En el muelle de San blas

De un grupo de rock orgullosamente Mexicano, de una de sus canciones mas significativa, escribo este relato, con una atmósfera surrealista y mágica que toman la perspectiva de la historia que habla la canción desde los ojos de un tercero, espero que les guste y la disfruten. Esto es el muelle de "El muelle de San Blas".

Recorría entonces la playa con mis padres en un día de otoño, era apenas un muchacho, unos 12 años a lo mucho y la vida, era más simple entonces. Recuerdo que la playa solía envolverse en una niebla suave y apacible, surgía desde los inicios del puerto hasta la orilla más recóndita del mar. Mi padre decía que estos eran los días que las sirenas arribaban en la playa y yo me encontraba dispuesto a pesar de cualquier riesgo, ver una.

Descansaba en uno de los muelles, pues el colegio se encontraba suspendido por los días del festival. Un enorme coloso forjado en hierro y cobre me observó por segundos con aquella mirada fría color carmín me paralizó y entre el rechinar de sus engranes se le vio partir entre la bruma. Un hombre pelirrojo y de cabello encrespado y barba paso entonando canciones con una ocarina mientras a sus espaldas yacían varias jaulas, en estas, permanecían aprisionados varios dragones diminutos, doxys y salamandras, el forastero me llegó a ofrecer algo que parecía una pequeña mujercita color purpura y ojos azabache, parafraseando en un idioma extraño lo que yo suponía eran las propiedades de la criatura, pero antes de que continuará yo le argumenté que no con dinero y él con una sonrisa se despidió.

Entonces sucedió, a pesar del ajetreo urbano, los barcos que emergían mágicamente de las aguas en otros puertos prorrumpiendo con sus alarmas, los trolls y ogros descargando la mercancía de estos.

La escuché.

Escuche una dulce y tenue voz entonando con melancolía y tristeza una suave melodía, quedé perplejo por segundos pues esa voz hacia desvanecerse a mi alrededor cualquier otro sonido, cada susurró y coro era como un hechizo. Me levanté y me dirigí apresuradamente hacía el lugar que provenía esa melodía, recorría aquella playa de arena azulosa hasta que a la luz decreciente del Mnir y Tnir los dos soles de mi mundo, su rostro se iluminó ante mí.

Ella era hermosa, sus ojos pequeños y castaños parecían fundirse con el cielo, observando al horizonte como esperando que éste le dijese algo, su cabello levemente ondulado se alzaba al viento como si quisiera alcanzar el mar y surcar cada ola con sus cabellos, sus labios carnosos pequeños de un tono carmesí, lucían levemente mancillados por el tiempo y por la brisa marina. Su rostro emanaba cansancio y pena, pero también una gran paz, resguardada en esa bella y apacible sonrisa que dibujaba ocasionalmente, su cara era como un amanecer añorando tal vez cosas imposibles, esperando con su luz emanada un porvenir.

Una gigantesca criatura váhalo, hendiendo el firmamento y este sonido la volvió en sí, se percató de mi presencia y al verme expuesto opte por huir, ella solo se limitó redirigir su mirada hacia la lejanía, nuevamente, pero yo, volvería.

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Pasaron unas cuantas semanas antes de regresar a ese lugar, mis padres se enteraron de mi hazaña de acudir a ese sitio, que después supe fue un afamado muelle llamado San Blas, me prohibieron volver, pues de ese puerto y de la mujer que lo habitaba se contaban varias leyendas urbanas, que involucraban hechicería, demencia y varias misteriosas desapariciones, pero para mi, todo lo que logró es que curiosidad se multiplicara y apenas me vi libre, con mi madre de viaje y mi padre en el trabajo y acudí de nuevo.

