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  1.  
    kaome2010

    kaome2010 Guest

    Re: El adios

    hay no kagome se murio ese bobo de sesshoumaru no pudo hacer nada aunque todo sea culpa de inuyasha por tratar de salvar a kikio y no a kagome, que feo que inuyasha alla decidido irse con kikio no que feo este no es mi ideal de un final feliz pero bueno buaaaaaaa espero que le sigas y no te tardes haber que sigue ( ToT ) me despido chau cuidate besos
     
  2.  
    Vanii

    Vanii Guest

    Re: El adios

    hoas !!

    esta recontra bella tu historia
    la detallas muy bien y eso me gusta
    ademas que le pones emosion asi que quiero
    conti :D
    continuala bella que esta recontra bonita

    adios !!
     
  3.  
    LucyDei

    LucyDei Usuario popular

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    hola!!, que bueno que les haya gustado, pero debo mencionar una vez mas que la historia no es mia asi que el credito es de Elena chan n.n que me dio su permiso para publicar su historia aqui en Cemzoo. Asi que muy pronto pondre la siguiente continuacion

    Si siguen posteando, seguire el fic, n.n chao...
     
  4.  
    Pami

    Pami Guest

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    Re: El adios

    No es tu fic y pides post, umh... interesante.
    Está prohibido pedir post, una gran cantidad de post no indica que el fic sea bueno o no.
     
  5.  
    LucyDei

    LucyDei Usuario popular

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    Re: El adios

    Aqui les dejo el siguiente capitulo del fic de elena chN.. DISFRUENLO...



    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.
    Capítulo 12
    “ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan​

    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Por fin había conseguido que se calmara. Llevaba horas, desde que habían entrado a la casa de la chica, abrazándola y cobijándola. Intentando plasmar en su gesto todo su cariño y su apoyo a esa muchacha sin consuelo. Pero parecía que nada iba a funcionar, hasta ahora, cuando el llanto había cesado, dejándose oír nada más que algún que otro hipo producido por tanto lamento.

    “Estás ya mejor?” preguntó el muchacho preocupado, sin dejar de acariciar los sedosos cabellos de la joven.
    “Sí, gracias” contestó ella separándose ligeramente, avergonzada por su falta de control, con un ligero rubor esparcido por las mejillas. Así se quedaron, en ese silencio incómodo, cada uno sentados en una esquina diferente del sofá de piel que estaba en medio del salón, mirando a algún punto al otro lado de la pared, sin saber qué hacer o qué decir.

    De pronto el reloj de la salita marcó la hora en punto, lo que despertó a Hojo de su ensoñación, dándose cuenta que había pasado más tiempo del que esperaba, y sus deberes en su casa empezaban a reclamar su atención.
    “Higurashi, tengo que marcharme ahora. Estás segura que estarás bien?” preguntó mirándola de reojo.
    Ella dibujó en su rostro la mayor sonrisa agradecida y despreocupada que pudo. “Sí, no te inquietes, vete tranquilo.”

    “Si quieres puedo llamar a mi casa y quedarme hasta que vuelva tu familia”
    “No hace falta, de verdad. No tardarán mucho más en volver pero gracias de todos modos.” mintió. Y así ambos se levantaron y se dirigieron a la puerta. Pero, antes de salir, el muchacho se dio la vuelta encontrándose, nuevamente, con los enormes ojos marrones de ella.
    “Por cierto, te traje esto, con ellas puedes hacer un te muy bueno para casi cualquier tipo de enfermedad” y le tendió la bolsa de hierbas que aún tenía bien asida en su mano.

    “Esto… gracias” tomando la bolsa de sus manos y sin saber realmente qué decir. Sus miradas se encontraron repentinamente, el aire que los rodeaba cambió y la situación en la que se encontraban pasó a ser, de alguna forma, un tanto íntima. Así fue como ocurrió que Hojo, sin haberlo planeado en momento alguno, se agachó acariciando la punta de la nariz de Kagome con la suya y pidiendo, silenciosamente, casi rogando con la mirada el permiso que buscaba para unir sus labios.

    La muchacha tuvo un momento de incertidumbre, pero si quería olvidar a Inuyasha el chico delante de ella era siempre la mejor opción. Un chico guapo, inteligente, que siempre se había preocupado por ella… así que fue la joven misma la que alcanzó los labios del muchacho, despidiéndose con un tímido beso. Rozando con su boca la de él, mínimamente, en una caricia íntima y muy tierna.
    Cuando se separaron para respirar, una cara de felicidad fue la que se encontró Kagome en el rostro de Hojo, y él pudo decir que la había visto sonreír.

    “Hasta pronto… Kagome” dijo él, y sin esperar respuesta alguna se dio la vuelta y emprendió el camino hacia su casa. Kagome vio como desaparecía escaleras abajo, se llevó una mano hasta los labios, aún sintiendo ese suave roce de instantes antes.
    Cerró la puerta tranquilamente y, con la mente llena de ideas y pensamientos, apagó todas las luces, quedándose escondida en la penumbra de su habitación, arrodillada en el suelo con la espalda apoyada en la puerta. Sus brazos alrededor de sus rodillas y su cabeza entre ellas. Y así… en esta incómoda posición… se durmió hasta el siguiente día.

    XXXXX​
    Inuyasha llegó hasta donde estaban sus amigos muchas horas después. Aunque se había prometido no volver a molestar a Kagome, no pudo evitar hacerlo. Se había pasado horas y horas en el Sengoku, subido a la rama de algún árbol, con la vista fija en el pozo, deseando de corazón que la muchacha volviera, aunque su razón le decía que eso no iba a pasar.
    Convencido de que si volvía a echar un vistazo era solo por el bienestar de ella, volvió a deslizarse por la estructura, llegando casi al instante a la época futura. De un salto salió a la superficie y abrió, sin hacer ningún ruido, las puertas que daban acceso al exterior. Se acercó hasta la gran casa y se coló por la ventana abierta del cuarto de ella intentando hacer el menor ruido posible.

    Sorprendido de no encontrarla en la cama como todas las noches que ella pasaba en su época, se deslizó hacia el pasillo, bajando lentamente las escaleras que daban acceso al piso de abajo, sorprendido de encontrar tanta luz a estas horas y una amena conversación entre los presentes.
    Sus sentidos no le fallaban. Había detectado el sabroso aroma de Kagome desde que entró a su habitación, pero el olor masculino recién lo captaba, no pudiendo evitar que un ligero gruñido como muestra de posesión escapara de su garganta, pero lo suficientemente bajo para no ser descubierto.
    Vio que ambas figuras se levantaban y se dirigían hacia la salida, para alivio del hanyou, que los observaba escondido. Pero su corazón se detuvo cuando vio que, aunque fue el chico quien se inclinó sobre ella, fue la propia Kagome la que alcanzó los labios de Hojo, rindiéndose ambos a un, aunque no apasionado, pero si dulce y cariñoso beso.
    No pudo aguantarlo más. Salió por el mismo lugar por el que había venido evitando hacer cualquier tipo de ruido que delatara su presencia, y se escabulló por ese pozo que lo llevaría a su mundo, con el corazón completamente destrozado.

    Y así es como lo vieron llegar Sango, Shippo, Miroku, Kirara y Kykio. Él no dijo nada a nadie, apenas saludó. Solo los miró ligeramente, advirtiendo que había regresado, y se subió nuevamente al árbol más alto de la zona, viendo, desde allí, como sus compañeros iban cayendo, uno a uno, en los brazos de Morfeo. Kykio fue la última en caer rendida, al fin y al cabo su cuerpo de barro y huesos no le daba muchos problemas, pero ya que no tenía nada mejor que hacer, cerró los ojos dispuesta a descansar.
    Inuyasha la observó durante todo este tiempo. Vistiéndola con diferentes ropas. Dibujando rizos en su pelo, cortándolo ligeramente, dándole color a sus mejillas…
    Ella no era Kagome. Jamás sería Kagome.

    Suspiró.
    Su vista viajó hasta la luna, cansado de tantas situaciones dolorosas, de tantos sentimientos. “De verdad espero que seas muy feliz” dijo tristemente, frase que no pasó desapercibida, pues la miko seguía completamente despierta aunque con los ojos cerrados y su cuerpo reposando sobre la hierba.
    A Inuyasha eso no le importó. Que le oyeran o no… ya no era importante. Kagome se había ido, quizá para siempre… y el tenía una promesa que cumplir. Había prometido su vida, su existencia, a la mujer que antes ocupaba su corazón. O lo seguía ocupando ahora? Esa duda embargaba su alma, aunque sus ideas poco a poco se iban haciendo más claras. Pero… ya daba igual lo que él sintiera o dejara de sentir, porque una parte de su corazón seguía con la miko que ahora los acompañaba,… no?
    Con estos pensamientos y la vista puesta en la luna, se quedó dormido hasta la mañana siguiente.
    XXXXX​
    Koga detuvo sus pasos a una distancia prudencial. Después de tanto esfuerzo, de tanto andar y andar, con unas heridas sangrantes en sus piernas, su cuerpo amoratado, dañado, cansado… había llegado.
    Todos los pelos de su cuerpo se le pusieron de punta al ver la tremenda escena que se estaba llevando a cabo delante de sus ojos.
    Kagome, su mujer, yacía muerta en los brazos de una de las personas que siempre la acompañaba mientras que el sucio chucho estaba situado, sin defenderse… mas bien, sin intentar defenderse, delante de una mujer que olía, básicamente, a cadáver. Era muy parecida a la joven, pero ya desde la distancia se veía claramente como sus ojos, su piel… toda ella tenía un ligero tono de palidez, sin… sin vida.
    Sus compañeros se detuvieron apenas unos pasos detrás de él, boquiabiertos también por las circunstancias con las que se encontraron. Inuyasha… estaba dejando que le mataran?
    Koga olfateó nuevamente el aire, descubriendo el aroma de su rival envolviendo alrededor de Kagome. Eso le enervó. Primero no había conseguido protegerla, y después había estado alrededor de su cuerpo lo suficiente como para dejar su aroma en ella…

    “Gggrrrrr” empezó a gruñir, escapando el aire entre sus gruñidos. Pero qué se habrá creído el chucho este? Kagome era suya! SUYA!

    XXXXXX​
    Inuyasha miraba seriamente en la profundidad de los ojos marrones de Kykio, esperando para su inminente final. Deseándolo, ansiándolo… Jamás se perdonaría haber fallado a la única persona que hacía que su corazón latiera cada mañana. La única que supo ver lo bueno de él. La única que siempre lo había aceptado tal cual era, y por lo mismo lo había querido. La única que no se asustaba de sus otras formas, que lo retaba, que lo complementaba, que lo llenaba, que le hacía sentir inmensidad de cosas dentro de su dañado corazón…
    Y en esos pocos segundos de vida recordó. Desde aquella vez… ella había vuelto pocas veces al Sengoku. Muy pocas. Y no había querido siquiera dirigirle la vista a él.

    Llegaba, se sentaba en la cabaña de Sango y Miroku, que finalmente habían contraído nupcias. Hablaban y hablaban. Y ella nunca preguntaba por él. Inuyasha siempre estaba sobre el techo, con sus sentidos puestos alerta, escuchando toda la conversación que se llevaba dentro de la vivienda.
    Y ella nunca preguntó por él.
    Pasadas unas horas la veía partir, acompañada por Sango y el pequeño kitsune. Ambos iban con ella hasta el pozo, en donde se perdía de su vista por otras tantas semanas.
    Siempre siguió su delgada figura con sus expresivos ojos dorados. Siempre.
    Y Kagome sabía que él estaba allí. Su corazón, su cuerpo… todos sus sentidos le decían que él la seguía. Que la acariciaba con la mirada. Que vigilaba todos sus movimientos…

    Y muchas veces estuvo tentada de darse la vuelta, de encararle, de decirle que todo estaba bien. Quería volver con él… Dios! Cómo lo deseaba…
    Hojo se había vuelto una parte muy importante de su vida, convirtiéndose incluso en su pareja. Y ella sabía que Inuyasha lo sabía. Le había visto algunas veces escondido por entre los matorrales que circundaban su casa. Le había visto por el rabillo del ojo cuando se despedía de su, ahora novio, con un tierno beso en los labios.
    Pero Inuyasha no comprendía. Él no podía saber que, durante todos esos besos, ella añoraba sentir sus labios resecos posados sobre los suyos propios. Deseaba con su lengua recorrer los recovecos del hanyou, cruzarse con sus colmillos y sonreír entre besos. Quería que fuera él quien le aportara esas pequeñas caricias que Hojo le daba.

    Por eso es que no podía seguir más adelante en su relación de pareja. Sabía que Hojo buscaba más, pedía más de ella… pero Kagome simplemente no podía engañar lo suficiente a su corazón como para entregarse a aquel que su cuerpo no clamaba.
    Y así, pasaron varios meses. Separados, queriéndose, añorándose… Odiando el hecho de no poder estar juntos. Pero esto iba más allá de ellos.
    Hasta aquél fatídico día. Ese mismo día que Inuyasha sentía se había vuelto su propio infierno. Las últimas pistas de Naraku. Quiso el cielo que Kagome viniera de visita y fue así como pudo acompañarlos.

    Ella… tan guapa, tan hermosa… La sentía tan lejos… Apenas los separaban un par de metros, pero ellos se sentían como a años luz el uno del otro.
    Y esa flecha que no llegó a tiempo. Ese ataque que no previó. Parte del cuerpo de Naraku atravesando su hermoso ser. Su despedida…
    Le dolía, no quería recordarlo, no quería…

    Ka…Kagome?” intentó preguntar. Esto tenía que ser una pesadilla. Una terrible pesadillas. “I…Inu…uhh” se quejó la muchacha. El dolor recorriendo su cuerpo. Cada vez perdía más sensibilidad en sus brazos y piernas. Alzó una mano, con mucho trabajo, para acariciar su rostro, observando esos dorados ojos por última vez.

    “Schhh…No hace falta que hables. Tranquila, te vas a poner bien. Ya verás como te vas a poner bien” rogaba el hanyou, más convenciéndose a él mismo que a ella. Ambos sabían el final.
    “Inu…yasha” comenzó la muchacha en sus últimos suspiros. Cada vez se le hacía más difícil respirar. Su mano acariciando la mejilla del chico. “Yo…” gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de ella.
    “No…no lo hagas” rogaba él. Ella se estaba despidiendo. Y el olor a muerte que la estaba rodeando no conseguía amenizar la situación. “Te vas a poner bien, ya verás como sí” decía el medio demonio, meciéndola entre sus brazos. En ese momento era ajeno de todas las miradas, Naraku olvidado, para él su mundo era solo ella.

    “Es…cucha. Aún” Tragó. Las palabras se le acumulaban y no quería marcharse sin decírselo. “Aun a pesar de todo…yo…te…te quie…” y dio su último suspiro.

    Dejó que una última lágrima escapara por su rostro, sin limpiarla. Con ella dejaba escapar sus penas por última vez.
    Lo quería. Sí, deseaba morir. Porque Kagome era su vida, su aire, su palpitar…


    Tan concentrado estaba, que no se dio cuenta de nada hasta que sintió como el puño se estrellaba contra su mejilla, lanzándolo a una distancia prudencial, marcando esa parte de su carne con un color rojo bermellón…
    “Pero qué…?” preguntó cuando pudo despertar del trance en el que había caído por el golpe.
    Alzó su cuerpo apoyando una de sus garras en el suelo, y allí, ante él… más rabioso de lo que lo había visto nunca, estaba Koga. Ese lobo apestoso que proclamaba a Kagome como su mujer…
    Siempre. Siempre saltaba ante la aparición de ese miserable ser que quería apartar a la chica de su lado.
    “Koga…”

    Pero no esta vez. No pelearía esta vez. No pensaba defenderse esta vez.
    Koga lo atacó. Lo golpeó una y otra vez por todo el cuerpo. “Defiéndete maldita sea!” le gritó incluso. Pero él no podía, porque se merecía todos y cada uno de esos golpes por no haberla protegido.
    Puñetazo en el hombro izquierdo, y se volvió a dejar caer. Se levantó. Rodillazo en el abdomen. Y volvió a levantarse. Cabezazo. Volvió a levantarse.
    XXXXX​
    “Tenemos que detenerlos. Le va a matar!” gritaba Sango agarrada, casi colgando, de la manga de un Miroku que miraba la escena tremendamente serio.
    “No Sango, esta no es nuestra pelea” sentenció él, sin apartar la vista de los dos demonios.
    “Pero…” intentó razonar ella.
    “Sango” llamó el kitsune desde su hombro. Ella le miró con los ojos vidriosos. “No te preocupes, él estará bien” y volvieron a poner su vista en la trifulca.

    XXXXX​
    Kykio estaba, como poco, sorprendida. En un momento estaba con flecha y arco en la mano, dispuesta a volver a sellar al demonio nuevamente… al siguiente momento se encontraba apuntando al aire, viendo como ambos seres sobrenaturales se zurraban sin parar.
    Bueno, más bien el lobo pegaba. Inuyasha no estaba haciendo nada para defenderse. Acaso sentía que se merecía… esos golpes? Después de todo, él no había tenido la culpa de que esa chiquilla hubiera muerto.

    XXXXX​
    Así estuvieron por más de diez minutos, hasta que el cansancio le superó, y Koga tuvo que detenerse. Las heridas en las piernas volvían a sangrar, y pronto sus compañeros acudieron a su ayuda.
    “Por qué?” dijo de pronto, cuando el aire se hubo calmado ligeramente.
    “Por qué qué Koga?” preguntó el hanyou.
    “Por qué la dejaste morir?” preguntó clavando sus profundos ojos azules en los dorados que le miraban, tristes.
    “Yo… yo…” pero, qué podía decir? “No quería…” los sentimientos volviendo a agolparse en su garganta.

