Tragedia HEREJE

Tema en 'Relatos' iniciado por Kohome, 25 Junio 2017.

  1.  
    Kohome

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    Escritora
    Título:
    HEREJE
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1450
    Antes de leer: Sí, tengo cuenta de Wattpad —en la imagen se lee mi nombre—, y aunque aquí mi usuario sea distinto, sigue siendo mi historia.
    Sin más, espero que la disfruten.
    Hereje.
    [​IMG]


    Había un sonido sordo, como un eco que se repetía de manera insistente, llenando su mente vacía (al menos) de cierto goce.

    Se dedicaba solo a escucharlo, sin prestar atención a nada más, con los ojos cerrados y el rostro deformado en angustia, sintiendo cómo ese sonido traía los no bienvenidos recuerdos. Memorias dolorosas, que se clavaban dentro de su pecho con rapidez, muchos futuros que pudieron ser más no fueron, muchos rostros decepcionados, demasiadas caras mirándolo atentos y dedos señalándole, a cada minuto, cada segundo de su existencia.


    Aunque sus fines originales fuesen distintos, la infinita decepción enmarcada en sus ojos; tan profundo que era casi imposible descifrarla si no se tuviese ese especial don con que contaba, esa capacidad de reconocerla hasta en el mejor rostro estoico… Esa decepción seguía allí, como una maldición escrita con tinta de sangre en su nacimiento, que le condenaba a tragar los insultos que recibiese, a soportar el rechazo, a vivir arrastrado en el lodo que se volvía más denso y oscuro conforme recibía los invisibles escupitajos de la vida y quienes le rodeaban.


    Todos eran los perfectos modelos, disimulando a ojos de la gente. Una familia tan buena, tan tolerante. Una madre suave, un padre comprensivo… Una esposa tan dulce, unos hijos tan dóciles y mansos como un pequeño cachorro mimado…


    Pero él estaba exhausto. Solo eso, exhausto. Quizás esa era la única palabra capaz de encapsular la enorme cantidad de sensaciones oscuras o claras que llenaran su ya gastado cuerpo, su vacía mente, llena de lo que su Entorno quisiera para él. Un ‘algo’ tan grande que era imposible controlar, que no era siquiera controlado por otros.

    Solo estaba allí, cambiante pero siempre presente para torturarlo, darle alivio ligero y volver a escupirlo y lanzar agua a ese lodazal en el que intentaba caminar sin poder levantarse. No se burlaba, no le veía con lástima u odio. Es más, le gustaba imaginarlo como un ente sin rostro, solo tras él, tras de todos.


    Como si fuese un todo capaz de dividirse y ser un ‘uno’ para cada humano existente. El señor ‘Entorno’ era capaz de percibir cuando alguien naciera para, de inmediato, asediarlo. Era tan superior aquel, que su infinito poder era inentendible para él, complejo como el pensamiento de un filósofo, el de un científico fracasado, pero siempre pensando. Una mezcla de todas las imposibilidades del universo, haciéndolas posibles por capricho, gusto (si es que tenía gusto).


    A veces hablaba con él, sentado en el sillón de su estudio, admirando el fuego de la chimenea contonearse con sensualidad, provocándole a tocarlo y dejarse calcinar, llenar su cuerpo con el dolor que conllevaba y gemir, retorcerse para luego solo sacar la mano y verlo burlarse de su agonía mientras buscaba agua fría para aliviar su pobre piel, no culpable de su idiotez, pero víctima clara de ella.


    Claro, solo había cometido tremenda desfachatez a la edad de doce años, cuando se detuvo a ver esa misma chimenea, luego de ver esos ojos que ya le dedicaban y a los que estaba acostumbrado.

    Había creído que las llamas eran preciosas, haciendo una danza especial para aliviar su pecho ligeramente magullado, invitándolo a unirse.

    Él había sonreído, imaginando a muchas y muchos jóvenes bailarines salir de allí para rodearlo y realizar sus movimientos gráciles a su alrededor.


    Había reído, lleno de júbilo y con movimientos torpes, hasta que lentamente las figuras de tonalidades naranjas y amarillas le guiaban a la fuente de su dicha. Los siguió bailando, hasta que osó guiar la mano hacia esas figuras seductoras y alegres que sonaban su música disimulada y decidieron marcarlo de por vida como suyo.


    Nunca lo comentó en realidad, pero estaba seguro que al morir, vería a las figuras asomarse entre las llamas para abrazarlo y darle la bienvenida a su mundo de bailes y alegría, pues lo habían aceptado como uno de ellos, y en su mano estaba la prueba.


