Drabble Esmalte.

Y con aquella brocha pintó sus uñas una a una, con su esmalte de uñas favorito: océano místico.

Sacudió sus manos, tomó aire y las sopló. Las puso delante del aire acondicionado e incluso metió sus manos dentro del refrigerador. ¡Cómo tardaba esa cosa en secar!

Fue al armario de su cuarto, teniendo mucho cuidado mientras sacaba su abrigo favorito y se lo ponía. Tuvo suerte de que aquella prenda de lana colaborara con ella cuando trataba de mantener el barniz intacto.

Bajó los escalones y llegó a la cocina, sacó una jarrita y llenó un vaso de agua. Una gota había caído sobre la uña de su dedo pulgar. Lo tomó con calma y lamió su uña, la pintura sabía amarga, eso indicaba que aún no se había secado por completo.

—¡Ya llegué, Miku! —canturreó Kaito desde la entrada, mientras cerraba la puerta.

—Es tarde. —Asomó su cara y observó a Kaito.

El chico peliazul, emocionado, levantó a la chica mientras le daba un gran abrazo de oso.

Los intentos de la chica por alejar sus manos del saco de vestir de su esposo fueron inútiles, al final, la parte del torso quedó manchada, las manchas parecían pinceladas hechas por un niño de cinco años.

—¿Miku? —La llamó el chico, terminando de aplicarle la última capa de endurecedor a su dedo meñique—. Creo que encontré mi verdadera vocación —exclamó, mientras observaba las maravillosas uñas francesas que le había hecho a la chica.