Habitación de Evangeline Jones

Tema en 'Habitaciones' iniciado por Nami Roronoa, 12 Julio 2017.

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    Nami Roronoa

    Nami Roronoa The Gif Queen Game Master

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    Una de las cabañas individuales del Hotel Mirai. Por la imágen pixelada que se encuentra en la puerta, esta pertenece a Evangeline Jones.

    Hacia la izquierda de la entrada, había una cama de dos plazas con sábanas blancas. Había dos ventanas pequeñas con cortinas color gris, y junto a la cama había una pequeña mesita de luz con una lámpara sobre ella. Hacia la derecha había un escritorio pequeño, sobre el cual se hallaban reposados varios cuadernos en blanco, así como lápices y pinturas, y había un atril con un lienzo en blanco posado sobre éste. Detrás del escritorio había un armario donde se encontraba toda su ropa.

    También había una puerta más a la derecha que llevaba a su baño personal. El mismo contaba con todo lo básico de un baño; lavabo, retrete, bidet, y una ducha con cortinas negras. Había allí shampoo, jabón y acondicionador listos para ser usados. Por último, pegado a la pared y sobre la ventana, se hallaba uno de los monitores de la isla.

    MonoMonedas: 4

    Fragmentos de Esperanza: 0

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    -Auriculares.
    -Aretes Dorados.
    -Libro para colorear (regalo de Karen Foster).
     
    Última edición: 27 Diciembre 2017
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    Hygge

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    Evangeline Jones

    "¿Burlándome? ¡Claro que no! —exclamó Monokuma, y de pronto se volvió completamente serio—. Yo nunca bromeo cuando se trata de asesinato."

    Aquellas palabras no dejaron de resonar en mi cabeza durante el tiempo que me llevó encontrar mi respectiva cabaña. Su expresión, carente de burla alguna, no dejaba de amenazarme con que todo lo dicho iba en serio. Enfurecida, apreté el agarre de mi bolso, sintiendo que no podía pasar ni un solo segundo más en el exterior.

    Cerré la puerta tras de mí con cierta brusquedad, mientras mi bolso se deslizaba de mi brazo hasta caer al suelo con un ruido sordo. Allí, parada junto a la puerta, sentí mi cuerpo totalmente entumecido, paralizado. No podía escuchar nada por encima de mi respiración agitada, mientras que por mi cabeza se reproducían en una cruel sucesión todos los sucesos que habían cambiado drásticamente nuestra situación en cuestión de segundos. Poco a poco mi cuerpo fue deslizándose contra la pared, hasta acabar acuclillada en el suelo, con la mirada perdida en ninguna parte, cada vez más y más borrosa por las lágrimas. La humedad cubrió completamente mis orbes, y de un momento a otro, me incorporé sobresaltada al sentir una pequeña gota caer en la palma de mi mano. Todo rastro de ira o molestia había desaparecido.

    —¿Ah? —susurré, consternada, mientras sentía más gotas como esa deslizándose por mis mejillas. Pensé que... si me concienciaba de que todo aquello no era real, acabaría por creérmelo del todo. Había sido realmente estúpida al creer algo así.

    Lentamente oculté mi cabeza entre mis rodillas, abrazándome a mí misma, y finalmente, me desahogué. No me importaba lo que esa cámara estuviese filmando en aquel instante, ni me importaba que aquel oso estuviese tras de ella. No, no podía seguir engañándome más a mí misma. Estaba aterrorizada. ¡Claro que lo estaba! ¡Como todos! Entonces, ¿qué necesidad había de ocultar mis verdaderas emociones de esa forma?

    —Necesito volver a casa... —murmuré, casi de forma inaudible, sintiendo mis párpados cerrarse hasta caer sumida en el sueño.

    ***

    Levanté la cabeza de súbito al ser despertada por un extraño zumbido. Parpadeé varias veces, desorientada, sintiendo aún mi rostro algo húmedo por las lágrimas. No sabia cuanto tiempo había pasado desde que llegué a mi habitación, pero a juzgar por la luz del sol no debía haber sido mucho.

