Otro Gatita Bonita

Tema en 'Relatos' iniciado por Ruki V, 6 Febrero 2020.

  1.  
    Ruki V

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    Escritora
    Título:
    Gatita Bonita
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1133
    Hola <3
    Fallé en mi intento de hacer otro song fic, así que mejor decidí hacer otro escrito en segunda persona.
    Me inspiré en el tema de la canción titulada "Folkie' Lovin" de Los Claxons.
    Así que dejo ahí el link a la canción por si la quieren escuchar (?)

    —Me lo he pasado tan mal…— dijiste dejando descansar tu adolorida cabeza en la mesa.

    —Sí, sí, seguro que sí, Mara— tu mejor amiga Lola te hizo el favor de prepararte tu café.

    —Me gira la cabeza…

    —Sí, eso es lo que se siente a veces cuando estás cruda, cielo.

    La noche anterior bebiste demasiado, pero por fortuna lo hiciste en la comodidad de tu propia casa, en compañía de Lola, y de tu amada gata, Bonita, que en esos momentos se estaba restregando contra tus piernas debajo del comedor, y ronroneando como si supiera que lo necesitabas. Sonreíste, enderezándote lentamente para luego bajar tu mano y acariciarla. La tenías desde hace poco más de dos años, poco después de mudarte.

    —Perdóname, Lola— lloriqueaste, como llevabas haciendo desde la noche anterior.

    —Deja de pedir perdón. ¿Sabes cuántas veces dijiste que lo sentías anoche?

    —Nunca las suficientes…— murmuraste subiendo a tu gata a tu regazo.

    —Desearía tener un periódico o revista para golpearte, Mara.

    —Soy un desastre. Lo sien…

    Te atrapaste a ti misma antes de terminar la frase y te cubrirte la cabeza con los brazos, fingiendo temor a que Lola te golpeara a puño limpio. Ella se rió y tú también, volviendo a acariciar a Bonita antes de darle un sorbo a tu café. Lola también estaba guisando huevo para el desayuno: te tenía una paciencia y un cariño inmensos, y tú también a ella. De no ser mutuo, probablemente tendrías solo a tu compañera felina consolándote esa mañana.

    —Dime, Lola, ¿cuál es la forma de dejar de amar a alguien?

    —Qué manera tan filosófica de preguntar cómo superas un rompimiento— te contestó desde la cocina, de dónde ya empezaba a llegar el delicioso olor a comida.

    —No quería ser grosera y decir que quiero un consejo de la experta, pero...

    —Bueno, el primer consejo de no embriagarte hasta perder la consciencia no te importó.

    —Ni siquiera me sentía ebria anoche. No sabía lo que era una cruda.

    —No sabías lo que era un rompimiento. Ahora lo sabes. Y ahora lo superas.

    —¿Cómo?— preguntaste fingiendo llorar, pero sonriendo, abrazando a Bonita.

    —Siguiendo con tu vida como era antes de conocer al imbécil de César.

    —… No era muy diferente ¿verdad?

    —Asi se habla.

    “Tomando una copa tras otra no voy a olvidarlo” pensaste: si lo hubieras pensado en voz alta, probablemente Lola habría considerado golpearte de verdad. “Claramente lo único que consigo entre más bebo es llorar más por él… y no” añadiste a tu pensamiento, dejando que Bonita mordiera suavemente los dedos de tu mano. A veces pensabas que de hecho si solo la tuvieras a ella, podrías mantener tu salud emocional; luego recordabas que eras humana y rodearte de otros humanos era bueno. De Lola, de tu familia, de tus antiguas compañeras de escuela, de tus nuevos compañeros de trabajo. De un nuevo novio en el futuro lejano. En el futuro muy lejano; no necesitabas a César ni a nadie a quien llamar novio en esos momentos. Necesitabas estar sola. No, no sola, sino soltera. Necesitabas quererte un poquito más a ti misma. Y como dijo Lola, apreciar y retomar tu vida de antes de César.

    Lola te devolvió a la realidad cuando puso el plato de huevo frente a ti y te quitó a tu gata de tus brazos, cargándola un momento y susurrandole “Tu comida está en el suelo, se que te preocupa tu dueña pero tienes que dejarla comer” como si le hablara a un bebé. Reíste. Esperaste a que dejara a la obediente Bonita en el suelo y se lavara las manos para sentarse y desayunar juntas. Era consciente de tu dolor de cabeza y de su fuerte tono de voz, así que decidió no ser en ningún momento la que forzara el inicio de una conversión. Lo agradeciste enormemente: de momento solo querías comer tu desayuno y beber tu café para volver a tirarte en cama un rato con tus dos mejores amigas antes de sentirte con energía suficiente para empezar tu día. Por fortuna, era sábado y ni tú ni Lola trabajaban ni tenían pendientes. La noche de chicas pasaría a convertirse en casi todo otro día de chicas. Eras afortunada.

    “Sé fue César y, por un momento, creí que con él se había ido mi vida, pero no” pensabas, empezando a poner en regla tu cabeza y tú corazón mientras disfrutabas del silencio, apenas interrumpido por el sonido de los tenedores chocando por un segundo contra los platos, y por el sonido de tu gata masticando sus croquetas o bebiendo agua de su tazón. Tu vida estaba llena de cosas buenas y un rompimiento amoroso nada te había arrebatado.

    —Gracias por el almuerzo, Lola.

    —Cuando quieras, Mara.

    —Déjame lavar los platos.

    —Noooooo. Lo que quiero es que te des una ducha.

    —…No quiero.

    —Te hará bien. Y luego podemos hacernos bolita con tu gata en tu cama y ver Netflix.

    —…¿Podemos ver lo que yo quiera?

    —Por supuesto que sí, cielo.

    —Bueno, trataré de no tardarme.

    —No iré a ninguna parte.

    Fuiste a ducharte. Tenías calor y era verdad que el agua te caería de maravilla. Además toda tú te sentías como si oliveras a alcohol: en el momento en que vertiste tu shampoo en tus manos te llegó el olor a rosas y empezaste a sentirte mucho más relajada. Si no habías querido ducharte era necedad, terquedad de querer volver a la cama lo más rápido posible. Saliste, te pusiste una pijama limpia y te tiraste en tu cama, gritándoles a Lola y a Bonita.

    —Dejo a la bebé Mara sola diez minutos y llora como si hubieran sido diez horas— dijo Lola, entrando a la habitación con Bonita en brazos, acostándose en la cama junto a ti.

    Bonita te maulló y arañó levemente tu brazo al verte acostada boca abajo, obligándote a colocarte sobre tu espalda, y dejándola acomodarse sobre tu vientre. Lola la acaricio y le susurró “Gata malcriada” antes de reírse junto contigo. Alcanzaste el control remoto de tu buró y empezaste a buscar tu película animada favorita, que ya habías hecho a Lola ver y logrado que le gustara casi tanto como a ti. Ver esa película era como estar en tu lugar feliz.

    Estar así de cómoda en tu cama, con tu mejor amiga y con tu gata, despreocupada de todo, era realmente tu lugar feliz.

     
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