    En fin, hablaba con Entorno, contándole nimiedades que ya sabía de antemano, pero que no se quejaba de oír.

    En una ocasión, cuando el suelo de piedra, húmedo le recibió en su hogar pasajero de paredes incompletas, de hierro y que eran tan lúgubres como la luz que se colaba por su pequeño espacio en el techo, igual de incompleto, por donde se colaba agua y suciedad de todo tipo; le contó sobre su ladrón favorito.

    Sabía que todos los seres humanos eran ladrones a su modo, incluso él. Y que ese ladrón de mirada de vivaz, de sonrisa surcada por hoyuelos que podrían transportarlo al más hermoso de los paraísos con su mera contemplación, había conseguido con un chasquido de sus dedos cubiertos por piel morena por el sol, robar su atención absoluta. Por un tiempo su mente vacía se vio atiborrada de él. De cada acción y momento que recordaba a su alrededor.


    Lo amaba, le había dicho.


    Pero casi le había escuchado soltando una negación, y supo que ese romance que danzaba en su cabeza como las llamas lo habían hecho a su alrededor, podría esfumarse con tal facilidad que tuvo miedo. Vio la figura del Entorno de pie en una esquina de la habitación, oscura y con el rostro cubierto por una máscara que simuló pesadumbre.

    Era la primera vez que le mostraba una emoción.


    Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante y entendió.


    Nada en su vida podría encajar jamás como él deseaba, ese amor que había llenado su recipiente gris y vacío, ahora se tornaba amargo, porque ni siquiera el ladrón de su todo sabía de su hazaña.


    Pero ellos no lo entendían, nadie lo entendía.

    Solo el Entorno y el Fuego sabían que no estaba mal en verdad, que su amor era puro. Y lamentaban su pérdida predicha desde que había sido un crío.


    Desde que había soñado su cuerpo atado en un largo, interminable para sus ojos, poste de madera. Atado de manos y pies, rodeado por más madera. Y veía a su amigo el bailarín siendo forzado en esas pequeñas ramas, que eran nada más que cadáveres, pues sus vidas habían sido tomadas para ese fin.


    Desde que sabía que él le abrazaría culposo para verlo a los ojos, y queriendo animarlo, danzaba a su alrededor una vez más, mientras él gemía con tal fuerza que el ladrón de mirada siempre serena se tumbaba en el suelo, anonadado al oír su nombre en aquel idioma foráneo que hablaba, en clave.


    Sintiendo su alma siendo tomada despacio por la mano amable y cálida de Fuego, y su cuerpo cansado se retorcía con dolor.


    Él ya no se burlaba, Entorno lo veía con pesadez pura, y en escena, aparecía una nueva figura… amable y dulce, vestida de blanco y con una sonrisa sutil.


    Cuando despertó estaba bañado en sudor viscoso y frío, con los ojos desbordándose en abundancia y un vacío en el pecho.


    No lo entendió hasta ese día en el suelo duro y húmedo de piedra, con las paredes de hierro negro, incompletas… y su amigo —fue hasta entonces que pudo entender todas sus acciones como un intento por ayudarle—, a su lado, esperando en silencio su última sentencia.


    Ambos la sabían.


    —… ¡Que el fuego del infierno devore el alma de este hereje! —se alzó la voz del sacerdote mientras el pueblo vitoreaba.


    Él abrió los ojos entonces. No, ya no era un sueño.


    Vio en el público los ojos que tanto habían despistado sus sentidos, que tanto habían inundado su recipiente gris y que ahora lloraban lo que su alma quería descargar.


    Sonrió entonces, con tal pureza y dulzura que él, del otro lado, se mordió el labio para sonreírle también.

    Se habían amado mutuamente, y no se lo habían hecho saber por el temor de que sucediera lo que ahora le pasaba a él.


    No estaba su familia, ni sus hijos ni su esposa, pero no los necesitaba allí.


    Tomó aire al escuchar la música de Fuego acercarse a él mientras su tamaño aumentaba devorando los cadáveres de madera.

    Nunca quitó su mirada de él. Sabía que le entendía, que estaría bien y que lo vería pronto, en el mundo que Entorno tendría preparado para ellos. Porque sabía que eran puros, que no habían dañado a alguien, ni deseado mal para nadie.


    Sabía, que merecían un final feliz.
     
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  2.  
    Elliot

    Elliot Usuario común

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    Gran relato, me ha gustado en especial el final trágico con el protagonista desafortunado muriendo horriblemente pero aún así alegre al creer que tendrá un final feliz por considerarse merecedor de ello. Fue algo triste y, en un modo algo retorcido, bonito a la vez.
     

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