Grietas en la oscuridad

Tema en 'Fanfics Abandonados de Temática Libre de Anime' iniciado por Shennya, 25 Marzo 2012.

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  1.  
    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    Miembro desde:
    25 Septiembre 2011
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    62
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Grietas en la oscuridad
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4006
    Capítulo I
    Después de una jornada de trabajo, en la que sus dedos sólo escupieron palabras vanas y sin sentido, sobre artilugios para mujeres próximas a casarse y sus simples problemas sobre los velos y peinados ridículos; Misa decidió que era tiempo de dejar los artículos simples e irse directo a las noticias importantes. Por una vez, aunque sólo fuera una, desearía que algo que escribiera estuviese en la primera plana. Sin embargo, sabía que lograrlo no sería nada sencillo.
    Misa se levantó de la silla, se acomodó un mechón de largo cabello rubio detrás de la oreja, imprimió el que esperaba fuera su último artículo y apagó su computadora. Tras un suspiro, se alejó de su cubículo y llegó hasta la oficina del director del periódico. Jeff no se podría calificar como alguien de mal carácter, sin embargo, los últimos meses se notaba un serio decaimiento en las ventas, por lo que, se había desarrollado en él una vena amargada que provoca ciertos malos tratos y, a veces, hasta burlas malsanas hacia su trabajadores.
    —Pasa.
    Su voz rasposa siempre la hacía pensar en un suelo arenoso, como si Jeff tuviera un desierto en su garganta todo el tiempo. Aunque era eso, también, lo que hacía sonar las críticas que daba un poco más duras de lo que eran.
    En lugar de sentarse frente a él, como siempre hacía que entregaba un trabajo, Misa se quedó de pie; hoy tendría que decir algo importante y esperaba que estar en esa posición desviara a Jeff de toda la montaña de papeles que tenía frente a sus gafas.
    Funcionó. Misa supo que había notado que algo no andaba según la rutina, porque vio un ceño fruncido acentuado por arrugas profundas asomarse en su rostro. Sus ojos grises la buscaron, sin abandonar su molestia.
    —¿Tu artículo?
    Misa, para toda respuesta, extendió la cuartilla y media hacia él. Jeff la tomó entre sus dedos gruesos, le dio un vistazo, asintió con la cabeza e hizo una seña indicándole la salida.
    —Necesito hablar con usted.
    Jeff gruñó pero continuó observando los papeles que traía en las manos. Desde su perspectiva, Misa pudo notar las líneas blancas que se asomaban entre su cabello castaño. Se notaba que había intentado cubrirlas con el tinte pero sin éxito. Parecía tener un dilema entre manos; Misa creía que estaba a punto de gritarle que se largara o bien podría optar por un silencioso rechazo e ignorarla por completo.
    Sólo que ahora no se desharía de ella con tanta facilidad.
    Lo escuchó suspirar.
    —¿Qué quieres?
    —Una oportunidad para redactar una noticia.
    Por fin, Jeff levantó la cabeza hacia ella; sus cejas se arquearon con cierta burla.
    —Ya tengo a otros para eso; Misa te he dicho muchas veces que los artículos que escribes para el periódico son todo lo que necesito de ti.
    La joven apretó los puños y frunció el ceño. Odiaba que le negaran una oportunidad, pero, conociéndolo, la mejor manera de convencerlo no sería mostrándose enojada. Así que, pese a todo, esbozó su mejor sonrisa.
    —Le propongo algo —continuó, ignorando el comentario de él: “Creí que ya habíamos terminado con esta charla sinsentido”. Se esforzó por mantenerse tranquila—, si no consigo algo bueno pronto ya no volveré a molestarlo.
    La propuesta parecía haber provocado un malestar en Jeff, pues lucía como si acabara de comer algo en mal estado; su ceño se profundizó. Sin embargo, para sorpresa de Misa, el hombre terminó asintiendo y hasta… sonrió de una manera que inquietó un poco a la joven.
    —Será una única oportunidad pero, no será una noticia lo que quiero que me escribas —comenzó Jeff—, sino un reportaje sobre el tema que yo te diga.
    Misa comenzaba a tener la sensación de que había un truco detrás de todo aquello pero, ya que era su oportunidad, no pensaba desperdiciarla.
    —De acuerdo.
    Jeff se frotó las manos como cuando una historia jugosa llegaba hasta ellas y significaba una oportunidad de vender más ejemplares. Los ojos le brillaban, disfrutando el desconcierto de Misa y seguramente, la reacción que le provocaría sus palabras.
    —Hace tres meses, la agente especial Misora Naomi, miembro reconocido del FBI, capturó, al parecer mientras estaba de vacaciones, al asesino B.B., quien había asesinado a tres personas y planeaba, al parecer un suicidio. ¿Sabes del caso, no?
    Misa asintió, pero, ya que Jeff no parecía del todo contento con un simple gesto, dijo: —La agente lo encontró con un bote lleno de gasolina, se lo hubiese echado encima si ella no lo detiene antes. Aunque, no entiendo por qué esa noticia…
    El director la interrumpió con un gesto.
    —Sí, la mayoría de las personas que se toma el tiempo de ver noticias, leer el periódico o tener un poco de conciencia en el mundo en que vivimos conocemos el caso. Sabemos qué hizo, pero no conocemos el por qué. Y yo quiero la respuesta a esa pregunta, a la que a ti te va a tocar contestar, mi querida Misa. No quiero que traigas análisis psicológicos baratos, ni estudios, de los cuales el público está cansado; yo quiero la información directo de la fuente principal.
    Misa se quedó unos segundos quieta, pensando que, probablemente, Jeff había escogido aquel particular caso, sólo para ver si se acobardaba. Era una lástima para él que Misa estaba decidida a conseguir su primera plana, sin importar el costo.
    —Hecho.
    —Perfecto, entonces, cuando me tengas ese reportaje podrás olvidarte de los artículos y le darás la bienvenida a las noticias importantes. Si lo logras, Misa, serás la periodista titular, lo prometo.
    —Gracias, no le fallaré.

    Misa estaba tan emocionada y nerviosa, al mismo tiempo, que no le importó que aquella tarde Henry la observara burlonamente, ni que se jactara de tener que ir a pedir informes con la policía pues habían robado un banco recientemente; ya no importaba, si ella lograba conseguir lo que le había asignado el jefe, estaba segura que el robo bancario no tendría mucha importancia. Por ello, pasó las siguientes horas averiguando en las prisiones de California para saber en cuál de todas se encontraba B.B. Finalmente, después de varias llamas y malos tratos, Misa lo consiguió. Se encontraba tan entusiasmada que pensó en agradecerle una vez más a Jeff por aquella oportunidad.
    Se acercó a la oficina y se percató de que la puerta estaba entreabierta, sin embargo, sabía lo mucho que molestaba al director que alguien entrara sin avisarle, por lo que se dispuso a tocar levente cuando escuchó su nombre y se dio cuenta que Jeff no estaba solo.
    Tal vez sea un instinto arraigado en el humano, la curiosidad, porque Misa, en lugar de hacer notar su presencia, optó por quedarse muy quieta y escuchar la conversación.
    —Ya me tenía cansado, sinceramente, creo que con esto logrará calmarse y saber que su lugar siguen siendo los artículos —soltó Jeff, con cierto placer.
    Alguien junto a él se rió y Misa sintió que su sangre hervía al notar que aquella risa pertenecía a Henry, aquel maldito pelirrojo siempre tomaba cualquier oportunidad para atacarla aunque estuviera o no ahí.
    —¿La mandaste hacia un callejón sin salida para darle una lección? Encantador —soltó Henry, satisfecho—. Ya quisiera imaginarla frente a ese maldito desquiciado. Desde que lo capturaron no ha soltado ni una palabra; recuerdo que cuando quise sacarle algo me escupió en la cara. No creo que ella soporte mucho tiempo.
    —Ni siquiera la va a recibir —dijo Jeff—, ya no recibe a nadie.
    Experimentando un terrible malestar, Misa, evitando hacer ruido, se alejó de la oficina y salió del edificio hacia el estacionamiento. Si no quisiera tanto a su viejo carro azul, lo habría pateado, tan sólo por las insoportables ganas que tenía de golpear algo.
    Sacudió su cabeza y entró en el vehículo, apoyó su cabeza en el volante y respiró profundo; ahora ya no podía fallar, tenía que demostrarles que se equivocaban y hacer que Jeff cumpliera su promesa.

