EL TRISTE FIN DEL BARÓN DE CUATRO CIÉNEGAS

Tema en 'Relatos' iniciado por Víngilot, 16 Mayo 2014.

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    Víngilot

    Víngilot Usuario común

    Virgo
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    Título:
    EL TRISTE FIN DEL BARÓN DE CUATRO CIÉNEGAS
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
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    1
     
    Palabras:
    5327
    EL TRISTE FIN DEL BARÓN DE CUATRO CIÉNEGAS.


    Disculpas: A la gente de Tlaxcalantongo que, por mi ignorancia pudiera llegar a ofender. A la Historia si es que malinterpreto los datos o los desconozco.

    Afortunadamente esto es un fanfic, no un trabajo de experto. Fue un placer. Gracias por leer.

    El Plan de Agua Prieta desconocía a Venustiano Carranza como presidente de la república mexicana. Los rebeldes se fortalecieron con el apoyo de jefes y tropas del ejército federal, esto provocó que Carranza abandonara la Ciudad de México al peligrar su vida y la figura de mandatario. Su destino sería Veracruz y durante el difícil trayecto fue comprobando que muchos de los “suyos” lo traicionaban, incluso su propio yerno y quienes lo acompañaban no debían correr el peligro, lo sabía, por eso abandonó la enorme y lenta caravana y viajó rumbo a la sierra poblana intentando burlar al enemigo y posteriormente dirigirse al norte con la esperanza de contar con aliados. El único medio de transporte a la mano eran los caballos, partió escoltado por algunos leales compañeros, otros cuantos civiles y los cadetes del Colegio Militar, a quienes tiempo después dio la orden de regresar a la capital porque no podía permitir que desperdiciaran su vida en una aventura tan riesgosa. Prácticamente solo, maltrecho, sucio, con hambre, sin la menor comodidad y rodeado de enemigos llegó a la comunidad de Tlaxcalantongo, de donde ya no saldría con vida. Traicionado una última vez, falleció a causa de una ráfaga de balas en el interior de una humilde choza…



    Madrugada del 21 de Mayo de 1920, La Ventana, Puebla.

    La lluvia ha aminorado ya bastante, es apenas un chipi-chipi. Este monótono sonido ha acompañado durante poco más de dos horas a la señora Ana. Está despierta desde hace rato, el sueño se lo robó intempestivamente una ráfaga de fusilería ocurrida allá abajo, en Tlaxcalantongo, comunidad rural hermana, de unas cuarenta casas aferradas a los flancos de una profunda cañada, en plena sierra; por su parte, La Ventana está conformada por cuatro casas, aunque sólo dos están habitadas.

    Ana Guerrero, mujer humilde, manos endurecidas por las labores del campo, pies incansables, alma transparente, tenaz pero cauta, de pocas sonrisas, seca en el querer pero generosa. Dirige su mirada a Tlaxcalantongo sólo por hacer algo, ya que la oscuridad y la ausencia de electricidad hacen imposible cualquier intento de observación. Cien veces ha vuelto sus ojos al camino creyendo y deseando ver a alguien a quién preguntar sobre ese inédito sonido. Nada. Para mitigar su inquietud se ha puesto a desgranar maíz, ha arrimado leña, ha molido tres tazadas de maíz, sólo hasta terminar se da cuenta de lo que hizo: ¡tres tazadas! ¡¿Para qué, sólo están ella y su hija en casa?! Su hija, justamente se acerca hablando quedito, a tientas.

    -Ay, ama, ya te levantates… ¿qué ‘tas haciendo?

    -Nada… Bueno, ya molí, eché tres tazadas…

    -¿Tres? ¿Pa’ qué tanto?

    La chica quiere hacer una broma sobre esto, pero aunque no la vea, percibe algo raro en su madre y se pone seria. Tiene 16 años y ha aprendido los quehaceres del hogar y del campo eficientemente. Es morena, de rasgos finos y hermosos, ojos ligeramente rasgados, cabello negro y casi lacio que siempre sujeta en un molote, y de cuerpo en plena formación, aún parece niña, pero sus formas de mujer exigen ya un lugar y le otorgan un toque cautivante a Azucena.

    -¿No escuchates los truenos?

    -¿Truenos?

    -O lo que fuera pues… esos, cómo se llaman… balazos.

    -No escuché nada, me quedé bien dormida, la lluvia me arrulló bien bonito. Me hubieras hablado pa’ ayudarte a moler.

