Rurouni Kenshin [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por WingzemonX, 2 Junio 2013.

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    WingzemonX

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    Título:
    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    26
     
    Palabras:
    9282
    Rurouni Kenshin
    El Tigre y El Dragón


    Wingzemon X

    Capítulo 18
    Duelo de Caballeros


    Shanghái, China
    21 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)


    Todo se sumió en absoluto silencio cuando la voz de Magdalia al fin calló, marcando de esta forma el final de la historia que había estado narrando con tanto cuidado. Luego de ello, lo único que se escuchaba era el sonido que el segundero del reloj de pared hacia al moverse; ya había sonado al menos unas treinta veces sin interrupción, y ninguno decía nada. ¿Esperaba ella acaso que él dijera algo en esos momentos? ¿Alguna opinión, comentario o palabra de apoyo? Si es que acaso el albino tenía en su mente intención alguna de decir algo, no lo demostraba. Desde hace unos minutos atrás, se había volteado hacia otro lado, con sus ojos puestos en la pared, aparentando ignorarla; pero ella sabía que no era así. Sabía que había escuchado claramente cada una de sus palabras, y que tal vez en esos momentos intentaba procesarlo, entenderlo todo.

    Magdalia miró hacia el reloj. Había pasado ya más de una hora desde que Enishi entró por la puerta de esa sala, y la mayoría de ese tiempo lo había pasado hablando. Era la primera vez que contaba toda la historia completa, de principio a fin, con todos los detalles; ni siquiera a Shouzo le había dicho todo lo que acababa de decirle a ese hombre. Cuando su hermano y ella hablaban al respecto, se limitaban a ir directo al punto; pero en esa ocasión no fue así.

    Luego de un largo rato sin hablar, Magdalia respiró con lentitud y rompió el silencio.

    - Luego de eso, mi tío nos llevó a Hong Kong. – Prosiguió la castaña; al parecer aún había un par de cosas más que decir. – Así como aquí, allá los ingleses prácticamente tenían control absoluto del puerto. Ahí pudimos vivir relativamente tranquilos, lejos del odio del gobierno, y del fuego que la revolución erigía. Pero mi hermano nunca olvidó lo ocurrido, ni la promesa que se hizo así mismo aquel día. Mi tío le enseñó el Estilo Hiten Mitsurugi, su estilo de pelea que había aprendido varios años atrás de un hombre en los bosques cercanos a Kyoto. Tenía la esperanza de que este estilo en manos de mi hermano, pudiera ser un arma para defender a nuestro pueblo. No pudimos volver a Shimabara hasta hace un año…

    De nuevo calló, y de nuevo por los segundos siguientes pensó que Enishi seguiría indiferente a ella. Sin embargo, algo surgió abruptamente de sus labios…

    - ¿Así que es sólo eso? – Murmuró en voz baja sin hacer el menor ademán de virar su mirada hacia ella.

    Magdalia se sobresaltó sorprendida, y hasta algo molesta por lo que acababa de escuchar.

    - ¿Qué quieres decir con “sólo eso”?

    El pie de Enishi se movía ligeramente contra el suelo. ¿Era caso una señal de nervios?, ¿de incomodidad tal vez? Con una mano se subió por completo sus anteojos, e inclinó la cabeza al frente dejando que su fleco le cubriera el rostro, casi como si temiera que ella le viera los ojos de alguna forma.

    - No me malinterpretes. – Susurró en voz baja. – No digo que lo que te pasó no haya sido horrible… Lo fue, sin duda. Tampoco digo que haya sido peor o mejor que… Lo que me pasó a mí…

    Hubo una pequeña pausa, misma que Magdalia utilizó para intentar entender. ¿Estaba admitiendo acaso qué sí le había pasado algo?, ¿pese a qué lo había negado tan enérgicamente justo antes de que empezara su historia?

    - Pero…

    Algo en la conducta de Enishi cambió drásticamente. Su voz tembló, y pudo notar como sus manos se aferraban a su silla con fuerza, tanta que sus dedos emblanquecieron; sus hombros también temblaban. Todos esos ademanes le resultaron familiares, al igual que el aire denso que empezó a cubrirlo. Ya lo había visto antes: aquella noche en el restaurante.

    - Al menos luego de todas esas cosas horribles que sufriste… no estuviste sola…

    Magdalia se sorprendió mucho al oírlo decir eso, pero poca oportunidad tuvo de refutar, pues él no esperó nada para al fin voltear a verla y hacerle desistir de decir cualquier cosa que tuviera en la mente. Sus ojos turquesa se asomaban un poco sobre el arco de sus lentes oscuros, brillando entre las sombras que creaban sus cabellos blancos. Su mirada era igual a la que había tenido aquella noche: llena de rabia, y también de confusión.

    - Sí, perdiste a tu familia, tu hogar, todo tu mundo… Pero al menos siempre tuviste a tu hermano y a tu tío a tu lado para cuidarte, ¿o no? Nunca estuviste sola… Ni tuviste que hacer hasta lo imposible para sobrevivir. Siempre tuviste a alguien a tu lado que te hiciera pensar aunque sea un instante en algo que no fuera… El odio… El rencor… Los deseos de… Venganza. ¿Crees que por tener un pasado doloroso somos iguales? No, lo que nos hubiera hecho ser iguales sería el cómo lidiamos con él justo después de lo ocurrido… Así que no me vengas a decir que me entiendes, ¡por qué no tienes ni idea de lo que he sufrido…! No tienes idea de las cosas que he tenido que hacer o lo que he visto. ¡Nunca me entenderías ni un millón de años!, ¡¿me oíste bien?!

    Como reflejo, Magdalia se hizo hacia atrás, todo lo que su silla le permitía. Debía admitir que de nuevo se sentía algo intimidada, sobre todo por esa expresión en sus ojos, por ese espíritu casi asesino que lo rodeaba, y en especial por sus palabras. Le era muy confuso sobre todo su reacción tan explosiva, considerando que hasta hace unos momentos se esforzaba por ignorar su sola presencia y la historia que le contaba. De todo lo que se había imaginado que diría o haría, no había considerado una reacción así.

    Enishi volvió a sentarse derecho en su silla, y con una mano se acomodó sus cabellos. Se cruzó de piernas, tomó su espada con una mano, y chocó la punta de la vaina contra el piso. Tenía deseos de pararse e irse de ese cuarto de una vez, pero sabía muy bien que el hacerlo sería como huir de ella, como si estuviera haciendo algún tipo de berrinche. No, no le daría ese gusto. Si quería replicarle, darle algún comentario astuto, o reprocharle por hablarle en ese tono, que lo hiciera. No le importaba nada de lo que dijera, nada de lo que hiciera.

    - Tienes razón. – Escuchó como la ojos verdes soltaba de pronto.

    - ¿Qué? – Exclamó él a su vez, confundido.

    Magdalia volvió a recuperar la serenidad, y de nuevo fue capaz de sostenerle la mirada. Pero ya no se le veía desafiante, ni agresiva como antes, ni siquiera asustada por lo que le había dicho. Se le veía algo más calmada, aunque sí un poco melancólica.

    - Tienes razón. – Repitió. – Todo lo que acabas de decir es cierto. Nunca estuve sola realmente. Mi hermano, mi tío, Shouzo… Para bien o para mal, siempre he tenido a alguien a mi lado para cuidar de mí. Entre toda la adversidad, tuve varias bendiciones de las que debo sentirme agradecida. No tengo bases para juzgarte, pues ahora que lo pienso, es probable que si mi hermano o yo hubiéramos terminado solos luego de la muerte de mis padres, tal vez hubiéramos terminado recorriendo un camino no muy distinto al tuyo. Así que… - Le sonrió de pronto con gentileza, y se encogió de hombros. – Tienes razón, ¿qué más puedo decir?

    Si no fuera porque se esforzaba por mantenerse sereno y frío, es probable que la quijada de Enishi hubiera llegado hasta el suelo de lo sorprendido que estaba ante lo que escuchaba. Ahora le tocaba a él enfrentarse a un escenario que no había contemplado. ¿Le estaba dando la razón? Desde que la conocía, parecía una regla para ella siempre tener la última palabra, siempre mantenerse firme y nunca dar su brazo a torcer, ¿y ahora le decía que tenía la razón así como así luego de haberle gritado de esa forma en la cara?

    Magidalia se paró de pronto de su silla, y como si se tratara de algún tipo de amenaza latente, los músculos de Enishi se tensaron, y prácticamente todo su cuerpo se preparó para lanzar el primer golpe si era necesario. Tardó una fracción de segundo en darse cuenta de que su reacción era exagerada, e intentó calmarse. Magdalia se le acercó por el costado izquierdo, y se agachó para ponerse de rodillas a su lado. Enishi la siguió con la vista en cada movimiento, como si temiera que lo fuera a atacar. Había estado en los últimos años sentado con hombres de la mafia, asesinos, gente importante y peligrosa, y jamás había tenido esa horrible sensación de vulnerabilidad; ¿cómo era que la sola presencia de esa mujer lo estresaba más que cualquiera de esas situaciones?

    - Tal vez tengas razón, y no pueda entender por completo tu manera de pensar, o el porqué de tus acciones, pero te puedo asegurar una cosa.

    Si ya de por si toda la situación le era de lo más extraña e incómoda, lo que hizo después fue la cereza del pastel. Dejando cualquier rastro de miedo o intimidación atrás, acercó sus manos a la de él, a la que sostenía su arma, y la tomó con cuidado. La mano de Magdalia era realmente suave, más de lo que se hubiera imaginado, y también cálida. Eran parecidas a las de…

    - Si así lo deseas, puedo intentarlo. – Le dijo con un tono suave, mirándolo a los ojos. – No tienes por qué seguir solo como de seguro lo has estado hasta ahora. ¿Por qué no bajas por completo tu máscara por una vez y me dejas verte cómo realmente eres?, sólo una vez. ¿No te gustaría poder descansar por un instante de todo esto que cargas contigo cada día? ¿Dejarlo salir aunque sea sólo por un instante? Puedes confiar en mí. Dime qué es lo que te persigue, qué te hizo abandonar Japón y terminar en estas tierras como un asesino y un delincuente. Dime, ¿de qué estás huyendo?

    El rostro frío de Enishi tuvo problemas para mantenerse de la misma forma por mucho tiempo. Al final, le fue imposible esconder su asombro y desconcierto por lo que Magdalia hacía y decía. El sentir sus manos sobre la suya, sus ojos verdes mirándolo sólo a él sin apartarse ni un instante, aguardando su respuesta. ¿Decírselo? ¿Tenía algún motivo para hacer tal cosa? No, ninguno. Nada que lo inspirara o pudiera orillarlo a hacer algo como eso. No lo deseaba, así de sencillo. No debería siquiera considerarlo. Pero… Esa mujer, esa mujer estaba provocándole algo. ¿Qué era?, ¿por qué se sentía así con su presencia? ¿Y qué sentía exactamente? ¿Qué era lo que le provocaba esa presión en el pecho y ese nudo en la garganta? ¿Sería posible que él…?

    El sonido de unos nudillos tocando en la puerta, y luego de una voz al otro lado, hicieron que todo ese extraño momento se rompiera. Enishi se estremeció, como si lo acabaran de despertar de un profundo sueño.

    - Maestro Enishi. – Escuchó a Xung-Liang a pronunciar. – Ya está aquí.

    El albino apartó en ese momento su mano, con todo su espada, de las manos de Magdalia. Ésta miró impresionada como se paraba de su silla, y se acomodaba su capa azul hacia un lado. Le había parecido ver un ligero destello en su mirada por unos segundos, como si algo estuviera a punto de ocurrir; pero se había ido tan abruptamente como había llegado.

    - Yo no estoy huyendo de nada. – Le respondió de pronto, volteándola a ver hacia abajo, con una sonrisa pícara de oreja a oreja. – Al contrario, lo estoy persiguiendo a cada momento, inclusive esta noche. – Comenzó a caminar entonces hacia la puerta de la sala con cierto apuro. – Es momento de la fiesta, Santa Magdalia; no querrá perdérselo.

    - Enishi, no hagas esto. – Le indicó la castaña casi como una orden. Ella seguía hincada en el mismo sitio, como si él siguiera sentado en la silla. – No importa si no crees que mi hermano tiene algún tipo de poder divino, pero cree entonces en sus habilidades como espadachín. Él nunca ha perdido ni una sola pelea desde que mi tío Hyouei le enseñó su técnica, ni una… La propia velocidad y destreza del Hiten Mitsurugi lo hacen ya de por sí imparable. Pero además, posee en su poder una técnica invencible, el Ougi de su estilo de pelea, una técnica que ni siquiera mi tío fue capaz de dominar, pero que Shougo realizó a la perfección con tan sólo catorce años. Hijo de Dios o no, si lo enfrentas en estos momentos, él te matará…

    Enishi se viró sobre su hombro hacia ella, intrigado por su singular advertencia. De seguro tenía la intención de asustarlo, pero de hecho… Había logrado todo lo contrario; lo que acababa de escuchar, lo hacía estar aún más seguro de hacerlo. Sonrió ligeramente con satisfacción.

    - Si es así, entonces de alguna u otra forma, todos tus problemas se terminarán pronto, ¿o no?

    Magdalia escuchó como Enishi introducía su llave en la cerradura y abría la puerta. No insistió en que lo acompañara o le ordenó a alguien que la arrastra con él; ni siquiera cerró la puerta, como si lo que fuera a hacer, para bien o para mal, poco importara; cómo si ya todo ese asunto fuera inevitable.

    - - - -​

    Shougo y Shouzo fueron recibidos sin la menor seña, aparente al menos, de hostilidad. Les abrieron el portón principal en cuanto los vieron acercarse, y pasaron caminando con sus propios pies, y sin ningún tipo de escolta. El lugar estaba lleno de hombres armados, sobre la barda, en el patio frontal, y afuera de la construcción; todos mantenían su distancia y los miraban a cada paso que daban.

    Ambos hombres miraban con desconfianza de un lado a otro, contando a todos los guardias que había en ese lugar, intentando detectar todas las diferentes rutas de escape, y si había algún otro tipo de trampa que no hubieran visto. Y, sobre todas las cosas, si había algún rastro de la persona que habían ido a buscar.

    El agudo y entrenado oído de Shougo Amakusa, percibió movimiento en el interior de la casa. Alguien caminaba hacia la entrada principal, custodiada por dos hombres con rifles, y sus pasos resonaban sobre el suelo de madera. Por el rabillo del ojo, pudo ver la figura de alguien saliendo de la puerta, y siendo alumbrado por los faroles encendidos del patio, y por la luz de luna. Reconoció de inmediato ese traje blanco, capa azul, cabellos albinos, absurdos lentes oscuros, e insoportable cara de idiota. En cuanto lo vio, todo el coraje que Shougo había estado acumulando desde el momento mismo que leyó aquella absurda carta en la posada, empezó a exteriorizarse.

    Algo que llamó la atención de Shougo de pronto, fue lo que ese sujeto cargaba en su mano izquierda. ¿Era acaso una espada?

    - Gracias por aceptar mi invitación esta noche, Señor Amakusa. – Exclamó Yukishiro Enishi con fuerza, alzando un poco sus brazos de manera casi teatral.

    Él no estaba para nada abierto a seguir su juego.

    - ¿Dónde está Sayo maldito bastardo? – Le cuestionó de inmediato de forma cortante.

    Enishi parpadeó un tanto confuso por lo que acababa de escuchar.

    - ¿Sayo? ¿Acaso ese es tu verdadero nombre?

    Enishi se volteó hacia atrás, y unos segundos después la figura delicada y delgada de la castaña ojos verdes, se hizo presente a menos de un metro detrás de él.

    - ¡Santa Magdalia! – Exclamó Shouzo sorprendido, pero también aliviado de verla. Shougo no parecía compartir del todo su felicidad.

    - Sayo, ¿te encuentras bien? ¿Te hizo algo?

    - No hermano, no me hizo nada, no te preocupes. – Respondió de inmediato, intentando ser muy clara en ello. – Él no me trajo aquí para nada de eso. Él sólo…

    Enishi alzó de pronto su brazo izquierdo justo frente a Magdalia, obstruyendo un poco la vista que Shougo Amakusa tenía en sus momentos de su hermana, como queriendo indicarle con ese sólo acto que guardara silencio.

    - Yo sólo quería poner muy clara una cosa, Señor Amakusa. – Continuó Enishi a la explicación de la cristiana. – Shanghái es mi territorio, mi reino si quiere verlo así. Aquí, yo soy el Rey, y mando sobre toda persona parada en mis tierras, sea el Hijo de Dios o no. Así que yo decido quien se va y quién no. Y una vez aclarado eso, tengo que decir que… no se me antoja que su hermana se vaya.

    - ¿Eh? – Exclamó atónita la castaña al oír tales palabras. ¿Qué rayos estaba haciendo?

    - Seré directo con usted, Señor Amakusa. Magdalia en verdad me ha cautivado. Nunca había conocido a una mujer tan hermosa y fuerte, que pudiera emocionarme y hacerme rabiar tanto al mismo tiempo; y la verdad no me da la gana dejarla ir. Quiero que se quede aquí y sea mi mujer.

    - ¡¿Qué?! – Se escuchó como Shouzo prácticamente gritaba del asombro.

    - ¿Qué? – Exclamó Magdalia, que de su asombro por lo que ocurría apenas y podía alzar la voz.

    Los hombres que habían logrado escuchar, se miraban entre sí, algunos con incredulidad, otros con expresiones picaras; incluso Xung-Liang, parado a lado de su jefe, lo volteó a ver totalmente confundido y con la boca abierta por lo que acababa de decir. Enishi se tomó unos momentos para disfrutar las graciosas reacciones que todos tenían, e intentar apaciguar las ganas de soltarse riendo antes de seguir hablar. Todos parecían sorprendidos en extremo… Excepto Shougo Amakusa. Él seguía mirándolo profundamente con esa misma expresión de fiera que había puesto desde que lo vio salir de la casa.

    “Pero qué sujeto tan aburrido.” Pensó para sí mismo, antes de aclararse la garganta y continuar.

    - Sé que ya habíamos cancelado todo, ¿pero qué le parece si replanteamos nuestro trato anterior? Quizás lo convenza de reconsiderarlo. – Colocó su mano derecha sobre su barbilla, y volteó a ver el techo del pórtico, como si pensara profundamente en la cuestión; todos sus movimientos eran exagerados, casi cómicos. – Hagamos esto: Le daré las armas que habíamos acordado para su causa durante la reunión anterior, e incluso el doble de ello; todo eso a cambio de Magdalia. ¿Qué le parece? No es un mal trato, ¿verdad?

    - ¡¿Qué crees que estás haciendo?! – Intervino la castaña al fin, parándose delante de Enishi para encararlo. Éste miró divertido como su rostro estaba completamente rojo, posiblemente del coraje, o posiblemente ruborizada por las cosas que acababa de decir.

    - Me pediste que no peleara con tu hermano, ¿recuerdas? – Le respondió con marcado sarcasmo en sus palabras. – Por ello estoy proponiendo una alternativa. ¿Por qué te molesta mi propuesta? Si sentí que habíamos tenido una conexión allá adentro…

    Remató su comentario guiñándole el ojo de manera exagerada y poco discreta, que no hizo más que hacerla enojar aún más, lo que sin lugar a dudar era su intención original.

    - ¡¿Qué todo es juego para ti?!

    - Casi todo, sí.

    Era imposible para Magdalia hablar con ese individuo. Comenzaba a pensar que en verdad, pero en verdad, estaba loco. ¿Cómo era posible que hace unos minutos estuviera irascible, a la defensiva, y casi temeroso, y ahora estuviera jugando bromas de ese tipo? ¿Cómo podía cambiar tan rápido de máscaras?

    Se dio media vuelta rápidamente hacia su hermana y Shouzo.

    - Hermano, ¡no lo escuches! No está hablando enserio, él sólo quiere…

    - Sé exactamente lo que quiere, Sayo. – Le interrumpió Shougo de pronto; sus ojos seguían clavados como navajas en el líder del Feng Long. – Debes de haber inhalado demasiado opio como para atreverte siquiera a hacerme una proposición como esa. Broma o no, no voy a perdonar que juegues así con mi hermana, ni conmigo…

    Dirigió su mano izquierda a su espada, tomando con fuerza la funda, el primer acto para estar listo para desenvainar. Enishi sonrió ampliamente, satisfecho pues se veía que al final de cuentas eso era lo que quería.

    - Siempre tan desafiante, ¿verdad Hijo de Dios? Bien, si ambos quieren rechazar mi buena voluntad, retiro mi oferta de la mesa. En su lugar…

    Miró de reojo a Xung, y con un movimiento de cabeza le indicó que tomara a su rehén. Él lo entendió, y de inmediato tomó a Magdalia de los brazos, y la jaló hacia un lado. Ella intentó resistirse un poco, pero no pudo evitar que el guardaespaldas la apartara, y luego la mantuviera sujeta para que no intentara acercarse siquiera, ni a Enishi ni a Shougo.

    Shouzo, al ver esto, sintió el tremendo impulso de lanzársele encima, pero entonces recordó a todos los hombres armados. Parados en la puerta a menos de un metro de ella, había dos hombres con rifles; los riesgos de que Magdalia terminara en un fuego cruzado eran muy altos. Lo único que podía hacer en esos momentos, era confiar en Shougo.

    - ¿Qué le parece entonces si tenemos un duelo de caballeros? – Agregó el albino, alzando su arma al frente con ambas manos, una en el centro de la vaina y otra en el mango. – Si yo gano, Magdalia se queda en Shanghái conmigo, y si usted sobrevive, se puede ir tranquilamente y sin reproches. Si usted gana, ya sea que yo muera o no, podrá irse con su hermana sin ningún obstáculo.

    - ¿Sigues con eso? – Escuchó que la cristina reprochaba a su lado, siendo aún sujetada por Xung. – Si insistes en seguir con esta locura, ¡al menos deja de usarme como excusa!

    Enishi ignoró su queja, y continuó.

    - ¿Qué le parece? No creo que el Hijo de Dios tenga miedo de batirse en un duelo amistoso con un simple maleante, ¿o sí?

    Pese a qué la expresión de Shougo se mantenía inmutable y serena, lo cierto era que por dentro, cada palabra que salía de su boca lo hacía enojarse más y más.

    - No tengo pensado seguir tu juego. – Le respondió con firmeza. – Mi hermana y yo nos iremos de Shanghái ahora mismo, y Rey o no, si insistes en ponerte en mi camino… Te mataré de una buena vez.

    La suerte estaba echada. Magdalia cerró los ojos y volteó su rostro hacia otro lado. No importaba ya lo que dijera para evitarlo. Su hermano ya había decidido que ese hombre no era de su agrado, y merecía morir por atreverse a jugar con ellos, algo que ella no podría refutar con ningún argumento.

    - Espero que estés feliz. – Murmuró con reproche. – Tendrás lo que querías después de todo.

    ¿Feliz? Enishi no estaba feliz: esta extasiado, emocionado, a punto de reventar. Su sonrisa maliciosa se había estirado por completo, creando una mueca de apariencia realmente perturbadora; era como ver a un demonio regocijándose. ¿Cuándo había sido la última vez que había sentido toda esa excitación antes de un combate?, ¿o incluso ante cualquier otra cosa? Posiblemente nunca. Pero los motivos reales que lo hacían sentirse de esa forma, eran sólo comprensibles para él, pues nadie, ni siquiera Xung-Liang, entendían por qué se había tomado tantas molestias sólo para ello.

    - Que divertido es usted, Señor Amakusa. – Exclamó con elocuencia, y entonces tomó su capa azul, y de un tirón la arrojó hacia un lado. Luego, empezó a desabrocharse uno a uno los botones de su camisa. – Dice que no me seguirá el juego, pero con palabras más o palabras menos, acaba de aceptar mi duelo. Para su buena suerte, pese a su deplorable educación, respetaré las condiciones que le acabo de proponer si gana.

    Cuando terminó de desabrocharse su camisa, se la quitó con rapidez, tirándola hacia un lado también. La imagen de Enishi se tornó algo distinta en esos momentos. Con todas esas ropas blancas y pulcras, esos anteojos, y zapatos, cualquier persona común lo vería cómo un simple hombre de negocios, un chico rico más. Pero, en cuanto se deshizo de esas prendas, algo cambió. Debajo de su camisa, traía una camiseta negra delgada, sin mangas, que dejaba al descubierto sus brazos, que se veían ligeramente fornidos, más de lo que su primera impresión pudiera hacer notar. Traía unos brazaletes al parecer metálicos en sus muñecas que al parecer había tenido siempre ocultos bajo las mangas de su camisa… y que no se veían nada ligeros.

    Sujetó de nuevo su arma frente a él, y de un movimiento rápido la sacó de su vaina, creando una centella ante él cuando la reluciente hoja fue bañada por la luna.

    - Pero para su mala suerte, tendrá que enterarse por las malas que no sólo soy el cabecilla Número Uno del Feng Long. – Giró su arma en su mano derecha con rapidez, y luego la movió alrededor de su cuerpo con notoria maestría, para luego terminar su demostración, señalando directo a Shougo con la punta. – Sino también su guerrero más poderoso.

    La apariencia de esa arma extrañó a Shouzo, e incluso también a Shougo, aunque lo demostró menos. Su empuñadora a simple vista parecía el de una Jian, recta, adornada con material dorado, y un largo cordel rojo atado a su pomo. Pero su hoja no concordaba. Era curva, y de un sólo filo, como la de una katana japonesa, pero más larga, similar a la de una Tachi; parecía más una combinación de ambos tipos de espadas.

    Enishi bajó los escalones del pórtico, para plantar sus pies en la tierra del patio. Shougo se quedó de pie en su lugar, sujetando aún su arma con la mano izquierda, pero sin hacer la seña siquiera de que intentaría acercar la derecha a la empuñadura. Enishi giró de nuevo su singular espada, y entonces se colocó en posición, plantando su pie izquierdo al frente totalmente estirado, y sujetando la espada de manera vertical sobre su cabeza.

    Ambos se quedaron quietos, totalmente quietos, como dos estatuas. Incluso el ruido del ambiente se esfumó, y el poco viento que soplaba se detuvo igual. Todo el aire se había vuelto pesado en unos segundos; ninguno daba siquiera un paso, y ya parecía que hubieran empezado a pelear.

    Luego de casi un minuto de total pausa, los ojos de Shougo se abrieron por completo, y casi por mera respuesta a éste sólo acto, una ráfaga de viento sopló con fuerza desde sus espaldas, directo hacia el frente, golpeando a Enishi, e incluso e los hombres que estaban en el pórtico y a la propia Magdalia.

    Los hombres que veían lo acontecido, parecieron alarmarse de ver esto. Se miraban entre ellos con algo de temor, preguntándose el uno al otro qué era lo que había pasado. Por su lado, Enishi ni siquiera había pestañado ante tal truco; su sonrisa seguía igual de amplia de siempre.

    - ¿Y se supone que debo asustarme con eso? – Exclamó con un tono jovial. – Cómo lo esperaba, el secreto de los supuestos poderes del Hijo de Dios es su muy poderoso Kenki. Para un ojo poco conocedor, pareciera sólo magia, ¿no es así? Cuando lo único que haces es expulsar la energía de tu propio cuerpo. Pero es no te servirá conmigo. Yo no utilizo tonterías como esas. ¡Lo mío es pura fuerza bruta!

    Aún con esa brisa fría golpeándole la cara, Enishi empezó a moverse, lanzándosele encima como un Tigre a su presa. Jaló su espada hacia atrás, para luego traerla de regreso con todo su impulso hacia el frente. En un parpadeo, Shougo Amakusa estaba parado ante él de manera serena, y al siguiente su espada sólo golpeó el aire, y posteriormente el suelo, con una fuerza tan tremenda que el choque abrió la tierra y levantó una fuerte estela de polvo.

    - ¡Pero qué fuerza! – Exclamó Shouzo, incapaz de ocultar su asombro.

    Shougo se había movido a una increíble velocidad en el último instante, y reaparecido al siguiente justo detrás de él. Normalmente eso hubiera sido suficiente para tomar a su contrincante desprevenido, pero eso no había ocurrido esa vez. Apenas acababa de terminar su movimiento, apenas y había logrado captar la gran fuerza que había aplicado el albino en ese golpe, cuando vio sorprendido como éste giraba por completo su cuerpo hacia él, prácticamente continuando con el mismo movimiento del ataque que ya había lanzado.

    - ¡Típica evasión cobarde de Hiten Mitsurugi! – Exclamó casi riendo mientras se giraba.

    - ¡¿Qué…?!

    Shougo se sintió intrigado por lo que acababa de decir, pero no podía darse el lujo de pensar mucho en ello.

    Sabía que estaba detrás de él; ni siquiera lo había volteado a ver, y de alguna forma ya lo sabía. Dio un largo salto hasta atrás para esquivar el ansioso filo de su arma, que pasó cortando el aire a unos centímetros de su nariz. Enishi de nuevo no se quedó quieto. Siguió avanzando hacia él, y atacando y atacando una y otra vez, sin dejar siquiera una fracción de segundo desaprovechada entre un sablazo y otro. Para cualquiera, parecería que estuviera lanzando movimientos improvisados y al azar, pero no lo eran. Shougo notaba que pese a lo erráticos y furiosos que parecían sus ataques, todos parecían fríamente calculados. De hecho, parecía como si estuviera concentrado en sus movimientos, en los de su oponente, y en su alrededor, todo al mismo tiempo, pues aunque usará su muy conocida velocidad para desaparecer de su alcance y vista, de inmediato él parecía saber dónde estaba y continuaba justo en dónde se había quedado.

    Shougo no entendía qué ocurría. No era que pudiera moverse a su misma velocidad, no creía siquiera que pudiera ver por completo su movimiento; era como si de alguna forma simplemente lo sabía, sabía qué movimiento hacía y en qué dirección, como si lo sintiera. Era algo muy distinto al instinto de un Espadachín, incluso al suyo propio. ¿Qué clase de hombre era este sujeto?

    Por su lado, Shouzo y Magdalia miraban realmente asombrados lo que ocurría ante sus ojos. Era algo a lo que ninguno de los dos estaba acostumbrado; normalmente si Shougo se enfrentaba a cualquier enemigo, lo derrotaba con un sólo movimiento rápido sin pestañar siquiera. En algunas ocasiones quizás tendía a evadirlo con su velocidad por un rato y evaluar sus movimientos, pero el resultado al final era el mismo. Lo que estaba ocurriendo no encajaba para nada en ello. Shougo no parecía estar jugando con su oponente, no parecía estar esperando el momento justo para atacar: realmente parecía imposibilitado a hacer otra cosa que no fuera mantenerse en movimiento, esquivar y defender. Era como si… Ese sujeto lo tuviera acorralado de alguna forma.

    Pero no era posible. Él era Shougo Amakusa, el Hijo de Dios. No había mortal alguno que pudiera hacerle frente. Debía de haber algún otro tipo de explicación. Sin embargo, Magdalia comenzó a sentir una presión molesta en el pecho. En la sala durante su conversación, Enishi se veía muy seguro y tranquilo de querer enfrentarse a su hermano. Eso no era raro, casi cualquiera de sus oponentes anteriores reflejaban esa misma confianza al principio. Pero… ¿Y si de hecho no era como las otras veces? ¿Y si esta vez…?

    - “No, borra esos pensamientos de tu cabeza, Sayo”. – Se decía a sí misma sin despegar sus ojos del frente. – “Confía en Shougo… Él es… Invencible…”

    No podría estarlo esquivando toda la noche hasta que alguno se cansara. Debía encontrar la forma de contraatacar, pero era la primera vez en muchísimo tiempo que realmente se lo ponían complicado. Le impresionaba sobre todo la fuerza con la impartía sus golpes, y la hoja tan resistente de su singular arma. Luego de un último movimiento, había quedado justo frente a una de las rocas decorativas del patio, e igualmente él se le lanzó encima como una fiera. Se quedó de pie, aguardando hasta el último momento, para después lanzársele hacia la izquierda. El filo de su espada chocó con fuerza contra la roca, literalmente haciéndola pedazos con el impacto de su arma.

    Shougo notó en ese momento que por apenas un parpadeo, la hoja se había quedado incrustada entre los restos de la roca destruida. Para cualquiera, ese instante de tiempo sería insignificante, pero para un espadachín como él, era una oportunidad perfecta.

    Sin perder el tiempo, la figura del Hijo de Dios reapareció justo a las espaldas de su enemigo. Dirigió su mano derecha a la empuñadura de su espada y, al fin, la sacó de su vaina con un sólo movimiento rápido. Al fin lo tenía justo donde lo quería, y todo parecía indicar que sería el fin. Aunque pudiera liberar su espada a tiempo, no podría girar todo su cuerpo en la velocidad adecuada, ni moverse para esquivarlo… Pero no le fue necesario. De nuevo, parecía que sin necesidad siquiera de verlo, ya sabía que estaba a sus espaldas, y sabía exactamente qué movimiento estaba haciendo en esos momentos. En lugar de girar todo su cuerpo para cubrirlo o esquivarlo, en lugar de eso notó como jalaba su brazo derecho hacia atrás, lanzaba su espada hacia su lado izquierdo por enfrente de su espalda. Del otro lado, su mano izquierda la recibió y la sostuvo con fuerza. La espada quedó de manera diagonal ante él, recibiendo de manera directa el impacto del filo de Shougo, y protegiendo su espalda, y el resto de su cuerpo, de cualquier daño.

    Si ya todo lo que había visto hasta ese punto lo había dejado confundido, ese último movimiento lo había dejado impactado. ¿Cómo había hecho tal cosa?

    Enishi jaló con fuerza su arma hacia el frente, haciendo que la de Shougo retrocediera. Siguiendo el impulso del mismo movimiento, giró su cuerpo con rapidez, y justo cuando ya había divisado la figura de Shougo por el rabillo de su ojo derecho, extendió con fuerza y rapidez su puño libre directo a la cara del cristiano. Éste retrocedió rápidamente, y fue capaz de ver por un instante el puño de Enishi a unos centímetros de su cara, y de sentir como el aire impulsado por éste lo golpeaba con fuerza en el rostro; eso por sí solo hubiera sido suficiente para derribar a cualquier otro oponente.

    El albino volvió a coger el mismo ritmo de siempre, y después de su puñetazo, le siguió un sablazo rápido de su espada, que en medio movimiento soltó para ser atrapada de nuevo por su mano derecha. Luego giró con rapidez su cuerpo para lanzar una patada giratoria hacia su cabeza con la pierna derecha, seguida de otra más con la izquierda, otro golpe, y luego una serie de movimientos de su espada. Shougo se las ingeniaba para mantener su evasión, pero en muchas de esas ocasiones había sido por muy poco. Aparte de demostrar gran maestría con esa arma, sus brazos y piernas también estaban excelentemente entrenados para el combate también. Cuando empezó a usar su espada para detener alguno de sus ataques, sentía que todo su brazo vibraba por la fuerza con la que lo impactaba.