    Era tarde para llegar a la prisión en busca de una visita, sin embargo, con algo de buenos modales y una sonrisa deslumbrante, Misa había logrado que el guardia de la entrada le permitiese hablar con los vigilantes de pasillos. Había logrado averiguar que B.B. se encontraba en un área un tanto apartada del resto de los presos, en un pasillo temido hasta por los propios criminales; el conocido pasillo de la muerte.
    —Desde que Beyond llegó aquí han venido docenas de periodistas, detectives y hasta agentes del FBI, todos con los mismos resultados —le comentó un hombre corpulento y alto, uno de los celadores del pasillo de la muerte—, en el mejor de los casos, B los ignoraba, a algunos les escupía, sin embargo, a otros los insultaba de tal manera que ya no deseaban volver más. Escúcheme cuando le digo que es mejor no ir hasta su celda.
    —¿No puedo verlo en día de visitas, entonces?
    El hombre negó con la cabeza.
    —No quiere visitas.
    —Entonces, mi única oportunidad es…
    Él negó con la cabeza y puso una de sus pesadas manos sobre su hombro derecho.
    —No me está permitido dejar pasar a nadie, menos a esta hora; todos deben estar dormidos.
    —Por favor, es mi única oportunidad de salir de los artículos sin sentido y llegar a primera plana —soltó Misa, observándolo fijamente. Su madre siempre había dicho que sus ojos verdes tenían algo que era difícil resistir; esperaba que fuera cierto y no su amor incondicional lo que provocó que dijera esas palabras.
    El hombre soltó un profundo suspiro.
    —De acuerdo, pero si él pide que la saquen de ahí tendré que hacerlo, ¿de acuerdo? No quiero un escándalo por aquí.
    —Gracias…
    —Jim.
    —Gracias, Jim.
    —Señorita, debo advertirle —soltó mientras tomaba un juego de llaves y abría una reja que conducía al pasillo de la muerte—, B no es como los otros. Han venido hasta psicoanalistas aquí, ¿sabe? Y aunque no les ha dado suficiente información como hacer un diagnóstico acertado, todos coinciden en que se trata de un psicópata. ¿Sabe lo que es un psicópata?
    Misa, esperando que él no notara su creciente nerviosismo, asintió.
    —Una persona que no tiene emociones, no siente nada.
    Jim ladeó la cabeza e hizo una mueca.
    —Más o menos. Es alguien a quien no le provoca nada el sufrimiento ajeno. Por ejemplo, la agente Misora Naomi, me dijo que él había matado a una niña pequeña… y no parecía afectado por ello. Incluso, cuando el juez lo sentenció a la inyección letal no expresó emoción alguna, hasta me dio escalofríos y eso que puedo considerarme valiente. Por eso prefiero la etiqueta que le da la gente común a este tipo de individuos, digan lo que digan los psiquiatras, ésa es la que más se acerca a su naturaleza.
    —¿Cuál? —preguntó Misa, casi arrepintiéndose por hacerlo, a pesar de que aquella conversación le serviría como introducción para el reportaje.
    —La de monstruo, porque eso es lo que B es, señorita. Un monstruo.
    La luz mortecina del pasillo no le traía un buen augurio a Misa, pero se tragó su miedo y comenzó a caminar hasta la quinta celda, la que pertenecía a B.B.
    —No haga mucho ruido, no sería nada agradable que los despierte. Casi nunca ven mujeres y menos mujeres hermosas; no es bueno excitar su imaginación.
    —¿B también está dormido? —cuestionó ella, deteniéndose unos momentos.
    —Él casi nunca duerme.
    Misa aferró la bolsa de mano que traía y se aseguró de no haber olvidado la grabadora, ni la libreta. Aunque era poco probable que obtuviera información, debía estar lista para cualquier cosa.
    Por fin, se detuvo en la celda, casi no había luz, por lo que la que provenía del pasillo sólo le permitía ver la parte de abajo del uniforme de la cárcel; una tela gris que cubría unas piernas que ahora se habían deslizado de la cama y tocaban el suelo.
    Misa observó adentro, pero, a la distancia que se encontraba, no podía apreciar nada entre los barrotes y, para ser sincera, no pensaba acercarse más. Se preguntó si su rostro estaría viendo hacia ella, pero ese pensamiento la hizo ponerse más nerviosa por lo que desvió la mirada a la celda contigua. El hombre en ella estaba hecho un ovillo en la cama y roncaba estruendosamente; Misa se preguntó si B no dormiría por su naturaleza extraña o simplemente le era imposible con semejante vecino. El hombre se removió en la cama y Misa pensó que, si despertaba probablemente lo primero que vería sería a ella; llamaba mucho la atención estando de pie, frente a la celda de B. Tal vez era una tontería pero, lentamente, se deslizó hasta el suelo y se sentó en él, por lo menos, si el otro se despertaba, tardaría en darse cuenta de su presencia. Además, así se sentía menos intranquila.
    En la celda de B se podía escuchar su respiración; Misa no sabía si su silencio significaban buenas o malas noticias, por un lado que no le dirigiera la palabra ya era algo en su contra, pues estaba segura que ya la había visto, sin embargo, tampoco le había dicho que se largara, por lo menos no aún. Ella, en cambio, se había quedado muda por varias razones, la primera era que su presencia la intimidaba de cierta manera y, la segunda era que esperaba estructurar una pregunta que lograra llamar su atención y arrancara unas cuantas palabras de sus labios.
    Notó un movimiento, estuvo a muy poco de hacerse para atrás, pero se obligó a mantenerse inmóvil. B se había puesto de pie, por lo que su figura, que ahora no era más que una sombra oscura, se elevó bastante y eso que ella notó que su espalda se encorvaba ligeramente. Entonces, y para asombro de ella, B la imitó y se sentó en el suelo, cerca de los barrotes.
    Todo en él parecía tan extraño, diferente; acercó las piernas a su pecho y colocó las manos sobre sus rodillas. Sin embargo, debido a que la luz ahora tocaba su rostro, Misa olvidó pronto su postura y alcanzó a ver su cabello negro, la palidez de su piel y la oscuridad en sus ojos. Por un momento, su mirada se enardeció, como si un destello rojo pasara por sus pupilas, de tal forma que Misa no pudo evitar pensar en el infierno.
    Él ladeó la cabeza, como si la estuviera estudiando a profundidad y se llevó un dedo a los labios. Le pareció verlo sonreír, aunque pudo ser un efecto de las sombras que había en su celda.
    —¿Eres periodista?
    Misa se sobresaltó. Tal vez había leído demasiadas novelas pero, hasta su voz le pareció oscura, como si viniera de un lugar profundo. Se preguntó si eso se debía a que casi no la usaba, por lo menos no desde que llegó ahí.
    —Sí, ¿cómo supiste? —Misa se observó detenidamente, como si algo en su ropa indicara su profesión, pero no encontró nada que la delatara.
    —Tu actitud, supongo —dijo él—. Han pasado varios por aquí, aunque tú eres diferente. No creo que vengas a charlar conmigo y, sin embargo, no has hecho ninguna pregunta.
    La joven trató de medirlo, quiso averiguar qué respuesta no provocaría que se cerrara en un mutismo eterno.
    —Quería hacer la pregunta correcta.
    B sonrió, sus ojos negros mostraron toda su oscuridad cuando se abrieron ampliamente.
    —¿Cómo te llamas?
    —Misa Amane.
    Él inclinó su cabeza hacia atrás y repitió su nombre tres veces, como si lo cantara. Misa sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral.
    —¿Cuál es tu color favorito, Misa?
    La periodista en ella comenzaba a desesperarse, sin embargo, su razón le aconsejaba que le siguiera el juego, ya que era mejor mantenerlo hablando.
    —Amarillo.
    —Mentirosa —soltó B, de pronto, bastante divertido—, no me mientas, Misa. Vamos, ¿qué tiene de malo que me digas la verdad?
    Él tenía razón, ni siquiera ella sabía por qué había mentido, sólo era un color… Aunque, a decir verdad ya comenzaba a asociar ese color con él y eso no le gustaba.
    —Negro.
    B acercó su rostro hacia los barrotes y la observó fijamente.
    —Entonces te deben gustar mis ojos, ¿verdad? ¿Te gustan?
    Misa se estremeció pero trató de no mostrar su debilidad; ni siquiera se movió cuando él tomó los barrotes con las dos manos.
    —Me intimidan —dijo, esperando que la verdad fuera lo correcto por decir.
    El preso esbozó otra sonrisa; Misa llegó a creer que el miedo era lo que más lo emocionaba.
    —¿Por qué?
    —Me hacen pensar en el infierno.
    —Fascinante —soltó, como si de verdad estuviera fascinado—. A mí me gustan los tuyos, me hacen pensar en inocencia, en libertad, en las cosas dulces que tiene la vida… Dime, Misa, ¿alguna vez has sido tocada por la maldad?
    —No.
    —¿Te gustaría serlo?
    —No.
    B se rió, como si estuviera bastante divertido. De pronto, cambió de postura, se arrodilló en el suelo y se pegó todo lo que pudo a la reja. Sus fosas nasales se dilataron.
    —Misa, ¿usas perfume?
    La joven tragó saliva y negó con la cabeza; tenía tantos deseos de hacerse para atrás, pero logró controlarse.
    —Ese es tu aroma natural, entonces. Interesante, me recuerda a las fresas.
    Misa que pensó que era el momento de actuar, decidió arriesgarse a hacer su primera pregunta.
    —¿Por qué no has puesto una apelación contra la pena de muerte? ¿Por qué no aceptas la ayuda de abogados?
    —No me importa —contestó, sin inmutarse—. No hay nada interesante afuera, tal vez la muerte sea un reto mucho más divertido. Además, después de perder me he desanimado un poco. Aunque siempre puedo cambiar de opinión y salir de aquí.
    La joven creyó que lo último lo había dicho sólo por alardear, nadie podría escapar de aquella prisión, así que no le tomó mucha importancia, sin contar con que estaba muy concentrada en memorizar sus últimas palabras. No quería sacar la libreta por miedo a que él terminara la conversación y, si activaba la grabadora, además de que no podría escucharse bien, si transcribía todo algún miembro de derechos humanos podría demandarla por grabarlo sin su consentimiento.
    —¿Tú deseas verme libre, Misa? ¿Quieres que salga de aquí?
    Por primera vez, la joven se quedó muda. No creía que una respuesta fuera lo mejor en aquel momento.
    —¿A qué has venido, exactamente? —soltó él, después de un rato.
    —Necesito averiguar por qué mataste a esas personas —contestó ella— y por qué pensaba terminar con tu vida.
    B dibujó la más amplia e inquietante sonrisa en su rostro.
    —Necesitar —dijo, como si la palabra fuera extraña para mí—. ¿Sabes qué tenemos en común todos los que estamos en este pasillo, sin contar con que el estado nos ha condenado a morir?
    Misa negó con la cabeza.
    —Nadie nos necesita —aclaró él, cada vez más divertido—, por eso nos van a desechar, como basura. Entonces entenderás por qué encuentro delicioso que me necesites, ¿verdad? Me necesitas para estar en primera plana, para un asenso, supongo.
    —Sí.
    —Pero… ¿Qué obtengo yo si te doy lo que deseas? Porque, créeme, puedo darte el reportaje que te hará famosa, Misa. Sólo tengo que darte la información correcta. ¿Qué me darás a cambio?
    Sentía que lo había perdido todo, por supuesto, no tenía nada que ofrecer, además, según lo que había averiguado, le faltaba sólo un mes para morir, ella no podía darle nada que le interesara.
    —Te equivocas —dijo, como si leyera su pensamiento—, claro que puedes darme algo. Verás, he estado muy aburrido aquí, así que creo que tú podrás brindarme la diversión que me hace falta.
    —¿Contestarás a mis preguntas, entonces?
    —Sí.
    Debía estar loca, pero no pudo evitar sonreír, le pareció que él también lo hacía. Sin poder evitarlo, comenzó a buscar su grabadora y su libreta…
    —Un momento, no he dicho que responderé nada ahora.
    Misa levantó la cabeza.
    —Pero…
    —Tienes que venir mañana, en las horas de visita —la interrumpió—, así estaremos más cómodos, créeme, por lo menos tú. Además, quiero que me traigas los expedientes de mi caso y un tarro de mermelada.
    —¿Mermelada?
    —Sí, me gusta y aquí nunca me dan —dijo, sus ojos se fijaron en los de ella—. De fresa, por favor. Sí, que tenga muchas, muchas fresas.
    Misa quería que siguiera hablando, pero B se puso de pie, dándole a entender que era momento de marcharse. Ella siguió su ejemplo. Entonces lo vio sumergirse en las sombras nuevamente y aunque ya no podía ver sus ojos, estaba segura que la siguieron hasta que desapareció de la vista.
    Cuando llegó hasta la reja que separaba al pasillo, un Jim sorprendido. Estaba tan pasmado que Misa creyó que había ocurrido algo. Notó que la silla estaba cerca de la cámara que se encontraba en el pasillo, junto en la mira donde ella se encontraba sentada, en el suelo.
    —¿Qué ocurre?
    Jim sacudió su gran cabeza.
    —Nada, señorita, es sólo que nunca había escuchado a B reírse, no de esa manera, por lo menos. Siempre soltaba carcajadas estruendosas para burlarse de alguien o intimidarlo, pero ahora, sonó casi como espontáneo, eso es todo. Sin contar con que jamás había hablado tanto con alguien. ¿Le dijo lo que quería?
    Misa negó con la cabeza.
    —Quiere que mañana le haga una visita.
    Jim abrió los ojos, parecía que iban a salirse de sus párpados en cualquier momento.
    —Bueno, supongo que la veré mañana, entonces.
    —Sí —coincidió Misa—, gracias por todo.
     
