de Inuyasha - Guerra

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Asurama, 16 Julio 2009.

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    Asurama

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    Guerra

    Guerra

    Entornó los azules ojos, fijando su vista en un solo punto sobre su cabeza mientras iba agachándose. Un suspiro lento escapó de su boca, volviéndose escarcha al contacto con el frío aire del invierno. A lo lejos, los últimos rayos del sol anunciaban muerte y un enorme incendio en el cielo que chocaba con la nieve. Cada músculo de su cuerpo se tensó.
    Respondiendo a su grito de “¡ataquen!” todos se levantaron y se abalanzaron sobre el enemigo en una misma formación con él. Superaban en un triple al enemigo, y no sólo en número, sino también en poder. A rasguños y mordidas, a golpe de puño y de espada, el enemigo comenzaba a ceder. Cientos de youkai insecto de extraña resistencia amenazaban con invadir y destruir lo poco que quedaba de la Tierras de Occidente tras el azote de unas fuertes nevadas. La comida escaseaba, unos clanes peleaban contra otros y si eran invadidos, terminarían devorándose entre ellos.
    “A matar o morir” así era como atacaban. El extraño enjambre gigantesco avanzaba y retrocedía, como danzando peligrosamente con ellos.
    Su huella se plantó en un lago, rompiendo la capa de hielo que la cubría y sumergiéndolo hasta la cadera en un profundo charco helado. Una mantis gigantesca se le abalanzó, tirándolo hacia atrás en el agua. Aquel no era un youkai común. Éste provenía de occidente, habían saltado el mar. Abrió de un zarpazo la cabeza del insecto y se lo quitó de encima, para saltar sobre otro enjambre que atacaba cruelmente a sus mejores guardias. A su vez, unas langostas se lanzaron sobre su lomo y lo mordieron a más no poder. Era ridículo que un sagal estuviera siendo humillado por un simple grupo de alimañas. Se paró sobre sus patas traseras y, abriendo las fauces, lanzó un ataque de youki más poderoso que ninguno, desintegrando a las desgraciadas sabandijas. Lleno de ira, volvió a lanzar el mismo poder varias veces.
    Con todas las emociones explosivas que los presionaban interiormente, los soldados youkai se arrojaron con saña sobre los enemigos sobrevivientes, descuartizándolos a zarpazos y mordidas.
    “No dejen ninguno”, ordenó, mientras volvía a cargarse al ataque. Así fue: no quedó ninguno y el viento se llevó cenizas de cuerpos de insectos.
    Un general de segundo rango, un kitsune muy especial, se paró delante de los demás soldados. —Busquen entre la nieve y en el lago, recojan patas y coraza que hayan soportado la batalla, pues serán útiles para la confección de armas y armaduras.
    —¿Y los huesos? —preguntó un youkai joven.
    El Kitsune frunció el ceño.
    —No seas idiota, los insectos no tienen huesos —dijo fastidiado. Todos rieron, todos menos el gran general.
    El Kitsune de pelaje azulado y ojos plateados levantó la mirada hasta encontrarse con esos penetrantes ojos azules que tanto respeto, temor y admiración le causaban. Se veía mellado por los años, pero en extremo poderoso. Vio las heridas en su cuello y lomo, causadas por las mordidas, todo debido a que se lanzó a defenderlos a ellos, unos simples soldados incompetentes. Como cualquier sagal, era protector.
    —¿Está bien, o-yakata-sama? —preguntó tímidamente.
    —Por supuesto —dijo fastidiado el youkai enorme como una montaña, mirándolo desde arriba.
    El Kitsune hizo una profunda reverencia y fue retrocediendo para ir hasta el escuadrón de sus congéneres.
    —Su pelaje es tan blanco y brillante —comentó caminando hacia atrás, sin atreverse a darle la espalda—, parece usted una de las montañas que rodean mi tierra natal. No hay muchos kitsune que alcancen el nivel de daiyoukai, estaría honrado de llegar un día aunque sea a los talones de o-yakata-sama.
    Estúpido. Los elogios no eran algo que fuera con él, le parecían tan hipócritas… a él no le importaba cómo lo vieran los otros, sólo le importaba realizar un buen trabajo para sentirse satisfecho consigo mismo. Siempre se ponía metas demasiado elevadas e intentaba alcanzarlas por todos los medios. Un Kitsune como ese nunca podría entender.
    —Ginakihoshi, dime —su pose era digna aún después de semejante pelea— ¿un miserable Kitsune como tú acaso me ve a mí, tu Señor, como un simple sagal?
    Ginakihoshi abrió mucho los ojos y se postró en el suelo delante de él, llevando la cabeza hasta tocar la helada nieve. Sin levantar la cabeza, respondió.
    —No, o-yakata-sama. Aunque su forma sea la de un sagal, soy enteramente consciente de que tengo el honor de servir a un Inugami Daiyoukai con una poderosa familia, la que domina estas Tierras. Aunque si usted cree correcto no verme más que como un simple zorro, con sólo eso me sentiré honrado.
    El daiyoukai sonrió en tono de burla y superioridad, una parte inconsciente de él menospreciaba al clan kitsune tal vez.
    —Un youkai inferior como tú nunca podrá entender el orgullo de un príncipe youkai.
    —Eso es verdad, o-yakata-sama —contestó completamente de acuerdo, sin levantarse del suelo ni un milímetro.
    —Levántate, sabandija y limpia el desastre junto con los otros. Cuando terminen, regresen a preparar todo para mañana —entrecerró los ojos, una curiosa mezcla de rubí y zafiro—, aunque haya humanos entre ellos, a un clan real hay que recibirle como tal.
    —Como ordene —se levantó dispuesto a cumplir la orden.
    —Yo estaré esperando a las cabezas de grupo en mis dependencias. Anúnciense antes del toque de queda.
    El kitsune asintió, mientras él se paró un momento en la orilla del lago en el que había caído, contemplando su reflejo. Cortado, empapado y cubierto de sangre, en el agua tan sólo se dibujaba la imagen nocturna de un robusto sagal joven. Al trote, emprendió el regreso a casa.
    No tardó en poner las patas en el palacio y, tan pronto como entró, un grupo de sirvientes espantados salieron a recibirlo ¡Esas heridas!
    —O-yakata-sama —llegó gritando mientras empujaba a un lado a toda la servidumbre para llegar hasta él— ¿Qué le ha sucedido? —y sus ojos ya tenían lágrimas.
    Él inclinó la cabeza hasta quedar a la altura de ella.
    —No te alteres, estas pequeñas heridas no significan nada —para demostrárselo, concentró su youki y las heridas se cerraron por sí solas.
    Todos los sirvientes quedaron boquiabiertos a pesar de haber visto innumerables veces aquel milagro. Él era la reencarnación del poder. A ella, eso le importaba un bledo. Se acercó y abrazó el hocico, lo único que alcanzaba.
    Antes de que la servidumbre comenzara a murmurar, él les gruñó y la multitud fue dispersándose velozmente.
    —Veo que te duermes durante la clase de Comportamiento —le gruñó—. El protocolo exige que no me pongas una mano encima delante de la cochina servidumbre, ni delante de ningún súbdito bajo ninguna circunstancia
    —Ni siquiera sé lo que significa “protocolo”
    —Mis sirvientes van a matarme. Debí haberte puesto un cortesano como tutor, en vez del idiota de Jaken —a sesenta pies de distancia, escondido detrás de una caseta, el mencionado escuchaba temblando, sabiendo que una mirada azul fulminaba allá delante. Un escalofrío subió por su espalda al oír que deletreaba—. Jaken —tragó saliva y fue saliendo de detrás de la caseta—. Y tú presumes de querer estar en la corte.
    —Pero ella no sabe nada de la corte y aún así es integrante… —antes de terminar de quejarse, el youkai sapo salió volando de una patada.
    Rin siguió con la mirada la trayectoria del vuelo.
    —¿Rin? —habló a sus espaldas
    Ella se volteó, mirando directo a aquellos dos zafiros, parpadeó un poco, intentando despertarse de una ensoñación.
    —¿Sí, o-yakata-sama?
    —Desde tu punto de vista ¿soy sólo un simple sagal?
    Ella lo miró por un buen rato, de arriba abajo, de cabeza a cola. Ladeó la cabeza ¿Qué contestar?
    —Es un sagal —afirmó—, tiene la apariencia de uno. Pero es un daiyoukai, no un youkai cualquiera, ni un animal. Aunque fuera un sagal, sería único en su clase
    —¿Y se supone que he de alegrarme con tus palabras o algo así? —dijo en forma sugerente, ladeando la cabeza.
    —¿No era usted orgulloso de ser Inuyoukai? Entonces es inevitable cambiarlo de la especie en la que nació.
    La cabeza de él apareció mirándola del lado contrario.
    —Nunca dije que fuera malo ser sagal o que no me agradara —acercó la boca aún más— tampoco dije que quisiera cambiarlo —soltó una de sus típicas risas irónicas—. Tengo la certeza de que no te agradaría
    Ella frunció el ceño
    —¿Es eso lo que piensa?
    Lo que antes era un sagal gigantesco se redujo a una pequeña esfera de luz de casi el doble de tamaño que ella, tomando forma humana. La miró con esos ojos azules, encogió los hombros, cerró los ojos y, al volver a abrirlos, éstos eran dorados, como siempre.
    Ella juntó las manos y se meció
    —No importa qué forma tenga, siempre me gustará mucho —le sonrió pícaramente— mucho, mucho, mucho —se sonrojó, pero fingió que era a causa del frío. Desvió la mirada.
    Él dio media vuelta y puso un pie en el vestíbulo de entrada a la casa principal. La miró por sobre el hombro, como siempre.
    —El frío se está sintiendo, entremos —entró sin siquiera mirarla. Siempre tenía la completa certeza de que ella estaba un paso atrás, siempre. Jamás caminaba solo y ni siquiera necesitaba pedírselo. Ella tenía que saber implícitamente que él necesitaba de ser seguido. Tenía que saberlo, sin otra opción. No quería ni pensar qué sería del día en que ese olor a humano no estuviera detrás de él. Durante el verano, cuando no oía a sus espaldas esos delicados pasos, los imaginaba, pero los necesitaba ahí. Quien lo diría: un ser humano siguiendo a un perro y no al revés
    Ella caminaba a un paso detrás de él, como lo exigía el “protocolo”, pero no tardó en igualar su marcha. Se inclinó muy lentamente, miró con cuidado hacia un lado y hacia otro, asegurándose de que no hubiera nadie y susurró
    —O-yakata-sama ¿En verdad le importa todo ese asunto del protocolo?
    Después de unos segundos de silenciosa indiferencia, él imitó el gracioso gesto de ella, incluso dirigió la mirada a los rincones, se inclinó hacia la chica y contestó.
    —No —dudó— al menos no para los demás, pero sí para mí.
    —¿No se exige demasiado a sí mismo? —murmuró tímidamente
    —Se aprende a vivir así, ya es una parte de mí
    —O-yakata-sama…