    La mayoría de los hombres presentes, no eran capaces de seguir por completo el combate. Sólo veían las figuras de ambos hombres moviéndose rapidez por todo el patio, los destellos de las hojas al moverse reflejando la luz, y escuchaban el sonido del metal chocando contra el metal. Shouzo y Xung-Liang parecían ser unos de los pocos que lograban apreciar con mejor detalle el combate, y sus impresiones no eran del todo distintas. Ambos se sorprendían de ver a un contrincante que era capaz de mantener el ritmo de su respectivo señor.

    - “Es la primera vez que veo algo así.” – Pensaba Shouzo, atónito. – “¿Cómo es que este hombre puede tener tan acorralado al Señor Shougo? Prácticamente no lo ha dejado hacer ni un sólo movimiento, y no se le ve ni cansado…”

    Lo que más le confundía era su expresión. Desde que empezaron, tenía una sonrisa aterradora en los labios, y sus ojos totalmente abiertos y casi desorbitados, que parecían ni siquiera parpadear.

    - “Este Cristiano tiene una velocidad y técnica formidables”. – Pensaba Xung-Liang por su lado. – “No puedo creer que pueda esquivar y repeler los ataques del Maestro Enishi de esa forma. Cualquier hombre del Feng Long ya hubiera sido hecho pedazos desde hace mucho, incluso yo… ¿Era por esto que el Maestro Enishi deseaba tanto pelear con este sujeto? ¿Por qué sabía que era un enemigo que estaría a su altura? ¿O acaso será algo más…?”

    Xung recordaba el estado con el que el Cabecilla del Feng Long había reaparecido luego de haberse bajado estrepitosamente del carruaje esa mañana. Parecía confundido, ido, absorto en quién sabe qué ideas, muy similar a cómo habría salido del restaurante el día del infame disparo. Y sobre todo recordaba como repetía una y otra vez “Hiten Mitsurugi Ryu…” ¿Qué significaba?, ¿qué había ocurrido que lo había llevado a realizar todo ese espectáculo? ¿Qué era lo que quería realmente?

    De repente, fue como si todo se paralizara, como si la imagen ante los espectadores se hubiera convertido en una foto inmóvil. Una patada de Enishi había logrado alcanzar a su oponente, golpeándolo con gran fuerza en el costado izquierdo de su cara. Shouzo y Magdalia perdieron totalmente el aliento ante esto.

    - ¡Señor Shougo! – Exclamó Shouzo sorprendido.

    El rostro de Shougo fue empujado con fuerza hacia la derecha, y su cuerpo también le siguió en esa dirección. Él mismo no podía creer lo que acababa de pasar. ¿Lo habían golpeado? ¿Ese horrible dolor que sentía era un golpe? Hacía tanto tiempo que no ocurría, que la sensación le pareció tan extraña… Pero no se podía dar el lujo de dejarse llevar. Aprovechando el impulso del golpe. Giró su cuerpo con rapidez para alejarse de su adversario lo más posible.

    Luego de su salto, sus pies tocaron el suelo, y se arrastraron por la tierra hasta que quedó prácticamente del otro lado del patio, a una distancia considerable de Enishi. Pensó que cómo había sido su costumbre hasta esos momentos, se le lanzaría al ataque sin espera. Pero, para su sorpresa, en esa ocasión se había quedado quieto en su lugar, mirándolo desde lejos, mientras respiraba agitadamente. ¿Estaba descansando acaso?

    - Te ves sorprendido. – Escuchó que mencionaba con un tono juguetón, y entonces colocaba su espalda apoyada contra su hombro. – ¿No sientes la misma excitación que siento yo? No, no lo creo. Pero no me importa, esto es justamente lo que deseaba. Tus movimientos, tu velocidad, la expresión de confusión, asombro y sorpresa que has tenido durante todo este encuentro… Todo es tan perfecto… Es justo lo que quería, ¡justo lo que esperaba de medirme contra el Hiten Mitsurugi Ryu!

    - ¿Cómo es que conoces el Estilo Hiten Mitsurugi? ¿Y cuál es tu verdadero interés en enfrentarme?

    - Tú lo sabes… Tú lo sabes muy bien.

    - ¿Qué cosa?

    - Tú sabes lo que hiciste… ¡Tú sabes muy bien porque estoy haciendo esto! – Y entonces se le volvió a lanzar encima al igual que antes. – ¡¿Puedes acaso ver su sonrisa?! ¡Por qué yo sí! ¡Y me sonríe a mí justo a hora!

    ¿De qué estaba hablando? ¿Se suponía que debía de entender lo que le decía? Por sus palabras, sonaba como si le estuviera reclamando por algo… ¿Pero por qué exactamente?

    - ¡Watou Jutsu! – Escuchó como el albino gritaba con fuerza estando ya a corta distancia.

    Enishi plantó con fuerza su pie en tierra, para luego impulsarse con velocidad al frente. Estando aún en el aire, Shougo notó como de un movimiento rápido, alzaba su arma sobre su cabeza de manera vertical con la punta señalando hacia atrás. Era obvio que intentaría un ataque vertical de arriba abajo. Lo que no era tan obvio, fue su siguiente movimiento. Estando la misma posición, alzó su mano izquierda con rapidez detrás de él, dando un golpe con su palma contra el lado reverso de su hoja, ejerciendo una tremenda fuerza sobre ésta. Este golpe, acompañado del movimiento de su brazo al jalar el arma hacia el frente, provocó un gran empuje, que hizo que el ataque fuera prácticamente el doble de rápido y fuerte del esperado.

    - ¡Shou Ha Tou Sei!

    Shougo apenas y logró moverse a tiempo hacia su lado derecho. Pudo ver el filo de la hoja deslizarse frente a su cara, e incluso posiblemente había logrado cortarle algunos cabellos. La espada siguió con la fuerza de su impacto, hasta estrellarse con el suelo, creando un estruendo mayor al de su primer ataque.

    - ¡¿Golpeó el reverso de su propia espada para darle más impulso?! – Exclamó Shouzo lleno de sorpresa. – ¿Qué clase de lunático es este sujeto?

    Era la primera vez que Shougo veía algo así. ¿Había dicho Watou Jutsu? Nunca había oído hablar de un estilo de pelea como ese, mucho menos lo había visto en acción. Debía aceptar que se encontraba desconcertado.

    Enishi jaló con fuerza su brazo hacia él luego de fallar en su golpe. Shougo detuvo su ataque de frente, y entones ambos comenzaron a atacarse el uno al otro; Shougo hacia lujo de su gran velocidad, y Enishi de su tremenda fuerza. Shougo notó entonces que los ataques de Enishi eran tan mortíferos, porque en realidad toda su atención, todas sus energías, todos sus movimientos, estaban totalmente enfocados en el ataque, es destruir a su enemigo; no había menor intención de defensa en él, cómo si no le importara la seguridad de su propio cuerpo. Y varias veces lo demostró, colocándose en una posición abierta, con tal de tener mejor posición de ataque, o moviendo su espada con tal ferocidad que con tan sólo un centímetro de error que hubiera tenido, hubiera bastado para al menos rebanarse a sí mismo una oreja. Pero aunque su defensa era baja, su ofensiva era tan aplastante y constante que para Shougo era prácticamente imposible dar un paso al frente y tomar la iniciativa.

    Magdalia miraba todo ese espectáculo complementa confundida. Desde hace un rato atrás, había comenzado a sentir un horrible nudo en el estómago, que se hacía más y más incómodo conforme esa pelea continuaba. ¿Qué era esa horrible sensación que había comenzado a sentir? Era algo que nunca había sentido al ver a su hermano pelear contra un enemigo, era algo que simplemente la paralizaba… ¿Era miedo?, ¿tenía miedo? ¿Pero por qué lo tendría? ¿Sería acaso que…?

    - “¿Mi hermano podría perder?” – Pensaba en su cabeza mientras sus ojos verdes totalmente abiertos no se apartaban ni un segundo.

    La confianza que le había demostrado a Enishi hace no mucho en aquella sala sobre la victoria de su hermano si es que acaso se atrevía a enfrentarlo, era real. Desde que logró dominar el Hinten Mitsurugi, cada enemigo que había enfrentado no había representado ningún reto para él… Hasta esa noche. Todo en ese combate era diferente a otras ocasiones, y por primera vez comenzaba a pensar que podría perder, o incluso… Morir…

    Agitó su cabeza de un lado a otro, y cerró sus ojos con fuerza. Colocó sus manos en su pecho, y agachó el rostro.

    - “No, no es posible. Mi hermano es invencible, él no puede perder. Él tiene a Dios de su lado, y a mi madre, a mi padre, y a la gente de Shimabara. Él no puede perder mientras los corazones de todos nosotros lo acompañen…”

    Se repitió lo mismo una y otra vez, pero mientras más lo hacía, menos sincero le parecía. Ese sujeto no era un ser ordinario, no era como sus otros contrincantes. Desde el momento en que lo vio por primera vez, notó algo extraño en él, algo inusual. Su manera de hablar, su manera de moverse. Yukishiro Enishi, era algo totalmente fuera de ese mundo… Al igual que su hermano. Eran dos seres cuyas almas tan distintas, y a la vez tan parecidas, chocaban con tanta fuerza como un río intentando mover una roca. Cualquier posibilidad de que eso terminara bien, había quedado atrás. Uno de los dos terminaría muriendo, y esa ya no era una amenaza o advertencia vacía: era una realidad, algo que ocurriría en cualquier momento ante sus ojos, y que sería incapaz de detener.

    Toda esa presión acumulada salió de golpe en forma de un fuerte e insistente ataque de tos. Por reflejó, llevó ambas manos a su boca, como si esperara que eso la calmara. Pero la tos siguió y siguió. Sus piernas flaquearon un poco, y cayó de rodillas a las tablas del suelo.

    - Oye, ¿te encuentras bien? – Escuchaba como el guardaespaldas de Enishi le hablaba a su lado. – No intentes nada, el maestro Enishi se molestaría demasiado si algo te ocurre; eres su premio después de todo.

    El ataque de tos cesó, y el primer pensamiento que le cruzó en ese momento fue señalar en su cabeza lo ingenuo que era ese chico a su lado, creyendo que todo eso que Enishi había proclamado podría ser cierto. Ella no tenía nada que ver con todo eso, pero aun así era obligada a ver a uno de los dos morir.

    Shougo seguía incapacitado dar ese ataque exacto que tanto había estado buscando todo ese tiempo. Pero si no podía dar un paso al frente… Tal vez podría desde arriba.

    En un abrir y cerrar de ojos, la hoja del arma de Enishi cortó el aire frente a él, en donde apenas unos instantes antes Shougo había estado parado. Pero ya no se había movido hacia un lado, o hacia atrás; el agudo sentido de Enishi le indicó de inmediato que su objetivo estaba arriba. De un largo y fuerte salto, Shougo se elevó por los aires, alzando su espada con ambas manos sobre su cabeza, y luego jalándola al frente, comenzando a descender con velocidad hacia él como un meteoro.

    - ¡Estilo Hiten Mitsurugi! – Exclamó a todo pulmón; su voz resonó como rayo en el cielo. – ¡Ryu Tsui Sen!

    Magdalia perdió todo su aliento en un segundo. Rápidamente se puso de pie, y se acercó hacia el barandal del pórtico para poder ver mejor. Una tremenda angustia, mayor a toda la que había sufrido esa noche, le cubrió el cuerpo de los pies a la cabeza.

    Por su lado, en lugar de preocuparse o asustarse por el inminente ataque hacia su persona, Enishi simplemente sonrió con más satisfacción que antes. Giró su espada con rapidez en sus manos y luego la movió, extrañamente no hacia arriba como en un intento de detener el ataque, sino hacia abajo, como si fuera a encajar la punta en la tierra. Luego, alzó su pierna derecha, giró su cadera, y entonces lanzó una tremenda patada hacia arriba, concentrando toda la fuerza de ésta en lomo de su hoja. Al igual que en su movimiento anterior, había golpeado su propia arma, y eso le había provocado en esta ocasión que se elevara con gran impulso, hasta encontrarse de frente al encuentro de la espada de Amakusa.

    - ¡Watou Jutsu! ¡Shuugeki Tou Sei!

    El ataque del Hijo de Dios fue detenido a casi nada de tocar la cabellera blanca de Enishi, al ser recibido por la espada de éste, que estaba siendo impulsada y empujada por su fuerte pierna; había sido como chocar de lleno con un muro.

    - ¡Repelió la técnica del Señor Shougo! – Exclamó Shouzo incrédulo. Y justamente así había sido.

    El propio Shougo no podía creerlo. En esos pequeños instantes en los que permaneció suspendido en el aire tras que su ataque fuera detenido, pudo ver de frente los ojos de su enemigo, esos ojos turquesa asomándose por encima de esos anteojos oscuros, y entre todos esos cabellos blancos. Él también lo miró, y le sonrió… Y entonces escuchó claramente cómo decía…

    - ¡Cómo las garras de un Dragón Volador chocando contra las de un poderoso Tigre en Tierra!

    Esas palabras no tuvieron sentido para Amakusa, no al principio al menos. Pero una vez que logró entender lo que le quería decir, se volvió claro como el cristal lo que estaba ocurriendo. Esa manera de pelear, sus movimientos, sus técnicas, su arma. No, no podía ser posible. ¿Acaso él…?

    Enishi bajó su pierna y jaló con fuerza su espada hacia un lado, empujando la de Shougo, cuyo cuerpo fue ligeramente empujado hacia atrás; sus pies aún no lograban tocar el suelo. Siguiendo la ruta del mismo movimiento, Enishi comenzó a girar todo su cuerpo con rapidez, haciendo que la hoja de su espada hiciera un giro completo de trescientos sesenta grados. Sin embargo, cuando estaba a menos de un cuarto de su vuelta, volvió a hacer lo mismo que había hecho antes: golpear el reverso de su arma con su mano derecha con fuerza, lo que le permitió tomar mucho más impulso en el último momento, y su letal filo alcanzará a su oponente aún en el aire.

    Por un momento nadie había percibido que en efecto Shougo había sido alcanzado; ni siquiera él mismo. Pero cuando por fin logró tocar el suelo con sus pies, y dar un prologado salto hacia atrás para crear distancia, un horrible ardor comenzó a quemarse en su pecho, seguido de un dolor penetrante. Mientras seguía en movimiento, ante sus asombrados ojos surgieron gotas de sangre que flotaban ante él como copos de nieve. Eso fue lo que él vio, pero en ese mismo instante lo que Shouzo y Sayo veían, era como el kimono verde de Shougo había sido rasgado de manera horizontal a la altura de su pecho, de derecha a izquierda. Su piel debajo se había abierto en una delgada línea perfecta, de la que brotó un notorio chorro de sangre rojiza, que dejaba marcada la trayectoria de su salto, para luego caer al suelo y cubrir el pasto.

    Para los tres, fue realmente increíble procesar y entender por completo lo que estaban viendo. Pero no había ningún lugar a equivocación; incluso las manchas rojo brillantes que adornaban la hoja de la singular espada que Yukishiro Enishi delataban la verdad: Shougo Amakusa acababa de ser herido.

    Shougo no tuvo un feliz aterrizaje luego de su salto. El dolor que lo había inundado por unos momentos, había distraído por completo su concentración, y cuando su primer pie tocó tierra de nuevo, éste al parecer pisó mal, y el cristiano cayó, rodando por el pasto debido al impulso que llevaba y quedando por unos momentos, tirado boca abajo.

    - ¡¡Hermano!! – Soltó Magldalia de golpe con un fuerte y estruendoso grito de terror. Shouzo, fue incapaz de pronunciar palabra alguna, o de mover un dedo siquiera.

    Por varios segundos, el silencio volvió a reinar en todo ese patio. Nadie se movió, nadie habló; la atención de todos los cercanos estaba puesta en el contrincante caído, que no se movía. Muchos comenzaron a pensar que la herida había sido mucho peor de lo que había parecido, y que de hecho ese ya había sido el final. Pero no era así. Lo que tenía a Shougo Amakusa en el suelo, era más su impresión mental que física. Luego de un rato empezó a moverse, y poco a poco se alzó, apoyando en sus manos y rodillas. Se enderezó y se puso de pie, teniendo aferrada su mano izquierda a su pecho; la sangre que brotaba de su herida, manchaba el resto de su torso y ropa, pero no parecía haber sido nada de gravedad. Aun así, era fácil ver que no se mostraba indiferente ante ella.

    Magdalia suspiró aliviada al darse cuenta de que no había sido nada grave. Sin embargo, podía escuchar como los hombres del Feng Long reían y festejaban el ataque efectivo entre murmullos.

    - Al parecer los Hijos de Dios también pueden sangrar, como cualquier otro ser humano. – Oyó que Xung-Liang señalaba, estando de pie detrás de ella. – Tu hermano debió aceptar la primera propuesta que el Maestro Enishi le hizo. Aún antes de convertirse en el Líder del Feng Long, el Maestro Enishi ya era un guerrero excepcional. Nunca ha perdido una pelea, y ésta no será la excepción. Mis condolencias por tu próxima perdida… Pero al menos te quedará el consuelo de que después de esta noche, te convertirás en la mujer del Hombre más poderoso de Shanghái y tal vez de toda China. No sabes la cantidad de chicas que estarían encantadas de estar en tu posición…

    - ¡Guarda silencio! – Gritó la castaña de golpe mientras le daba la espalda, sorprendiendo un poco a Xung-Liang. – No me importa nada de lo que me estás diciendo, así que mejor cállate… Cállate…

    Aunque intentaba mantener su voz firme, no lograba evitar que se rompiera. No podía esconderlo: estaba preocupada. Ahora no sólo era la primera vez en muchos años que veía a un contrincante pelear al nivel de su hermano, sino que ahora era la primera vez en muchos años que veía que lo herían, que veía su sangre brotar de su cuerpo como la de cualquier otro mortal. Porque al final del día, eso era: sólo un mortal más, con una gran técnica, inteligencia y presencia, pero un humano al final del día. Ella lo sabía, pero hacía mucho que se había desacostumbrado a esa realidad, misma que ahora se presentaba ante ella.

    Llevó su mano derecha rápidamente a su boca, y entonces comenzó a toser de nuevo, no con la misma intensidad que hace unos momentos, pero sí con la misma constancia. Xung la miraba con desconfianza.

    - ¡¿Está usted bien, Señor Shougo?! – Exclamó Shouzo con ímpetu, he hizo el ademán de querer acercársele.

    - ¡No te acerques, Shouzo! – Escuchó como Shougo le respondía con poderío en su voz, alzando su mano derecha, con todo y su espada hacia un lado.

    Shouzo se detuvo en su lugar. El Castaño se había ya parado derecho, mirando con una expresión totalmente llena de rabia, pero también de confusión, a su contrincante, que al igual que después de haber acertado aquella patada, permanecía en la distancia, viéndolo fijamente con una amplia sonrisa de despreocupación, tal vez regocijándose de su logro.

    - “No es posible, esto no puede estar pasando.” – Pensaba el hombre de ojos verdes. Su mano se apretaba con fuerza al mango de su espada como señal de su frustración.

    Las palabras que le había dicho el instante justo antes de atacarlo, resonaron una vez más en sus pensamientos: “Cómo las garras de un Dragón Volador chocando contra las de un poderoso Tigre en Tierra”. En esa fracción de tiempo, mientras estuvo suspendido en el aire, logró entender por completo lo que le estaba diciendo. Logró entender incluso mucho más que eso… Pero lo que entendía, no hacía más que volver más y más confusa toda esa situación, toda esa pelea; y principalmente, a la persona que estaba de pie ante él…

    - “¿Quién es realmente este sujeto? No lo entiendo, pero su manera de moverse, de atacar, cada uno de sus movimientos. Es como si todos estuvieran pensados especialmente y únicamente… Para combatir el Hiten Mitsurugi…”

    Su contrincante era un Tigre, y él era un Dragón… Dos fuerzas imbatibles, imparables, que al chocar… Irremediablemente alguien morirá…

    FIN DEL CAPITULO 18

    Shougo Amakusa ha sido herido. Yukishiro Enishi ha resultado ser un enemigo mucho más formidable de lo que hubiera predicho. Pero ahora, al igual que Magdalia, el Hijo de Dios ha comenzado a ver más allá de su máscara. ¿Qué pasará cuando logré entender al ser que se oculta detrás de ella? ¿Cuál será el inevitable desenlace final…?

    Capítulo 19: Verdadero Contrincante
     
  2.  
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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Drama
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 19
    Verdadero Contrincante

    Shanghái, China
    21 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)


    La tela verde de su kimono se había tornado oscura en la parte del torso. Su herida aún sangraba, pero ya era mucho menos abundante que en un inicio. Se avergonzaba de lo deteriorada que se encontraba su tolerancia al dolor. Todos esos años, se había desacostumbrado tanto a ser herido, que esa pequeña cortada horizontal a la altura de su pecho, le era realmente incomoda; como una comezón que no era capaz de rascar.

    Esos pequeños segundos de pausa le habían servido para recuperar su aliento, y también la claridad de su mente. Tras lo que llevaba de combate, ya tenía al menos una cosa segura: ese hombre lo había retado a pelear, no por su hermana, ni siquiera por su soberbia. Todo eso tenía que ver con el Hiten Mitsurugi Ryu. Lo que ese extraño de cabellos albinos y gafas oscuras realmente deseaba, era blandir su espada contra el Hiten Mitsurugi, sin importar quién fuera su contrincante. ¿Pero por qué? ¿Qué era lo que realmente lo empujaba a hacer todo eso?

    Una brisa ligera comenzó a soplar, meciendo ligeramente las ramas de los árboles. Seguía parado a una larga distancia de Enishi, quien lo miraba de lejos, al parecer orgulloso de su último ataque. Esa sonrisa desquiciada no se había mutado ni un sólo milímetro desde que comenzaron a pelear. Era una expresión totalmente distinta a la que había visto esos días que llevaban ahí en Shanghái. ¿Era esa su verdadera cara?, ¿era ese el verdadero Yukishiro Enishi? O, cómo su hermana decía, ¿era acaso una máscara más?

    - No te irás a rendir sólo por esa pequeña herida, ¿o sí? – Escuchó que le decía con fuerza. – No, no lo permitiré. Aún no estoy satisfecho. He esperado muchos años por este momento, ¡y no pienso retroceder por nada!

    Jaló su espada hacia atrás y entonces se impulsó al frente con sus fuertes piernas.

    De nuevo hablaba como si lo conociera de hace mucho, como si esa pelea tuviera algo que ver con algún encuentro previo hace años atrás. Pero ese no era el caso, ni en lo más mínimo.

    A medio camino hacia Amakusa, Enishi comenzó a girar su cuerpo en el aire con rapidez, haciendo que su espada hiciera el mismo movimiento. Shougo alzó la suya al frente para detener el inminente choque. Cando ambos filos chocaron, se escuchó un gran estruendo, y de la fuerza el cuerpo de Shougo fue empujado hacia atrás, casi como si hubiera sido la patada de un caballo.

    Era obvio que sus estrategias de siempre no funcionarían con este enemigo. Debía pensar en otra salida. Amakusa empezó a usar su velocidad para moverse por el patio y mantener la mayor distancia entre ellos, mientras intentaba encontrarle algo de sentido a todo eso. Enishi no aguardó ni un segundo, antes de seguirlo y no dejar de atacarlo ni un instante.

    Shouzo, seguía aun casi pasmado por todo lo que había ocurrido. Aún le era difícil creer que estuviera viendo a un enemigo que pudiera darle tal pelea a Shougo Amakusa, hasta incluso llegar a herirlo. Empezó a reconsiderar seriamente la posibilidad de llegar hasta Magdalia, tomarla y salir de ahí. El riesgo era tan alto, con todos esos hombres armados, y en especial con ese sujeto albino y su técnica. Si el Señor Shougo no era aún capaz de derrotarlo, ¿qué podría hacer él si intentara encararlo? Se sentía tan impotente, tan incapaz de hacer cualquier cosa…

    Alzó su mirada hacia el pórtico, deseando ver algo en Magdalia que le inspirara confianza, quizás esperanza; sin embargo, lo que vio le causó exactamente lo contrario. Desde su perspectiva, podía ver como la mujer cristiana se apoyaba con su mano derecha en el barandal del pórtico, mientras tenía la izquierda aferrada a su boca. Tenía los ojos cerrados, y su cuerpo se agitaba un poco.

    Shouzo se alarmó enormemente al ver esto. Él sabía qué era lo que pasaba: estaba teniendo uno de sus ataques.

    - ¡Santa Magdalia!

    Sin pensarlo dos veces, y tal vez olvidando un poco en qué lugar y situación se encontraba, Shouzo comenzó a apresurarse hacia el pórtico. Los dos guardias en la puerta principal no tardaron en apuntarlo con sus armas, y dos más a sus espaldas los imitaron, por lo que no tuvo más remedio que quedarse inmóvil a medio camino.

    - Aléjate, cristiano. – Escuchó como ordenaba el que al parecer era el hombre de confianza de Yukishiro Enishi, el hombre de los dos sables en su espalda, parándose a la cabeza de los escalones del pórtico. – No des ni un paso más. Aunque el Maestro Enishi esté dispuesto a perdonarles la vida, no toleraré que hagas algo para entorpecer este encuentro.

    - ¡Ustedes no lo entienden! ¡Santa Magdalia está muy enferma!

    Xung-Liang pareció sorprenderse un poco por lo que escuchaba.

    - ¿Enferma?

    Volteó a ver sobre su hombro a la castaña, quien aún seguía tosiendo, con pequeñas pausas entre un carraspeo y otro. Ciertamente no se le veía muy bien. No sólo era tos; su semblante se había tornado un poco pálido, y parecía que ocupara apoyarse en el barandal para mantenerse de pie.

    - Toda está tensión le está haciendo mal a su cuerpo. – Prosiguió Shouzo. – Si a ese sujeto le interesa ella aunque sea un poco de lo que dice, ¡debe dejar que nos la llevemos para que el Señor Shougo pueda atenderla!

    Xung divagó por unos momentos. La chica se veía mal, tal vez sí necesitaba un doctor. Si era tan importante para su maestro como lo parecía, ¿qué haría si se enterara que la vio mal y no hizo nada al respecto? Pero en realidad, ¿esa mujer le importaba tanto? Se comportaba tan extraño siempre que estaba con ella… Pero, por otro lado, se veía que lo que realmente quería, lo que realmente estaba disfrutando, era esa pelea contra el hombre Cristiano. No sabía que pasaría si no hacía algo para ayudar a la chica, pero estaba seguro que despertaría su ira si hacía aunque sea el intento de detener esa pelea. Así que decidió hacer lo que todo buen soldado debe hacer: seguir sus órdenes.

    - No caeré en ninguno de sus trucos. – Respondió con firmeza. – Nadie se va de esta casa si el maestro Enishi no lo ordena primero. Así que retrocede…

    Los cuatro hombres que lo apuntaban, jalaron los martillos de sus rifles, listos para disparar a la primera señal. En un inicio, Shouzo dudaba de actuar debido a la posibilidad de poner a Magdalia en peligro; pero ella ya estaba en peligro. Debía de hacer algo, o su condición podría empeorar. Mientras más lo pensaba, más se decidía a ello. Debía hacer algo, y estaba a punto de hacerlo, cuando la voz de la propia cristiana lo detuvo.

    - No lo hagas, Shouzo. – Escuchó como la castaña pronunciaba con fuerza.

    Tanto Xung como Shouzo se voltearon hacia ella al escucharla. Al parecer su tos se había calmado un poco, aunque su respiración era algo entrecortada, y se veía que su rostro sudaba un poco. Tenía sus manos apoyadas en el barandal, y veía como podía en dirección a su hermano y su oponente.

    - No te arriesgues, yo estoy bien… Por favor, quédate dónde estás y no provoques más problemas…

    - Pero, Santa Magdalia…

    Ella negó lentamente con su cabeza.

    - Lo que mi hermano menos necesita en estos momentos, es estarse preocupando por nosotros…

    Shouzo se vio obligado a volver a ver hacia donde Shougo seguía esquivando los inminentes ataques de su adversario. No estaba feliz con la orden que había recibido, pero no estaba en él decidir si cumplirla o no. Si Santa Magdalia así lo deseaba, así lo haría…

    Las armas de Shougo y Enishi chocaron entre sí justo al frente de ellos, creando un fuerte estruendo. Shougo empezó a lanzar varios ataques a gran velocidad por los costados de Enishi, pero éste los repelía sin problema. Luego de permitirse recibir algunos ataques por tiempo y de cubrirlos con su hoja, Enishi volvió a tomar la iniciativa, empujando el arma de Amakusa con fuerza hacia arriba para dejar descubierto su torso. Lanzó con rapidez su puño izquierdo al frente, empujándolo con todo el cuerpo. Su pie izquierdo se plantó con fuerza en tierra, justo cuando su puño chocó con gran impacto contra la boca de su abdomen.

    Un ligero gemido de dolor surgió de los labios del cristiano, quien también sintió que todo el aire se le escapaba del cuerpo. Pero no dejó que eso lo detuviera. Aprovechando el empujo del golpe recibido, hizo que todo su cuerpo se girara. A la mitad de la vuelta, sacó su funda de la su cinta, empuñándola con su mano izquierda. Su giro fue tan veloz, que al culminar Enishi aún ni siquiera cambiaba de posición, y logró entonces golpear con gran fuerza su costado derecho su vaina.

    Al fin había logrado dar un golpe. Enishi fue empujado hacia un lado por el impacto, pero ni siquiera pareció sentir dolor. Plantó con fuerza sus pies en tierra para evitar ser impulsado más lejos por el golpe, y sin espera alzó su espada sobre su cabeza para dejarla caer con violencia hacia abajo. Shougo se movió ágilmente muy cerca del suelo, esquivando el impacto de la espada, y rodeando el cuerpo de Enishi. El albino de nuevo previó sin problema su movimiento, y cuando ya estaba por colocarse detrás de él, giró su cadera para lanzarle una fuerte patada con su pierna derecha, directo al pecho.

    Shougo alzó su funda casi como un escudo ante él, deteniendo y amortiguando el impacto de la patada. Aun así, su cuerpo resintió gran parte del golpe, y fue lanzado hacia atrás, aunque él parecía no oponer ninguna resistencia a esto.

    El Hijo de Dios seguía aún suspendido en el aire, cuando Enishi ya se había recuperado y se lanzó contra él, esperando alcanzarlo. Para su sorpresa, Shougo, quien parecía inerte mientras su cuerpo se desplazaba, de pronto pareció reaccionar y giró su cuerpo con rapidez para colocar sus pies atrás. En un inicio parecía que se estrellaría contra uno de los árboles, pero en lugar de eso sus pies fueron los que chocaron contra el tronco, deteniendo su avance.

    Lo siguiente pasó en una pequeña fracción de segundos, pero para Enishi todo fue prácticamente en cámara lenta. Shougo plantó sus pies en el tronco del árbol, y flexionó ligeramente sus rodillas siguiendo el mismo movimiento. Volteó a verlo aún en esa posición, con expresión de tremenda dureza. Sostuvo su espalda con ambas manos, y entonces se empujó al frente con sus piernas, saliendo disparado en su misma dirección como un proyectil a gran velocidad.

    - ¿Qué? – Exclamó el albino, por primera vez sorprendido en lo que llevaba de esa noche.

    - ¡Estilo Hiten Mitsurugi! – Gritó Shougo con fuerza, alzando su espada hacia el frente mientras seguía acercándosele. Por unos instantes, Enishi creía estar viendo mal, o que quizás era una ilusión. Pero lo que vio, no fue el filo de una espada dirigiéndose hacia él… Sino el filo de nueva espadas. – ¡¡Kuzu Ryu Sen!!

    Ante los ojos expectantes de todos los presentes, Enishi pareció ser embestido con violencia por Shougo Amakusa en el aire. Se escucharon nueve impactos en total, uno detrás del otro. Lo siguiente que vieron, fue el cuerpo del jefe del Feng Long siendo lanzado como un simple muñeco de trapo hacia atrás, cruzando el jardín hasta estrellarse contra un árbol, de tal fuerza que el tronco se partió en dos ante el impacto de su cuerpo. El árbol se derrumbó hacia un lado, pero su cuerpo siguió de largo hasta caer y arrastrarse por el suelo.

    Todo los hombres del Feng Long, incluido Xung-Liang, parecían impactados.

    - ¡Lo logró! – Exclamó Shouzo con confianza ante tal escena.

    - ¡No puede ser!, ¡Maestro Enishi! – Gritó Xung con fuerza, con una mezcla entre sorpresa e incredulidad. Era imposible. Él había mantenido la ventaja durante toda la pelea, no podían haberse revertido las cosas tan pronto. Era imposible…

    Shougo cayó al suelo de rodillas luego de tal ataque. Dirigió su mano al centro de su torso, justo donde había recibido el golpe. Respiraba agitadamente intentando recobrar el aire perdido. Magdalia lo miraba expectante desde su lugar. No se veía feliz como Shouzo, sino… asombrada. Pero no estaba segura de por qué exactamente. Simplemente, por ese pequeño instante que había durado el ataque de su hermano, su respiración se había contenido.

    - Kuzu Ryu Sen… - Escucharon todos de pronto que resonaba en el silencio del patio. – Resplandor de Dragón de Nueve Cabezas… Un nombre apropiado.

    Todos se viraron al mismo tiempo hacia el sitio exacto en el que Enishi había caído, tras recibir tan extraña técnica. El jefe del Feng Long se iba levantando poco a poco del piso. No se le veía tambalearse ni dudar. Se levantaba como si cualquier cosa, como si no hubiera pasado nada.

    - Diría que tuve suerte de lograr cubrir cinco de los nueve golpes… Pero la suerte nada tiene que ver. Esto es porque ella me sonríe…

    Cuando al fin se paró por completo, y alzó su rostro hacia Shougo, todos pudieron ver que no había salido tan librado como parecía. Tenía heridas en sus hombros y caderas. Sangraba abundantemente, y tenía además algunos moretones. Sin embargo, él ni siquiera pestañaba…

    - ¿Cómo es posible? – Susurró Shouzo, atónito. – ¿Cómo puede estar cómo si nada luego de recibir tan increíble impacto?

    - ¿Ni siquiera la segunda técnica más poderosa de mi hermano? – Susurró Magdalia en voz baja, igual o incluso más sorprendida que Shouzo. Aferró sus dedos con fuerza a su medallón por mero reflejo, en un intento de obtener tranquilidad.

    Enishi giró su espada en su mano derecha, moviéndola alrededor de su cuerpo, mientras caminaba lentamente de nuevo hacia Shougo.

    - Fue en verdad un ataque impresionante, por poco y no la hubiera contado. – Comentaba con un tono burlón. – Pero espero que ese no haya sido tu dichoso Ougi. De lo contrario, habría sido una gran decepción…

    Shougo no respondió nada ante sus provocaciones. Volvió a ponerse de pie, quedándose firme en su lugar. Eso disipaba cualquier duda que podría haberle quedado. Tuvo que ser su conocimiento anterior del Estilo Hiten Mitusurugi lo que le había permitido prever la naturaleza de la técnica y lograr bloquear los ataques más letales de su Kuzu Ryu Sen. De otra forma, no habría sigo capaz de tal hazaña. ¿Qué significaba todo eso?