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  2.  
    Kagamine Len

    Kagamine Len El chico sin interés

    Sagitario
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    Pluma de
    Escritor
    Primera en comentar y en leer.

    Hola, ¿Como estas?

    Me gusto mucho, de veras (me siento Naruto al escribir eso xD), pero por que me dejas con la intriga ahora tendré que esperar al próximo capitulo para saber que pasa (Ya se estoy actuando como niña consentida pero es que tu Fic me gusto mucho), te digo que separes un poquito los diálogos (ya saber presiona Enter después de cada dialogo) por que al menos yo me perdía aveces de donde estaba leyendo (Ese que soy muy torpe TTT-TTT), bien no dire nada mas por que tu sabes mas que yo entonces sin mas que decir me despido (Recemos por que el Dios Kira hoy este de nuestro lado).

    Bye-Bye
     
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  3.  
    Shennya

    Shennya Entusiasta

    Leo
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    Título:
    Grietas en la oscuridad
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
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    3
     
    Palabras:
    5513
    Capítulo II
    El viejo carro azul le pareció mucho más maltratado después de pasarse todo el día dando vueltas por la ciudad, pidiendo favores en distintas jefaturas de policía e investigando en las distintas escenas del crimen. Por supuesto, el tiempo había provocado que las cosas en las habitaciones ya se hubieran desechado e, incluso, que una de las casas ya se hubiera vendido. Misa no podía entender como una familia no lograba sentirse, aunque fuera un poco, incómoda por el hecho de pasar sus días en una casa corrompida de tal manera.
    Ya había logrado recolectar información suficiente, sin embargo, había deseado poder hablar personalmente con la agente que hizo el arresto: Naomi Misora. No le sorprendió que una de las oficinas del FBI la trataran tan mal al querer averiguar la dirección de la agente; la seguridad para ellos era primordial, aunque ella llegó a pensar que se debía más a que se trataba de una periodista la que deseaba averiguar esa información. Era bien sabido que las relaciones entre reporteros y detectives no era muy buena. Así que decidió postergar la visita a la agente para otro día, pues ya no tenía tiempo de reunir más información; la hora de visitas se acercaba y ella necesitaba hablar con B.B. pronto.
    No le sorprendió que, al ver la prisión asomarse por el cristal de su carro, experimentara una sensación de nerviosismo. De alguna forma, la plática con él la había sacudido y no estaba segura de estar completamente preparada para lo que venía.
    Después de que le revisaran todo lo que traía, desde la grabadora, la libreta, el lápiz hasta el tarro de mermelada, la pasaron a un cuarto pequeño, donde había una mesa metálica fija al suelo, con dos sillas a los extremos. Misa, sintiendo el peso del encierro, se giró hacia Jim, con un poco de inquietud en sus ojos verdes.

    —¿Por qué no puedo verlo en la sala de visitas?

    —Ya le había dicho, señorita, B es diferente, por lo que requiere un trato especial.
    Misa se dejó caer en una de las sillas, pero se removió, incómoda.
    —No se preocupe —dijo él en un intento de calmarla—, si necesita algo estaré ahí afuera, sólo tiene que gritar.

    Con una sonrisa que no sirvió más que para provocar mayor tensión en la joven, Jim se retiró y, minutos después, regresó trayendo consigo a B.B. A pesar de que arrastraba con dificultad los pies, debido a los grilletes, se veía bastante divertido, incluso, le regaló una amplia sonrisa a Misa cuando se sentó frente a ella. Jim, por otro lado, se concentró en esposar las manos de B a cada uno de los brazos de la silla.



    —Estaré cerca, señorita Amane —repitió Jim—. Si en algún momento se siente mal o incómoda sólo tiene que llamarme.

    Misa asintió.


    —No será necesario —dijo B, guiñándole un ojo a Misa—, yo la cuidaré bien.

    Misa prefirió ignorar aquel comentario y, cuando Jim los dejó solos, colocó todos los documentos sobre la mesa, así como la mermelada.
    B ladeó la cabeza, su sonrisa se dibujó en su rostro con amplitud. Misa no podía explicarse cómo era posible que, hasta el gesto más inocente, se pudiera ver tan peligroso en él. O quizás era que ella estaba muy nerviosa y veía todo tergiversado.

    —Lo pasaste a un tarro de plástico —observó, viendo el contenido con hambre—. Dime, ¿eso fue por tu seguridad o la mía? ¿Tenías miedo que lo rompiera y lo usara en tu contra?

    Misa levantó la mirada; los ojos de B parecían relampaguear, como si quisiera atraparla con su mirada. No sabía cómo describir las emociones que veía en aquella oscuridad, aunque, de lo que sí estaba segura, es que imperaba la diversión en ellos. Había algo, probablemente el temor que se veía en ella, que le causaba un gran placer.

    —No está demás tomar precauciones.

    B se rió.

    —Muy cierto, pero no debes preocuparte, no está en mis planes hacerte daño.

    —Tenemos conceptos distintos de lo que es hacerle daño a una persona —replicó Misa, intentando verse fuerte y no desviar la mirada de sus ojos.

    —Otra vez acertaste —convino él—, sin embargo, tengo que insistir, yo no te lastimaría, eres demasiado interesante.

    Misa tuvo que bajar la mirada y comenzar a abrir los expedientes. Se saltó las fotografías de los crímenes y se concentró en los reportes.

    —¿Para qué querías que te trajera esto?

    —Espera un momento, no puedo responder nada si tengo hambre —soltó, observando el tarro que estaba en la mesa. Estiró sus brazos, pero las esposas le impedían llegar hasta la mermelada, sin embargo, en lugar de verse frustrado, sus ojos brillaron por unos momentos. Levantó la cabeza en su dirección.

    Misa, con la punta de sus pálidos dedos, le empujó más cerca el frasco pero no sirvió de mucho, B parecía no poder llegar hasta él.

    —Creo que lo mejor será que me lo des —dijo él, con creciente diversión—. Vamos, Misa. Sólo lo tomas, te acercas un poco y me lo das, es todo lo que te pido.

    Sin embargo, esta vez Misa no estaba dispuesta a hacer eso. Para ello, tendría que inclinarse un poco sobre la mesa y darle el frasco en sus manos y ello significaba acercarse demasiado. Y, por supuesto, no confiaba en él.
    Intentó empujarlo hacia él una vez más. B negó con la cabeza.

    —No es suficiente.

    —No puedo.

    Él volvió a sonreír.