    Los soldados volvieron segundos antes de que el maestro ordenara el toque de queda. Ya no podrían presentarse ante él hasta el día siguiente, puesto que la única con permiso para salir después del toque de queda era Rin y el sirviente o escolta que fuera asignado a ella. Cada youkai fue dirigiéndose a su puesto, a su habitación, a su hogar fuera del palacio o al sitio en el que acostumbrara recogerse al oír las diez campanadas. Debían correr, volar, no importaba cómo fuera, después de la décima campanada, el palacio y todo el perímetro debían quedar totalmente vacíos y silenciosos. Cada hora, un vigía salía a la torre alta y gritaba:
    —La una y todo sereno —sólo en el alba la vida volvía a comenzar en el palacio.
    El curioso kitsune plateado entró a la sala principal del palacio y la encontró vacía. Ahora nadie podría preparar nada sino hasta el día siguiente. Salió al pasillo, arrimó la puerta intentando no hacer ruido y, cuando bajaba al suelo nevado, se encontró con una figura que venía por el pasillo en la dirección contraria.
    Era pequeña de estatura, con la piel rosada por el frío, el liso, suelto y brillante cabello negro azabache caía por sus hombros y llegaba hasta debajo de sus muslos, su rostro parecía el de un ángel, su figura era etérea y estaba envuelta en un suntuoso traje de Corte, su esencia tenía aroma de agua y flores de todas las tierras, no era la simple esencia de un humano. Era Rin ¿verdad? ¿Realmente estaba sola en el jardín? Siempre… siempre la veía desde lejos pero jamás le había hablado, mucho menos mirarla directamente, la vio crecer a lo largo de cuatro años, verla venir con la caída de las hojas y marcharse al caer las flores. Sabía que era muy bonita y en el paisaje del nevado jardín imperial, parecía Yukihime. Los grises ojos siguieron descaradamente su paso. Se acercó a una corta distancia de donde ella estaba y plantó una rodilla en el piso de madera, haciendo una reverencia profundamente respetuosa.
    —Princesa Dama
    Ella se quedó boquiabierta al ver que un soldado youkai se le interponía para hacerle una reverencia digna… digna del mismísimo Inu no Taishou. Lo observó en detalle. Parecía tener unos veinte años —aunque con los youkai, nunca se sabía—. llevaba hakama y haori blancos, con un corte azul índigo en el cuello y una armadura negra —vestimenta reglamentaria para los generales de segundo y tercer rango, según le habían explicado—. Tenía el cabello casi tan largo como el de Inuyasha, de un azul profundo, tenía forma humana, pero patas de zorro, tenía los ojos claros. Un kitsune muy raro de la especie proveniente del norte. Debía tener ciertas cualidades y fuerzas, de otro modo, el amo rehusaría hablar de él y, de hecho, el amo hablaba muy bien de éste.
    —Eres Ginakihoshi ¿verdad?
    Él levantó la cabeza sorprendido y algo sonrojado, el corazón le dio un vuelco y comenzó a latirle con fuerza ¿Ella… ella sabía su nombre? ¿Se dirigía a él? ¿Cómo no se había dado cuenta de la hermosa voz que tenía?
    —Sabe… mi nombre —levantó la vista, pero no la miró directo a la cara
    Ella inclinó la cabeza y entrecerró los ojos
    —O-yakata-sama suele hablar muy bien de ti
    Eso le levantó el espíritu
    —Es difícil creer que el maestro Inu no Taishou dedique un tiempo a hablar de simples soldados como nosotros —tenía una sonrisa triste.

    “Tú, un miserable kitsune de clase inferior jamás comprenderá el orgullo de un príncipe youkai”

    Sentía una extraña calidez y el color de su rostro lo atribuyó al frío, incluso tembló, fingiendo sentir la inclemencia climática, aunque lo que más lo desestabilizaba era que la dama favorita del amo estuviera platicando con él como si fueran iguales.
    —O-yakata-sama tiene un gran corazón más allá de lo que aparenta. Todo el mundo dice que es igual al anterior Inu no Taishou —no terminaba de entender por qué le hablaba un youkai como ese, tampoco se dio cuenta de que, aún en el suelo, el kitsune se le iba acercando peligrosamente.
    —Sabe, Rin-sama, yo…
    —¿Necesitas algo, Ginakihoshi? —demandó una voz furiosa a sus espaldas y sintió un fuerte escalofrío.
    Al voltear, se encontró con unos ojos dorados que, de ser espadas, ya lo habrían destazado. El corazón le latió con fuerza y no había manera de ocultar a los oídos del amo el susto que había sentido.
    Se vio obligado a bajar de un salto al frío suelo del jardín para no ser atropellado por el paso del inuyoukai. Ginakihoshi sudaba frío.
    —Hace casi una hora ordené el toque de queda —por sólo unos segundos, mostró los colmillos— ¿No deberías estar en tu puesto ahora? —la voz le salió como un gruñido.
    Con el corazón a punto de salírsele por la boca, el Kitsune corrió tan rápido como le permitían sus patas.
    —¿Y tú, por qué sales antes de que te envíe un escolta?
    Ella se hizo hacia atrás con una expresión de duda y extrañeza
    —Aquí dentro no puede ocurrirme nada
    Un gruñido subió por la garganta de él
    —Esto puede pasarte —dijo refiriéndose, obviamente, al kitsune
    —Sólo estábamos hablando ¿Qué tiene eso de malo?
    —Que no te des cuenta de que ese youkai no precisamente quería hablar contigo.
    Ella levantó una ceja
    —¿Entonces qué quería?
    Él no respondió
    —No creo que ningún youkai —o humano— de leguas a la redonda sea capaz de confrontarlo o de hacerle competencia
    —No me causa ninguna gracia
    Ella rió
    —Te dije que no me causa ninguna gracia.
    Ella negó con un muy leve movimiento de cabeza
    —Si no quiere que hable con ningún youkai del palacio, pues no hablaré con ningún youkai del palacio, entonces.
    Él volteó, yéndose por donde vino y ella lo siguió en silencio. Bajó la mirada un momento
    —¿O-yakata-sama está molesto conmigo?
    Él tardó mucho en responder
    —No
    Había guardias en cada esquina del palacio. Al ver pasar al amo con la chica humana detrás, se hacían los sordos y los ciegos, estatuas de piedra, de lo contrario, él los haría quedar mudos.
    Él abrió la puerta principal de sus dependencias, la dejó pasar y cerró bajo llave. Pobre del que intentara abrir. Fue hasta un rincón con un baúl, sobre el que descansaba una caja más pequeña. De esa caja, sacó un pañuelo rojo y se recogió el cabello con los ojos entrecerrados.
    —Bebe conmigo —una luz salida de ninguna parte iluminó la dependencia contigua donde se veía la mesilla servida.
    Ella negó, moviendo las manos de lado a lado y sonrió nerviosamente.
    —No disfruto del licor —tenía agendadas varias malas experiencias con el alcohol que terminaban todas iguales ¿Era mucho pedir que al menos una vez estuviera sobria?
    Dejó las botas en la entrada y fue a sentarse junto a la mesilla de la dependencia contigua.
    Ella, allí parada, lo miró sudando frío ¿Que acaso no entendía japonés o qué? Aún si era difícil leerle la expresión, se dio cuenta de que le dirigía un gesto del tipo “te estoy esperando, y no me gusta esperar”. Antes de ir a sentarse junto a la mesilla, se dedicó a mirar lo bien que se veía aunque no llevara la resistente armadura negra que había heredado. También vio cómo retorcía un mechón de cabello blanco entre sus dedos. Se enredaba el cabello a propósito para luego pedirle que se lo desenredara.
    La miró de reojo
    —Bebe conmigo —no era una petición
    —No disfruto del licor
    —No te pregunté si te gustaba
    —¿Los kitsune también son así? —le lanzó agudamente
    —Si lo vuelves a decir, en la mañana no recordarás nada
    Sacó la botella de sake y le sirvió una copa llena
    —¿Qué clase de bestialidad piensa hacerme como para no poder recordar nada? —ahora sí sudaba frío. No, no había que provocarlo.
    Sin responder, levantó la copa hasta sus labios y, después de fingir que bebía, se lo puso en la cara a la chica. Ella hizo la cara hacia atrás.
    —Va en serio que no me agrada el licor
    —¿No te agrada el licor o lo que detestas son los resultados? —le acercó de nuevo la copa y ella volvió a sacar la cara.
    —Nada más el licor
    Soltó un imperceptible suspiro, bebió de un golpe todo lo que ella le había servido… pero el mareo lo sintió ella.
    Maldita sea ¿y ahora cuál era el truco? Si bien amaba a los youkai, quizás detestaba su magia… o los malos usos de ésta. En algún lugar de ese rostro de piedra, había un dejo de su sonrisa lasciva.


    A escondidas, fue subiendo por la parte de atrás, y ya eran pasada la media noche. Las dependencias del amo eran las del último nivel de la casa y estaba plagada de guardias por los cuatro costados. Su posición de cabeza de escuadrón le permitiría algo de libertad entre los guardias, pero todavía no entendía por qué seguía las esencias conjuntas del amo y de la humana del amo. Corrección, estaba siguiendo a la humana ¿por qué? Algo en el olor de ella lo hacía seguirla.
    ¿Por cuánto tiempo estaría dentro de las dependencias del amo?
    Aún sabiendo que su acción desmedida podía provocar que perdiera la cabeza ahí mismo, asomó por la puerta entreabierta que daba a los jardines.
    El corazón casi se le paró ¿horrible, verdad?
    Él estaba tendido de espaldas en su lecho, aparentemente dormido, bajo su mano derecha estaba Rin, acurrucada, también aparentemente dormida. “Rin realmente… ¿realmente pasó la noche aquí, con Sesshoumaru-sama?”
    El inuyoukai sacó y metió la lengua perceptiblemente ¿estaba despierto? No, según las leyes de los youkai, Ginakihoshi podía considerarse muerto ahora mismo.
    —Te percibo… sé que estás ahí, sabandija… —murmuró— …te voy a partir a la mitad… —tenía los ojos cerrados, sacó y metió la lengua una segunda vez. Estaba perceptiblemente dormido. Volteó la cabeza hacia esa dirección con los ojos claros muy abiertos— Ginakihoshi.
    El kitsune se sintió muerto en serio. Corrió por su vida. Cuando estaba bastante lejos, se paró y observó con horror que había una enorme cisura en el suelo donde había estado parado antes. Realmente si hubiera tardado un segundo, estaría partido al medio, tal y como dijo el inuyoukai. Temblando, lleno de temor, de celos y de envidia, corrió s su puesto y permaneció allí hasta el alba, cuando el toque de queda acababa. Fue un terrible error abandonar su puesto.
    Mientras el sol se levantaba, se quedó petrificado al sentir una fuerte presencia acercándose en dirección a él. Como adherido al suelo, no podía salir de donde estaba.
    —Es mi fin —murmuró para sí, cerrando fuertemente los ojos.
    A tres pasos de distancia, el maestro lo miraba tal y como observaba a los enemigos en las batallas. Sin darle tiempo a reaccionar, lo agarró del cuello con tal fuerza que podía partírselo. El Kitsune se quedó observando con mirada vidriosa la enorme armadura negra que llevaba el maestro.
    —Escucha, sabandija. Tú no viste nada, no sabes nada ¿te quedó claro? —lo apretó más, clavándole las garras
    —Sí, o-yakata-sama —dijo entrecortadamente, sin aire y sin voz.
    Abrió la mano y lo dejó caer, tosiendo y retorciéndose en el suelo. Lo sacó del camino con una patada y fue a atender algunos asuntos en la plaza de armas.
    Rin venía por la misma dirección, pero sólo vio al kitsune revolcándose en el suelo, corrió hacia él para ver cómo estaba.
    —Ginakihoshi ¿qué te pasó? —se arrodilló hasta él
    Él levantó la vista algo nublada y pudo distinguirla incluso por el olor. Verla era como ver una pesadilla.
    Ella no podía creer que realmente el amo pudiera llegar a tanto.
    Él todavía no podía creer que seguía vivo.
    —Estoy vivo
    —Si, por supuesto —le pasó un pañuelo por la cara
    Él se hizo hacia atrás rápido. Si el olor de Rin se le pegaba, no quería ni saber qué podría pasarle.
    Ella puso el pañuelo de seda contra su pecho y se le quedó mirando arrodillada en aquel pasillo.
    —Es un milagro que esté vivo —aún trataba de tomar aire con una azorada mirada plateada
    —O-yakata-sama es muy compasivo —fue bajando la mirada—. No sé por qué lo dices
    ¿Qué ella no sabía? ¿Significaba que ella no se había dado cuenta? Milagro. Suerte, la que tenía. Según las leyes de los sabios, si un youkai estaba unido a una pareja y era molestado, tenía todo el derecho de matar al intruso sin ningún tipo de miramientos.
    Por suerte, llegó mucho después, no llegó para ver aquello. Se iba tapándose la boca con ambas manos. No quería, no podía imaginarse a Rin y a Inu no Taishou juntos, haciendo…
    Infiernos, tenía que ser una pesadilla y si bien había escuchado algún vago rumor con tintes de ser imposible, no era capaz de creerlo. Pero verlo era traumatizante de por vida. Y seguía vivo después de eso, aún cuando no pudiera contarlo. No podía creerlo ¡Qué horrible!
    —Hubiera preferido que me matara —se fue a buscar a su grupo—. Escuchen todos, tenemos que preparar adecuadamente la casa para recibir la real visita del joven Maestro, orden de O-yakata-sama —disimulaba bastante bien la consternación que sentía. Había unos cuarenta soldados de su misma edad que lo miraban de forma ausente. Pensó en qué decir—. O-yakata-sama ordenó la inmediata presencia de todas las cabezas de escuadrón que salieron a pelear ayer cerca de Musashi, incluyéndome. Un joven youkai lagarto caminó hacia él y llevaba el mismo uniforme. Ambos fueron en busca del amo, aunque Ginakihoshi no tenía cara para mirarlo y tampoco estaba muy seguro de que el amo quisiera verle la cara.
    Inu no Taishou miró en silencio a diez generales de tercer y segundo rango que se le presentaron cerca de la plaza de armas.
    —Felicitaciones, en su nombre, a todo el ejército youkai. Aplaudo su desempeño al dirigir los grupos, aunque no puedo decir lo mismo de sus destrezas en batalla, a pesar de que puse bajo su protección a gran número de soldados. Perdimos un considerable número de hombres aunque la batalla debería haber sido en extremo sencilla, considerando que los segundos generales salieron de mi Casa. Doblen los entrenamientos y revisen las estrategias de grupo —todos asintieron con las cabezas bajas—. Me complace su compromiso
    Eso significaba “sirven para mandar a los otros, pero apestan en batalla. Es una vergüenza”.
    Terminó de hablarles a todos y se hizo un espacio para retirarse momentáneamente a sus dependencias. Cuando doblaba hacia el ala sur —lugar en donde se encontraban los jardines—, se topó con Rin, quien iba saliendo de una habitación perteneciente a una cortesana. A él se le fueron los ojos
    —Hueles a ese kitsune —y quería ocultar su malestar
    Ella sacó algo de su obi
    —Ah, es este pañuelo —lo arrojó sobre la nieve del jardín como si no fuera más que basura.
    Él miró la caída del bordado trozo de tela.
    —¿Le diste tu pañuelo a ese kitsune? —y él le había obsequiado ese pañuelo mucho antes del regreso de Kagome. No sabía si le molestaba más que lo arrojara o que se lo hubiera dado a la basura.
    ¿Qué opinaría él si le dijera que se lo prestó para limpiarse el rostro? Ante la duda…
    —¿Por qué golpeó a Ginakihoshi-san?
    —Ha empezado él
    Ella no entendió
    —¿Es que ha hecho algo?
    Si lo supieras…
    —Bastará con que se meta en sus propios asuntos, todos esos zorros son basura —desvió la mirada
    —Disculpe, o-yakata-sama. Uno de mis mejores amigos es un kitsune
    Él la miró en silencio. Por eso… por eso mismo lo decía.
    —Soy libre de pensar lo que quiera
    —Aunque sea libre de pensar lo que quiera, al menos debería considerar cómo se sienten los demás al oír sus pensamientos
    —La empatía nunca me ha funcionado —miró hacia el jardín nevado
    —Pero si ese don no existiera tal vez no podría comunicarse
    —Qué dices
    —Habla poco —se mordió un nudillo—, sólo pueden comunicarse bien con usted aquellos que lo entienden.
    —No necesito tal cosa
    —Es lo que quiere hacer creer
    —¿Cómo?
    —Los que lo conocemos sabemos que en realidad no quiere estar solo completamente —sonrió— y que le agrada ser seguido
    —Jamás dije tal cosa
    —Cuando se lo conoce, eso es algo que se comprende con gran facilidad
    —No te burles de mí
    —Es que no me burlo…


