Esperanza

Las horas seguían pasando, todas igual de aburridas y monótonas como lo ah sido toda mi vida. Acomode un poco mi viejo y sucio vestido y seguí mirando hacia el cielo raso, podía apreciar las manchas oscuras de humedad que se filtraban por los agujeros en algún lugar de este pequeño y reducido cuarto. Acomode una vez más mi vista, había perdido el enfoque otra vez gracias a la falta de comida en mi estomago y a la falta de agua en mi cuerpo.

Acomode mi espalda en la rocosa pared evitando poner las zonas dañadas contra está, y estire lo más que pude mis largas piernas. Tire de mi cabeza y acomode mi larga cabellera atrás de la oreja derecha, esa cabellera de un hermoso dorado había cambiado drásticamente a un negro opacado y chamuscado, lleno de nudos y algunos bichos que no podía sacar por mi propia cuenta. Mire una vez más mis manos llenas de ampollas, callos y cicatrices; las mire detenidamente para luego cerrarlas en dos puños… pronto salió ese liquido carmesí tan anhelado, las lleve ah mi boca y tome de ellas.

No podía tirar nada, después de todo era mi única oportunidad de tomar algo el día de hoy antes de que volvieran. Trate de acomodarme una vez más en el duro y frio suelo justo en el momento que la puerta se habría drásticamente, la cegadora luz entro rápidamente al oscuro lugar provocando un dolor infernal en mis ojos. De ella entraron rápidamente dos hombres, uno más grande que el otro.

— ¿Quieres jugar un rato con nosotros?- pregunto con sorna el más flacucho. Mientras una risa estruendosa salía de sus labios, la misma que había memorizado desde hace unos meces ya.
—Vamos preciosa, tenemos ganas de jugar un poco más contigo en nuestra cama… ¿acaso no te sientes entusiasmada? Te elegimos especialmente a vos- hablo el segundo, mientras tocaba con sus asquerosos dedos mis labios morados. Los mire desafiada mente como antes los había hecho ya, para luego recibir la esperada cachetada en el lado izquierdo de mi cara la cual ya no tenía sensibilidad, dejando salir un hilo de sangre de mis labios.

Me miraron totalmente enojados, sus ojos tiraban dagas invisibles a mi cuerpo… el más grande de los monstruos agarro mi cabello y tiro de él para ponerme de pie. Me miro a los ojos y sonrío, antes de posar sus labios en los míos.

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Abrí los ojos en el momento en que era arrastrada por el piso hacia mi dormitorio desde hace ya tres años, sus pasos iban cada vez más lentos aproximándose a esa puerta marrón descolorida. La abrió con una sola patada y tomando fuerza me tiro por el aire hasta llegar a mi antiguo lugar. La última vez que había salido de esta habitación fue solo para mi castigo nunca había salido por algún otro motivo.

Mire una vez más el techo y recordé cuando llegue aquí, cuando discutí con mi madre y hui de la casa junto con mi novio; en ese tiempo era demasiado ingenua y persuasiva como para darme cuenta de la verdad escondida detrás de sus dulces palabras y gestos. Recordé como le había quitado cada uno de los centavos que mis padres habían recaudado con el paso de los años para poder vivir con él, la estúpida carta que le escribí en el mismo momento en que huí… la única y estúpida frase.

“Nunca más volverán a verme. Nunca me busquen, nunca piensen en mi… hagan como si yo nunca hubiera nacido”

Luego de escribir eso estaba satisfecha pero ahora me arrepentía totalmente, como hubiera deseado… ¿esas manchas eran… lágrimas? ¿Lágrimas? Habían pasado ya dos años desde que no soltaba una sola, desde la última vez… cuando pensé en mi madre. Por supuesto, pensar en mi madre me hacia llorar como la primera noche que pase en este lugar… como si nada hubiera cambiado desde entonces.

El recordar sus ojos acusadores, sus palabras llenas de enojo y sus lágrimas cayendo por esas rojas mejillas. El pensar como reaccionaria al leer la nota también me hacia llorar, su única hija la había abandonado y despojado de todo lo que poseía en la vida.

Una vez más mi cuerpo se convulsionaba, una vez más mis ojos ardían, una vez más las lágrimas caían… una vez más recordaba el dolor de la soledad. Lleve las manos a mi cara tapándome totalmente, apreté los labios fuertemente y me tense entera; no podía dejar que ellos me escucharan llorar, eso no era nada bueno. Agarre grandes bocanadas de aire, seque mi cara con esos dedos alargados llenos de cicatrices y mire otra vez el cielorraso; mire esa oración que hice la noche que llegue aquí.

Era lo único que me quedaba por ahora, la única fuerza que tenía en este momento y lo que me mantenía con vida. Solo fije mi vida en esa oración y cerré mis ojos, a los pocos minutos la oscuridad me rodeo y estuve tranquila… habia llegado a mi momento de paz.

Esa oración en el techo era lo único que parecía tener vida, el poder que desprendía parecía ser mágico y eso era lo que necesitaba… un poco de magia. Un pequeño empujón para salir de este lugar, para esperar el día en que alguien se dé cuenta de que fui secuestrada; el día en el que alguien se dé cuenta de que Hanna Black había dejado de existir.

Desde la puerta me llegaron unas voces y algunos forcejeos, podía escuchar los murmullos de personas que no conocía desde el otro lado. Algunas pisadas fuertes y algunos tiroteos, eso no era nuevo… pasaba a menudo; pero algo me impacto, un gritó. Uno que no había escuchado desde hace tres años, y que me hacía mucha, mucha falta; el grito de mi madre.

La puerta fue abierta con una patada desde el otro lado, la luz cegadora entro una vez más al mismo tiempo que unos fuertes y cálidos brazos me rodearon, dejándome empapado el viejo vestido. El delicioso olor a fresas de mi madre llegó a mis fosas nasales y ahí lo comprendí, había funcionado… las plegarias de todas la noches por fin daban resultados; en verdad existía un Dios allá arriba. Mire a la mujer frente a mí, mientras nuevas lágrimas salían de mis ojos… lágrimas de felicidad.

—Madre- susurre, al mismo tiempo que la abrazaba y lloraba como siempre lo hacía de pequeña.
—Mi pequeña… mi pequeña… estoy aquí, no te pasara nada, tranquila- repetía una y otra vez en mi oído, acunándome en sus brazos… mientras cerraba los ojos.

No pronuncie otra palabra más, no dije nada… solo me concentre en la calidez de su cuerpo y me deje llevar. Me deje llevar más de lo permitido, pero ya era tarde... cuando me di cuenta estaba a cinco metros de ella, en el aire. Flotando como una mariposa, mientras se aleja de su capullo y abre sus alas una vez más, solo para ir al lugar en el que nunca más será molestado… el cielo.

“Esperanza y poder. Sueños de la vida y el corazón… nunca los olvides, veras a tu madre en el último momento de tu vida”

Y así había sido… la vi el día que morí en sus brazos.​