Dorama Japonés Héroe Anónimo (Twilight) [Densha Otoko]

Tema en 'Fanfics sobre TV, Cine y Comics' iniciado por Luncheon Ticket, 6 Julio 2020.

  1.  
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    Luncheon Ticket THE BE(a)ST

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    Escritor
    Título:
    Héroe Anónimo (Twilight) [Densha Otoko]
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2243
    El viaje estaba transcurriendo con suma normalidad, como ya era costumbre. Cada uno de los pasajeros estaba sumido en sus ocupaciones. Algunos leían un diario, otros consultaban los mensajes más recientes que aparecían en las pantallas de sus teléfonos móviles; había quien simplemente se quedaba quieto y en silencio, y hasta alguno que otro se había quedado dormido por el agotamiento, luego de una larga jornada de trabajo. Él no era como ninguno de ellos. No, él era diferente, lo quisiera o no. Su actitud tímida era ligeramente sospechosa, pero no porque tramara algo malo, sino por lo evidente de sus esfuerzos al querer encajar en la sociedad y no poder lograrlo. Ese deseo casi imposible de pasar desapercibido, siendo algo infructífero. Era alguien excéntrico, algo que se salía de la norma. Lo que, en su cultura (la japonesa), se denominada peyorativamente como un “otaku”. Un individuo que era capaz de obsesionarse en demasía por algún pasatiempo en concreto, dedicando la mayoría de su tiempo en ello.

    El tren continuaba su curso con un ligero vaivén. Él observaba hacia uno de sus laterales, luego al otro, como si con ello pudiera descubrir alguna mirada inoportuna de menosprecio o de repudio. Estaba más que acostumbrado a esas reacciones, los cuales afectaban sobremanera su moral. Pero también era cierto que, en un país tan conservador como lo era el suyo, al hacer contacto visual con alguien que le pudiera estar escudriñando, era posible lograr que esa persona bajara la cabeza o dirigiera su vista a otra parte, evitando una “confrontación” directa. El sistema de educación era tan severo, que la gran mayoría de la población nacional solía atenerse a estos protocolos. Y esa era su única arma para eludir el desprecio de sus pares, aunque no siempre era efectivo. Para su buena suerte, en aquella ocasión no le tocaba sufrir tales gestos discriminatorios, por lo que se sentía contento, con algo más de confianza de lo habitual.

    Nadie parecía prestarle la menor atención, y eso le encantaba. No es que se las diera como alguien que deseara ser “invisible” ante los otros ciudadanos, nada de eso. Él pretendía más bien ser “uno con la multitud”, que se lo tomara como una persona común y corriente, no sobresalir ni ser menos que otros. Un igual, eso era lo que pretendía ser. Desde su adolescencia temprana, el frecuentar las calles y los negocios de su amada Akihabara (su barrio favorito y el de unos escasos pero valiosos amigos), lo llenaba de gozo, le daba seguridad y complacencia. Ver las revistas de manga, computación y videojuegos recién publicados, las figuras de distintas escalas de personajes pertenecientes a los animés más populares, los dispositivos electrónicos de mayor y mejor desarrollo tecnológico, los DVDs de las series con más ratings o las películas más taquilleras, los accesorios de mayor utilidad y practicidad, estar a la vanguardia en cuanto a la subcultura nerd; ese era su mundo, su devoción. Podría perderse durante horas en ese micro universo sin siquiera inmutarse.

    Pero cada vez que abandonaba ese sitio repleto de ilusiones y de fantasías, era golpeado por los duros e implacables puños de la realidad. Allí donde fuera, se sucedían los cotilleos en tono burlón de las estudiantes de preparatoria que le eran descaradamente dedicados a sus espaldas. También las opiniones desaprobatorias de sus compañeros de trabajo con la consecuente exigencia de que mejor abandonara esas tontas e improductivas aficiones. La aplastante indiferencia por parte de las chicas que pasaban a su lado a diario estaba a la orden del día. Incluso su propia familia no se encontraba exenta de tener una imagen un tanto negativa sobre su persona a causa de su comportamiento, de la mano del distanciamiento de su hermana menor o la aparente decepción que sentían sus padres, quienes lo tenían como alguien descaminado e infantil. Pero él era de esa manera, y estaba claro que no cambiaría. Después de haber atravesado el umbral de los veinte años, ya se podría afirmar que era tarde como para que las cosas tomaran otro curso.