    - Anda, muéstrame qué más tienes… ¡Muéstrame!, ¡¡Muéstrame!!

    Los últimos dos metros que quedaban entre ellos los rompió acelerando su paso en un abrir y cerrar de ojos. Era increíble que se pudiera mover de esa forma aún después de tales heridas. ¿Era acaso que no sentía dolor alguno?

    Cuando lo tuvo más cerca, Shougo le pareció percibir algo distinto en él. Era algo en su cara, en sus ojos… Sus ataques se volvieron mucho más violentos, rápidos y letales que antes. Lanzaba un ataque de su espada, seguido de un puñetazo, una patada, e incluso un cabezazo. Atacaba con todo su cuerpo, sin detenerse, como una locomotora fuera de control. ¿Qué había pasado? Era como si el impacto del Kuzu Ryu Sen hubiera acrecentado sus fuerzas en lugar de mermarlas.

    Una patada golpeó con fuerza a Shougo en su brazo derecho. Luego, su puño derecho se encontró con su cara. Su espada lo llegó a cortar en su antebrazo izquierdo, y en su costado. Lograba evitar los ataques más letales, pero ahora le era mucho más difícil.

    Ambos empezaron a moverse con impresionante agilidad por el patio, repartiéndose ataques el uno contra el otro. Árboles resultaron destruidos, así como rocas, incluso el muro que los rodeaba. Shougo había logrado alcanzarlo en varias ocasiones, en su espalda, en su muslo, pero Enishi no se detenía. Realmente no parecía tener el menor interés en su cuerpo. No le importaba salir herido. Sólo quería seguir, y seguir atacando; parecía haber perdido la razón.

    - Hermano… No… No… - Susurraba Magdalia entre jadeos.

    De nuevo la tos la invadió, con mucha más intensidad que antes. Agachó el cuerpo hasta casi pegar su frente contra el barandal. Mientras tosía, comenzó a rezar en su mente. Comenzó a pedir que no ocurriera una desgracia. Comenzó a pedir que su hermano saliera convida de eso. Pero también, por alguna razón, pedía por Yukishiro Enishi…

    El albino pateó con fuerza a Shougo a su costado derecho, luego giró todo su cuerpo siguiendo el mismo movimiento. Golpeó el pomo de su espada con su mano mientras giraba, haciendo que está se impulsara al frente en línea directa, directo a su enemigo. Shougo reaccionó y rápidamente intentó hacer a un lado el ataque, pero no antes de que el filo de la espada terminara por hacerle una profunda herida en el hombro izquierdo, rasgando su kimono y también su piel. No conforme con eso, Enishi hizo por completo su cuerpo al frente inmediatamente después, chocando su cabeza con fuerza contra la de Shougo, y haciendo que éste se hiciera hacia atrás.

    El impacto contra su cabeza lo desorientó temporalmente, y fue incapaz de ver con claridad lo que lo rodeaba. Tuvo que improvisar, y lanzar su cuerpo hacia un lado como le fue posible, girando en el suelo, hasta poder alejarse lo más posible de su enemigo. Terminó quedando boca abajo, con la cara contra la tierra. El cansancio de su cuerpo pareció agobiarlo por unos instantes, y fue incapaz de levantarse de inmediato.

    - ¡Señor Shougo!, ¡¿está usted bien?! – Le gritó Shouzo desde su posición.

    Pregunta estúpida; por supuesto que no estaba bien. ¿Hasta qué punto seguiría obedeciendo las instrucciones de Shougo y Magdalia?, ¿cuál era el límite antes de intervenir? Aunque no pudiera hacer nada para detener a ese hombre, algo podría hacer. Entretenerlo unos momentos, distraerlo para que ellos dos pudieran escapar, lo que fuera necesario…

    Mientras seguía en el piso, Shougo pensaba. Las heridas y golpes que había recibido le dolían, pero no era lo que más ocupaba su mente. Desde esa herida que recibió en el pecho, desde entonces había estado concentrado en una sola idea, en el misterio que envolvía toda esa noche. El no entender le provocaba más dolor que las heridas.

    Comenzó a levantarse poco a poco, apoyándose en su mano izquierda y en su espada. ¿Qué era lo que este individuo quería realmente? ¿Cuál era el propósito de todo ese combate? ¿Cuál era el significado de esas técnicas? ¿Por qué esa pelea significaba tanto para él…?

    - ¡¿Eso es todo?! – Escuchó que Enishi le gritaba con fuerza. El Albino estaba parado no muy lejos de él. Sus puños se aferraban con fuerza a su empuñadura, y su rostro y voz mostraban una gran exaltación. – ¡¿Acaso ya has llegado a tu límite?! – Al tiempo que hablaba una fuerte carcajada le acompañaba entre frase y frase. – ¡¿Hasta ahí llegan las grandes habilidades del Hiten Mitsurugi Ryu?! ¡¿Eso es lo mejor que tienes para ofrecerme… Destajador?!

    Esa última palabra cayó como un balde de agua fría para todos.

    Shougo se sobresaltó al escucharlo, y, aún sin reincorporarse por completo, lentamente alzó su mirada hacia él. Magdalia también hizo un esfuerzo por alzar sus ojos. Al principio creyó haber escuchado mal, pero las expresiones de confusión en Shougo y Shouzo, le hicieron ver que no era así.

    - ¿Destajador? – Repitió Shouzo en voz baja. – ¿De qué está hablando?

    Shougo se hacía la misma pregunta. ¿Por qué lo había llamado de esa forma? De todas las formas despectivas en que lo habían llamado en su vida, esa jamás había sido una de ellas; para él, no tenía motivo.

    Sin embargo, poco a poco el cristiano comenzó a recordar que mucho de lo que su oponente había dicho durante esa pelea, en realidad tampoco tenía motivo o sentido. Primero estaba ese obvio interés en pelear con él, al parecer sólo por el hecho de ser un practicante del Estilo Hiten Mitsurugi, lo cuál iba a acompañado a su inusual estilo de pelea que prácticamente había demostrado toda esa noche estar casi diseñado, apropósito o por accidente, para hacerle frente. Pero también, empezó a reclamarle y hablarle sobre algo del pasado, cómo si le hubiera hecho algo, o si esa pelea fuera el resultado final de un hecho pasado, muy pasado, lo cual era absurdo ya que hasta hace un par de semanas atrás, nunca se habían cruzado ni una sola vez en sus vidas.

    Lo más extraño habían sido esas preguntas y comentarios sobre si veía a alguien sonriéndole en esos momentos, y que él sí lo hacía. El pensamiento lógico de cualquiera tras esos extraños eventos, sería sin duda que ese hombre estaba delirando o algo similar. Pero ese último detalle, esa forma en la que lo acababa de llamar, cambiaba todo.

    Shougo se tomó un segundo para repasarlo una vez más todo desde el principio. Desde aquella fiesta en aquella enorme mansión en la que él había hecho esas extrañas preguntas sobre qué lo movía. Todo lo que su hermana le había dicho de ese hombre, sus teorías sobre que era como ellos. Su extraña aparición en el Barrio Cristiano esa mañana y como parecía fuera de sí, muy similar a como se encontraba en esos momentos… Y por último, todo ese duelo, cómo se había dado, y todo lo que había ocurrido en él… Y el llamarlo “Destajador” de esa forma tan despectiva y directa, como esperando que eso significara algo para él. Pero en realidad, no era así… Nada de lo que le decía tenía sentido… para él…

    Y fue entonces que todo se volvió totalmente claro en su mente. Le pareció tan obvio en ese momento, que le parecía increíble no haberlo notado antes. Prácticamente se lo estaba gritando en la cara. Todo ese asunto, todo ese duelo, todo lo que ese sujeto había hecho a sus expensas… Al fin lo entendió.

    El cristiano se volvió a poner de pie una vez más, ahora con mucha más seguridad que antes.

    - Sayo tuvo razón sobre ti todo el tiempo. – Pronunció de pronto, lo suficientemente alto.

    Ese comentario pareció extrañar un poco al albino, pero también a la propia Sayo.

    - No entiendo de qué estás hablando…

    Shougo lo miró fijamente con profunda tranquilidad en sus ojos, una tranquilidad que pareció ponerlo un poco incómodo.

    - Tú no eres realmente esto que estás fingiendo ser. – Respondió de pronto. – Sayo lo pudo ver desde el inicio… Tal vez debí de haber confiado más en su juicio.

    - Hermano… - Susurró la castaña, sorprendida.

    - Todo este espectáculo y teatro que has armado esta noche, no es más que una farsa. Esto no es por Sayo, no es por el Feng Long, no es por tu supuesto poderío ni tus deseos de imponerlo. No, esto es por algo más, algo mucho más complejo, que ni siquiera tiene que ver con mi hermana o conmigo. Tu cuerpo está aquí, pero tu mente no está en este lugar, ni en este tiempo. Y la persona con la que peleas tan arduamente, la persona con la que crees estar peleando en este momento y a la que deseas destruir con tantas fuerzas… No soy yo.

    Ese último comentario logró una reacción más que visible en Enishi. Su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco, y sus brazos se fueron relajando.

    - Tu combate esta noche no es contra mí. Yo soy sólo un accesorio, una proyección de tu verdadero contrincante. ¿No es así, Yukishiro Enishi? ¡¿Contra quién estás peleando realmente?!, ¡¿Quién es esa persona a la que odias tanto y que deseas destruir con tantas fuerzas?!

    Y entonces, todo se sumió en silencio. Lo que Shougo había dicho, resonó con fuerza en la cabeza de Sayo, y al igual que él, pudo ver todo con total claridad en ese punto. Todo encajaba, todo tenía sentido. Todo ese asunto no era contra su hermano, no era sobre ella. Todo eso se trataba de alguien más, alguien diferente… ¿Pero quién?, ¿quién era esa persona?

    Enishi parecía confundido, pero no como si no supiera de qué estuviera hablando, sino como si no comprendiera muy bien el significado exacto de las palabras que le decían; como si acabara apenas de despertarse tras un largo sueño y le fuera difícil ubicarse en dónde estaba, y en qué momento. Cerró sus ojos unos segundos, y permaneció quieto en su lugar por casi un minuto. Sus labios volvieron dibujar poco a poco una sonrisa, pero no como la anterior. Cuando volvió a abrir los ojos, toda esa locura que había percibido en él durante todo el combate, parecía haberse esfumado. Una vez más, tenía esa expresión tranquila y despreocupada, esa sonrisa de soberbia; volvía a ser el mismo individuo que habían conocido durante esos días. Pero, ¿cuál de los dos era el verdadero?

    - Muy perspicaz, Amakusa. – Comentó de pronto, y entonces apoyo su arma contra su hombro. – Sí, es cierto; me descubriste. La verdad es que esto no tiene nada que ver ni contigo, ni con tu hermana, ni con nadie en este lugar, o siquiera en este país. La persona a la que deseo derrotar por encima de todo esta noche, es alguien totalmente diferente a ti. Pero eso a ti no te debería de importar. Aunque a mis ojos mi oponente no seas tú, mi arma, mis técnicas, y el poder que aplico a todas ellas, es muy real y letal como bien has visto. – Jaló de nuevo su arma al frente, señalándolo directamente con la punta de su hoja. – La única forma en la que tu hermana y tú se vayan a de aquí, es derrotarme. Así que en lo único en lo que tienes que enfocarte, es en mostrarme todas tus habilidades, usar todo tu poder en mi contra para detenerme, ¡porque si no lo haces igual morirás!, ¡¿Está claro?!

    Shougo se quedó tranquilo en su sitio, escuchando esa última amenaza. Las reglas estaban muy claras desde el inicio. Tal vez no era el oponente al que quería enfrentarse en realidad, pero era quien estaba ante él empuñando la espada, y no se medía en lo más mínimo a pesar de ello. Ya había recibido demasiados golpes y heridas por esa noche, y no creía que prolongar más ese asunto cambiaría en algo la situación.

    Volteó unos momentos en dirección a la casa. Sus ojos se encontraron directo con los de Sayo, y aunque estaban a larga distancia, ambos parecieron saber lo que el otro pensaba.

    - Si es lo que quieres, está bien. – Pronunció Shougo al virarse de nuevo a su oponente. Alzó su espada y entonces comenzó a enfundarla. – Te mostraré entonces el verdadero poder del Hiten Mitsurugi Ryu que tanto deseas enfrentar…

    Una vez que su espada estuvo de nuevo en su funda, Shougo jaló su pie izquierdo y su cadera hacia atrás. Con su mano izquierda sostenía su funda, mientras mantenía la derecha a unos escasos centímetros de la empuñadura. La posición resultó más que conocida para Magdalia.

    - Hermano, ¿lo usarás…? – De nuevo ese nudo en el pecho le aprisionó con fuerza, y la tensión terminó saliendo con otro fuerte ataque de tos. – “Por favor… No lo hagas… Aunque de seguro es la única manera… Aún así…”

    A Shouzo también le pareció conocida la posición que Shougo había tomado. No porque la hubiera visto él mismo con anterioridad, pero sí porque ya había oído de ella. El Ougi del Hiten Mitsurugi…

    - “¿Acaso eso significa que podré ver en directo la técnica más poderosa de Shougo-sama? Pero, ¿podrá ejecutarla luego de haber recibido todas esas heridas?”

    Había oído que esa técnica demandaba demasiada carga para el cuerpo de quien la ejecutaba. ¿Podría el Señor Shougo hacerla de manera correcta? ¿No empeoraría aún más su condición?

    Enishi, por otro lado, parecía sorprendido, o más bien confundido.

    - ¿Una posición Battou? – Murmuró. – ¿Debo entender entonces que ésta será tu última carta?, ¿tu técnica final?, ¿el gran Ougi del Hitten Mitsurugi Ryu? – Una ligera risa burlona se le escapó de los labios. – Esperaba que fuera algo más impresionante que una técnica Battou, pero bueno…

    Giró su espada con rapidez alrededor de su cuerpo, y en uno de esos movimientos el arma terminó en su mano izquierda. Jaló su pie izquierdo hacia atrás al igual que su arma, colocándola de manera horizontal sobre su cabeza. Estiró su pierna derecha al frente, al igual que su mano, en una posición muy similar a la que había tomado en el inicio del combate.

    Se quedó quieto, analizando profundamente la posición de Shougo Amakusa, intentando entender la naturaleza exacta de lo que enfrentaría.

    - “No hay que confiarnos. Es este tipo de técnicas de desvainar a tremenda velocidad lo que hicieron famoso a ese sujeto después de todo. Y ciertamente la velocidad del Hiten Mitsurugi es casi fuera de este mundo. Será sin lugar a duda un ataque muy fuerte y letal en el momento justo en el que la espada salga de su vaina” – En su mente, recreaba vívidamente la imagen del ataque. – “Pero si el movimiento de desenvaine falla, su espada perderá todo su poder y quedará vulnerable a un contraataque. Es la ventaja y desventaja de estas técnicas, ¿no? Gran potencia de ataque, nada de defensa. ¿Qué será lo más sensato en este caso, Onee-san? ¿Intentar detener el golpe con nuestra fuerza o esquivarlo?”

    Por un instante, una figura blanca se materializó justo frente a él. La imagen de Shougo Amakusa y el patio se esfumaron por completo de su vista, y sólo la veía a… ella. Sólo veía su figura, brillante con el blanco más puro. Lo miraba… Y le sonreía. Enishi le regresaba el mismo gesto con emoción.

    - “Sí, tienes razón…”

    Flexionó un poco más su rodilla izquierda, e inclinó su espada al frente, preparándose para atacar en cualquier instante.

    El aire se volvió denso, totalmente pesado, y todos podían sentirlo. El cuerpo de ambos peleadores estaban tenso, listos para moverse a la primera señal… Entre todo el silencio, los tosidos de Magdalia resonaban lejanamente, aunque eran amortiguados un poco por sus manos. Luchaba con fuerza para dejar de toser, y poder presenciar lo que pasaba ante ella, pero no era sencillo. Las fuerzas de su cuerpo se iban y empezaba a ver borroso. Sólo debía resistir un poco más, sólo un poco…

    - ¡¡Ahora, Amakusa!! – Gritó el albino con todas sus fuerzas, un segundo antes de lanzarse al frente con toda la intensidad que su cuerpo le permitía.

    Shougo lo siguió en el mismo movimiento, y ambos parecieron desparecer de la vista de todos de un instante a otro. Las figuras e ambos se fueron aproximando más y más el uno al otro, casi suspendidos en el aire, hasta llegar al punto exacto de encuentro. Una fuerte ráfaga de viento sopló desde ahí justo cuando el pie de Amakusa se plantó con firmeza al suelo, y su espada salió a de su funda a una increíble velocidad, haciendo un corte en diagonal frente a él de izquierda a derecha. La fuerza y la velocidad del ataque eran impresionantes, suficientes para destruir un árbol o incluso una piedra en pedazos, con más razón si lograba tocar a un enemigo. Pero…

    - ¡No tan rápido! – Exclamó confiado el albino.

    Su pie derecho se plantó con firmeza al frente, pero su cuerpo se encontraba totalmente hacia atrás, colocándose a la distancia exacta en la que el filo de la espada de Amakusa pasó casi rozando su barbilla; estuvo tan cerca, que incluso el impacto del viento ante su cara le voló los antejos de la cara, pero no importaba. La espada había seguido camino, sin tocarlo.

    - ¡Lo esquivó! – Exclamó Shouzo sorprendido al darse cuenta.

    Ese individuo vio de antemano el punto exacto en el cual colocarse, el punto exacto en que el ataque del Señor Shougo no lo tocaría, pero lo colocaría él a la distancia perfecta para atacarlo. Era el fin…

    - ¡Qué embestida tan increíble! – Pronunciaba Enishi con entusiasmo. – ¡Un milímetro más y hubiera terminado en pedazos! ¡Pero ahora tu espada está muerta y tu dichosa técnica especial resultó ser mucho más patética de lo que pensé! – Dicho eso, apretó con fuerza sus dedos contra el mango de su arma, y comenzó a jalarla con fuerza al frente. – ¡Éste es el fin, Amakusa!

    - No… - Se escuchó lejanamente que murmuraba la voz de Magdalia, pero ese sonido logró llegar hasta los oídos de Enishi sin problema.

    No sabía porque, pero por reflejo había volteado de reojo a la cara al escuchar eso. Toda la casa le pareció una gran mancha negra de fondo, y lo único claramente visible para él fue ella, parada en el pórtico, con sus ojos cerrados y sus manos juntas sobre su pecho, tomando su medallón. ¿Qué estaba haciendo? ¿No quería ver? ¿No quería ver lo que estaba por ocurrir? Pero, ¿qué no quería ver exactamente? ¿El último golpe de él a su hermano? O…

    En ese momento, se volvió plenamente consciente de algo: su brazo izquierdo, apenas y había podido moverse unos cuantos centímetros al frente, y entonces se había detenido por completo. Por más que su cerebro seguía ordenándole que avanzara, su brazo no lo hacía. De hecho, todo su cuerpo, era incapaz de moverse, como si cadenas invisibles lo ataran de muñecas y piernas al suelo; como si algo lo apretara y aprisionara de todas direcciones.

    - “¡¿Qué demonios…?!”

    - ¡¿Qué ocurre?! ¡¿Por qué no lo elimina?! – Murmuró Xung, al ver que Enishi no se movía, algo que todos los demás notaron también.

    Enishi seguía luchando con todas sus fuerzas, pero seguía sintiendo que no tenía control absoluto de su cuerpo. Sintió que sus pies se arrastraban por si solos en el suelo, como si algo los jalara al frente, aunque él los tuviera firmes y oprimiendo resistencia. Nada de eso tenía sentido…

    - “¡¿Qué es esto?! ¡¿Por qué no puedo moverme?! ¡¿Qué es esta fuerza que me atrae hacia Amakusa?! ¿Esto es magia? ¿Realmente este tipo tiene el poder de Dios?”

    No, era imposible que se tratara de eso. Debía haber otra explicación, algo que no había visto. Echó un vistazo rápido al frente, intentando detectar algo inusual en Amakusa, algo que no hubiera visto. No tardó mucho en darse cuenta… El pie que Shougo había plantado al frente, aquel que sostuvo la fuerza de su ataque…

    - “¡¿Pie izquierdo?!”

    Al tomar la posición Battou, el pie a frente es el derecho, y ese era el que sostenía el golpe. Pero Amakusa había colocado el izquierdo, había dado un paso más al frente, ¿pero por qué…? Miró al resto de su oponente, y entonces lo vio: no se había detenido una vez de fallar el golpe. Su cuerpo se movía, estaba girando ciento ochenta grados sobre su pie izquierdo…

    - “¡No!, ¡Ahora lo veo! ¡El movimiento de desenvainado no ha terminado! No puede ser cierto… Esto no es magia, lo que me está inmovilizando es el aire, el aire desplazado a gran velocidad por la potencia de ese primer golpe; está inmovilizando mi cuerpo. Y al sostener el golpe en su pie izquierdo, ha quedado en la posición perfecta para que su cuerpo giré siguiendo el mismo movimiento y aceleración que al desenvainar. El verdadero ataque apenas se aproxima. Está girando su cuerpo por completo, tomando un gran impulso… ¡¡Para un segundo impacto mucho más potente que el primero!!, ¡¡Y no tengo forma de escapar de él!!” ¡¡Maldición!!

    En efecto, Shougo estaba girando todo su cuerpo a una gran velocidad sobre su pie izquierdo, y su espada continuaba dibujando la misma ruta que había iniciado al salir de la funda. El giro estaba casi completo, y el arma se dirigía directo hacia él…

    - ¡Maestro Enishi! – Escuchó que Xung gritaba a lo lejos, pero eso poco le importó…

    El instante antes de que el arma de Amakusa al fin lo tocara, de nuevo todo se volvió negro ante él. El tiempo se paralizó, y lo único que vio fue de nuevo la misma figura de hace unos momentos. Esa persona, brillante como el mismo sol, lo miraba fijamente con su amplia sonrisa. Al verla, Enishi entendió…

    - “Onee-san… Gracias Onee-san, sabía no me abandonarías. Sí, esto es, justo lo que deseábamos…”

    Enishi cerró los ojos, y aguardó.

    - ¡¡Estilo Hiten Mitsurugi!! – Resonó con gran potencia la voz de Shougo Amakusa en todo el patio. – ¡¡Técnica de Sucesión!!, ¡¡Amakakeru Ryu no Hirameki!!

    La espada de Shougo golpeó directamente a Enishi en su costado derecho, y la fuerza del impacto fue tal que el cuerpo entero del albino se separó del suelo y salió literalmente volando por los aires, más allá por encima del cristiano, elevándose varios metros, totalmente inerte, hasta empezar a desplomarse a toda velocidad de nuevo a tierra. El cuerpo del jefe del Feng Long chocó contra el suelo, quebrándolo como un meteorito a tierra. El impacto desplazó una gran cantidad de polvo y aire en todas direcciones, y creó un fuerte estruendo.

    Por su parte, una vez terminado el ataque, Shougo se desplomó al frente, cayendo de rodillas, y usó su espada como soporte para no caer. Su kimono estaba totalmente desarreglado, y su respiración era entrecortada. Parecía exhausto, muy exhausto…

    Por unos segundos, nadie fue capaz de ver el sitio en el que había caído Enishi, hasta que el polvo se fue disipando. Xung-Liang se repetía a sí mismo que, al igual que cuando había recibido esa otra técnica, cuando todo ese polvo se esfumara, lo que vería sería al Maestro Enishi poniéndose de pie como si nada hubiera pasado. Se reiría triunfante, vanagloriándose de que había sobrevivido sin problema la técnica más poderosa de ese sujeto, y acabaría ese combate siendo el ganador. Eso era lo que pasaría, era lo que debía pasar.

    Pero no fue así…

    Lo único que todos pudieron ver justo cuando les fue posible, fue el cuerpo totalmente inmóvil del albino, tendido con su cara contra la tierra. Su arma yacía encajada en el piso a unos cuantos centímetros de él.

    - Lo… Lo mató… - Murmuró incrédulo uno de los guardias.

    - No puede ser, ¿el Maestro Enishi perdió?

    - ¿Ese sujeto lo mató?

    - ¡Imposible!

    El escepticismo se hizo más que evidente entre los hombres del Feng Long. Pero el más afectado sin duda, era Xung-Ling. Atónito, se dejó caer de rodillas al suelo del pórtico, totalmente ido.

    - Maestro… Maestro Enishi… No… No…

    Pequeños rastros de lágrimas se asomaron por la comisura de sus ojos. Sin embargo, rápidamente ese tremendo asombro se convirtió es una profunda… rabia. Sus dientes comenzaron a rechinar entre sí, y sus puños se apretaron con fuerza. Se puso de pie rápidamente y comenzó a gritarles a todos.

    - ¡¡Matéenlos!!, ¡¡Matéenlos a todos!! – Empezó a ordenar sin espera. – ¡¡No dejen que ninguno de estos sujetos salga vivo de esta casa!! ¡¡Maten a todos estos malditos cristianos!!

    Los guardias dudaron unos momentos en seguir tal orden, pero sólo bastó con que uno colocara su rifle en posición para que todos lo demás lo siguieran. Shouzo, al ver esto, supo que ya no había más alternativas. Se disponía a correr en dirección a Magdalia, y protegerla con su propio cuerpo de las balas de ser necesario. Pero antes de que diera el primer paso…

    - Nadie… Haga… Nada…

    La voz se escuchó como un susurro en el aire.

    - Deténganse… ¡Ya!

    Todos comenzaron a bajar sus armas lentamente, y a dirigir su mirada al sitio del que creían provenía esa voz.

    De pronto, el cuerpo de Yukishiro Enishi, el que se había desplomado y quedado inmóvil en el suelo aparentemente sin vida… Comenzó a moverse. Lentamente, se comenzaba a girar sobre sí mismo, ayudándose únicamente de sus temblorosas manos. Siguió ejerciendo fuerza como pudo, hasta que logró ponerse boca arriba. Enishi respiraba agitadamente, y tenía su mano izquierda aferrada a su costado derecho. Una notoria marca en diagonal le recorría el torso, y le había rasgado su camiseta. La piel debajo de ésta, estaba roja y amoratada.

    - ¡Maestro! – Exclamó Xung, con una mezcla de alivio, pero también de desconcierto.

    No era el único. Todos los demás presentes estaban casi seguros de que había muerto.

    Shouzo igual no entendía que había pasado. ¿Cómo había sobrevivido tras recibir un golpe como ese de la espada del Señor Shougo? Volteó entonces a ver su señor, y entonces notó algo. La forma en la que Amakusa sostenía su espada, aún clavada en el piso para sostenerse… La posición de la espada no era normal.

    - No puede ser…

    Enishi logró abrir ligeramente sus ojos, encontrándose de frente con el cielo estrellado sobre él. Seguía respirando agitadamente, y se veía que se le dificultaba no desmayarse.

    - Amakusa, ¿por qué hiciste eso…? – Susurró en voz baja. – Mientras girabas, volteaste tu espada, ¿no es cierto? Hiciste que el último golpe me diera con el reverso sin filo de tu arma… ¿Por qué…? De haberme atacado como debías, mis pedazos estarían esparcidos por todo este patio. ¿Por qué… decidiste perdonarme la vida… Hijo de Dios?

    En efecto, así había sido. El golpe decisivo no había sido con el filo, sino con el reverso el arma. Eso era justo lo que le había garantizado vivir. De otra forma… Su muerte estaba más que asegurada. ¿Pero por qué?, ¿por qué había todo resultado de esa forma?

    Shougo comenzó a incorporarse de nuevo poco a poco, una vez que su cuerpo pareció recobrar las fuerzas. Alzó su espada, y la agitó hacia un lado, para guardarla en su funda. En todo ese momento, permaneció dándole la espalda.

    - No pienses mal. No lo hice por ti… Lo hice por Sayo…

    - ¿Sa… yo…?

    Como le fue posible, Enishi giró su cabeza lentamente hacia la casa. Ella seguía ahí, de pie en el pórtico, mirándolo fijamente con sus grandes ojos verdes. Pudo notar con claridad que en su rostro se reflejaba un gran alivio. ¿Por qué estaba aliviada? ¿Por qué el combate había terminado?, ¿Por qué su hermano había vencido…?, ¿o… por qué él no había muerto…?

    La castaña sonrió ligeramente mientras lo miraba, y él, por alguna razón, hizo lo mismo. Había perdido, todo el cuerpo le dolía, y estaba a momentos de desmayarse. Pero por alguna razón, al verla mirándolo de esa forma, sólo pudo sonreír…

    Notó entonces como Magdalia separaba su mano de su pecho, y la colocaba frente a su rostro para ver su palma. Él no podía ver lo que ella miraba, y por su expresión no lo hubiera podido adivinar. Lo que Magdalia miraba a en su palma era… sangre… Pequeños rastros de sangre…

    Los ojos de la castaña se cerraron, su cuerpo se tambaleó hacia un lado, y entonces se desplomó al suelo.

    - ¡Santa Magdalia! – Escuchó que su sirviente exclamaba y un rato después lo vio a su lado. Y eso fue lo último que vio, antes de volver a perder el conocimiento…

    - - - -​

    Shanghái, China
    24 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)


    Lo primero que logró percibir, es el aroma a jazmín de las sabanas de su habitación. Ese olor de hecho no le era del todo placentero, en especial cuando era demasiado intenso. Lo segundo, fue la suavidad de su almohada contra la parte trasera de su cabeza. Y lo tercero, fue el punzante y casi quemante dolor que se extendía por todo el hemisferio derecho de su cuerpo, pero que no tardó mucho en extenderse ligeramente al resto.

    Abrió sus ojos lentamente. La luz entraba con abundancia por la ventana, lo que significaba que debía de ser media mañana. No tardó mucho en reconocer el techo y los muros de su habitación en su casa principal, y tampoco en darse cuenta de que no era el único ahí. Giró lentamente su cabeza hacia su zurda. Una de las sirvientas estaba frente al buró, colocando una por una, rosas amarillas en un jarrón. Supo de inmediato quién era, por su complexión pequeña y flacucha… Y esas malditas trenzas.

    - Lissie. – Pronunció con debilidad. – ¿Qué te he dicho de hacerte esas feas trenzas?

    La sirvienta se sobresaltó casi asustada por el repentino comentario. Se giró rápidamente, teniendo aún una de las rosas del jarrón entre sus dedos, y provocando que éste se desplomara al suelo y se rompiera.

    - ¡Maestro Enishi! – Exclamó sorprendida. Bajó su atención unos momentos a los pedazos de jarrón a sus pies, sin saber a qué prestarle atención primero. Al final, salió corriendo con rapidez por la puerta, con la rosa aún en sus manos. – ¡Señor Xung!, ¡Señor Xung!

    Una vez que estuvo solo, se dispuso a sentarse en la cama. Estaba desnudo de la cintura para arriba, al menos si no contaba todos los vendajes que le recubrían el cuerpo. Sentía el cuerpo adolorido y entumido. Los principales puntos de dolor estaban en su costado derecho, su hombro izquierdo, y su cabeza. Se talló los ojos lentamente con sus dedos en un intento de aclarar su vista.

    Unos instantes después, Xung-Liang apareció en la puerta, realmente sobresaltado.

    - Maestro Enishi, ¿se encuentra bien? – Le cuestionó al acercarse a la cama, y pararse a su lado.

    Enishi no respondió. Era evidente que “bien” no era la descripción correcta a su estado. Giró su cabeza hacia la ventana, y se dio cuenta que su primera impresión era acertada: era de mañana.

    - ¿Ya es de día? ¿Qué horas son?

    - Ah… Maestro. – Xung dudó un poco en responder. – Son casi las once… Pero la verdad es que estuvo inconsciente por más de dos días enteros.

    - ¿Qué?

    Enishi volteó a verlo con incredulidad. ¿Lo que decía era cierto? No tenía idea que el daño que esa técnica le había hecho a su cuerpo había sido tan grande.

    - El impacto le rompió varias costillas gravemente, se dislocó un hombro al caer, tiene múltiples hematomas y cortadas. Pero fuera de eso…

    - ¿Dónde está Magdalia? – Le interrumpió abruptamente.

    - ¿La Cristiana? Ella y su hermano se fueron, maestro. Al día siguiente de la pelea, tomaron un barco y se fueron de Shanghái. – Xung notó como Enishi miraba fijamente su cobertor con seriedad. – Usted prometió que si él lo…

    - Sé lo que prometí. – Volvió a interrumpirle. – Pero cuando me creías muerto, no estabas muy dispuesto a cumplirlo, ¿no?

    Xung se sintió un poco avergonzado al recordar su arranque de aquella noche. Pero la verdad era que no se arrepentía. De haber tenido de nuevo la oportunidad, hubiera dado la misma orden sin dudarlo.

    Intentó pensar en otra cosa. Le parecía curioso de hecho que preguntara directamente por la chica Cristiana únicamente. Aún no le era del todo claro qué era lo que quería con ella exactamente. Sin embargo, su mención lo hizo recordar algo importante, algo que debía decirle en cuanto lograra despertar.

    - Maestro… Esa chica… Ella tosió sangre esa noche.

    Apenas se distinguió un ligero rastro de reacción en el rostro de Enishi. Lentamente se giró hacia él, mirándolo expectante.

    - Se veía muy enferma, y su hermano se la tuvo que llevar cargando. Creo que muy probablemente tenía…

    - Tisis… - Completó Enishi como un susurró.

    Tisis, o también conocida por algunos como Tuberculosis, una enfermedad que hace muchos años era bastante común, la causa de muerte de gran parte de las personas. En ese entonces ya no lo era tanto, pero aún se seguían presentando casos. No sabía mucho del tema, pero hasta donde tenía entendido… El final inevitable de esa enfermedad, era siempre la muerte…

    Enishi se quedó callado largo rato, como intentando digerir mejor la información que acababa de recibir.

    - Maestro, usted estuvo en constante contacto con esa chica. – Prosiguió Xung, no muy seguro de que lo estuviera escuchando realmente. – Puede que haya estado en peligro de contagio. El doctor le dejó unos medicamentos para reforzar su cuerpo, y pidió que se le revisara una vez que…

    Antes de que pudiera terminar de hablar, Enishi tomó su cobertor y lo hizo rápidamente a un lado. Acto seguido, comenzó a moverse a la orilla de la cama, con la clara intención de ponerse de pie.

    - No seas tonto, Xung-Liang. ¿Cómo crees que puedo estar enfermo de una boba enfermedad como esa? ¿Creer voy a llegar tan lejos para morir así? Además, no tuve tanto “contacto” con ella como todo el mundo piensa.

    Sin más, se puso de pie y comenzó a caminar, casi cojeando hacia la puerta.

    - Espere, maestro. No creo que pueda ponerse aún de pie…

    Enishi ignoró las suplicas de su guardaespaldas. Siguió caminando en silencio por el pasillo, hasta llegar al patio trasero. Aún con sus pies descalzos, comenzó a caminar por la hierba, en dirección al centro del patio.