    —De acuerdo, pero así no creo que pueda darte ninguna información. Es más, me estoy cansando de estar aquí, será mejor que llame a Jim y le diga que la visita terminó…

    —Espera —lo interrumpió la joven, con el corazón palpitándole al cien—, lo haré.

    Misa se levantó y tomó el frasco entre sus manos, consciente de que B no perdía de vista ninguno de sus movimientos. Mientras se inclinaba hacia él, pensó cuánto tardaría en pedir ayuda si es que intentaba hacerle daño.
    Trató de hacerlo rápido pero él, en lugar de tomar el tarro, cubrió una de las manos de ella con la suya y, con la otra, en un movimiento muy rápido, tomó un mechón de su largo cabello rubio y se lo llevó a la nariz. Misa lo escuchó respirar profundamente y se asustó tanto que ni siquiera tuvo tiempo de hacer nada cuando él ya la había liberado. Aturdida, regresó a su asiento, mientras él abría el frasco y enterraba sus dedos en la espesa mermelada.
    El corazón de Misa todavía se encontraba acelerado por el temor y a pesar de que deseaba salir de ahí, sabía que aquello sólo lo había hecho para molestarla, así que decidió ignorar lo sucedido. Después de todo, no se iba a rendir tan fácil.

    —Te sientes muy cálida —comentó él, mientras lamía sus dedos llenos de mermelada.

    —Y tú muy frío —soltó Misa.


    El prisionero esbozó una de sus temibles sonrisas, sus ojos volvieron a encenderse.

    —Quizás esa sea la razón por la que me resultó tan agradable el tacto de tu piel.

    Misa cerró los ojos y respiró profundamente, recordando que él sólo deseaba desquiciarla y que no debía darle el gusto.

    —¿Permitirías que grabara nuestra conversación? —cuestionó la joven, abriendo los ojos nuevamente.

    —Por supuesto —respondió él— y espero que la escuches todas las noches antes de dormir, así pensarás en mí.

    Misa se concentró en sacar todo de su bolso y lo ignoró.

    —Anoche pensé en ti, pensé mucho en ti. Es un poco molesto pensar en ti, Misa, ¿sabes? No dejas espacio para otros pensamientos.

    —¿Para qué necesitas los expedientes de tu caso?

    Para sorpresa de Misa, B.B. ya se había acabado toda la mermelada. Con cierto esfuerzo, él estiró el brazo y logró dejar el frasco en el filo de la mesa, lo que demostró que Misa no habría tenido que dárselo en las manos.

    Yo no los necesito, tú vas a tratar de averiguar cuáles fueron mis motivos por medio de ellos —soltó B, con bastante alegría.

    —Pero tú…

    —Sí, te ayudaré, pero tú harás la mayor parte.

    Misa frunció el ceño; por mucho que su razón le recomendaba no mostrar sus emociones, no pudo evitar sentirse molesta. B.B. estaba jugando con ella, y la peor parte, era que tenía que seguirle el juego si es que esperaba obtener algo para su reportaje.

    Suspiró y le dio un rápido vistazo a los expedientes, mientras, frente a ella, B trataba de levantar las piernas, sin embargo, los grilletes no se lo permitieron.

    —Ya veo por qué me desagradaban tanto las visitas —comentó—, aquí no puedo sentarme como quiero. Espero que sepas apreciar el sacrificio que estoy haciendo por ti.

    Misa no respondió, el sonido de las hojas al ser cambiadas fue toda su respuesta. Por fin, recordó algo que le había interesado la primera vez que los había leído.

    —Las habitaciones donde se encontraban las víctimas estaban cerradas por dentro, por lo que, en apariencia, eso pudo ser una señal de suicidio, claro que sus cuerpos estaban maltratados de tal forma que eso quedaba descartado. La agente Misora descubrió que utilizaban un sistema parecido al de las poleas, con un hilo que debía ser pasado por ciertos puntos en la habitación, para así poder cerrar las puertas desde afuera. Y, después, ella te detuvo antes de que te prendieras fuego en la última escena. Pretendías, ya que te encontrabas en otra habitación cerrada por dentro, que tu suicidio se hiciera pasar por otra de las muertes y tú quedarías convertido en víctima. Sin embargo… eso dejaría el enigma sin resolver… ¿Por qué querrías hacer algo así?

    Misa estaba tan abstraída en su recuento que no se percató que B se había inclinado hacia adelante gradualmente y la observaba con fijeza. Sus ojos se habían abierto ampliamente, como si quisiera grabarla en su memoria. Sin que ella se diera cuenta, volvió al respaldo y adoptó una actitud más tranquila.

    —Vas bien, Misa —aprobó B, captando la atención de la joven—. ¿Por qué alguien presenta un acertijo? Para que la otra persona lo resuelva o, por lo menos, lo intente. Si esa persona logra descifrarlo se siente vencedora, en cambio, si no lo logra…

    —¡Un reto! —exclamó Misa, de pronto— Pretendías retar a alguien. ¿A Misora Naomi? No. A ella la estabas guiando… ¿Alguien que pertenece al FBI? No, ella estaba de vacaciones en ese momento. ¿A quién?

    La periodista en ella había llegado a su punto de máxima desesperación; deseaba que la sonrisa del rostro de B desapareciera y comenzara a contarle todo, sin embargo, él no parecía querer ponérselo tan fácil.

    —Era el plan perfecto —dijo B, de pronto con cierto grado de rencor en la voz. Por el tono que utilizó, Misa volvió a pensar en la oscuridad—. Pero cometí el error de olvidarme de Misora, que ella podía actuar por sí misma.

    Misa se quedó petrificada; todo aquello significaba que Misora le había mentido a la prensa, incluso al FBI, porque, como él había dicho, no se había inmiscuido en el caso por su cuenta, sino que había estado bajo las órdenes de alguien más. Alguien a quien B.B. odiaba. ¿Quién?
    Entonces, Misa recordó algo, con prisa, comenzó a buscar en las hojas. Por el tiempo que había pasado hablando con él y lo que sabía de la planificación de los asesinatos, B parecía ser alguien muy brillante… Por fin lo encontró: Misora Naomi había mencionado que B poseía una memoria fotográfica por lo que significaba que era un genio. Y, si un hombre con un coeficiente intelectual alto deseaba crear un reto que requiriera de todas sus capacidades, sólo podría hacerlo a alguien tan inteligente como él.

    —¿Estás cerca?

    Misa suspiró y negó con la cabeza; notó que los ojos de B siguieron el movimiento de su cabello cuando este se agitó.

    —Lo único que puedo decirte son tres cosas: tú lo odias, es alguien con un coeficiente intelectual alto y probablemente sea un detective.

    B asintió con la cabeza.

    —Creo que tu siguiente paso debería ser darle una visita a mi buena amiga Naomi.

    Misa puso los ojos en blanco.

    —¿No me lo vas a dejar fácil, verdad?

    —Si lo hiciera, no recibiría otra visita tuya. En cambio, de esta manera, puedo estar seguro que volverás.

    Misa apagó la grabadora y guardó todas las cosas en el bolso, estaba claro que ya no podría sacarle nada más a B.B., por lo menos no ese día.

    —Cuando regreses, tráeme un libro —dijo él esbozando su sonrisa oscura—. No lo compres, quiero que sea uno de los que tienes tú. Sabré si no es tuyo; ahórrate los engaños.

    Misa se preguntó por qué B querría un libro de ella, sin embargo, su razón le decía que debía abstenerse de hacer preguntas.

    —De acuerdo —dijo mientras se ponía de pie, la mirada de B se elevó con ella, ya que él no podía moverse de donde se encontraba.

    La joven se dio la vuelta y comenzó a dirigirse a la puerta; se había producido un silencio que hacía sonar terriblemente cada uno de sus pasos. Se puso nerviosa; era ridículo puesto que él no podía hacerle nada pero se sentía extraño darle la espalda a alguien como B.B.
    El padre de Misa había sido más una pesadilla que un apoyo, por lo que evitaba evocar los recuerdos que tenía de él, sin embargo, existía uno que quizás jamás podría bloquear, uno que no era tan malo, para variar. Su padre solía sentarse en el gran sillón cerca de la ventana que daba hacia el patio de atrás y, cuando estaba de buen humor, solía parlotear un sinfín de consejos que a veces servían de algo. Él llegó a decir, una vez, que existían personas que emanaban un aura tan peligrosa que sería una estupidez quitarles la vista de encima, aunque fueran unos segundos. Misa, en aquel momento, creyó que su padre podría entrar en aquella categoría, pero él no era nada comparado con B. Quizás por eso se sentía tan expuesta con todo ese silencio y con esa sensación de estar siendo observada fijamente.

    —Misa.

    Ella se sobresaltó y se detuvo de un golpe, la perilla de la puerta sólo estaba a centímetros de su cuerpo, podría estirar el brazo y salir de ahí en cualquier momento.
    Pero no lo hizo.

    —¿Sí?

    —He comenzado a desear la libertad.

    Misa no pudo haber llegado en peor momento a las oficinas del FBI; cuando entró, el lugar estaba hecho un caos: los agentes parecían volar de un lado a otro, y los que se encontraban de cierta forma inactivos, estaban pegados a las computadoras o las pilas de archivos que tenían en sus escritorios. Parecían ansiosos, como si esperaran un acontecimiento importante.
    Un hombre alto de cabello rubio y ojos azules fue el primero en notarla, llevaba un traje discreto y negro, y una corbata roja, que reajustó momentos antes de acercarse a ella. Por la expresión que tenía en su rostro, parecía que su visita era lo que menos deseaba en el mundo.

    — ¿A qué has venido?


