One-shot de Naruto - Halcones

Halcones​

Sacó el kunai del abdomen del hombre, con un movimiento limpio y letal.

En su mente reinaba un silencio sepulcral, una representación sonora de la rápida muerte que le había dado al dueño del local.

Pero fuera de su cabeza, la noche era inundada por chasquidos de huesos, gritos de dolor y risas maniacas.

Miró hacia un rincón apartado, donde Suigetsu desmembraba a uno de los trabajadores que habían tenido la mala fortuna de retrasar su hora de salida esa madrugada. Un charco de líquido espeso se deslizó por el suelo, empapando las suelas bajo sus pies. Encogió la nariz al percibir el olor de la desagradable mezcla de fluidos.

Un seco golpe resonó a sus espaldas, y junto a él, Jūgo hizo su aparición. Era notorio el esfuerzo que el muchacho hacía para contenerse, intentando controlar su sed de sangre.

—Cálmate.

El pelirrojo no se movía en lo absoluto, pero seguía percibiendo la intensidad de chakra que iba en aumento.

Un objeto rasgó el aire y una cabeza salió rodando hacia otro extremo del lugar. Suigetsu dio la vuelta, limpiando su espada y dando una ojeada a su alrededor, fijándose en el cadáver que presentaba una sola puñalada.

—Sasuke, deberías divertirte más de vez en cuando. Mira nada más que deprimente es lo que hiciste, mientras que mi bonito arte de color rojo anima bastante. ¡Y aún más haciéndose encima! El olor no es tan grato, pero el resultado es fantástico.

—Eres ridículo.

Ajustándose las gafas, Karin se aproximó disgustada al cuerpo decapitado, echando un vistazo a la hechura de Suigetsu.

>>Sasuke fue muy claro cuando dijo que no quería alborotos. Tú sí que has hecho un verdadero jaleo. Todo ese griterío, ¿para qué? Y ahora hay que comer en medio de un hedor asqueroso —se alejó del rincón y se colocó junto a él, con los brazos cruzados incriminando al Hōzuki. —¿No es cierto, Sasuke?

Ese par le desesperaba de sobremanera todo el tiempo. No los mataba sólo porque le resultaban útiles de alguna manera.

—Hablas demasiado, Karin.

Dio un paso sobre el cuerpo frente a él, con Jūgo sin separarse de su lado. Alcanzó a ver de reojo como Suigetsu apuntaba a la joven con una mueca burlona.

—Te ha regañado de nuevo.

—¡Cállate! —resonó la Uzumaki molesta.

Percibió como los chakras de ambos se elevaban cuando se enfrascaron en un forcejeo. Él se dispuso a buscar comida, pues era por lo que estaban ahí en primer lugar.

Encontrando unas cuantas sobras, tomó asiento en una mesa de cocina y observó desinteresado el espectáculo que tenía enfrente. Su otro compañero se había alejado al rincón más apartado de la escena, rumiando el alimento que había tomado.

El sitio apestaba a sudor, sangre y excremento, con un sutil aroma de cebolla y soya. Acabando la porción de ramen, deslizó el tazón en la superficie metálica de la cocineta, poniendo poca atención en la acción, hasta que escuchó el crujir de hojas de pergamino. Se puso en pie y tomó los papeles que habían interrumpido la trayectoria de su ahora vacío bol. Dio una ojeada a uno por uno.

“Pandilla aterroriza aldea” era el título del primero. Leyó el contenido con indiferencia, pasando así al siguiente. En ese se narraba el robo y extorsión en otro poblado. Reparó en que las descripciones de ambos le eran familiares. Volvió a tomar el que había leído previamente, y se dio cuenta de que lo que se señalaba en él también era de su conocimiento.

En el último confirmó sus sospechas: todos los pergaminos hablaban sobre lo que Taka había hecho en diferentes aldeas, puntualizando que eran públicamente desconocidos los autores de los delitos. Sin poder evitarlo, redujo las hojas en cenizas, y la ira le recorrió el cuerpo, haciéndole tener la necesidad de sacarla.

Golpeó la plancha de metal en donde había estado sentado, levantándola por los aires y lanzándola al otro extremo de la habitación, cruzándose entre los hasta ese momento enérgicos golpes de Karin y Suigetsu.

Su Mangekyo Sharingan se activó al instante, dejando en evidencia su profundo enojo. En los tres manuscritos mencionaban las tragedias sufridas, determinando como castigo a los causantes su ejecución. Pero todo ello les designaba un nombre repugnante para su gusto.

Pandilla.

Era cierto que él había buscado tener el menor número de testigos para así reducir la cantidad de asesinatos. Pero eso no era cobardía, sino estrategia. Ellos no eran un grupo de incompetentes destruyendo cosas sin sentido, lo que hacían lo hacían por necesidad solamente.

Había querido pasar lo más desapercibido posible en su camino a Konoha, evitándoles sufrimiento a muchos. ¿Y se había ganado así el título de pandilla para su equipo?

No caería tan bajo.

Con el jutsu Bola de Fuego, incendio el cuerpo del hombre que había asesinado minutos atrás, tomando por sorpresa a sus compañeros. Levantó la mirada y la posó en los ojos violetas del Hōzuki.

—Creo que va siendo hora de divertirnos.

Y con eso, se dirigió a la salida, sabiendo que Suigetsu había entendido la orden, pues una risita maliciosa resonó en su garganta.

Una brisa sopló y agitó los árboles más cercanos, trayendo consigo el resonar de materiales rompiéndose y estrellándose en muros y el suelo. Jūgo fue el que salió primero y le alcanzó, limpiándose la mano en la túnica, dejando una brillante mancha roja. El otro par salió un segundo antes de que el recinto estallara en llamas.

Se alejaron de ahí poco a poco, con el humo negro rodeándoles y adentrándose a la oscuridad del bosque, dejando atrás una hoguera descomunal.

Ya no cuidarían mantener un perfil bajo. No volverían a categorizarlos en un nivel tan mediocre.

No.

Él era Sasuke Uchiha, y haría que todos supieran quiénes eran. Haría que todos temieran al sufrimiento, a la muerte, a la destrucción.

Haría que todos sintieran pánico ante la caza de los halcones; ante Taka.