    Doña Ana ignora a su hija, se le acerca, la toma del antebrazo con decisión y habla con su característica voz baja:

    -Mija, fueras a ver pa’ bajo. ¿Quen sabe quenes andarán por a’i? ¿Qué tal si son los mascarudos? Esos son malos… me preocupa tu madrina Andrea, ya ves que ‘ta sola.

    -Ay ma’, yo me da miedo.

    Se preocupa de veras Azucena, ha escuchado desde niña las historias de los mascarudos, sujetos que se cubren los rostros y hacen de las suyas por todas partes. De inmediato siente la inquietud a flor de piel e inconscientemente se acurruca en el tronco a manera de asiento sobre el que descansa. Ambas guardan silencio unos instantes, hasta que doña Ana vuelve a intervenir.

    -‘Tonces yo voy. Echa tortillas por si viene tu hermano, ya ves que hoy llegan los hombres del pueblo. No podemos dejar sola a tu madrina… -Percibe el desánimo en Azucena y para tranquilizarla agrega:- A’i me voy rodeando por el monte pa’ que no me descubran… No creas, si yo también me siento… cómo será…

    -No ma’ yo voy. ¿Cómo vas ir? Yo corro más rápido… y soy buena para esconderme.

    Doña Ana no se hace mucho del rogar y pronto da indicaciones y recomendaciones a Azucena de cómo dirigirse a la comunidad, palabras que repite la chica en su cabeza a cada rato. Ha esperado a que claree el día, no demasiado, lo suficiente para ver dónde pisa, detesta chocar y casi subírsele a las vacas echadas en cualquier parte. Camina el sendero principal, algo resbaloso a causa del aguacero de hace unas horas, prefiere esto que internarse en el monte y lidiar con las serpientes, le aterran especialmente los tilcuates. Espera escuchar algún sonido que provenga de Tlaxcalantongo pero lo único que escucha es el sonido de los pájaros que ya inician sus frenéticas actividades cotidianas y uno que otro gallo cantando vigoroso por aquí y allá. Ni un hombre se escucha cantando en su potrero y ya que está a unos cuantos metros de las primeras casas, ni un rítmico aplauso de las mujeres preparando las tortillas que ofrecerán de desayunar a los mozos.

    Azucena se ha desviado del sendero y toma otro en dirección a su destino: la casa de su madrina. Al llegar, no se acerca por la puerta, llega por un costado y llama en voz baja. Nadie responde en los más de cinco minutos que a ella le parecen eternos. No entra, tiene miedo, pero puede jurar que allí está la mujer en las mismas condiciones, sólo que agregándole deficiencia auditiva y visual y una fuerte reuma. Al no obtener respuesta, decide ir a casa de su tía Galdina a informarse. Al llegar, repite la escena anterior, sólo que ahora está consciente de que su tía sí está en casa y en perfectas condiciones. Insiste hasta desesperarse e irritada le reclama interiormente por no ofrecer ninguna ayuda, pero de inmediato la disculpa, sabe que ellos allá en La Ventana han hecho lo mismo sólo por hacerlo, sin verse involucrados en algo serio como definitivamente ahora está ocurriendo. Está por retirarse derrotada cuando se oye una voz de dentro de la casa:

    -Zuce, mija, vete pa’ tu casa. Aquí ta’ feo esto.

    -Mi mamá me mandó preguntar qué pasó… Que se oyeron balazos, dice. Ta’ preocupada por mi nina. Ya jui, pero no contesta.

    -Tará dormida to’vía. Ella ta’ bien… Te voa decir algo: a eso de las dos, tres, serían, se oyeron unos balazos, cierto, allá por con tu tío Apolinar, como que di a’i venía el ruido… ey, mija, que se empiezan a oír hombres gritando así, puras groserías, y no estaban borrachos, se oían así normal. No, yo me levanté rápido pa’ ver, pa’ enterarme pues qué ‘taba pasando. Me asomé por la ventana, pero, en eso que oigo otros cuetazos ‘on mismo, eh, que me meto pa’ dentro corriendo y me acuesto y me tapo bien todita. Y to’vía oía cómo gritaban, ay, bien feo, pero también se reían…

    -¿Quiénes serían, los mascarudos?

    -No, estos parecían cual si fueran guachos, o si no, pues de los pelecistas, o de esos…

    -¿Y a quién buscaban?

