One-shot Fuego [All Stars Arena]

—¡Stroza!

Manigoldo se cubrió el rostro mientras miles de ladrillos caían sobre él, levantando una densa cortina de polvo a su alrededor. Ese último movimiento le había rasgado la capa y abierto una fea herida a la altura del pecho, cerca del pectoral izquierdo. La sangre brotaba y surcaba el relieve de su armadura dorada. Pronto un pequeño charco carmesí comenzaba a formarse debajo de sus pies. A su pesar, el italiano sonrió; la eterna luz burlona de sus ojos brillaba más que nunca.

—¡Buen movimiento, chica! ¡Esa espada tuya sí que es un problema! Tendré que arrancarte la muñeca de cuajo...

Sabía que no lograría nada con sus palabras. Su retadora, Asuna, había demostrado una gran valía y voluntad, por sobre todo mucha actitud. Era el tipo de contrincante que no titubeaba por palabras hirientes o risas socarronas. Por algo había llegado a la final de aquel torneo de locos. Guerreros y amazonas de todas las dimensiones; el mismo Manigoldo se enfrentó a niñas con bates de béisbol que golpeaban más fuerte que un Dios y a esqueletos con poderes tan abrumadores que no eran para tomar a la ligera... y ahora Asuna, que le estaba dando la pelea de su vida.

—Sé que estás por ahí, en alguna parte...

La cortina de polvo se había transformado en una niebla naranja que le impedía ver más allá. La mujer no poseía cosmo energía por lo que era imposible de localizar. El santo de Cáncer cerró los ojos e intentó sentir la presencia de su enemigo; su instinto depredador se activó y sus sentidos se despertaron. Estaba por allí, en algún lugar a su derecha, preparando su próximo ataque. Manigoldo abrió los ojos y lanzó una risa horripilante, su sonido era hueco y erizaba la piel.

—¡Te encontré!

Su cuerpo metálico comenzó a brillar, la resonancia de su armadura empezó justo cuando el italiano empezó a reunir una cantidad exuberante de cosmos, de algún modo intentando darle aviso a su portador. Su cuerpo estaba fatigado y su rostro manchado de sangre y polvo.

—¡Zitto e dammi più energia!

Era tanta la cantidad de energía que pequeños rayos de electricidad salían disparados sin poder contenerse; los rayos dejaban un agujero humeante ahí donde golpeaban, incluso algunos rebotaban y volvían hacia él, dañando su rodilla, amenazando que el caballero pierda la estabilidad. Movió el brazo izquierdo y abrió los dedos, generando una seguidilla de rayos que brotaban disparados sin control alguno; uno le dañó la ceja derecha y otro le abrió la mejilla como si fuera una navaja de afeitar. Su cuerpo estaba al límite, sería el último golpe. Se acuclilló, tomando envión y saltó con todas sus fuerzas; su capa hecha jirones se desprendió y quemó por el aura que rodeaba a Manigoldo.

Asuna sintió la energía, era tanta que casi se podía palpar en el aire. Preparó su espada y separó sus piernas a lo ancho de sus hombros. No sabía qué treta podía estar preparando aquél ser despreciable, pero ella estaría esperándolo...

... fue tan rápido como surgió entre la niebla que Asuna apenas tuvo tiempo para sorprenderse y lo siguiente fue en cámara lenta. La sonrisa eterna en el rostro sanguinolento de su contrincante; los ojos abiertos de par en par como disfrutando el momento y el dedo índice apuntando a su frente. El aura eléctrico que traía consigo era tan fuerte que Asuna sintió como sus dientes se apretaban automáticamente y sus ojos eran lastimados por el brillo de la armadura dorada; ella también sentía la vibración aunque desconocía el por qué.

El dedo índice de Manigoldo tocó la frente de Asuna, fue una leve caricia, la yema húmeda y pegajosa por la sangre.

—¡Atrapada!

Desaparecieron en una gigantesca esfera de llamaradas, entre explosiones que se sucedían a medida que el coliseo del torneo desaparecía y ardía.

Asuna rodó por la arena y su espalda chocó contra una columna que frenó que siguiera avanzando hasta el vacío. Estaba casi desnuda, su ropa se había evaporizado y tuvo suerte de no perder el cabello. Su espada también había perdido, pero porque llegó a clavarla en el pecho de Manigoldo justo antes de la explosión.

Tosió sangre y se reincorporó lentamente, con las rodillas temblando. Casi pierde el equilibrio y cerró sus ojos para evitar marearse. En el aire se olía azufre y ceniza, nada más.

Encontró su espada clavada en la arena, justo al lado de la armadura de Manigoldo. La misma tenía forma de cangrejo y levitaba sobre la arena, totalmente resquebrajada. Su portador no se encontraba por ninguna parte pero ella entendió qué había sucedido. Ganó el final del torneo y era cuestión de tiempo para volver a su realidad.