena tienes una reunión, ¿verdad? Trata esos problemas allí. Deberías notificar la evacuación pronto. Sabes que como un solo brote se salga de control podemos perder el país completamente.


Gregory se quitó las manos de la cara, y sus ojos del color del mar recorrieron las facciones de la cara de su esposa. Se sentía más confiado teniéndola a su lado como consejera, tanto en lo bueno como en lo malo. Sus palabras eran sabias a la vez que dulces, y era la única por la que seguía en el mundo luchando. Quién sabe si ya estaría muerto de no ser por ella. Dedicándole una cálida mirada, se decidió a seguir su consejo. Levantándose de la mesa, anunció con voz enérgica:


—Me voy a la reunión.


Esas palabras, seguidas de lo que a continuación se discutió en las salas de reunión que yacían a salvo bajo la casa blanca marcó un inicio. El inicio de millones de pequeñas y grandes historias. Historias más largas que otras. Historias de gente humilde que vería el infierno con sus propios ojos. Historias de aquellos que siguieron adelante por ese infierno. Historias de los que al final, siendo buenos o malos, acabarían manchados de polvo y sangre.