    “Chucho asqueroso! Ella era mi mujer! Tú debías protegerla!” gritó el lobezno rojo de rabia, en un ataque de ira y desesperación.
    “ELLA NO ERA TU MUJER!” no pudo evitar que las palabras escapasen de su boca. “Ella no te quería Koga. Ella me quería a mí. Y yo la quería a ella! Maldita sea!” dijo golpeando con su puño herido el trozo de tierra que se encontraba más a su alcance, haciendo que algunos guijarros saltaran lejos. “Yo la quería…” su tono de voz había disminuido tan notablemente que solo dos personas entre los allí presentes le escucharon. Uno de ellos era el demonio lobo.

    Algunos minutos después se levantó pesadamente. Hakkaku le ayudó a izarse del suelo. Apoyado en sus camaradas, pidió que le acercaran al cuerpo inerte de la chica, que aún estaba cobijado por los brazos del monje.
    Cuando se acercó a ella, observó la comisura de sus labios, sus párpados cerrados para siempre, sus largas pestañas, el pelo ensortijado alrededor de su hermoso rostro, salpicaduras de sangre sucia…
    Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. Había sido una lección difícil. Y sabía que jamás podría olvidar a esa mujer tan diferente a las otras. Y sin pronunciar una palabra más, se fueron alejando paso a paso. Olvidando, dejando atrás todo recuerdo. Pero antes… Koga dio una última mirada al grupo, cuando ya estaban a punto de desaparecer entre los árboles. Su vista se posó en un muchacho de orejas de perro, que seguía tirado en el piso, sus garras tapando su rostro.

    No hacía falta verlo. Por el olor a agua salina que provenía de él sabía que estaba llorando. “Adiós” susurró al aire, y con sus propias lágrimas inundándole los ojos, se fue de allí.
    Para siempre.



    Listo... hasta pronto, solo me conecte para subir el capitulo, en este momento voy a salir.... sayonara
     
  6.  
    *ROGOVAS*

    *ROGOVAS* Iniciado

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    Re: El adios

    HOLA ME A ENCANTADO EL CONTY POBRE INUYASHA POR QUE DEJO QUE LE PEGARA KOUGA A SIDO UN CAPITULO MUY TRISTE ESPERO QUE LA COSA MEJORE CONTY PRONTO!!!
    BESOS
     
  7.  
    LucyDei

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    El adios
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    Re: El adios

    Aqui va el Capitulo n.n Disfrutenlo...

    Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. Había sido una lección difícil. Y sabía que jamás podría olvidar a esa mujer tan diferente a las otras. Y sin pronunciar una palabra más, se fueron alejando paso a paso. Olvidando, dejando atrás todo recuerdo. Pero antes… Koga dio una última mirada al grupo, cuando ya estaban a punto de desaparecer entre los árboles. Su vista se posó en un muchacho de orejas de perro, que seguía tirado en el piso, sus garras tapando su rostro.
    No hacía falta verlo. Por el olor a agua salina que provenía de él sabía que estaba llorando. “Adiós” susurró al aire, y con sus propias lágrimas inundándole los ojos, se fue de allí.
    Para siempre.

    El adiós Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.
    Capítulo 13
    ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan


    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Kykio no se había perdido detalle alguno de toda la conversación que tuvieron ambos seres. Fue grande su sorpresa cuando Koga apareció ante ellos. Ninguno de los acompañantes de Inuyasha, ni siquiera ella, había sido capaz de moverse o hacer algo por el pobre medio demonio apabullado. Y más sorprendente aún fue la despedida de Koga. El sentimiento que pudo apreciarse en sus palabras. El dolor que desprendía su mirada. El amargo sabor que dejó atrás su presencia.
    Inuyasha volvió a levantarse, tras unos minutos escondiendo sus penas. Había aceptado la situación. Había aceptado perder… Todo su orgullo se había esfumado en el momento en el que la joven que aún permanecía entre los brazos de Miroku se había alejado de su lado. Por y para siempre.

    Por eso es que ya no le importaba vivir. Su cometido estaba hecho. Había destruido a ese personaje perseguido por todos ellos durante varios años. Tampoco se arrepentía. En parte, Naraku los había unido. Había descubierto que no importaba como fueras, o cuáles fueran tus orígenes. Siempre podías encontrar personas que te quisieran por lo que eres. Y se sentía orgulloso de decir que tenía amigos. Verdaderos amigos. Personas a los que había cogido verdadero cariño y que le habían acompañado experimentando, junto a él, una y mil aventuras en la época del Sengoku.

    Su vista volvió unos instantes a la joven. De entre todas las cosas, se sentía terriblemente orgulloso de Kagome. La muchacha tenía un corazón enorme. Y había tenido la mala suerte de toparse con un medio demonio como él que no le había causado más que penas y dolor. Pero… ya no era hora de lamentarse, nada más podría hacerse por ella, solo deseaba que en algún lugar, donde sea que estuviera su alma, se sintiera en paz y fuera, finalmente, feliz. Él pagaría por todo el daño que le había hecho dejándose llevar hasta el infierno, sufriendo penurias por toda la eternidad.

    “Déjale vivir…” fue el susurro que llegó hasta los oídos de Kykio. Sorprendida por la repentina voz que aparecía en ese momento tan inquietante, miró con curiosidad a todos lados alrededor suyo, no encontrando la fuente de aquel murmullo que había viajado hasta sus sentidos.
    Creyéndolo producto de su imaginación, volvió a levantar la flecha y el arco que aún tenía en sus manos, tensándolos cuando vio que Inuyasha se plantaba nuevamente delante de ella, dispuesto a enfrentar su destino.

    “Déjale vivir…”

    Otra vez esa voz… y por alguna extraña razón sentía que conocía la persona que le susurraba esas palabras. Volvió a mirar a todas partes, en todas direcciones, extrañada, mientras una gota de sudor frío caía por su frente.

    De repente algo sucedió. Todo a su alrededor desapareció. El bosque, los árboles, Inuyasha… todo enfrente suyo se volvió de color negro, y ella se encontró suspendida en el aire, sus armas perdidas en alguna parte de esa oscuridad. Quiso entender lo que sucedía, pero aquello iba más allá de su conocimiento.
    “Déjale vivir…” se volvió a escuchar, haciendo eco en ese inmenso espacio lleno de la nada. Agobiada por la situación, incapaz de hacer algún movimiento coherente y empezando a perder la paciencia y frialdad que siempre la había caracterizado, al menos en sus últimos años de existencia, gritó a ningún lado en particular.

    “¿Quién eres?”
    “Creo que lo sabes” fue la atípica respuesta que obtuvo.

    De pronto un pequeño foco de luz iluminó a una persona frente a ella. Era una mujer, pero no podía ver su rostro porque estaba de espaldas. Largos cabellos negros, con pequeños rizos en las puntas, cayendo libremente por su espalda, las hebras de pelo negro jugando unas con otras.
    “Exijo saber quién eres” dijo la miko.

    No supo en qué momento ni como había llegado hasta allí, pero ahora se encontraba en un hermoso bosque, donde los pétalos de las flores de la época flotaban en el aire, arrastrados por la brisa del lugar. El césped bajo sus pies de un color verde impoluto, aceptando con gratitud a todo aquel caminante que quisiera recorrer el prado, invitando a cualquier ser viviente a tumbarse y retozar en la hierba. El cielo de un azul inigualable, alumbrado por un sol resplandeciente, y unas nubes juguetonas adquiriendo extrañas formas, recorriendo el firmamento, también mecidas por la brisa diurna.
    Las frías pupilas de la miko viajaron por la zona, intentando localizar alguna señal que le llevara a entender dónde se encontraba, hasta que se topó con un árbol bien conocido para ella. El Gosimboku.

    Su vista cayó nuevamente sobre la figura delante de ella. Entonces vio que la muchacha se daba la vuelta, y ojos color chocolate se encontraron con otros de igual color, nariz respingona, labios rosados y mejillas ligeramente sonrosadas.
    Kagome.

    Apoyada sobre el pozo devora-huesos, la miraba algo desafiante, pero con una enorme sonrisa que nada tenía que envidiar a la de cualquier modelo.
    “Hola Kykio” saludó la joven desde la distancia, no pudiendo evitar que una tímida risita escapara de su garganta al ver la expresión sorprendida de la miko enfrente suya.

    “Tú…” pronunció cuando salió de su momento de shock. Entonces la expresión fría que siempre le había caracterizado volvió a bañar su rostro, tornándose a uno más serio, guardando sus sentimientos nuevamente bajo su coraza.
    “Sí. Se que estarás preguntándote qué hago aquí. En realidad solo te he traído porque necesito que hablemos”
    Kikyo la miró intensamente. ¿Hablar? Y… ¿de qué tendrían que hablar?
    Kagome leyó sus dudas, de alguna manera los pensamientos de la miko más experimentada ya no estaban tan fuera de su alcance como antes, podía leer cada recoveco de su mente, entender todas sus expresiones, sus vacilaciones,…

    Todo.
    “Es sobre Inuyasha” siguió la muchacha del futuro. Su ceño se frunció ante el nombre del hanyou, mirando a la otra joven enfrente suyo. Empezó a caminar lentamente, casi arrastrando los pies por sobre la hierba, pero su mirada fija al frente.
    Ninguna de las dos habló nuevamente hasta que no estuvieron frente a frente la una delante de la otra. Las pupilas de ambas investigándose, mirándose, estudiándose,…

    “¿Qué pasa con Inuyasha?” preguntó finalmente la sacerdotisa del Sengoku. Ella siempre se había caracterizado por el control que tenía sobre las situaciones que se cernían sobre ella o que sucedían a su alrededor. Por ello, estar a la completa merced de otro ser era algo que, simplemente, no le gustaba nada en absoluto.
    Kagome no dijo nada durante unos instantes, permaneciendo su vista clavada en la de la otra mujer. Entonces dejó escapar un largo suspiro. Ese fue el momento que Kikyo aprovechó para tener una mejor visión de la joven enfrente suyo.

    Desde luego era la misma Kagome, pero había algo en ella… en su aura, que la diferenciaba a la muchacha con la que siempre se había topado. El cuerpo de la chica tenía un ligero resplandor casi angelical, y la mayoría de sus movimientos eran tan armoniosos y acompasados, que simplemente parecía que el tiempo para ese joven cuerpo pasaba a una manera diferente que el resto del mundo. O, al menos, respecto a ‘ese’ mundo.
    “¿Dónde estamos?” preguntó impacientándose ante el silencio de la chica.

    “Estamos en tu mente” respondió Kagome con total naturalidad. “Después de todo, yo soy tú. Y, por consiguiente, tú eres yo. Además, tú te quedaste mi alma. O nuestra alma. ¿Recuerdas?”
    Kikyo calló durante unos instantes, haciendo memoria.

    Kykio estaba, simplemente, derrotada. La falta de almas con las que alimentar su cuerpo hacían de ella alguien inútil, sin poder moverse o defenderse. Hasta respirar le costaba trabajo. Y cuando vio que Naraku se lanzaba contra ella…supo que era su fin. Pero no le importó. Inuyasha se iría al infierno con ella ahora que su mayor rival había muerto. Una pizca de algún sentimiento indescifrable se dejó sentir en su cuerpo a ver al ser al que supuestamente amaba abrazado desconsoladamente al cuerpo de esa otra mujer. Pero no flaquearía en sus últimos instantes de vida.
    (…)
    De repente, el aire cambió. El ambiente se enrareció.
    Naraku detuvo su ataque. ‘Eh? Qué demonios…?’ pero no tuvo tiempo de pensarlo cuando algo parecido a una garra cortó uno de sus brazos y le hizo varias marcas en la cara.
    (…)
    Vaya…que tenemos aquí? Estás dejando que tu sangre demoníaca te domine Inuyasha? Tanto querías a esa insignificante humana como para perder de esa manera la cabeza? Ju, ju, ju” se mofó Naraku. Sin embargo, la situación no era, desde luego, para reírse.
    Tú la has matado” contestó nuestro protagonista simplemente “Ahora tú pagarás por ello”
    (…)
    No me puedes matar, acaso no lo recuerdas?” dijo Naraku convencido de su victoria. Su cuerpo era invencible, para acabar con él debían descubrir primero donde estaba su corazón, ahora oculto por él mismo, pues habían conseguido acabar con todos sus aliados.
    Keh” sonrió Inuyasha. Una sonrisa peligrosa. “Eres patético” y en un abrir y cerrar de ojos se lanzó contra el ser quien, sin tener tiempo para responder, se vio cortado en miles de trozos desperdigados. Fue un corte rápido y sencillo, imprevisto para el enemigo. Pero la cosa no acababa ahí. Esforzó al máximo su sentido del olfato hasta que localizó esa otra parte de Naraku con la que debía acabar. Y se lanzó a correr entre los árboles en una carrera desesperada, a una cueva que había no muy lejos de allí.
    (…)
    Kikyo vio como Inuyasha se alejaba rápidamente de allí. Con las últimas fuerzas que le quedaban, se acercó a la maltrecha muchacha, cuyo cuerpo, ya sin vida, descansaba plácidamente sobre la hierba.
    Miró a sus alrededores y pudo observar como los acompañantes de Inuyasha se acercaban lentamente hasta donde estaba ella. Tendría tiempo antes de ser vista. Miroku y compañía aún se encontraban lo suficientemente lejos para no apreciar sus movimientos.
    Alzó una de sus manos con la palma mirando directamente a su reencarnación y, rezando en voz baja una plegaria, vio como una especia de bola de color blanco brillante salía del cuerpo de la joven y se adentraba en el suyo propio.

    Por fin, su alma estaba completa. Ya no dependía de las almas del resto de seres. Pero le había quitado a la chica cualquier posibilidad.
    Estaba en medio de sus cavilaciones cuando el resto de personajes llegó a su lado. Lentamente, y sin llamar mucho la atención, se alejó unos pasos, esperando el regreso del medio demonio.

    Por la expresión en su rostro, Kagome supo que había entendido. De repente Kikyo se llevó una mano al pecho, consciente de que los latidos de un corazón que pensó que no tenía inundaban su ser. Miles de sentimientos ya olvidados recorrieron toda su persona. La sorpresa se hizo camino hasta sus ojos, destruyendo esa muralla que la alejaba del mundo, dejando entrever cada pensamiento, cada sensación…
    La muchacha del futuro sonrió ante eso y respondió a su pregunta no formulada cuando la miko más adulta la miró con duda.
    “Sí, Kikyo. Tú y yo volvemos a ser una sola. Como siempre debió ser. Ahora mira” y giró su rostro a la derecha. Los ojos de la otra muchacha la siguieron, posando su vista en una imagen que no esperaba.

    Delante de ellas estaban ella misma e Inuyasha, sentados el uno cerca del otro. Las miradas perdidas en algún punto de enfrente. No hablaban, pero tampoco hacía falta. De vez en cuando se mandaban miradas el uno al otro a escondidas, y aquellas veces en que sus ojos coincidían, un ligero sonrojo aparecía en las mejillas de ambos seres. Inuyasha era siempre el primero en apartarse, soltando su ya muy conocido “keh!” pero sin poder ocultar el color de su cara.
    “Inuyasha” dijo la Kikyo de la visión. El medio demonio seguía sin mirarla, pero movió una de sus orejas, para que ella supiera que la estaba escuchando.
    “Mientras tenga en mi mano la Joya de las Cuatro Almas sigo siendo la que la custodia. Mi destino está atado a esta perla. Pero…” hizo una pausa, ganándose ahora toda la atención del hanyou que la miraba expectante.

    “Dicen que si pides un deseo la joya desaparecerá. Y yo podría ser libre. ¿Por qué no te conviertes en humano? Así podríamos vivir ambos juntos, para siempre”
    “¿Juntos?”
    “Sí. Tú y yo. Como una pareja. Como dos seres normales.”
    Hubo un momento de cavilación por parte del medio demonio, pero no se hizo mucho de rogar.
    “Está bien” aceptó, con una de sus sonrisas que pocas veces mostraba.

    “Bien, mañana quedamos aquí. Traeré la joya. Adiós Inuyasha” y la miko desapareció tranquilamente volviendo a la aldea.
    De repente las imágenes desaparecieron, volviendo a quedar solo ellas dos. Kikyo no podía articular palabra alguna. De hecho, no podía apartar la vista del lugar en el que habían estado sentados, recordando cada detalle, cada sentimiento que tenía entonces… hacía ya tanto tiempo de eso…
    “Puede volver a ser así, Kikyo. Tenéis la joya completa. Y, si tú lo deseas, puedes pedirle que te devuelva una verdadera vida, o que Inuyasha se convierta si eso es lo que desea”
    La sacerdotisa miró a la joven enfrente suyo, aún abrumada por todos los sucesos de su alrededor.

    “No hay ningún motivo para iros al infierno. Naraku a muerto, y vosotros podéis retomar vuestra relación donde la dejasteis.”
    “Y… ¿y tú?” preguntó repentinamente. No sabía qué le había llevado a plantearse dicha cuestión, pero ahora, por algún motivo, sentía sentimientos muy fuertes y extraños por esa chica. Quizá porque, de alguna manera, ella era ella misma al fin y al cabo. Kagome solo se encogió de hombros y dibujó una sonrisa triste en su rostro.

    “Yo estoy muerta. Mi alma te pertenece ahora. Como te dije antes, ambas somos una misma alma, que no volverá a separarse. Yo no puedo volver a él. Pero tú sí”
    “¿Por qué haces esto?” preguntó ya más tranquila.
    “Porque… yo quiero que Inuyasha viva, que sea feliz. Que disfrute lo que no ha podido hacer todos estos años… porque le quiero, al igual que tú” una solitaria lágrima bajó lentamente por su mejilla. “Inuyasha merece vivir. Ambos os merecéis una segunda oportunidad. Y se que él será muy feliz a tu lado, porque nunca pudo dejar de pensar en ti” Más lágrimas empezaron a caer. Pero ella no podía evitarlo.
    De hecho no quería evitarlo.