Busque por la playa intentando dar con su paradero, me arriesgue un poco más y me encontré con una vieja chosa humilde y alguna vez hermosa forjada al pie de un arrecife, maltratada pero aún sin perder su grandeza inicial, precavido me acerque a ella y recorrí la puerta que no era más que una tabla cubierta apenas con una sábana corroída y entré. Todo se encontraba iluminado ante la luz moribunda de unas cuantas veladoras, la pared del cuarto rebosaba de varias fotos amarillentas que resguardan tantos recuerdos. Fotografías como una donde una pequeña niña de unos ocho años yacía en los brazos de quien he de suponer era su padre, quien portaba un traje de militar, mientras la pequeña lucía un vestido celeste acompañado por una flor en su cabello y al mirar sus ojos, lo supe, era la misma mujer años atrás; unas fotos más haya se encontraba otra de si misma esta vez ya siendo una jovencita de unos catorce años se encontraba sonriendo, llevando en las manos el cachorro de un pastor alemán, seguí recorriendo con la mirada las imágenes y al toparme con aquella comencé a comprender todo. Aparecía esa chica envuelta en los brazos de un joven, él era apuesto, era también un militar, tenía porte y sagacidad en la mirada, sus labios finos dibujaban una tenue pero significativa sonrisa, la abrazaba por la espalda y ella lo miraba a él como si al estar juntos todo el mundo a su alrededor desapareciera, esa misma mirada que dedicaba ahora al horizonte.

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Pasaron los días y cada ocasión que me surgía oportunidad, iba a ella. Alguna vez justo por el alba de un domingo, la encontré recostada en la playa, estática y pasiva, mientras que varias criaturas marinas como los cangrejos y tortugas yacían a su alrededor como si ella ya fuese parte de la playa y tal vez lo fuera pues su piel parecía unirse con ella. Un diminuto ser, tal vez algún duende de mar, acariciaba su pelo, mientras la adornaba de conchas y estrellas, ella con vara plasmaba en la arena el nombre de su amor perdido.

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Teniente Vladimir Everdeen, ese su nombre. El párroco de una iglesia cercana me lo dijo , lo sabía porque al él habían acudido para casarse, pero al haber estallado la guerra en el norte él había tenido que partir y eso solo quedo como una promesa al viento. Ya habían pasado tres años desde que la ví la última vez; hace meses había dejado de hacerlo, pues al entrar a la escuela una chica y yo comenzamos a darnos cuenta que teníamos cosas en común y dos semanas más tarde estábamos saliendo, comencé a enamorarme y dedicar todo mi tiempo a ella; si no a visitarla, a asegurarme de hacer cada tarea y lineamiento para tener permiso de hacerlo. Pero, en alguna ocasión ella partió de vacaciones y entre varios días de desasosiego y melancolía, terminé en el muelle de San Blas de nuevo.

El cielo era gris, se avecinaba una fuerte tormenta, como si el mar presintiera aquello que esa playa iba a ocurrir. Ella, yacía allí en la playa como si ese tiempo en el que estuve distante jamás hubiera ocurrido, andando de un lado hacia otro, como tomando el murmulló del mar en sus manos y bailando con él aquél vals que jamás pudo ser.

Eran siete hombres que entonces se aproximaron a ella sigilosamente y al instante me pareció extraño, nadie nunca venía aquí, en mis tres años de acudir a ella siempre estaba sola. Intercambiaron unas palabras.

— Buenas tardes, señorita, debemos hablar con vos — dijo uno de los hombres con un tono que parecía ordenarle.

Ella siguió danzando sin prestar atención. El hombre continuó.

— Este muelle será reabierto con la intención de reavivar la economía del estado y por orden judicial usted será desalojada de este lugar, se le reinstalarla en el hospital psiquiátrico donde recibirá los cuidados correspondientes—concluyó mostrando un papel.

Como era de esperarse la mujer hizo caso omiso a todo esto, fue entonces cuando el hombre con una señal ordenó algo. Los otros dos la tomaron de los brazos buscando someterla, al suceder esto ella comenzó a gritar fuertemente mientras de sus ojos brotaban lágrimas.

— ¡Noooo!, ¡Noooo!, ¡Dejenme, dejenme!, ¡él vendrá a mí, él vendrá, lo había prometido!—gritaba desgarradoramente— ¡debo estar aquí! ¡Vendrá buscarme!

Los hombres comenzaron a jalonearla y llevarla a rastras, se notaba el sufrimiento dibujado en sus ojos y su rostro, era más de lo que yo podía soportar. Sin pensarlo actuando por mero instinto corrí hacia ellos y arremetí con un puñetazo contra uno de los hombres logrando que la soltaran.