    Su tono brusco le recordó mucho al director del periódico para el que trabajaba, por lo que, a primera vista, aquel agente no le agradó para nada.

    —Necesito hablar con la agente Misora Naomi —dijo ella.
    El hombre frunció el ceño, desvió la mirada hacia el reloj de pared que había al fondo.

    —Ella no se encuentra aquí en estos momentos. ¿Para qué la quieres?

    —Estoy haciendo un reportaje sobre…

    Al parecer, eso fue lo peor que pudo haber dicho; el agente debería odiar a los periodistas, aunque, a decir verdad, no le sorprendía.

    —Será mejor que te vayas, estamos muy ocupados.

    —Tranquilo, Carl —dijo una voz femenina a sus espaldas. Misa giró rápidamente y se dio cuenta que la agente Naomi acababa de entrar en el edificio. No era muy alta, pero sí delgada aunque había algo en ella que emanaba cierta fuerza. Misa pensó que, si alguien intentaba asaltarla se llevaría una desagradable sorpresa—¿Para qué me necesitas?

    —No pierdas tu tiempo, es otra periodista entrometida.

    Misa se contuvo de lanzarle una mirada fulminante a Carl y se concentró en la agente.

    —¿Podría hacerle algunas preguntas? —cuestionó, ignorando el resoplido molesto de Carl—. Haré un reportaje y necesito su versión sobre un caso.

    —Por supuesto, ¿qué caso? —dijo Naomi, al mismo tiempo que el otro agente se alejaba, negando con la cabeza.

    —El que tiene que ver con B.B.

    Naomi se sobresaltó y parpadeó varias veces. Tal vez sólo lo imaginaba por lo que le había dicho B antes, pero le pareció que la agente se ponía un poco nerviosa. Misa se preguntó cómo le haría para averiguar el nombre del detective que le había ordenado ir tras ese caso.

    —No hay nada que tenga que decir que no haya dicho a la prensa o a la policía en su momento; mi declaración está en los archivos del caso.

    —Sí, ya los leí, sólo pienso que es mejor que lo escuche directamente —dijo Misa—, prometo que serán unos minutos, agente. O si lo prefiere, puedo verla en su casa.

    Naomi negó con la cabeza, la periodista sentía que estaba perdiendo terreno; por alguna razón, ya no estaba tan dispuesta a hablar con ella.

    —Es mejor que no te inmiscuyas en ese caso, además, jamás podrás conseguir que B.B. hable contigo…

    —Ya lo hizo y me recomendó que viniera a verla.

    —¿Accedió a que lo visitaras? —cuestionó Naomi con los ojos abiertos. Como si le sirviera para reaccionar, se quitó un mechón de largo cabello negro que había caído sobre su rostro.

    —Sí.

    Misa hubiera dado lo que sea por tener la capacidad de sumergirse en los pensamientos de la agente, pues su rostro mostraba un gran conflicto en su interior.

    —De acuerdo —soltó, después de un rato y giró la cabeza para ver por una ventana de cristal, seguramente, a sus compañeros—, nos veremos esta noche en mi departamento.

    Le escribió rápidamente su dirección en un papel y se disculpó antes de meterse en una oficina. Misa, pensando en que su asenso estaba cada vez más cerca, sonrió y salió del edificio.

    En aquello momentos, en los Ángeles, existía un peligro que bastante grande para sus habitante que, el FBI, por evitar el pánico había encubierto y evitado que los medios lo contaran al mundo. Un asesino en serie estaba cazando mujeres, mujeres hermosas a las que les arrancaba los ojos y la piel de su rostro. Era tan desastroso lo que dejaba tras de sí, que el FBI cambiaba la historia y hacía que los periodistas hablaran sobre problemas domésticos, celos compulsivos o hasta accidentes con arma de fuego para mantener a la población tranquila. Los agentes se encontraban desesperados pues, entre más esfuerzos hacían por descubrir al autor a quien le habían apodado Sin rostro, el asesino parecía encubrir mejor sus huellas y actuaba con mayor velocidad. Había comenzado atacando cada dos meses y, ahora, cada semana tenían una noticia más de un cadáver encontrado en la ciudad. Parecía que algo lo hubiese enfadado.
    Aquella mañana, sin embargo, mientras Misa intentaba mantener una conversación con B, los agentes del FBI habían recibido una noticia que los alteró aun más: otra víctima había sido hallada afuera de un bar muy cerca de un callejón cerrado. Era la décima muerte. No obstante, esa no había sido la razón primordial por la que los agentes y directivos estuvieran tan agobiados en el edificio, sino que L había elegido entrar en el caso.
    L era un detective conocido mundialmente y, curiosamente, el hombre del que se sabía menos. Había resuelto un sinfín de casos, todos con éxito, y su juicio se había ganado la fama de infalible y efectivo. Sin embargo, y quizás eso aumentaba su popularidad, era un ser completamente enigmático: nadie parecía saber nada de él; ni rostro, figura, voz o pasado se conocía. Y, como nadie podía contactar con él, no se podía pedir que participara en un caso; siempre era él quien lo elegía.
    Todo aquello contribuyó a que, exactamente a la hora que Misa estuviera tratando de convencer a la agente Misora para concederle unos minutos de su tiempo, alguien entrara sigilosamente al edificio. Uno de los grandes talentos de este personaje era, precisamente, pasar desapercibido. A pesar de estar bien cubierto por una gabardina y un sombrero, ninguna de las mujeres le dirigió una sola mirada; era como si pudiera elegir el momento exacto en el que deseaba ser notado.
    El hombre se sentó en una de las sillas oscuras que se encontraban en la entrada, con una paciencia propia de un asiático, se mantuvo quieto mientras las dos mujeres hablaban. Colocó una computadora portátil sobre su regazo y la abrió. Todo esto en el momento que Misa le mencionaba a la agente sobre B.B.
    El oído del hombre se alertó cuando escuchó esa parte de la conversación, incluso su cuerpo se irguió un poco más, como si aquello le sirviera para oír con mayor claridad aquella conversación. Pero no fue el único que se percató de ello, sino un hombre que se encontraba muy lejos de ahí, al otro lado del monitor.
    —¿Escuchaste? —preguntó el hombre dirigiéndose hacia la computadora, articuló muy despacio y con mucho cuidado para evitar hacer notar su presencia.
    Frente al hombre, la pantalla lucía completamente en blanco, sólo se veía la línea negra del cursor que latía, esperando mostrar un mensaje.
    Por supuesto, Watari. Se escribió en la pantalla.

    La agente especial Misora Naomi agradeció el momento en el que llegó a su departamento y se dejó caer sobre su colchón. Las últimas semanas había tenido mucho trabajo y la habían dejado completamente muerta. Ni siquiera había tenido tiempo de ver a Raye, su prometido, lo que en verdad lamentaba.
    Se removió en la cama, intentando dormir un poco, pero todo lo que consiguió fue revivir la extraña reunión que habían tenido en la central del FBI. Había pensado que nunca volvería a escuchar la voz sintética de L, hasta aquel día. Era extraño ver la portátil en medio de un grupo de agentes especializados escuchando con real atención las explicaciones que emitía. Sin embargo, se alegraba de no tener que recibir las órdenes directamente, ya que la experiencia en el caso de B.B. la había dejado exhausta y, para ser sinceros, muy confundida.
    El caso de Sin rostro la tenía muy tensa, sin tomar en cuenta que eran diez las víctimas, su forma de quitarles la vida era terrible, era como si esperara quitarse su esencia. Entre las investigaciones que había hecho su equipo, se había tomado en cuenta que, aparte de ser mujeres jóvenes y hermosas, todas ellas habían tenido los ojos verdes. Al parecer, al hombre le interesaba aquel color particular de iris porque, según lo que había comentado L, se relacionaba con algo de su pasado. Además, L también había coincidido con algo que había pensado el equipo: que el asesino estaba molesto. Pero, lo que no se esperaban, era que la generación de su ira fuera provocada por algo que hicieron ellos: no permitir que el público se enterara sobre él. Según L, el hombre buscaba reconocimiento y poder, y al encubrir sus crímenes, se le negaba que esperaba conseguir. Ahora, siguiendo las órdenes de L, el FBI debía permitir que los medios pusieran sus manos en el caso para convertirlo en noticia. Sin embargo, había que esperar.
    “¿Por qué esperar?” había preguntado ella, por supuesto, no había recibido una respuesta.
    L jamás daba respuestas, por lo menos no hasta el momento que él quisiera y si era necesario para dar la siguiente instrucción.
    No todos sus compañeros se habían sentido lo bastante contentos con este comportamiento de L, ella, por el contrario, ya estaba acostumbrada. Desde que había trabajado en el caso de B.B. bajo sus instrucciones se había habituado a su modo de trabajar.
    Creyó que todo el asunto de B.B. había terminado y que lo olvidaría todo en cuanto el se enfrentara a su condena a muerte. Y, entonces, ella apareció. La periodista que esperaba revivir todo aquello… Naomi recordó la imagen de… Misa y tuvo un mal presentimiento. Ella era una joven hermosa con unos ojos verdes que nadie podría olvidar fácilmente. Y, aunque el asesino no había matado cerca de esa área, Naomi presintió que algo malo le ocurriría a aquella joven, era como si una sombra oscura se estuviera cerniendo sobre ella.
    Tenía que convencerla de dejar atrás todo.
    De pronto, la computadora de Naomi hizo un ruido extraño y se encendió. Entonces, le vino un sentimiento extraño, aquello ya había ocurrido antes. Naomi se levantó rápidamente y se vio con algo de inquietud, que una L grande se dibujaba en medio de la computadora.
    Ya sabía de quién se trataba. Y aquello no podía significar nada bueno.
    Su portátil hizo un ruidito y se puso en blanco.
    Misora Naomi, lamento molestarte en estos momentos, pero es necesito que introduzcas un código en el archivo que te enviaré para que pueda comunicarme contigo, ¿de acuerdo?
    Naomi frunció el ceño, por supuesto, nadie que supiera quién era L podría negarse a hacer algo que él quisiera, sin embargo, le molestaba volver a involucrarse en algo de lo que no tenía la menor idea.
    ¿Qué quieres de mí, exactamente?
    Sólo te pediré un favor, de un día; ningún otro caso. Será algo bastante simple, a decir verdad.
    ¿No tendré que destruir mi computadora como la otra vez, cierto?
    No, esta conversación no se puede rastrear, no hay necesidad de deshacerte de nada.
    Naomi suspiró, resignada.
    De acuerdo.
    Gracias.
    Siguiendo las instrucciones de L, logró encontrar el código correcto y, en un segundo, la pantalla se puso en negro y la letra L apareció en el centro, otra vez.

