Microrrelato Espinas sin rosas

Acariciaba suave y rápidamente la llena de mi dedo índice con la de mi pulgar, mientras observaba detalladamente esta vieja y extraña casa, nunca viví en ella, nunca estuve en ella no que yo recuerde, pero todos los días, algo me hacía venir a verla.
Una vez dentro pude verla en toda su caótico esplendor, vieja, mohosa, abandonada. La sala de estar; los muebles maltratados y ruidos, el librero carbonizado y los cuadros opacos, las paredes parecían haber estado en guerra durante mucho tiempo contra la humedad y el agua que se filtraba del techo, y era evidente que ni la pintura ni el frisado había ganado.

La cocina no había corrido con mejor suerte, un tornado azotó con fuerza la pequeña habitación, la gaveta de cubiertos estaba abierta, ni cucharas ni tenedores, solo cuchillos, afilados y brillantes, preparados, como si los hubiesen acomodado a propósito para una ocasión especial. La mesa del comedor, a diferencia de su caótico alrededor, parecía estar intacto, dos platos de comida sobre él, uno a la mitad, y otro como si solo hubiesen probado un bocado, la comida se veía exquisita, recién preparada, me sedujo, la tentación de dar una probada a tan suculenta comida me invadió, pero mi fuerza de voluntad junto al estado del hogar me hiso desconfiar totalmente del platillo, por lo que continúe con mi impulsiva visita así que decidí ir a por las habitaciones.

La habitación principal, llena de escombros, como si hubiese caído un muro sobre todo el dormitorio, una cama y un televisor bastante costoso hecho pedazos, de seguro fue un lugar bastante acogedor en su momento. Siguiente habitación, completamente vacía y limpia de no ser por una pequeña cama y un escritorio, parecía más una celda de una prisión que otra cosa. 3era y Ultima habitación, la más colorida que había visto jamar, aunque calcinada por el fuego, aún dejaba ver muchos opacos y pálidos colores que una vez formaron parte de las paredes, libros con promesas sin todavía cumplir por todo el piso, y la sombra de un amor perdido colgando del techo con una soga de flores.

Tome un velón que llevaba en el bolsillo de mi pantalón y lo encendí, delicadamente lo pose bajo el marco de la puerta, un suspiro, mis ojos se cerraron mientras que una tierna voz con un acento a punto de romper en terrible llanto me pregunto:

— ¿Todavía sigues aquí?

— Sigo aquí por porque así lo deseamos ¿verdad?.

Di media vuelta y me marche, una vez frente al caótico hogar, me quite el reloj de mi muñeca que me regale a su nombre y lo avente con fuerza a la puerta, contemple una última vez la descuidada fachada y sin volver la mirada atrás, sin pensarlo dos veces, sin siquiera imaginar un regreso, me marche, lo más lejos que pude, hasta donde mis pies soportaron, hasta donde mi aliento me pudo llevar, cada paso un recuerdo, cada metro una lagrima, cada kilómetro una herida cicatrizada. Espinas sin rosas.