    Tenía muchas cosas en la cabeza. La imagen de Magdalia tosiendo sangre, le volvía una y otra vez, pero tenía que quitarse eso de encima. Cerró los ojos, e intentó despejar su mente de cualquier otro pensamiento que no fuera el que le interesaba. Se paró derecho en el centro del patio, e intentó recrear en su mente ese momento, ese instante que había sido apenas un parpadeo, pero en el que fue capaz de verlo todo. Veía claramente el pie izquierdo, la espada saliendo de su funda, el cuerpo de Amakusa girando. Cada pequeño instante de tiempo, repitiéndose en su cabeza como una serie de fotografías.

    Abrió los ojos, y lo veía claramente ante él. De pronto, aún a pesar de que todo su cuerpo le decía que no lo hiciera, comenzó a agacharse. Estiró su pierna derecha al frente, flexionó lo más que pudo la izquierda, y dobló el torso hasta casi tocar el suelo con su pecho.

    Xung-Liang lo miraba desde la puerta de la casa. Se quedó en esa posición largo tiempo, y luego volvió a reincorporarse. Se cambió de posición, estirando ahora su pierna izquierda al frente, y agachando su cuerpo hacia atrás.

    - “¿Qué está haciendo?”

    Volvió a hacerlo varias veces, en diferentes posiciones, pero la idea era casi la misma. Siguió haciéndolo durante toda la mañana…

    FIN DEL CAPITULO 19

    Han pasado ya algunos meses. Es el último día del año, y varios son los pensamientos que inundan la cabeza de Yukishiro Enishi; pero uno de ellos en particular es el que lo mantiene intranquilo. ¿Cómo reaccionará ante el reencuentro inesperado que se dará durante la Víspera de Año Nuevo?

    Capítulo 20: Víspera de Año Nuevo

    - - - -

    NOTAS DEL AUTOR:

    Luego de tanto tiempo, al fin hemos llegado al final de esta primera parte de la historia. Lo que sigue será mucho más tranquilo y algo más ágil, ya que todo este inicio fue mucho para presentar a los personajes y su situación actual. Ahora seguirá enfocarnos un poco en otros aspectos de los mismos. Así que sigan leyendo, que esto apenas comienza.
     
  3.  
    WingzemonX

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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 20
    Víspera de Año Nuevo

    Shanghái, China
    01 de Febrero de 1878 (4574 del Calendario Chino)


    Era la víspera de año nuevo en Shanghái, el punto cumbre de las festividades, y para muchos el día más importante de éstas. Mientras que los occidentales celebraban su año nuevo sólo un día antes, y quizás en ocasiones el primer día del año, para la gente nacida o crecida en China, no sólo los días variaban con los occidentales, sino que sus celebraciones se extendían a varios días antes, y varios días después, del fin del año; cómo un verdadero festival a gran escala. Las calles del puerto, que casi siempre parecían más las calles de cualquier ciudad occidental, en esos días se llenaban del color, la alegría, la música y la comida que hacía que las personas recordarán a cuál país pertenecían realmente.

    Quizás, precisamente a raíz de la constante presencia occidental en el puerto, era el porqué ciertos sectores intentaban hacer mucho hincapié en ese tipo de celebraciones, y qué estas fueran lo más grandes y ruidosas posibles; una forma de intentar marcar su autoridad o su territorio ante ellos. Sin embargo, los occidentales, por su parte, en su mayoría parecían disfrutar de las celebraciones, y lo veían cómo algo exótico y singular que no podían ver en sus países de origen.

    Ese mismo día, a media tarde, el restaurante del Señor Joung se encontraba una vez más lleno de hombres del Feng Long. Sin embargo, la cantidad de personas en esa ocasión era muchísimo mayor a la que había durante aquella pequeña reunión el otoño pasado. Se trataba después de todo de la comida de Fin de Año de los Líderes del Feng Long, a la que asistían los mandos altos y medios de la organización, incluyendo, obviamente, a los Siete Líderes. Por lo mismo, el sitio estaba prácticamente a reventar de guardaespaldas y seguridad, fácilmente doblando en cantidad de hombres a los verdaderos asistentes a la cena.

    El restaurante había sido cerrado al público, y todas sus diferentes salas y mesas estaban siendo ocupadas por el Feng Long. Se tuvo que contratar personal adicional para tal evento, y la mayoría de las meseras parecían algo intimidadas, pues todas sabían a la perfección el tipo de personas a las que les estaban sirviendo. Todos ellos, la mayoría hombres adultos o mayores que servían como jefes regionales de diferentes zonas bajo el control del Feng Long, bebían y platicaban con alegría y despreocupación. Se escuchaba un gran ajetreo, y las meseras iban como locas de un lado a otro, rellenando los vasos y copas con más licor. En el aire ya se empezaba a percibir el delicioso aroma de la comida que estaban preparando con gran apuro en la cocina, y que casi estaba próxima a servirse, aunque se combinaba de una forma agridulce con el humo de los cigarrillos, pipas y habanos de varios de los presentes.

    Al ritmo que iban, sin embargo, era probable que la mayoría de esos hombres terminaran alcoholizados antes de que sirviera la primera tanda de platillos.

    - ¡Atención! – Se escuchó de pronto como sonaba con gran ahínco la voz del Jefe Zhuo, sobresaliendo de todas las demás voces. – Guarden silencio, ratas. Dejen de beber por unos momentos y escuchen.

    Poco a poco las voces se fueron apaciguando, hasta volverse pequeños murmullos, y luego desaparecer por completo. Los ojos de todos se centraron en la mesa de los Líderes; incluso los guardaespaldas que cuidaban el sitio no pudieron evitar voltear en su dirección.

    Los Líderes estaban sentados juntos en una mesa alargada, ubicada en un extremo del salón central, casi como si fueran siete tronos. Desde ahí, todos podían verlos y escucharlos. Cada uno, como era costumbre, tenía a su respectiva seguridad a sus espaldas.

    En esos momentos se encontraban sólo seis de ellos; el lugar justo al lado de Enishi, se encontraba vacío. Zhuo se había puesto de pie, y llamado con gran fuerza al orden.

    - Mucho mejor. – Comentó con un tono divertido. – Ahora que tengo su atención, el Jefe desea hablar con ustedes. – Dicho eso, volvió a tomar asiento y se giró hacia el joven de cabellos blancos, a dos lugares de él. – Todos tuyos, Enishi.

    El líder número uno del Feng Long, se encontraba sentado justo en el centro de la mesa. Usaba en esos momentos un atuendo de camisa azul con botones dorados, y pantalones blancos y botas negras altas; y claro, sin olvidar sus siempre presentes y distintivos anteojos oscuros.

    Una vez que le pasaron la voz y que la atención se centró por completo en sí, Enishi no tuvo más remedio que ponerse de pie y hacer lo que todo el mundo esperaba.

    - Gracias, Maestro Zhuo. – Agradeció cortésmente, dando un vistazo rápido de reojo al resto de la mesa. Acto seguido, se dirigió a toda la audiencia con un tono alto y sereno. – Bien, mis honorables hermanos del Feng Long. Sólo quería, como ya saben que es costumbre, decir algunas palabras antes de que sea hora de servir la comida. Sé que todos tienen hambre, o quieren seguir bebiendo, así que seré breve. Hoy que es un día para agradecer lo que se tiene, y creo que hablo por todos aquí al estar agradecidos porque… hayamos llegado vivos al fin de este año. – Su comentario provocó una serie de pequeñas risillas entre los presentes. – Aunque aún quedan algunas horas, por si alguno quiere tener iniciativa y no tener que agradecer eso. – Las risas se hicieron aún mayores.

    ¿Cuántos se reían por compromiso y cuántos realmente encontraban chistosos sus hirientes comentarios? Difícil diferenciar unos de otros en una habitación tan llena de lame botas y ebrios.

    Enishi prosiguió.

    - Éste ha sido un año muy prolífico para el Feng Long, si se me permite decirlo. Nuestro alcance se ha extendido a más allá de Shanghái e incluso de China. Y les profetizo, hermanos míos, que ese crecimiento seguirá sin pausa alguna en este nuevo año que está por inicializar… Que de eso me encargaré yo mismo. – Tomó en ese momento su copa, que tenía apenas hasta la mitad de champagne, y la alzó hacia ellos a modo de brindis. – Feliz año del Tigre a todos. Y que viva el Feng Long…

    - ¡Qué viva el Feng Long! – Pronunciaron todos en coro, alzando sus respectivas bebidas al aire, para después dar largos tragos de las mismas.

    Justo cuando el ajetreo amenazaba con volverse de nuevo presente, y cuando Enishi estaba de nuevo tomando su lugar, pudo ver entrar por la puerta principal a Hei-shin, el único Jefe que faltaba en la fiesta. Bien, en realidad a quienes había visto era a sus enormes guardaespaldas, muy difíciles de ignorar.

    - Bonitas palabras, Enishi. – Comentó Hong-lian, quien estaba sentado a su lado, con los pelos de su barba húmedos por el licor. – Algo cortas, pero bonitas.

    - Gracias, Maestro. – Agradeció Enishi, inclinando un poco su cabeza hacia él. –Hei-shin las escribió por mí.

    Aparentemente apropósito, justo al momento en el que estaba haciendo ese comentario, Hei-shin ya estaba comenzando a sentarse a su lado. El hombre de cara alargada y cabellos negros, pareció extrañarse al escuchar tan repentinamente su nombre.

    - ¿Yo? – Comentó algo confundido. – Yo… sólo di sugerencias constructivas.

    A Enishi pareció divertirle la forma tan fácil en la que Hei-shin se había intranquilizado, y por algo de tan poca importancia. Hei-shin notó esto, y se tornó molesto de inmediato.

    - Disculpen la demora. – Murmuró con seriedad, mientras se acomodaba en la silla.

    - Ya era hora de que te aparecieras, Hei-shin. – Comentó Hong-lian con su habitual y nada discreto tono. – Casi te pierdes el delicioso estofado.

    - ¿No viene tu padre contigo? – Cuestionó Ang curioso, quien estaba sentado al otro lado del recién llegado. – ¿Acaso el viejo Wu no nos va a deleitar con su presencia este año?

    - Me temo que mi padre se sigue sintiendo algo indispuesto. – Respondió Hei-shin con un tono reservado.

    - Qué mal. – Comentó Hong-lian desde su lugar. – Liu-Han siempre había sido el alma de las fiestas.

    - Supongo que está siendo sarcástico, maestro. – Comentó Hei-shin. Aunque parecía estar bromeando, su tono sonaba demasiado serio para estar seguro de ello.

    Pasaron unos minutos, y poco a poco algunos líderes se entretuvieron en otras conversaciones o habían dejado la mesa; en este último grupo se encontraban Hong-lian y Ang, por lo que Enishi y Hei-shin se habían quedado un poco solos.

    Hei-shin había pedido que le trajeran una botella entera de vino de arroz y se había estado sirviente un par de vasos desde que se había sentado. Se veía algo molesto; no molesto como de costumbre, molesto en especial.

    - ¿Y por qué llegaste tan tarde, Hei-shin? – Se atrevió Enishi a preguntar, mientras veía con interés como bebía. – Espera, déjame adivinar. Estabas trabajando, ¿o no?

    - Pues para que lo sepas, así es. – Comentó con un tono cortante una vez que se empinó las últimas gotas de su vaso. – Te complacerá escuchar que ya recibimos el pago completo de parte del señor Sadojima el día de ayer. El barco de guerra y el resto de las armas que ordenaron, se pondrán en camino a Japón esta misma semana, y estaba haciendo todos los arreglos necesarios.

    - ¿Harás la entrega durante las Festividades de Año Nuevo?

    - Los negocios, son negocios. Y cuando un cliente paga tanto, da igual qué día del año sea.

    Dicho eso, tomó de nuevo su botella, y volvió a servirse.

    Enishi no lo reflejaba mucho por fuera, pero lo cierto es que le complacía escuchar que ese negocio en especial había ido tan bien. Tenía grandes intereses en él, y no precisamente monetarios. Pensó de inmediato en el señor Gein. No sabía de él desde hace un par de meses. ¿Habría salido todo bien con su asunto? Esperaba que si algo malo hubiera pasado, ya se hubiera enterado, así que podía suponer que todo iba viento en popa en ese frente.

    Al parecer Japón se pondría muy divertido dentro de poco, pero eso era algo que a él no le llamaba la atención de manera particular. Lo que realmente le interesaba, era saber lo que haría esa persona… Si al fin, después de tanto tiempo, lo haría salir de debajo de la roca de la que se estuviera escondiendo…

    Enishi sonreía por dentro, aunque también un poco por fuera.

    - Bueno, sea como sea, todo me suena a muy buenas noticias, Hei-Shin. – Señaló alzando su copa hacia él. – Somos un poco más ricos que antier; muéstrate más alegre por ello.

    - Sí, fue una venta muy lucrativa. – Comentó con un lúgubre tono. Sus ojos se encontraban perdidos en el líquido de su vaso. – Es bueno ver que al menos uno de nuestros negocios en Japón dio buenos frutos.

    Enishi giró sus ojos como señal de fastidio. Entendió de inmediato el mensaje, no tan oculto, detrás de sus palabras.

    - Ahí vas otra vez... ¿Me seguirás reprochado lo mismo durante el nuevo año?

    - No te hagas el ofendido, que todo ese fiasco fue sólo tu culpa.

    - Sí, lamento que tus planes de casarte con el hombre de Amakusa y vivir felices para siempre en Shimabara no hayan salido como lo esperabas, Hei-Shin. Pero hay muchos peces en el mar; volverás a conocer el amor.

    Xung-Liang a sus espaldas, se sobresaltó un poco al escuchar tal comentario, e incluso pareció sonrojarse. Hei-Shin, por otro lado, no pareció nada divertido.

    - Qué gracioso, Jefe. Pero te recuerdo que no nos hubiéramos metido en todo ese asunto desde un inicio si no fuera por ti. A los jefes nos les gusta que los hagan perder su tiempo y dinero en tonterías. Pudiste salvarte de ésta, pero la siguiente vez, quizás no tengas tanta suerte.

    - Sí, mamá. Lo recordaré.

    Hei-Shin ya no dijo más, y Enishi no quería seguir escuchándolo; si de por sí era odioso hablar con él de manera normal, lo era mucho más cuando estaba de mal humor… o de peor humor que de costumbre.

    Enishi se concentró en su propia copa de champagne, la misma con la que había hecho el brindis. Pero no bebía de ella; simplemente la meneaba de un lado a otro, admirando con detenimiento como el líquido se mecía. Su semblante se había tornado pensativo abruptamente.

    Era extraño. Aunque Hei-Shin aprovechaba casi cualquier oportunidad para recordarle el asunto de los cristianos de Shimabara, y en especial cómo había terminado, pocas veces se había detenido a pensar a detalle en aquello. Sobre todo en aquella noche, la noche de su duelo con Amakusa. Esa fue la última vez que vio a los singulares hermanitos, Shougo y Magdalia Amakusa. Despertó dos días después de haber recibido ese impresionante ataque por parte de Amakusa, y ellos ya se habían ido de Shanghái para entonces. Y hasta ese día, no había tenido noticia alguna sobre el paradero o estado de ninguno de los dos…

    En realidad, no era como si algo de ello fuera de su incumbencia, ¿no? No, no lo era. Pero entonces, si el destino de esos dos individuos nada tenía que ver con él, ¿Por qué estaba comenzando a pensar en ellos justo en ese momento? ¿Por qué comenzaba a preguntarse a sí mismo en su cabeza qué estarían haciendo en esos momentos? ¿Por qué sentía curiosidad a esas a alturas de saber si habrían ya vuelto a su hogar o seguirían viajando en busca de apoyo para su causa? Y, especialmente, ¿por qué le llama tanto la idea de saber cómo se encontraba… ella…?

    Sintió un fuerte golpe de incomodidad por todo ello. ¿Todo eso era provocado únicamente por esa pequeña e insignificante mención por parte de Hei-Shin? Era ridículo. Fuera como fuera, no tenía tiempo ni motivo alguno para estar pensando en esas tonterías. Incluso, no tenía tiempo ni motivo para seguir en ese lugar; después de todo, tenía algo mucho más importante de qué encargarse en esos momentos.

    Luego de varios minutos de silencio, se giró sobre su hombro para poder darle una mirada rápida a Xung-Liang, quien seguía de pie detrás de él con rectitud militar. Enishi miró de reojo al resto de los guardaespaldas, y pensó por un segundo que, fuera de él, ninguno de ellos se tomaba tan enserio su trabajo en esos momentos, salvo quizás los cuatro hombres enormes y corpulentos de Hei-Shin.

    - Que traigan el carruaje, Xung. – Le ordenó con un tono neutro, y algo distraído.

    - ¿Qué? – Fue la respuesta sencilla del guardaespaldas.

    - Mi carruaje, tráelo. ¿Necesitas más indicaciones?

    - No, maestro. Digo… Sí, maestro. Enseguida…

    Xung se alejó de la mesa a paso apresurado. Enishi ya no le puso mayor interés, aunque al contrario, Hei-Shin miraba algo desconcertado como el guardaespaldas se alejaba. Aunque claro, no era Xung-Liang quien lo desconcertaba en realidad, sino más bien el hombre sentado a su lado que le había dado tal orden.

    - ¿Acaso ya te vas? – Le preguntó, curioso. – Pero aún ni siquiera sirven la comida. Dudo mucho que tengas otro compromiso para pasar la víspera, ¿o sí?

    - Sólo vine para a hacer acto de presencia y cumplir mi papel de líder. – Respondió Enishi, aparentemente sereno; quizás demasiado tratándose de él, considerando que siempre parecía haber cierta carga de sarcasmo y elocuencia en sus palabras, pero no esa vez. – Y lo creas o no, sí tengo mis propias formas de celebrar el fin del año.

    - Sí, claro. Por favor, no me digas que te vas para ponerte a jugar en tu patio con tu espada otra vez.

    Enishi calló, aunque su silencio por sí solo fue bastante revelador. Hizo entonces su silla hacia atrás y se puso de pie.

    - Bien, no te lo diré. – Comentó al tiempo que empezaba a sacarle la vuelta a la mesa.

    Hei-Shin lo siguió con su vista, notablemente molesto; aunque era difícil decir si su molestia era originada directamente por el acto del albino, o sólo un efecto residual del mal humor que ya tenía consigo al llegar.

    - Ni siquiera entiendo qué rayos estás haciendo. – Comentó justo cuando Enishi pasó frente a él. – Sólo repites el mismo movimiento una y otra vez. ¿Podrías decirme qué estás intentando?

    - Tal vez algún día te cuente. – Contentó el albino, mientras se alejaba. – Pero no en lo que queda de este año, al menos. Feliz Año Nuevo, Hei-Shin.

    Hei-Shin bufó con molestia, y pasó a servirse más del licor que estaba bebiendo.

    - Sí… Feliz Año Nuevo…

    - - - -​

    Aunque tuvo que evitar lo más políticamente posible a un par de personas que intentaron interceptarlo en su camino a la puerta, al final Enishi logró salir sano y salvo del restaurante, y subirse a su carruaje, antes de que cualquiera pudiera cuestionarse dónde estaba. Los demás líderes notarían su ausencia de inmediato, pero no le darían mayor importancia hasta que pasaran los minutos y siguieran sin verlo. Terminarían por cuestionar a Hei-Shin sobre su paradero, a lo que él podría responder de dos formas diferentes: fingir ignorancia y decir que no tenía ni idea de dónde se había metido, o decir directamente que se fue sin más. Fuera cual fuera, no le importaba lo que los otros Líderes llegaran a pensar; era una fiesta después de todo, y no tenía mayor obligación de quedarse mucho tiempo.

    Enishi iba sentado en su carruaje, mirando con seriedad por la ventanilla. Xung-Liang, como siempre, estaba sentado frente a él, y como siempre parecía confundido por el último extraño acto de su amo.

    - Podría al menos haber esperado a comer, maestro; si me permite opinar. – Comentó Xung con un tono moderado, rompiendo el silencio.

    - No te lo permito. – Le respondió Enishi con un poco de dureza sin apartar sus ojos de la ventana. – Además, no tengo hambre y tengo otras cosas en mente en estos momentos.

    - ¿Entrenará hasta tarde con su Watou otra vez, Maestro?

    Enishi suspiró con cierto fastidio al escuchar tal pregunta, que en su mente se balanceaba entre estúpida e imprudente.

    - ¿Tú también me vas a molestar con eso? – Le respondió con molestia, mirándolo de reojo. – ¿Y si lo hago qué? ¿Te importa acaso?

    - No, lo siento mucho maestro. – Le contestó Xung rápidamente, agachando su cabeza, apenado.

    En efecto, Hei-Shin y Xung no estaban errados en sus suposiciones. La verdad era que Enishi sí quería llegar a su casa para seguir practicando con su Watou. O al menos, “practicando con su Watou”, era la única forma en la que ellos dos podrían describirlo, ya que ninguno entendía del todo lo que hacía. Sólo se paraba en el patio con su espada, y parecía repetir el mismo movimiento una y otra vez: se ponía en posición de combate, plasmaba su pie derecho con firmeza al frente, agachaba su torso hasta casi tocar el suelo con su pecho, y colocaba su espada de manera vertical, paralela a su espalda. Luego, jalaba su espada hacia adelante en un corte rápido y de abajo hacia arriba que dibujaba una curva de trescientos sesenta grados.

    A veces el movimiento variaba un poco, en la distancia entre sus pies, y qué tan abajo colocaba el torso, o en el movimiento de la espada; pero en esencia siempre era el mismo principio. Llevaba haciendo lo mismo ya más de tres meses cada vez que tenía oportunidad. Todo había comenzado el día en que despertó, luego de su pelea con el cristiano. Algunos se habían atrevido a preguntarle directamente qué era eso, pero nunca daba una respuesta clara o definitiva. Fuera lo que fuera, parecía haberse convertido en una nueva obsesión para él, y Xung no estaba muy seguro de hacia dónde lo llevaría.

    - Es Víspera de Año Nuevo, Xung-Liang. – Comentó Enishi de pronto, obligando al guardaespaldas a alzar su vista de nuevo. – ¿Por qué no te tomas la noche libre? No te has tomado una desde… Creo que nunca lo has hecho desde que te conozco.

    - Mi deber es estar a su lado para protegerlo, maestro. Sin importar qué día sea.

    Enishi soltó un pequeño quejido, que bien podría haber sido una pequeña risa. No insistió más en el tema, como si supiera de antemano que el resultado terminaría siendo el mismo al final.

    El carruaje paró abruptamente, haciendo que sus ocupantes se sacudieran un poco hacia adelante. Enishi sacó un poco su cabeza para poder ver qué era lo que ocurría. No tardó mucho en darse cuenta: la calle estaba totalmente bloqueada por la gente, que se encontraba ya fuera haciendo compras o a media celebración. Se escuchaba con intensidad el sonido de la música y las voces humanas, y a lo lejos se podían apreciar como danzaban varios colores y luces entre la multitud.

    - Chofer estúpido. – Balbuceó con molestia, sentándose de nuevo en su lugar. – Era obvio que iba a haber demasiada gente por la avenida principal. Dile a ese idiota que tome otra ruta, y rápido.

    - Sí, señor.

    Xung-Liang abrió la puertecita detrás de él para comunicarle de inmediato las órdenes al chofer, e intentando transmitir en sus palabras el mismo enojo que Enishi le había trasmitido a él. El carruaje tuvo que dar una pronunciada vuelta, y entonces volvió a avanzar. Sin embargo, su avance fue algo más lento, y frecuentemente cambiaba de calle o dirección, en busca de un mejor camino.

    Quizás hubiera sido mejor esperar hasta algunas horas, cuando todos estuvieran ya en sus casas, disfrutando de sus Jiaozi y cocidos de carne con sus familias, y no amotinando las calles de esa forma. Y eso no era nada en comparación con lo que sería el día siguiente, cuando comenzaran los desfiles. Mientras le fuera posible, Enishi no deseaba dejar su casa por los próximos quince días, pero estaba seguro de que ese deseo era imposible que se hiciera realidad.

    Enishi seguía viendo por la ventanilla, sin prestarle en realidad mucha atención a lo que ocurría ahí afuera. ¿Y por qué lo haría? Sólo podía ver personas, y más personas; cada una igual a la anterior. Para él desde hace mucho, todas personas eran iguales… La misma cara, los mismos ojos. No eran más que manchas en movimiento en un lienzo. Iban a venían de un lado a otro, cada una de seguro preocupada de su propio asunto, ignorando de igual forma a cualquiera de los otros, incluso al extraño que estaba parado justo a su lado.

    Pero de pronto, de un momento a otro, algo resaltó con fuerza entre todo el paisaje que podía ver a través de la apertura rectangular de la ventanilla. Entre todo ese mar de rostros iguales y carentes de vida, uno sobresalió, como un faro de luz entre oscuridad. Apenas logró divisa dicho rostro cuando el carruaje pasó frente a su dueño, y sólo estuvo en su rango de visión por dos segundos, quizás tres. Pero fue más que suficiente para que sus agudos sentidos, que jamás descansaban, pudieran percibir por completo sus facciones, sus tamaños, el color verde sus ojos, el tono castaño claro de su cabello, la piel blanca y refinada, su nariz pequeña y puntiaguda. Fue más que suficiente para reconocerla, para saber de quién se trataba, para saber quién era esa casi visión, parada a un lado del camino, mirando alrededor como si buscara algo, pero totalmente ignorante de que siquiera él había pasado a unos cuantos centímetros de ella…

    - “¡No puede ser!” – Fue lo que le cruzó por la cabeza de inmediato, pero tan rápido y fugazmente como esa imagen apareció ante él, así desapareció por el propio movimiento del carruaje. – ¡Para!, ¡para! ¡Ahora!

    Enishi se extendió hacia el frente, prácticamente haciendo a Xung-Liang a un lado, y chocando con fuerza su mano contra la pared del carruaje para que el chofer lo escuchara. Éste reaccionó jalando las riendas de los caballos con fuerza, y haciendo que estos frenaran abruptamente, y que sus cascos casi patinaran en el empedrado.

    - ¿Maestro?, ¿qué ocurre? – Cuestionó Xung-Liang desconcertado, pero bien acababa de formular su pregunta cuando entonces Enishi abrió abruptamente la puerta del carruaje y bajó de éste de un salto, para luego alejarse corriendo en la dirección en la que venían. – ¡Maestro!

    Enishi se movió veloz, abriéndose paso de forma violenta entre la multitud de gente. Ni siquiera se detuvo a pensar ni una sola vez qué era lo que estaba haciendo, o en qué tanto sentido tenía lo que había visto, o creía haber visto. Había sido prácticamente un acto impulsivo, una reacción refleja e incontrolable, como una necesidad ardiente de ir justo a ese mismo punto y verlo una segunda vez con sus propios ojos.

    Sin embargo, cuando llegó al lugar exacto, al sitio justo en el que la había visto de pie entre la multitud… Ya no estaba; ni siquiera un rastro alguno de que hubiera estado ahí en un inicio.

    Confundido, y al parecer muy exaltado, miró rápidamente en todas direcciones, una y otra vez. Esperaba volver a percibir de nuevo su rostro, sus ojos o su cabellera entre toda esa multitud, poder verla tan claramente como lo acababa de hacer sólo unos segundo atrás. Pero no tuvo suerte. Decenas de personas iban y venían a su alrededor, pero ninguno era ella…

    - Maestro, ¿está todo bien? – Escuchó que Xung-Liang exclamaba a sus espaldas. Se viró sobre sí, y lo vio de pie a unos pasos de él.

    - ¿No la viste? – Le preguntó apresurado, en un desesperado intento de encontrarle sentido a todo ello. Sin embargo, su pregunta sólo hizo más que desconcentrar aún más a su guardaespaldas.

    - ¿A quién? ¿A quién vio, maestro?

    Esa definitivamente no era la respuesta que esperaba, ni cerca. Agachó su cabeza y colocó una mano sobre su frente. Sintió una pequeña gota de sudor recorriéndole el costado de la cabeza, y una ligera agitación bajo su pecho, que de seguro debía de ser su propio corazón.

    - Yo… Estoy seguro que era... Creí que... – Balbuceó en voz baja, incapaz de terminar ninguna frase. Al final cortó sus palabras de golpe, con un profundo suspiro.

    No había sido real, eso era lo más seguro. Sólo había sido otro de esos momentos, otra visión más. Sí, eso debía ser. Pero, ¿por qué ella? Nunca había visto de esa forma a otra persona que no fuera su…

    Un horrible pensamiento le cruzó por la cabeza, un pensamiento que le apretó con fuerza el pecho, y casi lo hizo caer de rodillas al suelo como si un dolor punzante lo carcomiera por dentro. ¿Y si ella también estaba…? ¿Y si el motivo por el que la había visto era que…?

    - No, no puede ser… - Murmuró en voz baja para sí mismo. – ¡No puede ser…!

    Rápidamente se incorporó y se dio abruptamente la media vuelta. No estaba seguro de a dónde quería ir o con qué intención; simplemente lo hizo, inspirado por la agobiante sensación que había empezado a sentir.

    Sin embargo, justo al girarse, dicha sensación fue rápidamente remplazada…

    Una persona iba caminando en su dirección entre la multitud, al parecer ni siquiera percatada de su presencia ahí. Sin embargo, cuando Enishi se voltea de esa forma tan repentina, dicho movimiento por su rabillo del ojo hizo que esta otra persona alzara también su rostro al frente. Y en ese instante exacto, sus miradas se cruzaron… Otra vez…

    Enishi se quedó paralizado de la impresión y la otra persona pareció quedarse en el mismo estado. Era el mismo rostro exacto que estaba buscando, el rostro delicado y fino, de piel blanca, ojos verdes, y cabello castaño claro… El rostro de Magdalia Amakusa…

    - Tú… - Se les escapó a ambos al mismo tiempo y con sincronización perfecta.

    Sí, era ella, y no era una visión, sino algo muy, muy real. Traía su cabello suelto, y un vestido rosado largo, con un pequeño abrigo café encima. En su brazo derecho, cargaba una gran canasta de paja, que tenía en su interior algunos rábanos, así como varios paquetes envueltos en papel que bien podría ser carne, pollo o pescado.

    Tras voltearse, ambos habían quedado uno frente al otro, a apenas dos pasos de distancia. Ambos se miraban mutuamente, sin decir nada más allá de ese “tú” sorpresivo. Parecían igual de impactados por la repentina aparición ante ellos, y quizás no era para menos.

    - ¡Santa Magdalia! – Escucharon con fuerza en el aire, y ese grito pareció sacarlos de tan letárgico transe en el que se habían sumido.

    Sobre el hombro de la chica, Enishi reconoció a su leal y siempre fiel guardián, abriéndose paso hacia ellos. De un segundo a otro, el chico de cabellos negros y cortos, se colocó entre ambos, obligándolos a marcar distancia.

    - ¡Tú otra vez! – Exclamó, mirándolo fijamente con enojo; él también traía una canasta consigo, con otros artículos. – Aléjate de ella…

    - Shouzo, tranquilo. – Comentó Magdalia a sus espaldas, colocando una mano sobre su hombro. – No pasó nada, sólo nos encontramos por casualidad.

    Eso no pareció tranquilizar del todo a Shouzo, pues no se movió ni un centímetro de su lugar. Magdalia sin embargo, hizo cortésmente que se hiciera a un lado, y así ella pudiera dar un paso al frente y colocarse de nuevo ante a Enishi, con solemne firmeza.

    - Buenas tardes, Señor Yukishiro. – Murmuró en voz baja, viéndolo fijamente. –Cuánto tiempo sin vernos.

    Por su parte, fue sólo hasta que ese otro individuo apareció, y que pudo escuchar la voz de Magdalia con más claridad, que Enishi estuvo convencido por completo de que todo eso era real.

    - Magdalia… Pero… ¿Cómo… es que estás tú aquí…? – Balbuceó de manera casi incomprensible. – ¿Señor Yukishiro? Creí que ya no me hablabas… De usted…

    - Me parece que es lo más apropiado en estos momentos. – Fue la respuesta sencilla y directa de la joven. – Bueno, si me disculpa, estaba buscando a Shouzo, pero como ve ya lo he encontrado. Con su permiso…

    Sin más, se dio media vuelta y comenzó a caminar, y de inmediato Shouzo pasó a seguirla.

    - ¿Qué? ¡Oye!, ¡Espera! – Exclamó Enishi apresurado, y sin dudarlo comenzó a andar también detrás de ellos.

    - Maestro Enishi. – Exclamó Xung con fuerza, pero él lo ignoró por completo. Al final no tuvo más remedio que también seguirlos.

    Fue en ese momento en el que Enishi se percató de en qué sitio estaban exactamente. Era el mercado cerca del puerto, y precisamente en esos momentos se encontraba casi a reventar de gente, amotinada casi en cada puesto, quizás buscando de última hora los ingredientes para su cena de Nian Ye Fan.

    - ¿Qué... Qué es lo que haces aquí? – Se atrevió a preguntar luego de un rato; Shouzo seguía intentando posicionarse entre ambos a la fuerza.

    - En estos momentos, sólo haciendo algunas compras, y cómo ve tengo que apurarme antes de que todo se acabe. – Le respondió la joven de ojos verdes, mientras tenía su atención en intentar abrirse paso entre la gente.

    - No, me refiero a aquí... En Shanghái… ¿Cuándo volviste y porque no lo sabía?

    - No sabía que en verdad era una regla avisarle cada vez que vengo a Shanghái, su majestad.

    Enishi cayó en cuenta de inmediato a qué venía ese comentario. La noche de la pelea, se había referido a sí mismo como el rey de ese sitio, y que tenía control de quién entraba y quien dejaba Shanghái. Por supuesto, era una completa exageración con la sola intención de hacer enojar aún más a Amakusa.

    - No, no se trata de eso… Oye, ¿podemos hablar por uno segundo?

    Al fin los cuatro pudieron llegar a un punto más despejado del mercado. Sólo entonces Magdalia se detuvo, y lo volteó a ver. Su expresión a simple vista parecía fría e indiferente, pero… En realidad no se veía del todo real.

    - Shouzo, tráeme unas quince zanahorias de ese puesto, por favor. – Le ordenó de pronto, señalando hacia un puesto, un tanto alejado de su posición.

    El joven, sorprendido, miró el puesto que señalaba, y luego la miró a ella.

    - Pero… Santa Magdalia… ¿Está segura?

    - ¿Te parezco insegura?

    El tono el que lo había dicho no dejaba lugar a la duda, y dejaba muy claro que era una orden, más que una petición. Inseguro, Shouzo no tuvo otra opción más que obedecer, y dirigirse al puesto que le había indicado, e intentar obtener las zanahorias entre toda la gente congregada en torno a él.

    - Ya tiene su segundo, señor Yukishiro. – Señaló la joven castaña, una vez que Shouzo se fue. – ¿De qué quiere hablar?

    - Yo…

    Era un estado que a Enishi no le agradaba en lo más mínimo sentir. Se sentía desorientado, perdido, incluso algo inseguro. Él casi nunca se sentía de esa forma, y extrañamente, las últimas veces que recordaba que había sucedido, igualmente habían sido frente a la misma persona…

    - Es sólo que… Simplemente no creí que fueras a volver… Aquí…

    - Ya ve que estaba equivocado. Lo crea o no, aún tenemos asuntos en este puerto, ajenos al Feng Long y a usted.