    —Saludos, Misora Naomi —resonó la voz sintética.

    —Hola

    —Necesito que me hagas un favor.

    —Por supuesto, ¿qué ocurre?

    —La joven con la que hablaste hoy, en la oficina… ¿Quién es? ¿Cómo se llama?

    Naomi se sorprendió de que supiera todo aquello y, además, que estuviera tan interesado en ella. O, probablemente, se debía al interés de ella por el caso de B.B., pero ¿cómo se había enterado él? Estaba tan cansada de no tener respuestas que, antes de darle las que él quería, le hizo la pregunta que le inquietaba tanto.

    —Watari las escuchó hablando.

    Watari, el hombre que ella había conocido aquel día, el único que podía hacer algún contacto con L.

    —¿Quién es? —insistió el detective, algo extraño en él.

    Naomi intentó recordar su nombre completo…

    —Misa Amane, es periodista.

    —Vendrá a tu departamento hoy, ¿no es así?

    —Sí.

    —¿Podrías permitirme estar presente cuando llegue? Es decir, por medio de tu computadora claro —dijo la voz sintética.

    A Naomi siempre le resultaba extraño hablar de aquella manera, era como si esa voz le hiciera olvidar que estaba hablando con un ser humano.

    —De acuerdo.

    —Gracias y, por favor, coloca la computadora en un lugar adecuado para que yo pueda ver a Misa. Y no te preocupes, haré que luzca como si estuviera apagada.

    Naomi cada vez estaba más confundida, ¿para qué quería verla? ¿Pretendía averiguar cuánto sabía la joven sobre B.B.?

    —Sí, sí. Sólo dime algo… ¿Por qué?

    —Lamento despedirme repentinamente, Misora Naomi, pero debo atender unos asuntos en este momento —dijo L, con su voz carente de emociones—. Volveré a conectarme en dos horas.

    La computadora se apagó antes de que ella pudiera decir algo. No le sorprendía, él casi nunca daba respuestas.
    Naomi, como todas las personas que se relacionaban con los crímenes y la justicia, sabía que los periodistas nunca traían nada bueno a una investigación. Y ella sabía que la intromisión de Misa ocasionaría algo, sólo que no era como los otros periodistas, presentía que aquella periodista desencadenaría un desastre. Era como si Misa estuviera cubierta por un aura que atraía los problemas y al mal junto con ellos.
     
  4.  
    Shennya

    Shennya Entusiasta

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    25 Septiembre 2011
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Grietas en la oscuridad
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    3
     