    “Además, se que tú también le quieres. Las circunstancias en las que os separasteis fueron dolorosas e injustas. Y se que le harás muy feliz”
    “Yo…” Kikyo estaba sorprendida con la muchacha que tenía en frente. Su reencarnación. Siempre se sintió, de alguna manera, amenazada por la chica. Y ahora estaba aquí, frente a ella, antes de que su esencia desapareciera, rogando por la vida de Inuyasha aunque Kagome jamás podría volver a verle. No le importaba como fuera, solo quería que Inuyasha fuera feliz.

    Miró dentro de su interior, aún sin poder creerse del todo como los latidos sonaban sin pausa y con ritmo en su pecho. Tantas sensaciones olvidadas… tantos recuerdos perdidos…
    Y ahora se le estaba brindando una segunda oportunidad.
    “Está bien” afirmó la miko adulta. Le brindó una tierna sonrisa a modo de agradecimiento.
    “Prométeme que le harás feliz” pidió Kagome con lágrimas en los ojos.
    “Le amas¿verdad?” no era una pregunta, más bien una afirmación.

    La muchacha del futuro no contestó, tampoco hacía falta. Aún con humedad en el rostro, también dibujó una pequeña mueca con sus labios.
    Entonces todo se volvió borroso nuevamente, los pájaros que piaban en las ramas de los árboles dejaron de escucharse, la brisa paró de soplar y el resplandor del sol se iba apagando lentamente.

    Kikyo sintió, en un principio, una sensación de pánico, como si se cayera. Instantes después estaba nuevamente en el bosque, pero no en el que había estado hablando con Kagome. El agua del río cercano suavizaba el calor del día, y se encontró a sí misma con una flecha tensada en un arco y apuntando directamente al corazón del hanyou, parado frente a ella con cara de resignación, y esos ojos con su dorado característico ahora rojos, llenos de tristeza. De una tristeza infinita.

    “Hazle feliz…”
    El susurro de Kagome, a modo de última súplica y despedida. Aún así Kikyo pudo sentir la amargura en su voz.
    Qué ironía.

    Suspiró. Cerrando los ojos y respirando el aire puro de la zona, bajó lentamente la flecha, dejándolos caer en algún punto cercano a sus pies.
    Varios pares de ojos la miraban sorprendidos. Entre ellos, Miroku, Shippo y Sango, que volvieron a respirar con un poco de alivio, no sabiendo en que momento habían aguantado la respiración.

    “Será feliz Kagome. Te lo prometo” dijo en un susurro tan suave que pasó desapercibido incluso para el fino oído del hanyou.
    Inuyasha se dejó caer al suelo, sorprendido por las acciones de la mujer que quería llevárselo al infierno. ¿Y ahora qué pasaba?
    “No” dijo ella. Fuerte. Todos lo escucharon.

    “¿No?” hizo eco a modo de pregunta el medio demonio. ¿A qué venía eso ahora?
    Ella abrió nuevamente los ojos, encontrando la mirada de Inuyasha. Una pequeña sonrisa escapó de sus labios y un pensamiento flotó en su cabeza.
    ‘Ahora se lo que tengo que hacer’

    Continuará…
     
  8.  
    Vanii

    Vanii Guest

    Re: El adios

    hola!!

    ¡guau! me encanto la historia *o*
    no enserio!! me gusto un monton !!
    mandale mis felicitaciones a la autora!!
    y gracias a ti por quererla compartir con nosotras (o)
    espero con grandes ánimos la continuación!!

    adiós!!
     
  9.  
    LucyDei

    LucyDei Usuario popular

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    El adios
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    Re: El adios

    He aqui el siguiente capitulo de esta historia n.n disfrutenlo n.n...


    Será feliz Kagome. Te lo prometo” dijo en un susurro tan suave que pasó desapercibido incluso para el fino oído del hanyou.
    Inuyasha se dejó caer al suelo, sorprendido por las acciones de la mujer que quería llevárselo al infierno. ¿Y ahora qué pasaba?
    No” dijo ella. Fuerte. Todos lo escucharon.
    ¿No?” hizo eco a modo de pregunta el medio demonio. ¿A qué venía eso ahora?
    Ella abrió nuevamente los ojos, encontrando la mirada de Inuyasha. Una pequeña sonrisa escapó de sus labios y un pensamiento flotó en su cabeza.
    Ahora se lo que tengo que hacer’


    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.

    Capítulo 14
    ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan

    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Inuyasha se quedó mirando a la sacerdotisa enfrente suyo, con el rostro marcado por la pelea con el demonio lobo unos instantes antes, viejos surcos de lagrimas recorriendo sus mejillas, los ojos dorados ahora hinchados y una expresión de incredulidad ante el repentino cambio de la mujer. Sintió que la respiración se había pausado en su pecho, y que toda la adrenalina del momento se le escapaba por cada uno de sus poros. Agotado y exhausto, notó como sus piernas no podían soportar su propio peso y cuando Kikyo dejó caer la flecha con la que, instantes antes, le apuntaba directamente a su corazón, se dejó caer sobre la hierba, notando como los latidos de su corazón aumentaban repentinamente, sintiendo como este fuera a salir de su pecho por los palpitaciones desbocadas que se oían a través de su piel.

    “No” las palabras serias que salieron de la boca de la mujer fueron una gran sorpresa para todos.
    “¿No?”
    Ahora sí que Inuyasha se había perdido. Observó fijamente el rostro de Kikyo, notando un brillo especial en sus ojos. Un brillo que no había notado antes, quizá porque no miró bien, quizá porque no estaba allí…

    El caso es, que ese brillo, ese sentimiento que ahora albergaban las castañas orbes de la chica, le resultada familiar. Cariñosa pero tristemente familiar.
    Una hoja revoltosa pasó por delante de sus ojos, siendo arrastrada por el viento, realizando un baile sublime al compás de la muda música ambiental
    para todos ellos. Sus ojos fueron tras ella, escapando tan solo un instante de su mundo extraño y de incertidumbre en el que se había envuelto repentinamente. Cuando quiso nuevamente dejar viajar sus sentidos a la mujer que había sido tan importante en su vida años atrás, encontró que ya no ocupaba el mismo puesto, sino que se había arrodillado enfrente suyo, de modo que apenas una corta distancia separaba ambos cuerpos.

    “Sigues teniendo la perla, Inuyasha.” Tardó tiempo en entender de qué demonios estaba hablando esta mujer ahora. Pero… ¿no iba a matarlo¿Y qué estaba diciendo de una perla?... Un momento… ¡La perla!

    “Yo…” pero no continuó hablando. Con todo el asunto de la muerte de Kagome, la posible vuelta a la vida de ella en manos de Sesshomaru, la aparición de Koga… ni siquiera se había acordado de ese objeto por el que llevaba tantos años luchando contra todo tipo de seres a lo largo de su camino. Esa esfera rosada que tanto dolor había causado a sus portadores.
    Ingresó una mano dentro del bolsillo izquierdo de su pantalón rojo, atrapando entre sus garras el objeto en cuestión, sacando cuidadosamente la mano y mostrando en su palma la famosa joya, adorada, admirada, añorada, perseguida…

    Era extraño. Aún a pesar de haber sido corrompida por manos malignas y estar en posesión de un ser cuya pureza dejaba mucho que desear, seguía teniendo ese bello tono rosado, brillando y emanando un extraño poder.
    “¿Qué es lo que quieres Inuyasha?” el hanyou salió de su letargo para fijar su dorada mirada en los ojos de ella, preguntándole sin palabras a qué se refería.
    “No entiendo” respondió él airando los sentimientos que albergaba en ese preciso instante.

    “¿Cuál es tu deseo? Tienes la joya en tus manos. Hace un tiempo tú querías esta perla para convertirte en una de tus dos mitades. Durante años quisiste dejarte ganar por la sangre demoníaca que recorre tu cuerpo. Yo te pedí que dejaras la vida de hanyou para convertirte en humano. Pero nunca dijiste libremente qué es lo que deseabas en realidad. Siempre exponías tus preferencias acorde con las situaciones que has vivido. Cuando querías ser un demonio completo, tu niñez e infancia te marcaron de una forma devastadora. Cuando me conociste viste la otra cara de la moneda. Pero ahora… teniendo la oportunidad de elegir…”

    Kikyo se detuvo. Las palabras que parecían escapar tan libremente por sus labios quebraban lentamente su ya de por sí dañado corazón. Había albergado dentro de sus ser muchos sentimientos por ese medio demonio postrado delante suyo. Entre ellos, lo había odiado tanto como lo había querido. El caso es que el corazón del hanyou, si bien la había amado y odiado por igual, ahora había cambiado su latir. Pero… ella tenía la oportunidad de vivir en paz infinita nuevamente con su nueva vida. Quería hacerlo sin errores. Sin arrepentimientos. El deseo que pidieran a la Shikon sería permanente y no habría modo de dar marcha atrás a la situación.

    “Yo…” ¿Qué podía contestar? A ambos pensamientos ya los había dado mil vueltas una y otra vez en su mente. Si bien no le gustaba la debilidad de ser humano, no aceptaba la culpabilidad que sentía al ser un youkai. Toda su percepción de la realidad se veía trastocada bajo un manto de violencia y muerte. Muchos días habían sido necesarios para borrar de sus garras el olor de la sangre pestilente de todas las víctimas que habían sucumbido a su lado más salvaje. ¿Era eso lo que deseaba?

    Por otro lado, ser humano tampoco sentía que le diera muchas ventajas. Era débil e indefenso. Y tenía suficientes enemigos en este mundo como para darse ese capricho. Se sentía ciego y sordo, comparado con sus sentidos de hanyou, y más de un problema había tenido al no poder salvar a Kago…
    ¡No! No se permitiría decir su nombre. Con sus sucias garras de medio ser que no pertenece a ningún bando había mancillado la bondad, la confianza y el buen corazón de esa muchacha que se había adentrado hasta los más ocultos y recónditos escondites de su alma. Y ese pensamiento de tristeza y pesar se grabó en el dorado de sus ojos, abriendo de esa forma una ventana al interior de su ser.

    “Déjame ver lo que ocultas Inuyasha” dijo Kikyo, cuando vio el pesar que transmitía su rostro. Acercó una de sus blancas manos a la frente del hanyou, apoyando su fría palma en ella. Ambos cerraron los ojos, compartiendo un pequeño instante de intimidad. El silencio tan solo roto por la corriente del río que se desplazaba montaña abajo, y algún que otro chapoteo del pez de turno que saltaba de forma esplendorosa y enigmática haciendo que pequeñas gotas de agua dulce revolotearan durante breves instantes por el cálido aire del Sengoku.

    “Ábreme tu corazón” repitió una vez más la muerta-en-vida mujer. Adentrándose en sus pensamientos y emociones, Kykio pudo vislumbrar lo que, por mucho tiempo, permaneció oculto a todos los demás seres.
    Sango y Miroku miraban la escena desde su posición sin entender muy bien lo que estaba ocurriendo. Habían visto como Inuyasha sacaba algo de su bolsillo. Ninguno de los presentes pudo evitar un pequeño grito de la sorpresa al observar la famosa perla ya completa en la mano del hanyou, de un brillo puro y sin igual. Cierto es que con los sucesos acaecidos sumados a la muerte de su amiga y de Kohaku, ninguno se había preguntado por el destino de tan afamada joya, la cual habían perseguido por años.

    Shippo estaba sentado a los pies de Sango, apoyado en Kirara y mirando absorto la escena. Sus potentes oídos de youkai podían seguir toda la conversación, sin importar cuan bajito hablaran la pareja entre sí. Y en el momento en el que la joven posó su pequeña mano en la parte delantera de la cabeza de Inuyasha, pudo vislumbrar una cálida aura blanquecina envolviéndolos, invisible para ojos de humanos normales, pero cuyo poder no pasaba desapercibido por ninguno de los allí presentes.
    Minutos pasaron en completo silencio. El aura se desvaneció y Kykio volvió a dejar caer su mano a un lado, apoyándola en su muslo que estaba medio alzado por la posición en la que se había agachado para estar a la altura de Inuyasha.

    “Gracias” dijo ella. Ninguno de los dos había abierto aún sus ojos, dejándose envolver por la paz que ese momento de mutismo había traído consigo.
    “¿Por…por qué?” preguntó el hanyou sorprendido por la calidez y el cariño de su voz, mezclado con un pequeño tinte de… ¿de qué? Había otro sentimiento que no lograba localizar que bañaba todas las palabras de la joven. ¿Pena? No podía ser eso… ¿o sí?

    “Por aparecer en mi vida” ambos abrieron los ojos encontrando la mirada del otro. “Por haberme querido. Por haberme dejado formar parte de tu corazón. Yo… yo nunca he sido una mujer normal. Y tú tampoco. Sin embargo tú aceptaste esa parte distinta de mí. Tú supiste apreciar esa cualidad que me hacía única y especial. Y me duele no haber sabido verlo de la misma manera en ti. Yo quise cambiarte. Casi te obligué a transformarte en quien no eres, solo para librarme a mí de mi maldición como custodiadora de la perla.” Una solitaria lágrima bajó por el rostro de la joven. Y antes de que el hanyou pudiera discutir sus palabras, los labios de ella se hicieron camino hasta los de él, probando su boca, gozando de ese dulce contacto.

    La sorpresa bañó al medio demonio, no sabiendo como reaccionar ante aquella inesperada situación. De hecho, no movió ni un solo músculo, dejando que los resecos labios de ella jugaran solitarios en ese gesto repentino sin ser partícipe en ningún momento de ese baile de bocas.
    Otra vez volvía a apreciar ese extraño toque de… ¿tristeza? En cada uno de los gestos de ella. Pero no lograba comprender.

    Ella se separó pocos segundos después, con un ligero tono rosado visible en sus mejillas, algo que le daba una apariencia tan real e inocente que, por un momento, Inuyasha pudo confundirla con la muchachita del futuro. A punto estuvo de nombrarla. Pero no. No lo haría. No tenía ese derecho.
    “Te prometo que te haré feliz Inuyasha” dijo la sacerdotisa. El medio demonio seguía sin comprender. Entonces vio como la fina mano de mujer se posaba sobre la suya, envolviendo la perla entre ambas palmas. Un extraño calor empezó a surgir del objeto, quemando ligeramente las garras de Inuyasha pero incapaz de apartar su mano. Miró a Kikyo para ver si había notado el repentino cambio de temperaturas, pero ella parecía estar en trance. Los ojos cerrados, su larga melena suelta y agitándose libremente con el viento, sus labios moviéndose silenciosamente, como orando una plegaria muda…

    Una extraña luz de color rosado cegador surgió de la joya y se extendió por entre las manos, saliendo la exterior y obligando a todos los presentes a cerrar los ojos. Un remolino de vientos fuertes apareció en la zona, de forma que Sango y Miroku se vieron en la necesidad de apresarse el uno al otro en un abrazo consolidado para evitar que las corrientes de aire les separasen. El cuerpo de Kagome entre ellos. Lo mismo pasó con Shippo, que se sujetó al pelaje de Kirara, transformada en su forma de gato de lucha.
    Después de lo que parecieron instantes interminables, la luz cesó y el lugar volvió a su completa normalidad. El agua seguía bajando por el río, los pájaros piaban una dulce melodía, ajenos a las dramáticas situaciones vividas en aquella parte del bosque.

    Cuando se vio a salvo y que su sentido de la vista no correría ningún peligro, abrió ligeramente los ojos, dejando que sus orbes doradas recorrieran el lugar. Pudo apreciar a sus amigos tirados e inconscientes a unos metros de él. El corazón le dio un vuelco de pánico, así que sin pensar en la presencia, o mejor dicho, en la falta de presencia de la sacerdotisa que hasta hace escasos segundos había estado arrodillada junto a él, fue corriendo hasta donde se encontraban sus compañeros de viaje, queriendo asegurarse de que todos estaban a salvo y que su actual estado era transitorio.

    Se tranquilizó rápidamente cuando pudo apreciar los latidos de los corazones de todos ellos. El de Shippo iba un poco desbocado, pero era algo normal. Y el resto, cuatro corazones más, seguían un pulso más o menos normal. De hecho uno de ellos iba incluso un poco más lento de lo normal. La primera por la que se interesó fue por Kagome, quien acurrucada entre los brazos de sus amigos, descansaba plácidamente no habiendo sufrido rasguño alguno. Un suspiro de agradecimiento escapó de sus labios. De hecho se alegró de ver cómo la antes pálida piel de su rostro había recobrado un mínimo de color.
    “Inuyasha…” giró sobre sus talones sorprendido por esas nuevas voces que oyó detrás suyo. Cuál fue su sorpresa al observar a Kikyo de pie detrás de él, su piel de un pálido característico, sus ropas blancas y rojas que siempre la habían acompañado, su largo cabello negro recogido con una cinta blanca… Toda ella tenía un ligero brillo que la rodeaba de manera inexplicable. Incluso sus movimientos parecían más acompasados, más… dulces.

    “Inuyasha…” hasta ahora no se había fijado en la otra mujer que la acompañaba. Una mujer cuyo rostro le resultaba vagamente familiar, convencido de haberla conocido en alguna otra parte, pero sin terminar de situarla. Su vestimenta consistía en un conjunto de trapos y armadura que claramente evidenciaban la pertenencia a otra época muy distinta de la actual, de la época del Sengoku. Tampoco eran ropas propias del futuro. Parecían viejas y anticuadas.