    - ¿Qué asuntos?

    Magdalia se quedó callada unos instantes, como si no estuviera segura de qué responder.

    - Discúlpeme, pero la verdad es que no creo tener la libertad de hablar con usted al respecto. – Le respondió con un tono serio, y algo duro.

    Enishi no sabía cómo reaccionar. A una parte de él le molestaba esa actitud, pero otra parte más fuerte luchaba porque eso no lo controlara.

    - Oye, entiendo muy bien que estés enojada por lo ocurrido, ¿está bien? – Le señaló con más firmeza en su tono. – Así que actúa como tal. Grítame, insúltame, pero deja de actuar con tanta indiferencia que me estás volviendo loco.

    Magdalia de nuevo guardó silencio, y de nuevo pareció dudar.

    - Yo… - Lentamente desvió su mirada hacia otro lado. – En realidad no estoy enojada con usted, Señor Yukishiro.

    - ¿Ah no? – Respondió el albino, incrédulo. – ¿Por qué no?, si sólo intenté matar a tu hermano; uno esperaría que algo así te hiciera enojar un poco.

    - Ciertamente. Y si ese fuera el caso, una disculpa no estorbaría, ¿no cree?

    Enishi se sobresaltó, casi como si le hubieran echado agua fría encima.

    - ¿Una disculpa? ¿Quieres que… yo… me disculpe…?

    - En estos momentos… Lo único que quiero son dos kilos de patatas. – Le respondió Magdalia con normalidad, y entonces se viró hacia los puestos cercanos, buscando alguno que tuviera lo que buscaba.

    - ¿Acaso vas a preparar la cena de Nian Ye Fan o algo así?

    - Nosotros en realidad no acostumbramos de manera especial celebrar estas fechas.

    - Claro, sí...

    Por un segundo se le había olvidado que hablaba con una devota cristiana. De seguro no celebraba, “de manera especial”, nada que no fuera estrictamente de su religión. Curioso, porque los occidentales parecían disfrutar sin ningún remordimiento del festival.

    - Xung, ve y consigue sus papas en alguno de los puestos. – Soltó de pronto la orden al aire, confiado de que Xung, a sus espaldas, la escucharía sin problema.

    - ¿Yo? – Respondió el guardaespaldas, confundido ante tal petición. – Pero...

    - Sin peros. Ahora, ¿qué no me oíste?

    Antes de que Xung, o incluso Magdalia, pudieran decir algo en contra, Xung hizo justo lo que le pedían, y se apresuró a buscar entre los puestos dos kilo de papas.

    - Eso no era necesario. – Señaló Magdalia.

    - Lo sé. Sólo quería que me dejara de respirar en la nuca unos segundos.

    Y además de todo, deseaba estar lo más solo posible con ella para lo que vendría. En realidad no estaban técnicamente solos, considerando la gran cantidad de personas que los rodeaban, pero al menos ninguno los miraba o escuchaba, o esperaba.

    - Bien, escucha. – Comenzó a decirle con algo duda. – Si eso es lo que quieres escuchar, entonces lo diré...

    Magdalia lo miró con expresión de desconcierto. Enishi respiró hondo y luego exhaló. Alzó de nuevo su rostro, y la miró fijamente a los ojos con determinación. Era increíble que enserio lo fuera a hacer. No tenía ningún motivo para hacerlo, aunque… En realidad tampoco tenía ningún motivo para no hacerlo…

    - Lo siento. – Soltó de golpe con la mayor firmeza que le era posible; Magdalia, por su parte, abrió sus ojos por completo, sumida en la sorpresa que le causaba lo que acababa de escuchar. – Como bien intuiste hace tiempo, tengo... ciertos asuntos incomodos entre manos, que nada tienen que ver contigo o con tu hermano, pero aun así terminé involucrándolos en ello. Mis motivos para ello, creo que sólo yo podría entenderlos. Te mentiría si te dijera que lamento haber provocado a tu hermano o haber causado esa pelea... Pero sí lamento haber tenido que hacerlo a expensas tuyas y haber tenido que ponerte en esa situación incómoda, por decirlo menos... ¿Satisfecha?

    Satisfecha quizás no era la forma correcta de describir cómo se sentía Magdalia en esos momentos. Sorprendida, era quizás algo más cercano. En su mente repasaba poco a poco lo que este individuo le acababa de decir, intentando usar su notoria habilidad para leer a las personas y encontrar algo que no encajara, o algo que le sonara forzado o falso. Pero no encontraba nada parecido; todo le sonaba completamente real.

    Luego de unos segundos de silencio, una pequeña sonrisa se dibujó en sus delgados labios.

    - No sé ni qué decir. – Pronunció de pronto. – Tengo la impresión de que ésta la primera disculpa sincera que le da a cualquier persona en mucho tiempo, ¿o no?

    Enishi pareció incomodarse por el comentario. Con sus dedos se acomodó sus anteojos, haciendo que estos escondieran por completo sus ojos.

    - En mucho más tiempo del que crees…

    - ¿Y por qué lo hizo?

    Esa pregunta fue casi como un golpe directo a la cara, o una sacudida violenta con la intención de despertarlo. ¿Por qué acababa de disculparse? Más importante aún, ¿Por qué se había bajado tan apresurado del carruaje en cuanto creyó verla? ¿Por qué se sentía tan alarmado cuando creyó que tal vez algo le había ocurrido? ¿Por qué la estaba siguiendo por el mercado? ¿Por qué seguía ahí aun hablando con ella?

    Enishi elevó su mano y la pegó contra su frente. No era precisamente que le doliera, pero sentía una fuerte presión a los lados de ésta.

    - No… No lo sé… - Murmuró de pronto, teniendo su cabeza agachada. – No sé… Ni qué rayos hago aquí…

    Sin darse tiempo para dar alguna otra explicación, se dio rápidamente la media vuelta y dio un par de pasos hacia la multitud, con la clara intención de retirarse de una vez por todas. Eso había sido una estupidez, una completa estupidez. Sentía que estaba a punto de perder el control, y lo que menos quería era hacerlo en ese sitio, entre tantas personas… Y tan cerca de ella…

    - ¡Acepto su disculpa! – Gritó Magdalia con gran fuerza a sus espaldas, obligándolo a detenerse de golpe.

    Lentamente, el Líder del Feng Long volvió a girarse hacia la cristiana; ésta había dado un paso en su dirección, y lo miraba fijamente con inquietud. Cuando él se gira de nuevo hacia ella, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios otra vez.

    - Pero en realidad no era necesaria. – Añadió con cautela. – Como bien le dije antes, no estoy molesta con usted, de verdad.

    - ¿No? – Respondió el albino, sorprendido. – ¿Por qué no?

    Magdalia separó sus labios con intención de decir algo, pero pareció arrepentirse al último momento. Volteó un momento hacia un lado, y Enishi notó como sus dedos jugaban nerviosos sobre el mango de la canasta. Estuvo así unos segundos, y luego se viró de nuevo hacia él, y una vez más al parecer con la intención de hablarle. Sin embargo, justo entonces Shouzo se acercó a ella, cargando su canasta con las zanahorias que Magdalia le había mandado a buscar.

    - Aquí están las zanahorias, Santa Magdalia. – Le indicó, enseñándole el contenido de su cesto.

    - Oh, gracias, Shouzo.

    Esa pequeña interrupción había sido bastante inoportuna. Enishi se apresuró a intentar que la conversación volviera al tema, pero justo en ese momento Xung se le aproximó por detrás.

    - Las papas, maestro. – Mencionó el guardaespaldas, cargando todas las papas que había comprado en sus brazos, pues no llevaba una canasta consigo.

    - ¿Se pusieron de acuerdo acaso? – Resopló Enishi con molestia, volteándose hacia él. Xung parpadeó confundido por la pregunta.

    - ¿Disculpe?

    - Nada, olvídalo.

    Magdalia se acercó hacia el chico en ese momento, extendiéndole su canasta para que pudiera colocar ahí las papas.

    - Gracias.

    Se giró entonces de regreso a Enishi, una vez que ya tuvieron todo completo.

    - Me temo que tenemos que irnos.

    Enishi pareció sorprenderse por esas palabras, mas fue incapaz de responder algo inmediatamente; sentía que su lengua se había trabado.

    - Un placer volverlo a ver, Señor Yukishiro. – Añadió Magdalia a su despedida, haciendo una ligera reverencia con su cabeza. – Feliz Años Nuevo.

    - Sí, gracias… Igualmente…

    Sin más, la castaña se dio media vuelta y comenzó a andar; Shouzo no tardó mucho en comenzar a seguirla, como el fiel perro faldero que era. Enishi se veía desconcertado por lo abrupto que eso había sido. Tanto tiempo, ¿y realmente esa sería la última vez que la vería? ¿Y por qué eso le importaba tanto en realidad?

    Aunque ciertamente no podía ocultar la curiosidad que le provocaba eso que le había dicho. ¿Por qué no estaba enojada? ¿Qué era lo que le iba a decir antes de que los interrumpieran?

    - ¿Maestro? – Murmuró Xung a su lado con cautela, como si temiera perturbarlo. – ¿Volvemos al carruaje?

    - Supongo que sí… - Fue la respuesta sencilla y corta del albino, e igual se dio la vuelta y comenzó a caminar.

    Era mejor así, ¿o no? No sabía qué esperaba obtener de todo eso realmente. Todo ese asunto había sido muy raro y sin ningún sentido. El sólo hecho de que ella hubiera aparecido tan repentinamente de regreso a Shanghái y se la hubiera encontrado de esa forma, ya de por sí solo se sentía bastante irreal.

    ¿Pero entonces? ¿Dejaría pasar todo eso como si nada hubiera pasado? Tendría que ser así. ¿Qué otra cosa podría o querría hacer? Ya había obtenido todo lo que le incumbía con los dos hermanitos Amakusa; no había nada más que le interesara en ellos, en especial en ella. Nada más…

    - ¡Señor Yukishiro! – Escuchó de pronto que la voz de Magdalia exclamaba con fuerza detrás de él.

    El albino se detuvo en seco, y luego se giró rápidamente. Entre la multitud, Magdalia se encontraba de pie, un poco agitada pues al parecer había corrido un poco para poder alcanzarlo; Shouzo venía detrás de ella sólo unos pasos detrás. Luego de recuperar un poco el aliento, Magdalia dio un par de pasos más en su dirección para poder estar a la distancia adecuada.

    - Aunque no vayamos a celebrar en sí el año nuevo... Lo cierto es que los niños del Barrio Cristiano se quieren reunir esta noche en la plaza de la iglesia para ver los fuegos artificiales a la media noche; y yo, Shouzo y otros adultos, nos ofrecimos para cuidarlos y prepararles algo de cenar. – Al decir esto último, alzó la canasta que traía, enseñándosela. – ¿Le gustaría... Acompañarnos?

    Enishi pareció atónito ante lo que acababa de oír. Y no era el único: Shouzo y Xung-Liang parecían igualmente confundidos.

    - ¿Me estás invitando?

    - Creo que es obvio. – Le respondió con simpleza, sonriéndole levemente. – Si va... Tal vez podamos hablar con más calma… Si lo desea…

    ¿Era enserio o acaso era algún tipo de broma? ¿Qué intención podía tener con todo eso? Fuera lo que fuera, sentía que no era solamente hablar. De manera lógica, no tenía ningún motivo para querer aceptar esa invitación, y menos considerando que tenía cosas mucho más importantes que hacer, que ir al Barrio Cristiano a hablar con más calma con esa chica. Pero… ¿Y de manera no lógica?

    Enishi desvió un poco su mirada hacia un lado, meditando la situación. Se le veía muy intranquilo. De hecho, en todo ese momento desde que se cruzaron, Magdalia pudo notar algo muy diferente en él. En todo ese tiempo no estuvo sonriendo de forma astuta como siempre, ni haciendo bromas, ni tenía ese constante porte de saberlo todo. Vaya, incluso se acababa de disculpar con ella…

    - ¿Tu hermano estará ahí? – Inquirió dudoso de pronto el albino.

    Magdalia se sorprendió un poco por tan repentina pregunta. Miró unos momentos al cielo con expresión pensativa, y luego negó lentamente con su cabeza.

    - No, la verdad no lo creo.

    - Entonces... – Calló uno segundos, y luego prosiguió. – Quizás lo piense... Con una condición...

    Magdalia parpadeó confundida. Pensaba que el “hablar con más calma” ya era suficiente condición, pero al parecer no.

    - Vuelve a llamarme por mi nombre como aquella noche. – Murmuró en voz baja, y entonces la volteó a ver con una leve sonrisa. – Era más agradable.

    La castaña se sobresaltó al escuchar tal petición; un ligero sonrojo se hizo notar en sus mejillas. No le respondió nada, ni tampoco él esperó a que lo hiciera. Simplemente volvió a girarse sobre sus pies y seguir con su camino.

    - Vámonos, Xung. – Ordenó con cautela, y el joven rápidamente lo siguió.

    Magdalia se quedó de pie en su sitio, viendo fijamente como se alejaban entre la multitud, hasta que ya no los vio más. Alzó su mano derecha, colocándola sobre su pecho para sentir un poco su corazón; éste se agitaba con rapidez. ¿Era miedo acaso? ¿Nervios?, ¿o…?

    - Santa Magdalia. – Escuchó que Shouzo decía a su lado. Estaba más que claro que quería decir algo más, pero en ese mismo instante ella alzó una mano hacia él, indicándole que parara.

    - Por favor, no ahora, Shouzo. – Le indicó casi como una súplica.

    Un denso suspiro se escapó de los labios de la cristiana, y entonces hizo lo mismo que había hecho hace un momento, dándose media vuelta y comenzando a caminar de regreso a su posada.

    - - - -​

    Enishi y Xung se dirigieron de regreso a su carruaje, que seguía parado justo donde lo habían dejado, aun a pesar de que estaba obstruyendo la calle. Pero claro, pocos se atreverían a hacer algo contra un carruaje del Feng Long.

    - ¿Enserio considerará ir, maestro? – Cuestionó Xung, confundido. – Rechazó cenar con todos los Jefes porque dijo que tenía... Asuntos importantes de qué encargarse, ¿o no?

    - Sí, eso dije, ¿verdad? – Comentó con un tono ligeramente juguetón, cuando ya tenía un pie en el escalón del carruaje para subirse. Sin embargo, no avanzó al interior; se quedó quieto en esa posición. – Pero... Vaya, creo que en realidad sí me da un poco de curiosidad saber porque habrá vuelto realmente a Shanghái, ¿sabes? Es un poco raro haberla visto de nuevo de esta forma… ¿Y a qué se refería con que no estaba molesta conmigo? ¿Basura cristiana de poner la otra mejilla? ¿O quizás...?

    Enishi no podía creerlo, pero al parecer era innegable, incluso para él. Creía que su interés en los Amakusa, sobre todo en Magdalia, había desaparecido tras esa noche. Había obtenido lo que quería de ellos, y podía dejarlos partir sin problema. No había nada más en ninguno de los dos que le podría interesar. Sin embargo, al parecer, estaba equivocado…

    En lugar de entrar al carruaje, bajó su pie y volvió a cerrar la puerta. Sin dar alguna explicación, se dirigió hacia el chofer para darle indicaciones.

    - Estaciónate a la vuelta y espéranos. – Le indicó, señalando al frente con su dedo. El chofer ni siquiera lo dudó y de inmediato hizo que los caballos se pusieran en marcha. Un segundo después, él hizo lo mismo. – Vamos, Xung.

    - Pero… ¿A dónde vamos, maestro? – Inquirió Xung, que ya a esas alturas parecería que “confundido” iba a ser su estado natural ese día.

    Enishi no se detuvo ni lo volteó a ver. Simplemente sonrió de lado con entusiasmo, y le respondió…

    - De compras.

    FIN DEL CAPITULO 20

    Un año termina, y otro comienza. Bajo el cielo estrellado de Shanghái, Enishi y Magdalia conversan una vez más. Sin embargo, esta vez es al Jefe del Feng Long a quien le toca decir la verdad… ¿Qué ocurrirá después de que el cielo se cubra de luces?

    Capítulo 21: Fuegos Artificiales
     
  4.  
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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    26
     
    Palabras:
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 21
    Fuegos Artificiales

    Shanghái, China
    01 de Febrero de 1878 (4574 del Calendario Chino)


    Ya había anochecido y los faroles de gas estaban encendidos y alumbrando ligeramente la noche. La plaza central del Barrio Cristiano se encontraba particularmente poblada en esos momentos, aunque en su mayoría eran niños, y sólo unos cuantos adultos. Era el último día del Año Chino, y toda la ciudad estaba de fiesta, llena de luces y de ruido. En comparación, el Barrio Cristiano se encontraba mucho más tranquilo, pues no era precisamente una fiesta que ellos festejaran de manera particular. Sin embargo, era difícil, sino es que imposible, evitar que los niños se emocionaran con los fuegos artificiales que iluminarían el cielo justo a la media noche. Todos los niños del barrio habían acordado reunirse en la plaza para verlos, así que algunos adultos se ofrecieron a servir de guardia, entre ellos Magdalia, y por adición Shouzo igual.

    Justo afuera de la capilla, habían colocado cuatro mesas alargadas, una a lado de la otra y las habían cubierto con manteles blancos. Colocaron sillas a cada lado, para poder servirles algo de cenar a los niños, y claro también a sus cuidadores. Pusieron las ollas con comida en una hoguera que prepararon a un costado de la capilla, calentando los platillos en preparación para ser servidos cuando fuera el momento.

    Mientras tanto, Magdalia se divertía entreteniendo a los más pequeños. Siempre había tenido gran facilidad para llevarse con los niños, y estos siempre parecían tener una gran facilidad para encariñarse con ella y hacerle caso… bueno, más o menos hacerle caso. Desde sus años viviendo en Hong Kong, disfrutaba mucho jugar con ellos y enseñarles cosas; en otras circunstancias, quizás hubiera sido una muy buena maestra… quizás…

    Más que nada por la insistencia de los niños, Magdalia había accedido a jugar con ellos a “Burlar al Hombre Ciego” o “La Gallina Ciega”. Como era de esperarse, ella fue la seleccionada para ser la Gallina Ciega. Los niños le colocaron un pañuelo blanco alrededor de los ojos, privándola por completo de su vista. Luego la hicieron dar varias vueltas, y entonces, mientras ella estaba aún un poco mareada, comenzaron a girar a su alrededor al tiempo que cantaban y reía. La joven castaña, extendía sus brazos al frente, intentando atrapar a alguno de los pequeños, mas sus manos siempre terminaban por sólo abofetear el aire. Podía sentir como se movían a su alrededor y reían entre ellos con complicidad cada vez que fallaba, a veces por un pelo, de atrapar a alguno.

    - No es cortés reírse así de las personas. – Les decía con falsa molestia.

    No creyó que de hecho fuera a ser tan complicado; se veía que esos niños tenían gran facilidad para escurrirse, y encima de todo estaban en un espacio considerablemente amplio.

    Por unos instantes, pareció que todos los niños hubieran callado abruptamente; ya no se escuchaba ni un sólo sonido, ni de pasos, ni de risas, ni de cantos. Eso inevitablemente terminó por ponerla un poco nerviosa.

    - Oigan, no es justo; no se queden callados. – Recriminó la cristiana. – ¿Dónde están? ¿Dónde están?

    Entre todo el silencio, escuchó una serie de pasos acercándose por su costado derecho. Se giró rápidamente en esa dirección, y comenzó a avanzar moviendo sus manos en el aire, algo bajas a la altura que esperaría encontrarse con la cabeza de un niño. Luego de sólo unos cuantos segundos, sus manos al fin lograron tocar algo, pero no parecía ser la cabeza de un niño. Pero sí parecía la tela de la ropa de alguien… Pero de alguien más adulto. Palpó un par de veces para cerciorarse, y entonces escuchó una serie de risillas burlonas a sus espaldas.

    - Vaya, no me esperaba este recibimiento. – Escuchó como una voz grave, nada similar a la de un niño, pronunciaba justo delante de ella; y lo peor fue que… la voz le pareció bastante familiar.

    Con su mano se levantó la venda de los ojos y alzó su mirada, encontrándose justo con lo que no deseaba encontrarse: unos astutos ojos turquesa, que apenas y se asomaban sobre el armazón de unos lentes oscuros, y de debajo de algunos mechones blancos.

    - Hola de nuevo. – Comentó de pronto la misma voz orgullosa. – Qué curioso encontrarnos por aquí.

    Magdalia apenas y logró salir de su asombro, para darse cuenta de que su otra mano, lo que tocaba era justamente el vientre del joven albino. Rápidamente la retiró y dio varios pasos en reversa para alejarse de él; los niños a sus espaldas volvieron a reír al unísono.

    Sólo hasta entonces la cristiana tuvo la serenidad de poder ver con más cuidado a la persona recién llegada. En efecto era quien pensaba: Yukishiro Enishi en persona, el mismo que acababa de ver esa tarde en el mercado, aunque ahora había algo distinto en él; más específicamente en la ropa que usaba. En lugar de las finas prendas que siempre traía consigo, en esa ocasión usaba un atuendo mucho más discreto: zapatos cafés con apariencia roída, unos pantalones grises, abrigo café oscuro desalineado, guantes negros sin dedos, y una boina también café sobre su cabeza, que ocultaba gran parte de su singular cabello.

    Como era de esperarse, además, no venía solo. Unos pasos detrás de él, venía el mismo chico que siempre lo acompañaba a todos lados. También usaba ropas distintas, del mismo estilo que las suyas, o no traía, al menos de forma visible, los sables que siempre cargaba en su espalda. Aun así, era fácilmente reconocible que se trataba de él.

    - Ah… Hola… - Comentó la ojos verdes luego de un rato, una vez que pudo aclarar de nuevo sus ideas. – La verdad no creí que fueras a venir.

    - Oh, lo siento. ¿La invitación no era enserio? – Le cuestionó Enishi con un tono burlón.

    - No, no, sí lo era. Pero no creí que la aceptaras. – Guardó silencio unos momentos, y entonces bajó su mirada echándole un segundo vistazo a sus ropas. – Bonito atuendo.

    - Gracias. Bastante común, ¿o no?

    Sentía la necesidad de preguntar, pero en el fondo sabía que sería una pregunta de más. Lo más seguro era que, estando las calles tan repletas de gente por las fiestas, hubiera querido pasar desapercibido; después de todo, era una persona que difícilmente podía no llamar la atención. Además claro, quizás buscaba no causar tanto alboroto en ese mismo sitio con su presencia, aunque fácilmente cualquiera podría saber que no era de por ahí y preguntarse quién era ese extraño.

    Magdalia sonrió divertida.

    - Creo que falta algo.

    - ¿Qué?

    Señaló entonces a sus propios ojos, indicándole con esa simple seña a qué se refería.

    - ¿Los anteojos? – Comentó Enishi, acercando su mano a ellos, pero sin tocarlos. – Pero si son parte del disfraz.

    - Siempre usas anteojos oscuros. Si tu intención es disfrazarte, es más probable que no te reconozcan sin ellos.

    Antes de darle tiempo de replicar, la joven se dio a sí misma la libertad de aproximarse hacia él y tomar los anteojos con sus dos manos. El albino se quedó totalmente quieto, posiblemente algo sorprendido por la repentina cercanía de la cristiana. No opuso resistencia alguna cuando ella tomó los anteojos con sus manos y se los retiró con cuidado.

    - Listo, no dolió, ¿o sí? – Comentó sonriente, teniendo los lentes entre sus manos.

    - Muy simpática. – Comentó Enishi con seriedad, desviando su mirada hacia otro lado. No lo diría en voz alta, pero de hecho sí se sentía un poco extraño de no traerlos puestos en esos momentos; era casi como sentirse expuesto sin razón aparente.

    Las risas de los niños detrás de Magdalia llamaron de nuevo su atención; parecían estarse burlando de ella, de una forma nada discreta.

    - Dejen de reírse sin motivo, y vayan a la mesa que ya es momento de cenar. – Les indicó al girarse nuevo hacia ellos y aplaudiendo un par de veces con sus manos. – Vamos, vamos, no se queden ahí parados; quien no cene, no podrá ver los fuegos artificiales. Andando.

    El grupo comenzó a correr en manada hacia el frente de la capilla, en donde habían colocado las mesas para la cena.

    - Ustedes también vengan. – Les comentó Magdalia a sus dos invitados. – La cena ya casi se sirve.

    - Disculpa, pero yo no vine a cenar. – Comentó Enishi de inmediato, de una forma un poco cortante. – Dijiste que hablaríamos con más calma del porqué estás de regreso aquí en Shanghái si venía, y cómo ves, cumplí.

    Magdalia parpadeó un par de veces, ligeramente confundida por sus palabras.

    - ¿Enserio te interesa tanto que sólo por eso aceptaste mi invitación?

    - Sí, exactamente fue sólo por eso. ¿O es que acaso tú me invitaste por algún otro motivo?

    La joven guardó silencio un rato. Alzó su mirada unos momentos hacia el cielo, como si estuviera meditando, pero era imposible adivinar qué pues su expresión se había turnado algo seria e inexpresiva.

    - Bueno, como prefieran. Pero yo sí voy a cenar. Pueden quedarse aquí y esperarme, o son libres de acompañarnos a comer.

    - Oye, aguarda un momento…

    - Con su permiso.

    Antes de que Enishi terminara de hablar, la joven le hizo una ligera reverencia con la cabeza, y entonces se giró y se alejó caminando en la dirección a la que se habían ido los niños. Enishi tuvo la tentación de decirle que se detuviera, pero sabía muy bien que iba a ser inútil.

    Debería de haberse sentido molesto en esos momentos, pero en lugar de eso de sus labios sólo surgió risa corta, pero sonora.

    - Vaya mujer, ¿no crees, Xung-Liang? – Comentó divertido, volteando a ver a su guardaespaldas sobre su hombro.

    - Siempre me ha parecido un tanto peculiar, maestro… Si me permite decirlo.

    - Te lo permito. Pues bien. – Se encogió entonces de hombros con resignación. – Supongo que no tenemos muchas alternativas.

    Sin decir mucho más, comenzó a caminar en la misma dirección en la que Magdalia se había ido. Al inicio Xung no pareció entender qué era lo que haría, pero luego de algunos pasos lo comprendió, y de inmediato se adelantó para marchar detrás de él.

    Cerca de la mitad de los niños ya habían tomado asiento. Shouzo se encontraba en esos momentos colocando platos y cubiertos en cada lugar de la mesa, mientras dos mujeres del barrio intentaban acomodar a los pequeños. Cuando Enishi y Xung rodearon la iglesia, y el joven de cabellos negros los vio, no pudo esconder en lo más mínimo su asombro, y posterior molestia. Enishi percibió de inmediato las ganas que tenía de recriminarles su presencia en ese mismo momento, pero de seguro el recuerdo de la invitación que la propia Magdalia les había hecho lo hacía contenerse.

    - ¿Decidieron acompañarnos? – Escuchó la voz de Magdalia preguntándoles, y un segundo después apareció frente ellos, sujetando en sus manos una jarra con agua. – Pasen, siéntense donde puedan.

    Enishi hizo caso y se aproximó con cautela a la mesa. En más de una ocasión niños pasaron corriendo frente a él y tuvo que detenerse en seco para evitar chocar con ellos. Al final llegó a su destino, y tomó una silla en el extremo de la mesa; Xung se quedó de pie detrás de él.

    - Toma asiento también, por favor. – Le indicó Magdalia al guardaespaldas, al tiempo que vertía el agua de la jarra en el vaso frente al lugar de Enishi.

    Xung pareció alarmado, por no decir asustado, por tan escandalosa sugerencia.

    - Yo… No tengo permitido sentarme y comer en la misma mesa que mi maestro. – Respondió con un tono casi nervioso.

    Magdalia lo volteó a ver sorprendida, y luego su atención se volvió hacia Enishi.

    - Oh, vamos, ¿es enserio? – Le cuestionó al albino con cierto tono de reproche en su voz.

    - No me mires a mí. – Respondió rápidamente encogiéndose de hombros. – Esa es cosa de él. Por mí puede sentarse donde quiera. – Volteó entonces a ver a Xung sobre su hombro. – Anda, es una orden si eso te hace sentir mejor.

    Se veía desde lejos que la duda lo carcomía por dentro. Lentamente se aproximó a la silla que estaba justo al lado de Enishi, y con la misma duda se dejó caer de sentón en ella. Se quedó quieto como estatua en su asiento, con sus ojos totalmente abiertos y puestos al frente, como viendo sólo el vacío.

    Enishi no pudo evitar reír divertido por tan singular reacción.

    - Pareciera que te acabaras de sentar en carbón prendido, querido Xung. – Pronunció en voz alta, evidentemente causando una sensación de incomodidad en su acompañante.

    Sólo hasta entonces Enishi posó su atención en el vaso de agua que Magdalia le había servido. Pero entonces se dio cuenta de que no era precisamente agua. Tomó el vaso, e intentó verlo contra la escasa luz que los alumbraba esa noche. Era más opaco que el agua. Lo acercó a su rostro y dio una olfateada rápida; el aroma que llegó a su nariz le fue de inmediato reconocible.

    - ¿Acaso es lo que…?

    Volteó a un lado esperando ver a Magdalia para preguntarle, pero ella ya no estaba ahí. De hecho, ya se encontraba varios lugares lejos de él, continuando sirviendo los vasos, hasta que el líquido de la jarra se acabó, y entonces se alejó de la mesa, seguramente para buscar más.

    Enishi miró una vez más su vaso, y dio un pequeño sorbo de su contenido. No le quedó la menor duda: era agua y limón, con un ligero toque de azúcar. Eso era lo que ella había pedido en el restaurante aquella noche para tomar. Tan sencillo y simple, pero… En realidad no sabía nada mal.

    La cena fue igual de simple: un estofado de res en caldo con verduras, pan y algunas papas cocidas. En cuanto a Enishi le sirvieron su plato, y sintió su aroma impregnándole la nariz, se dio cuenta, o más recordó, que se había ido del restaurante esa tarde sin haber comido; sólo entonces fue consciente de que de hecho sí tenía hambre. Sintió de inmediato la intención de comenzar a comer, pero un instante antes de dar el primer bocado, se dio cuenta de que nadie más en la mesa comía. Aún después de que igualmente ya tenían su plato frente a ellos, nadie los tocaba; en lugar de eso platicaban entre ellos, o simplemente permanecían callados, esperando.

    Luego de un rato, notó que Magdalia se colocaba de pie justo en la cabecera de la mesa, en el extremo contrario a aquel en el que él estaba.

    - Oremos en silencio. – Exclamó con un tono elevado para que todos la escucharon.

    De inmediato, todos cerraron los ojos, juntaron sus manos frente a ellos y agacharon su cabeza en posición de oración; claro, todos menos Enishi y Xung. Éste último volteó a ver a su amo, intentando preguntarle con la sola mirada si tenía que hacerlo también. Enishi pareció comprender su incertidumbre, y simplemente negó con su cabeza, indicándole que no. En su lugar, los dos se quedaron callados, aguardando a que ellos terminaran con lo suyo.

    - Demos gracias al Señor. – Continuó recitando la joven castaña. – Bendícenos Señor, y bendice estos alimentos que hemos recibimos gracias a tu generosidad. Da pan a los que tienen hambre, y hambre de Dios a los que tienen pan. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor…

    - Amén. – Pronunciaron todos al mismo tiempo como una sola voz.

    Una vez hecho, todos abrieron de nuevo los ojos y comenzaron a comer. Magdalia tomó asiento en la cabecera, lo que llamó un poco la atención a Enishi. No era común que una mujer ocupara la cabecera de una mesa de esa forma, ni siquiera en las costumbres cristianas, al menos hasta donde él sabía. Quizás no había otro lugar; la presencia de ellos dos bien podría haber provocado un movimiento en las sillas. O, sólo quizás, era una representación de lo realmente importante que era esa mujer para los demás presentes.

    Mientras comían, los niños reían y jugaban, y los adultos platicaban entre ellos. Enishi y Xung sólo comían en silencio.

    Quizás era el hambre, pero había algo singularmente delicioso en ese estofado, en esas papas y en ese pan, que a Enishi lo tenía ligeramente cautivado. Desde que había tomado su posición actual, estaba acostumbrado a los manjares más deliciosos que China y Europa le ofrecían. ¿Por qué entonces esa comida tan sencilla, preparada en un barrio tan humilde como ese, y con ingredientes tan comunes comprados en el mercado, le parecía más delicioso que mucho de lo que hubiera probado últimamente? ¿Qué lo hacía tan diferente?

    Enishi quizás dedicó demasiado esfuerzo en esos pensamientos, más del que dedicó a de hecho disfrutar lo que comían. Había algo… quizás familiar en su sabor, en su aroma. Algo que le provocaba cierta… ¿Nostalgia?

    Alguien se le paró de pronto a un lado, y por mero reflejo él se sobresaltó casi asustado, colocándose a la defensiva. Sin embargo, su peligro inminente resultó ser sólo una pequeña niña de cabellos anaranjados, nariz redonda y rostro manchado, que lo veía fijamente con una amplia sonrisa.

    - ¿Eres el esposo de Santa Magdalia? – Le preguntó directamente y sin rodeos.

    - ¿Disculpa? – Contestó Enishi, confundido por tal pregunta.

    - ¡No digas tonterías! – Escuchó como exclamaba con fuerza un niño, sentado delante de él. – Santa Magdalia no tiene esposo. Ella es pura y santa como la madre de nuestro señor.

    - Igual puede tener esposo. – Le recriminó la niña, molesta por su abrupta intervención.

    - Qué no.

    - Qué sí.

    - Qué no.

    - Qué sí.

    - Hey, basta ustedes dos. – Los calló Enishi de inmediato. – Nadie es esposo de nadie, ¿sí? Santa Magdalia y yo… Sólo somos…

    Enishi dudó profundamente en cómo terminar esa frase. ¿Qué eran ellos dos exactamente? ¿Eran algo que fuera digno de ser llamado de alguna forma? ¿Más allá del hecho de que casi mató a su hermano, y éste casi lo mató a él?

    - Sólo somos amigos. – Escuchó de pronto pronunciar a sus espaldas.

    Enishi se quedó casi helado al escucharla justo detrás de él; se quedó tan inmóvil que ni siquiera la volteó a ver, pero sabía muy bien que se trataba de ella…

    - Es un amigo que invité a cenar con nosotros. – Añadió Magdalia, estando de pie detrás de la silla de Enishi; detrás de ella, Shouzo le acompañaba. – Y no estén haciendo preguntas que puedan incomodar a las personas, por favor.

    - ¿Pero qué no es el chico que te salvó de ese sujeto que te quería hacer daño? – Comentó la niña, con notoria curiosidad.

    Magdalia se sobresaltó sorprendida por la pregunta. Así que aun recordaban ese incidente; bien, no era algo fácil de olvidar después de todo.

    - Sí, fui yo. – Comentó de pronto Enishi con cierta prepotencia en su tono, volteando a ver a la niña con una sonrisa astuta. – Le di una paliza a ese hombre malo. Genial, ¿no?