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    4395
    Capítulo III
    Misora Naomi estaba demasiado intrigada por todo lo que estaba ocurriendo; mientras acomodaba su portátil en una de las mesitas que se encontraban a los lados del sillón, pensaba en qué papel jugaría aquella reportera para que L mostrara interés en ella. Tal vez, simplemente, se estaba acercando a la verdad demasiado y el detective sólo quería asegurarse de que no averiguara todo.
    De pronto, la computadora se encendió y Naomi dio un pequeño respingo.
    —Lamento haberte asustado, Misora —se disculpó la voz sintética. Si aquel diálogo se diera en otro tipo de circunstancias, ella se hubiera sentido realmente ofendida por la falta de emoción en su tono, pero recordó que la voz cibernética no podía transmitir los sentimientos. Aunque, tuvo la sensación de que, de cualquier manera, L no acostumbraba a sentirse mal por los demás. Por otro lado, si no estuviera segura de que el detective ya habría conectado la cámara, estaría verdaderamente alarmada por saberse vigilada.
    —No hay problema —le dijo, mientras acomodaba el monitor en un ángulo en que pudiera verse la invitada, sin levantar sospechas, aunque Naomi lo dudaba, ya que L había hecho un magnífico trabajo y su portátil lucía como si estuviera completamente apagada.
    Naomi esperaba insistir en pedir alguna explicación por todo aquello, pero, en el momento en que su mente estaba formulando la pregunta adecuada, llamaron a la puerta.
    Debía ser ella.
    Experimentando aquella sensación incómoda de mal presentimiento, caminó hacia la entrada. Por unos segundos, la emoción en el pecho fue tan opresiva que se preguntó si habría manera de evitar lo que venía; tal vez todavía estaba a tiempo y se negaba a abrir la puerta o le pedía a la periodista que se marchara, podría evitarse una desgracia.
    Pero el momento pasó cuando abrió la puerta y vio el rostro amable y pálido; con una sonrisa llena esperanzas y promesas a futuro. Se volvió a preguntar, mientras la invitaba a pasar, si con aquella acción no la estaría condenando a la ruptura de ese futuro perfecto que, seguramente, ella ya se habría formado en su imaginación.
    Misa dirigió sus hermosos ojos verdes por toda la sala, como si quisiera descubrir quién era ella a través de sus objetos personales. Naomi tenía el presentimiento de que la joven sabía más de lo que aparentaba, se preguntó qué tanto le había dicho B.B. sobre el caso.
    La periodista se sentó en el sillón que Naomi pensaba que iba a sentarse (justo el que quedaba mirando directamente a la cámara de la computadora) y sacó algo pequeño, cuadrado y negro, que la agente supo inmediatamente que se trataba de una grabadora. La puso en la mesa del centro.
    —¿Me permitiría que la grabara?
    Naomi se mordió el labio, por un momento tuvo el impulso de girarse hacia la computadora, pero consiguió controlarse a tiempo; no tenía idea de lo que esperaba L de aquella reunión y, sinceramente, comenzaba a temer la clase de preguntas que le haría la periodista.
    —Por supuesto —respondió, intentando convencerse de aquello no era un error.
    Los primeros minutos fueron bastante tranquilos: Misa le había pedido que volviera a relatar todo lo ocurrido en el caso de B. Su relato era uno pulido previamente; lo había tenido que presentar a la prensa (en su momento) y al FBI, por lo que no le costaba trabajo repetirlo sin cometer el error de mencionar que había actuado bajo las órdenes de L. Sin embargo, había momentos en los que se distraía, ya que Misa, a pesar de llevar la grabadora, había sacado una pequeña libreta y anotaba rápidamente mientras ella hablaba, pero jamás la interrumpió o hizo algún comentario sobre todo lo que escuchó.
    Naomi se removió en su asiento una vez que terminó con su historia.
    —Entonces, ¿cuál fue el motivo que hizo que eligieras ese caso? Tengo entendido que estaba de asueto, agente. ¿Por qué involucrarse en una investigación si estaba descansando?
    Era astuta; Naomi lo supo en ese instante y supo, también, que debía cuidarse de la respuesta que diera, aunque en aquellos momentos no tenía nada en mente.
    —Necesitaba estar activa; para ser sincera, jamás me ha gustado estar tanto tiempo sin involucrarme en algún caso. Además, ese lo había visto en la televisión y pensé que no haría ningún daño si intentaba hacer averiguaciones por mi cuenta.
    —Según mis propias investigaciones, ese caso casi no fue difundido en los medios de comunicación —comentó Misa, tranquilamente.
    —Yo recuerdo haberlo visto —insistió Naomi, encogiéndose de hombros, para restarle importancia. Al parecer, aquella periodista había hecho bien su trabajo.
    Los ojos de Misa se clavaron en los de ella y, a pesar de que la agente sabía que estaría buscando algún indicio de que era verdad, no pudo evitar irse por otros derroteros y pensar en el asesino Sin rostro; se preguntó cuándo L daría la autorización para darlo a conocer en los medios. En esos momentos, por ejemplo, al ver el rostro blanco, el cabello rubio y los ojos verdes de Misa, tenía ganas de decirle, advertirle que tuviera cuidado. Claro, tal vez estaba exagerando, había muchas otras mujeres con las características de Misa y, aunque fuera terrible que el asesino eligiera a cualquiera de ellas, había una diferencia vital: que no las conocía. Y es que, a pesar de no saber nada sobre ella, el simple hecho de estar en contacto hacía más terrible que algo le ocurriera.
    Misora Naomi cerró los ojos, pensando en lo terrible que era tener un trabajo como el suyo. Por supuesto, ella no se imaginaba haciendo otra cosa, pero era difícil ver tantas vidas arrebatadas día tras día.
    —… B se había hecho pasar por un detective independiente, quien había sido contratado por las familias de las víctimas o, por lo menos, esa es la explicación que le dio cuando lo conoció. Y, según los informes que había leído, él trataba de conducirla, de darle pistas, ¿por qué cree que lo hizo?
    Naomi estaba tan distraída que tardíamente se percató que Misa le había formulado una pregunta y tuvo que pedirle que lo hiciera de nuevo.
    —Supongo que pretendía burlarse de mí, bueno, de la policía, del FBI, para demostrar que él era más inteligente que los investigadores…
    —Pero usted no estaba trabajando en nombre del FBI en ese momento; yo sé que era una agente activa, pero ellos no le habían asignado ese caso. Y él lo sabía.
    —Supongo que sí…
    —¿Para quién trabajaba en ese momento, agente Misora?
    Tenía que darle el crédito a la joven: aquella pregunta tan repentina, dicha de forma tan inesperada, la dejó en blanco. Ahora sabía que Misa tenía más información de lo que pretendía; por supuesto, ella debía negarlo y lo haría, pero Naomi sospechaba que su rostro ya la habría delatado.
    —Estaba, como ya te había dicho, de vacaciones, por lo que no trabajaba para la agencia en ese momento —soltó, quizás, después de mucho tiempo.
    —B.B. aseguró que los crímenes que cometió eran para retar a alguien que le daba instrucciones a usted.
    Naomi parpadeó.
    —Yo…
    De pronto, en la habitación ocurrió algo que sobresaltó a las dos mujeres: la computadora portátil, que se encontraba en la mesita, se encendió. En la pantalla apareció, en el centro, una gran letra “L”.
    —Me parece que has realizado un excelente trabajo, Amane Misa.
    La periodista se sobresaltó a tal grado que, al levantarse, trastabilló y cayó de rodillas sobre el suelo. Se veía tan aturdida y sorprendida, con su cabello un tanto desordenado sobre su rostro que hasta Naomi hubiera reído si ella misma no fuera presa del asombro. Y, como si L se hubiera propuesto confundirla aquel día, se rió: el sonido emergió de la computadora un tanto sintético y, por lo tanto, extraño y hasta un poco tétrico, sin embargo, la sorpresa no radicaba en la forma de hacerlo, sino en el hecho en sí. Ella jamás lo había escuchado reír así, de tan buena gana y tan sinceramente (aunque era extraño describirlo así, ya que, por efectos de la bocina, no se podría asegurar si el sonido demostraba las emociones pero, a Naomi, algo le decía que aquello había sido sincero).
    —Lo lamento, Misa, no pude evitarlo —soltó la voz sintética de L y, nuevamente, a Naomi le pareció honesta.
    —No hay problema —dijo ella, parpadeando, sin poder creerse nada todavía. Se sacudió el pantalón enérgicamente e hizo algo que la agente no se esperaba: apagó la grabadora.
    Todavía aturdida, Misa volvió a sentarse.
    —Mucho gusto en conocerte, soy L.
    —Un placer —dijo ella, en automático; en realidad parecía que estaba concentrada en algo más—. Tú debes ser a quien B.B. retó. Debí suponerlo…
    —Estabas bastante cerca, puedo asegurarlo. Sin embargo, preferí ahorrarte tanta investigación e interrogatorio, así que decidí presentarme yo mismo —dijo L, amablemente—. Ahora, Misa, antes de continuar, ¿podrías acercarte un poco más? Me gusta ver a las personas con las que hablo a los ojos.
    Mentira. A Naomi le vino la palabra a la mente en el momento en que el detective había dejado de hablar; en todas las reuniones que L había mantenido con el FBI, jamás le había importado ver a los agente, ni siquiera al jefe de sector. En todas las ocasiones la computadora había estado en una mesa, mientras los agentes estaban de pie, alrededor, mostrándole los datos e información a L.
    Ella lo sabía, todo el mundo que había convivido (aunque sea en su forma virtual) con L tenía conocimiento que al detective, más que gustarle saber sobre personas, le interesaban los datos. Así había sido siempre, hasta ahora.
    Misa asintió y se arrodilló frente a la computadora.
    —He pensado contarte lo que sucedió, aunque sea parte de ello, y permitirte mencionarme en tu reportaje a cambio de algunas cosas. ¿Aceptas mi trato?
    Naomi observó a la periodista; por supuesto, era lógico su desconcierto y duda, puesto que L no le había mencionado qué era lo que pedía en cambio, aunque, debía saber que, al aceptar, tendría sus manos una exclusiva, puesto que L jamás había permitido a la prensa acercarse a él. Por ello era tan desconcertante su comportamiento.
    —Acepto —contestó Misa, después de un rato.
    —Perfecto —aprobó la voz sintética—. En primer lugar, escribirás un artículo sobre un asesino en serie que está asediando a la ciudad: Sin rostro. Pero tienes que hacerlo de forma que enardezcas su ego y que lo hagas parecer más inteligente que la policía, ¿puedes hacer eso?
    La periodista asintió, completamente atenta a cada palabra que salía de las bocinas. Por un momento, Naomi sintió como si no estuviera en aquella habitación, parecía como si los dos la hubieran ignorado completamente, aunque, por un lado, eso era mucho mejor para ella, así podría observarlos con mayor atención.
    L procedió a darle todos los datos que había deducido sobre la personalidad de Sin rostro: fueron datos que Naomi ya sabía, como la característica común de sus víctimas. Misa se sobresaltó un poco ante esto y, por un segundo, se tocó el rostro, como si reconociera, con temor, su parecido con ellas. Sin embargo, eso tardó unos segundos, porque se recuperó pronto y volvió a su trabajo.
    —Supongo que no es necesario que te diga que tengas cuidado.
    —¿Qué? —la joven había estado tan centrada escribiendo todo lo que le había dicho L que no se percató que aquello tenía un tinte mucho más personal. Parpadeó y sacudió su cabeza, su cabello se sacudió sobre sus hombros.
    Naomi, por su parte, se dedicó a observar la computadora con mayor atención. Le sorprendía que, durante todo el tiempo que trabajó para él en el caso, no hubiese averiguado nada importante sobre su personalidad y, ahora, en una noche, L parecía comportarse más extrañamente que nunca. Tal vez, como ya había considerado con anterioridad, se había dejado llevar por la voz fría y casi robótica que salía de la portátil, pero siempre había pensado en L como alguien a quien la razón domina sobre las emociones (de hecho, pensaba que no tenía sentimientos en absoluto), por ello no comprendía que le advirtiera sobre el peligro a alguien a quien apenas conocía.
    Los genios eran muy extraños.
    —Según mis investigaciones, el asesino se encuentra en un área cercana a esta, por lo que tienes que tomar medidas de seguridad. Si él te viera, no dudaría en hacerte formar parte de su destructivo proyecto.
    La agente se percató de la tensión en los hombros de Misa, obviamente, tenía miedo, pero se negaba a transmitirlo con su rostro; se limitó a asentir, en silencio.
    Después le describió todo lo que había ocurrido con B.B., Naomi se sorprendió de que no le hubiese omitido ningún detalle e, incluso, le dijera algo que ella no sabía: que, de alguna forma, ellos se habían conocido en el pasado y que B le tenía un odio que había crecido con los años.
    —¿Dónde se conocieron? —preguntó Misa, con sus ojos más brillantes que nunca, tanto que a Naomi le recordaron a las esmeraldas.
    —Me agrada tu curiosidad, pero eso es algo que no puedo responder —dijo L, con su voz carente de emociones. Sin embargo, la agente no pudo quitarse de la cabeza que, tras la computadora, él estaba sonriendo.
    Misa hizo un mohín con los labios, pero no insistió.
    —También quiero que no vuelvas a B —dijo L, de pronto—. Es peligroso, es mejor que te mantengas alejada. De cualquier forma, yo te di toda la información que necesitas para tu reportaje.
    —De acuerdo —aceptó ella, después de un rato.

    Misa no podía negar que estaba muy emocionada por haber hablado con el detective más famoso de la época, es decir ¿qué periodista no habría soñado con una oportunidad como la que había tenido? Y su felicidad aumentó cuando vio como su jefe se quedó completamente asombrado con los resultados que había obtenido; le había dado su asenso aquella misma mañana y había prometido que, tanto el artículo como el reportaje se imprimirían en la edición del día siguiente, incluso, el reportaje iría en primera plana.
    Por fin, primera plana.
    Sin embargo, a pesar de saber que había tomado las decisiones correctas, todavía se sentía un poco culpable por no volver a ver a B.B. Por supuesto, era un gran alivio no volver a hacerlo, porque él le provocaba un gran temor, pero aún así, a él no le quedaba mucho de vida y a pesar de que se mereciera la pena de muerte, era triste estar tan solo.
    Sacudió su cabeza y se rió de todas las tonterías en las que estaba pensando; él era un psicópata y, por lo tanto, no tenía emociones. Seguramente en aquello momentos se estaría burlando de ella, sus visitas debieron ser para él muy aburridas y tediosas.
    Además, ahora tenía cosas más importantes que hacer como aumentar la seguridad de su casa. Para ser sincera, lo que L le había contado sobre el asesino en serie, la había puesto muy nerviosa.