    El día fue muy agitado. Sólo se veían sirvientes, soldados, guardias ir y venir de aquí para allá frenéticamente, llevando y trayendo cosas, ordenando y limpiando la gigantesca casa, armando preparativos generales, abasteciendo el lugar, organizando la formación militar, enviando preceptos y recados a los youkai de todas las Tierras de Occidente ¿El motivo? Era el aniversario de Inu no Taishou.
    Con mapa y crónicas sobre la mesa, él se encargaba de ordenar las posiciones que deberían tener los soldados a lo largo del camino que llevaba directo al palacio, trazaba estrategias puramente de defensas —su materia más difícil—. Fijaba fechas especiales a lo largo del próximo mes, se guiaba con los informes que tenía. Las crónicas abiertas desde el comienzo de su gobierno eran largas y llenas de errores, algo que debía solucionar pronto. Se pasó horas haciendo el cuidadoso seguimiento…
    …de su hermano cerca de las Tierras. Y, maldición, ¿tenía que ser justo en el día anterior a su cumpleaños?


    Cuando el sol comenzó a ponerse y todo estuvo listo, recibió noticias de la llegada del idio… es decir, de su hermano. Se abrieron las puertas de la gigantesca muralla que rodeaba todo el palacio para permitirle la entrada. Llevo la armadura que siempre usaba en batalla, se ató las dos espadas que poseía y se apostó en el ala este, frente a la plaza de armas, esperando su llegada. Junto a él se pararon los generales de rango inferior y una larga fila de guardias esperaban desde el portal hasta el escalón que conducía a la casa principal, donde él se hallaba. Todos permanecieron en un profundo silencio.
    A pesar de que antes sólo llegó una vez, Inuyasha nunca regresaba solo, para mala suerte de él.
    Había un tanuki, un kitsune youkai, un houshi, estaba su mujer y cuatro mocosos de seis, tres y dos años, respectivamente. Sango estaba con ellos también. Los guardias, indiferentes, se veían obligados a aceptar la idea de que su clan youkai tenía un hanyou y tres humanos. Pensaban que para el amo debía ser terrible, aunque no estaban muy seguros. Pero de lo que sí estaban seguros era de que su sangre se perdería, y eso debido a que muchos de los sirvientes eran inuyoukais y no entendían que el ningen recibiera mejor trato que ellos.
    Inuyasha se quedó con los ojos muy abiertos al ver que la fila de guardias que, al parecer, esperaban su llegada, se postraron hasta tocar el suelo. Miraba hacia un lado y hacia otro. A medida que iba pasando hacia dentro, ellos se postraban e iban diciéndole “joven maestro”. Nunca en otras partes de esas tierras le habían dado ese trato. Al ver a su hermano, se hizo a la idea de que fue él quien ordenó semejante precepto. Ambos sabían perfectamente que ningún youkai reverenciaría a un hanyou, mucho menos a humanos. Sin embargo, se ponían de rodillas delante de Rin. Y ahora, él y los demás estaban recibiendo un trato similar.
    Sus compañeros de viaje también estaban sorprendidos con aquello. Quienes se sentían más atraídos por ese aparente poder eran Miroku y Shippou.
    —Tranquilícense —sugirió Kagome, mirando eso con extrañeza. El camino hasta la Casa se les hizo largo.
    —¿Cómo estás? —saludó Inuyasha despreocupadamente a su hermano. Fue natural que sus acompañantes de viaje cayeran de la sorpresa.
    Los guardias, incrédulos, miraron de reojo sin levantarse del suelo un solo milímetro ¿Y por eso estaban obligados a reverenciarlo? ¡Qué pérdida de tiempo!
    Sin inmutarse ni cambiar de posición, Sesshoumaru se limitó a mirarlo de reojo
    —No se te quita lo imbécil
    —Ya, di qué les ordenaste a estos soldados
    Sesshoumaru cubrió el panorama con una mirada. Todo era tan tranquilo… hasta que regresó Inuyasha.
    —Al que no se postre, personalmente lo decapitaré. Deben estar pensando que soy idiota
    Los generales que se encontraban postrados junto a él, más bien pensaban que el idiota era Inuyasha. Ni siquiera parecía ser consciente de que era señor de aquellas tierras. Idiota, inconsciente.
    Rin hizo ademan de saludarlos con una reverencia, pero Sesshoumaru la miró mal. Indicó al grupo recién llegado con un despreocupado movimiento de mano.
    —No te molestes en saludar a esta cosa —le dijo a la chica
    —Esta cosa es su hermano —murmuró
    Él volvió a mirarla mal
    —Sí, ya sé que no debería decirlo —murmuró para sí, mirando a la lejanía.
    —No te molestes, siempre ha sido así —bromeó el kitsune de pelo castaño, burlonamente.
    Rin lo miró indiferente, siempre hablando así de su amo, un día se llevaría una fea sorpresa debido a su lengua larga
    —Cuida tu lengua, tonto —le contestó uno de los generales.
    Shippou lo miró extrañado, tenía un extraño pelaje gris azulado y el cabello negro azulado, pero era un kitsune, uno raro. Vestía la misma armadura que los otros generales.
    —¿Y tú quién eres?
    El otro kitsune se hizo hacia atrás
    —Teniente de segundo rango, Ginakihoshi-sama para ti
    —Sólo eres un zorro cualquiera —contestó Shippou de mala gana
    Él rió
    —Mira quien lo dice —se postró delante de Sesshoumaru—. O-yakata-sama, yo no soy nadie para cuestionarlo —los otros generales lo miraron—, pero no nos dijo que junto a la Real Presencia del joven Maestro habría basuras como este kitsune inferior.
    El Inuyoukai se limitó a sonreír a modo de sorna, entrecerrando los ojos. A Shippou se le erizó la cola de odio, así que Sesshoumaru estaba en condescendencia con la opinión de esos tenientes, ¿verdad?
    —Pues no soy un kitsune cualquiera —sacó un pergamino de entre su ropa y lo mostró—. Tengo el sexto rango superior sénior.
    Ginakihoshi sonrió de modo perverso y sacó un pergamino de su armadura, mostrándoselo
    —Pues yo tengo el tercer rango superior sénior —dijo lentamente.
    Shippou se quedó congelado
    —No es cierto —miraba anonadado el papel que le mostraba el otro zorro.
    —No entiendo —comentó Kagome— ¿Eso qué significa?
    Miroku se llevó una mano al mentón
    —Tiene un rango mucho mayor al de Shippou, eso significa que tiene más poder y mejor técnica
    Shippou indicaba con un dedo a su congénere, sudaba frío y le temblaba la mano
    —Unos exámenes más y se convertirá en daiyoukai este desgraciado
    —Si derrotara a un daiyoukai las cosas serían más rápidas —dijo el otro, jactanciosamente
    Sesshoumaru sonrió
    —¿Quieres morir, Ginakihoshi?
    Con los ojos como platos, el youkai en falta plantó la cabeza en el suelo. En la noche estuvo a punto de morir.
    —No, o-yakata-sama —sudaba frío—, nadie se atrevería a competir con usted —intentaba no demostrar que estaba asustado

    “te voy a partir a la mitad, Ginakihoshi”