    - ¡Sí! – Exclamó apresurada con emoción. – ¿Por qué no se casa con él, Santa Magdalia?

    - ¡Deja de molestar a Santa Magdalia con tus preguntas tontas! – Gritó casi molesto el niño, y rápidamente se paró y rodeó la mesa hacia ella. Al verlo acercarse, la niña comenzó a correr alarmada.

    - ¡No!, ¡déjame!

    Ambos niños se alejaron corriendo a toda velocidad hacia el otro lado de la mesa.

    - ¡Niños!, ¡no peleen! – Les gritó la joven cristiana, pero no hicieron caso alguno.

    - Parece que tenemos una admiradora. – Comentó Enishi con cierto tono de humor, volteando a ver a Magdalia de rejo. Ésta miró hacia otro lado, un poco apenada.

    - Los niños no saben lo que dicen.

    - Sí, es verdad…

    El ambiente se turnó ligeramente pesado de golpe. Cada uno miraba hacia otra dirección, casi como si temiera ver al otro. Ambos se quedaron en silencio absoluto por un rato, antes de que Enishi al fin se levantara de su silla y se girara de lleno hacia ella, obligándola a su vez a voltearlo a ver.

    - Bien, supongo que ya cenaste, ¿no? – Le comentó el albino con seriedad. – Ahora creo que es momento de darme lo que me debes, Santa Magdalia.

    La joven Amakusa lo vio de reojo en silencio. Cruzó entonces sus manos frente a ella y se paró derecha.

    - De acuerdo. – Comentó con firmeza. Echó entonces una mirada rápida, tanto a Shouzo como a Xung. – Si nos disculpan un momento, queremos hablar a solas.

    De inmediato comenzó a andar, aun antes de darle tiempo a alguno de los dos guardaespaldas de procesar su petición.

    - Pero, Santa Magdalia… - Comentó Shouzo, siguiéndola con la vista.

    - Todo está bien, Shouzo; tranquilo. – Le respondió sin voltear a verlo, aunque sí se viró unos segundos hacia Enishi. – ¿Vienes?

    - ¿A dónde?

    - A donde podamos hablar a solas, obvio.

    Sin más explicación, siguió caminando. Enishi parecía un poco desconcertado, pero igual hizo lo que le pidió; no sin antes indicarle con los puros ojos a Xung que se quedará ahí. Aunque no dijo nada, el sentimiento de incertidumbre del chico era casi el mismo que el de Shouzo. Ambos simplemente se quedaron en su lugar, viendo cómo se alejaban entre las personas.

    Shouzo suspiró entonces con mucho pesar. Pero, ¿qué significaba realmente ese suspiro? ¿Cansancio? ¿Resignación? ¿Preocupación? ¿Quizás un poco de todo?

    - No pareces estar muy feliz con la escena ante ti. – Escuchó entonces como Xung-Liang, justo a su lado, le comentaba.

    Shouzo pareció sorprenderse, y se viró con cautela hacia él; Xung tenía sus fríos ojos puestos en él, asomándose desde la sombra que causaba su boina sobre su rostro. Le parecía un poco extraño que ese sujeto le estuviera hablando. Siempre había estado a lado de ese sujeto, casi siempre que lo había visto, pero en realidad casi nunca habían intercambiado palabra; y la verdad era que tampoco era algo que le entusiasmaba mucho hacer. Él era después de todo quien los había atacado en la posada esa noche y llevado a Santa Magdalia por orden de ese sujeto. De hecho, fue en ese momento en el que le había dicho las únicas palabras que al menos él recordaba antes de ese momento: “Desde la primera vez que te vi supe que eras alguien especial.”; pero claro, estaba seguro de que dichas palabras no eran con la intención de halagarlo.

    Aunque también le había ordenado no acercarse a Santa Magdalia cuando estaban en la casa de campo, aunque él insistiera que debía permitir que se la llevaran; lo cual tampoco contaba como una conversación real.

    - ¿Por qué habría de estarlo? – Le respondió de forma seca y cortante.

    - ¿Estás celoso, quizás?

    - ¡No!, ¡claro que no! – Soltó de golpe casi alarmado. – ¡Mis sentimientos por Santa Magdalia no son nada parecidos a eso! Santa Magdalia es algo sagrado para mí, es casi como si fuera mi Diosa.

    - No sé mucho de cristiandad, pero me parece que lo que acabas de decir es digno de ser llamado herejía.

    Esa acusación alarmó aún más a Shouzo. Rápidamente se debió a otro lado, quizás por pena, o quizás por rabia. Xung lo miraba fijamente con suma curiosidad.

    - ¿Te preocupa que tu Diosa tal vez empiece a tener otro tipo de sentimientos... hacia el Maestro Enishi?

    Shouzo no tuvo reacción alguna ante su pregunta. Se quedó quieto, aun volteado hacia otro lado, y en absoluto silencio.

    - Yo... No creo que sea eso. – Murmuró en voz baja. – Yo se lo pregunté hace mucho, y me dijo que no era así…

    - ¿Y enserio lo crees? Sus acciones de esta tarde, invitarlo aquí sólo para hablar, aun después de lo que pasó con su hermano… no es algo normal.

    De nuevo, Shouzo permaneció en silencio. De cierta forma, ese sujeto acababa de exteriorizar lo que él mismo había estado pensando todo el día. Alzó en ese momento su mirada al frente, en el momento justo en el que pudo notar que Magdalia encaminaba a Enishi hacia el interior de la iglesia, y entonces ambos se perdían de su vista.

    - ¿Y qué hay de él? – Soltó de golpe en voz baja. – ¿Cuál es la opinión de él hacia ella?

    - ¿Francamente? – Masculló Xung-Liang con mesura. – No tengo ni la menor idea. El Maestro Enishi es un completo misterio para mí. Cuando creo haberlo comprendido aunque sea un poco, se vuelve aún más confuso. Pero… No creo que tenga intención de hacerle algún mal a ella o a su hermano en estos momentos; creo que ya no tiene ese tipo de interés en ellos. Pero el qué tipo de interés tiene ahora, es precisamente lo que no sé…

    Shouzo podía entender en gran medida las dudas que ese individuo expresaba; eran básicamente las mismas que él tenía.

    - - - -​

    Enishi comenzó a sentir una ligera incomodidad cuando se dio cuenta de que Magdalia lo guiaba hacia el interior de la iglesia, si se le podía realmente llamar de esa forma. El exterior del edificio era realmente descuidado, como el de un edificio abandonado. El interior, igualmente tenía su apariencia rustica y quebrantada, pero parecía que se hacía un mejor esfuerzo por disimularlo. Todo estaba casi cubierto por completo de velas encendidas por donde veía; sobre todo al frente, en el altar debajo de la gran cruz de acero. Tenía algunos estandartes purpuras colgados de la paredes y arreglos de flores. Aun con todo eso, era difícil ignorar que sobre sus cabezas apenas y había un poco de techo, y gran parte de él parecía ser empajado.

    Aun así, era extraño como en cuanto entraron, apenas y se lograba escuchar un poco el ruido de afuera, aun con todos los niños gritando y corriendo. El sitio de hecho estaba bastante silencioso, incluso “aterradoramente” silencioso. La única otra persona presente a parte de ellos, era una mujer, sentada en la fila de hasta adelante, con su cabeza agachada, y que no pareció reparar en su presencia.

    - ¿Qué ocurre? – Escuchó que Magdalia delante de él le cuestionaba. – ¿Te incómoda estar aquí? Ya habías entrado, ¿no?

    - Sí... Pero en esa ocasión en realidad no era muy consciente de donde estaba...

    - ¿Cómo es eso?

    - Es complicado...

    La única vez antes de ese día en que había estado en esa iglesia, o en Barrio Cristiano en general, fue el día en que los hombres Ming-hu habían ido a causar problemas, y prácticamente sin quererlo se había metido en el problema. Los hechos de ese momento aún le eran algo confusos en su cabeza.

    - Sentémonos. – Le indicó Magdalia cuando llegaron a la fila del centro, y entonces ella tomó asiento en la banca del lado derecho.

    Enishi hizo lo mismo, sentándose a su lado, aunque manteniendo cierta distancia entre ambos, lo suficiente como para que cómodamente una tercera persona se sentara entre ellos si fuera el caso.

    - ¿Siempre es así de silencioso?

    - Es una iglesia, después de todo. – Comentó ligeramente divertida por la forma en la que lo había preguntado.

    Ambos guardaron silencio por un rato luego de eso, como si esperaran que el otro comenzara de alguna forma la conversación.

    - ¿Puedo preguntarte porque te interesa tanto el saber por qué hemos vuelto a Shanghái?

    - Ya lo dije. Sólo es curiosidad, si acaso. Esa noche me pareció que tu hermano estaba más que decidido a irse de aquí y jamás volver.

    - Decidido a irse, sí. A jamás volver, eso no lo creo. Lo cierto es que luego de que nos fuéramos de Shanghái el octubre pasado, seguimos esparciendo nuestra palabra entre las personas en los otros puertos. Tuvimos algo de apoyo, aunque no tanto como el que esperábamos. Se volvió obvio que necesitábamos de algún otro tipo de ayuda para nuestra causa, sobretodo ya que las negociaciones con el Feng Long no salieron del todo bien. Tuvimos problemas con ello, pero Kaioh al parecer ha conseguido un gran apoyo con la diplomacia Holandesa en Nagasaki.

    - ¿Con los Holandeses? – Cuestionó Enishi, algo confundido.

    - Así es. Kaioh se las arregló para exponerles nuestros deseos con Shimabara, y al parecer están interesados en darnos su apoyo. Aún falta ajustar varios detalles, pero por lo que entiendo todo parecer ser ya un hecho. Por eso haremos un segundo intento de invitar a los cristianos japoneses de Shanghái y de los otros puertos de China a venir a Shimabara con nosotros. Así que, en pocas palabras, es por eso que volvimos.

    Así que se trataba de eso. Bien, no era algo tan sorprenderse; Enishi ya había considerado la posibilidad de que su regreso se debía a que querían seguir convenciendo a la gente de unírseles. Claro, no había imaginado los detalles finos de ello. Aun así, se sentía un poco… ¿decepcionado? Sí, quizás era la forma de decirlo, pero no identificaba porqué. ¿Su motivo para volver a Shanghái le decepcionaba? ¿Por qué? ¿Esperaba acaso que su respuesta fuera una totalmente diferente? ¿Qué era lo que esperaba que le dijera en realidad?

    - Ya veo. – Murmuró en voz baja luego de algunos segundos de meditación. – ¿Pero enserio creen que puedan confiar en los holandeses para llevar a cabo sus planes?

    - Mi hermano normalmente no confía en nadie, pero parece tener un buen presentimiento en esta ocasión. Después de todo, estaremos tratando con hermanos cristianos como nosotros…

    - Y no con delincuentes sin religión como yo, ¿no? – Interrumpió el albino de golpe, antes de que terminara de hablar.

    - No quería decirlo de ese modo. Pero no te mentiré; lo cierto es que por la naturaleza misma de nuestra causa, nos da más confianza tratar con personas que comparten nuestras creencias. Espero eso no te moleste de algún modo. Después de todo, las negociaciones con ustedes no se pudieron llevar acabo por otros motivos, totalmente ajenos a esto.

    - No tienes que disculparte. – Volteó a verla entonces con una sonrisa pícara. – Lo creas o no, incluso en este negocio, son muy pocos los que siguen adelante con un trato luego de que el jefe del otro lado intentó dispararle a tu hermana, la secuestrara, y después tuviera una pelea con espadas contigo. Y si también te soy sincero, lo cierto es que gran parte de nuestros líderes no estaban interesados dicho negocio.

    - Lo supuse. – Añadió Magdalia con confianza. – Todo siempre fue un truco para tenernos cerca y poder retar a mi hermano, ¿no?

    - Algo así. – Le respondió con un tono astuto, guiñándole un ojo de manera casi descarada. – Pero volviendo a tu tema, hermanos cristianos o no, te puedo asegurar que los holandeses tampoco los apoyaran sin querer algo a cambio. De hecho, siendo alguien que ha tratado con occidentales durante largo tiempo, te puedo decir que es probable que tengas que cuidarte aún más de ellos que de nosotros. Deberán tener eso en cuenta.

    Enishi notó en ese momento que Magdalia lo miraba con sumo interés en su mirada, con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. Le pareció realmente extraño que lo estuviera viendo de esa forma; no se parecía en nada a ninguna de las expresiones que le había visto hasta entonces, incluso en aquellas en la que no lo miraba con enojo o con repudio.

    - ¿Estás preocupado por nosotros, acaso? – Comentó la cristiana, casi como una acusación.

    - Yo… No le diría preocupación. – Murmuró en voz baja con cierta duda. – Sólo tómalo como un consejo… de un amigo…

    Magdalia pareció sorprenderse ligeramente al escucharlo.

    - ¿Amigo? ¿Entonces sí nos ves cómo amigos?

    - Si no quieres, me retracto. – Le respondió casi como un reproche, girándose hacia otro lado. – Pero ya le dijiste a la niña de afuera que lo éramos, así que eso te convertiría en una mentirosa.

    Escuchó entonces como la castaña reía despacio, casi como si quisiera contenerse y no reír más fuerte.

    - Lo siento, no quería que sonara de esa forma. Es sólo que no pensé que tú me vieras así. Creí que luego del duelo con mi hermano, tu interés hacia nosotros sería totalmente nulo.

    Y no era la única. Él mismo aun lo pensaba de esa forma, y aun se debatía consigo mismo el porqué estaba realmente en ese sitio. Además, ¿realmente veía a esa cristiana como… su amiga? ¿O quizás sólo lo estaba diciendo con sarcasmo?

    Aunque Magdalia ya había mencionado a su hermano en pasadas ocasiones durante esa conversación, fue hasta esa última mención que se volvió más consciente de la persona detrás de las menciones. Shougo Amakusa… Si aún le era difícil entender por qué Magdalia se sentía tan normal estando ahí sentada hablando con él, le era simplemente imposible incluso comenzar a imaginar qué era lo que ese individuo pensaba en esos momentos de él.

    La mujer en la fila de enfrente se puso en ese momento de pie y comenzó a andar por el pasillo entre las bancas, directo hacia la puerta. Enishi le miró fugazmente de reojo al pasar a su lado.

    - Tengo curiosidad. ¿Tu hermano sabe que tú...?

    No terminó su pregunta, pero Magdalia pareció descifrar de inmediato qué era lo que continuaba.

    - ¿Qué te invité a venir? – Murmuró en voz baja, casi como un secreto. – No, no por mí al menos, pero de seguro se enterará más temprano que tarde. Pero igual, no creo que la idea le moleste tanto como crees.

    - ¿Ah… no? – Le cuestionó el albino bastante dudoso de su afirmación.

    - La verdad es que muchas cosas cambiaron luego de su encuentro aquella noche. Mi hermano podrá ser o querer ser muchas cosas, y tú podrás creer o no que es el Hijo de Dios. Pero lo único cierto e irrefutable, es que es un espadachín, y como tal, es capaz de conectarse con un contrincante en el momento en el que choca su espada con la suya. Nunca me lo dijo abiertamente, pero estoy casi segura de que en aquel momento pudo darse cuenta de que todo lo que le había dicho de ti era cierto, y su opinión sobre tu persona cambió drásticamente.

    - Eso que me dices es… ciertamente inesperado. – Masculló despacio. – ¿Así que también piensa que soy un niño hambriento de amor y con deseos de venganza? ¿O tú opinión sobre mí ha cambiado desde entonces...?

    - Ese punto nunca cambió. Pero sí cambiaron… algunas otras cosas…

    Había algo curioso en la forma en la que había dicho eso último. Por primera vez durante esa conversación, había agachado su cabeza, y se había puesto un poco pensativa.

    - Lo que dijiste hace un momento, sobre que no eras muy consciente de donde estabas aquel día cuando entraste a salvarme… ¿Tiene que ver con lo que pasó aquella noche? ¿Cuándo mi hermano dijo que no estabas peleando realmente con él?

    Enishi no respondió nada de inmediato. Aunque sabía muy bien cuáles eran los dos hechos que estaba relacionando, aun así pareció querer repasarlos en su cabeza, intentando recordarlo todo a detalle. Sintió el tic involuntario de acomodarse sus anteojos, pero sus dedos terminaron por tocar su propia piel, y entonces pudo recordar que Magdalia, literalmente, se los había arrebatado.

    - En parte... O más bien, sí... – Respondió casi susurrando, pero aun así ella fue capaz de escucharlo con claridad.

    - Sé que todo lo que hiciste en aquel entonces fue con la intención de pelear con mi hermano. – Comentó la castaña, mirándolo ahora fijamente con interés. – Pero lo que aun no entiendo es por qué deseabas con tanto ahínco hacerlo. ¿Con quién estabas peleando realmente esa noche? Tiene que ver con eso que te pasó, lo que no me quisiste contar, ¿cierto?

    Fingir que no sabía de lo que estaba hablando sería totalmente inútil. Así como recordaba vívidamente cada detalle de esa noche, recordaba vívidamente la reacción inmediata que había tenido justo después de que ella terminó su relato.

    De pronto, por el rabillo del ojo notó como se deslizaba por la banca hacia él, acortando considerablemente la distancia entre ambos. Por alguna razón, esa repentina cercanía puso ligeramente incomodo a albino, aunque se forzó a sí mismo a disimularlo.

    - Tú ya sabes cuál es mi historia, sabes todo lo que me pasó. ¿Qué daño puede hacerte contarme la tuya?

    Enishi se sorprendió de escuchar tal petición, y eso no fue capaz de disimularlo en lo absoluto. Ambos se quedaron en silencio un rato, simplemente mirándose el uno al otro con insistencia, como si esperaran que alguno cediera, pero ambos parecían bastante firmes en ello. La sorpresa de Enishi se fue desvaneciendo poco a poco, y se convirtió al final en una profunda gravedad.

    - Para eso me trajiste aquí realmente, ¿verdad? – Murmuró en voz baja de pronto.

    - ¿Qué dices?

    - Para eso me invitaste, ¿no? La verdad es que quieres que sacie tu curiosidad y cumpla ese supuesto trato que hicimos esa noche, pero que yo nunca acepté en realidad. – Una sonrisa astuta se reflejó en sus labios, aunque con marcados signos de ser una sonrisa forzada. – Tendrás que intentarlo mejor…

    Magdalia suspiró algo cansada. Se viró hacia el altar, y con sus dedos se acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja.

    - Si eso es lo que piensas, supongo que sería inútil intentar decirte que te equivocas. Igual no te puedo forzar a hacer nada que no quieras. Puedes decírmelo si así lo deseas, pero si no igual estará bien. – Volteó en se momento a verlo con una expresión tranquila, y una suave sonrisa, mucho más sincera que la suya. – Lo que menos deseo en estos momentos es hacer algo que te incomode.

    Enishi se sentía intrigado por todo; no sólo por esos últimos momentos, sino por toda la noche. ¿Por qué actuaba de esa forma tan calmada, tan natural, tan… amistosa con él? ¿En verdad tras esa noche de Octubre, su opinión de él había cambiado tanto que ahora se sentía así con su presencia cuando en todas las ocasiones anteriores siempre estaba constantemente a la defensiva? Incluso sus constantes intentos de hacerla enojar, no parecían tener el menor efecto. Nada de eso tenía sentido, o al menos para él no lo tenía…

    ¿Cómo se suponía que él debía de reaccionar en esos momentos? ¿Molesto? ¿Sorprendido? ¿Debería hacer aún más insistente en intentar romper esa máscara de amabilidad con la que lo confundía en esos momentos? Y… ¿y si no era una máscara? ¿Y si de hecho esa era su manera natural de ser, como actuaba con las personas que no le desagradaban? ¿Y si así era como en verdad actuaba con las personas que podía llamar… amigos? ¿Significaría entonces que toda esa noche habría sido algo real? ¿Realmente sólo lo invitó a cenar sin ningún otro motivo oculto? ¿Realmente ella…?

    Llevó una mano a su rostro y comenzó a tallarlo con fuerza, como si intentara deshacerse de una mancha que simplemente no se iba; lo había hecho tan fuerte, que se había dejado marcas rojas en la piel.

    - ¿Te encuentras bien? – Le preguntó Magdalia con un claro tono de preocupación.

    ¿Bien? ¿Se encontraba bien? No tenía ni idea, no tenía ni idea de nada… Se recargó por completo contra la banca, haciendo su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. De seguro desde su perspectiva, estaba de nuevo actuando como un loco. Y quizás eso era después de todo, ¿no? Un loco… Un loco sin remedio…

    Mientras tenía los ojos cerrados, le pareció ver por unos instantes esa figura femenina en kimono blanco, caminando delante de él con paso lento, apoyando su sombrilla roja sobre su hombro derecho. El sólo ver su espalda, sus cabellos negros cayendo sobre ésta, y el sonido de sus getas de madera contra el empedrado, lo hacían sentir mucho más calmado…

    Sin embargo, el sonido de las getas contra el suelo, comenzó a distorsionarse poco a poco. Cada segundo, el sonido era cada vez más diferente, hasta que ya no era para nada el mismo sonido que antes. Ahora podía reconocer con claridad lo que era: tosidos, tosidos constantes en intervalos de tres en tres. Y la imagen del kimono blanco se desvaneció, y en su lugar se formó otra: la de una mujer hincada en el suelo, tosiendo con fuerza, mientras sus manos se aferraban a su propia boca…

    Sus ojos se abrieron de nuevo. ¿Cuánto tiempo había estado así? ¿Se había quedado dormido? ¿O sólo habían pasado unos cuantos segundos? Era difícil saberlo. Estaba convencido de que en cuanto volteara a su lado, la banca se encontraría vacía a excepción de él. Pero se equivocó: Magdalia seguía sentada a su lado, mirándolo fijamente, expectante. Supuso que eso debía significar que no se había desconectado tanto como pensaba.

    - Hay algo que no me dijiste esa noche, ¿no? – Comentó el albino de manera dura, mientras con sus dedos se acomodaba los mechones de su fleco. – No me hablaste de tu enfermedad.

    La cristiana se sobresaltó al escucharlo, y fue incapaz de ocultar el asombro en su rostro. Guardó silencio unos instantes, aparentemente dudosa. Si tuviera que adivinar, Enishi diría que debatía consigo misma sobre cómo reaccionar ante ello, y quizás no estaría del todo errado.

    - Así es, no lo hice. – Murmuró la castaña en voz baja. – Pero igual, parece que ya lo sabes.

    No tuvo intención alguna de negarlo. Enishi había pensado que fingiría ignorancia por unos momentos, que negaría saber a qué se refería, aunque fuera inútil; quizás en un burdo intento de esperar que no se hubiera dado cuenta del ataque que había sufrido esa noche, ni que su guardaespaldas, que estaba de pie a su lado, se lo hubiera dicho. Pero en lugar de eso se reincorporó con serenidad, y le respondió con indiferencia… Como si el tema no tuviera importancia…

    Pero la tenía, claro que tenía importancia… ¿O no? O más bien… ¿Era importante para él? ¿Por qué habría de serlo…?

    - ¿Qué tan grave es? – Cuestionó el albino a continuación, algo dudoso de hacer tal pregunta; ¿temía acaso de escuchar la respuesta?

    - Mi hermano ha logrado mantenerla bajo control estos años, pero... – Hizo una ligera pausa reflexiva, y luego continuó. – Casi siempre me siento bien, y puedo hacer lo que sea sin problema. Es en los momentos de mayor estrés o preocupación cuando los síntomas se disparan en mí. Y siento que cada episodio se vuelve un poco peor que el anterior.

    Momentos de mayor estrés y preocupación… ¿Cómo aquella noche? ¿El ver a su hermano pelear, ser herido, y quizás estar a punto de morir…? ¿Él le había causado eso? ¿Él era el culpable de que le ocurriera? Llevó su mano a su boca, aferrándola a ella como si temiera gritar. La separó luego de un rato, y entonces abrió la boca con la clara intención de decir algo… pero las palabras que quería decir no salieron: “lo siento…”

    Quería disculparse, por segunda vez en ese día. Su cabeza procesó y formó las palabras, pero en algún punto entre su cerebro y su boca, algo más intervino y lo detuvo. En lugar de eso, pasó al siguiente pensamiento.

    - A eso te referías en el restaurante, ¿verdad? – Murmuró muy despacio, mirando hacia el suelo. – Cuando te apuntaba con mi arma, dijiste que no le tenías miedo a la muerte... ¿Acaso... Acaso lo dijiste porque ya te resignaste a morir...?

    Sintió que su voz casi le temblaba para el final de la pregunta. De nuevo temía escuchar cuál iba a ser su respuesta; temía escuchar lo que ya en su cabeza era prácticamente un hecho…

    Magdalia, un tanto ajena al verdadero efecto que todo eso tenía en Enishi, parecía mucho más calmada y serena, como si el tema en verdad no la afectara ni un poco.

    - Es una verdad inamovible y ley divina, que todo ser vivo en este mundo debe de morir. – Le respondió con marcada entereza. – No está en nosotros decir el cuándo o el cómo. Todo ello es sólo la voluntad de Dios...

    - ¿La voluntad de Dios? – Masculló, más como un gemido que palabras claras. Sus manos se aferraron con fuerza al respaldo de la banca de enfrente, hasta que sus nudillos se pusieron blancos. – Eso... ¡Eso es basura!

    Su grito se escuchó con fuerza en todo el interior de la capilla. Al no ser un sitio completamente cerrado, el eco no era tan marcado como un esperaría de un sitio así, pero igualmente se pudo percibir como su voz era alzada por esos muros. Magdalia se sobresaltó un poco por el repentino cambio. Enishi seguía con sus manos aferradas a la banca delantera, e igualmente había pegado su frente contra ésta. Su posición y los mechones blancos que caían sobre su rostro, evitaban que pudiera ver por completo su rostro.

    - ¿Cómo puedes seguir repitiendo eso? – Prosiguió con un tono más calmado, pero no por eso carente de ímpetu. – Si tu Dios existiera, a la primera persona que debería salvar y ayudar es a ti, que tanto veneras y alabas su nombre; que eres fiel y creyente de él, y una buena persona. Si tu Dios existiera, quien debería de estar enfermo y muriendo… ¡Debería de ser yo! ¡Debería de ser el hombre malo, corrupto y lleno de odio! ¡Yo debería de ser el castigado!, ¡no tú! ¡¿Por qué rayos no maldices a tu Dios en lugar de justificarlo?!

    Había algo llamativo en el tono de voz que Enishi acababa de tomar. No era ni cerca ese tono juguetón y provocador con el que siempre parecía querer hacerla enojar. No, ese tono, esa forma de expresarse, esa desesperación… Magdalia sólo le había escuchado algo similar dos veces antes: en el restaurante cuando había perdido el control, y en aquella casa de campo, cuando había casi explotado luego de que terminó su historia. Sí, era muy similar a esas dos ocasiones, las ocasiones en la que sentía que era él mismo… Qué era sincero, que no había trucos ni engaños, ni en su rostro ni en sus palabras. ¿Era entonces el hombre sentado a su lado, una vez más, el verdadero Yukishiro Enishi?

    - Para alguien no creyente, esto debe de ser algo difícil, sino imposible de entender. – Le respondió con un tono muy suave y cuidadoso, midiendo cada palabra. – Es muy fácil culpar a Dios cuando algo malo ocurre, y olvidarse de él cuando ocurren las cosas buenas. Mi vida ha sido dolorosa y agobiante, pero no tengo lamentación alguna en mi consciencia. Todos morimos tarde o temprano, y lo único que podemos decidir de ello es cómo aprovechar el poco tiempo que Dios nos da en este mundo. Mi madre también estaba enferma, pero nunca se lamentó por ello, al menos no delante de nosotros. Dedicó sus pocas fuerzas a hacer el bien a las personas y a luchar por la causa de Shimabara y por su familia, hasta su último respiro. Yo lo único que hago es seguir su ejemplo. Dedico los meses o años de vida que me queden, a hacer realidad lo que ella y mi padre tanto desearon, y por lo que mi hermano lucha ahora. Es lo que he decidido hacer con mi vida, y cada día que logre respirar lo seguiré haciendo con ese propósito. Es difícil de explicar, pero aunque esté “muriendo” como dices, al dedicarme en cuerpo y alma a este propósito, y a seguir esparciendo mi fe, no siento que sea así. Siento que de hecho, estoy viviendo un poco más gracias a ello.

    Le siguió entonces un profundo y casi agobiante silencio. Enishi no se había movido ni un sólo centímetro de su posición. Seguía con su frente pegada contra la banca, al igual que sus manos. No reaccionaba en lo más mínimo, incluso apenas y se podía apreciar el sonido de su respiración. ¿Qué tanto pasaba por su cabeza en esos momentos? ¿Qué tanto pensaba? ¿Qué era lo que tenía pensado decirle? ¿Tenía pensado decirle algo siquiera?

    Esperaba que al menos eso no terminara igual que en el restaurante…

    - Entonces... – Soltó despacio sin alzar la cabeza. – Si vieras realizado tu deseo, si pudieras ver una Shimabara pacífica e independiente… ¿Estarías bien con eso y podrías morir en paz? ¿Así como así?

    - Eso… es lo único que pido... Disculpa si mis palabras te son incómodas.

    - No, no lo son. – Le respondió rápidamente sin siquiera dudarlo. Fue hasta entonces se separó de la banca de enfrente, y volvió a recargarse por completo contra el respaldo de su asiento, haciendo su cabeza hacia atrás para mirar el techo… O más bien donde debería estar en techo, pues lo que miraba en realidad era el cielo despejado y lleno de estrellas. – Creo que en parte puedo entender un poco... Lo que es tener sólo una meta por delante, dar todas tus fuerzas para intentar llegar a ella, y pensar que es todo lo que necesitas, todo lo que te hace falta... Y que no te importe lo que pase después… Mientras puedas ver realizado ese único deseo…

    Magdalia lo miró con ligero asombro por las extrañas palabras que acababa de recitarle. ¿A qué se refería exactamente?

    Una aguda risa se escapó de los labios del albino. Llevó su mano derecha a su rostro, y la pasó por éste de abajo hacia arriba, y luego por su cabello, tumbando su boina hacia atrás en el mismo acto, pero eso no pareció importarle. Se inclinó un poco hacia el frente, apoyando sus codos en sus muslos, y agachando su cabeza. Tenía los ojos cerrados, y una pequeña sonrisa despreocupada en los labios.

    - Tenías razón sobre mí. – Murmuró. – Siempre la tuviste, y te odio por eso cómo no tienes idea. Eso es lo que quieres escuchar, ¿o no? Pues así es… Diez años viviendo en este nido de ratas y arañas, tratando con los hombres más peligrosos de China… Y entonces llegas tú, una simple cristiana que con un par de palabras volteas todo mi mundo de cabeza y me haces sentir esta vulnerabilidad que sólo era capaz de sentir con una persona… Una persona que ya no está más conmigo…

    La cristiana se sobresaltó un poco, extrañada por esa última mención. El albino volvió a quedarse en silencio, con su cabeza agachada. La situación estaba tomando un camino que Magdalia no había previsto de manera muy consciente. ¿Qué estaba ocurriendo ahí realmente? ¿A dónde la llevaría ese camino? ¿Quería realmente saberlo…?

    - Enishi… - Susurró muy despacio, casi como si temiera despertarlo; no hubo reacción alguna de su parte.

    Acercó su mano derecha lentamente hacia él con la intención de colocarla en su hombro. Sin embargo, a apenas unos centímetros de poder tocar la tela de su saco, su voz volvió a sonar, y por mero reflejo alejó rápidamente su mano, casi como si temiera que la mordiera.

    - Yo nací y crecí en Edo. – Fue lo que surgió de los labios de Enishi. Magdalia tuvo que salir primero de su asombro, antes de poder procesar por completo el significado de lo que había dicho. Él continuó relatando sin levantar la vista. – Mi padre era de una familia Samurái intermedia. No éramos ricos ni muy importantes, pero vivíamos bien. Nunca fui muy cercano a mi padre; de hecho, la mayor parte del tiempo parecía que nos evitábamos el uno al otro. Mi madre... o más bien la mujer que me trajo a este mundo, murió el día en que nací, así que nunca la conocí de frente. Pero nunca me hizo falta, ya que siempre la tuve a ella...

    Otra repentina y extraña mención. ¿Sería acaso la misma persona?

    - ¿A quién? – Le preguntó despacio y con mucha cautela.

    - A mi hermana mayor... Tomoe-neesan.

    ¿Su hermana? Magdalia se quedó casi atónita de escucharlo decir tal cosa. ¿Tenía una hermana? Su reacción de sorpresa de hecho no tenía mucho sentido; en realidad no sabía nada de su pasado o de su familia. Lo único que sabía… Era justo lo que le estaba contando en ese momento justo…

    Enishi continuó.

    - Era ocho años mayor que yo, y desde que nací prácticamente tomó la responsabilidad de vigilarme, enseñarme, y protegerme en ausencia de nuestra madre... Se convirtió en más que una figura materna para mí; era prácticamente mi ser más importante en el mundo entero...

    Se incorporó de nuevo lentamente, y soltó un pequeño suspiro; parecía un poco más tranquilo. Llevó sus dedos a sus ojos, tallándolos un poco.

    - Los años pasaron y ambos crecimos; en especial ella. Se convirtió sin exageración en la mujer más hermosa y perfecta de toda la ciudad… No, de seguro de todo Japón. – Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios, mientras miraba al frente con expresión casi soñadora. – Su cabello era negro, completamente lacio, suave y hermoso; siempre olía a jazmines. Su piel era blanca como la nieve, perfecta como porcelana, y resaltaba a la perfección del tono de su cabello. Sus ojos eran oscuros e intensos; sentías que podía leer tu mente con tan sólo mirarte fijamente… Yo aún creo que lo hacía. – Soltó entonces una leve risa. – Lo más hermoso en ella, era su sonrisa. Es difícil describirla; simplemente era… Hermosa… Su rostro radiaba una luz propia cuando sonreía. Era como ver de frente el rostro de un ser celestial; el rostro de un ángel, creo que dirías tú…

    - Suena como una mujer muy especial.

    - La más especial de todas… Yo tenía quizás nueve o diez años cuando me dieron la noticia de que se había comprometido con un viejo amigo suyo de la infancia; eso a mí me enojó bastante. Odiaba a ese tipo, enserio que sí. Odiaba aún más que intentaba caerme bien luego de que se comprometió con ella; pero yo siempre le mordía la mano si se atrevía a acercárseme lo suficiente.

    - ¿Su mano? – Exclamó Magdalia, casi sorprendida; Ensihi simplemente le respondió con una ligera risilla.

    - Mi hermana bromeó un par de veces diciendo que me ponía tan celoso, casi como si realmente estuviera enamorado de ella. Y, ¿sabes? Tal vez no estaba tan equivocada. Pero a la larga, me di cuenta de que ella era realmente feliz con él. Sonreía de forma única en su compañía, y esa sonrisa se convirtió en mi tesoro más preciado. Pensaba que si podía verla sonreír así el resto de mi vida, no podía pedir más, y no importaba si lo hacía en compañía de alguna otra persona...