    Se hace una pausa, como si la mujer se negara a responder, Azucena está a punto de repetir la pregunta creyendo no haber sido escuchada, cuando su tía bajando aún más la voz continúa:

    -Dicen que al presidente…

    Bendita ignorancia, bendita distancia. De alguna manera, ambas no alcanzan a percibir todo el entorno que rodea a la figura del mandatario, a sus ojos sólo ven la muerte de alguien importante, tal vez igual que la de un maestro o un sacerdote, pero no tienen idea de las repercusiones que tienen estos fatídicos eventos o de la vida política de las grandes ciudades.

    -¿Y ai ´tará to’vía…?

    -Sabi… Pero yo no mi arrimo.

    -¡¿Y si ‘ta vivo?!

    ¡Pues peor, lo ‘tarán cuidando!

    Pero no pa’ salvarlo… que no si lo lleven…

    Ignora la joven que ya han abandonado el cuerpo llevándose a sus acompañantes, la misión de venir por el cadáver recae en otros hombres ahora. Azucena se entristece por el “pobre hombre”, piensa que no puede hacer nada bueno en todo aquello, considera que ya tiene noticias suficientes para su madre, también que su madrina estará a salvo, duda que alguien sea capaz de hacerle algo así, en las condiciones en que se encuentra. Pero vuelve a pensar en “el cristiano”, que no es de esos rumbos y ha muerto o estará a punto de morir lejos de su tierra, sin alguien de su familia cerca de él… “qué triste”, vuelve a dolerse la chica, y esa sensación la obliga a hacer lo impensable: asomarse a la choza de su tío Apolinar. Es precavida, sobre todo ahora que ya la claridad permite ver lo suficiente. Camina entre las casas, conectadas entre sí por los corrales o algún resquicio en la estructura, sin embargo la choza a la que se dirige está separada y rodeada del resto en una pequeña elevación a manera de isla. Todavía antes de llegar, se refugia en la última casa esperando ver algo. Dura así varios minutos sin que suceda nada, entonces en un arrebato de coraje camina ligera hasta la puerta, y entra…

    Está vacía, excepto por el cuerpo de Venustiano Carranza, ubicado en el suelo, se acerca y cada centímetro avanzado incrementa la tensión, misma que se desvanece de golpe cuando se arrodilla ante el hombre. Es irónico, es la primera vez que ve a un muerto y el miedo no la domina. Dura un buen rato observando cada ángulo del rostro entre curiosa, cautivada e hipnotizada. Luego recorre el cuerpo inerte, aún en apariencia poderoso, cubierto por el “uniforme militar” carente de cualquier símbolo de autoridad, tal era su forma de vestir, pero mojado y lleno de barro y sangre. Busca ahora los orificios de las balas, pero es interrumpida por un sujeto desconocido para ella, que llega a la casa dedicándole apenas una mirada, busca un lugar dónde descansar y se tiende en el suelo de tierra. Azucena aún lo estudia, cuando otros dos hombres entran hablando bajo, callan cuando ven a la chica. Igual que el anterior, ellos también ignoran rápidamente a Azucena y se enfocan en el cadáver.

    -‘Ta grande el hijo de la ch… Pero así, no li hace.

    Habla uno de ellos, su voz es rasposa, su actitud muy irrespetuosa y su apariencia le dice a la joven que es todo un bandolero, de inmediato siente repulsión por él, no le gustaría tenerlo sentado en su mesa sirviéndole las tortillas y el caldo. Agradece que no la vea mucho.

    -Bueno, yo no acabo de entender pues… ¿pa’ qué nos lo llevamos? ¿Lo’ no es mejor que se quede?

    Habla otro de los sujetos, luego suelta un escupitajo y clava su mirada en el fallecido.

    -Sabe pues… pa’ deshacerse de él, pa injuriarlo, pa´ devolverlo con los suyos, qué sé yo… ¿Lo’ pa’ qué preguntas? No me vayas a salir con que te da miedo…

    Vuelve a hablar el de voz rasposa.

    -Jefe… éste no es cualquiera… es el presidente de la república…

    Mira suplicante el timorato a su líder.

    -Era. Y no me salgas con ch… Sólo falta que quieras que otros si lo lleven. Ándale, ve por los caballos, vamos a acabar pronto esto, que a la noche nos vamos pa’l pueblo a las fiestas.

    Indeciso, pero el timorato se va; el sujeto tendido en el suelo permanece encerrado en sus elucubraciones; el líder posa ahora la mirada libidinosa en Azucena, ésta experimenta una gran aversión y como para hacer más llevadero el momento y para zafarse de los bandoleros interviene:

    -¿Van a almorzar? ¿Quieren qui lis traiga…?