    “He venido a despedirme” sus pensamientos fueron cortados repentinamente por esas cuatro palabras que la sacerdotisa más joven había dicho.
    “¿Despedirte?” preguntó el hanyou. Realmente estaba perdido. No entendía nada de lo que estaba pasando. Primero muere Kagome, luego Kikyo quiere matarlo y llevárselo con ella al infierno. De repente cambia de opinión y adopta un comportamiento bastante inusual en su persona, queriendo entender los sentimientos que albergaba en su ser. Hace no se qué conjuro con la perla y ahora… ¿ella venía a despedirse?

    “No lo entiendo” se sentía estúpido por tener que dejar que esa frase saliera de sus labios por segunda vez. Aún a pesar de todas las circunstancias, seguía siendo un medio demonio bastante orgulloso y no le gustaba mucho, por no decir más bien poco, tener que mostrar su debilidad. Cualquier tipo de debilidad.
    “Prometí a alguien que te haría feliz” contestó la sacerdotisa simplemente.
    “¿A mí?”

    “Sí Inuyasha. A ti. Es impresionante el amor que alguien puede albergar en su corazón por otra persona. Ese amor incondicional e inmenso”
    “Keh! No se de que hablas” contestó él cruzándose de brazos, cansado ya de tanto juego de palabras.

    “Me refiero a Kagome”
    “¡No te atrevas a nombrarla!” gritó él no midiendo sus palabras, sin darse cuenta del gran alarido que había dado.
    Kikyo pareció no inmutarse. “No tengas miedo de nombrarla”
    “No tengo derecho” explicó diciendo en voz alta sus peores temores.
    “¿Por qué?”

    “Porque yo… yo…” cerró los puños a sus lados haciendo que sus nudillos se pusieran blancos con la fuerza que estaba ejerciendo.
    “Tú… ¿qué?” incentivó ella.
    “No he sabido protegerla” contestó finalmente, derrotado.
    “Inuyasha” habló por segunda vez esa otra mujer, captando la atención del hanyou.

    “¿Quién eres?” preguntó con un cierto tono algo insolente.
    “Soy Midoriko, Inuyasha”
    “¿Midoriko¿La creadora de la perla?”
    “Así es” contestó ella sonriendo ligeramente.
    “Pero… ¡eso es imposible!” contestó el hanyou.
    “No lo es Inuyasha. En el momento en el que un deseo es pedido, la joya desaparecerá. Mi lucha contra los youkais de miles de años terminará, y yo podré descansar en paz”
    “Pero yo no he pedido ningún deseo”
    “Yo sí” volvió a llamar la atención la sacerdotisa más joven.

    “Hay algo que debemos explicarte Inuyasha” empezó Midoriko. “Muchos problemas ha causado la perla trayendo consigo desgracias a todo aquel que la poseyera. En el momento en el que entraba en contacto con un corazón fácil de corromper, la joya también variaba, haciendo que en ese momento la batalla fuera a favor de los youkais. El purificarla me daba a mí, de alguna manera, nuevas fuerzas para que el mal no volviera a reinar en nuestro mundo. Pero había demasiado poder encerrado en un objeto tan pequeño, y eso provocaba que todas las malas mentes quisieran hacerse dueños de ella. Incluso tú” pero el muchacho no se dejó intimidar sino que aguantó la dura mirada de la mayor sacerdotisa esperando a que ella continuara. “Un día la perla cayó en manos de una joven sacerdotisa cuyo corazón le pertenecía a un ser que no era ni demonio ni humano. Y ella era correspondida. Verdaderos sentimientos albergaban estos dos seres. Pero, falta de confianza en ambos quiso que este joven amor tomara malos rumbos, separando eternamente a esos amantes”.

    Inuyasha escuchaba su historia con atención, no entendiendo muy bien para qué le contaba todo eso.
    “La joven sacerdotisa murió junto con la joya y el medio demonio fue sellado en un sueño infinito para el resto de la eternidad. Pero” hizo una pausa creando mayor expectación. “Un día una joven del futuro llega a la época de ese hanyou, 50 años después, rompiendo ese sello eterno y despertando al ser medio humano, medio demonio. Al romper la perla con una de sus flechas hizo que todo el poder se esparciera por el mundo. Y sacerdotisa y hanyou se vieron obligados a unir sus fuerzas para recuperar los pedazos, evitando que cayeran en malas manos.”

    “Todo eso ya lo se” contestó un impaciente Inuyasha “Yo ya he vivido esa historia¿recuerdas?”
    “Lo que no sabía el medio demonio” fue Kikyo la que continuó esta vez “es que la nueva sacerdotisa empezó a sanar su corazón roto, dándole nuevas ideas en las que creer, enseñándole a aceptarse a sí mismo por lo que era. Aprendiendo a vivir con su verdadera naturaleza, nuestro protagonista conoció una felicidad que nunca antes había vivido. Y cuando ella murió… el hanyou murió con ella”

    “¿Qué quieres decir?”
    “Yo no te puedo llevar al infierno conmigo Inuyasha, porque tu vida ya no me pertenece al igual que tu corazón. Hace mucho tiempo que ya tienen nueva dueña, aunque ni tú mismo lo supieras”
    “Pero…”

    “Kikyo vio lo que había dentro de tu alma Inuyasha” explicó Midoriko “y aún a pesar de las peticiones de Kagome, Kikyo pidió su propio deseo”
    “Kago…” dijo Inuyasha, no siendo capaz de terminar.
    “Sí Inuyasha. Ella me pidió solo una cosa. Una última cosa antes de desaparecer por completo”
    “¿Desaparecer? Pero ella…”

    “Su alma vivía dentro de mí. Por eso es que la espada de tu hermano no pudo revivirla, porque solo es capaz de devolver a la vida a los cuerpos que sigan poseyendo su espíritu…. Y Kagome ya no lo tenía.”
    “¿O sea que tú le arrebataste esa posibilidad?” contestó el hanyou, no notando en qué momento se había puesto a gruñir.
    “Te equivocas Inuyasha. Si Kikyo no hubiera hecho lo que hizo, jamás habrías podido revivir a Kagome. Las almas escapan del cuerpo poco después de que este muera. Ella no habría aguantado hasta la aparición de Sesshomaru, y entonces sí que habría sido demasiado tarde”

    “Ella me pidió una simple cosa, deseando aún a pesar de todo tu felicidad. Ella quería que yo viviera. Pensaba que si yo dejaba de ser como un alma en pena, tú y yo podríamos ser felices y vivir juntos, volver a donde lo dejamos. Lo que no sabía es que yo hacía tiempo que había desaparecido de esa forma de tu corazón”
    “Kikyo…”

    “Estoy bien. Es solo que me sorprendió un poco, aunque en el fondo lo sabía” dijo apartando con el dorso de la mano una cristalina gota de agua que caía con lentitud por su ahora brillante rostro. “Mi tiempo ya pasó en esta época, así que quise conceder a Kagome su último deseo. El de hacerte feliz”
    “Yo…”
    “Lo que Kikyo quiere decir es que entregó su vida… devolviendo su alma a su verdadera dueña. Ambos tenéis corazones bondadosos y os merecéis ser felices el uno con el otro. Un pequeño regalo os ha sido otorgado, junto con esta segunda oportunidad. No la desperdiciéis esta vez”
    “Adiós, Inuyasha” y con estas misteriosas palabras las dos imágenes se desvanecieron en el aire.

    ‘¿Un pequeño regalo¿Segunda oportunidad? No entiendo nada’ pensó Inuyasha rascándose la cabeza en un gesto de nerviosismo. ‘Keh! Lo único diferente que había después de esa cegadora luz era que todos estaban desmayados y que cuatro latidos aparte del de Shippo me han dejado ver que todos estaban bien’ entonces detuvo su línea de pensamiento. ‘Un momento… ¿cuatro?’ Se dio la vuelta encarando nuevamente a sus compañeros de viaje, acercándose a esa jovencita de cabellos negros que reposaba tranquilamente en la hierba entre Sango y Miroku.

    Inuyasha acercó su preciosa oreja al cuerpo de la joven, realmente nervioso por lo que podía encontrar. Y cuando lentos pero seguros latidos llegaron hasta su tímpano solo pudo articular una palabra.
    “¡Kagome!” gritó, a la vez que la abrazaba con todas sus fuerzas.
    Continuará…


    Y... jeje no quise dejarlos esperando n.n sayonara..
     
  10.  
    Vanii

    Vanii Guest

    Re: El adios

    holitas !!!

    jeyy!! que bello que esta tu historia
    y lo haces bien. mis felicitaciones!!

    uyy!! que alegria que esta viva kag...me hubiera muerto yo tambie si esta hubiera muerto.
    bueno espero que lo continues
    y sabes que cuentas con mi apoyo.

    adios !!
     
  11.  
    *ROGOVAS*

    *ROGOVAS* Iniciado

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    Re: El adios

    hoal me a encantado el conty
    que bueno que kagome este viva
    ya quiero saber lo que pasara a inuyasha y kagome
    pon conty pronto que me estoy muriendo
    de la curiosidad por saber que pasara
    xau
    besos:*rogovas*
     
  12.  
    LucyDei

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    El adios
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    Re: El adios

    Adiós, Inuyasha” y con estas misteriosas palabras las dos imágenes se desvanecieron en el aire.
    ¿Un pequeño regalo¿Segunda oportunidad? No entiendo nada’ pensó Inuyasha rascándose la cabeza en un gesto de nerviosismo. ‘Keh! Lo único diferente que había después de esa cegadora luz era que todos estaban desmayados y que cuatro latidos aparte del de Shippo me han dejado ver que todos estaban bien’ entonces detuvo su línea de pensamiento. ‘Un momento… ¿cuatro?’ Se dio la vuelta encarando nuevamente a sus compañeros de viaje, acercándose a esa jovencita de cabellos negros que reposaba tranquilamente en la hierba entre Sango y Miroku.
    Inuyasha acercó su preciosa oreja al cuerpo de la joven, realmente nervioso por lo que podía encontrar. Y cuando lentos pero seguros latidos llegaron hasta su tímpano solo pudo articular una palabra.
    ¡Kagome!” gritó, a la vez que la abrazaba con todas sus fuerzas.



    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.
    Capítulo 15
    ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan

    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Varias horas habían pasado ya desde que desaparecieran las dos sacerdotisas tras el deseo pedido a la perla y Kagome aún no había despertado. Una vez Sango, Miroku, Shippo y Kirara volvieron de la inconsciencia, decidieron buscar un lugar en el cual guarecerse durante la noche cercana.
    Inuyasha no les había dicho mucho, nada más que Kagome había vuelto a la vida, noticia que fue aceptada con alegría y algunas lágrimas por parte de todos ellos.

    El hanyou había tomado en brazos a la mujer inconsciente, y los había guiado hasta una cueva vacía. Era extraño no dormir a la intemperie, como casi siempre hacían, pero el medio demonio quería un lugar más seguro para ella, para Kagome. Miroku encendió un fuego y Sango preparó la cena con algunas hierbas y frutos que habían encontrado en el camino, puesto que la mochila con todas sus provisiones de la chica del futuro se perdió en algún lugar de la batalla.

    “Inuyasha, deberías comer algo” comentó la exterminadora de demonios, levantando la vista de su cuenco de sopa. Pero él, simplemente, no la contestó. Desde que habían llegado, se había acurrucado en la parte más profunda del lugar, rodeado por oscuridad, con las sombras creadas por la luz de la hoguera como únicas amigas. Kagome siempre abrigada entre sus brazos, sus latidos habían adquirido una velocidad moderada, la sangre recorriendo su cuerpo, ella volviendo a la vida…

    Hacía tiempo que las últimas llamaradas que iluminaran la cueva se habían extinguido cuando la muchacha empezó a moverse inquieta entre los masculinos brazos de su protector. Él, que no había pegado ojo en ningún momento puesto que sus instintos solo podían estar pendientes de la chica en su regazo, la acercó más contra su cuerpo para, sin despertar al resto que ya llevaban un tiempo durmiendo, susurrarla al oído.
    “Kagome” dijo en voz baja, pero podía apreciarse por cualquier buen oyente el sentimiento y la desesperación escapando con cada bocanada de aire. “Kagome, despierta” rogó, necesitando oír su nombre a través de esos labios carnosos que tantas veces le habían llamado.

    Y así, lentamente y con algo de dificultad, las orbes castañas de la chica comenzaron a vislumbrarse a través de sus párpados. Las pobladas pestañas, tan largas y onduladas como las de una modelo, emprendieron su camino, dejando a la vista esos hermosos ojos. Pronto volvió a cerrarlos, cegada momentáneamente por la poca luz que la luna dejaba dentro del lugar, pero que para ella era suficiente como para dañar su vista tras tanto tiempo ajena al mundo exterior.
    “Inu…” intentó decir a través de sus labios resecos, sin comprender verdaderamente nada de su contorno.

    “Scchhh, Kagome tranquila. Yo estoy aquí” dijo con voz conciliadora, intentando darle la confianza necesaria para que ella volviera nuevamente con él.
    Cuando los efectos dañinos a su vista habían pasado, volvió a alzar los párpados, enfocando con dificultad un rostro de pelo oscuro y bastante atractivo. Intentó encontrar esas orejas que siempre la habían cautivado, esa característica de él, exclusivamente de él, pero fue al no encontrarlas cuando se dio cuenta de las condiciones en las que Inuyasha se encontraba.
    “Hoy es luna nueva” fue lo primero que dijo, otorgándole una hermosa sonrisa que provocó que el sol apareciera en ese día oscuro y tormentoso en el que había vivido el hanyou.

    “Oh, Kagome” sollozó él en su cuello, descargando con lágrimas la tensión acumulada las últimas 24 horas, aún no pudiendo creer que el cuerpo sin vida de ella estuviera nuevamente danzando por el mundo de los vivos. Agradeciendo a cualquier divinidad que existiera, a Kykio, a Midoriko… a quien fuera por haberle otorgado con tan maravilloso regalo.

    “Schh, todo está bien, tranquilo” dijo ella algo sorprendida por esa repentina reacción. No entendía mucho de lo que estaba sucediendo. Mientras enterraba sus finos dedos femeninos en el cabello oscuro que la acariciaba y la hacía cosquillas en el cuello, intentó recordar los últimos eventos vividos. A su mente vino la pelea contra Naraku, recordó a sus amigos, heridos y cansados, a Inuyasha luchando hasta los límites, y de pronto…

    Sus ojos se abrieron con sorpresa. Naraku la había herido. De hecho, la había herido de muerte. Y ella estaba… ahora estaba… ¿Estaban en el cielo¿Inuyasha también había muerto?
    “¿Dó…dónde estamos?” preguntó, forzando su lengua a trabajar. Sentía la sangre reseca acumulada en su garganta. Aún notaba la herida de su estómago, y se sorprendió al verse envuelta en el haori rojo del muchacho, pero no se sentía muerta. De hecho, se sentía más viva que nunca.
    “Gracias Kagome” oyó mientras el aliento del hanyou golpeaba su piel “gracias por volver a mí” y en ese momento Inuyasha se desmayó.

    “Inu… ¿Inuyasha¿Qué te pasa¿Inuyasha?” el pánico la invadió cuando todo el peso del joven se recargó sobre ella. Temiendo por la vida de él, empezó a zarandearlo como mejor pudo, llamándolo a lágrima viva, hasta que una mano se posó en su hombro.

    “No te preocupes Kagome, él está bien. Solo un poco cansado y la tensión le ha dejado exhausto. Su cuerpo de humano no ha podido aguantarlo más y se ha desmayado. Pero está bien, despertará en la mañana” le dijo Miroku, que se había vuelto en sí con los gritos de la joven.
    Alzando su vista del cuerpo del muchacho, vio con alegría a todos sus amigos de pie, al lado de ella, mirándola con cálidas sonrisas.
    “¡Kagome-chan!” gritó Sango cayendo al lado de su amiga y abrazándola bien fuerte.

    “¡Kagome!” fue el grito del kitsune, saltando sobre las piernas de ella.
    Una vez ya todos despiertos, se sentaron dejando que la oscuridad de la noche les envolviera. Inuyasha, aún en su forma de humano, estaba tumbado en el suelo, con la cabeza apoyada en el regazo de Kagome, al igual que cuando estuvieron atrapados en aquella cabaña con los hombres araña acechándoles. El hanyou seguía inconsciente, descansando su cuerpo de las experiencias vividas, mientras una mano cariñosa le acariciaba la cabeza, enredando sus dedos entre los mechones oscuros, apartando los juguetones cabellos que, alguna vez, caían sobre el rostro masculino. Acariciándole, en un suave mimo que expresaba mucho más que las propias palabras.

    Miroku y Sango se dedicaron a contarle más o menos detalladamente los sucesos acaecidos mientras ella estaba muerta. Intentaron no olvidarse de detalle alguno, relatándole desde el momento en el que Inuyasha, transformado en demonio, la había acercado hasta el río protegiéndola de todos ellos, hasta el instante mismo en el que fue traída hasta la cueva.
    “Así que él me cuidó” agachó la cabeza mientras hablaba, posando la mano en las mejillas de él, mirándole con cariño y ternura.
    “Y…” no se atrevía a hacer la pregunta. Era justo lo único que aún no le habían contado. “¿Cómo reviví?” dijo finalmente, tras vencer en su lucha interna.

    “No lo sabemos” contestó Sango algo avergonzada por su falta de conocimiento. “Creemos que tiene que ver con la perla, pero no estamos seguros. Inuyasha no ha querido contarnos nada” aseveró.
    Shippo no dijo nada al respecto. Él había oído toda la conversación, por ello no entendía por qué el hanyou no había dicho nada. Aunque era pequeño, era un kitsune muy despierto, así que se guardó lo que sabía para sí. Si no había dicho nada el medio demonio sería por alguna razón. Y, después de todo, parte de su pensamiento eran solo conjeturas.