    Tenía bastante miedo de Inu no Taishou, sin importar que su rango superara por mucho el de otros de su especie. Estaba bastante lejos de llegarle a los talones al Inugami Daiyoukai y, debido a su atrevimiento, estaba caminando sobre una cuerda floja extendida sobre un mar de alfileres. No quería ofenderlo más o sería su fin.
    —Oye —haciéndosele agua la boca, Shippou lo estiró de la hakama— ¿No eres demasiado joven para obtener ese nivel?
    —¿Y eso qué? Lo importante es que te supero por mucho —le sacó la lengua—, no puedo creer que en este clan se admita basura.
    —Déjalo y encárgate de tus tareas —ordenó Sesshoumaru
    Ginakihoshi se inclinó
    —Sí, o-yakata-sama —se levantó y fue corriendo a su puesto
    Sesshoumaru sólo miró a los demás youkai que estaban junto a él y eso bastó para que comprendieran y se retiraran a sus tareas.
    Inuyasha miró en silencio por un rato
    —¿Por qué te dicen Inu no Taishou?
    —Si un día me sucediera algo —cosa que dudo—, a ti te llamarán así también —con una mano indicó que mirara a los sirvientes y soldados que estaban reunidos en la sala principal y en la plaza de armas—. Sólo estás viendo a un selecto grupo de los integrantes de las diferentes razas en estas tierras. Pero míralos bien. Muchos de ellos son Inuyoukais, como yo.
    Inuyasha miró y olfateó con detenimiento. Era verdad, la mitad de los presentes eran inuyoukais, aunque de rango inferior.
    —Con razón apesta a perro —murmuró Shippou
    —Ginakihoshi —demandó Sesshoumaru, y el kitsune que se estaba yendo, regresó
    —¿Sí, o-yakata-sama?
    —Si quieres, desquítate —miró de reojo a Shippou
    Ginakihoshi le dedicó una mirada perversa
    —Ahora vas a ver —persiguió a Shippou por toda el ala este— ¡Regresa acá gallina, y pelea como hombre! —los dos zorros se fueron corriendo.
    —O-yakata-sama ¿Estarán bien? —cuestionó Rin
    Él la miró de reojo
    —Claro —miró a su hermano—. Pasa, imbécil —miró a los otros—, y ustedes también, Rin demandó su presencia —le tocó la cabeza y luego se metió al pasillo que llevaba a la sala principal del nivel bajo de la gigantesca casa.
    Ellos se miraron entre sí, sin molestarse.
    —Entremos —dijo Inuyasha despreocupadamente—. Hace frío y apuesto a que mandaron a poner chimeneas calentitas.
    —Espera un poco —se quejó Kagome—, no deberíamos dejar a Shippou aquí afuera con ese youkai, Ginakihoshi.
    —Estará bien, ya está bastante grandecito como para cuidarse solo —se encogió de hombros—, además él se lo buscó.
    —¿Y si le hace daño?
    —No creo que le haga daño —comentó Sango—, se veía jactancioso, pero no malo.
    —Podemos decir que es otra versión de Shippou —concluyó Miroku.
    —Aunque deberíamos desconfiar de la gente de Sesshoumaru —reflexionó Kagome
    Luego, el grupo se miró y corearon
    —Naaaah…
    Cada uno de ellos levantó a un niño de los cuatro y entraron a la casa. Sentado en una esquina, el mapache Hachi se recostó para tomar una siesta. Por lo menos no encontró un mapache que le rivalizara.


    Inuyasha entró y se pasó todo el camino olisqueando:
    —Huele a sándalo, agua de nieve, magnolia y hierbas —era realmente delicioso.
    Sesshoumaru lo miró por sobre el hombro.
    —Estás oliendo mi baño.
    —No sabía que tomaras el baño.
    —Cállate la boca.
    —Mejor tranquilícense —sugirió el monje.
    —¿Cómo has estado? —preguntó Kagome a Rin, que venía a su lado
    Ella la miró, jugando con un mechón de su cabello
    —Bien, como todo el otoño —sonreía francamente— aunque no se los ve tan de seguido, miko-dono
    —¿Qué haces cuando estás aquí? —preguntó con curiosidad
    —Estudio intensamente, sospecho que o-yakata-sama quiere matar el tiempo que tenga libre para que no hable con nadie por aquí, no le simpatizan mucho los propios youkai que hay en el palacio y alrededores. Ni hablar de los humanos —allá, iba delante de todos, delante de Inuyasha.
    —Sí, eso supuse —dijo Kagome apenada— ¿Y qué haces el resto de tu tiempo libre? —preguntó en doble sentido.
    Rin fingió no haber escuchado la pregunta.
    Kagome se le quedó mirando. Tenía quince años y era como ella cuando tenía esa edad, pero le sumaría la madurez de Kikyou, la fortaleza de Sango y el carácter de Sesshoumaru. Para probarlo, sólo había que causar que se ofendiera. Por suerte, la chica no solía ofenderse salvo por una cosa: que alguien se le opusiera a Sesshoumaru.
    —¿Te pasa algo? —le preguntó Inuyasha, mirándola
    —No —contestó secamente, pero rematando con una sonrisa, no se le podía objetar nada
    —Es que te ves tan pensativa…
    —Te estás imaginando cosas
    —¿O hay algo que no nos quieras decir?
    —¿Eres la familia de o-yakata-sama o parte de su servicio de inteligencia?
    Sesshoumaru abrió una puerta que conducía hasta las escaleras
    —No le preguntes eso, ni siquiera tiene inteligencia —comentó
    —Oye —se exasperó el hanyou
    Antes de que pudiera reclamarle nada, su hermano salió del cuarto de reuniones y cerró la puerta tras él.


    —¿Siempre es así? —preguntó Sango, mientras se sentaba en un cómodo cojín que le había alcanzado un sirviente
    Rin prestaba atención a los cuatro niños que la estiraban casi hasta hacerle caer tan pronto como la habían encontrado. Si vio obligada a sentarse.
    —Sólo cuando amanece con la pata izquierda.
    —Y resulta que hoy es uno de esos días —dijo Inuyasha sarcásticamente.
    Rin entrecerró los ojos y se sentó sobre sus tobillos, cerca de Inuyasha.
    —O-yakata-sama dice que tienes aire en el cerebro —entrecerró los ojos y sonrió con una expresión tan atrapante que el hanyou estaba seguro de que se la había copiado a Sesshoumaru— o-yakata-sama tiene razón.
    —¿Qué me dijiste? —dijo poniéndose en guardia.
    —Inuyasha, no te enojes —le exigió su esposa.
    —Pero ella dijo…
    —Inuyasha… —Kagome ya tenía un tic en el ojo y un aura oscura, cargada y amenazante la envolvía desde atrás.
    —Está bien —dijo con fastidio y miró a Rin— tomen distancia de Sesshoumaru, parece que es contagioso.
    —Inuyasha, osuwari —le gritó de repente.
    Rin se corrió mientras el hanyou dejaba una impresión en el suelo de la sala.
    —Kagome-sama, el tatami es caro —comentó con toda tranquilidad como si no hubiera ocurrido nada. Le preocupaba más el precio del tatami que el moretón que Inuyasha lucía en el ojo por culpa de Kagome.
    Él se indicó al ojo.
    —Esto es más caro.
    —Pero te lo buscaste.
    —No, Rin, esto lo empezaste tú.
    —Pero si yo no dije nada —sonaba inocente.
    —No te hagas la inocente.
    —¿De qué se me culpa?
    —Dijiste que tenía la cabeza llena de aire.
    —Eso lo dijo o-yakata-sama.
    Y ella seguía con ese tono molestamente tranquilo.
    —Pero tú le diste la razón.
    —Sin embargo no lo dije.
    —¿Eso te enseñan aquí?
    Miroku le clavó el báculo en la cabeza.
    —Basta, Inuyasha, estás llevando esto un poco lejos —le dejó un chichón— además le estás dando un mal ejemplo a tu hijo —el pequeño hanyou de dos años, sentado entre los niños de Sango se le quedó viendo a sus padres. Las cosas estaban un poco violentas.
    Miroku se acercó a Rin y la sujetó de la mano con un rostro serio.
    —Disculpa el atrevimiento de mi amigo.
    Luego de poner cara de sorpresa, ella quitó su mano como si la del houshi quemara.
    Sango le dio a su esposo un puñetazo en medio de la cara, tirándolo hacia atrás.
    —Silencio, houshi-sama, no está en condiciones de decirlo —dijo enojada y juntó las manos mirando a la chica—. Disculpa, Rin
    —No hay problema —contestó apenada. Realmente, ellos se divertían mucho.

    Ella y su amo jamás peleaban, quizás porque se entendían demasiado bien. Él no solía pelear con ninguno de los suyos, aunque eventualmente, algún sirviente podía salir volando desde su ventana y aquello no era raro tampoco. A veces, ella iba a las dependencias de Sesshoumaru para hacerle compañía: hablaba, cantaba, le leía, ayudaba a escribir las crónicas o simplemente lo acompañaba a beber. En ese lapso de tiempo, que comenzaba antes de la puesta del sol y casi siempre concluía luego del toque de queda, había dos cosas que el resto de los sirvientes o podían hacer si no querían salir severamente golpeados: hablar mal de Rin o dirigirle la palabra.
    Kagome-sama le había dicho que los celos eran mitad falta de cerebro y mitad inseguridad, pero ella no quería juzgar al príncipe youkai, partiendo de la idea de que Kagome-sama a veces era un poco… rara. Hacerle caso podía significar que terminara actuando como la miko lo hacía con Inuyasha. Negaba con la cabeza, la situación era divertida hasta cierto punto, pero ella prefería la armonía antes que las discusiones. Para discusiones, ya tenía a Jaken que, después de emitir sus palabrotas, siempre salía volando por los aires con un típico chicón. Era casi lo mismo. A veces, eso le ayudaba a ratificar su firme idea de que el pequeño youkai estaba enamorado de Sesshoumaru, por muy raro que pareciera.
    En realidad, eso era de esperarse, pues entre el joven daiyoukai y sus seguidores siempre se creaba una especie de fuerte simbiosis; él trataba con devoción a todos, pero a cambio recibía algo más fuerte: Kagura se había enamorado de él, Ah-Un estaba enamorado de él, ella también lo estaba… tan sólo faltaba que Kohaku se enamorara de él y esa sería la gota que rebalsaría el vaso. Era como si su amo llevara escondido algún afrodisíaco dentro de esa actitud devota.
    Pero ella era condescendiente, tenía una consciencia tranquila, pacífica, armónica. No quería tener una guerra con nadie sólo porque los demás sintieran exactamente lo mismo que ella. No quería golpear a nadie, como lo hacía Sango-sama, ni estar como Kagome-sama, que castigaba a Inuyasha constantemente con el tierno “osuwari”.
    A su amo jamás le gustó que estuviera cerca de esas mujeres humanas a las que calificaba como “escandalosas”, pero él no podía ser su tutor, no le quedaba otro remedio. Él calificaba de “remedio” el hecho de poder vigilarla de cerca durante una larga temporada, allí en sus propias tierras, calificaba las fuertes emociones humanas como “enfermedad contagiosa” y es que hasta para un youkai era difícil comprender la complejidad de las emociones humanas. Era así que esas mujeres no podían comprender tampoco y solían preguntarle a menudo:

    “—¿Cómo puedes ser tan indulgente?—“
    Y es que el amor hacía milagros, incluso indultar la falta de comprensión de un youkai, incluso mantener la armonía y evitar una guerra de voluntades entre ambos. El único motivo que podía hacerla desatar una guerra de voluntades sería intentar separarla de él ¡Ese sí le parecía un motivo digno de batalla! ¿Con qué argumentos ganar? ¡Con los que le había dado la experiencia!
    Podía tener quince años, pero tenía la experiencia de una persona de ochenta debido a las múltiples dificultades que debió afrontar —después de todo, la madurez se medía en cantidad de experiencias vividas, y no en años—. Ahora, por el contrario, aquello era algo que quizás esas personas no alcanzarían a comprender, y el único que la entendería entonces, sería Sesshoumaru-sama ¿Verdad?