    A una señal del líder pidiéndole silencio, Azucena calla tensa.

    -Vete pa’quel rincón y cállate muchacha.

    La chica tiene la esperanza de que la continúen ignorando. Hecha un ovillo, permanece silenciosa y mira nerviosa cómo los sujetos envuelven en mantas el cadáver, no fácilmente, sin el menor respeto haciéndoles sudar la gota gorda. Al terminar, arriman a uno de los caballos a la puerta y organizándose levantan el cuerpo y lo ponen sobre el animal colocando sobre éste el abdomen del difunto, de manera que cabeza y pies cuelguen hacia ambos lados del cuadrúpedo. Todavía, inmisericordes, atan bien las extremidades para evitar que se vaya a caer de la bestia, esto indigna a Azucena, mirando desde su rincón, provocando que unas lágrimas asomen en sus ojos, de pronto se sobresalta.

    -¡Ora tú! ¡Vente! Te vas ir con nosotros.

    Habla el líder, la chica se siente morir, angustiada habla:

    -Noo… ¿Pa’ qué? Yo no he hecho nada…

    -Me gustas, chamaca. Hoy… me vas a servir… muy bien. ‘Ámonos pues.

    Azucena sufre, siente cómo le hormiguea todo el cuerpo, sensación que se incrementa cuando el bandolero se le acerca decidido a llevársela, forcejean pues la chica se rehúsa a acatar la orden entre gemidos, hasta que el sujeto le revienta la cara de un manotazo, entonces va presto por una soga al caballo mientras Azucena se petrifica a causa del ardor del golpe, como si no quisiera moverse por temor a aumentar el dolor. De pronto ya sus manos están siendo sujetas por el cabecilla que, una vez atadas las manos, se dirige a su caballo y ata el otro extremo dejando un espacio de unos 7 metros con Azucena. Los otros dos tipos no intervienen, es difícil adivinar algo en su mirada, cada uno se monta en su caballo y se disponen a marchar: el líder adelante, el cadáver de Venustiano Carranza enseguida, el timorato a continuación y cerrando la columna el silencioso.

    Van despacio, o eso le parece a Azucena todavía estupefacta. La mañana ya es clara con un sol saliente, una hermosa mañana que no disfruta. Mira en derredor esperando que de alguna casa salga alguien a ayudarle, sabe que es demasiado pedir, nadie se enfrentará con los sujetos, nadie quiere meterse en problemas. Ahora su esperanza radica en los hombres que llegarán del pueblo luego de una temporada de trabajo, subirán por el camino principal y se toparán con ellos, entonces le podrá pedir auxilio a su hermano mayor, Trinidad, o a Gerardo… Sí… hay esperanzas, debe ser fuerte y paciente.

    Apenas dejada atrás la comunidad, en el primer descanso los sujetos se apean de sus caballos y hacen ajustes en su montura. El líder mira el horizonte como tanteando la distancia a recorrer, luego asiente y se vuelve hacia la joven quien se turba e inclina la cabeza.

    -‘Amos a irnos por la primera vereda a la derecha que salga en el camino. –Habla el cabecilla y no espera una respuesta de los otros dos tipos, luego se acerca a Azucena y se coloca detrás de ella, provocando que ésta se encoja de hombros.- “Chino” te vas en mi caballo, yo me voy en el tuyo. Curro, el muertito se va entre tú y yo, le echas un ojo. -Luego sin previo aviso, el líder desnuda por la fuerza a Azucena rasgando el vestido sencillo que trae ante los gritos y lágrimas de la chica… no le respetan nada, hasta la última prenda yace en el suelo fangoso. El cabecilla la mira lujurioso, los otros dos permanecen gélidos ya sobre sus bestias.- ‘Tas bien, muchacha… Cómo me voy a divertir contigo… al rato. De mientras me conformo con verte las nalgas. Me voy’ir imaginando cosas…

