Eterno Amanecer.

Erase una nube muy negra y densa que cubría mi aún delirante cabezuela; su espesor era tanto que no me dejaba pensar con claridad, alucinaba pues ya no razonaba, no llegaba a ninguna medida final y eso cómo me desesperaba; me mataba no decidir, no aclarar la realidad de mis memorias y de mi antiguo pero muy añorado bienestar.


Quería estar segura de lo que pensaba, quería poder aclarar mis pensamientos y aún mas importante para mí era decidir si me estaba enamorando o no; pero ¿quién diablos puede querer enamorarse si se trata de alguien que ni remotamente podria ser para ti, alguien con quien no puedes estar pues no es tu mitad, no te complementa ni te es lo más pocamente igual?, simplemente si lo conocieras a profundidad hasta lo llegarias a odiar. Sin embargo, quería saber si me estaba enamorando pues él me envolvía en su mirada y, su corazón me seguía para palpitar desorbitado cerca del mío, eso me estremecía, me ensamblaba con locura hacia un eterno amanecer, quería escapar pero recordaba cuando una vez sus labios se unieron a los mios para fundirse en un dulce beso que se tornó amargo cuando supe que él de alguna manera solo quería jugar conmigo; fue devastador pensar que algo tan sentido, tan especial, puede volverse tan frío y tan dolido sólo con el hecho de conocer la verdad.



Fue entonces cuando la nube se hizó más densa y oscura, no veía luz alguna, ni destellos ni siquiera una luciérnaga que me animará a abrir los ojos y simultáneamente ver que no me había enamorado, que sólo fue una ilusión pues él era sólo un cabron que hizo uso de mi corazón sin ser lo suficientemente hábil como para llevárselo o, quizás yo no fui lo suficientemente estúpida como para entregárselo; de eso me alegro, pues no fui tan zonza como para darle mi corazón en un relicario a un idiota que tiene sus sentimientos desordenados por una niña que lo pisotea y le pega hasta con dardos envenenados.


Entonces vi de nuevo el amanecer y la nube negra de mi alrededor se fue, pude ver con claridad y le di gracias a Dios una vez más por no dejarme caer en ninguna estupidez de la cual me hubiese arrepentido miles de veces hasta matar mi juvenil serenidad.