    —¿Y Sesshoumaru por qué no baja aquí? —le preguntó extrañada, Kagome
    —Tiene ocupaciones —Contestó la chica. La verdad, era que no los soportaba, los consideraba escandalosos y no sabía tratar con ellos. Intentarlo le parecía una pérdida de tiempo y energía. Para él, Rin estaba más calificada para hacer eso, si pudieran darle honores, sería por tener el don de comprender y ayudar a cualquier persona por igual: youkai, hanyou o humano; niño, adulto o anciano. Para ella era lo mismo y era sencillo. Para él no. La jovencita suspiró, la situación le causaba gracia.
    —Keh, por mí que no baje nunca —dijo Inuyasha desinteresadamente
    —Al menos debería atender a sus visitas —le reprochó Kagome
    —¿Tú enviaste llamarnos? —le preguntó Miroku amablemente—. Dijo que tú habías demandado nuestra presencia
    Ella sonrió.
    —Pensaba que, cercano a su aniversario, por aquí podría haber algo más que sirvientes, cortesanos y youkais, pero a él parece no importarle demasiado
    —Es decir, no nos quiere aquí —intentó traducir Inuyasha
    —No. Quiere decir prefiere no tratar con ustedes. Es algo que le cuesta
    —¿Hablar con nosotros? —Kagome seguía sorprendida
    —Él no es de hablar mucho y no le complace entablar una conversación con personas a las que no entiende
    —¿Y por qué contigo se entiende? —le preguntó Inuyasha con suspicacia
    Ella desvió la mirada
    —Quizás tengamos mejor química, eso es todo.
    —¿Fue Kagome la que te habló de esas estupideces en la aldea? —sugirió antes de recibir un severo…
    —¡Osuwari!
    —Pues sí… — se limitó a contestar Rin.
    Poco después, mientras unos sirvientes traían té para ellos, Shippou entró corriendo y se sentó junto a Rin
    —Hola, ¿cómo estás? —la saludó despreocupado y de modo estridente, exhibiendo un raspón a lo largo de la nariz y la frente, muestra de que quizás Ginakihoshi lo alcanzó después de todo.
    —Bien ¿y tú? —preguntó apenada mientras veía, tan sorprendida como el resto de los presentes, cómo había quedado la cara del joven Kitsune.
    —Estoy perfectamente bien —sonrió y se pasó el dorso de la mano por el golpe—. Excepto por la presencia de ese kitsune raro.
    Rin le sonrió apenada
    —Veo que tú y Ginakihoshi-san estuvieron socializando
    A Shippou no le agradó mucho el comentario
    —¿Conoces a ese tonto?
    A ella le extrañaba que su amigo sonara molesto y no comprendía el por qué
    —O-yakata-sama habla mucho de él, tiene destreza en batalla y un buen desempeño ordenando a una de las escuadras de soldados que sirven aquí —bebió un poco del té que le acababan de traer—. Es teniente y tiene honores, para ser kitsune es fuerte —no dejaba de sonreír—. Espero que no te sientas ofendido, es muy poco común que O-yakata-sama pierda su tiempo hablando de sus sirvientes, a menos que realmente valiera la pena.
    —Ya veo —contestó Shippou molesto por saber aquello. Tenía un tic en el ojo— ¿y has hablado con él?
    —Oh, ayer me lo crucé en un pasillo —recordó
    —¿Qué? —preguntó incrédulo, con un hilo de voz. Estaba tan pálido que se ponía azul. ¿Ese animal hablaba con ella? No podía ser cierto, tenía que ser una pesadilla y tenía que acabar.
    ¿Y Sesshoumaru permitía así como así que un soldado del rango que fuere le hablara abiertamente?
    —Es que apareció así de repente, y estábamos hablando sobre o-yakata-sama —volvió a beber y luego levantó la mirada hacia el techo—… umh… y entonces o-yakata-sama apareció y lo miró feo. Le dijo algo y Ginakihoshi se fue corriendo.
    Kagome, Sango y los otros se miraban entre ellos. Esos eran celos. Claro, al youkai no le causaría mucha gracia que uno de esos “youkais inferiores”, como los llamaba se acercaran a ella ¿verdad? Kagome era la que tenía la sospecha y solía hablarlo a solas con los otros cuando Rin no se encontraba con ellos. Debía ser algo de familia, Inuyasha también era así. Lo único que le faltaría sería ver a su cuñado golpeando a otros youkai por culpa de la chica. Esos celos posesivos que los youkai tenían adherido como un fuerte instinto animal… después de todo, no dejaba de ser un sagal, un perro salvaje. Era un milagro que Ginakihoshi siguiera vivo después de eso.
    Inuyasha jamás prestaba atención a esas cosas sobre Rin o sobre su propio hermano. No le parecía cierto y solía estar medio ido ¿Sesshoumaru detrás de una humana? ¡Imposible! Para él, una buena solución, era darle un golpe en la narizota a todos los youkai que pensaran algo sobre esa chica ¡¡qué guerra de voluntades ni qué nada!!
    Rin, de pronto, se dio cuenta de que era el blanco de las miradas en toda la sala. Eran miradas curiosas e inquisidoras, del tipo que parecía querer meterse dentro de su cabeza para sacar información. La incomodaban
    —¿Por qué, de pronto, están todos mirándome fijo?
    —Eh… —Kagome intentó disimular los nervios—, el té está delicioso ¿No?
    —Sí, Kagome tiene razón —Sango sonrió nerviosamente—, ¿podrías pedirnos otra taza?
    —¿Y de paso, no podríamos pedir unas acompañantes? —sugirió Miroku mientras suscitaba la ira de su esposa.
    Rin frunció el ceño, pero intentó no parecer molesta, fingiendo la amabilidad que no tenía cuando algo la sacaba de quicio
    —¿Qué quieren preguntar? —dijo en tono suspicaz, con una mirada de la misma índole
    —Eh… nada, nada… —Kagome intentaba desviar la mirada mientras negaba con un movimiento de la mano.
    Ella estaba más que segura que todos allí en esa sala estaban pensando en los celos de Sesshoumaru ¿verdad? Mejor debieran aprender a meterse en sus asuntos, lo que él sintiera ni siquiera la incumbía a ella… o quizás sí.
    Quien la miraba insistentemente aún después de eso, era Shippou, pero esa mirada verde la incomodaba de una manera distinta. Era como si buscara algo especial en su cara o en su cuerpo. Una mirada sugestiva que no llegaba a ser libidinosa, una de esas que merecerían una patada de Sesshoumaru. Ella estaba cien por ciento segura. Desvió la mirada en la dirección contraria.
    —¿Por qué me ves así? —preguntó mientras sentía que un escalofrío ascendía por su espalda.
    Él parpadeó y puso cara de circunstancia, como si acabara de despertar de un sueño o de un trance hipnótico. La cara se le puso roja, demasiado roja y le ardía. Desvió la mirada por uso segundos y luego le dedicó una sonrisa simpática, sin decir nada.
    Ella era demasiado hermosa, mientras más crecía, más bonita parecía. Estaba allí encerrada durante toda la luna fría y por eso su piel lucía blanca como la nieve, su cabello de un negro oscuro y muy brillante y sus ojos algo aguados. Además, desde cierto momento parecía no tener edad. Si bien tenía esencia humana, desde algún momento que no habían tenido en cuenta, ella parecía haber dejado de crecer, e incluso parecía haber retrocedido un poco en edad ¿o acaso sería tan sólo su imaginación? Humana o no, tenía algo raro, y eso era lo que tanto atraía, como su capacidad para sobrevivir con nueve vidas a casi cualquier cosa.
    —Estás muy bonita —comentó apenado
    —Te lo agradezco —respondió ella amablemente.
    Todos escucharon atentamente y luego se miraron entre sí. Shippou le había dicho bonita ¿No? Las preguntas eran ¿Qué hubiera sucedido de haber oído eso Sesshoumaru? ¿Qué pasaba por la cabeza de Rin? ¿y por la de Shippou?
    Delante de los dos, el grupo se puso a cuchichear. Ya de nuevo ella comenzaba a sentirse incómoda ¿por qué tenía que ser el centro de atención desde que tenía memoria? Ya era normal para ella que cada dos por tres alguien se la encontrara y le diera algún halago. La imagen típica era que a esa desdichada persona, Sesshoumaru se le apareciera por detrás, lo mirara feo, le dijera algo en tono amenazante y entonces el pobre tonto involucrado salía a correr mientras ella era espectadora de una cuidada y muy solapada escenita de celos, digna de un príncipe, pero que ocultaba el trasfondo de una guerra de voluntades en la que, orgulloso y altivo, jamás perdía. Ella no decía nada ¡justo ese tipo de situaciones deseaba evitar! Cuando era pequeña, las únicas y esporádicas peleas que tenía eran con Jaken a quien, por cierto, apreciaba mucho, pero el nivel de personas del sexo opuesto que a veces se le acercaban, ahora era quizás demasiado. Tirándose cuales buitres a la carroña ¿por qué a ella? No era algo que le molestara, porque siempre alguien la sacaba del apuro.
    Afuera del palacio podía haber batallas, sí, pero las crónicas tendrían muchos, muchísimos volúmenes si también se contaran las “guerras” que había ahí dentro. Algo ardía, y no era solo su imaginación. Sentíase vigilada. Toque de queda. Pausa para respirar…
    Ella estaba cien por ciento segura de que no había criatura que fuera capaz de hacerle competencia al Inuyoukai, pero al parecer había ciertos youkai… y ciertos humanos que carecían de ese instinto de supervivencia. Se pasó una mano por el pelo e intentó hacerse la desentendida. No lo hacía a propósito, pero cualquier movimiento ya era suficiente para que a ciertos youkai… y ciertos humanos se les hiciera agua la boca. ¿Y qué rayos hacía su youkai en la habitación de arriba que no se dignaba a bajar y poner los puntos sobre las íes? ¿Había estado realmente bien haber invitado a todos o acaso debió hacer algunas excepciones? Parecía que sí.
    Shippou había estado me dio ido toda la cena, y antes no había podido nada más porque había sido víctima de la persecución de otro zorro, un zorro alfa, si así podía decirse. Lo que no le agradaba de este nuevo youkai era la facilidad que tenía para acercarse a Rin y hablarle.
    Rememoró algunas situaciones, como aquellas primaveras en las que Rin solía estar en la aldea debido a los movimientos de las manadas en las tierras. No podía decir a ciencia cierta si aquello era un sueño hecho realidad o una pesadilla. Y como todas las cosas siempre tienen sus pros y sus contras, la visita de cortos meses no era excepción. La buena noticia era que tenía tiempo de contemplarla durante más de ochenta días, la mala era que, durante su pasatiempo, podía encontrarse cara a cara con Sesshoumaru. Se le erizó la cola. Decir que no le tenía miedo, bien podía ser muy imprudente o muy mentiroso. No le agradaba que sus amigos se dieran cuenta de ello y murmuraran en voz baja cuando creían que él no oía, pero pasaban tanto tiempo juntos que no podía evitar que lo supieran. El síndrome de la familia demasiado unida. Aún así, solía tener esas grandes peleas con Inuyasha que terminaban dejándolo con un chichón en la cabeza mientras el perro apestoso le decía:
    —¿Estás loco o qué? ¿Cómo vas a meterte con Rin? ¿Quieres morir joven?—
    Maldición. De modo inconsciente se frotó la cabeza donde era común verlo luciendo un chichón. Al menos con la edad que tenía ahora no corría el riesgo de que lo sacara volando de una patada, aunque no podía estar del todo seguro. Suspiró y se habló a sí mismo.
    Se volvió a su taza de té y fingió beber mientras miraba con detenimiento a todos. Se pasó un poco de té por el raspón de la nariz e intentó regresar hacia atrás. Hacía unos dos años, ella había regresado diferente a la pequeña aldea, y no sólo porque permaneció menos tiempo, sino que en verdad había algo diferente, la forma en que lo hacía todo, hasta su olor. Tenía algo diferente pero no estaba muy seguro de querer averiguar qué era. Debido a su calidad de zorro de caza, notaba ciertas cosas con facilidad, pero estaba totalmente seguro de que incluso Kagome podría decirle que había algo diferente… si tan solo le preguntara. Pero Rin no fue lo más extraño que sucedió aquel verano, lo extraño fue lo que les sucedió a ellos con Rin.
    Era común verla contándoles muchas historias a los niños, las preferidas eran las grandes batallas que tuvo Inuyasha y las historias de amor que incluían a Sango, también era común verla enseñándoles juegos o cantando, subiendo hasta el bosque a buscar hierbas medicinales o en los claros, juntando flores para ellos, el tiempo libre que tenía lo utilizaba para hacer quehaceres domésticos que seguramente tenía prohibido realizar en casa ¿verdad? Sin embargo, estas rutinas desgraciadamente podían cambiar de modo brusco, un día cualquiera en un lugar cualquiera, porque podía entrar en el bosque y no salir hasta la noche. No había que pensar mucho para darse cuenta que a los inuyoukai salvajes, como a cualquier sagal, no les gustaban las aldeas humanas y les rehuían. El hecho aquí es que no podían saber cuándo llegaría ni donde estaba, porque de alguna manera lograba ocultar su olor y su presencia, pero aún así, él sí podía sentir tu olor, y allí era donde el problema iniciaba.