    Luego, lanzando un débil guaco indica avanzar ante la impotencia de Azucena. Piensa y clama a su madre esperando respuesta allá en su jacal, su sollozo no cesa y camina como si quisiera cubrirse inútilmente. Cuando la columna se interna en la primera vereda que encuentran, la chica pierde esperanzas pensando que ya dentro de la espesura, será muy difícil que alguien los vea, “no son los caminos más andados”, piensa, lo sabe. Curiosamente, apenas a quince minutos de distancia, Trinidad y los demás hombres regresan a casa y pasan por donde los bandoleros se desviaron y perciben las huellas, todos se detienen, no es normal ver huellas de tantos caballos y menos internándose en el monte “¿pues pa’ qué?” se preguntan. Las pisadas de Azucena no se alcanzan a ver, pero más adelante, los campesinos advierten el rastro de varios tipos diferentes de zapatos, “guachos ¿quen más usa zapatos?”, inmediatamente se imaginan, también miran las huellas de una persona descalza y la ropa hecha girones de una mujer… Todos y cada uno es golpeado por la indignación y corren presurosos a casa deseando fervientemente que no sea la víctima una de las suyas. Nadie corre en auxilio de Azucena siguiendo el rastro dejado, cual onceavo mandamiento saben que no deben meterse en cosas de fuereños.

    Trinidad es el que más tiene que avanzar, debe cruzar por Tlaxcalantongo y subir por el camino que normalmente recorre en 25 o 30 minutos, pero que ahora, movido por la urgencia abarca en diez… Mira a su mamá todavía mucho antes de llegar, ubicada a la entrada de la propiedad, tapándose con la mano el sol. El reencuentro ocurre a trompicones, más que un abrazo es un toqueteo inquieto de brazos, espalda, cara y cabellos. Al principio no se entienden, uno dice una cosa y la otra pregunta otra hasta que concluyen angustiados que Azucena, su hija, su hermana ha sido secuestrada por unos maleantes. La señora Ana pide un favor a su hijo, pero éste ya ha decidido qué hacer, busca una pequeña hacha, vuelve a tomar su machete y sale como bólido de su casa sin mirar a su madre que se queda destrozada, se sienta y se lleva las manos a la cara mientras un llanto abandona difícilmente su prisión, es como ver llorar a una piedra, el indio está acostumbrado a llorar pa’ dentro… tanto dolor embistiendo una diminuta abertura… qué agonía…

    Trinidad se sabe de memoria “sus” tierras, sabe qué vereda tomar para alcanzar cuanto antes a su hermana, imagina los apuros que debe estar pasando y grita iracundo, luego, ya más calmado, cual cazador planea en qué punto exacto encontrarse con los maleantes de manera que estén en desventaja; evalúa las armas de ellos y las propias, “por supuesto traen pistolas”, dice para sí; considera los riesgos, especialmente el que corre Azucena atrapada entre él y sus captores.

    Paulatinamente aminora el paso al acercarse al sendero, no debe hacer ruido y ubicar el que hacen ellos. Escucha un sonido de pájaro que asegura es imitación de una persona e inmediatamente recibe la “caricia” de una piedrecilla. Busca el origen de ambas y descubre a Gerardo, a unos quince metros de él en una posición elevada de manera que domina el panorama. A una señal lo invita a acercarse. Trinidad adivina sus intenciones, pero es reticente, nunca le ha caído bien “el Gera” porque está enamorado de Zuce y ella también está enamorada de él, y cual hermano celoso, macho dominante, no congenia con el otro muchacho. Todavía en el pequeño trayecto hacia Gerardo recuerda y se esfuerza por alimentar más su antipatía, “nunca me has caido bien”.

    -Vienen por la peña blanca, los vi desde lejos y me vine pa’ cá, aquí los esperaremos.

    Habla Gerardo, eligiendo un buen punto dónde interceptar al grupo, nuevamente el líder se ha puesto a la cabeza, vigilante, olvidándose por ahora de Azucena. Una cañada se abre y desciende abruptamente por la izquierda de la vereda que sigue siendo angosta, apenas para una persona o caballo, y se corta de inmediato casi en ángulo recto y allí en el ángulo el camino es interrumpido por la fuerza del agua que se ha llevado toda la tierra, sólo brinda confianza una enorme piedra insertada en la superficie en la cual la gente puede apoyarse, pero no un caballo, apenas es del tamaño de un paso la falla pero es suficiente para atorar a cualquier grupo grande o a cualquiera que traiga carga. Estudian sus armas uno y otro, Gerardo trae también un machete, además de una cuerda y una pistola que jamás ha usado, para él representa más que un arma, pues se la dio un “dorado”, un elemento de la guardia personal de Pancho Villa. Nadie en Tlaxcalantongo se lo cree. Trinidad ve el arma y esboza una agria sonrisa.