    Poco después todos volvieron a caer dormidos. Todos excepto Kagome, que se sentía como si hubiera estado descansando por años. Ella se dedicó a cuidar y a mimar al medio demonio en su regazo, nunca dejando de acariciar su cabello. Le gustó ver como Sango y Miroku se acurrucaban al otro lado de la cueva, uno junto al otro. Formaban una hermosa pareja. Shippo también se había marchado de su lado para apoyarse en el suave pelaje de Kirara.
    No pudo evitar su sorpresa ante la transformación una vez se hizo de día. Ya lo había visto muchas veces a lo largo de estos años, pero el ver como una cabellera negra como la noche adquiría un tono blanquecino, casi dorado… cómo esas hermosas orejas humanas perdían su forma moviéndose por la cabeza para dar lugar a otras puntiagudas, peludas y aún más hermosas. Cómo de esos labios masculinos surgían dos colmillos que antaño no estuvieron allí. Cómo sus manos y pies se volvían más poderosos, creciéndose esas garras que tantas veces la habían protegido...

    ¡Cuánto le quería…! Él había estado velando por ella, muriéndose por dentro. Pero… eso no cambiaba algunos hechos. No recordaba nada desde que murió a manos de Naraku hasta que se despertó en los brazos de Inuyasha. Tenía la vaga impresión de que tenía que ver con algo relacionado con Kykio. Supuso que el hanyou debería estar hecho polvo después de haber perdido a su amor… una lágrima bajó traicionera por su rostro.
    Fue justo en ese instante cuando los ojos dorados que tanto ansiaba ver se abrieron, observándola con detenimiento. Así quedaron durante unos minutos, mirándose intensamente, dejando entrever al otro lo que guardaban las almas…
    “Hola” dijo ella mostrando la mejor de sus sonrisas, intentando ocultar la tristeza de sus ojos a esa penetrante mirada.
    Él no respondió, simplemente se levantó permaneciendo sentado para estar a la misma altura que ella. Con una de sus garras recogió esa gota de agua salada que navegaba por el rostro blanquecino de la chica y, sin dejar que el contacto visual se rompiera, acercó sus manos a la boca, lamiendo esa parte de la mujer enfrente suyo.

    Kagome observó este gesto extasiada. Por alguna extraña razón había conseguido que el vello de su cuerpo se erizara y que un ligero temblor subiera por su espina.
    “Siento haberte asustado” era difícil pronunciar palabra alguna cuando esas orbes del color del oro seguían persiguiendo cada uno de sus gestos sin perder el más mínimo detalle.
    “Keh! Yo no me asusté” contestó el medio demonio, volviendo a su pose de orgullo y superioridad. Se sentó dándole la espalda a la chica, cruzando los brazos y pies ya que el kimono blanco que llevaba no le permitía meter las manos entre las mangas como lo hiciera con el haori rojo que, en ese instante, portaba Kagome. Ella simplemente le observó, con una pequeña sonrisa bañándole los labios. Notó con alegría como las orejas en lo alto de su cabeza se movían en su dirección, mostrándole que, aún a pesar de su actitud, él siempre estaba atento de ella. “Pero no vuelvas a hacerlo” dijo, con un ligero tono de voz presuntuoso e infantil que mandaron un hermoso calor al corazón de la joven. Por ello es que, sin poder reprimir ese deseo, se puso de rodillas justo detrás de su espalda y, con mucho cuidado, llevó cada mano a una de esas prominencias blanquecinas que se movían alegremente por entre el cuero cabelludo.

    “¿Pero qué…?” Inuyasha se sorprendió cuando notó como unos dedos hacían contacto con sus apéndices, enviando olas de placer a través de su cuerpo masculino. Cerró los ojos para poder disfrutar más de la caricia que le estaban otorgando, y no supo en qué momento se dejo caer sobre el cuerpo de ella, unidos de una forma íntima, disfrutando de ese momento de soledad.
    “Ejem, ejem” una voz femenina se hizo camino a través de las rocas llegando hasta la pareja que se había adentrado en su propio mundo de perfección. Sonrojados, como si los hubieran pillado haciendo alguna travesura indecente, miraron a sus amigos que los observaban con sonrisas pícaras. Sobretodo Miroku, que estaba realmente disfrutando de ese momento de vergüenza.
    “Miroku, tengo que ir a recoger algunas frutas al bosque para el desayuno¿me acompañas?”

    “Si no te importa mejor no, aquí es mucho más divertido” contestó el monje sonriendo de oreja a oreja.
    “Pero es que no puedo yo sola, necesito de TU fortaleza” comentó Sango. Y sin esperar respuesta le agarró de la oreja, obligándole a levantarse a la fuerza y sacándolo a rastras de la cueva.

    “¡Ay¡Ay¡Ay¡Me haces daño!” se quejó.
    “No te lo haría si hubieras venido desde el principio”
    “Pero Sango, este tipo de dolor puedes dejarlo para nuestros momentos de intimidad y…”
    ¡Plaf! “Vamos Shippo, Kirara” Salió la cazadora con la frente bien alta, siendo seguida muy de cerca por los mencionados seres. Miroku estaba unos pasos atrás, incrustado en la pared y con la imagen rosada y bien marcada de una mano en el rostro.

    “Sanguito… vamos, si sabes que era una broma…” fue las últimas palabras que escucharon nuestra pareja antes de que sus amigos se perdieran en las profundidades del bosque.
    “Este Miroku nunca cambiará” se reía Kagome, adorando volver a esos momentos tan familiares en su vida. Los había echado mucho de menos. Hacía tiempo que no podía disfrutar de la simple compañía de sus amigos. Desde que Kikyo se les unió…
    “Inuyasha” intentó llamar la atención del medio demonio, que la miraba con ojos extrañados, como vislumbrando algo en ella que no estaba allí antes, pero sin saber el qué.

    “Inuyasha” volvió a repetir, haciéndose notar esta vez porque le dio unos ligeros meneos al cuerpo inmóvil del hanyou.
    “¡Ya te oí mujer!” contestó él quejándose por el movimiento violento que le había sido infringido.
    “¡Pues contéstame¿Cómo iba a saber si no reaccionas? Bueno, quería preguntarte algo” intentó conservar la calma. El medio demonio era un experto en sacarle de sus casillas, pero no se sentía con ganas de decir la famosa palabra, al menos no aún.
    “¿El qué?” preguntó temeroso, sabiendo en su interior cuál iba a ser la cuestión.

    “Bueno… esto…” no pudo evitar el titubeo, sentándose frente a frente, ella de rodillas, y mirando a su regazo. Por alguna razón que no podía entender se le dificultaba encontrar su mirada. Tenía el presentimiento de que algo iba a ocurrir.
    “¿Cómo reviví?” se atrevió, “quiero decir, Sango y Miroku básicamente me lo han contado todo pero… ¿dónde está Kikyo¿Y qué pasó con la joya?” no pudo evitarlo, la incertidumbre, el no saber eran algo superior en ella.
    Él la miró extrañado “¿No lo recuerdas?”

    “Recordar¿qué?”
    “Pues… lo qué pasó”
    “Te lo estoy preguntando¿no? Es obvio que no lo se. Además yo estaba… bueno, ya sabes. ¿Cómo se supone que iba a saberlo?”
    “¿Así que no recuerdas nada?”
    Ella suspiró.
    “Si te digo que no es no”

    “Bueno, no pasó mucho realmente” contestó Inuyasha, llevándose una mano a la nuca mostrando su nerviosismo. “Hmmm…” dijo mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para contestar a la pregunta. “Bueno… verás… ¿Cómo está tu herida?”
    Kagome se sorprendió por este repentino cambio de tema, pero entonces recordó que estaba tapada con la vestimenta de él, y casi podía oler su sangre, ya reseca, bañando toda la prenda. Apartando la vista del muchacho, se llevó una mano al estómago, para comprobar su bienestar, cerciorándose de que los daños sufridos hubieran sanado. Ciertamente no notó la cara de pensativa y con algo de sorpresa del medio demonio, cuando ella descubrió mínimamente su cuerpo. Lo justo para apreciar en esa parte de su anatomía que la piel, de un blanco brillante, había vuelto a la normalidad.
    “Pues como ves ya me he curado” dijo sin más. “Bueno, me voy a casa, tengo que buscar algo de ropa” contestó, notando también la falta de vestuario.

    Inuyasha, ante esas palabras, salió de su estupor. “¿Qué¿Casa?”
    “Pues claro, tengo que volver para que sepan que estoy bien”
    “Ah, no, no. Tú no te vas” dijo levantándose y poniéndose a la misma altura de ella pero justo tapándole la salida.
    “Inuyashaaa….” Arrastró su nombre “no me hagas decirlo”
    “Kagome¡no, no te voy a dejar marchar” y se cruzó de brazos con una sonrisa de superioridad mientras pensaba que había dejado claramente su punto de vista y que él ganaba este encuentro.

    Ella tan solo cerró los ojos, frunciendo el ceño ligeramente. “¡Al suelo!” y el conjuro hizo el efecto esperado. Inuyasha maldijo en voz baja, o al menos eso es lo que entendió la muchacha por la voz que llegaba a sus oídos a través de las rocas sobre las que el medio demonio estaba estampado, pero no se quedó mucho tiempo a esperar.
    Sin perder un minuto, salió corriendo de la cueva en dirección al pozo. Se sentía tan libre… Era como si nunca hubiese, realmente, apreciado toda la flora que se encontraba a su alrededor. Pudo aspirar cada uno de los aromas de todas las flores que la rodeaban. Encantada y extasiada, siguió corriendo sin detenerse, dejando que el aire limpio golpeara su rostro, empapándose de la naturaleza.

    ‘Pues sí que estábamos cerca del pozo’ pensó cuando vislumbró el árbol sagrado en la distancia. No sabía cuanto tiempo llevaba corriendo entre la maleza, pero se le había hecho realmente corto. Estaba feliz de poder pasar unos días con su familia, descargar toda la tensión de la batalla, poder disfrutar de esos momentos de paz que solamente tenía cuando volvía a su tiempo.
    No supo cuando o como fue estampada de espaldas contra un árbol de grueso tronco hasta que notó como unos fuertes brazos la sujetaban firmemente de los hombros. Se sorprendió al encontrar los ojos dorados de Inuyasha mirándola con un brillo y un matiz que solo una vez había visto en ellos. Cuando lo reconoció, ese sentimiento que albergaba el alma masculina, pudo sentir varias cosas distintas en su ser. En principio compartió ese deseo, pero pronto se mezcló con duda, incertidumbre y… miedo. Miedo a volver a sufrir. Miedo a volver a llorar cada noche por un amor no correspondido. Miedo porque no viera en ella a Kagome sino a Kikyo.

    Intentó liberarse del agarre, pero le fue imposible. Él era mucho más fuerte que ella.
    “¿Por qué fue eso?” preguntó algo molesto el hanyou, aún tenía en su rostro restos de suciedad adquirida cuando fue estampado contra las piedras.
    “Porque te empecinas en que no debo ir a mi casa cuando sabes que hay veces que tengo que volver. Mi vida no está aquí Inuyasha.” Algo dentro de ella no estaba bien. Podía notarlo. Había algo que estaba intentando resurgir en su mente, pero no conseguía encontrar el camino.

    “Tu vida está aquí, conmigo”
    “Inuyasha, ya hemos hablado de esto antes. Tú no me quieres a mí, tú quieres a…”
    “¡No lo digas!” pidió él, con un tono de voz más fuerte de lo que en realidad habría querido, provocando que la joven se asustara mínimamente. Inuyasha estaba cansado de esta confusión. Cierto es que su corazón no había sabido escoger cuando tenía que haberlo hecho. Pero las nubes se habían disipado y la claridad de sus sentimientos estaba tan presente, que no podía entender cómo había podido cometer tan graves errores. Kagome, por el contrario, entendió cosas muy diferentes. El repentino grito evitando que pronunciara el nombre de la anterior sacerdotisa no hizo más que confirmarle que los sentimientos de Inuyasha por la hermana de Kaede eran verdaderos. Ella no quería estar ahí soportando su dolor. Su corazón se moría por estar con él, pero su mente le gritaba que se alejara de dicha tentación, que tenía alguien con el que debía de cumplir.

    Así estaba, perdida en sus cavilaciones, cuando unos labios se posaron bruscamente contra los suyos, arrancándole un beso algo violento pero muy pasional, provocando que cada molécula de su ser se derritiera ante el delicioso contacto de los dedos del hanyou sobre su piel.
    “Quédate conmigo” suspiró el hanyou cuando rompió el beso, bajando sus labios al cuello de la chica, besándolo en el proceso.
    “Yo…” intentó quejarse, decirle que parara, pero su tacto se sentía tan bien.
    “No puedes volver a dejarme” su aliento chocando con el ahora ligeramente desnudo hombro de la chica, arrastrando los labios en una suave caricia que mandaba olas muy placenteras por el cuerpo de la chica.

    “Pero…” los ojos permanecían cerrados, intentando enfocar todos sus sentidos en esa lengua que había comenzado a lamer la zona de su clavícula.
    “No hay peros Kagome” bajó sus dedos rozando con sus garras el contorno de su ser, deleitándose con el calor que ella sorprendía.
    “Yo…” las palabras morían en su boca mientras pequeños besos seguían dejándose caer por su cuello y hombro.
    “¿Sí?” preguntó el medio demonio, poniendo todo su empeño en esa tarea, aspirando el aroma de ella, notando los cambios percibidos, pero sin querer ser conscientes de ellos… no ahora… no era el momento.
    “Yo…” notó como él abría ligeramente la boca, pudiendo percibir la punta de sus colmillos sobre la piel blanca.

    “Eres mía” dijo Inuyasha con voz gutural, subiendo una mano por el abdomen femenino con una caricia realmente erótica y dispuesto a tomar a su presa cuando la voz de la mujer le llegó hasta sus sensibles orejas.
    “No puedo” Kagome abrió enormemente los ojos cuando al fin su mente se volvió clara como la nieve. Él no se separó de ella sino que, dándole otro sensual beso y lamida al cuello de la joven preguntó.
    “¿Por qué no?”
    Y ella, tomando fuerzas de flaqueza y evitando los suspiros que el muchacho le arrancaba con cada una de sus caricias dijo. “Estoy saliendo con Hojo”



    Hola de nuevo!!! tanto tiempo de no entrar al foro, como estan, bueno, jejeje aqui les dejo la siguiente conti del fic, disfrutenlo!!"
     
  13.  
    Vanii

    Vanii Guest

    Re: El adios

    ¡Hola!

    ¡Cada ves más interesante!
    como siempre te digo mandalé
    felicitaciones a la autora.

    Me encanta la manera que lo narra.
    precioso.

    espero la siguiente continuación.


    saludos:saludos:

    ¡Adiós!
     
  14.  
    LucyDei

    LucyDei Usuario popular

    Leo
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    Re: El adios

    Aqui les dejo el siguiente capitulo del fic de elena chan n.n espero que les guste tanto como a mi n.n, bueno... aunque ultimamente he cambado de gustos, y ahora prefiero a la pareja de Sessh&Kag, pero eso no quita que este fic sea excelente, por eso fue que pedi permiso de subirlo aqui ya que, es un excelente fic bien narrado y detallado, la autora no olvido ningun detalle y la felicito n.n gracias Elena chan..


    Eres mía” dijo Inuyasha con voz gutural, subiendo una mano por el abdomen femenino con una caricia realmente erótica y dispuesto a tomar a su presa cuando la voz de la mujer le llegó hasta sus sensibles orejas.
    No puedo” Kagome abrió enormemente los ojos cuando al fin su mente se volvió clara como la nieve. Él no se separó de ella sino que, dándole otro sensual beso y lamida al cuello de la joven preguntó.
    ¿Por qué no?”
    Y ella, tomando fuerzas de flaqueza y evitando los suspiros que el muchacho le arrancaba con cada una de sus caricias dijo. “Estoy saliendo con Hojo”


    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.
    Capítulo 16
    ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan

    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    “Ahhh… que bien se está aquí” suspiró la pelinegra cuando se tumbó sobre el esponjoso colchón de su cama. Al llegar a su época y agradecer que su familia no estuviera para no tener que explicar la prenda toda manchada de sangre que llevaba puesta, se dio un muy agradable y largo baño, relajando todos sus músculos con el contacto del agua caliente rozando su blanca piel. Más de dos horas había estado en el refugio de la bañera, descansando su agotado cuerpo por la noche en vela.
    Apartó la toalla rosa y amarilla que aún cubría sus humedecidos cabellos, posándola a un lado de la almohada, y volvió a recostarse sobre la cama, dejando escapar otro largo suspiro y mirando algún punto perdido del techo de su habitación.

    Acercó la mano derecha a su rostro, rozando suavemente con los finos dedos sus labios, marcados por ese delicioso y anhelante beso del hanyou. Aún podía notar sus manos acariciando su cuerpo y la lengua recorriendo su cuello y hombro. Frunció el ceño ligeramente rememorando la despedida que habían tenido en el pozo.