    Traté de reincorporarme no sin cierto esfuerzo, buscando el origen de aquel molesto sonido que me había despertado antes, y reparé entonces en aquel pequeño walkie-talkie que había tomado de Ziro en la playa. Este se encontraba tirado en el suelo no muy lejos de mí, y pude alcanzarlo estirando un poco el brazo. Podía escuchar como varias voces trataban de comunicarse, pero aun no se tornaban demasiado claras.

    Me reincorporé del todo con aquel aparato en mi mano, y caminé hacia los cajones de mi cuarto en busca de algo que me resultase útil para hacerlo reaccionar. Sin embargo, no pude evitar detenerme unos instantes, y contemplé los pequeños detalles que hacían que aquella habitación tuviese mi esencia particular.

    —Todo esto es demasiado irónico —murmuré con una amarga sonrisa dibujada en mi expresión, y dejé atrás todos aquellos lienzos y pinturas, los cuales en otras curcunstancias habría estado encantada de usar, para acercarme hacia la mesita de noche. Quizás en sus cajones haya algo que haga reaccionar a este bicho, nunca se sabía.

    En los otros, al menos, no había encontrado nada.

    Me ha costado horrores escribir esto, ¡pero al fin! No estaba segura, pues leí que la explicación de las Monomonedas se activarían con los cuartos de Karen y/o Evangeline y Ren. Por eso me fui a lo seguro, al cajón (? Nami Roronoa
     
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    Dentro del cajón de la mesita de luz… vaya, en efecto, una moneda de bronce con la cara de Monokuma se encontraba allí dentro. Que sorpresa, ¿no?

    ¡MonoMoneda obtenida!
     
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    Mientras Evangeline se encontraba revisando el cajón, de la nada, una voz llamó su atención…

    —¡Ey, tú!

    Al darse vuelta, descubrió que Monokuma acababa de aparecer en su habitación. El pequeño oso caminó hasta ella con pasos pequeños y extendió una de sus manos.

    —¡Tú, súper artista de preparatoria! Veo que has enocntrado algo mío… —dijo Monokuma con voz insistente—. Sí, ¡mi broche! Ya decía yo que lo había perdido, se me debe de haber caído en alguna parte de la isla… ¡devuélvelo!

    >> Vamos a hacerlo justo… a cambio de devolverme mi broche, ¡puedes tener esto! Gracias, y mucha suerte, que la necesitarás, upupupupu…

    Como canje por el broche, el oso le entregó otra de aquellas monedas de bronce… ¡ya tenía dos! Y tan rápido como apareció, Monokuma desapareció de su vista…

    ¡MonoMoneda obtenida!
     
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    Pero al abrir el cajón, a diferencia de los demás, un tenue brillo de su interior pareció captar mi atención. Extendí mi mano, curiosa, y coloqué aquella moneda a contraluz para poder estar segura de lo que se trataba. Sí, en efecto, era una moneda de bronce. Pero esta era diferente a la que estaba acostumbrada; en ella, ambas caras se encontraban dibujadas por la figura de Monokuma. Qué curioso, ¿acaso tendría alguna utilidad en esta isla?

    Decidí guardarla a buen recaudo hasta que llegase el momento de encontrar su función, y revisé por última vez el interior del cajón no muy convencida. El walkie-talkie seguía emitiendo sonidos intermitentes, pero ni con pequeños golpecitos parecía querer reaccionar. Imaginaba que el golpe que dio al dejarlo caer al suelo junto a mis pertenencias debía de haber provocado la avería. Ladeé la cabeza, meditabunda. ¿Acaso debería pedir ayuda...?

    "¡Ey, tú!"