    “Trini” es delgado, de pómulos marcados y mirada cansada. Refleja debilidad y agotamiento pero es muy fuerte y hábil. Su mundo es el campo y la casa, no hay más, excepto el gran afecto que le profesa a casi cualquier perro.

    “Gera” es también delgado pero su cuerpo luce mejor aunque no es tan fuerte como “su cuñado”. Su mirada es sagaz y tiene liderazgo. Se ilusiona con casarse con Azucena y llevarla al pueblo a “vivir dignamente”.

    -Si ves a Zuce, así como anda…

    -No, Trini. A mí me gusta a la buena… yo no quero su cuerpo… Me sacaría los ojos si fuera necesario. Si Dios quere, me voy a casar con ella como Él manda…

    Ya no intercambian una palabra en todo el rato que esperan, sus sonidos se limitan a carraspear y escupir, lo cual los pone aún más tensos. Por fin advierten a la columna y se preparan decididos.

    -¿Has matado alguna vez a alguien?

    -Por Zuce me agarro al mesmo diablo… Trini… siento odiar a estos cab… me las van a pagar.

    Dicen mientras miran al grupo, de pronto el maleante de atrás se queda, se apea del caballo y se interna en el monte. Trinidad sabe lo que eso significa y se lanza a la carrera hacia él sabiendo que tiene unos minutos y podrá recorrer un buen tramo sin ser descubierto… cuando llega al lugar donde el sujeto hace sus necesidades, toma su hacha… pero hace ruido y el taimado hombre se vuelve con arma en mano sin importarle el pudor. Dispara al azar pues no ubica bien a su blanco debido a la maleza, esto lo aprovecha Trinidad, que, en mejor posición no puede fallar y sin remordimiento alguno elimina al captor de su hermana.

    Los disparos no hacen efecto en los caballos adiestrados para el combate. Para entonces ya los compañeros del caído están bien alertas y agarran y suben a la chica al caballo del líder, quien apunta con su arma a la cabeza de la víctima. El desgraciado viejo lobo de mar no está asustado ni inquieto, se le mira excitado y manosea fugaz e insoportablemente a Azucena que llora a lágrima viva. Ésta se imagina quién hace este intento de rescate y sufre por ello.

    -¡¿Qué hacemos jefe?! ¡Se mi hace que ya se echaron al “Curro”!

    -¡Tranquilo, Chino que tengo todo bajo control! ¡Quédate ‘ontás!

    Gerardo quiso detener a Trinidad, lo hubiese lazado de tener más práctica, ahora no sabe si cumplió su cometido. Mira al líder cómo amaga a su amada y arde por dentro impotente. Aún cuenta con el abrigo de la vegetación, pero en estos momentos no quiere defenderse, mantenerse a salvo, desea atacar, vencer y terminar con todo. No tiene el dominio del arma y piensa que se le escapa una gran oportunidad. Lo único que le queda es descender sigiloso, mientras lo hace escucha a su compañero imitar el canto del ave y se enciende la flama de la esperanza. “Vamos a matar a estos perros”, asesta decidido, entonces escucha.

    -¡Eh, quen quera que ande a’i, escuche! ¡Traemos unos buenos kilos de carne que de seguro les interesa, si los queren de vuelta, quédense ‘ontán! ¡Pasaremos este punto y más delante dejamos a la muchacha! ¡Quédensen también con la carga que traemos!... ¡Si no acetan, nos quedaremos aquí todo el día hasta que se mi ocurra cómo librarme de esta vieja y ya no li hace que también nos muramos, EN EL INFIERNO ME DIVERTIRÉ CON ELLA!

    -¡Ch…. $%#/dre! ¡Te voa cortar en pedacitos!

    Dice Trinidad fuera de sí y señala su posición, Gerardo lamenta el error cometido, pero no le resta mas que continuar acercándose hasta la misma piedra enorme en el ángulo del camino observando desde arriba apenas a unos tres metros de distancia de los maleantes. Se recarga de espaldas a la piedra y tenso analiza sus opciones. Pronto se “soluciona” su problema. Trinidad se echa a correr por el camino con machete en alto, gritando, directo a una muerte segura. Gerardo ni siquiera lo piensa, así es la fraternidad… sale de su escondite y apunta al Chino, quien apunta a su vez a Trini… El líder a su vez apunta a Gera tan pronto lo descubre, sonríe pues nadie lo amenaza a él… Azucena se siente morir, siente que lo perderá todo para siempre, que su dolor no tendrá fin aunque se esfuerce por remediarlo… se bloquea unos instantes… sólo unos instantes, cual mujer que ama con todo su ser peleará por lo suyo, le reclamará su felicidad al mismo ser diabólico que amenaza con llevársela… Todo ocurre muy de prisa…