    No puedo” Kagome abrió enormemente los ojos cuando al fin su mente se volvió clara como la nieve. Él no se separó de ella sino que, dándole otro sensual beso y lamida al cuello de la joven preguntó.
    ¿Por qué no?”
    Y ella, tomando fuerzas de flaqueza y evitando los suspiros que el muchacho le arrancaba con cada una de sus caricias dijo. “Estoy saliendo con Hojo”
    Inuyasha detuvo su avance por el cuerpo femenino, separándose ligeramente para poder mirarla a los ojos.
    ¿Qué?” preguntó, sintiéndose aún en ese estado de excitación y desconcierto.
    Bueno… yo” Kagome se maldijo a sí misma por el calor perdido. Pero… ¿qué podía decirle? Ella se prometió a sí misma hacía tiempo ya que no volvería a sufrir por el medio demonio. Es por eso por lo que decidió salir con Hoyo. Después de todo siempre dicen que un clavo quita a otro clavo…

    ¿No?
    Ciertamente no era su caso. Pero… simplemente no podía.
    Yo…” volvió a susurrar la joven, temiendo encontrarse con esos ojos dorados que ahora la miraban fijamente en una mezcla entre dolor y furia. Podía sentirlos posados en su persona, estudiándola. No perdiendo detalle alguno de ella.
    Un silencio incómodo se produjo entre ellos. Ninguno se movió. Kagome estaba muy nerviosa por la reacción de él. Desde que había decidido intentar reparar su atormentado corazón dejándose abrazar por los brazos de otro hombre, había mantenido su vida privada en completo secreto. Ni siquiera Sango sabía que ella tenía a otra persona. Y es ahora, cuando podía sentir de alguna manera ese dolor, sin ni siquiera mirarlo, de Inuyasha… en este momento es cuando se preguntaba el por qué de su silencio durante todo este tiempo. Al fin y al cabo, Inuyasha también tenía a otra persona a quien amar. Por eso… ¿por qué no se lo había dicho¿Por qué no había tenido el valor¿Por qué se avergonzaba?

    Porque le sigues amando. Pase lo que pase.
    Esa voz en su interior que había tratado de acallar tanto tiempo volvía a resurgir de entre las sombras. Y Kagome tuvo que aceptar la verdad. Esa verdad que intentó encerrar en algún lugar recóndito de su alma. Ella no amaba a Hoyo. Amaba a Inuyasha. Siempre lo había hecho. Siempre lo haría.
    Entiendo” esas silenciosas palabras la despertaron de su ensoñación, trayéndola al mundo nuevamente. Recordándola en donde estaba, y la situación en la que se encontraba.
    Inuyasha, tras pronunciar esas palabras, le dio la espalda a la chica. “¿Volverás?”

    ¡Claro que sí!” gritó Kagome con más sentimiento del esperado. La duda le molestaba. Cierto es que ella no pertenecía a este mundo, pero tenía muchos amigos allí de los cuales no quería despedirse.
    Bien, estaremos en la aldea de Kaede” tras esto comenzó a caminar a pasos lentos pero firmes, no volviéndose ni una sola vez. Ella lo vio alejarse, sintiendo el corazón oprimirse en su pecho una vez más. Pero no hizo nada, no intentó detenerle. Dejó caer amargas lágrimas por su rostro, que aún bajaban como torrentes cuando llegó al otro lado del pozo.

    “Inuyasha…” dejó escapar nuevamente de sus labios. Había estado pronunciando ese nombre una y otra vez. Cuando llegó a la casa, dibujó la mejor de sus sonrisas, evitando que su familia se enterara de los terribles sucesos acaecidos. Al hallar la nota colgada con un imán en el frigorífico sobre la semana de vacaciones que su madre, junto con su abuelo y su hermano, se habían tomado para ir a visitar a unos familiares, pudo dejar escapar esa farsa, volviendo sus facciones a mostrar el estado de tristeza y desconsuelo que sentía.

    Se giró para tumbarse de costado, quedando a su vista la foto enmarcada que tenía en la mesa. Esa foto que había observado por largas horas todas esas veces que se pasó en su época cuando Kikyo se les unió. Era una imagen de ella e Inuyasha. Cuando llevó una cámara fotográfica al pasado, todos estuvieron sorprendidos de ese extraño objeto que podía capturar imágenes con tan solo apretar un botón. Sacó fotos a todos sus amigos, por supuesto oyendo a cada rato las protestas del medio demonio sobre la pérdida de tiempo en la que estaban inmersos, pudiendo aprovechar ese momento de paz para salir en la búsqueda de nuevos fragmentos.
    En un momento de descuido, Shippo le quitó la cámara a Kagome, tomando una foto justo en el instante en el que ella hizo funcionar el conjuro sobre el collar de piedras y colmillos que rodeaban el masculino cuello de Inuyasha.
    La joven sonrió ante el recuerdo. Una sonrisa triste, que fue acompañado de más gotas de agua salada que se desprendían de sus ojos.
    “Inuyasha” llamó su nombre, ahogando los sollozos sobre la almohada…
    … hasta que se quedó dormida.

    XXXXXXX​
    “Soy un tonto” dijo un hanyou, subido a la rama del más alto de los árboles, observando el atardecer.
    Se había pasado allí horas. Después de despedir a Kagome en el bosque, fue a por Sango, Shippo, Miroku y Kirara, que se habían quedado esperándoles en la cueva en la que pasaron la noche.
    Cierto es que no llegó con muchos ánimos, pero ellos no preguntaron. Se habían acostumbrado a las continuas peleas entre ambos, dejando las razones de las mismas en privado.
    La aldea de Kaede los recibió con los brazos bien abiertos, pues las noticias de la muerte de Naraku se habían extendido como la pólvora, teniendo en cuenta que apenas habían pasado dos días. Hubo largas celebraciones con grandes manjares obtenidos del campo y cocinados por las aldeanas. Miroku se sentía en la gloria, rodeado por tanta mujer bella. Aunque ahora sus manos estaban muy bien sujetas por una firme Sango que, aun sabiendo que el monje no haría nada depravado o de su estilo, no podía evitar sentirse un poco recelosa por la perversión que portaba el hombre.

    Inuyasha no se unió a la fiesta. En un momento de descuido, se escabulló por entre los árboles, alejándose lo máximo posible para obtener un poco de intimidad. Encontró un árbol de su gusto y se hizo paso hasta la rama más alta, desde la que tenía espléndidas vistas del paisaje y atardecer.
    Así es como le encontramos ahora, sumido en un mar de desesperación y rabia, aún sintiendo el joven cuerpo de la chica apretado contra el suyo. Acordándose de los suspiros que él le había arrancado. Toda ella le gritaba que también lo quería. Que estaba dispuesta a convertirse en uno con él, consciente e inconscientemente.

    “¿Cómo pude olvidar una cosa así?” suspiró por enésima vez.
    Por cierto, te traje esto, con ellas puedes hacer un te muy bueno para casi cualquier tipo de enfermedad” y le tendió la bolsa de hierbas que aún tenía bien asida en su mano.
    Esto… gracias” tomando la bolsa de sus manos y sin saber realmente qué decir. Sus miradas se encontraron repentinamente, el aire que los rodeaba cambió y la situación en la que se encontraban pasó a ser, de alguna forma, un tanto íntima. Así fue como ocurrió que Hojo, sin haberlo planeado en momento alguno, se agachó acariciando la punta de la nariz de Kagome con la suya y pidiendo, silenciosamente, casi rogando con la mirada el permiso que buscaba para unir sus labios.
    La muchacha tuvo un momento de incertidumbre, pero si quería olvidar a Inuyasha el chico delante de ella era siempre la mejor opción. Un chico guapo, inteligente, que siempre se había preocupado por ella… así que fue la joven misma la que alcanzó los labios del muchacho, despidiéndose con un tímido beso. Rozando con su boca la de él, mínimamente, en una caricia íntima y muy tierna.

    Cuando se separaron para respirar, una cara de felicidad fue la que se encontró Kagome en el rostro de Hojo, y él pudo decir que la había visto sonreír.
    Hasta pronto… Kagome” dijo él, y sin esperar respuesta alguna se dio la vuelta y emprendió el camino hacia su casa. Kagome vio como desaparecía escaleras abajo, se llevó una mano hasta los labios, aún sintiendo ese suave roce de instantes antes.

    (…)
    Convencido de que si volvía a echar un vistazo era solo por el bienestar de ella, volvió a deslizarse por la estructura, llegando casi al instante a la época futura. De un salto salió a la superficie y abrió, sin hacer ningún ruido, las puertas que daban acceso al exterior. Se acercó hasta la gran casa y se coló por la ventana abierta del cuarto de ella intentando hacer el menor ruido posible.
    Sorprendido de no encontrarla en la cama como todas las noches que ella pasaba en su época, se deslizó hacia el pasillo, bajando lentamente las escaleras que daban acceso al piso de abajo, sorprendido de encontrar tanta luz a estas horas y una amena conversación entre los presentes.
    Sus sentidos no le fallaban. Había detectado el sabroso aroma de Kagome desde que entró a su habitación, pero el olor masculino recién lo captaba, no pudiendo evitar que un ligero gruñido como muestra de posesión escapara de su garganta, pero lo suficientemente bajo para no ser descubierto.

    Vio que ambas figuras se levantaban y se dirigían hacia la salida, para alivio del hanyou, que los observaba escondido. Pero su corazón se detuvo cuando vio que, aunque fue el chico quien se inclinó sobre ella, fue la propia Kagome la que alcanzó los labios de Hojo, rindiéndose ambos a un, aunque no apasionado, pero si dulce y cariñoso beso.
    No pudo aguantarlo más. Salió por el mismo lugar por el que había venido evitando hacer cualquier tipo de ruido que delatara su presencia, y se escabulló por ese pozo que lo llevaría a su mundo, con el corazón completamente destrozado.

    “Kagome…” susurraron sus labios a los resquicios de sol que se ocultaban en el horizonte. ‘¿Te habrás entregado ya a él? Ciertamente no lo decía tu olor. Pero…’ frunció el ceño. ‘Cierto es que tu olor…’ y sin darse cuenta de que empezó a hablar en voz alta. “… tu olor no es el mismo.”
    “No, y vas a tener que decírselo” una voz chillona e infantil llegó hasta sus finos oídos. Logrando no caerse por el susto que le había provocado Shippo al aparecer tan repentinamente, le lanzó una mirada que bien podría haber derretido hasta al más valiente. Pero el kitsune no se dejó amedrentar. Subió el también por el árbol hasta alcanzar al medio demonio, que le miraba con cara de pocos amigos.
    “¿Qué haces aquí?”
    “Te llevo siguiendo desde que saliste de la fiesta… lo sorprendente es que no te hayas dado cuenta” contestó Shippo.

    “¡Keh¿Qué quieres?”
    “¿Por qué se fue Kagome?”
    “Eso no es de tu incumbencia. Además, ella quería volver a su época, no hay nada que yo pueda hacer” contestó Inuyasha cruzándose de brazos y mirando en otra dirección.
    Shippo le miró por un instante con la mirada seria, pensando detenidamente en sus próximas palabras hasta que…
    “¡Auch¿A qué demonios vino eso?” dijo el hanyou, frotándose la zona de la cabeza golpeada por el kitsune que, tras el salto dado para llegar hasta su objetivo, había vuelto a caer sobre las piernas del muchacho.
    “A que eres tonto” Inuyasha le lanzó otra de esas miradas que matan. “Después de todo lo ocurrido… ¿vas a dejar que se vaya con él? Además, debes decirle su condición, ella tiene derecho a saberlo.”
    “¿Lo sabes?” preguntó sorprendido.

    “Tengo buen olfato al igual que tú Inuyasha. El que sea más pequeño no quita que sigo siendo un demonio. El cómo ha ocurrido no lo se, aunque tengo una ligera idea teniendo en cuenta que no has querido contarles como Kagome regresó a la vida. Igualmente, ella tiene derecho a saberlo”
    “No”
    “¿No?” preguntó Shippo confundido.
    “Tengo que encontrar la forma de cambiarlo. Yo la he hecho sufrir ya bastante. Tiene derecho a ser feliz. Por eso tengo que encontrar la forma de que ella vuelva a ser como antes”
    Shippo iba a contestar pero se detuvo, los ojos de Inuyasha nunca habían mostrado mayor tristeza. Él, para quien Inuyasha y Kagome eran lo más cercanos a unos padres, se dejó invadir por esa pena, compartiendo el mismo sentimiento. Se acurrucó junto al medio demonio, dejando que sus bracitos le abrazaran para darle consuelo.

    Cuando la noche ya había caído sobre el Sengoku, Inuyasha regresó a la aldea, llevando entre sus brazos al kitsune ya dormido. Se sorprendió al encontrar a Sango esperándole sentada al lado de un Miroku rendido al mundo de los sueños. Por las posturas de ambos, daba la impresión de que llevaran esperándole un buen rato.
    “¿Sango?”
    “Schhh…” rogó ella. Se levantó y cogió a Shippo cuidadosamente, posándolo en el regazo del monje. Ninguno de los dos se despertó. “Kirara, cuida de ellos” susurró a la gata. Ésta tan solo asintió, transformándose en su forma de lucha, y se acurrucó al lado de los adormilados seres.
    Sango sonrió, antes de volver a endurecer su gesto y mirar al hanyou “Tenemos que hablar, ven” le cogió de la mano y le llevó casi a rastras por el mismo camino que habían venido. No se detuvo hasta que no sintió que estaban lo suficientemente lejos como para tener privacidad. Para su sorpresa, el hanyou en ningún momento se quejó.

    Ya en un claro bastante oculto, se sentaron a la vera de unos árboles.
    “¿Por qué se fue Kagome?”
    “Dijo que tenía que volver a su época”
    “¿Y?”
    “¿Y?... ¿Y qué?”
    “¿Qué hiciste para que tuviera que volver a su época así, tan de repente?”
    “¿Por qué siempre asumís que es culpa mía?”
    “Porque siempre lo es” una gota cayó por la cabeza del medio demonio.
    “¡Keh! Se fue porque quiso, yo no hice nada”
    “Inuyasha” pidió la exterminadora. “Muchas cosas hemos pasado ya juntos. Creo que es hora de hablar seriamente”
    Para su sorpresa, Inuyasha aceptó estas palabras. Estaba cansado ya de las verdades a medias y, en cierta forma, tenía curiosidad por lo que Sango quisiera decirle.
    “Sango, tengo una pregunta”

    “Dime”
    “Bueno yo… esto… tu sabes que Kagome…”
    “Que la amas” contestó ella tranquilamente ante su titubeo.
    “Sí… ¡No! Bueno…” el sonrojo de su cara no podía ser mayor.
    “Inuyasha, la amas. Y hasta que no aprendas a aceptarlo ante ti mismo, no vas a tener a Kagome contigo. Se que algo ha pasado entre vosotros, por la cara con la que apareciste cuando viniste a recogernos.”
    “La besé”
    “¿La besaste?” no pudo evitarlo. Aunque tenía muy claro los sentimientos que se profesaban el uno al otro, que le dijera tan claro repentinamente lo que sentía era algo de lo que no pudo evitar sorprenderse.

    “Yo… bueno” el sonrojo se hizo aún más intenso. “La quiero, lo admito. Reconozco que he estado muy confundido con respecto a mis sentimientos. Siempre Kagome y Kikyo. Dos caras de una misma moneda. Pero cuando la vi morir… No hubieron dudas Sango. Hubiera muerto por ella. Hubiera muerto por Kagome sin dudarlo. Luego ella volvió a la vida y yo… me sentí bien de tenerla con nosotros nuevamente. Pero quiso irse. Y yo no quería que se fuera. Y la besé. Yo… bueno… quería…quería… el caso es que ella está saliendo con otra persona” carraspeó, intentando disimular el nerviosismo que su aceptación le había causado.
    “Ya veo” contestó la muchacha, callando por unos instantes.
    “Así que, como ves, no puedo hacer nada. Kagome ya no es nada mío, si es que alguna vez lo fue”
    “No puedo creerlo Inuyasha. ¿La vas a dejar marchar¿Tan fácil?” preguntó la exterminadora, mirándole seriamente a los ojos.
    “¡Keh¿Y a qué demonios te refieres con eso?”

    “Inuyasha, solo te lo voy a decir una vez y espero que lo comprendas” la mujer se levantó de su asiento y se acercó al ser que la observaba con curiosidad. Se agachó delante del medio demonio, posando una rodilla en el suelo y una mano en uno de los hombros masculinos.
    “Kagome nunca ha dejado de amarte. Es una lástima que ella no viera lo que yo vi cuando murió. Ten en cuenta que, en su mente, tú eres el mismo hanyou que suspiraba por una sacerdotisa muerta en vida. Tú has cambiado, o quizá eras así y no lo sabías. Muéstrale al verdadero Inuyasha”
    Dicho esto la mujer se levantó y emprendió el camino de vuelta a la aldea, dejando a un hanyou bastante desorientado. Él la vio marchar, y se quedó en el mismo sitio hasta que todos sus sentidos, no solo el de la vista, la perdieron completamente en la oscuridad de la noche.
    Alzó su cansado y pesado cuerpo de la hierba sobre la que se había sentado, y dirigió sus pasos hasta el cercano pozo que hacía las veces de puerta o pasadizo entre tiempos, dejando que los rayos lunares bañaran su rostro y sus cabellos, provocando que su blanquecina melena dibujara una especie de halo sobre la cabeza del chico, dándole un aspecto casi angelical y etéreo.
    Muéstrale al verdadero Inuyasha”

    Las palabras de Sango se repetían una y otra vez en su cabeza. Y así, con la luna y las estrellas como únicos testigos de sus actos, saltó al interior de la estructura.

    XXXXX​
    ¡Ding¡Dong!
    El sonido de la puerta despertó a una somnolienta Kagome, que se tuvo que frotar los ojos varias veces hasta que su mente trabajó en los sonidos de su alrededor.
    ¡Ding¡Dong!
    Volvieron a repetir con insistencia. Desde luego no había mucha paciencia hoy en día.
    “¡Ya voy!” gritó bajando las escaleras. Le dolía ligeramente la cabeza por todas las lágrimas que sus ojos habían derramado. Lo que menos necesitaba era un vendedor de puerta en puerta ansioso por deshacerse de sus productos. Tenía la impresión de que podría descargar la tensión gritando unas cuantas palabras malsonantes, pero se contuvo.
    ¡Ding¡Dong!
    Alcanzó el pomo de la puerta, segura de no poder esconder esa expresión de pocos amigos que se le había dibujado en la cara.
    “¿Pero quién…?”