    —¿¡Eh!? —exclamé, girando mi cuerpo con brusquedad hacia el origen de aquella voz. El walkie cayó al suelo debido a la propia sorpresa, mas no aparté mi atención de aquella repentina visita. Mi expresión, no obstante, pasó del susto a la molestia en cuestión de segundos, dando un paso atrás con notoria desconfianza—. ¿Monokuma? ¿Acaso no te han enseñado a llamar a la puerta antes de entrar?

    ¿Cómo ha entrado en mi habitación sin que yo me percatase de ello? ¡Este oso me saca de quicio!

    "¡Tú, súper artista de preparatoria! Veo que has encontrado algo mío… —dijo Monokuma con voz insistente. Fruncí el ceño, confusa, recordando entonces aquel extraño broche de antes, y lo saqué de mi bolsillo no muy segura de ello—. Sí, ¡mi broche! Ya decía yo que lo había perdido, se me debe de haber caído en alguna parte de la isla… ¡devuélvelo!

    >> Vamos a hacerlo justo… a cambio de devolverme mi broche, ¡puedes tener esto! Gracias, y mucha suerte, que la necesitarás, upupupupu…

    Y antes de poder siquiera negarme, aquel oso de peluche había desaparecido de mi habitación, y con él el broche que había extendido en la palma de mi mano. En su lugar, había depositado en ella otra de aquellas particulares monedas, siendo esta mi segunda moneda obtenida en apenas un minuto. Solté un pequeño suspiro, frustrada ante tantas incógnitas, e hice un ademán de guardar la moneda junto a la otra cuando, del pequeño walkie-talkie, empezaron a oirse retransmisiones con total claridad. El segundo golpe había logrado hacerlo reaccionar.

    —¿Una máquina expendedora que funciona con estas monedas? —inquirí, recordando ambas monedas de bronce que ahora guardaba junto a mí. Después de aquella voz vinieron otras más, hablando sobre un punto de quedada, el edificio viejo. No podía reconocer aquellas voces, pero sí distinguí entre ellas la de aquel chico de antes, Ziro. Quizás, lo mejor sería dirigirse hacia aquella peculiar máquina y probar suerte con lo que acababa de obtener—. En fin... No pierdo nada por intentarlo.

    Así, tras darme una breve ducha que logró despertarme del todo, tomé mi inseparable bolso y mi walkie y me encaminé hacia el supermercado de la isla. Después de todo, no iba a rendirme tan fácilmente.
     
    Última edición: 21 Julio 2017
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    Desperté con brusquedad, con un grito de terror salido de mis labios y mi cuerpo bañado en sudor y lágrimas. Jadeaba, agarrando con fuerza las sábanas de mi cama, intentando regular los latidos desvocados de mi corazón.

    Había tenido una pesadilla. La misma pesadilla que me había impedido descansar en toda la noche.

    Las imágenes que proyectó aquel video seguían reproduciéndose en mi cabeza una vez tras otra, en un bucle infinito que me seguiría torturando hasta que no lograse esclarecer las dudas con mis propios ojos. Y no me hacía falta recordar lo que había soñado anoche para saber con certeza de lo que se trataba.

    Eché mi cuerpo hacia atrás, cayendo tumbada de nuevo en mi cama, con la respiración aún algo agitada. Cubrí mis ojos con uno de mis brazos, con la vista dirigida hacia el techo. Aguardé unos segundos en silencio, poniendo en orden mis pensamientos. Y sollocé. Porque no tenía fuerzas para hacer otra cosa que no fuera sollozar.

    Porque ya no podía caer aún más bajo.

    "¡Buen día a todos! ¡Bienvenidos a otro fantástico día en el paraíso para todos aquellos que sigan vivos!"

    No sabía en qué momento había vuelto a caer dormida, pero hubiera preferido evitar escuchar aquella odiosa voz de nuevo. Fruncí el ceño y me moví hacia mi costado, tomé la almohada y tapé mis oídos con ella, en un intento vano por dejar de escucharlo. Quería intentar dormir de nuevo, era lo único que me pedía el cuerpo en ese instante. Pero aquello voz chillona e infantil seguía torturándome desde la esquina dd mi habitación. Desde el maldito monitor.