    Este “pedacito de cielo” será ignorado por la historia, lugar decisivo en el digno destino del cadáver de Venustiano Carranza, con sus ocotes, fresnos y encinos como silenciosos testigos…

    Todos jalan del gatillo… Trinidad es parado en seco haciéndolo resbalar en el suelo lodoso, sin control, golpeándose la cabeza con una piedra… Su agresor envía la bala por los aires, siendo liquidado antes de convertirse en verdugo… Gerardo salva la vida aunque él hubiera preferido también morirse… Azucena no duda en morir por su amado… Con todas sus fuerzas se impulsa hacia atrás haciendo fallar al líder, provocando que pierda el equilibrio y suelto de la brida se dirija al vacío sujetando a medias a la chica, lo suficiente para arrastrarla sin remedio alguno… Para colmo, el caballo también trastabilla y fácilmente cae resoplando intentando inútilmente de aferrarse a la superficie, rueda grotescamente destrozándole los huesos al jinete, sujeto de los pies a los estribos…

    Gerardo mira aterrado la escena… ve cómo el amor de su vida desaparece de su vista… se queda petrificado llevándose las manos a la cabeza, siente como en cascada un sentimiento que no logra entender… piensa que va a enloquecer… pero reacciona impulsado por el anhelo de un milagro…

    “Dios es muy grande” jura Gerardo. El alivio lo golpea. Lágrimas, de esas que este tipo de hombres jamás derraman, manan cual manantial al ver a Azucena detenida en una angosta saliente de tierra unos diez metros abajo. No habla, está como ida, mira los cuerpos de caballo y jinete allá en la profundidad, sólo hasta que la cuerda de su enamorado toca su rostro vuelve hacia arriba su mirada y lo descubre… intenta cubrirse y se agacha y el llanto también la conquista… Ambos lloran, pero ahora Gerardo sonríe y su cuerpo se sacude interrumpido por ambas manifestaciones sentimentales… Admira la hermosa mañana por fin, le agradece a Dios y a la Virgen de Guadalupe con todas sus fuerzas. Ya sonríe más y enjugándose las lágrimas le habla fuerte a Azucena, le pide que se sostenga de la cuerda para subirla, pero la chica no reacciona, entonces nota también cómo se estremece por el llanto. Se quita la ropa con celeridad, voltea a ver a Trinidad que ya se incorpora después del golpe, y se la lanza a la joven. Gerardo le sonríe a Trinidad que se acerca a él ya mirando desde su posición a su hermana con una sonrisilla incrédula, pero no llega con su “cuñado”, se tumba y se pone a llorar. Así lo encuentra unos minutos después Azucena vestida con la ropa de Gerardo y se fusionan en un abrazo, se agradecen, agradecen al Creador y continúan llorando…

    -Vámonos de aquí, nos vamos a caer… -Dice divertida a medias Azucena y los chicos acceden, entonces advierten el cuerpo de Venustiano Carranza, incólume a este evento, cambian el semblante e interrogan con la mirada a la muchacha.- Es el presidente… ha muerto lejos de su gente… Hay que llevarlo a dondi pertenece… alguien querá dedicarle sus lágrimas…

    -Descansi in paz.

    Interviene Trinidad, tomando de la brida al caballo y adelantándose a la pareja, Gerardo rodea con un brazo a Azucena y caminan detrás, serios, serenos, sabiéndose afortunados… Rato después se separan, Azucena y Trinidad deben ir con su madre para tranquilizarla, lo acepta Gerardo que ya ha dado un paso firme en su relación con su amada y tranquilo, accede a llevar al finado a Tlaxcalantongo. Y mientras que en casa de los Guerrero se da un emotivo recibimiento, Gerardo mismo se ofrece a ir al pueblo a reportar lo sucedido para que las autoridades cumplan con su deber, lo cumplen con eficiencia, el día 23, Venustiano Carranza es sepultado en la Ciudad de México.

    Una vez cumplida su misión, Gerardo regresa a Tlaxcalantongo, cansado, sucio y mal comido, pero feliz por volver a casa y por supuesto también, por llenarse los ojos de su Zuce. Ella sabe del regreso de “su hombre” y se ha puesto más bonita que nunca, según ella. Es cierto, es una persona humilde, sin embargo posee en la mirada vestigios de la nobleza prehispánica. Como no puede aguantar a verlo, se ha venido a casa de su “suegra” a ayudarle a preparar el caldo y las tortillas. Platican mientras esperan.