    “¡Kagome! Menos mal…” suspiró un joven de ojos amables.
    “Hojo…” dijo la voz sorprendida de la muchacha. “Que bueno que viniste. Pasa, quería hablar contigo”
    El muchacho la miró sin comprender bien esa voz algo fría, pero lo atribuyó al sueño que parecía que sentía la joven, pues las ojeras bajo sus ojos revelaban pocas horas de descanso.

    Y así, descalzando sus pies de los incómodos zapatos que llevaba metiéndolos dentro de unas más reconfortantes zapatillas, entró al interior.

    Continuará…
     
  15.  
    LucyDei

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    Re: El adios

    Bueno, aqui estoy de nuevo n.n con la siguiente continuacion del fic n.n, desde ahora comento que esta parte contiene escenas Lemon, y debido a las reglas del foro, ya saben que la parte Lemon se encontrara en mi blog....
    y aqui el fic de elena chan...

    Advertencia: este capi contiente lemon. Estas avisado XXDDDDDD
    Hojo…” dijo la voz sorprendida de la muchacha. “Que bueno que viniste. Pasa, quería hablar contigo”
    El muchacho la miró sin comprender bien esa voz algo fría, pero lo atribuyó al sueño que parecía que sentía la joven, pues las ojeras bajo sus ojos revelaban pocas horas de descanso.
    Y así, descalzando sus pies de los incómodos zapatos que llevaba metiéndolos dentro de unas más reconfortantes zapatillas, entró al interior.


    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.​


    Capítulo 17
    ggg” mientras hablan

    ‘ggg’ lo que piensan


    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Inuyasha se encontraba en la puerta del habitáculo que resguardaba el pozo mágico de posibles intrusos, observando con cautela sus alrededores. Sus sentidos estaban en alerta máxima, pero su humor había cambiado a uno menos afable y más enfadado. Había visto, nada más llegar, cómo ese intruso que se había adentrado en el corazón de Kagome arrebatándole su cariño había llamado a la puerta, de forma insistente, ofreciendo una enorme sonrisa a la muchacha cuanto ésta apareció del interior de la casa. Por ello es que aún se seguía debatiendo sobre sus acciones. ¿Era lo correcto¿Debía ir a Kagome y decirle lo que pensaba?

    Una parte de su ser le empujaba a hacerlo. Ella merecía saber todo lo que el corazón del hanyou albergaba, al igual que cuando la joven abrió sus sentimientos con el chico comentándole que ella, aun a pesar de saber que compartía el corazón del medio demonio con otra persona, quería permanecer a su lado. Además estaba eso…

    Y sin darse cuenta, sus pasos ya se dirigían hacia la gran casa. No supo en qué momento se había introducido por la ventana de la joven hasta que el aroma de la muchacha embargó todos sus sentidos, mandando olas placenteras por todo su cuerpo.
    Recobrando la cabeza perdida en ese sabroso olor, caminó sin hacer el menor ruido hasta la entrada de la habitación de la chica, situándolos a ella y a su acompañante en el salón. Se acercó a las escaleras, pero no bajó. Sin embargo, desde donde estaba podía verlos con más o menos claridad. Ella estaba sentada en el sofá delante de él, ambos con unos refrescos en la mano, y un silencio espectral rodeándolos.

    Inuyasha tragó saliva, pues esta situación se le hacía tremendamente familiar. La última vez que los vio a escondidas, sus dorados ojos fueron testigos de algo que rompió su corazón en mil pedazos, y que aún seguía vagando por su mente aunque tratara de olvidarlo. Por ello es que sus pies se congelaron en ese punto en el que se había quedado de pie, incapaz de moverse ni para entrar en escena ni para marcharse.
    Fue en ese momento que Kagome empezó a hablar. Él escuchó, con los ojos como platos, lo que ella tenía que decir.

    XXXXX​

    Kagome había dejado pasar a Hojo al salón, dispuesta a entablar, por primera vez, la conversación más seria y sincera que jamás haya tenido con el chico. Sin embargo, cuando se vio observada por esos ojos marrones que la miraban con cierta idolatría, se le hizo un nudo enorme en la garganta y sintió cómo las manos le empezaban a sudar.
    Le ofreció algo de beber, aunque más que para él era para ella misma, pues tenía la garganta reseca.

    Y en ese momento se encontraban, uno frente al otro en el enorme salón de la casa, mirándose uno al otro, él con devoción, ella con tristeza. Kagome escuchó un ruido proveniente de la planta superior y algo en su mente empezó a moverse a toda prisa, captando sonidos y olores que no había sido jamás capaz de percibir. El aroma masculino de Inuyasha impregnó sus fosas nasales, pero lo achacó al nerviosismo que sentía, a las ganas de huir y refugiarse en sus brazos, bebiendo de su boca a través de esos ardientes besos, dejándose llevar…
    “¡Ejem!” fue lo que logró traerla de nuevo a la situación actual, se armó de valor, aspirando y expirando varias veces.
    “Hojo yo… tengo una historia que contarte”

    “Claro Kagome sabes que puedes…” decía mientras se acercaba para tomarla de la mano, pero ella se apartó ligeramente, evitando el contacto.
    “Verás, necesito que entiendas que… no quiero que me interrumpas, dejame contártela, hasta el final”
    “Claro” contestó él algo preocupado por la seriedad de la chica pero, más aún, por la forma en que ella había evitado su roce.
    Ella suspiró y comenzó su relato. “Verás, todo empezó cuando yo cumplí 15 años y…” y así le fue explicando todos y cada uno de los altercados, todas las aventuras vividas, los momentos, los deseos, los sueños, las esperanzas, los anhelos… el amor.

    Hojo la escuchaba con atención, muy serio. Su rostro fue adquiriendo distintas facciones, pero nunca se rió ni la interrumpió, sino que la dejó hablar hasta el final sin detenerla en ningún momento, sorprendiéndose cuando ella hablaba de ese tal Inuyasha. La veía sonrojarse, veía cómo sus ojos brillaban con una emoción que nunca había sido para él, podía ver todas y cada una de las cosas que siempre había querido que existieran entre él y Kagome… existir entre ella e Inuyasha. No supo que fue lo que la llevó a creerla. Ni siquiera podía entender cómo nunca vio lo obvio. Después de todo, ella jamás había parecido tan enferma como se supone que había estado y, pensándolo con lógica, muchas de esas enfermedades que en teoría había sufrido eran exclusivamente de personas mayores, o aquellos con pobreza de alimentación u otros tantos factores que no podían asociarse a la vida acomodada de Kagome.

    “Y… entonces me quedé dormida. Hasta que tú llegaste” la muchacha estaba incluso sorprendida consigo misma. Cuando abrió la puerta para encontrarse con la sonrisa del muchacho enfrente suya, no tenía ningún plan bien delineado sobre el paso a dar. Y, desde luego, cuando comenzó a hablar sobre el Sengoku e Inuyasha, no pensaba hacerlo tampoco ni tan personal ni tan explícito. Pero se había dejado llevar sin pensar realmente en lo que decía, solo guiándose por el corazón. Sabía que había dejado entrever unos sentimientos que dolerían a Hojo. Pero no se le había ocurrido otra forma para decirle que no le quería. Y que nunca podría quererle. Sabía la persistencia del muchacho, y no quería perderle como amigo.

    El que la tomara por loca sí había entrado dentro de las posibilidades, pues no todo el mundo iba a creer semejante historia. De hecho, Kagome no la creería si la conociera de terceros. Pero… no le quedó más opción.
    El silencio volvió a envolver a la pareja, notando la tensión en el ambiente roto, solamente, por la voz conciliadora del humano.

    “Me alegro que no te murieras” comentó con una sonrisa. Después metió la mano en su bolsillo sacando un pequeño paquete envuelto en papel brillante. “Te he comprado esto, como regalo de cumpleaños. Espero que lo aceptes” dijo, colocando el objeto en la mano de ella. Se levantó, situando la chaqueta que antes llevara puesta en su brazo, pues hacía algo de calor. Ella se levantó con él, sorprendida de su actitud.
    “Adiós Ka…” se detuvo. “Higurashi” y entonces le dio un minúsculo beso en la mejilla. “Feliz cumpleaños, y te deseo todo lo mejor”
    ¡Cierto! Con tanto jaleo la muchacha se había olvidado de que hoy se convertía en una chica de 20 años… toda una adulta.

    “Pero…” intentó detenerle antes de que se fuera. Sabía que le había hecho daño. No tenía mucha idea de cómo, pero podía sentir su dolor.
    “Está bien. Somos amigos. Nos vemos” y tomó el pomo de la puerta de entrada para salir de ese hogar… y de la vida de ella. Pero antes de desaparecer por completo volvió su vista atrás nuevamente, encontrando los ojos sorprendidos de ella puestos en su persona. “Por cómo hablas de él está claro que Inuyasha me robó tu corazón hace mucho tiempo. Y ese amor verdadero que tenéis difícilmente se puede romper. Él es tu felicidad Kagome.” Dicho esto se fue.

    Ella se quedó parada en medio del salón, con dos vasos de refresco olvidados hace mucho en la mesa. Volvió la vista a la mano, donde había apretado con fuerza el preciado objeto que el muchacho le había otorgado. Lo desenvolvió, encontrándose con una cajita de terciopelo azulada que en su interior guardaba una gema de color verdoso con la letra K incrustado en ella. Un par de lágrimas cayeron por su rostro, diciendo adiós a una parte de su vida. Agarró con más fuerza la caja, cerrando el puño sobre ella y trayéndolo hasta su pecho. Fue entonces que se percató de que no estaba sola.
    Unos brazos la rodearon, confortándola. Dandola un calor que necesitaba en este momento. Ella levantó su mano libre, apoyándola sobre el brazo masculino.
    “Para mí, fue muy importante oírte” dijo Inuyasha, posando un tierno beso sobre la cabeza de ella.
    “Pero le he hecho daño. Además… tú…”

    “Lo que no sabes Kagome es mi punto de vista sobre la misma historia” siguió hablando el medio demonio, cortando a la chica. “Cierto es que mi corazón dudó muchas veces, mis sentimientos divididos. Por una parte estaba Kikyo. La primera mujer que había amado. La primera que se había dignado al menos a mirarme, sin ver en su rostro desprecio por lo que soy. La primera que me tendió una mano cuando todo el mundo me daba la espalda.”
    “Inuyasha” dijo la joven con voz quebrada.

    “Pero… otra muchacha apareció. Ella, a la que confundí con ese primer amor. Ella, a la que la primera vez quise desgarrarla con mis garras para arrebatarla esa misma joya que tantos otros como los que me despreciaban perseguían. Ella, aquella muchacha de extraños ropajes que me libró de mi sello. Ella, que me no me vio, sino que realmente me miró. Que realmente me aceptó por lo que soy. A ella es a la que más daño he hecho en este mundo Kagome. Y lo lamento. Porque solo fue cuando creí perderla cuando comprendí que ella era mi mundo. Que Kikyo nunca significó lo que ella significa para mí. Que mi vida no tiene sentido sin ella. Porque es a ella a la que amo. Porque te amo… Kagome.”

    Un silencioso llanto escapó de los labios de la joven, y tuvo que sostenerse con los ropajes de Inuyasha cuando sintió cómo el temblar de las rodillas la hacían perder el equilibrio. Los besos que habían ido descendiendo desde lo alto de su cabeza, por su oreja, hasta su cuello… la hacían temblar de emoción, de miedo, de duda, de deseo, de… amor.

    “Quédate conmigo Kagome” rogó, poniendo su corazón en esas palabras.
    “Yo… no…” intentó negar ella. No sabía si sería capaz de poder resistir el dolor que sufrió con Inuyasha. No sabía siquiera si valía la pena intentarlo. Después de todo, quizá fuera porque Kikyo había muerto, que él buscaba sus labios. Quizá intentara encontrar en ella a esa antigua sacerdotisa.
    Inuyasha, consciente de los pensamientos de la mujer entre sus brazos, decidió finalizar con este juego de dudas y misterios. “No busco en ti a Kikyo, Kagome”
    “¿Cómo lo sabes?” preguntó ella, queriendo saber pero, a su vez, aterrada por la posible respuesta.

    Él suspiró. “Estabas muerta Kagome. Muerta. En mis brazos. Y yo no podía hacer nada. Intenté ayudarte. Cuando vi a Sesshomaru pensé que estarías a salvo. Y por ello no me importó suplicarle por tu vida. Porque habría hecho cualquier cosa porque volvieras a mi lado. Porque, sin ti, mi vida no tiene sentido. Pero… Kikyo tenía tu alma. Y Tenseiga no funcionó. Estaba desesperado. Incluso quise dejarme matar. No merecía vivir. No si tú no compartías tu vida conmigo. ¿Sabes que le pediste a Kikyo que me hiciera feliz?” dijo, con una ligera sonrisa de orgullo entre sus labios.
    “¿Yo?” preguntó sorprendida. Ninguno de los dos se había movido de ese abrazo.

    “Sí, tú. Al estar tu alma en su cuerpo ambas os volvisteis una. O algo así. El caso es que tú hablaste con ella, pensando que ella era mi felicidad. Deseaste que utilizáramos la joya de las cuatro almas para poder estar juntos. Porque pensabas que eso era lo que yo quería”
    “¿Y… no lo es?”

    “No¿sabes por qué?” ella negó con la cabeza. “Porque a quien quería era a ti. A Kagome Higurashi. A la muchacha que conocí como una quinceañera perdida 500 años en el pasado. Kikyo leyó eso en mí. Y pidió un deseo. Tú eres ese deseo Kagome. Tu vida es lo único que yo deseaba. Porque me he dado cuenta de que te quiero más que a nada en este mundo. No me rechaces Kagome. Por favor…” iba rogando mientras plantaba húmedos besos en el lateral de la garganta femenina.
    Ella suspiró, dejándose embriagar por las miles sensaciones que estaba sintiendo en esos momentos.

    “Por favor…” dijo él como un susurro, apartándo los mechones de cabello que molestaban en su camino por la pálida piel de la joven.
    Ella se dio la vuelta en su abrazo, envolviendo el cuello del joven con sus extremidades.

    “¿Estás seguro?” preguntó, buscando la verdad en el dorado de las orbes masculinas. Queriendo saber… necesitando saber…
    Él tan solo se inclinó sobre ella, robando de sus labios un pequeño y casto beso. “Lo estoy”

    “Entonces” ella se alzó, de puntillas, para que sus bocas estuvieran lo más cerca posibles, dejando que ambos alientos chocaran contra el otro. “No te rechazaré” y ambos cayeron en el embrujo del momento. Lengua contra lengua, suspiro contra suspiro. Dejándose llevar por la pasión, por el deseo, por el amor.

    Dos corazones separados por las circunstancias. Dos corazones que habían tenido que atravesar mil infiernos para poder compartir un mismo latir. Dos corazones que, por fin, se habían encontrado, a los que ya nada, ni nadie, sería capaz de alejar el uno del otro.

    Parte Lemon (en el blog)
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    La noche cayó sobre una pareja de amantes que dormían tranquilamente en una cama de almohadones rosados. Bueno, en realidad solo ella dormía. Él, abrazándola por la espalda, la acariciaba el cabello, su vista posada en la marca que la definía como suya. Como solo suya.

    Se sentía tremendamente dichoso. Jamás pensó que pudiera llegar a sentir tanto por alguien, y menos que esos sentimientos fueran correspondidos. Posó una mano en el vientre de la joven, notando el pequeño latir que se creaba por momentos. Su rostro se puso serio.

    ‘Mañana hablaré con ella’ pensó algo asustado. Y, dicho esto, se dejó llevar por los brazos de Morfeo, descansando su agotado y desnudo cuerpo contra el de iguales condiciones femenino.
    Y así, queriéndose, protegiéndose y amándose, esperaron por el llegar de un nuevo día.

    Continuará…


    Pues, este es el penultimo capitulo del Fic, solo falta un solo capitulo y este magnifico Fic, se termina T-T me encantó de verdad n.n asi que muy pronto me volvere a pasar por aqui para subir el siguiente capitulo n.n, por ahora me voy al servicio
     
  16.  
    LucyDei

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    Re: El adios

    Bueno, aquí estoy de nuevo n.n con el último capitulo del fic "El Adios" de Elena Chan, le agradezco a Elena Chan por su permiso para publicar su Fan-Fic en CemZoo, la felicito porque hizo un buen trabajo, y espero que algún día de estos, pueda tener el honor de leer otro fic creado por ella, asi que sin nada mas que decir por el momento... he aqui el ultimo capitulo...



    La noche cayó sobre una pareja de amantes que dormían tranquilamente en una cama de almohadones rosados. Bueno, en realidad solo ella dormía. Él, abrazándola por la espalda, la acariciaba el cabello, su vista posada en la marca que la definía como suya. Como solo suya.
    Se sentía tremendamente dichoso. Jamás pensó que pudiera llegar a sentir tanto por alguien, y menos que esos sentimientos fueran correspondidos. Posó una mano en el vientre de la joven, notando el pequeño latir que se creaba por momentos. Su rostro se puso serio.
    Mañana hablaré con ella’ pensó algo asustado. Y, dicho esto, se dejó llevar por los brazos de Morfeo, descansando su agotado y desnudo cuerpo contra el de iguales condiciones femenino.
    Y así, queriéndose, protegiéndose y amándose, esperaron por el llegar de un nuevo día.


    El adiós
    Los personajes no me pertenecen y hago esto sin ánimo de lucro. Espero que les guste.