    La sonrisa en sus labios se esfumó poco a poco, y su rostro, que prácticamente se había llenado de luz mientras hablaba, se apagó por completo, y su expresión se volvió mucho más pesada…

    - Pero entonces se vino el desastre... El idiota de su prometido se fue a Kyoto en pleno inicio de la Revolución. Quería probar suerte, ganar renombre para ser más digno de ella... Qué imbécil. De no haberse ido, nada de eso hubiera pasado... Todo fue su maldita culpa...

    Magdalia notó como apretaba sus puños con fuerza en ese momento, como si estuviera conteniendo los fervientes deseos de golpear algo.

    - ¿Qué pasó? – Le preguntó luego de un rato en el que ambos se quedaron callados.

    - ¡Murió!, ¡el baboso murió! – Soltó de golpe con fuerza. – ¿Qué otra cosa esperaba que pasara? No era más que un tipejo inútil, ¿enserio creía que iba a terminar de alguna otra forma? – Chocó en ese momento su puño contra la banca de enfrente, con tanta fuerza que a la cristiana le pareció escuchar como la madera crujía. – Y el día en que Tomoe-neesan recibió la carta informándole esto... Fue el último día en que sonrió. No volvió a ser la misma desde entonces. Todo su mundo, todo su ser se sumió en la más profunda oscuridad. Un aire frío la acompañaba a dónde quiera que iba... Ya no era mi amada hermana mayor...

    Hizo una pequeña pausa, la cual Magdalia aprovechó para digerir velozmente todo lo que acababa de decir. Estaba atónita; sentía como un pequeño nudo se le comenzaba a formar en el pecho.

    - Odié aún más a ese idiota que la había abandonado sólo para morir y arrebatarle toda su felicidad. Pensé que ella también lo odiaba, pensé que debía de estar igualmente enojada por la estúpida decisión que había tomado. Pero con el tiempo me di cuenta de que ella en efecto también odiaba, pero a otra persona: a su asesino, al hombre que empuñaba la espada. Él era quien había cortado su felicidad, quien había arruinado todo su futuro. Tardé en comprenderlo, pero al final lo hice, y aprendí a compartir su odio. No sabía quién era o cómo era, ni me importaba el motivo por el que lo había hecho. Para mí era el mal encarnado, era el culpable de todo, era mi enemigo... Y si él moría, si él desaparecía de este mundo, si pagaba por lo que había hecho... Entonces, tal vez todo volvería a la normalidad. Mi hermana volvería a ser ella misma, y los días soñados de felicidad y luz se harían realidad una vez más. En mi inocencia infantil, así lo creía; estaba totalmente convencido de ello.

    >>Mi hermana se fue a Kyoto en secreto para buscar a ese hombre. – Continuó. – Ella no lo sabía, pero yo la seguí hasta allá. Un niño de sólo diez años, ni siquiera sé cómo llegué vivo. Luego de un tiempo, ella descubrió la identidad del asesino, y resultó ser alguien muy importante de los Realistas, casi una leyenda. Nos involucramos con un grupo muy poderoso, hombres entrenados y que tenían la misión de acabar justamente con ese individuo; no podía ser más perfecto. El plan era acercársele y descubrir su debilidad, o matarlo cuando estuviera descuidado; cualquier resultado era favorable. Mientras ella hacía lo suyo, yo la ayudaba desde las sombras. Ingenuamente me sentía alegre en esos momentos. Trabajábamos juntos para cumplir su venganza, estaba ayudando mi hermana a volver a ser feliz... Y eso se convirtió en mi todo, en mi misión…

    Su rostro volvió a cubrirse de sombras en ese momento, pero en esa ocasión fue mucho más intenso. Cualquier rastro de serenidad o alegría que se hubiera asomado en su semblante, fue rápidamente erradicado. Llevó sus dos manos a su rostro, cubriéndolo por completo con ellas. Magdalia no estaba segura en un inicio, pero le pareció percibir pequeños sollozos que comenzaban a surgir de él, uno tras otro, cada uno más notable que el anterior.

    - Y de nuevo, todo se derrumbó. – Murmuró con su voz casi quebrándose. – Tomoe-neesan... Ese sujeto... Ese maldito asesino... – Parecía tener problemas para decir lo que deseaba; jamás hubiera podido prever una reacción de ese tipo de su parte. – Todo ocurrió frente a mis ojos. Vi cómo su espada la atravesaba... Vi su sangre, ¡la sangre de mi hermana brotando de su cuerpo! La vi morir y no fui capaz de hacer nada para evitarlo... ¡Maldición!, ¡maldición! – Su voz se elevó de golpe. Separó las manos de su rostro, y volvió a golpear la banca ante él con sus puños; de nuevo, le pareció escuchar la madera ceder. También en ese momento se volvieron más que claras las lágrimas comenzando a resbalarse por sus mejillas. – Todo lo que quería era regresar a esos días... a esos días en que todo era felicidad... en que todo era alegría... Y en lugar de eso... lo perdí todo, ¡lo perdí todo!

    Dejó de hablar en ese instante, aunque de su garganta seguían surgiendo varios sollozos ahogados. Magdalia lo miraba en silencio, no con compasión, ni tampoco con miedo o sorpresa. Lo que sentía en ese momento tras escuchar esa historia, era… tristeza, una enorme tristeza, la misma que él sentía en ese momento. Jamás había sentido tanta empatía por ninguna otra persona en su vida; ni siquiera por su propio hermano.

    - ¿Por eso te fuiste de Japón? – Le preguntó con un tono suave.

    - Sí… Ya no había nada para mí en ese lugar. Mi hermana estaba muerta y mi familia perdió todo su poder y prestigio cuando la guerra terminó. Me vine aquí yo solo, viviendo por mucho tiempo en la calle, y sobreviviendo cómo podía. Robando, peleando, comiendo lo que hubiera… incluso ratas si me era necesario. Pero jamás olvidé a Tomoe-neesan ni lo que había ocurrido. Todo lo que he hecho desde entonces, cada acto ruin y horripilante, todo el poder que he adquirido, la posición en la que ahora me encuentro… Todo siempre ha sido con un único propósito. He dedicado cada segundo, cada instante, cada respiro de los últimos diez años, en obtener los medios suficientes para algún día volver... Y al fin terminar con todo esto de una buena vez.

    - ¿Ese hombre sigue con vida?

    - Sí, sigue rondando feliz en alguna parte de Japón, mientras mi hermana está muerta.

    - Entonces… Todo esto que haces, es para poder vengarte, ¿no es así? ¿Es eso lo que realmente deseas?

    - Lo que deseo... es Justicia. Justicia para mi hermana, para su prometido, para todo aquel que haya sido víctima de su espada. Quiero aplicarle la Justicia que se merece… que yo, me merezco, que mi hermana se merece…

    Todo se volvió complemente claro en esos momentos; absolutamente todo. Los comentarios extraños y sin sentido en un inicio que había hecho desde que lo conoció, los momentos en los que actuaba fuera de sí, todo lo que no encajaba en su lugar… Todo tuvo sentido en ese momento justo. Eran las piezas que faltaban para comprender a ese hombre, para entender quién era realmente Yukishiro Enishi...

    Magdalia llevó su mano derecha a su pecho, y respiró lentamente intentando calmarse. Eso era lo que ella deseaba, ¿o no? Ella deseaba saber todo esto. ¿Se arrepentía de su deseo? ¿Hubiera preferido no enterarse?

    No, en lo absoluto…

    - Es extraño. – Comentó de pronto con un tono un tanto jovial que a Enishi tomó por sorpresa. – Mis enseñanzas cristianas me dicen que debería de decirte en este momento que debes perdonar a ese hombre, y que debes dejar esos rencores atrás; que deberías de buscar la felicidad en el futuro y no vivir en el pasado... Pero... – Calló por unos momentos, dudosa de terminar su frase. Sabía muy bien lo que significaba decir esos pensamientos en voz alta, pero en realidad no le importaba; sentía que decirlo era justamente lo que debía de hacer, que era precisamente lo correcto. – No puedo hacerlo, no puedo decírtelo porque en verdad no lo siento, y sería mentirte. La verdad es que comprendo por completo cómo te sientes, incluso más de lo que me esperaba. Es por eso que me es imposible dar una opinión objetiva de esto. Jamás se lo he dicho a nadie, ni siquiera a mi hermano; pero aún en estos momentos... Las imágenes de mi padre, madre, y las demás personas de mi aldea siendo asesinados, siguen latentes en mi mente. Y aunque se supone que no debería de sentir esto, que se supone que estos sentimientos son contrarios a lo que siempre he creído y profesado… Si tan sólo tuviera una oportunidad, tal vez mataría a todos esos hombres que nos hicieron tanto daño, con mis propias manos...

    El tono de la castaña se había tornado duro e imperioso. No sonaba para nada forzado, o algo que hubiera querido decir por compromiso o para aparentar. Eran palabras sinceras, honestas, como todas las que siempre salían de sus labios. Lo sorprendente era que, incluso al decir algo como ello, no perdía en lo absoluto ese semblante dulce y delicado. Seguía siendo exactamente la misma persona…

    Enishi se sentía confundido, sorprendido… No era para nada la reacción que esperaba de su parte. Aunque, ¿qué reacción esperaba realmente? ¿Esperaba algo en específico o había pensado siquiera en ello antes de decidirse a comenzar a relatar tal historia? No, en realidad sólo había comenzado a hablar sin siquiera fijarse. No entendía en esos momentos aun porqué lo había hecho, pero así había sido… Y tampoco sentía remordimiento alguno de ello…

    Magdalia soltó un pequeño suspiro, soltando con ese simple acto toda la tensión que se le había acumulado en el pecho por unos instantes.

    - Pero tenías razón en algo. – Escuchó que hablaba de nuevo, sacándolo de sus profundos pensamientos. – No es que lo que te pasó haya sido peor o mejor que lo que me pasó a mí. Pero en efecto, al menos yo siempre tuve a mi hermano a mi lado para protegerme y acompañarme, y nunca estuve sola.

    Volteó en ese momento a verlo fijamente. Sintió la necesidad imperante de desviar su mirada hacia otro lado, pero no pudo. Sus ojos se encontraron de frente con las dos esmeraldas que eran los suyos, y que le transmitían un sin número de sentimientos por sí solos. Y entonces sonrió, sonrió de nuevo con esa gentileza y generosidad honesta, con esa expresión sincera que tanto lo confundía. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué lo miraba así?

    - En verdad lamento que hayas tenido que pasar por todo ello por tu cuenta, sin nadie que te extendiera una mano. Es gracioso, si lo piensas. Yo estando en Hong Kong, y tú aquí en Shanghái. Ambos tan lejos de nuestros hogares, pero relativamente cerca el uno del otro, sobreviviendo y lidiando con nuestra respectiva tragedia. Tal vez no sirva de mucho ahora, pero… - En ese momento, sintió como ella extendió su mano hacia él, sin ningún rastro de duda o miedo en ello, y tomaba con delicadeza la suya entre sus frágiles y delgados dedos. Ensihi bajó unos instantes su mirada, más que nada para verificar que eso que sentía era verdadero, y de nuevo la volteó a ver a los ojos. – De haberte conocido en aquel entonces, de haber podido cruzarme contigo mucho antes de este momento, estoy segura de que igualmente hubiéramos tenido momentos complicados e incomodos, en el que quizás llegaría a creer que te odiaba, o tú creerías que me odiabas a mí. Hubiéramos peleado, y quizás nos hubiéramos intentando evitar. Pero estoy segura que al final, justo como ahora, hubiera intentado ser tu amiga… Y entonces, ya no estarías solo… - Sus dedos se apretaron entonces con aún más fuerza contra los suyos. – Y ya no tienes por qué estarlo más, nunca más…

    El sentir que sus dedos lo apretaban aunque fuera un poco más, hizo que la respiración de Enishi se cortará por unos instantes. Ella seguía viéndolo fijamente, y le seguía sonriendo. ¿Cómo un ser como ella podía estar tan tranquila ante un monstruo como él? ¿Cómo alguien tan puro, tan diferente de él, podía causarle tal empatía? ¿Cómo alguien que había conocido tan poco, lograba con tanta facilidad hacerlo bajar su guardia, una guardia que posiblemente no había bajado en diez años?

    Enishi sintió un fuerte calor inundar su pecho, hasta casi asfixiarlo. Sentía su corazón estremecerse bajo su pecho, su garganta apretándose y contrayéndose con dolor. Sólo fueron unos cuantos segundos, una pequeña e insignificante fracción de tiempo en el que todo el mundo diría que nada importante, nada digno de ser recordado o medido, podría pasar. Pero estaban equivocados… En ese pequeño, minúsculo lapso de tiempo, pasaron más cosas de las que Enishi había vivido en los últimos diez años de su vida. Por esos momentos, todo a su alrededor se cubrió de luz, el silencio fue absoluto, y no existía ni un sólo pensamiento, ni una sola fracción de su ser, que no estuviera enfocada en la mujer ante él.

    Su cerebro se relajó, cómo no lo había hecho en años.

    Se sentía tan cansado, tan agotado; no había podido darse cuenta de ello hasta ese momento. No quería seguir pensando más, no en ese momento, no esa insignificante fracción de tiempo. Por esos segundos, no existía el Feng Long, o Shimabara, o ese maldito asesino que llevaba tantos años persiguiendo sin descanso. Sólo existía ella… Nada más…

    Magdalia pareció tener la intención de decir algo más. Sus labios se separaron apenas unos milímetros, y un ligero rastro de aire ingresó por entre ellos. Apenas y logró pronunciar un pequeño sonido, que ni siquiera podría llamarse la primera letra de una palabra. Su respiración y su habla fueron cortados en un abrir y cerrar de ojos, cuando sin ninguna advertencia o aviso, Enishi cortó abruptamente la escasa distancia que había entre ellos, casi como si la fuera a atacar. Se inclinó hacia ella, teniendo su mano aun sujeta, y entonces… la besó…

    La cristiana apenas y logró darse cuenta de lo que estaba pasando. El albino se le había aproximado de golpe, y lo siguiente que pudo procesar, es que tenía sus labios totalmente unidos a los suyos y su cuerpo cerca, muy cerca del suyo. Podía sentir al mismo tiempo un centenar de cosas: el calor de la piel de sus labios impregnando los suyos, su pequeños respiros haciendo cosquillas en su piel, sus propias mejillas comenzando a arder como nunca había sentido, su corazón acelerarse de golpe en un sólo segundo, y todo su cuerpo quedándose absolutamente quieto, hasta el punto de que le pareció ser incapaz de sentir sus piernas y brazos, como si su cerebro se hubiera apagado, o hubiera decidido olvidarse de todo lo demás por unos momentos, y enfocarse sólo en una sola cosa, en ese sólo acontecimiento…

    No supo cuánto duró; podría haber sido unos tres segundos, quizás un poco más. Lo único que sabía era que no había siquiera pestañado en todo ese tiempo, ni movido siquiera un sólo dedo. Al final, Enishi fue el que se apartó de ella lentamente, hasta recobrar su posición original. Sólo en ese momento, la castaña se permitió volver a respirar.

    Una parte de su mente se preguntaba a sí misma si acaso eso había sido real, ¿o acaso lo había imaginado? Alzó su mano derecha lentamente, tocando sus propios labios, apenas rozándolos con la yema de sus dedos. Ese ligero hormigueo y calor que se había quedado impregnado en la piel; había sido real, había sido un beso real…

    - ¿Qué? – Escuchó que Enishi exclamaba en esos momentos, y por mero instinto alzó su mirada hacia él. Se veía realmente… ¿confundido? Sus ojos estaban totalmente abiertos, y la miraba fijamente, incrédulo y aparentemente perdido. – Yo… Yo lo siento… No sé… No sé qué…

    Rápidamente se apartó de ella, volviendo casi a la misma distancia que había entre ambos en un inicio. Comenzó a mirar en todas direcciones, excepto fijamente hacia ella, y balbuceaba un poco sin sentido; no podía entender muy bien si acaso hablaba con ella o consigo mismo.

    Magdalia no sabía ni cómo reaccionar, o qué decir. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué había hecho tal cosa? ¿Cómo la hacía sentir a ella? ¿Debía de sentirse ofendida o enojada? ¿Debía recriminarle, abofetearlo, salir corriendo del lugar? No tenía ni la menor idea. Su mente estaba completa y absolutamente en blanco…

    Un profundo e incómodo silencio se formó entre ellos. Ninguno volteaba a ver al otro, ni pronunciaba palabra alguna. ¿Qué habría que decir? Quizás ya habían dicho lo suficiente…

    El interior de capilla fue de pronto alumbrado con una luz rojiza, y acompañado por un pequeño chillido. Ambos alzaron su mirada al mismo tiempo, y a través de una de las partes ausentes del techo, pudieron ver un gran destello color rojo alumbrando el cielo. Apenas empezaba a difuminarse, cuando otro más de color verde tomó su lugar.

    - Los Fuegos Artificiales. – Señaló Magdalia en voz baja.

    Los sonidos de emoción de los niños provenientes del exterior, se hicieron presentes en esos momentos. Magdalia miró sobre su hombro hacia la puerta, y pudo ver las siluetas de algunos pequeños señalando al cielo y brincando de la emoción. Rápidamente se levantó de su asiento y caminó apresurada hacia la puerta. Ensihi la siguió con la vista, y no pareció querer detenerla.

    Se quedó unos segundos en la banca, dudoso de si salir o no. Tarde o temprano tendría que hacerlo de todas formas; no podría simplemente esconderse por siempre ahí como un niño cobarde. Se puso entonces de pie, se acomodó sus ropas y caminó tranquilamente a la puerta. Magdalia estaba apenas unos pasos delante de la entrada, justo detrás de algunos niños, y también miraba hacia el cielo con emoción. Pensó en acercarse, pero prefirió al final quedarse justo en donde estaba.

    Sintió entonces que alguien tomaba su mano derecha en ese momento. El albino se sobresaltó casi a la defensiva, pero al agachar su mirada, se encontró con la misma niña de cabellos naranjas que se le había acercado en la mesa. Igualmente le sonría ampliamente de oreja de oreja mientras lo veía.

    - ¡Mira! – Exclamó la niña señalando al cielo, y obligándolo a ver justo cuando estallaban al mismo tiempo un destello rojo, otro verde, y uno azul. – Es hermoso, ¿verdad?

    - Sí, lo es…

    Todos tenían sus ojos puestos como los fuegos artificiales alumbraban el cielo. Pero lo que Enishi miraba en esos momentos con mayor interés, era como la luz de estos alumbraban la larga cabellera castaña de la mujer delante de él, y como ésta se tornaba de colores con cada explosión. Una escena tan sencilla, que a su vez le pareció extremadamente fascinante.

    Y de esa forma, el nuevo año comenzó…

    FIN DEL CAPITULO 21

    Ha llegado de nuevo hora de partir y dejar Shanghái. Enishi esta vez tiene la opción de decir adiós, pero… ¿querrá hacerlo? ¿Querrá realmente verla partir una vez más luego de lo ocurrido? ¿Podrá seguir viéndola simplemente como Magdalia Amakusa?, ¿o…?

    Capítulo 22: Sayo

    Notas del Autor:

    Cielos, hacía años que no escribía un capítulo tan largo de cualquiera de mis historias, pero creo que éste en especial lo merecía. Tengo que admitir que el final del capítulo no fue cómo lo pensé en un inicio en mi cabeza, pero fue casi como si mis dedos escribirán por sí solos. A esto es a lo que en ocasiones llamó, que los personajes tomen el control de la narración, y aunque uno tengo algo planeando en mente, simplemente estos tomen sus propias decisiones y acciones. No me siento arrepentido en lo más mínimo. Aunque ciertamente este nuevo final cambiará un poco algunas cosas que tenía planeadas, pero creo que serán para bien.
     
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    WingzemonX

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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 22
    Sayo

    Shanghái, China
    02 de Febrero de 1878 (4575 del Calendario Chino)


    Los fuegos artificiales alumbraron el cielo de Shanghái por sólo unos cuantos minutos, pero fueron más que suficientes para marcar el inicio oficial del nuevo año. Pasada la emoción y alegría, era momento de recoger todo, llevar a los niños a casa, y dormir un poco. Algunos niños ya estaban adormilados incluso antes de que comenzará el espectáculo, por lo que más de uno ya se encontraba recostado en el suelo, durmiendo o comenzando a dormirse. Los adultos, por su parte, recogían los platos, vasos, cubiertos, manteles, sillas y mesas, para llevarlos de regreso al día siguiente a quienes lo habían prestado para esa noche.

    A muchos les pareció que Santa Magdalia parecía algo pensativa y ausente, incluso desde el momento en el que estaban los fuegos artificiales. En esos momentos ella se encontraba recogiendo los platos en una pila. Si alguien se le acercaba y le decía algo, incluyendo los niños, contestaba educadamente, aunque algo cortante, con una sonrisa que se veía requería mucho esfuerzo para poder salir. ¿Qué tanto le cruzaba por la cabeza en esos momentos? Sería más fácil decir qué no le cruzaba. Desde la conversación sobre los holandeses, seguido por su enfermedad, la historia del pasado de Enishi y su hermana, y culminando con ese inesperado y muy confuso desenlace…

    Confundida no podía abarcar toda la gama de sentimientos que la consumían. ¿Qué debía de hacer? ¿Cuál era la acción correcta a seguir? ¿Qué era lo que sus creencias y sus enseñanzas le dictaban para un caso como ese? No creía que hubiera realmente algo como ello, que pudiera decirle exactamente y paso a paso qué hacer ahora. Quizás no todo era siempre tan sencillo.

    Cuando ya tenía alrededor de quince platos apilados, tomó la pila con ambas manos. Se dio media vuelta y se dispuso a llevarlos al sitio en el que estaban juntando todo. Al girarse, los platos casi se le caen de la impresión, al toparse de frente con precisamente la persona que menos deseaba ver en esos momentos, y autor de todo el barullo en su cabeza.

    Enishi también pareció sobresaltarse un poco en cuanto ella lo vio. Se quedó inmóvil unos instantes, y luego posó su atención en la pila de platos que cargaba.

    - Déjame ayudarte con eso. – Le indicó justo antes de disponerse a tomarlos. Sin embargo, ella rápidamente los hizo a un lado, alejándolos de sus manos.

    - Gracias, estoy bien. – Le respondió de forma tajante, y luego le sacó rápidamente la vuelta para seguir por su camino. Pero Enishi no pareció querer dejas las cosas así, y rápidamente comenzó a seguirla.

    - Son demasiados platos, sólo pásame algunos.

    - Dije que no.

    - ¿Cuál es tu problema? ¿Sabes qué tan difícil es que, para variar, intente ser amable con alguien últimamente?

    - ¿Eso debería de convencerme de algo?

    Al albino, eso le pareció mucho más familiar. Esa mecánica asemejaba más a lo que él recordaba que era estar en compañía de esa mujer. Pero ya había conocido y visto de frente a la verdadera Magdalia, no a la mujer a la defensiva y de mal carácter que le había prácticamente tocado conocer hasta entonces, sino a la amable, sonriente y hasta un poco bromista con la que estaba charlando no hace mucho atrás. Por ello, no le era nada agradable encontrarse de nuevo con la anterior.

    - Deja de actuar así. – Pronunció casi como una exigencia. – Necesito hablar contigo, ahora.

    Magdalia se detuvo de golpe, y lentamente se giró de nuevo hacia él, quedando uno frente al otro. La expresión de la cristiana se encontraba ya un poco más relajada, pero no por completo. Más que molestia, parecía estar sumida en una gran incomodidad; y en parte, no podía culparla.

    - Lo siento. – Murmuró Magalia en voz baja. – Sé lo que necesitas, pero no puedo en este momento, ¿de acuerdo?

    - No me interesa si no puedes. – Le respondió él con marcada firmeza. – Necesito que sepas que eso…

    Sus palabras fueron cortadas de tajo, y también su expresión cambió. Un ligero rastro de asombro se asomó en sus ojos, que de hecho Magdalia detectó que ya no estaban en ella, sino en algo sobre su hombro, o más bien detrás.

    Desconcertada, la joven se giró para intentar identificar qué había causado ese repentino cambio. No tardó mucho en hacerlo, pues en cuanto se giró, pudo ver, apenas alumbrado un poco por la luz de los faroles de gas, a la alta e imponente figura… de Shougo Amakusa en persona, de pie con firmeza, mirándolos fijamente con gran dureza en su mirada.

    Magdalia se puso abruptamente pálida de la impresión.

    - ¡Hermano! – Exclamó con fuerza, casi con miedo, y en esa ocasión, prácticamente de forma involuntaria, sus manos soltaron los platos y los dejaron caer abruptamente al suelo.

    El sonido de la porcelana rompiéndose la hizo reaccionar un poco de su impresión. Por mero reflejo cerró sus ojos de golpe, y apretó sus puños en cuanto el sonido comenzó. Aunque haya durado sólo un segundo, igual se quedó aún más rato en la misma posición, casi como si esperara que algo más fuera a ocurrir. Pero, en realidad, una parte subconsciente de su ser tenía miedo de abrir de nuevo los ojos, como si esperara que, quedándose el tiempo adecuado así, ambos hombres desaparecerían; cosa que obviamente, no pasó.

    Abrió lentamente de nuevo sus ojos, y su hermano seguía en el mismo sitio y posición, y sobre todo con la misma mirada. Antes creía que era Enishi la persona que menos quería ver en esos momentos; ahora comenzaba a replanteárselo.

    - ¿Qué… haces aquí? – Le preguntó con un pequeño tono inocente, ignorando de momento lo platos rotos a sus pies. – Creí que no vendrías. Los fuegos artificiales ya terminaron…

    Él no respondió absolutamente nada. En lugar de eso, viró sus ojos con cautela hacia el hombre justo detrás de ella. Enishi se veía mucho más calmado, pero aun así se le notaba algo impresionado por la repentina presencia del cristiano.

    - Hola, Amakusa. – Saludó, alzando una mano e intentando actuar lo más casual posible. – Te ves bien.

    Magdalia volteó a ver a Enishi sobre su hombro, con notoria desaprobación por ello.

    - ¿Puedo hablar contigo un minuto? – Escuchó de pronto que Shougo pronunciaba lentamente. Magdalia se giró de nuevo hacia él, dudosa de a quién de los dos le decía. Sin embargo, de inmediato se volvió obvio que a quien miraba era al mafioso. – A solas, por favor.

    La idea de dejar a ambos solos no la puso para nada cómoda. Sin embargo, aun acompañado de un “por favor”, era evidente que se trataba más de una orden que de una petición.

    - Está bien. – Murmuró resignada, haciéndole una pequeña reverencia a su hermano con su cabeza. – Iré… Por algo para limpiar esto. Con permiso.

    Magdalia se alejó apresurada, pasando por la zurda de Enishi. Éste la siguió con la mirada hasta que se alejó lo suficiente.

    Suspiró resignado; definitivamente esa no era ni cerca la conversación que deseaba, peo ya no le quedaba de otra al parecer.

    - Qué curioso volvernos a ver así. – Comentó el albino de manera despreocupada y encogiéndose de hombros. – Esto debe de ser incómodo, ¿verdad? Aunque Magdalia tiene la idea de que aparentemente ya no te caigo tan mal como antes.

    De nuevo, él no respondió absolutamente nada, y simplemente se le quedó viendo con la misma expresión dura y amarga, que prácticamente no había cambiado ni un poco desde que llegó.

    - Pero creo que no tan bien como ella cree. – Masculló despacio, pensando en voz alta. – Escucha, antes de que enloquezcas, ella me invitó a venir, ¿de acuerdo?

    - Ya lo sé. – Soltó Shougo de forma agresiva. – Hace ya un tiempo que dejé de sorprenderme de las decisiones de mi hermana. No quiero hablar de ella, sino de ti. – Dio entonces dos pasos hacia él casi de forma amenazante, aunque Enishi ni siquiera parpadeó. – Seré directo. ¿Qué es lo que quieres ahora? ¿Querías pelear conmigo, probar el poder del Hiten Mitsurugi y ver mi técnica de sucesión?, pues ya lo hiciste. Si quieres un recordatorio, sólo dilo directamente y ya no te andes con juegos.

    - Baja un poco tu ímpetu, ¿quieres? – Le respondió el albino, indiferente a su tono agresivo. – Ya no tengo ningún interés en eso, ¿está bien? Tuve lo que quería de esa noche, y no tengo nada contra ti, ni ningún otro motivo para querer pelear contigo.

    - ¿Entonces qué es lo que haces aquí?

    Pensó en muchas formas diferentes de responderle tal pregunta, y casi todas involucraban un comentario para hacerlo enojar aún más. Y en cualquier otro momento, en cualquier otra noche, lo hubiera hecho sin siquiera pensarlo dos veces. Pero no esa noche; no estaba para nada de humor en esos momentos, por lo que optó por hacer algo que casi nunca hacía: tomárselo con calma.

    - Ya te lo dije, ella me invitó. – Le repitió con marcada calma.

    - ¿Y por qué aceptaste?

    El mafioso suspiró con cansancio. ¿Por qué había aceptado? ¿Por qué estaba ahí en ese momento? ¿Por qué hacía cualquier cosa que había hecho ese día? Eran estupendas preguntas, a las cuales no tenía ni una maldita respuesta, y que ese sujeto se las estuviera preguntando no las hacía más fácil de responder. Si el Gran Hijo de Dios tenía alguna buena teoría, le hubiera encantado escucharla.

    Curiosamente, Amakusa pareció leerle de cierta forma la mente, pues ni siquiera esperó a escuchar su respuesta, si es que tenía alguna.

    - ¿Qué interés tienes por mi hermana? – Le soltó de golpe, tomando totalmente por sorpresa al líder del Feng Long y prácticamente cortándole el aliento. – Y no me vayas a decir que estás interesado en ella como lo hiciste aquella noche, porque sé de antemano que todo eso no fue más que una actuación. ¿No es verdad?

    - Yo… - Dudó unos momentos en dar su respuesta. Miró hacia un lado, y luego hacia sus zapatos. Aspiró lentamente dos veces, y entonces lo volvió a ver, reflejando la misma confianza que antes. – Por supuesto que lo fue. No tengo tampoco ningún interés en ella, en lo absoluto. Vine aquí… Sólo… Por mera curiosidad. Curiosidad que ya fue saciada. Eso es todo.

    Shougo volvió a quedarse callado por un largo rato, mientras lo miraba fijamente. Él también lo miraba, y no desviaba su mirada en lo más mínimo; de seguro era lo que él esperaba que pasara, pero ya debería de saber de antemano que no lo iba a hacer.

    - ¿Debo entender con eso que ésta será la última vez que te veré cerca de nosotros? – Le cuestionó Shougo con seriedad.

    ¿Lo sería? ¿Sería esa la última vez que lo vería? No se había hecho esa pregunta antes de ese momento.

    - Es lo más probable. – Murmuró de forma neutral. Alzó su mano, haciendo el ademán de querer acomodarse sus anteojos, pero una vez más terminó tocando su propia piel, y con ello recordando que no los tría; Magdalia se los había quitado. – Dile que me fui, ¿de acuerdo?

    Sin esperar respuesta, y de seguro no iba a recibir ninguna de todas formas, el albino le sacó la vuelta y comenzó a caminar. Al pasar a su lado, sintió como lo miraba de reojo, pero él no lo volteó a ver ni un poco. Siguió avanzando en línea recta hasta dejarlo detrás.

    No taró mucho en encontrarse con Xung-Liang, el cual parecía en efecto estarlo buscando; le extrañaba que no lo hubiera hecho antes. En cuanto lo vio, el chico se le acercó apresurado, casi preocupado se podría decir.

    - Maestro Enishi, ¿todo está bien? – Le preguntó al tiempo que lo miraba de arriba abajo; ¿qué esperaba exactamente que esa chica podría haberle hecho?, siempre tan exagerado.

    - Depende de tu definición de bien. – Le respondió el albino de forma simple y sencilla. – Vayamos a casa, ¿sí? Ésta ha sido una noche bastante larga.

    Xung no opuso queja alguna, y de hecho se veía aliviado de ello. Sin decir más, ambos se alejaron del Barrio Cristiano, Enishi al frente y su leal guardaespaldas detrás.

    - - - -​

    Shanghái, China
    05 de Febrero de 1878 (4575 del Calendario Chino)


    Los primeros días del año siguieron su curso natural luego de aquella noche. Afuera de los muros de su mansión, la ciudad entera y todas sus personas seguían de fiesta. El ruido, la música, el color, la comida… Todo aquello era justo lo que se esperaba de los primeros quince días del nuevo año. Sin embargo, el líder del Feng Long se había mantenido totalmente ajeno a todo ello, y tenía intención de continuar justo así.

    Luego de llegar durante la madrugada del día primero, no había salido a la calle, ni siquiera a echar un vistazo. En esos días los asuntos de negocios eran realmente reducidos. En realidad, el único gran movimiento en esos momentos era la venta al tal Makoto Shishio. Aunque había participado activamente durante las negociaciones iniciales con su hombre de confianza, el señor Sadojima, más que nada por el hecho de ser japonés y también por sus propios intereses personales en ese asunto, en esos momentos ya sólo quedaba hacerle entrega de lo que había comprado, y Hei-shin parecía bastante feliz de encargarse de ello. Por lo tanto, él no tenía en esos momentos ningún asunto que requiriera de su intervención directa, y podía enfocarse en lo que más le interesaba en esos momentos: levantarse muy temprano, vestirse con su ropa de entrenamiento, y salir al patio con su Watou en mano a “ponerse a jugar”, como Hei-shin bien lo describía.

    Por supuesto que en no era en realidad jugar. Se trataba de un movimiento que llevaba meses ideando y practicando, desde aquella noche en que se enfrentó a Amakusa. Tenía muy claro en su cabeza lo que quería lograr y de qué forma, pero tenía problemas para que su mente y cuerpo coordinaran, y éste último lograra moverse de la forma y velocidad correcta. Debía de ser perfecto en todo aspecto; el menor centímetro de diferencia y sería inútil. Antes de la noche de año nuevo, sentía que iba por buen camino, y que estaba a punto de lograrlo; por ello tenía tanta prisa de irse de la cena del Feng Long directo y sin escala a su casa. Claro, eso no había resultado como lo esperaba… Y quizás era el origen de su problema actual…

    Aunque antes de ese día sentía que iba a mejorando, justo al día siguiente, e incluso aún en ese momento justo, se sentía tan perdido como el primer día. Nada salía bien: los movimientos no eran los correctos, la velocidad era o muy lenta o muy rápida. Su espada no lograba dar el giro completo que necesitaba en el contraataque, no lograba agacharse en el momento justo… Nada, absolutamente nada en su movimiento le salía bien.

    El albino se encontraba realmente frustrado, y cada intento no hacía más que frustrarlo aún más de lo que ya estaba. Esos días había estado de un humor realmente pésimo, incluso más que de costumbre. Las sirvientas de la casa procuraban con cualquier medio evitar colocarse en su camino, pero al final era algo que no se podía evitar por completo…

    A media mañana llamaron a la puerta, y Lissie fue a atender rápidamente. Al abrir, se encontró con Jiang.