    Si bien gracias a eso no se lo podía detectar con exactitud —ni les interesaba—, unos cuantos días antes ya estaban esperándolo y el único que apestaba a perro era Inuyasha. Aparentemente, llamaba a Rin y le decía el lugar exacto en donde se encontraba. Es decir, si un hanyou y un youkai kitsune con buen olfato no podían encontrarlo ¿de qué otro modo podría ella? Siguiendo su rastro, aquella siesta llegaron hasta donde estaba él. Todos, metiches como eran, se ocultaron detrás de unos árboles con el viento en contra para que no le llegara el olor. En verdad estaba ahí, Rin estaba sentada sobre un tronco caído y hablaba con el youkai que se le paraba al lado sin problemas, hablaban de viajes por el momento y de cosas del tipo “¿Cómo has estado? ¿Qué has hecho?”, como dos buenos amigos que se saludan después de mucho tiempo. Si bien ellos eran buenos amigos y no se veían hacía un cierto tiempo, Kagome, por ejemplo, tenía la sospecha de que “amigo” era palabra de encubrimiento de otras acciones. Todos estaban allí detrás, intentando averiguarlo, mirando en silencio y con los ojos de plato cuando, de repente, el viento viró en dirección contraria. Se quedaron petrificados, él sólo volteó y los miró con ojos de pistola, en cinco segundos, todos corrían de nuevo a la aldea, mientras los dos “amigos” seguían hablando en el bosque. Rin no parecía haberse dado cuenta de su presencia.
    A ellos —en especial a Kagome— esa táctica no los engañaba.
    Poco después, ambos salían caminando al mismo paso desde el bosque, ella hablando y él escuchando, y caminaban bordeando la aldea a una distancia considerable. Se sentaron junto al pequeño arroyo que corría cerca del huerto. Obviamente que, al verlo venir desde lejos, allí no había un solo ser humano.
    Ellos volvieron a seguirlos en silencio y se ocultaron detrás de unos arbustos, con el viento en contra y a una considerable distancia.
    —O-yakata-sama —se interrumpió Rin de pronto—. Tal vez sea solo mi imaginación, pero siento como si alguien nos estuviera escuchando.
    Él solamente la miraba a la cara, como si no existiera nada más. Su mano fue hacia atrás lentamente para tomar un canto.
    —Solo es tu imaginación —sin dejar de mirarla, tiró el canto hacia atrás y dio en el centro de la nariz de Shippou, tirándolo contra un árbol con bastante fuerza. Volteó hacia ellos de nuevo con esos ojos de pistola—. No siento la presencia de nadie en los alrededores —murmuró.
    La indirecta era clara, todos corrieron. Ellos siguieron hablando, mientras contemplaban el sol de la siesta, los pajaritos y el agua del arroyo. A Kagome le parecía romántico, a Inuyasha se le revolvía el estómago. A Shippou le sangraba la nariz. Bien, si lo que quería era guerra, guerra era lo que tendría.
    Se sentó a hablar con Kohaku lo que quedaba de la tarde. Si bien el muchacho se pasaba aislándose de su hermana todo, todo el tiempo, tenía un reloj biológico que lo hacía regresar cuando la chica estaba presente, sólo que no se esperaba que también estuviera el inuyoukai. A diferencia de Shippou, el muchacho no le tenía ningún recelo, por el contrario, le tenía mucho cariño.
    —No me parece bien que pienses así de o-yakata-sama
    —Así que tú también le hablas de ese modo —ahora sí sentía el fastidio
    —Es mi protector además de ser el siguiente en la línea del anterior Inu no Taishou
    —Me importa un bledo
    —Para las Tierras del Oeste es importante, sin su presencia, todo sería un caos
    —¿Estás seguro de que el caos no lo provoca su presencia?
    Kohaku rió abiertamente
    —¿De qué te ríes?
    —¿Todavía estás enojado por ese golpe que te dio en la nariz?
    —También lo estarías si te hubiera golpeado en mi lugar —tomó aire, se irguió y puso voz fingida—. Pero claro, el “protegido de Sesshoumaru-sama” jamás recibiría un golpe ni aunque estuviera observando en primera fila, a cinco pasos de distancia —terminó diciendo con enojo y miró hacia unos árboles.
    —Bueno, estaba a un paso al costado, si hubiera fallado, yo sería el que luciría ese raspón, es cosa de azar, nosotros lo hicimos enojar y tiene la razón.
    Shippou pegó su frente a la de él
    —Ya dime la verdad —le preguntó serio y en voz baja—. ¿Eso lo dices en verdad o sólo por condescendencia con él?
    Kohaku entrecerró los ojos.
    Entraron al bosque a paso lento, en silencio y con el viento en contra. Shippou seguía sus pasos muy de cerca, casi pegado a él, estaba con un youkai taiya experimentado. Esto era como cazar un youkai, pero esta vez estaban detrás de un ningen. De vez en cuando, se detenían, miraban a todos lados para asegurarse de que no hubiera nada, avanzaban otros tantos pasos y volvían a detenerse.
    —Muévete —lo instigaba Shippou murmurando con voz queda—. De seguir así, llegaremos para cuando ese perro apestoso tenga descendencia.
    Kohaku se volteó, lo miró feo y, llevando un dedo a la boca, le indicó que hiciera silencio. El Kitsune bufó sin hacer ruido y lo siguió. De pronto, llegaron hasta donde estaba Rin. Para la sorpresa de ambos, ella estaba sola frente al árbol sagrado, mirando sus ramas con total tranquilidad y con esa linda sonrisa tan característica en ella. Los dos aparecieron de entre unos arbustos, haciendo ruido. Ella se volteó y los miró con una enorme sonrisa, ambos le sonrieron y fueron hacia ella pero, para su sorpresa, ella echó a correr riendo a toda voz. Ellos, riendo, salieron corriendo detrás de ella, gritando cosas del tipo “te vamos a alcanzar”.
    De repente, al llegar a un túnel hecho por las copas de los árboles, la perdieron de vista, era como si hubiera desaparecido.
    Kohaku miró al kitsune.
    —Tú por la izquierda y yo por la derecha —se dividieron y fue Shippou quien la vio detrás de un árbol. Eso era jugar a las escondidas. Salió sonriendo detrás de ella y el otro muchacho los siguió. Después de avanzar un trecho, sucedió lo mismo, y así varias veces. De pronto, los dos estuvieron frente al pozo come-huesos. Allí no había nadie y todo estaba silencioso. Lo único que había allí era el pozo. Se miraron y caminaron hacia él, miraron al pozo por todos lados. Ahí no había nada. De repente, sintieron que algo los empujaba y los dos cayeron dentro, gritando.
    Cuando pudieron subir, se encontraron con que Rin estaba apoyada en un árbol del bosque. ¿Todo el tiempo había estado allí? Detrás del árbol salió lo que para ellos era como el coco. Sesshoumaru se limitó a mirarlos en silencio y se metió al bosque al mismo paso que Rin.
    Shippou salió y caminó unos cinco pasos en la misma dirección, de forma graciosa, sobre la punta de las patas y fingiendo una sonrisa. Luego les sacó la lengua.
    —Maldito perro apestoso. No eres más que eso, ¿sabías? Un sagal, un perro salvaje y además pulgoso justo como tu hermano.
    Desde el bosque, un arbusto salió volando, lo golpeó como un proyectil y lo hizo caer de nuevo en el pozo. Cuando salió de nuevo, Kohaku se reía a carcajadas. El Kitsune lo golpeó en la cabeza, que aún le dolía por haber caído.
    —Bien, a mí tampoco me causa gracia —se quejó el joven youkai taiya.
    Los siguieron a una considerable distancia, de pronto, en cierto momento, encontraron de nuevo sola a la chica, apoyada contra un árbol y con la cabeza baja. La sonrisa no salía de su rostro y era evidente que sonreía por la visita del youkai. Shippou inventó otra táctica. Tomó la forma de un yourei horrendo y se acercó a paso lento hacia ella. Cuando estaba por saltarle encima por sorpresa, del otro lado del árbol Sesshoumaru le dedicó una mirada asesina. Así, sigilosamente como había llegado, retrocedió a paso lento, incapaz de darle la espalda. Era como si corriera para atrás. Kohaku estaba a punto de salir para averiguar qué había ocurrido cuando se encontró con la penetrante mirada.
    —Kohaku, ¿tú tenías algo que ver con esto?
    —¿Con qué, o-yakata-sama? —preguntó fingiendo ingenuidad
    —No te hagas el que no sabes. Apestas a Kitsune.
    Recién entonces Rin se dio cuenta de que Kohaku estaba ahí
    —Es que antes de venir a visitar a mi hermana, estuve cazando Kitsune —se excusó nervioso
    —¿En verdad? —preguntó el inuyoukai poniendo cara de extrañeza.
    El chico asintió.
    —Ah, sí, vete —se limitó a decir. Por supuesto que sabía que era mentira, pero no quería tener que vérselas con un par de mocosos idiotas que tenían el cuerpo al rojo vivo. Por supuesto que se daba cuenta y le daba rabia.
    El chico hizo una graciosa huida y se desapareció por detrás de unos árboles.
    Con el correr de las horas, los dos se dieron cuenta de que Sesshoumaru se estaba llevando a Rin más y más adentro del bosque, hasta partes que ellos ya ni conocían, quizás ya ni siquiera estuvieran en el mismo bosque y aún así estaban siguiendo a la pareja dispareja. De pronto, llegaron a una cascada que estaba cruzada de lado a lado por un puente hecho por un tronco de un viejo árbol caído.
    Se miraron, pensando si cruzar o no. Kohaku se dio la vuelta para emprender la retirada, pero Shippou lo sujetó del cuello de la ropa, impidiendo la huida
    —¿Qué haces? —le preguntó enojado
    —Vamos
    —¿Estás loco? ¿cruzar eso?
    —No pasa nada
    Iban cruzando a ciegas, porque la caída del agua les impedía ver claro, cuando iban llegando al otro extremo y su visión se aclaraba, entre la niebla despedida por la caída del agua, pudieron ver cómo los dos, la chica y el youkai estaban parados allí. No habían continuado caminando hacia la otra parte del bosque, estaban al borde de la cascada.
    Sesshoumaru los vio acercarse, ladeando la cabeza como un perro y sin parpadear.
    Eso no podía ser bueno. Intentaron regresar por donde habían venido, pero se quedaron paralizados allí en medio del tronco.
    —¿Están bien? ¿Necesitan que les dé una mano? O tal vez… un pie —sin ningún tipo de miramientos, le dio una patada al extremo del tronco y los dos cayeron con todo y puente.
    Rin miró eso con ojos muy abiertos.
    —Se lo estaban buscando —contestó él despreocupadamente. Para Sesshoumaru, la buena noticia era que el tronco iba a romperse de todos modos y estaba muy viejo, la mala, era que la cascada tan sólo tenía tres metros de altura.
    Los dos salieron tosiendo y escupiendo agua, mientras veían la retirada altiva del príncipe youkai.
    —Cómo quisiera partirte el título por la cabeza —murmuró Shippou.
    Cómo quisiera que la cascada hubiera tenido unos cuantos pies más ¿sería mucho pedir? —se lamentó en silencio, mientras escuchaba las palabras de Rin, simulando interés.
    Los otros se dieron por vencido y salieron por donde habían venido, regresando a las afueras del bosque, cerca de la aldea.
    —¿Se divirtieron? —preguntó Jaken enojado allá abajo. Siempre venía, pero su amo más bien lo traía de adorno. Así se sentía puesto que cuando veía a Rin parecía que su vista se acortaba peligrosamente y ya no veía nada más que no fuera ella. Era odioso decir que en ese lapso de tiempo, cualquier otra cosa o persona que el amo viera, era estorbo. Él también.
    De la que me salvé —pensaba mientras veía cómo los chicos llegaron golpeados, mojados y aporreados. Además tenían caras de pocos amigos.
    —Basta, es suficiente, no aguanto esto —se quejó Shippou—, ese youkai nos está dejando en ridículo
    —Más te vale no olvidar que es un daiyoukai —le aclaró Kohaku, pero bufó—. Es una pérdida de tiempo, ni se volteará a vernos. Aceptémoslo ¿Qué competencia podemos ser nosotros para un daiyoukai? Yo soy humano ¿y tú?
    —He avanzado de nivel
    —Al amo eso no le importará para romperte la cabezota —le gritó Jaken, pero fue ignorado.
    —No es tan malo —le dijo Kohaku al kitsune, encogiéndose de hombros—. ¿Además, qué podría ser peor que eso?
    —¿Que no podría ser peor? —se quejó Shippou— ¿Crees que no podría ser peor? ¡Entonces mira eso! —indicó hacia el bosque.
    Para horror de los tres —Shippou, Kohaku y Jaken—, debajo de la espesa arboleda, Rin y Sesshoumaru estaban a punto… a punto de besarse.
    A Jaken se le pusieron los ojos de plato.
    —Óyeme, mocosa ¿Qué crees que haces? —Corrió hacia el bosque tan rápido como podía e hizo retroceder a una muy confundida Rin— ¿Qué creías que estabas a punto de hacer? Escucha, mocosa, estás muy equivocada si crees que…
    —Jaken —escuchó en tono rasposo a sus espaldas
    Con la carne de gallina, se volvió hacia su amo para darse cuenta de que tenía una cara… de perro.
    Salió volando hasta el otro extremo de la aldea como un cohete a presión… de la patada que recibió. Al ver eso, Shippou y Kohaku no lo pensaron mucho para borrarse del mapa antes de que él lo hiciera.
    —Declarémonos oficialmente derrotados —sugirió el youkai taiya mientras corrían a casa.
    —Olvídalo, eso no lo haré. He perdido la batalla, pero no la guerra… solo le estoy declarando una tregua
    —Sí, cómo no, para terminar como Jaken, con la cabeza hecha un amasijo de golpes
    —No soy Jaken.
    —Pero eres tan idiota como él.
    —Es el desquite de tu amo ¿qué esperabas?
    —Primero, hace mucho que me declaró oficialmente capaz de protegerme a mí mismo y me retiró la protección, así que estoy igual que tú. Segundo, si sigues jorobando vas a ser tanto el desquite como Jaken.
    —No gracias —se convirtió en fuego de zorro y se fue.
    A Shippou podía decirle eso, pero tampoco le había agradado nada de lo que pasó en el bosque.
    —Claro, es un daiyoukai y con eso le basta. Nunca se fijará en nosotros.

