Ojos Ajenos

Tema en 'Relatos' iniciado por hana kotoba, 25 Julio 2010.

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    hana kotoba

    hana kotoba Iniciado

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    Ojos Ajenos
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    Ojos Ajenos

    Las botas de sus perseguidores sonaban
    y resonaban sobre las hojas secas.
    Las omnipotentes zancadas
    se acercaban a un ritmo
    enloquecido y enloquecedor.
    Persecuta – Mario Benedetti
    (fragmento)


    Golpetean contra el suelo de la bañera frías gotas de agua del grifo dañado. Desvestida, Noah no logra alcanzar hasta el toallero. Distingue en el intruso una cara conocida. No puede gritar, no puede moverse ni un poco. Lo toca: sus manos delinean su cara. Noah se queda tiesa: hay tanto implícito en el aire que es inútil. Cierra los ojos, entonces. Mueve los labios mientras las yemas de sus dedos recorren sus mejillas: “Lo siento”.

    Noah entra en el baño de paredes blancas y se desviste cuidadosamente. Las prendas caen con soltura en el piso húmedo, dejando en cada paso de Noah una pista de ropa tirada. Mira su reflejo en el gran espejo del baño. Con sus manos recién arregladas sostiene sus senos; los aprieta y juguetea con ellos un buen rato. El seno izquierdo es ligeramente más grande que el derecho, y eso le causa una irritación particular. Sigue tocándolos y observándolos en el espejo, esperando que el defecto se arregle por obra divina. Sus manos sueltan los senos y se colocan en la cintura. Cuando Noah se veía así, desnuda, ante ese gran baño, no podía evitar sonreír vanidosamente y posarle a la nada. Suelta su cabello azabache. El pelo despeinado nunca se había visto mejor en ella. Desnuda, cualquier peinado le quedaba espectacular.

    Noah me lo había comentado días antes de la graduación: decía que ella siempre actuaba como si la estuviesen grabando. Yo, por supuesto, me había dado cuenta de ese detalle hacía un rato para cuando me lo dijo, por que era imposible no captar que cada gesto, cada mirada y cada pose estaban milimétricamente calculadas. Sonreía igual siempre y pocas veces descuidaba su cara. Se sentía orgullosa por su grandiosa actuación; que si fuese por ella, por ella que la contrataban en cualquier cadena televisiva. Yo no estuve nunca tan segura de eso, porque en mis ojos la imagen de Noah era totalmente transparente.

    El espejo del baño no era lo único grande de esa casa. Las salas, el comedor, la cocina: todo era tan espacioso que fácilmente cabrían dos familias ahí. Pero, al contrario, toda esa majestuosidad era solamente de Noah, y ella nunca estuvo dispuesta a dejarla ni a repartirla con nadie. A mí me la mostró personalmente unas cuanta veces cuando nos veíamos. El jardín de Noah era hermoso: estaba inundado de flores silvestres que crecían en el sendero que comunicaba la urbanización con el resto de la metrópolis. Allí, en el jardín, había un valla rota por la cual pasaban toda la flora del sendero. Ella nunca quiso repararla, nunca fue un problema; nadie lo sabía además de nosotras dos.

    Noah se separa del espejo después de haber toqueteado todo su cuerpo. Toma una toalla del estante y la coloca en el toallero al lado de la bañera. Abre el grifo. El agua tibia fluye por toda la bañera formando un comodísimo baño de María. Vanidosa hasta en la ducha, Noah realiza un paso extravagante para entrar con elegancia. En su intento, resbala por la humedad del suelo y la sostiene con dificultad el toallero. Se levanta avergonzada y entra rápidamente en la bañera sólo para poder ocultar su rostro.

    “¿Y no has pensado que esos ojos que te miran existen únicamente en tu imaginación, Noah?”, le pregunté una vez. “¿Y qué si es así? No va a cambiar nada. Mi imaginación también lo merece”, respondía ella con poco desdén y luego me sonreía; “¿Por qué lo preguntás, nena? ¿Celosa, acaso?”. La sonrisa desaparecía de mi rostro. Nunca pude responderle esas preguntas a Noah; eran navajas de doble filo, ella sólo quería cortarme por ambos lados y luego echarse a reír. Sabía que me iba a molestar, pero no le importaba, porque yo iba a volver. Siempre lo dijo. Siempre lo hice.
    El día de la graduación ambas estábamos sentadas en el centro de todos los graduados. Noah no lloraba, pero me tomó la mano y me hizo la típica promesa: me dijo que siempre estaríamos juntas. Ella sabía lo que significaba para mí, Noah sabía quién era ella en mi vida. Ella lo sabía, y sin embargo me hizo una promesa tan egoísta como esa. “Pero tienes que dejar de verlos”, le pedí. “Sí, sí, nena. Calmate un poco. Te lo prometo”.