    "El director de la academia tiene un anuncio que hacer; ya son las 7 am. Por lo tanto, es oficialmente de día. El sistema de agua ya ha vuelto a estar en funcionamiento en todas las partes de la isla, y lo estará hasta las 10 pm del día de hoy. ¡Así que, todos arriba y a disfrutar de otro gran día de sol! ¡Upupupupu!"

    Muérete.

    Acabé lanzando con todas mis fuerzas la almohada hacia el monitor, justo en el instante en el que la transmisión había finalizado. Sentada ahora en la cama, observé con la mirada perdida hacia donde la almohada había acabado cayendo con un ruido seco; el silencio había vuelto a inundar la habitación por completo.

    Llevé mis manos hacia mi rostro, intentando despejarme un poco.

    Ojalá pudiese simplemente cobijarme bajo las sábanas y quedarme allí, durmiendo hasta que toda aquella pesadilla llegase a su fin. Probablemente me matarían antes de eso, pero realmente ahora mismo mi estado anímico estaba por los suelos como para preocuparme siquiera por mi destino. Solo quería acabar con esa tortura, pero era demasiado cobarde como para acabar con mi vida yo misma. Quizás, porque en el fondo, a pesar de la situación, no quería dejar que acabasen conmigo tan fácilmente. No podía irme sin ver a mis padres una vez más, aunque estos ni siquiera recordasen mi existencia.

    Lentamente saqué los pies de la cama, haciendo contacto con el tibio suelo de madera. Mi cuerpo temblaba ligeramente, quizás por el cúmulo de emociones que me sacudían continuamente. A pesar de no tener ganas, me dirigiría hacia el restaurante y tomaría algo, para recuperar algo de fuerzas. Mi cuerpo no me lo pedía, pero sabía que lo necesitaba. Quedarse aquí encerrada verdaderamente no era una opción.

    Así, tras ducharme y prepararme con el primer conjunto que encontré en mi equipaje, recogí mi cabello en una coleta y me alisté, abriendo la puerta y cerrando con llave tras de mí.

    Hora de comenzar un nuevo día en este infierno.
     
    Última edición: 23 Agosto 2017
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    El anuncio de Monokuma hacía siempre las veces de la típica alarma molesta que tenías ganas de lanzar contra el suelo. Sin embargo, aquel día no sentí la necesidad de lanzar nada contra la pantalla del monitor para que se callase, si no que, al contrario, me desperecé en completa calma. Me removí entre las sábanas, abriendo los ojos mientras me acostumbraba a la luz de un nuevo día, y me levanté sin necesidad de pensármelo demasiadas veces. Estiré mis brazos, soltando un ligero bostezo; aquella mañana me sentía realmente descansada. Era la primera vez en varios días que dormía de un tirón, sin pesadillas de por medio, y lo agradecía. Necesitaba recuperar las horas de sueño perdidas para enfrentar el nuevo día, y desde luego que me encontraba mucho mejor que anoche.

    Con cierta energía me acerqué a mi armario y tomé todo lo necesario para arreglarme. Tenía la intención de pasarme rápidamente por el hotel para coger algo para comer por el camino, dado que no tenía la obligación de reunirme con el resto, y me dedicaría a explorar un poco los demás lugares que no llegué a investigar el día anterior. Quizás incluso me encontraba con las chicas a las que buscaba de paso, por ahora no sabía realmente dónde buscarlas.

    Una vez tuve las ideas claras y estuve lista, me encaminé hacia la puerta y cerré como era costumbre mi habitación, manteniendo siempre la seguridad necesaria. Llevé una mano a mis ojos, deslumbrada por el sol de la mañana, y comencé a caminar hacia mi primer destino con ánimos renovados.

    —Bien, vamos allá.
     
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