— ¡Dejadla, no sabéis por todo lo que ha pasado!— prorrumpí presionando mis puños.

El hombre se disponía a regresarme el golpe mientras los oficiales de policía querían sujetarme pero entonces algo increíble ocurrió.

El mar comenzó a encresparse y un fuerte viento arremetió contra nosotros, las olas se volvían más y más violentas, el mismo cielo parecía lleno de rabia. Las criaturas que habitaban el mar surgieron, bravíos corceles acuáticos emanaban de las olas, varios dragones marinos se les escuchaba rugir, las ballenas desde el lecho marino hacían temblar el piso. Pero yo, por alguna razón no tenía miedo. El hombre que sujetaba su otra mano la soltó aterrado, confuso por todo lo que ocurría, truenos y relámpagos arremetieron desde la tempestad cada vez más próximos a ellos, enormes halcones pesqueros descendían hacía ellos para atacarlos. Ella danzaba en la playa sonriendo complemente feliz se detenáa unos segundos para empaparse del agua marina que en su caso parecía acariciarla.

—¡Estas aquí!—exclamaba una y otra vez.

Los tres hombres, el licenciado y los dos oficiales a rastas de las criaturas y ante poder imponente el mar ejercía ante ellos, huyeron. No les importo que aquel acuerdo fuera arrebatado por el viento y destrozado por un trueno, se fueron para siempre y juraron no volver.

— ¿Te encuentras bien?— tendí mi mano hacia ella sonriendo aún en medio de la tormenta, mientras veía que aquellos hombres se perdían entre ésta.

Ella tomo mi mano y correspondió mi sonrisa.

— Siempre te he visto por aquí…— me observó y yo baje la mirada— no debes avergonzarte, pero hoy lo has visto, él no ha hecho daño, porque sabe que tú no eres igual.

— Disculpa, ¿pero quién?— dije a modo de murmullo.

— Pues él, mi amado el mismo muchacho que habeís visto conmigo en aquella foto.

Al decir esto una dulce brisa pareció envolverla como si acariciara, ella cerró los ojos y se tocó los labios como si hubiese recibido un beso.

Yo sonreí sorprendido.

— Gracias, no te olvidaremos.—exclamó la mujer llena de esplendor— te lo prometo.

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Habían pasado varios años desde que eso ocurrió, yo me encontraba nervioso pues me encontraba pocos días de hacer algo que cambiaría mi vida para siempre. Aquella chica que amaba tanto, la misma que cortejé por años desde la secundaria, le pediría que fuera mi esposa. Había reservado un buen lugar en un lujoso restaurante y habíamos tenido una cena inolvidable, habíamos bailado, reímos tanto, ante la luz de la luna caminábamos por el puerto esperando yo el momento propicio para dar “el gran paso”. Se miraba bellísima en aquel vestido rojo que hacia juego con el labial que entonaba sus labios, su pelo hasta el cuello solía cubrirle el rostro y ella con cierta delicadeza lo hacía a un lado. Me sonreía y al yo inclinarme a sus pies sus ojos resplandecieron como dos estrellas, me moje los labios e introduje mi mano al bolsillo de mi saco para tomar la sortija, mi corazón casi se detenía al percatarme que ¡no estaba allí!.

Intente no mostrarme nervioso, pero no sabía qué hacer y el momento comenzaba a agonizar, en mi garganta se formó un nudo y quede paralizado, estaba a punto de desmayarme. De pronto sentí que vino a mí una suave brisa y algo en mi me indicó que revisará mi bolsillo de nuevo, para mi sorpresa y alegría en él había una sortija, pero no era una común, al verla recordé que esa misma la había portado ella.

— Amadla, como yo la ame a ella—pareció susurrarme el viento.

Permanecí pensativo unos segundos y con esa sortija en mis manos le declaré mi amor, sin decir una palabra me envolvió en sus brazos y fundió sus labios en los míos mientras algunas lágrimas descendían de sus mejillas. Mientras esto ocurría, observé que la silueta de una mujer se dirigía al mar y desde ese lugar me saludo, desde el muelle San Blas.

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