Otro Encuentro y partida

Tema en 'Relatos' iniciado por Rahzel, 27 Mayo 2018.

  1.  
    Rahzel

    Rahzel Usuario popular Comentarista empedernido

    Aries
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    Título:
    Encuentro y partida
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1404
    Encuentro y partida​

    Estaba oscuro, frío y húmedo. El olor del musgo y la madera vencida por el paso del tiempo se olía en el ambiente. Podría haberla olido de tener nariz. Un hueco negro y vacío se cernía sobre su cara. Las orbes hundidas y los dientes amarillentos, llenos de tierra y humedad formaban una expresión feliz, o al menos, si los huesos tuvieran la flexibilidad de los músculos que había perdido, se habría visto feliz, pero transmitiría esa sensación de alguna manera.

    Se sacudió las costillas y los hombros, haciendo sonar sus dedos huesudos.

    —Pero que buen ritmo —dijo al sentir el golpe de sus dedos contra el hueso, repitiéndolo para acabar silbando la melodía que descubría de improviso con su cuerpo— quizás, aún me queden hojas pentagramadas —y comenzó a caminar dejando atrás la tumba que le había dado cobijo. La madera rota sobresalía por el foso habiendo quedado varias astillas en el suelo que se habían pegado a su esqueleto.

    Caminó hasta la avenida, habiendo dejado atrás el cementerio. Llevaba un reloj viejo, pero reluciente de oro un poco maltratado por el tiempo, luciéndolo orgulloso en su cúbito y radio. Ahora, tan sólo necesitaba un vehículo y si bien, era un esqueleto, dudaba que lo dejaran subir al transporte así como así, estaba dispuesto a ingeniarselas con su galantería y sus encantos para poder subir.

    Había pasado tres décadas enterrado ¡tres! Y eso que habían prometido encontrarse pronto y nada. Esperar cansaba, así que harto de tener el ataúd para él sólo, decidió que era momento de ir a hacer una visita, por lo menos, para aguantar otras décadas en el sepulcro hasta que le llegara la hora.

    Se detuvo en la parada del colectivo, habiendo ahuyentado a los transeúntes que esperaban a viva voz y gritos.

    —Han de tener mucha prisa —se dijo desentendido cruzando los brazos, mirando el reloj sobre su muñeca. Diez y veinticinco, aún tenía tiempo para tomar el ciento tres, que si ella seguía en el mismo lugar y con los mismos hábitos de siempre, llegaría para el final de la novela de la diez. Santo horario, que aun en vida, nadie la molestaba con la novela de turno. Dudaba que hubiese cambiado con su partida.

    Vio el colectivo llegar y le hizo la parada, pero hubo un choque ahí mismo. Un auto había hecho una mala maniobra al ver al esqueleto esperando de pie mientras tarareaba una canción ¡Y qué alegre melodía canturreaba! Pero fue el principio del caos. Uno sólo fue suficiente para causar estragos y generar un choque en cadena: seis autos y el colectivo.

    —Menuda imprudencia. En mis tiempos los conductores eran más cuidadosos —se quejó lamentándose del incidente, intentando acercarse a ayudar a una anciana que había caído justo frente al accidente, pero de sólo verlo ¡hasta el bastón se olvidó! Que con las reumas y los achaques de la vejez, la vieja salió corriendo a todo galope gritando que aún no era la hora de que le diera la mano a la parca.

    Una falta de respeto total para él que había ido con muy buena voluntad a ayudar. ¿Pero qué más le daba? ¡Los tiempos habían cambiado! Y las buenas costumbres se habían perdido con ello.

    Lamentándose, volvió a la vereda sintiendo el estrépito de otro vehículo estrellándose. Las ambulancias y a policía estaban cerca de llegar que las sirenas se escuchaban a la distancia. Pero él, con las prisas que tenía, iba a buscar otra parada.

    ¡Y vio su salvación! Vio a un muchacho dejar su bicicleta para entrar a un quiosco. No se había percatado del muerto hasta que se le acercó, posando sus manos huesudas sobre las de él para entregarle el reloj a cambio de la bicicleta. El chico había quedado paralizado del susto, viendo alejarse al esqueleto en su bici cantando ‘hoy puede ser un gran día’. ¡Y qué lo era! No todos los días sucedía algo así.

    Se detuvo en una calle transitada, dejando todo tipo de reacciones a su paso, desde accidentes nuevos hasta desmayados. Algunos más audaces, hasta lo había filmado. Gabriel, el esqueleto, había sido un hombre peculiar tanto en vida como en muerte ¡Y se notaba! Que ni la muerte lo afectaba para dar la nota en plena noche.

    —¡Señoritas! Necesito que me indiquen un par de direcciones. Esto ha cambiado tanto que estoy perdido y no llegaré a ver a mi señora —contó él deteniéndose ante un grupo de abuelas que chusmeaban en la puerta, pero las viejas le cerraron la misma con un sonoro portazo olvidándose hasta las sillas en la entrada— se habrán emocionado. Seguro que también ven la novela —dijo volviendo a poner el pie sobre el pedal a seguir andando. Algo iba a encontrar, como que tenía toda la muerte por delante para llegar.

    Se detuvo en un quiosco en donde un chico casi con movimientos robóticos le señaló el camino. Y ahí lo reconoció cuando llegó a la calle de su barrio: todo estaba como siempre. La casita con las tejas salidas, la pared a medio pintar como él la había dejado cuando se había caído del techo por el limón atorado en la canaleta ¡menuda suerte de caer de cabeza!

    El portón hacia el mismo ruido estridente que antes ¡digno de una película de terror! Que en su casa, los efectos de sonido le sobraban para ambientar cualquier historia.

    Abrió la puerta con la llave escondida debajo de la maceta que cubría la enredadera y entró directo a la habitación.