    El intruso se abre camino entre la maleza. Recoge algunas flores del jardín porque confía en su noción del tiempo. Sube las escaleras de mármol y en cada estantería, coloca un flor distinta. Agarra varios retratos de Noah esparcidos en las bibliotecas. Le pasa el dedo con destreza y levanta el polvo. Noah hunde la cabeza en el baño de María. Saca las uñas recién pintadas y descubre un pequeño defecto en la uña del menique izquierdo. Molesta, se levanta de la bañera. Piensa en ir inmediatamente a la peluquería y reclamar. Esa uña estaba horrible.

    Noah nunca fue fácil de complacer. Siempre quiso lo mejor, lo más fino, lo más puro. Pasaba horas y horas sentada en los bancos del centro comercial quejándose abiertamente de los servicios. Era indignante para ella que todo fuera tan “vulgar”. Visitaba todas las tiendas y se estresaba como loca. Me agarraba por el brazo y me pedía que la sacara de allí. Me guiñaba un ojo o buscaba cualquier forma de hacerme acceder. Íbamos a otro y pasaba lo mismo. Noah no se cansó de todo hasta que aprendí a coser. Me llamaba mucho, a cada rato, me preguntaba inocente si tenía algo que hacer. Soltaba una risita. Decía algo cursi. A la semana siguiente, ya le tenía todo listo.

    “Promételo”, grité. Noah me miró y tomó mis manos; las besó. “Nena...”, susurró; “Nena, siempre estaremos juntas”. Y le creí, le creí con cada lágrima desesperada que derramaba. Porque ella podía hacerme una idiota y me mantenía con la esperanza necesaria para luego volver. Podía zarandearse en mi cama y luego irse, y yo quedaría perpleja esperándola. Como si esos labios que besaban mis manos fueran míos, como si Noah perteneciera a un todo que estaba en mí, que si me separaba de eso perdería un órgano de mi cuerpo, por Noah. Entonces lloré porque era lo único que podía hacer, lloré y su boca tocaba mis manos, y lloré más cada vez que se las pasaba por la cara. Le creí a la cara siempre perfecta, a las manos de manicura, a la sonrisa fingida. Noah tenía mi todo.
    Entra en el vestidor y saca la bata de bañarse. Entretanto, el intruso pasa desapercibido por la habitación. Noah posa con su bata de baño. Masajea sus piernas mientras las cubre con alguna crema de su colección. Porque tiene que ser bella a cada momento. El intruso la observa desde la cortina de la bañera. Noah ríe sola y se echa perfume, dando saltos alrededor del gran baño. Mientras danza, la inunda una sensación conocida: alguien la está mirando.

    Noah estaba acostada en la cama, totalmente desnuda. Se veía impecablemente hermosa: esa piel tan blanca y ese cabello con ese negro tan profundo, ese todo tan ella. Me acomodé a su lado y agarré dos mechones delgados de su pelo entre mis dedos. Noah era así, siempre. En ese momento, cuando la vi a mi lado, la sentí tan mía que olvidé todo. Quise tomarla con mis manos y besarla hasta que perdiera todo el aliento. Pero entonces separó los labios sin abrir los ojos y dijo: “Por lo menos vos lo hacés mejor que Vicente”. En frente de mí. Sabiéndolo todo. Solté su cabello y le di la espalda. “¿Y vos qué, bella? ¿Ahora te vas a encabronar? ¿De nuevo?”, me dijo. Me aparté de la cama y fui recogiendo mi ropa. “Ya qué. Vas a volver. Dejá de ser tan dramática”, repitió, con esas agallas suyas. “Me prometiste que no lo harías”, le dije. “Pero lo hice. Punto. ¿Te vas, entonces? ¿Te vas? Bien, por mí andate a la mierda y no vuelvas. Andate. Estoy harta de tu drama”. Volteé: “Sí que voy a volver, Noah, júralo que voy a volver”. Salí de allí corriendo. Noah estaba muy tranquila.

    El intruso batea la cortina y Noah gira asustada. El piso húmedo de nuevo falla en sostenerla y cae al borde de la tina, donde la esperan esos ojos ajenos.

    Golpetean contra el suelo de la bañera espesas gotas de sangre. Al parecer lo del grifo ya se solucionó.

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    Buenas buenas, de nuevo densa y eso.

    Salió intentado reescribir Entelada, una cosa que desearía nunca haber publicado. Alguien me dijo que éste estaba "bien", así que me llené de valor y lo publiqué. Hay un párrafo que no deben leer los diabeticos, de lo cursi cursi. Pero bueno, así es.

    ¿Advertencia? Bueno, frases cortísimas, suspenso barato.

    Douzo.
    Leila.
     
  2.  
    Arjim

    Arjim Iniciado

    Tauro
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    Escritor
    Re: Ojos Ajenos

    Me gustó mucho. Fue muy ameno y mantuvo mi interés hasta el desenlace aunque algunas descripciones jugaban en contra. Fue interesante que manejases dos narradores. Creo que Noah se robó el show, más allá del argumento, lo que uno recuerda al final es la percepción nítida de la protagonista. Me va a gustar volver a leerte.
     

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