    Pero ahora el invierno había regresado y lo que se suponía que sería una tranquila fiesta familiar terminaría siendo una batalla campal donde estarían metidos todos. La familia era así: de lejos, la extrañabas, pero al estar cerca, no la soportarías. Él no estaba dispuesto a soportar un nuevo desplante y, si Kohaku también llegaba al palacio —y estaba seguro de que lo haría—, él tampoco aceptaría.
    Rin sin embargo parecía conservar esa ingenuidad que le impedía ver que a su alrededor todos los youkai y humanos de su edad volteaban a verla. Las cosas serían mucho más sencillas si no hubieran oponentes dispuestos y, claro, si Sesshoumaru se hiciera humo. Pero eso no era posible, así que se suponía que debían tener las esperanzas perdidas. Rondar todo el tiempo a la humana de Sesshoumaru tendría que ser lo mismo que tentar a un demonio, algo que una persona cuerda lo haría.
    De todos modos, ellos nunca fueron del todo cuerdos.


    La reunión se estaba llevando de lo más tranquila cuando, de repente, una de las puertas se abrió. Ginakihoshi entro a la sala y vio con horror cómo ese sucio kitsune inferior estaba sentado con la humana de Inu no Taishou como si nada, cuando él hubiera perdido la cabeza en las mismas circunstancias. Estaba furioso y no pensaba ocultarlo. Le puso la cara más fea que le salió. Envidia, celos, qué más daba, a nadie le importaría que hiciera un abrigo de piel dorada con el pellejo de su congénere, Inu no Taishou quizás hasta se alegraría.
    Todos se voltearon a verlo. Shippou le dedicó una mirada jactanciosa, con los ojos entrecerrados y levantando las cejas.
    —¿Qué haces tú aquí? —preguntó con tono furioso y de modo cortante el kitsune plateado.
    —Charlo con mis amigos —contestó Shippou despreocupadamente y se le arrimó a la chica—. Oh, Rin también es mi amiga, no te lo habían dicho.
    —Me temo que no —dijo apretando los dientes y la voz le salía con un gruñido.
    Ese kitsune inferíos se estaba jactando y le estaba dejando ver que tenía una ventaja de la que él carecía. Ser —maldita sea— cercano a Rin-sama. Ahora sí iba a despellejarlo vivo.
    —No deberías acercarte tanto a Rin-sama —dijo intentando controlarse— ¿no sabías que a o-yakata-sama eso le molesta?
    —Si le molestara, ya me hubiera dicho algo ¿no? —le pasó el brazo por los hombros a la muchacha
    Ella se quitó delicadamente. Y muy, muy confundida.
    Los demás se miraron, esto olía a pelea.
    —Princesa dama —seguía con el gruñido y el tono furioso—, ¿no desea que saque al estorbo? —preguntó educadamente, pero enfatizando la palabra estorbo.
    —Estoy bien, Ginakihoshi-san. Somos amigos y ninguno me estorba —dijo por todos los presentes
    El soldado le sonrió
    —Me alegra oír eso, Rin-sama
    A Shippou no le gustó que le sonriera, ni tampoco los formalismos con los que ambos se trataban, no era justo, a él nunca lo trataría así.
    —Ya oíste, pulga plateada ¿por qué no te retiras? —fue incisivo, quizás demasiado.
    Ginakihoshi le sonrió, no le gustó que jugaran tan mal con su nombre
    —Tengo órdenes de o-yakata-sama de cuidar y vigilar a la princesa dama, y para ti —lo miró despectivamente—, soy Ginakihoshi-sama, kitsune inferior.
    Era mentira, el amo no le había dado ninguna orden y, de haberlo hecho, después de lo que sucedió en la noche no precisamente se lo pediría a él, pero no había mejor forma de estar cerca y asegurarse de que ese inferior no le pusiera las cochinas manos encima.
    —¿Acaso te molesta que yo esté aquí? —preguntó mientras se sentaba un poco más cerca de Rin.
    Rin, disimuladamente, se alejó un poco de él. Shippou podía ser su amigo, pero esto la agobiaba.
    —Sí, sí me molestas —admitió el kitsune plateado en su tono más despectivo.
    —¿Te molesta porque yo puedo sentarme en donde tú no podrías nunca?
    Eso era el colmo.
    —Kitsune lengua larga, no sabes lo que dices
    —Yo creo que sí di en el blanco —Shippou seguía jactándose
    —Shippou —llamó su atención Rin—. Shippou, deja en paz a Ginakihoshi
    —No se moleste, no me importa. No es mi intención ofenderla, pero qué notorio es que o-yakata-sama no intervino en la elección de sus amistades —otra vez lo miró despectivamente—. Espero no ser atrevido.
    —Es atrevido —comentó Rin
    —Lo lamento, no fue mi intención —se disculpó cortésmente.
    Shippou estaba que echaba humo y tenía la cola erizada del odio. Era una pelea de voluntades y no era la primera vez que la tenía con alguien. Insultar de manera sutil al otro no era su área y en cualquier momento saldría gritándole a voces.
    —¿Y tú quien te crees, pedazo de engendro raro? —se paró gritándole
    —Shippou, déjalo en paz —le pidió ella
    —Que él me deje en paz primero
    —Calla, tengo que estar soportando tu asquerosa presencia, eso es ofensivo
    —Entonces sal de una buena vez —le indicó la salida—. Lárgate por donde viniste
    —Eso debería estar diciéndolo yo —le enfrentó la cara—, vivo aquí, basura.
    —Ginakihoshi —Rin se estaba… enojando.
    —Lo lamento, alteza
    —Sólo o-yakata-sama tiene derecho y poder de sacar a alguien de su casa —le recordó ella
    —Ya la oíste —se defendió Shippou.
    —Si o-yakata-sama estuviera aquí y oyera esto, secundaría mi moción de sacar la basura.
    —Para tu información, “la basura” es mi amigo.
    Le dolía oír que ella llamara “amigo” al otro. Él jamás tendría esa suerte.
    —Quizás es hora de que se consiga nuevos amigos —sugirió
    —¿Cómo te atreves? —se puso de pie y enfrentó al zorro plateado, que de inmediato se postró sin más.
    Shippou no soportó aquello y le dio una patada que lo mandó detrás de Inuyasha.
    Ginakihoshi se puso de pie.
    —Ahora sí vas a ver —le saltó encima y salieron rodando hasta afuera, sobre el pasillo y también en la fría nieve. Inuyasha, Kagome y los otros se pararon y salieron hasta la puerta para ver a los dos kitsune que se habían trenzado. Bastantes youkai ya se habían reunido y estaban todos mirando.
    —¡Ginakihoshi, Shippou, paren los dos! —les gritó Rin en vano.
    Comenzaron a golpearse y morderse, mientras seguían rodando en la nieve.
    —Shinta —le pidió Rin a un soldado que estaba cerca de ella. Vestía igual que Ginakihoshi, pero era un lobo de ojos verdes y cabello negro—. Shinta, por favor, ve a llamar a o-yakata-sama.
    —Yo puedo pararlos
    —No lastimes a ninguno —pidió con la voz quebrada mientras veía cómo el lobo les saltaba encima y los separaba a golpes.
    Ambos se pusieron de pie y se disponían a saltar uno sobre el otro nuevamente. Shinta sujetó los brazos de Ginakihoshi desde atrás, mientras que Inuyasha y Miroku saltaron para agarrar a Shippou.
    Ambos estaban furiosos y querían soltarse.
    —Suéltame, Shita —gritó mientras forcejeaba con el lobo a sus espaldas—, voy a hacer papilla de kitsune con este animal del…
    —Suéltame, Inuyasha, le voy a dar lo que se merece.
    —Ginakihoshi, no pierdas tu tiempo con una basura que no vale la pena —dijo el lobo.
    —¿Y tú también? —dijo Shippo, queriendo atacar a los dos.
    —Paren con esto —les gritó Miroku.
    —¡Cállate houshi, no sabes nada! —miró a Shippou— ¡basura, tú empezaste esto!
    —¡No, tú lo hiciste!
    Estaban peleando por Rin. Ella se golpeó la frente, no podía ser cierto. La batalla que no quería ver no precisamente había sido iniciada por Sesshoumaru, como cabía esperar…
    —Suéltenme —gritaba el Kitsune de cabello castaño.
    —Suéltame —Ginakihoshi le escupió a su compañero.
    Inuyasha soltó a Shippou y le molió la cabeza a golpes hasta que lo dejó de cara en la nieve con quinientos chichones. La cabeza le hervía.
    —Ya basta, me cansé de esto —gritó e iba a ir a golpear a Ginakihoshi cuando éste bajó la cabeza y se puso en el suelo, igual que el lobo Shinta.
    —Como ordene, joven maestro Inuyasha —dijo el kitsune plateado aún con la cabeza baja.
    Inuyasha se sorprendió. Eran tan obedientes que ya daban asco, así que sólo tenía quedar una orden y allí se haría lo que él pidiera ¿no? Esto comenzaba a gustarle.
    —Permiso, joven maestro —pidió el lobo—, para permitir a mi compañero solucionar esto en un combate limpio, puesto que al parecer, ninguno de los dos piensa arreglarlo con palabras.
    Los dos zorros se miraban de reojo y ambos estaban enojados, gruñían por lo bajo.
    —Joven maestro —volvió a pedir el lobo.
    Inuyasha los miró, se encogió de hombros.
    —No se maten a golpes —de un salto, regresó al pasillo.
    —Ten cuidado —dijo Miroku alejándose lentamente de Shippou, que sólo asintió.