    —¿Y por cuánto más me ibas a dejar esperando? Tampoco es que tenga la eternidad por delante —mentira, que la tenía, pero tampoco es que fuera a hacer su aparición sin ningún reclamo.

    La anciana que descansaba en la cama saltó y casi recuperó su vitalidad al ver al esqueleto en frente de ella, casi como todos, que Gabriel como esqueleto parecía ser mejor remedio que cualquier ciencia médica. Se persignó varias veces y le rezó a la virgen santísima y a todos los santos que iba recordando sin dejar de persignarse tantas veces como las manos le eran capaz de permitirse.

    —Virgen nada ¡soy tu marido! —Le reclamó acercándose hasta la cama y ante los ojos bien abiertos de ella, se quitó los anteojos para verlo bien de cerca.

    —¿Gabriel?

    —El mismo —y se miró en el espejo de la cómoda— los años me han hecho mucho más pintudo[1] — y hubiese arqueado las cejas picarón si las hubiese tenido, pero con aquel gesto que hacía con sus dedos peinándose una melena que no tenía, era más que suficiente para ver lo confianzudo que seguía, tal y como había sido en vida— ojalá tuviera una buena barba, eso te encantaba —dijo acariciándose el maxilar inferior haciendo un ruido suave con sus huesos.

    —¿A qué has venido? —Logró articular cuando se le pasó la sorpresa. En realidad, aún mantenía el rosario entre sus manos, pero esos gestos lo había visto sólo con él ¡y huesos o no, era él! ¡Su Gabriel!

    —Me cansé de extrañarte.

    —¿Entonces, vienes a llevarme? —La mujer se encogió en la almohada y miró la televisión. Aun no sabía si Juana estaba embarazada de Claudio o de Pepe como para mandarse a mudar así nomás. Que a esa edad y con su jubilación, sus penas más grandes residían en los problemas de alguien que ni si quiera era real.

    —¡Nah, qué va! Vine a acompañarte. Espero que me hagas esperar un par de décadas más —se sentó a su lado y fijó sus orbes vacías en la televisión con lluvia ¡si era la misma que él había comprado!

    —¿Y cuánto te quedarás? —Preguntó soltando el rosario y tomando con cuidado su mano, entre los temblores de la vejez y su alegría por volver a estar en su compañía.

    —Lo que tú quieras, querida —su mandíbula quiso formar una sonrisa que le erizó la piel. La anciana se rio y le dio una suave palmadita en los huesos que algunas vez habían tenido unas rosadas mejillas.

    Justo acabó el comercial y se enteraron de la suerte de Juanita.

    Ya se podía ir en paz.


    [1] El Word me lo ha corregido, así que imagino que es un modismo. Pintudo es alguien muy elegante, bien vestido.
     
    Última edición: 29 Mayo 2018
    • Gracioso Gracioso x 1
  2.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Me parece que este 'aún' lleva tilde por que me parece que se usa en lugar de un todavía.
    "...quizás, aun me queden hojas pentagramadas..."

    Mi frase favorita del escrito, xD
    "...como que tenía toda la muerte por delante para llegar."

    Fue una historia cómica, ese Gabriel si que es un caso de persona, aunque yo de esqueleto sería peor. No sé si llamarlo despistado o que es un poco "particular", ya que no darse cuenta que él era la razón para los desmayos, sustos y accidentes de tránsito dicen mucho de cómo era en vida. Lastima que perdiera el reloj, pero ir al lado de su amada valía mas que esa pieza de joyería.

    Creo que no hay mas que mencionar, tal vez solo que ese esqueleto en verdad le gustaba, aún, la música, al punto de convertirse en marimba huesuda, esa parte fue divertida de imaginar.
     
    • Adorable Adorable x 1
  3.  
    Rahzel

    Rahzel Usuario popular Comentarista empedernido

    Aries
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    ¡Gracias por la corrección! El aun/aún es uno de mis grandes problemas y muchos me los corrige el Word XD Ahora mismo lo corrijo <3

    Me encanta Gabriel, no sabría decirte si es despistado o muy especial, sé que ese tono despreocupado de la vida me encanta XD

    La música fue una parte importante de su vida y tenía que serlo de su muerte también. Quizás, algún día retome al personaje para contar cómo fue en vida, de momento, tenía ganas de relatar tan sólo su muerte XD

    Gracias por leer y por las correcciones <3

    ¡Un abrazo!
     
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  4.  
    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Qué lindo relato. Aunque a mí me pareció más Comedia que Drama.
    Gabriel es muy simpático. Me imagino a ese esqueleto sonriente yendo por la calle pidiendo direcciones y todos muy espantados huyendo. Y él ni se percata de la situación pensando que después de tres décadas todos los modales se han perdido.
    El planteamiento de buscar a su amada es muy dulce. Definitivamente debió ser un tormento estar ahí enterrado esperando treinta años, contando los días para volver a reunirse. Lo bueno es que se lo tomó del mejor modo y puso manos a la obra antes de lo autorizado.
    Dime dónde se consiguen esas tremendas baterías de reloj, que después de tanto sigue funcionando jajaja.
    Pues oye, lo único que me descolocó un poco es que al final el relato adquirió ciertos rasgos del realismo mágico, que no estaban presentes al principio. Por ello sentí cierta inconsistencia entre una parte y la otra. Pero quién sabe, tal vez sea que la señora ya estaba más "pa'llá que pa'cá" y aceptó bastante pronto que su marido muerto había ido a visitarla. También en ello radica la simpatía general del relato.
    La frase final es a la vez cómica, dramática y también un poquitín patética para la pobre señora, cuyo única preocupación en la vida era Juanita, jaja.

    Un saludo, Rahzel.
     
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