    Capítulo 18

    ggg” mientras hablan
    ‘ggg’ lo que piensan

    Kkk flashback
    XXX cambio de escena

    Los rayos de sol despuntaban en el horizonte, adentrándose en el cuarto a través de los resquicios destapados que dejaban las cortinas rosadas, iluminando, así, el habitáculo. Una pequeña habitación de una casa cualquiera, dentro de los terrenos de uno de los templos de Japón. Allí, tumbada sobre el esponjoso colchón y medio arropada con una sabana, se despertó una muchacha de largos cabellos azabache, sintiendo un descanso sin igual rodear su cuerpo.

    Buscó, con los ojos cerrados y a tientas, a esa figura masculina que la había acompañado en sus sueños. Pero, al no encontrarlo, sus ojos se abrieron de golpe, escudriñando todos los rincones del lugar. Temerosa de la desaparición del chico, se levantó, cubriendo su desnudez con una bata que encontró colgando de una de las perchas del armario. Se miró en el espejo, comprobando que sus largas ausencias en su mundo habían provocado que sus pertenencias se quedaran algo aniñadas. Echó un vistazo al lugar donde había reposado, al pomo de la puerta, a las cortinas… Todos los objetos la seguían recordando a la Kagome de quince años que nunca se molestó en escuchar las historias inventadas de su abuelo. Sin embargo, ella distaba ya mucho de aquella época.

    Haciendo una nota mental sobre el nuevo mobiliario que adquiriría un día de estos, bajó rápidamente las escaleras, pues sus fosas nasales captaron un ligero aroma a quemado que alertaron todos sus sentidos.
    Cual fue su sorpresa cuando, al entrar a la cocina, se encontró con el muchacho de largos cabellos plateados dándole la espalda, que se encontraba totalmente descubierta. Su pantalón rojo marcando a la perfección su tremendamente bien delineado trasero. Sus orejas juguetonas moviéndose sin descanso en lo alto de su cabeza. Se le podía escuchar quejándose una y otra vez mientras hacía algo en el fregadero. Kagome le oyó maldecir con varias palabras malsonantes.

    “Buenos días Inuyasha” dijo ella con voz tierna y esbozando una sonrisa. El joven dejó sus quehaceres, sintiéndose aturdido por la forma en la que la chica le había sorprendido, pues no había notado su presencia. Cuando la miró, se le dibujó una sonrisa pícara. Kagome estaba apoyada en el marco de la puerta, mirándole, y con la bata ligeramente abierta, revelando la desnudez de la muchacha.

    “Buenos días preciosa” ese apelativo cariñoso provocó que todos los bellos del cuerpo de la muchacha se erizaran. Sin moverse de donde estaba, le vio acercarse lentamente, con un movimiento sin igual, provocándole tremendos escalofríos placenteros. Los labios del hanyou se posaron sobre los de ella, arrancando más de un gemido ahogado en la boca femenina. Sintió los fuertes brazos rodearla de forma poderosa, apresándola contra el cuerpo del medio demonio. Ella se dejó arrastrar por ese sentimiento de alegría que la invadía, y esa necesidad de protección que la inundaba cuando estaba en los brazos de Inuyasha.

    “Kagome” susurró él desde lo alto de su cabeza, aspirando el delicioso aroma que desprendía el oscuro cabello femenino.
    “¿Mmmm?” preguntó ella, con los ojos cerrados, dejándose envolver por ese mar de sentimientos que golpeaban sus sentidos.

    Inuyasha se separó, despertando de ese sueño embriagante que era su, ahora, mujer. La tomó de la mano mientras que con la otra garra delineaba su ligeramente descubierto seno. Ella sonrió ante ese gesto, y le siguió cuando él comenzó a caminar hasta la sala, sentándose en el mismo sofá que la noche anterior había sido testigo de sus sentimientos.
    Un ceño fruncido se dibujó en el rostro de la joven cuando vio que las facciones masculinas se volvían pensativas y preocupadas. “Inuyasha¿Qué ocurre?” preguntó, oliendo el miedo de él.

    “Tengo que contarte algo, es importante.” Dio un largo suspiro y se tomó un par de minutos para poder plantear una rápida estrategia de acercamiento al tema tan espinoso que quería tratar con la mujer enfrente suyo. Era consciente del desconcierto de ella, pero temía que Kagome pudiera quererle muy lejos de su vida una vez se enterara de su actual situación.
    “Verás, cuando Kikyo te devolvió a la vida… bueno… al desaparecer la joya, el espíritu de Midoriko fue liberado de su ferviente batalla contra los demonios encerrados en la perla. Ambos espíritus se presentaron ante mí” hizo una pausa, respirando temerosamente.

    “¿Y?” preguntó la joven intentando alentarle a que continuara.
    “Pues… ella me ofreció un regalo. No entendí al principio lo que significaba. Hace tiempo muy reciente que he descubierto de qué se trataba”
    “¿Y de qué se trata?” preguntó ella curiosa sin entender. Al fin y al cabo, un regalo siempre era un regalo y eso significaba algo bueno¿no? Entonces… ¿por qué tanto misterio?
    “Bueno… ellas hicieron algo… más bien… te hicieron algo” confesó él, no pudiendo mirarla a los ojos. En su lugar encontró mucho más interesante un punto cualquiera del suelo.

    “¿Qué me hicieron?” preguntó Kagome algo preocupada. No es que pensara que ellas fueran capaces de hacerla daño, aunque no sería la primera vez que Kikyo atenta contra ella. Pero… “Inuyasha, dime¿qué me hicieron?”
    “Bueno… yo… yo soy medio demonio…”

    “Sí…”
    “Y tú eres humana”
    “Aham” afirmó ella todavía sin entender.
    “El caso es que…”
    “¿Qué?” esta situación de incertidumbre la estaba poniendo nerviosa. ¿Qué podía ser tan malo para que el medio demonio actuara de esa forma? Se empezó a preocupar realmente.

    “Al ser tú humana no podemos vivir juntos mucho tiempo, porque tú morirías cuando yo apenas aparentaría ser mucho más mayor de lo que soy ahora”
    La razón entró en el cerebro de la mujer, que se llevó las manos a la boca evitando un grito ahogado que quiso escapar ante la sorpresa de dicha revelación.
    “Así que para seguir juntos ellas… te cambiaron”
    “¿Quieres decir que…?

    “Que ahora eres una hanyou” puntualizó, las mejillas sonrosadas y el corazón latiendo a velocidades inhumanas. “Y estás embarazada” Lo había hecho. Seguramente ella se arrepentiría de haberse apareado con semejante especímen que no pertenece a ninguna parte. Se sentía como si acabase de destrozarle la vida a la muchacha, y la quería demasiado como para atarle a él de esa manera. Muy en su interior deseaba que ella le amara como él la amaba a ella. Por eso el miedo se apoderó de él, tiritando sin poder evitarlo.
    Los minutos pasaron y el silencio incómodo que los había envuelto no desapareció. Inuyasha, dubitativo, se giró para mirarla. Le sorprendió al encontrar surcos de lágrimas bajando de sus hermosos ojos marrones, mojando ese rostro aniñado y que tanto le encantaba.

    “Kagome… yo…” intentó disculparse, levantando uno de sus dedos para limpiar esos rastros de agua, queriendo, con ese gesto, quitarle esa pena en la que la había sumido. No se esperó ese abrazo opresor que le tiró, por la brusquedad del arrumaco, sobre los cojines que formaban el asiento del mueble sobre el que se habían sentado.

    “Oh… Inuyasha… soy tan feliz” la oyó decir entre suspiros.
    “¿De… de verdad?” preguntó él, no sabiendo si había escuchado bien, con miedo a que su ingenio le jugara tan mala pasada.
    “De verdad Inuyasha¡te quiero!” gritó, regalándole uno de esos besos que hacen historia. Sintiendo en su cuerpo medio desnudo el calor que desprendía el de su hanyou. Ese medio demonio que le arrancó el corazón al poco de conocerlo. Él, que había jurado por siempre protegerla.

    Y así, compartiendo ese momento de intimidad, volvieron a hacer el amor en la sala, siendo observados solamente por los inminentes rayos de sol que ya se colaban por la ventana.

    XXXX​

    Al otro lado del pozo se encontraban Miroku y Sango, apoyados contra la madera de la construcción. Uno de los brazos del monje rodeaba los femeninos hombros de la chica a la vez que ella apoyaba su rostro en el hombro de él. Su largo cabello suelto mientras que las ráfagas de aire jugueteaban con los mechones oscuros de la mujer.

    “¿Crees que ellos estén bien?” preguntó preocupada la cazadora de demonios. Tenía posada la vista sobre su dulce compañera y amiga, Kirara. Ella estaba a unos metros más allá, jugando con Shippo. Pero su mente estaba puesta en aquella persona que había adquirido el papel, casi, de su hermana en esta vida.

    Miroku también miraba el horizonte, su mente puesta en los mismos pensamientos que los de su compañera.
    “Inuyasha no ha regresado aún, eso tiene que ser buena señal”
    “Espero que sí” ambos deseaban lo mejor para esa pareja de testarudos que a veces no eran capaces de ver más allá de ellos mismos.
    Y así, en silencio y disfrutando de los aromas de la mañana, se quedaron por largo rato, admirando el despertar del nuevo día.

    XXXX​

    “¿Qué hacías esta mañana en la cocina?”
    Kagome e Inuyasha se encontraban tumbados en el sofá, descansando de la actividad realizada. Él estaba situado tras ella, acariciándola el pelo y quitando un mechón juguetón de su frente mientras besaba sus níveos hombros, deleitándose con la belleza de la muchacha.

    “Intenté hacerte el desayuno” dijo él entre pequeños besos.
    Una sonrisita se escapó por entre los sonrosados labios femeninos. “¿Y eso?” preguntó, pudiendo imaginarse la situación tan cómica en la que se habría visto envuelto el hanyou tomando en cuenta cómo le encontró maldiciendo esa mañana.

    “Pues hace tiempo ya que, mientras estabas en clase, tu madre me enseñó a utilizar algunos de esos aparatos tan raros que tenéis. El tosi… tostidor…”
    “¿Tostador?”

    “Eso. El caso es que quise llevarte el desayuno por la mañana. Pero como ves no le puse mucha atención y se me quemaron”
    Kagome no pudo evitar reírse. Esa sonrisa sincera y tan llena de vida que Inuyasha adoraba. Viéndola ahora, tan suya, no podía creer que hacía tan poco había estado muerta entre sus brazos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, queriendo deshacerse de esas terribles imágenes que aún le acosaban. Luego se unió a la felicidad de ella.

    “¡Oye, no te rías de mí!” dijo con un tono de guasa.
    “Lo siento, pero es que te veías tan divertido maldiciendo esta mañana”
    “¡Keh!”
    Ella se secó una lágrima que escapó de sus ojos. Luego tomó la garra de Inuyasha que acariciaba su cabeza y la acercó a su vientre.
    “Te quiero Kagome” le susurró él al oído, acariciando con el pulgar la zona cercana al ombligo.

    “Estoy un poco asustada” confesó ella, escondiendo su rostro en el brazo masculino sobre el que estaba apoyado su cuello.
    “¿Por qué?” preguntó el hanyou algo preocupado.

    “Porque… no se si seré buena madre. Además… no se cómo es ser una hanyou, quiero decir¿tendré yo también algo parecido a lo que a ti te pasa con la luna nueva? Y además¿y si te cansas de mí y te vas con otra?” Inuyasha se quedó asombrado del rápido cambio de humor de la joven. No hacía ni cinco minutos que se estaba riendo tan abiertamente y ahora apenas contenía las lágrimas.

    “Mi niña” dijo en tono cariñoso, odiaba verla llorar “yo tampoco se lo que es ser padre, pero juntos lo descubriremos. Sobre qué significa que seas una hanyou… te confieso que no tengo ni idea, aparte de que eres longeva. Pero… te repito, estás conmigo¿no? Jamás dejaré que nada te pase”
    “¿Y si te cansas de mí?” torció su rostro para encontrarse con esos hermosos ojos dorados que la cautivaron desde el primer instante. Él solo pudo dibujar una sincera y tierna sonrisa al ver la carita contraída mezcla de miedo y duda. Se veía simplemente tan hermosa…

    “Kagome” acarició la marca que había hecho él mismo con sus colmillos. “Los demonios perro, como yo, tenemos ciertas… reglas, por decirlo de alguna manera. Vienen con nuestros instintos. Nosotros no nos apareamos tan fácilmente. Es por eso que no somos tantos como otros tipos de demonios. Porque, cuando lo hacemos, quiere decir que hemos elegido, finalmente, a la hembra que será nuestra compañera de por vida. Y no es fácil. Si yo te he marcado, es para decirte de alguna forma que eres mía, al igual que yo soy tuyo… para siempre.”

    “Pero…” sin embargo, cualquier cosa que ella iba a decir murió en sus labios, cuando estos fueron callados por un firme dedo de Inuyasha.
    “Pero nada cariño. Te quiero aquí, ahora y conmigo. Para toda la vida” dicho esto la besó. Ella le correspondió, entregándole, en ese gesto, toda su alma.
    Fue en ese momento cuando la puerta de entrada se abrió, apareciendo por ella toda la familia de Kagome, su madre, abuelo y Sota, su hermano.
    “¿Onechan?” se escuchó la voz del pequeño al descubrir a la pareja de jóvenes que, aún desnudos, intentaban taparse lo mejor posible de las miradas de los demás allí presentes.
    “Esto…”

    “Kagome” dijo el abuelo, tapándose los ojos y poniéndose realmente colorado.
    “Papá, Sota. Vamos a preparar algo de comer. Kagome, Inuyasha y tú podéis vestiros y luego venir a la cocina.” La sentencia de la madre de la muchacha fue seria pero no severa. Sin embargo, nadie cuestionó la autoridad de la mujer.

    Y así, quince minutos más tarde, nos encontramos a toda la familia junto a un par de sonrojados jóvenes sentados a la mesa. Nadie se atrevía a hablar. Sota intentaba espiar lo mejor posible desde el pasillo, pues su madre le había pedido amablemente que dejara la habitación cuando los mencionados jóvenes aparecieron vestidos y con sendas miradas posadas en el suelo.
    “¿Y bien?” preguntó la madre de Kagome.

    “Mamá… yo…” pero las palabras murieron en su garganta. Inuyasha pudo leer el miedo de se ahora esposa. Así que tomando fuerzas de flaqueza, alzó el rostro enfrentando a los dos adultos que les miraban de forma curiosa, y les relató los hechos, obviamente omitiendo algunos detalles, de su situación actual, incluso comentándoles el hecho de que estaban esperando a una criatura.

    Por largos minutos se hizo el silencio en la sala, cada uno sumergido en sus propios pensamientos.
    “Supongo que son conscientes de lo que esto conlleva”
    “Sí” dijeron ambos, mirando fijamente a los ojos de la mujer mayor que se encontraba frente a ellos.

    Grande fue la sorpresa cuando, sin que ellos pudieran reaccionar, notaron como unos brazos les rodeaban a la vez que se oían voces de felicitaciones por parte de la madre y del abuelo de la chica.

    XXXX​

    Los meses pasaron y el embarazo de Kagome se fue haciendo, cada vez, más notorio. En un principio la pareja estuvo realizando viajes a través del pozo bastante a menudo, en busca de provisiones y demás utensilios necesarios para la muchacha y el bebé. Sin embargo, cuando el vientre de la chica fue en aumento, el cansancio era cada vez mayor y el paso de una época a otra fue reduciéndose en número. El último par de meses solamente Inuyasha iba de un lado al otro del pozo, por petición de Kagome, para que su familia estuviera al tanto de su estado.

    Ambos habían decidido que tendrían al niño en la época de Inuyasha. Después de todo, ambos eran hanyous, y la sociedad de la chica no estaba preparada para aceptarlos.

    Pronto descubrieron que, en las noches de luna nueva, la transformación sufrida por Inuyasha era igual pero al revés en la joven. Esto, pensaron, les resultaría útil en el futuro. Al fin y al cabo, siempre habría un ser sobrenatural que pudiera defender a la familia.

    Se establecieron en una casa construida por el propio Inuyasha, ayudado por los aldeanos, en las tierras que limitaban con el árbol sagrado y el pozo.
    Y en una de esas noches estrelladas, mientras ambos estaban abrazados observando el horizonte, fue cuando el pequeño, al que aún no le habían puesto nombre, quiso hacer su aparición.

    Fue una de esas noches que hicieron historia, de esas que siempre serán recordadas en la historia, pues el nacimiento de ese bebé hanyou resultó ser uno de los más grandes acontecimientos ocurridos en el pueblo de Kaede. La misma vieja ayudó en el parte, trayendo al mundo al bebe que, acurrucado entre los brazos de su madre, se chupaba con ahínco el dedo gordo de su mano.

    Kagome estuvo triste de que no heredara las hermosas orejas de Inuyasha, pues la pequeña pelusilla azabache que rodeaba su cabecita era una característica, claramente, de ella. Sin embargo, no le importó demasiado cuando descubrió los hermosos ojos dorados que asemejaban a los de su padre.

    “Es hermosa” fueron las primeras palabras de un, hasta entonces, histérico medio demonio.
    “Lo es” sonrió Kagome, aún agotada por el esfuerzo realizado. “¿Cómo quieres llamarla?”
    “Como tú digas me parece bien” contestó Inuyasha plantando un casto pero amoroso beso en los labios de su esposa.

    Ella le sonrió por ese gesto, bajó la vista a la niña entre sus brazos y dijo “Bienvenida al mundo, Catumy”.

    Fin


    Me dio mucho gusto publicar este fic, y les agradesco mucho a todos, y a Elena Chan... los invito a que lean mi Fic...
     
  17.  
    KAnnome_chan

    KAnnome_chan Guest

    Re: El adios

    esta ya la habia leido... y confieso que en ocaciones me hiso llorar... me alegra volver a leerla...
     
Estado del tema:
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