    O quizás, no del todo. Justo delante de él se hallaba sentada una mujer de porte primoroso que estaba leyendo un libro. Ella usaba un vestido elegante de color blanco con un sombrero que le hacía juego, y parecía pertenecer a un estrato superior. Por un momento creyó que sus miradas se habían cruzado con alguna intención de parte de la doncella, pero no fue así. Acaso solo eran impresiones suyas. Sacó su inhalador para disimular distraerse y se preguntó cómo era posible que una muchacha que aparentaba ser de una familia de clase alta estuviese viajando en un transporte público, y a esas horas de la noche. Podría haber actuado imprudentemente, quizás. O seguro que era una de esas chicas a quienes no les gustaba del todo la vida de lujos y que preferían la humildad o la modestia; las que se inclinaban a ganarse lo suyo por el propio mérito antes que la opulencia entregada por otros. Esas que podían elegir entre el camino fácil o el difícil, y que se prestaban a lo segundo como un desafío para probarse a sí mismas. Era obvio, ella sería una de esas féminas.

    Levantó su mano derecha para examinar la hora en la pantalla de su celular, luego de extraerlo de uno de sus bolsillos. Vio que daban justo las 20:20 PM, para él no era tan tarde. De hecho, había llegado a horarios más tardíos aún. Con suerte estaría de vuelta en su hogar para antes de las 21:00 PM, puesto que solo faltaban cuatro estaciones más para arribar a su destino. Y de allí solo le restaría caminar unas dos calles hasta alcanzar la entrada de su casa. Eso le daría tiempo para usar su computadora hasta la hora de dormir. Tenía unas ganas incontrolables de chatear un poco con los otros usuarios de un foro en el que era asiduo, donde compartía opiniones relacionadas a la comunidad geek, del cual, obviamente, era un miembro de cierta relevancia. Pero algo lo sacó de su ensimismamiento de súbito: lo que parecía ser un oficinista que estaba ebrio y algo desgarbado, quien se dirigía groseramente hacia la muchacha sentada frente a él.

    —Vaya, pero miren lo que tenemos aquí, ¿eh? Qué hembra tan hermosa —comentó el hombre, que tenía la corbata con el nudo desacomodado y varios botones de la camisa desabrochados. Su aliento desprendía el desagradable olor del vino y su hablar era un tanto impersonal, aunque seguro—. Oye, belleza, ¿no quisieras salir conmigo? O mejor vamos a mi casa. Te aseguro que nos divertiremos mucho allí, si me entiendes —el sujeto se tambaleaba a cada palabra, mientras sacudía una botella que estaba cubierta por una bolsa de papel para ocultar lo que evidentemente era una bebida a base de alcohol barato.

    La señorita estaba visiblemente azorada, intentando echarse hacia atrás a medida que el acosador se le acercaba más y más. Hasta había cerrado el libro que llevaba con el propósito de tapar su rostro, como si por ello pudiera defenderse de las chabacanas e impropias propuestas de aquel ser infame. El borracho no parecía entender de razones, y había redoblado sus ansias por conseguir una respuesta afirmativa, empleando frases más indecorosas aún. Era un zafio de cuidado, envalentonado por la influencia del licor. El muchacho que estaba en frente presenciaba la escena con estupor, y fue peor al darse cuenta de que los presentes no hacían nada por detener a aquel impresentable. A pesar de que el vagón estuviera casi repleto, todos ellos seguían en lo suyo, como si nada estuviera pasando. Acaso no querían meterse en problemas o no se atrevían a interceder en defensa de la dama.

    Él tuvo una idea algo atrevida, aunque le temblaran las piernas. Se acomodó el puente de sus gafas para reunir valor, y luego un hilo de voz brotó de sus labios, pero apenas si fue audible. Vaciló por un momento, deteniéndose a analizar minuciosamente la situación. Aquel desubicado era considerablemente más alto y robusto en comparación. Pudo concluir que hacía ejercicio para mantenerse en forma. Poca ventaja podría tener un alfeñique como lo era él mismo si se animara a encararlo. Bajó la vista, avergonzado, y se miró las manos inútiles. Sería más conveniente no intervenir y dejarlo pasar. No era asunto suyo, después de todo. La muchacha imploraba por ayuda, pero ninguno de los que estaba a su alrededor la socorría ni tenían siquiera una vaga intención de hacerlo. Las palabras obscenas que el tipo le decía pasaron a convertirse en una caricia no consentida en su mejilla derecha, cuando inmediatamente el ignominioso caballero sintió que una mano se posaba en uno de sus hombros.