    Ginakihoshi y Shippou comenzaron a caminar en círculos, uno frente a otro, buscando un lugar, un hueco para dar el primer zarpazo, pero los dos tenían la defensa bien cerrada, en su garganta, ambos gruñían, pero el ruido más grave era producido por el Kitsune plateado. Las huellas de ambos se marcaban en la nieve, cada vez más profundas, ambos iban agazapándose, con las colas erguidas y los ojos entornados, fijos en el antagonista.
    —Cuando acabe contigo te usaré de armadura, o quizás de tapete —gruñó Ginakihoshi. El flequillo oscuro cayó sobre uno de sus ojos y le dio una apariencia aterradora.
    —Quedarás reducido a cenizas —contestó Shippou. Llevó las manos hacia atrás y en un movimiento muy rápido, atacó—. ¡Fuego de zorro! —una enorme bola de fuego azul voló de sus manos.
    —¡Fuego de zorro!
    La bola de fuego de Giakihoshi no sólo era más grande, sino que pudo repeler fácilmente el ataque de Shippou y hacerlo retroceder. Sin darle tregua, saltó entre las llamas que derretían la nieve y le cayó encima. Shippou rodó de espaldas y logró ponerse sobre él, pero Ginakihoshi se volteó y le mordió con fuerza el brazo, intentando jalarlo de nuevo hacia abajo al tiempo que intentaba desgarrarlo.
    Shippou le puso las patas encima, le robó la katana que tenía en la cintura y, envuelta en las llamas azules, la blandió sobre la cabeza del kitsune plateado que forcejeó rápidamente para escabullirse a unos pasos y evitar ser decapitado. Sus patas se hundieron en la nieve con fuerza, dejando una marca roja. Su boca estaba llena de la sangre de Shippou.
    —Me hiciste cambiar de opinión, basura —escupió la sangre—: ¡te comeré! —estribó en el suelo y saltó hacia delante.
    Shippou lo esquivó y puso la katana en punta, con toda la intención de atravesarle en cuello. Ginakihoshi tomó la hoja de la espada y le dio un zarpazo en el rostro con tanta fuerza que lo derribó hasta el suelo, dejando un largo y profundo surco. Dio vuelta la hoja de la katana e intentó atravesarlo, pero Shippou la sujetó con ambas manos a sólo milímetros de su rostro, con las palmas de las manos manchadas en su propia sangre. Empezaron a forcejear: Shippou para liberarse, mientras intentaba incorporarse de la mala posición en la que había quedado y Ginakihoshi para clavarle el filo en el centro del rostro, mientras lo aprisionaba con una mano.
    Los youkai que observaban estaban excitados y les gritaban a los dos.
    La katana se rompió debido a la presión. Shippou se levantó bruscamente de un salto y le dejó un corte a lo largo del lado izquierdo del rostro, con la otra mano le dio un puñetazo y lo hizo retroceder. Comenzó a dar rápidos zarpazos en el aire, cerca del cuello del zorro plateado, intentando degollarlo, puesto que el resto de su cuerpo estaba protegido por la armadura. Ginakihoshi, mientras lo esquivaba con facilidad, también comenzó a lanzarle zarpazos y le asestó dos golpes en ambos brazos.
    Shippou gritó cuando uno de los cortes le dio en el lugar donde antes había sido mordido. Con odio, le saltó al cuello, con la intención de desgarrarlo de una mordida, pero el kitsune plateado le partió la boca con una garrada y lo mandó a volar a dos metros de una patada. Una línea roja se dibujó en la nieve.
    —Eso es por el golpe que me diste en la sala —saltó para lanzársele encima, pero Shippou rodó, lo esquivó y lo cazó de un brazo, encendiéndoselo en llamas.
    Ginakihoshi lo sujetó del otro brazo e hizo lo mismo. Dolía terriblemente debido al corte. Ambos se retorcieron y se agazaparon, sin soltar al otro. Los espectadores ya no los veían, sólo había una gran llamarada violácea, una hoguera lila que derretía la nieve e incluso el mismo suelo. Finalmente se separaron, quedando distanciados unos cinco metros en un círculo limpio de nieve. Ambos mostraban los colmillos y gruñían. Tenían el pelaje chamuscado, el que tenía los peores golpes era Shippou, y perdía sangre por doquier.
    —¡Te las verás con mi jutsu! Metió la mano entre sus ropas y al sacarla, lanzó una pequeña esfera, rodeada de un fuerte cúmulo de energía en forma de un pálido dragón azul de gran tamaño
    —No, tú te las verás con el mío —Ginakihoshi abrió la mano hacia delante y soltó un cúmulo de energía que tomó la forma de una gigantesca serpiente blanca. Ambos se entrelazaron y la explosión que desencadenó impulsó a ambos hacia atrás unos diez metros. Ginakihoshi cayó de pie, pero Shippou cayó sobre su brazo izquierdo.
    Casi no había nieve en toda el área, afectada por la pelea.
    —Me cansé de esto —murmuró agazapándose hasta el nivel del suelo, mientras tomaba la forma completa de un zorro monstruoso de dos metros y medio—. Terminémoslo.
    A Shippou se le pusieron los ojos de plato, pero no tuvo mucho tiempo para sorprenderse antes de que el enorme zorro plateado le cayera encima, amenazante con sus filosos y enormes colmillos. Así se veía un kitsune a punto de convertirse en daiyoukai.
    Confiando en su velocidad, salió rápidamente del acoso de Ginakihoshi, pero fue perseguido a toda velocidad. Ginakihoshi se preparó para embestirlo, pero no para que Shippou se volteara a medio camino, también convertido con el mismo tipo de forma y presto a morderlo en el cuello y justo por detrás.
    Ginakihoshi aulló debido al dolor de la mordida y comenzó a sacudirse hacia un lado y hacia el otro, intentando sacárselo de encima. No lo pensó dos veces para arrojarse de espaldas y aprovechar para caerle encima con todo el peso. Shippou casi no salió a tiempo y otra vez su brazo recibió el maltrato.
    Ginakihoshi prácticamente giró en el aire y saltó a su cuello, pero no logró cazarlo. Shippou se prendió de una de sus patas y luego volvió a cazarlo por detrás. Ginakihoshi saltó en el aire y giró velozmente hacia delante sobre sí mismo para caer sobre él, pero con más fuerza que la vez anterior. Esta vez, su oponente no pudo salirse a tiempo y dejó una gran impresión en el suelo. Con la misma velocidad, volteó y le lanzó otro zarpazo a la boca. Shippou giró sobre sí mismo, pero quedó de espaldas a él y fue atacado también en el cuello, pero su tamaño era mucho menor que el de Ginakihoshi y no podía voltearlo para caer de espaldas.
    —¿No te enseñó papi a que no le dieras la espalda a tu contrincante? —dijo cínicamente.
    Mientras chillaba de dolor allá abajo, recordó a su padre y por orgullo, volteó y le dio un zarpazo justo debajo del cuello, abriéndole al plateado una herida importante. Ginakihoshi se levantó sobre las patas traseras para evitar otro posible golpe y, en eso, Shippou volteó y lo mordió en el mismo lugar. Ambos cayeron revolcándose en el suelo.
    Todos los que estaban de espectadores saltaron afuera para ir hacia ambos, pero Ginakihoshi se volteó con fuerza y, sujetándolo, lanzó a Shippou contra una de las murallas. Salió como un proyectil y dejó una marca en la pared. Cayó al suelo completamente inconsciente. Inuyasha y los otros corrieron hacia él gritando su nombre.
    Ginakihoshi se paró nuevamente a cuatro patas y estaba riendo de su victoria, cuando una terrible fuerza lo empujó desde atrás y lo hizo estamparse en la pared, a pocos metros de donde había caído Shippou. Quedó muy herido y confundido. Todos, anonadados, miraron con los ojos muy abiertos, incluso el mismo zorro plateado…
    Esto… esto era el inicio de una guerra ¿no?...

    Porque en el amor no todo es paz…
     
  2.  
    LadyWitheRose

    LadyWitheRose Usuario común

    Acuario
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    18 Enero 2009
    Mensajes:
    411
    Pluma de
    Escritora
    Re: Guerra

    Ohayo!!!!!!...xD
    me ha gustado la vdd jejejee
    sigue escribiendo como hasta ahora es un excelente fic...*.^
     
  3.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

    Piscis
    Miembro desde:
    18 Abril 2009
    Mensajes:
    269
    Pluma de
    Escritora
    Re: Guerra

    hola!!!
    oh my god! la verdad es que cada ves me atrpas con tus fic, me estas asiendo una visiosa a lo que tu escribes.^///^
    pero como dispongo ya de muy poco tiempo...pase a postear tu fic, asi que me tendras cada ves que actualises, presente como siempre.
    cuidate. bessos.
    sesshogriss
     
  4.  
    AkoNomura

    AkoNomura Guest

    Re: Guerra

    hooola!

    bueno, sabía que Rin era especial, pero de allí a provocar tal guerra campal es otra cosa ¿como que no exageras un poco amiga mía? no me tomes a mal, es sólo un pensamiento.

    pobre Ginakihoshi (como me costó escribirlo) realmente me dio pena el pobre kitsune, eso si que se llama mala pata, haber visto eso y poder vivir para contarlo (bueno, en realidad no lo puede contar), quisiera poder consolarlo, se me hizo realmente lindo él *O*

    argh! dime tu secreto! como lo haces para escribir como escribes?

    nos leemos!

    ETO TI!
     
  5.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

    Virgo
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    Re: Guerra

    ohh lube !!!!me ha encantado el ficc!!!!como siempre jajaj!!!
    pues me gusta el tema, y al kitzune peli-plateado me encanto, me lo imagine y me agrado mucho, sabes, me agrada mucho Rin, pero a veces produce un fastidio, mientras leía el fic, me dio fastidio la personalidad de ella, en ciertas escenas, por eso es que la mayoria de mujeres enamoradas son un fastidio!!!! se vuelven todas egoistas, no se como describirlo.
    bueno me sali del temaxD
    en si me gusto la trama, aunque a veces me perdia y no sabia quien hablaba, y al principio del fic, no sabia quien era el comandante, hasta saber que Sessho, pero no sabia que se podia transformar wuaoo ese perro lo tiene todo, excepto que es arrogante, y con ego de aqui al japón jajaja o mas jajajaja.
    me gusto mucho el fic, esperare la conti
    nos leemos
    sessxrin
     
  6.  
    Rukierza

    Rukierza Entusiasta

    Aries
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    Escritora
    Re: Guerra

    Hola!! por fin me paso a volver a leer tus fics! me gusta mucho la trama, la personalidad d rin es innovadora xq primera vez q la veo asi tan madura, tierna pero fria a la vez, es excelente! casi siempre la tildan d niña ingenua pero la personalidad q le diste de verdad es wena! ahora bn, la personalidad d shippo es muy altanera =S! i la del otro tambn se nota q cuando sessh se ausente se le va a meter x los ojos a rin! la verdad q no entiendo xq pelean x rin si a ella esta es cn sesshomaru! osea se pelean para nah! xq ella solo tiene ojos para el, y x lo q has escrito el solo para ella! eso es otra cosa, m gusta tambn cmo pusiste a sessh y sus celos patologicos jaja xD y todas esas escenas d las cascadas o cuando los espian, pero d veras q ha tenido mucha paciencia u_u stan pasado de metiches todos! q tienen q hacer ellos peliandose y espiandolos? jeje ps siguela pronto q m muero d curiosidad x saber cmo sessh reacciona a esa batalla campal entre kitsunes!
     
  7.  
    naima

    naima Iniciado

    Tauro
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    Escritor
    Re: Guerra

    hola!!! que lindo este ff me encanto la historia es muy enbolvente, waw eres muy buena escribiendo me encanto como describiste a cada personjes y sobre todo la personalidad de sesshomaru waw deberas es un historia muy bonita.

    pobre de shipo, sufrio mucho por andar ispiando ha sesshomaru y a lin en el bosque...pero el se lo busco...me dio mucha risa la parte en la que kagome enterro a inuyasha en la madera -jejeje- esta muy buena tu historia.
    espero la continuacion pronto... cuidate nos leemos pronto.
     

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