    -Ay Zuce, yo sospecho que si va ir de paso hasta tu casa ¿crees que quere ver esta vieja? Te quere ver a ti. Va llegar tu casa y no ti va encontrar. Vas a ver que así va’cer.

    Asegura doña Socorro, madre de Gerardo y acierta, su hijo se va hasta La Ventana donde lo recibe la señora Ana con esa noticia, ya allí se sienta a charlar un buen rato, nada de matrimonio, se enfoca en lo ocurrido hace un par de días. Pregunta por Trinidad quien “anda sembrando”. Ya no pudiendo aguantar más, se despide y sale rumbo a su casa, el tramo desde el que todavía se ve la casa lo camina, pero cuando se pierde de vista se echa a correr y no para hasta cruzar el umbral de la puerta… jadea pero clava su mirada en Azucena aunque por respeto primero abraza a su madre. Se le hacen eternos los instantes que la mujer lo reconoce, agradece al Cielo, admira su guapura y vuelve a reconocer que le urge un baño. Luego se acerca a Azucena… disimulan sus sonrisas, sus ansias, pero entonces doña Socorro interviene con un “abrácela mijo” y Gerardo acata la orden fundiéndose en un abrazo…

    Comen rico, platican, llenan sus ojos uno del otro… luego él se va a bañar y se cambia mientras piensa “qué bonitas se ven mis dos mujeres hablando”. Ya al atardecer salen a caminar, sólo ellos dos. Se sienten observados por toda la comunidad y se chivean. Es hasta que se alejan un poco más que Gerardo se anima a hablar directo:

    -Zuce… yo me gustas mucho, te quero como Dios manda… te voy ir a pedir.

    Se le ilumina el rostro a Azucena y la sonrisa se enciende vigorosa, incombustible. Acepta con un abrazo y el atardecer de tonalidades naranjas y rosadas vuelve la escena una postal digna enemiga del olvido…

    ¿Fin? No. El principio…
     
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  2.  
    Felina

    Felina Iniciado

    Escorpión
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    25
    Y a ti se te olvida cuánto sufro con las tragedias? ToT y aquí yo leyendo como buena sis que soy.

    Y pues bueno, la historia no es lo mío. Ambos sabemos que mis cualidades tiran en otra dirección xD pero mira, es la primera vez que leo algo como ésto, digo que honestamente nunca en la vida se me habría ocurrido leer a posta un relato "ficticio" de una parte de nuestra historia tan importante. Sin duda, buen escrito, nos muestra una variedad de aspectos que no suelen rescatarse en los libros de texto y que los profesores en el aula tampoco explican. Esa "otra cara de la moneda" en cada línea de nuestro pasado. Estamos donde estamos, somos quienes somos, por aquellos personajes "invisibles"que no dejaron una huella escrita en la historia, pero que todavía estuvieron ahí.

    Ciertamente, ¿Fin? Supongo que esa palabra no existe, cada ciclo termina para dar inicio a otro.

    Felicidades! Seguro que si se nos enseñara la historia con un poco más de "naturalidad" se nos daría mejor.
     
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  3.  
    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    Triste final para Venustiano Carranza, pero es de esta manera tan trágica que murieron muchos de aquellos líderes históricos.

    Del relato me encantó esa manera tan natural que tuvieron los personajes, acoplándose tanto en el diálogo como en el actuar a las raíces de la cultura mexicana y ambas familias han sido dignas representantes de aquellas familias de antaño, de hecho, la escena donde doña Ana desgrana el maíz, me trajo gratos recuerdos de mi niñez, pues a mí también me tocó ayudarle a mi madre a desgranar, moler y tortear... todavía hago tortillas en mi casa de vez en cuando, aunque las tortillas son ahora de maseca xD

    La pronunciación de las palabras en los diálogos también me trajo muchos recuerdos. Los vecinos adultos que me rodeaban siendo yo pequeña así mismo hablaban y hacía mucho, pero mucho tiempo que no "escuchaba" tales expresiones. Tu redacción me recordó a uno de los grandes escritores, a José Joaquín Fernandez de Lizardi en su obra: El Periquillo Sarmiento.

    Felicitaciones, un relato excelente.
    Saludos =)
     
    Última edición: 31 Agosto 2014
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