    —O-oiga usted, de-deje de molestar a la señorita —dijo él, sin darse cuenta de que se había puesto de pie, aproximándose al oficinista para detenerlo antes de que se propasara todavía más; como si algo invisible lo empujara a actuar en vez de pensar—. Váyase de aquí y déjela en paz… po-por favor —hacía cuanto podía para que el tono de su voz sonara imperativo, aunque no era así. Se lo notaba francamente nervioso.

    El otro se dio la vuelta, exhibiendo un rictus bastante encolerizado. Cómo podía ser que ese entrometido lo interrumpiera de esa forma, pensó, justo cuando estaba cortejando “amablemente” a una muchacha tan encantadora. Ella se estremeció al ver que alguien finalmente había acudido a su rescate, sintiendo luego un alivio reconfortante. Él, que era delgaducho, bajo de estatura y que también llevaba gafas, fue empujado a un lado, cayendo de bruces contra el suelo del vagón. Todos se alarmaron, atestiguando lo que estaba sucediendo frente a sus ojos. Sin embargo, ni así se animaron a prestar ayuda alguna, aun cuando un hombre había agredido alevosamente a otro. El joven estaba con el temor a flor de piel, pero no consideraba que sería adecuado dejarse humillar de ese modo. Debía intentarlo una vez más.

    Incluso cuando el oficinista arrojó desafiante la botella al piso, rompiéndola sonoramente y amenazando con molerlo a golpes si osaba seguir molestándolo, él se levantó para pedirle de nuevo que se abstuviera de seguir importunando a aquella mujer. El muchacho recordó que durante toda su vida había padecido las imprecaciones de propios y extraños, estaba harto de dejarse pisotear por los demás, y menos cuando no se lo merecía. Quizás ver a esa señorita indefensa, que por su gentileza y jovialidad era incapaz de reaccionar de manera osada cuando su integridad estaba siendo comprometida, le hizo identificarse con ella. No estaba dispuesto a permanecer así, simplemente minimizando las cosas o esperando a que todo cambie como por arte de magia. La vida no concedía esas oportunidades gratuitamente. Una bofetada cruel le impactó en la cara, proveniente de su belicoso y beodo adversario. Sus lentes y una parte de las cosas que previamente había comprado se le cayeron. Pero no se rindió ni mostró cobardía.

    Un guardia de seguridad arribó oportunamente a la escena, rodeando el cuello del agresor por detrás para apaciguarlo. Otro se le acercó a él para darle una mano y para chequear que nadie más hubiera salido lastimado. El muchacho recuperó sus bolsas, pero no daba con sus anteojos. Después de unos segundos los vio, pero eran sostenidas por unas manos suaves y sofisticadas. La dama, a la que momentos antes había intentado defender, le estaba ofreciendo los lentes amablemente, demostrando una sonrisa de gratitud en su rostro. Él los aceptó, algo conmovido. Los agentes decidieron escoltar a varios de los presentes hasta un destacamento que se encontraba en la estación más próxima. Una vez allí, los pasajeros denunciarían los hechos recientemente acaecidos, a fin de que el inconveniente fuese registrado para así evitar episodios similares a futuro, sobre todo por ese pasajero tan desconsiderado. Al parecer, no era la primera vez que llevaba a cabo un episodio como ese, siendo esa persona el causante.

    Algunos de los que viajaban en aquel vagón dieron sus respectivos testimonios a las autoridades, incluidos los tres protagonistas. Una vez terminado el trámite, él, quien entregó su declaración primero, se alejó de allí con la cara enrojecida y un tanto cabizbajo. Era una sensación agridulce la que había nacido en su corazón. Por un lado, supo que se había portado muy valientemente. Pero por el otro, hubiera querido no dejarse vencer tan fácilmente por aquel hombre maleducado. Estaba claro que no se le daba para nada bien eso de recurrir a la fuerza bruta. Y había sido derrotado delante de la chica que trató de proteger, en primer lugar. Mientras tanto, ella lo contemplaba a medida que se marchaba. Quiso pedirle sus datos personales a quien redactaba las denuncias, pero se lo negaron. Una señora que comprendió su interés de querer recompensar a ese joven por su gesto audaz y desinteresado, le dijo que por casualidad lo había oído justo en el instante en el que él decía su número de teléfono y su dirección, sugiriéndole que lo apuntara. Nadie lo sabía en aquel preciso instante, pero desde ese entonces, él sería reconocido como “Densha Otoko”, El Hombre del Tren; y ella, como “Hermes”, la dama conspicua que había inspirado a un desconocido a actuar valerosamente. La leyenda de los dos perdura aún al día de hoy, en la forma de una reconocida leyenda urbana surgida en la internet.



     

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