    Naomi, mientras estaba frente a la prisión, se preguntó si estaría cometiendo un error al hacer aquella visita. Pero su ansiedad por información la habían hecho estallar: estaba harta de que le todo el mundo le ocultara tanta información, sobre todo L. Así que decidió intentar, nuevamente, con él único que podría darle respuestas.
    —No quiere visitas —le informó Jim, con su voz monótona, como si hubiese dicho eso muchas veces. No lo dudaba, ya que ella tenía la prueba, en la mano, de que el caso probablemente recobraría auge: el reportaje de Misa acaba de salir.
    —Dígale que soy la agente Misora Naomi.
    Jim puso los ojos en blanco, parecía cansado.
    —Sé quién es, usted vino poco después de que lo trasladaron aquí; usted lo arrestó.
    Naomi asintió.
    —Aquella vez no quiso verla y se negó a hablar con usted —le recordó Jim—. No se ofenda agente, pero ya han venido otros de sus compañeros, reporteros, curiosos y demás… Y él sigue negándose a hablar.
    —Pero habló con Misa Amane.
    Jim sonrió.
    —¿La hermosa rubia? ¿La periodista?
    Naomi asintió, un tanto desesperada.
    —Es que ella es diferente.
    La agente arqueó las cejas.
    —¿Qué quiere decir con eso?
    —No lo sé, es lo que B dice —respondió Jim, encogiéndose de hombros—. La trata diferente, también. Creo que le gusta observarla, además, se ríe cuando está cerca, como si se divirtiera con ella…
    —Entonces dígale que vengo a hablar de Misa —lo interrumpió Naomi—. Tengo que decirle algo sobre ella.
    La agente le mostró el periódico.
    Jim lo tomó, lo observó fijamente y después negó con la cabeza.
    —Esto no le va a gustar.
    —¿Por qué?
    —Porque significa que ella ya no va a regresar.
    El celador hizo ademán de irle a avisar, pero, antes de que se fuera, Naomi le arrebató el periódico; Jim pareció un poco molesto unos instantes y después se retiró.
    —Dice que puede pasar y que lleve el diario.
    La agente asintió y se adentró en el pasillo de la muerte, ignorando todos los “cumplidos” vulgares que brotaban de los condenados. Por fin, llegó hasta la celda de B.B. Éste, lo primero que hizo fue sacar uno de sus brazos; su rostro mostraba una extraña determinación.
    —¿Vas a hablar conmigo? —cuestionó Naomi, antes de decidirse si darle el periódico o no.
    Lo vio asentir, con sus ojos negros fijos en las páginas impresas.
    Por fin, decidió dárselo.
    B lo tomó no sin cierta ansiedad y leyó a una velocidad impresionante el reportaje. Después, continuó revisando las otras páginas, hasta que halló el artículo sobre Sin rostro. Naomi se preguntó si, simplemente le había llamado la atención o si intuía que también lo había escrito Misa ya que, a diferencia del reportaje, en el artículo no venía el autor.
    De pronto, le pareció verlo un poco molesto.
    —¿Por qué viene citado L aquí? —cuestionó señalando el reportaje. A Naomi no le cupo duda del odio que le tenía al detective en ese momento.
    —L habló con Misa —respondió, decidiendo que, entre más molesto estuviera tal vez podría sacarle más información.
    —¿Por qué?
    Naomi se encogió de hombros.
    —No lo sé. De hecho, ella iba a hablar conmigo, pero L se enteró y quiso presenciar la conversación sin que Misa se enterara. Después, él mismo se presentó ante ella.
    Los ojos oscuros de B destellaron un terrible fuego.
    —¿Por qué accediste a hablar con ella, en primer lugar? —cuestionó Naomi, entonces.
    B la observó por unos instantes, como si le aburriera hablar con ella.
    —Te daré más datos sobre Sin rostro, en lugar de responder a eso —ofreció B.
    —Tú no conoces nada sobre el caso —replicó la agente.
    —El artículo me dio los datos suficientes como para saber un poco más de su conducta, seguramente L también lo sabe, sólo que aun no ha querido transmitirlo al FBI —dijo el preso, con una sonrisa maliciosa en su rostro, después volvió a tornarse serio.
    Naomi suspiró, vencida. Sabía que era mejor aceptar las condiciones de B antes de arriesgarse a perder la comunicación.
    —De acuerdo. Dime.
    —Primero quiero saber si fue L quien le pidió a Misa que ya no viniera a verme —dijo él, aferrándose con fuerza a los barrotes. Sus nudillos se pusieron blancos.
    La agente parpadeó, ¿cómo pudo saber eso? ¿Cómo era que conocía tanto a L?
    —Sí.
    Otra vez ese terrible fuego apareció en sus ojos; frunció el ceño.
    Sin rostro se calmará un poco; la fama hizo que se sintiera importante, por lo que sus apetitos se controlarán y volverá a aplazar su instinto asesino, por lo menos tres semanas más —dijo B, rápidamente—. Así que se tomará su tiempo para encontrar a su siguiente víctima y, a pesar de que caza por las noches, lo más probable es que las seleccione en el día. Seguramente elegirá algún centro comercial para buscar a la siguiente. Dele esos datos al FBI, agente Misora Naomi, use toda su inteligencia para atraparlo, como cuando la usó en contra mía.
    —¿Quieres que lo atrape?
    B sonrió, pero no contestó a la pregunta. Lo escuchó canturrear el nombre de Misa.
    —¿Por qué, por ella?
    —Tiene el perfil de un coleccionista —informó, de pronto—. Es como los que atrapan mariposas, a ellos les llaman la atención todas y van reuniéndolas hasta formar su obra de arte, pero siempre buscan la que culmina, la que le da el último toque a su creación. Entonces, se presenta la maravillosa oportunidad, después de tanto buscar, encuentran el espécimen único, el más hermoso de todos, el perfecto.
    —No entiendo a dónde quieres llegar con esto.
    B la observó como si fuera una ignorante.
    —Misa es como el espécimen perfecto; mientras el coleccionista, Sin rostro, la vea, ella estará bien. Pero, en cuanto él pose sus ojos en ella, no permitirá que se le escape, porque no concebirá su obra completa hasta obtener su pieza clave.
    —Existen muchas mujeres con las características de Misa en esta ciudad, ¿por qué crees que ella es la clave?
    B parecía desesperado; Naomi jamás pensó que lo vería en aquel estado.
    —Ella es diferente —soltó y, como si considerara aquella plática una pérdida de tiempo, se alejó y regresó a su cama, a sumergirse en las sombras.
    La agente intentó sacarle algo más, pero B no volvió a abrir los labios. Decepcionada y confundida, regresó a la oficina central del FBI.

    Mientras estaba frente a su escritorio, redactando la noticia de un doble asesinato, a causa de un hombre desquiciado por el alcohol, una carta llegó hasta sus manos. El único problema era que ella jamás recibía ninguna y, aquella en particular, ya había sido abierta por su jefe.
    —Excelentes noticias, Misa, excelentes, parece que vas por buen camino —soltó él, casi relamiéndose los labios. La joven trató de no verse muy molesta por aquella violación a su privacidad—. Lee lo que dice, te va a encantar.
    Eran pocas palabras, sin embargo, su mensaje era suficientemente claro y perturbador como para que la joven palideciera de muerte. No entendía como su jefe podía regodearse con aquello.
    —Debo admitir que me extraño que recibieras correspondencia de la prisión pero, al parecer, aquel psicópata no te ha olvidado —sonrió él, como si pretendiera ser gracioso—. ¿Por qué no estás feliz? ¿No sabes lo que esto significa? Tú eres la única periodista que él permitirá estar en su ejecución, lo que significa que será una gran exclusiva para el periódico y otro punto a favor en tu carrera.
    —Vera jefe, creo que será mejor que me niegue a ir… —soltó ella, sintiéndose casi enferma por la perspectiva de tener que hacerlo.
    —¿Estás loca? ¡Por supuesto que lo harás y no hay discusión!
    Misa asintió, experimentando unas terribles ganas de vomitar. ¿Qué clase de broma macabra le estaba jugando B? Por supuesto, ella era una periodista y debía ser un poco más valiente en cuanto a ese aspecto pero, lo cierto era, que ella no deseaba ver morir a nadie, ni siquiera a un criminal.
    —Además, a pesar de que dijo que no entraran las cámaras, creo que podemos arreglárnoslas con los abogados y podremos enviar a un fotógrafo…
    —¡No! —exclamó Misa— Por lo menos respetaremos sus decisiones.
    —De acuerdo —accedió su jefe, con su voz rasposa—. En ese caso tendrás que estar mucho más atenta a todo lo que ocurra, no quiero que se te escape nada.
    Misa volvió a asentir, preguntándose qué último y tétrico juego pretendía hacer B. ¿Por qué ella?
    Y, mientras la joven se sumergía en la incertidumbre, Jeff llegó con Sam, su mejor fotógrafo y le dio instrucciones para entrar en la prisión y conseguir algunas imágenes del momento sin ser visto.
     
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  5.  
    Misa Amane

    Misa Amane Iniciado

    Aries
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    Wiiiiiiiii......................
    soy la primera ahora en comentarte eh leido los tres capitulos y deja decir que es realmente bueno eso de B.B me da un poco de miedo pero a la vez curiosidad y L que se aparesca de la nada en la platica entre Misa y Naomi me desconcerto un poco puesto que el siempre espera al final pero creo e hizo lo correcto bueno me avisas de conti por fa que tengo mucha curiosidad............
    SayooO.......
     
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  6.  
    Misa Amane

    Misa Amane Iniciado

    Aries
    Miembro desde:
    22 Marzo 2012
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    Pluma de
    Escritora
    woO........
    me dejaste sin palabras es realmente sorprendente todo y sobre todo cuando B.B le advierte a Misa sobre Sin rostro me parecio fabuloso o cuando se escapa oh Dios me gusta y el jefe de Misa es un desgraciado me dejaste sin palabras ............ te felicito amiga eres buena avisame de la contii.......
    Sayooo.......
     
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  7.  
    hakudinntt

    hakudinntt Iniciado

    Virgo
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    Hola!, primero que nada: felicidadeeees! te esta quedando increible este fic, me enamore de la forma tan natural y genial de capturar la personalidad de B =D...por favor no tardes la continuacion ¿si?
     
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