The Hunger Games Etéreo

Etéreo​

Inhaló profundamente, sintiendo como su cuerpo flotaba con suavidad en el aire al tiempo en que los rayos de sol calentaban todo a su alrededor. Podía sentir el suave golpe de las olas en el agua, el ruido de la marea al dar contra la arena y el de la espuma formándose con persistencia entre las rocas.


Sonrió mientras relajaba aún más su cuerpo, sintiendo las cuerdas contra su espalda, escuchando las pequeñas gotas de agua que seguían cayendo de su cuerpo y chocando con la arena debajo suyo mientras abrazaba aquel suave y cálido cuerpo contra su pecho.


Abrió un ojo cuando sintió el peso encima suyo moverse, observando como aquel bello rostro parecía querer separarse de su cuello y levantarse nuevamente. Acarició las hebras pelirrojas que nublaban parte de su vista y, con suma tranquilidad, bajo un pie de la hamaca posándolo sobre la arena. Movió su mano por su cabello, llevándolo hacia su brazo y bajando con delicadeza, depositando una pequeña caricia contra su piel. Empujó con cuidado contra la arena, provocando un insignificante balanceo de lado a lado.


Cuando volvió a mirar, aun con su mano en el brazo de ella y su otro brazo firmemente contra su cintura, admiró como su respiración se acompasaba y frotaba su nariz contra su cuello.


Y lentamente, mientras los segundos se convertían en un universo infinito con ellos como el centro, al tiempo en que los ruidos del mar volvían a rodearlos y con su pierna manteniéndolos en un suave balanceo constante, pudo sentir como la paz y la felicidad que siempre buscó los encerraban en una pequeña burbuja. Como el mundo, lleno de dolor y sufrimiento, no existía en ese momento, porque ahí, en ese preciso instante, solo estaban ellos dos. Durmiendo bajo los rayos del sol, con la brisa como regalo divino y la música de las olas cuidando sus sueños.



—Te amo, Annie —susurró, suspirando su nombre al tiempo en que una sonrisa se plasmaba en sus labios y permitía que el sueño llegara a él también.