    - Hola, pequeña Lissie. – Saludó con un tono astuto el hombre alto de larga trenza, y sin esperar ser invitado se abrió pasó para ingresar al lugar. – Vengo a ver al Maestro Enishi.

    - ¿Ahora mismo? – Exclamó nerviosa, e incluso algo asustada. – No creo que sea buen momento… Está entrenando en el patio… Y no creo que quiera ser… Molestado…

    Jiang miró de reojo a la pequeña chica, temblando como ardilla asustada. Le pareció algo tierno, y también un poco patético de ver, que inevitablemente le provocaba gracia.

    - Estoy seguro que hará una excepción conmigo. Vengo a cumplir un encargo que él personalmente me encomendó con mucha firmeza.

    - E… Está bien… Bueno, ya sabe en dónde está, entonces…

    Se disponía en ese momento a retirarse, al otro lado de la casa si era necesario. Pero entonces el hombre la tomó con fuerza del hombro para detener cualquier posible intento de “huir”.

    - De hecho, creo que como buena sirvienta, debes de escoltarme y anunciarme con el maestro.

    - ¡¿Por qué?! – Respondió alarmada por tal petición.

    - Es tu trabajo, ¿o no? Además, si está de tan mal humor como tu cara me lo dice, será mejor que seas tú la primera en acercársele.

    El último comentario lo había hecho con un marcado y nada disimulado tono de broma, que Lissie en realidad no estaba muy segura de qué tan sincero era en realidad. Pero algo era cierto: era su trabajo, y tenía que cumplirlo… Aunque le costará el cuello. Suspiró resignada, y entonces comenzó a caminar en dirección al patio, seguida por detrás por el recién llegado.

    Tal y como había dicho, Enishi se encontraba el patio, practicando el mismo movimiento: pierna derecha al frente, torso agachado, movimiento circular de la espada de abajo hacia arriba. A los ojos de Lissie, que poco o nada sabía del manejo de espadas, sus movimientos siempre se veían iguales; incluso alguien con algún conocimiento mediano del tema, opinaría lo mismo. Sólo alguien realmente hábil, y realmente conocedor podría detectar las pequeñas diferencias, pero incluso así no entenderían del todo bien porque estaba intentando un movimiento tan extraño.

    Lissie se acercó con pasos tímidos hacia su amo, pero no demasiado. Manteniéndose a una distancia que consideraba segura, sólo entonces habló.

    - Maestro… El señor… - Llegó a murmurar, justo en el momento en el que terminaba una de sus repeticiones.

    - ¡¡Malita sea!! – Gritó el albino con fuerza, chocando su pie contra el suelo. – ¡¿No ves que intento concentrarme, Lissie?! ¡¿Qué demonios quieres?!

    - ¡Ah! – Exclamó casi aterrada, cayendo de sentón al suelo, y protegiéndose cómo le era posible con sus brazos, como si esperara algún golpe, pese a que en realidad sólo habían sido gritos. – ¡Lo siento!, ¡El señor Jiang insistió en molestarlo! ¡Yo no quería!

    Rápidamente el mafioso se giró, echándole un vistazo a Lissie, y luego al hombre que permanecía varios pasos detrás de ella. Jiang se sobresaltó, un poco asustado, al ver los ojos de su jefe tan llenos de ira, y encima de todo puestos directamente en él.

    - Buenos días, Maestro. – Saludó un tanto nervioso. – Puedo volver más tarde si…

    Enishi permaneció en silencio viéndolo fijamente por un largo rato. Luego, agitó un poco su espada en al aire con velocidad para al final apoyarla contra su hombro derecho.

    - Déjanos solos, Lissie. – Ordenó con firmeza; la sirvienta no necesitó más instrucciones adicionales para obedecer.

    - ¡Sí! ¡Sí, maestro!

    Se dio la media vuelta y se apresuró al interior de la casa. Jiang, por su parte, parecía un poco nervioso de quedarse a solas con Enishi.

    - ¿Qué ocurre, Jiang? – Le soltó directo y sin rodeos.

    - Sí, yo…. Sólo le tengo una novedad sobre lo que me pidió investigar, y creí que sería importante que lo supiera pronto. – Se aclaró un poco su garganta, intentando desaparecer de ella cualquier rastro de duda. – Parece que sus amigos cristianos reservaron tres pasajes para un barco a Hong Kong, para hoy en la tarde.

    Enishi se estremeció de asombro al escucharlo.

    - ¿Hoy?

    - Sí, así es. Todo indica que hoy mismo se van…

    El albino se viró hacia otro lado, notoriamente pensativo. Antes parecía que absolutamente nada lo sacaría de ese estado de ánimo imperioso que tenía, pero esa noticia parecía haberlo hecho tan efectivamente como un balde de agua fría.

    - ¿Desea que… hagamos algo al respecto? – Le cuestionó Jiang con suma cautela

    Enishi calló. Sabía exactamente a lo que se refería con esa pregunta, y tenía bastante fundamento el que la hiciera. Después de todo, él mismo le había solicitado que secuestrara a Magdalia el octubre pasado antes de que se fueran. Pero la situación era totalmente distinta a aquel entonces, y ya no tenía motivo alguno parar ordenarle hacer eso… ¿o sí?

    No, claro que no. Ya lo había dicho antes: no tenía ni un sólo interés en los hermanitos Amakusa, sobre todo en ella…

    - No, déjalo así. – Le respondió con un tono más tranquilo. – Puedes irte. Gracias por tu ayuda.

    Jiang suspiró aliviado al escuchar que ya se encontraba más en calma.

    - Cuando guste, Maestro. – Comentó justo antes de irse, haciendo una profunda reverencia hacia el frente.

    Se giró sobre sí mismo, y se dirigió de nuevo a adentro de la casa. Cuando iba por el pasillo hacia la entrada principal, se cruzó con ni más ni menos que Hei-shin, y dos de sus inconfundibles enormes guardaespaldas.

    - Maestro Hei-shin, buenos días. – Lo saludó haciéndose a un lado para que pasará, y agachado su cabeza con sumo respeto. Él y sus hombres siguieron de largo sin darle mayor importancia a su presencia, pero eso no lo molestó; no era que realmente esperara algún otro tipo de reacción.

    Al parecer Hei-shin no ocupó que alguna de las sirvientas lo guiara y anunciara como Jiang lo había solicitado, ya que de hecho se dirigía al mismo sitio del que él venía. Cuando llegó al patio, Enishi estaba de pie con su espada en mano, pero no estaba haciendo el mismo movimiento de hace unos momentos. Simplemente estaba de pie, mirando al frente, pensativo.

    - Vaya sorpresa. – Comentó el Número Dos del Feng Long con fuerza para que lo escuchara. – Sabía que si venía te encontraría aquí. Pero esperaba verte jugando con tu misterioso movimiento de espada, no parado a la mitad del patio como enajenado.

    Enishi lo miró sobre su hombro, y soltó un pequeño gruñido de molestia ante su presencia. No quería más visitas esa mañana, especialmente si se trataba de esa visita.

    - No estoy de humor para esto, Hei-shin.

    - Esa no es novedad. – Comentó el hombre de negro con un tono astuto, y entonces se bajó del pasillo exterior para colocar sus pies en el pasto. – Sólo vine a informarte en persona que, durante la madrugada, las armas y el Rengoku del señor Shishio se pusieron en marcha hacia Japón. Ya debe estar cerca de arribar al punto de encuentro.

    - Pensé que irías tú en persona.

    - Lo pensé, pero decidí que tenías razón. Son días de fiesta, y no hace daño delegar de vez en cuando, ¿no?

    Delegar, claro; no había ni una sola persona en Shanghái que pudiera creerse que esas palabras habían salido de la boca de Wu Hei-shin. Aunque realmente había estado un tanto extraño últimamente, empezando por el pésimo humor que tenía durante la comida de año nuevo. De hecho, si su memoria no le fallaba, había estado de un ánimo muy similar hace algunos meses, en la fiesta que había dado Hong-lian; la misma fiesta a la que asistieron Shougo Amakusa y su hermana…

    Enishi soltó una maldición en su cabeza, quizás a sí mismo, por idear de esa forma los pensamientos.

    - Además, escuché que no has salido de tu casa en los últimos tres días, y tenía curiosidad del motivo. – Añadió Hei-shin a su explicación. – El maestro Hong-lian bromeó diciendo que de seguro tenías a una chica aquí, pero yo lo veía poco probable. Cómo dije, suponía que si venía te encontraría aquí en tu patio, practicando el mismo movimiento con tu espada. Tal parece que tuve razón a medias.

    De hecho, tuvo razón por completo. De haber llegado algunos minutos antes, quizás lo hubiera viso haciendo precisamente ese movimiento al que hacía referencia. Pero no le daría la satisfacción de saberlo por absolutamente nada.

    - En fin. Supongo que no te interesará salir y tomar algo, ¿cierto?

    - ¿Desde cuándo te interesa salir de manera amistosa conmigo? – Masculló con dureza, mirándolo de reojo.

    - Desde nunca. – Contestó encogiéndose de hombro. – Así que, mejor me retiro para que sigas… Divirtiéndote.

    Enishi casi suspiró con satisfacción cuando al fin se dispuso a irse. No entendía en lo más mínimo a qué se debió esa visita en realidad; ¿acaso habían hecho una apuesta a sus expensas o algo así? Daba igual. Ya tenía suficientes distracciones con Jiang y sus malas noticias, como para que ahora llegará Hei-shin nomás a perder el tiempo.

    ¿Malas noticias? ¿Así era como las veía…?

    - Por cierto, qué extraño verte sin tus lentes oscuros, para variar. – Escuchó que Hei-shin soltaba al aire totalmente al azar justo antes de ingresar a la casa

    Enishi se incorporó rápidamente y se giró hacia él

    - ¿Qué dijiste?

    Hei-shin se detuvo unos momentos en el arco de la puerta, y se viró de nuevo a él al escuchar su pregunta.

    - Tus lentes oscuros. – Repitió. – Si te soy honesto, pareces aún más loco de lo que realmente eres cuando siempre los traes puestos, incluso de noche. Nos vemos.

    Sin más se retiró.

    Enishi aceró su mano a su rostro, palpándola con mucho cuidado; en efecto no traía sus siempre distintivos lentes oscuros. No era como si no se hubiera dado cuenta antes; simplemente no había reparado mucho en ello, hasta ese momento… No desde…

    De pronto, clavó su Watou en la tierra, y se dirigió rápidamente al interior de la mansión, aunque su destino era de hecho a puerta de entrada. Ni siquiera se tomó el tiempo de arreglarse o cambiarse de ropa; no quería darle a Xung-Liang ni un segundo de ventaja para descubrir que estaba saliendo sin él. No tenía deseos de tenerlo respirándole en la nuca como siempre; no esa vez.

    - - - -​

    Magdalia se encontraba empacando en su habitación de la posada en la que se quedaban. Su hermano le había informado apenas esa misma mañana que iban a salir a Hong Kong, pero tampoco le fue muy sorpresivo; de cierta forma ya veía venir inminente su partida. No hubo queja, ni dudas, ni preguntas adicionales. Sólo un “está bien”, y encargarse de prepararlo todo para estar lista.

    La verdad era que irse le causaba una mezcla extraña de sentimientos: alivio, pero también un poco de preocupación. Su hermano había dicho que ya habían terminado su labor en ese sitio, y que ya no tenían ningún tema pendiente que los detuviera más días ahí; aunque lo había dicho de una forma en la que parecía intentar darle a entender que él pensaba que ella sí tenía uno… Y en realidad no estaba del todo errado. Quizás no quería darle el gusto de darle la razón, y por ello prefirió simplemente acatar la decisión tomada y no decir más.

    El empacar no le tomó mucho, ya que en realidad no habían traído muchas cosas con ellos. Para la media mañana, ya tenía su equipaje listo sobre su cama, y en esos momentos lo único que hacía era estar sentada frente a la ventana y ver hacia el mar. El cielo estaba casi completamente despejado; sólo unas cuantas nubes flotaban en el aire. Todo estaba relativamente calmado, considerando que todos esos días eran de fiesta en ese sitio; aunque claro, era apenas de mañana, y la fiesta en realidad comenzaba en la noche.

    Apoyó sus brazos en el marco de ventana, y recostó un poco su rostro sobre estos. Soltó un agudo suspiro, y siguió mirando por la ventana. Pensaba en su cabeza que la imagen que estaba formando en esos momentos, rozaba en el estereotipo, como si posara para alguna pintura al óleo. Cualquiera pensaría que estaba suspirando por una dolencia interna que la aquejaba. Si fuera así, ¿cuál sería esa? ¿Depresión? ¿Nostalgia? ¿Carencia de algo? ¿Tristeza por la pronta partida? Ninguno de esos sentimientos debería de ser lo suficientemente fuerte como para causarle tanta molestia. Pero así era.

    Habían pasado tres días dese la Víspera de Año Nuevo. La conversación que había tenido en la capilla, rara vez había abandonado su cabeza, así como la persona con la que la había tenido. Se preguntaba a sí misma si acaso había hecho algo incorrecto, si quizás había ido demasiado lejos. Quizás no debió de haber presionado tanto… ¿Pero realmente lo había hecho? Tal vez no tanto como presionar, pero quizás se permitió sin saberlo abrir de más la puerta para que ocurriera lo que ocurrió.

    No, no tenía por qué echarse la culpa. Todo eso había sido obra de él; ella sólo intentaba ayudarle, ser una buena… ¿Amiga? Esa palabra le causó algo de molestia; ¿podía aun considerarlos como tal aun después de lo que había ocurrido? De hecho, ¿en verdad lo eran antes de eso?

    Bajó su mirada hacia la calle frente a la fachada del edificio. No había muchas personas pasando en esos momentos; ella contó cinco en los minutos que estuvo observando, además de un carruaje. La sexta persona en aparecer en su rango de visión, sin embargo, sí que llamó considerablemente su atención. Éste individuo se aproximaba con pasos cautelosos hacia la posada, vistiendo sólo una camiseta negra sin mangas, que dejaba al descubierto sus brazos marcados, y unos pantalones anaranjados. Pero lo que más llamó su atención fue sin duda… Sus cabellos blancos tupidos.

    - ¿Qué? – Exclamó en voz baja como reacción inicial.

    No creía posible que su primera impresión hubiera sido cierta, por lo que tuvo que echar un segundo vistazo. No fue hasta que ese individuo se detuvo frente a la posada, y alzó su mirada, cruzándose prácticamente accidentalmente con la suya, que supo de inmediato que en efecto era quien había pensado. La castaña se paró rápidamente, apoyando sus manos en el marco de la ventana. Ese hombre de cabellos blancos parecía haberla reconocido igual, y miraba en su dirección notoriamente asombrado.

    Magdalia rápidamente cerró las cortinas de la ventana, prácticamente por un mero reflejo. Se quedó un rato a oscuras, aún con sus manos en las cortinas e intentando meditar en qué era lo que debía de hacer a continuación. Pero lo cierto era que no tenía mucho tiempo, ni tampoco muchas opciones. Algo resignada, pero no por ello feliz, salió de su cuarto y corrió escalera abajo, apurándose a llegar antes de que su hermano se percatara de la presencia de ese individuo. Aunque aquella noche le había dicho que estaba segura que su hermano ya no guardaba ninguna mala opinión de su persona… Lo cierto era que no estaba segura de hasta qué punto podría tolerarle sus extraños y repentinos arrebatos. Ni siquiera le había dicho nada, ni a favor ni en contra, de la invitación que le había hecho para cenar con ellos esa noche, pero era claro por su expresión que no era algo que le provocara mucha alegría…

    Mientras bajaba, se preguntaba a sí misma qué hacía en ese lugar. Para empezar, ¿cómo supo dónde buscarla? Su hermano había insistido mucho en no quedarse en la misma posada de la vez anterior, pues era evidente para él que su secuestro sólo podría haberse llevado acabo con la complicidad del dueño de dicha posada. Aun así, también era obvio que con el suficiente interés, y considerando el poder que tenía en esa ciudad, si se lo proponía sería cuestión de tiempo para que diera con el lugar exacto en el que se hospedaba. Sólo tenía que darle la orden a alguno de sus hombres, y le tendrían el dato en un chasquido de dedos; después de todo, tampoco era precisamente un gran secreto.

    Y en segundo, ¿cuál era el propósito de tan repentina visita? Y justamente ese día, que es en el que se irán de Shanghái… Las opciones volaban una tras otra en su cabeza, y no todas le parecían del todo buenas. Ese sujeto era realmente impredecible; si no le había quedado claro antes… Lo que pasó esa noche terminó por hacerlo sin duda…

    Sintió que sus mejillas se calentaban ligeramente al recordar aquello. Una mujer decente y cristiana como ella no debería de tener ese tipo de reacciones ante un acto como ese. Sin embargo, su cuerpo parecía ir en contra de todo ello y hacer lo que le placía. Sencillamente fue algo que no debió ser, ni tampoco debería de estar pensando en ello… Pero era mucho más fácil decirlo que realmente hacerlo; en especial si el culpable se aparecía de esa forma tan repentina ante ella.

    Al bajar hasta el vestíbulo de la posada, se detuvo unos momentos para recuperar el aliento. Sólo hasta ese momento se dio cuenta de lo apresurada que había bajado las escaleras, y como ello había acelerado su respiración. ¿Había sido su reacción quizás algo exagerada? Una vez más recuperada, alzó su mirada, esperando ver al albino ahí mismo, pero no había rastro alguno. Caminó cautelosamente a la entrada del establecimiento, cuyas puertas estaban abiertas. No tuvo que poner un pie afuera, antes de visualizar su posición: se encontraba con su espalda apoyada contra la pared de la fachada, justo a la derecha de la puerta.

    Se tomó sólo un segundo más para aspirar con fuerza, terminar de serenarse, y entonces animarse a salir…

    - ¿Enishi? – Cuestionó en voz baja, parándose en la puerta y asomándose mejor para verlo.

    - Hola. – La saludó el mafioso, apenas mirándola por el rabillo de su ojo izquierdo.

    - ¿Qué haces aquí?

    Enishi separó su espalda de la pared, y entonces dio un par de pasos hasta colocarse delante de ella, aunque a una distancia adecuada, como si temiera que apenas el menor paso de más pudiera perturbarla… y quizás no estaba tan errado.

    - Escuché que se irán de Shanghái esta tarde.

    - Oh. – Exclamó Magdalia con sorpresa, aunque en realidad tampoco era tanta. – ¿Y en dónde escuchaste eso?

    - ¿Acaso importa?

    - No, en realidad…

    Se hizo de pronto un denso e incómodo silencio entre ambos. Enishi no la había volteado a ver directamente ni una sola vez; de hecho miraba hacia otro lado, o al suelo con insistencia, como si temiera posar sus ojos en ella. ¿Acaso sentía… vergüenza? Cualquier hubiera dicho hasta ese momento, que era un sentimiento que le era imposible de sentir.

    - No vendrás a secuestrarme de nuevo para que no nos vayamos, ¿o sí? – Comentó la cristiana de nuevo, con un ligero tono de broma, al que Enishi contestó rápidamente con brusquedad.

    - No, nada de eso… Sólo vine por mis lentes oscuros.

    Magdalia parpadeó un par de veces, sin entender.

    - ¿Disculpa?

    - Mis lentes oscuros. Me los quitaste aquella noche y te los quedaste.

    La ojos verdes tuvo que hacer un poco de memoria. Recordaba muchas cosas de esa noche, pero definitivamente algunas habían tomado más importancia que otras en su cabeza. Pero al final logró recordar a qué se refería.

    - Tienes razón, ya lo había olvidado. – Señaló con seriedad, al tiempo que se giraba de regreso a la posada. – No tardo.

    Sin más, ingresó de nuevo y se dirigió a las escaleras. En cuanto le dio la espalda, Enishi hizo el ademán de querer detenerla, o decirle algo más. Sin embargo, no salió nada de sus labios, y la joven se alejó de su vista.

    El albino se quedó esperando plácidamente en su lugar. Unos cuantos minutos después, Magdalia regresó con el par de anteojos en cuestión entre sus manos.

    - Aquí tienes. – Le indicó al tiempo que se los extendía para que los tomara. Sin embargo, eso involucraba acercársele más.

    Dio uno… dos… tres… hasta cuatro pasos hacia ella. Con cada uno, Magdalia intentaba demostrar seguridad, pero por dentro su corazón se agitaba demasiado. Enishi se quedó aun así a una distancia prudente, y extendió entonces su mano para tomar los anteojos. El sólo hecho de que la yema de sus dedos apenas y rozara un poco la piel de su palma, fue suficiente para provocar una reacción adversa en Magdalia, y hacerla retroceder rápidamente, nerviosa.

    Enishi no dijo nada ante esa nada disimulada reacción. Simplemente abrió los brazos de los anteojos, y se los colocó con cuidado en su rostro, ocultando sus ojos. Eso lo hizo sentir relativamente más tranquilo de pronto.

    - No creí que fueras a venir hasta aquí sólo por ellos. – Comentó la cristiana en voz baja. – Cualquiera diría que alguien como tú debía de tener cientos iguales, o al menos el dinero para comprar nuevos.

    - Sí, tal vez… - Murmuró escuetamente. – Pero también quería…

    Sus palabras se cortaron. Bajó de nuevo su mirada al suelo unos momentos.

    - Escucha, sobre lo que pasó esa noche…

    Antes de que pudiera decir algo más, Magdalia alzó su mano hacia él de golpe, indicándole con ese sencillo acto que parara, y no dijera ni una sola palabra más. Miró por encima de su hombro con cautela. Se tomó entonces la libertad de tomar las perillas de la posada y cerrar ambas puertas.

    - Si te parece bien… Quisiera no hablar de eso ahora… - Le indicó en voz baja, comenzando a caminar hacia un lado para quitarse de enfrente de la posada, esperando que Enishi la siguiera. – Si mi hermano o Shouzo lo escucharan… Bueno, preferiría no arriesgarme…

    - Entiendo. – Comentó el albino, andando unos pasos detrás de ella. – Sólo creo que tengo que disculparme…

    Magdalia lo miró algo sorprendida. ¿Disculparse? Bien, sí, ciertamente eso había sido algo por lo que muchos tendrían el deber de disculparse. Pero… ella no estaba del todo segura si era justo aceptar dicha disculpa, ya que era como dar por hecho de que todo había sido su culpa, y eso no lo podía afirmar con toda seguridad.

    - No hay de qué disculparse. – Le respondió de pronto, tomando desprevenido al mafioso. – Escucha, lamento la forma en la que reaccioné luego de eso, alejándome y luego intentando evitarte. Estaba confundida, y no sabía cómo actuar. Pero ahora, ya más calmada, entiendo que fue un momento lleno de sentimientos encontrados para ti, y no podías controlar del todo tus acciones. Después de todo ya he visto como ese tema te pone… En parte prefiero que haya sido eso, y no otro disparo.

    El último comentario lo acompañó un singular tono de humor, quizás para aligerar el ambiente. De cierta forma parecía haber tenido resultado, pues una pequeña sonrisa se asomó en los labios de Enishi, aunque se volteó discretamente a otro lado, quizás en un intento de disimularlo.

    - Entonces… ¿Piensas que fue eso? – Murmuró el albino en voz baja. – ¿Qué fue… una reacción involuntaria… casi como ese disparo en el restaurante?

    - Es lo más seguro. – Recalcó Magdalia, aunque inmediatamente después calló, observando al hombre ante ella con detenimiento – ¿O no?

    Esa simple y sencilla pregunta pareció haber causado un pequeño sobresalto en Enishi. Sí, era lo más seguro… No, más bien era la única opción posible, ya que las alternativas a ello eran sencillamente inverosímiles. Debió haber sido otro de esos ataques de “locura”, por llamarlos de alguna forma, que siempre le provocaba hablar aunque fuera indirectamente del asunto de su hermana. Otra simple reacción incontrolable y no razonada… Eso debía de ser…

    Pero, aun así, una parte de él prefería no responderle, prefería mejor dejar esa pregunta, que era más un requisito o una forma de hablar que una pregunta real, en el aire. ¿Para qué?, en realidad no estaba seguro. En su lugar, prefirió al parecer pasar de inmediato y sin aviso a otra cosa.

    - Así que, ¿irán a otros puertos a buscar más apoyo entre la gente? – Comentó de pronto aún sin mirarla.

    Magdalia pareció extrañarse un poco por la pregunta ten repentina, y que poco o nada tenía que ver con lo que halaban. En parte sintió un poco de alivio de no seguir hablando de ese tema tan incómodo, pero en parte también sentía que dejarlo de esa forma no le daba una conclusión satisfactoria.

    - Así es. – Contestó con calma. – Después de todo, tenemos aún mucho trabajo que hacer antes de volver a casa.

    - Entiendo. Y… - Calló unos instantes, para luego, lentamente volverse hacia ella de lleno. Sus lentes se habían bajado un poco y la castaña lograba verlos escasamente por el arco de estos, y entre sus mechones blancos. Había algo extraño en ellos. Se veían apagados, y notoriamente ausentes. – ¿Crees que vuelvan a Shanghái… otra vez?

    La cristiana meditó unos instantes sobre la pregunta que le acababan de hacer. La respuesta en realidad no era muy complicada, pero era más la forma de decirlo lo que le preocupaba.

    - No, la verdad no lo creo. – Pronunció luego de un rato, acomodándose un mechón de cabello con sus dedos. – No pronto, al menos. La verdad es que mi hermano y yo… ya tenemos más negocios aquí.

    Por supuesto, tenía sentido. La pregunta por sí sola era necia y sobrada. ¿Por qué habrían de volver otra vez a ese puerto? Era obvio que tenían cosas mucho más importantes que hacer en otros sitios; una revolución y la independencia de todo un territorio no se lograría por sí solos…

    - Supongo entonces… que esto es un adiós.

    - ¿Un adiós? – Repitió ella como un pequeño susurro.

    ¿Lo era? ¿Era un adiós? Era lógico decirlo, y el dudarlo parecía tonto. Se irían de ahí a Hong Kong, luego a Hankou, de ahí a Canton, Nanjing… Luego de regreso a Shimabara, y de ahí… Era desconocido lo que ocurriría en los meses posteriores a ello. Y ella misma lo había dicho; era más que probable que no fueran a volver a ese lugar otra vez pronto. ¿Sería esa en verdad la última vez que se verían? Luego de todo lo que había compartido con ella la Víspera de Año Nuevo, e incluso con su inesperado final, ¿se iría y dejaría todo así? ¿Así era como pasaría todo?

    Sí, así tendría que ser…

    ¿Y qué alternativa tenía? ¿Quedarse?, ¿para qué haría una cosa como esa?, ¿de qué serviría hacerlo? Tenían un movimiento que dirigir, y hasta su último aliento debía apoyar a su hermano en ello, encargarse de que todo lo que habían soñado y planeado juntos se hiciera realidad. Esa era su misión, ese era su fin… ¿No le había dicho justamente esa misma noche que ese era su único propósito y por el que vivía? Y esa era la verdad. ¿Para qué dudar? ¿Para qué hacerse esas preguntas a sí misma? ¿Por qué considerar siquiera las opciones…? No había opciones, así de sencillo.

    Pero, aun así… Aun a pesar de todo ello…

    Apretó sus puños con fuerza, cómo un tic de intentar controlar algún sentimiento angustioso que comenzaba a invadirla. Debía serenarse, mantener su semblante y su porte. No podía permitirse que él, ni nadie, vieran por fuera lo que tanto le perturbaba por dentro. Esos sentimientos eran impropios de ella, impropios de cualquier mujer decente y cristiana. Además del sencillo hecho de que no tenían sentido ni justificación… Era sencillamente una “locura”

    - Oye, no hay porqué pensar de esa forma. – Comentó de pronto, sonriendo ampliamente e intentando transmitirle la mayor seguridad y entusiasmo que le era posible. – Escucha, cuando te dije esa noche que ya no tenías por qué seguir solo, y que quería ser tu amiga… Lo decía enserio, y sé que tú también hablabas enserio en todo lo que me dijiste. Así que si los dos mantenemos esas palabras, sé que nos volveremos a ver. ¿Qué tal si…? – Calló unos momentos, replanteándose si era buena idea lo que estaba por sugerir, pero no tardó mucho en decirse a sí misma que en efecto, así era. – ¿Por qué… no vienes tú a Shimabara a visitarme, para variar?

    Enishi pareció confundido. ¿Hablaba enserio? ¿Lo estaba invitando a ir a Shimabara? ¿A esa Shimabara de la que tanto había hablado y a la que se refería como que sería su Paraíso en la Tierra? ¿Estaba invitándolo… a él… a ir hasta ahí sólo para visitarla?

    - ¿A Shimabara? – Repitió con algo de duda. – ¿Le permitirán la entrada a su Tierra Sagrada a un maleante como yo?

    Magdalia rio un poco ante su pregunta.

    - Puedo hacer una excepción. – Le comentó con un tono ligero; de nuevo, el albino no pudo evitar sonreír.

    - Entonces, quizás lo consideraré.

    Sin proponérselo, ambos volvieron a quedarse en silencio. Pero ya no era un silencio incómodo. En cambio, ambos miraban al otro, quizás meditando en lo que esa corta conversación significaba, o qué era lo que le dejaba a cada uno. Pensaban quizás en qué pasaría después, qué cosas habría que pensar o decidir. Pero sobre todas las cosas, miraban al otro en un intento de memorizar cuál era su expresión en esos momentos…

    - Creo que tengo que irme. – Comentó Enishi de pronto, rompiendo el silencio.

    - Claro, sí. – Respondió ella a su vez, reaccionando. – Yo debo seguir preparándome para nuestro viaje… Así que… - Algo tímida, dio un paso hacia él y le extendió su mano a modo de saludo. – ¿Nos vemos en otra ocasión?

    Enishi contempló sólo unos momentos la mano que Magdalia le ofrecía. Pareció dudar, pero al final él mismo dio un paso hacia ella y extendió su propia mano, dándole un pequeño apretón, apenas lo suficiente para rodear su pequeña y delgada mano con sus dedos, y poder sentir el calor que su piel emanaba.

    A diferencia del pequeño contacto anterior que la había hecho retroceder casi asustada, ese apretón no pareció tener ninguna mala reacción de ella. De hecho, se sentía como todo lo contrario…

    - Hasta luego, Magdalia…

    - Sayo. – Pronunció de golpe la cristiana, sin darle tiempo siquiera de terminar de hablar. – Mi nombre es Sayo. Pero ya lo sabías, ¿o no?

    Enishi en efecto tenía el recuerdo de que ese era el nombre con que su hermano la había llamado aquella noche de octubre: Sayo, su nombre japonés, su verdadero nombre. Habría asumido que era algo reservado únicamente para su familia, o para este caso únicamente su hermano… ¿O quizás era más bien Magdalia el que estaba reservado para sus seguidores?

    - Puedes llamarme con ese nombre con toda confianza.

    - De acuerdo… Sayo…

    De nuevo un instante de silencio, en el que ambos se miraron el uno al otro, con pequeñas sonrisas adornando sus labios.

    Enishi se giró y comenzó a caminar por la calle. Sayo ingresó de nuevo a la posada, cerrando la puerta detrás de ella. Sin embargo, en lugar de subir las escaleras de regreso a su cuarto, se quedó unos instantes en ese sitio, recargándose contra la pared, como si se sintiera cansada y ocupara apoyarse en algo. Llevó su mano derecha a su pecho, y sintió como su corazón se agitaba violentamente.

    Respiró hondo, intentando tranquilizarse. Una mujer decente y cristiana…

    Se detuvo unos momentos, cortando su propio pensamiento. ¿Exactamente qué era lo que una mujer decente y cristiana no debía de sentir o pensar? ¿Qué era eso que se impedía a sí misma admitir y por qué? ¿Era tan horrible la posibilidad? ¿Era tan horrible para ella pensar siquiera que en efecto… ese hombre podría haber causado tal sentimiento en ella?

    Sacudió su cabeza con rapidez, intentando hacer que todas esas ideas se disiparan de su cabeza. No importaba si la posibilidad era horrible o no. La única verdad irrefutable de todo ello, era que ella tenía un sólo propósito en ese momento, y no tenían nada que ver ni con Shanghái ni con Yukishiro Enishi. Dicho propósito estaba en Shimabara y a lado de su hermano.

    Respiró profundamente una última vez, y entonces caminó tranquilamente hacia las escaleras.

    Pasarían varios meses de nuevo, antes de sus caminos se volvieran a cruzar. Pero en todo ese tiempo, y pese a todo lo que cada uno viviría por separado, ninguno dejaría que esos profundos, e incluso un poco perturbadores pensamientos, se apartaran de ellos...

    FIN DEL CAPITULO 22

    La primavera poco a poco está llegando a su fin. La confusión y la duda que yacen en el interior de Enishi se hacen más y más grandes conforme pasan los meses, y por más que lo intenta, no puede sacar de su cabeza a esa persona. ¿Qué decisión tomará? ¿Se podrá permitir aceptar lo que siente…?

    Capítulo 23. A Shimabara…

    Notas del Autor:

    Pasé de un año sin publicar nada de esta historia a subir cuatro capítulos; eso debe significar algo. Pero bueno, en el próximo capítulo daremos un salto en el tiempo, a un punto muy importante en la historia de esta serie, y creo que todos sabrán cuál será. Nos vemos en la próxima.
     
  6.  
    WingzemonX

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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 23
    A Shimabara…

    Shanghái, China
    19 de Julio de 1878 (4575 del Calendario Chino)


    Era de mañana, una calurosa mañana de julio, aún inicios del verano. El ir y venir del puerto había sido realmente agitado durante toda esa semana. La gente en general se sentía estresada, como si algo se estuviera preparando, cómo si algo estuviera por ocurrir. Todos lo sentían, pero nadie sabía qué era. Tal vez no era nada, o tal vez era algo grande; sólo el tiempo lo diría, ¿o no?

    Yukishiro Enishi se encontraba desde muy temprano, sentado en una de las salas privadas de su mansión, en las que normalmente atendía a sus clientes e invitados; mas en esa ocasión, se encontraba totalmente solo. La puerta estaba cerrada, al igual que las cortinas, y el candelabro del techo apagado. La única luz que lo alumbraba, era una sencilla lámpara de aceite que estaba localizada en la pequeña mesilla a su lado. Pero esa parecía ser la cantidad de luz que necesitaba, justo la que requería en esos momentos. No llevaba sus casi siempre eternos lentes oscuros; estos en su lugar, reposaban sobre la mesilla, justo al lado de la lámpara de aceite. Estaba totalmente recargado contra el alto respaldo de su silla, y miraba fijamente y con gran detenimiento la otra silla de la sala, como si hubiera alguna otra persona en esos momentos en ella, y ésta le estuviera contando con sumo detalle una muy importante historia. Sin embargo, lo que había en dicha silla, apoyada en el asiento y contra el respaldo… Era su Watou, su arma predilecta, enfundada y colocada ahí como si se tratara de un invitado.

    Apenas alumbrada por la escasa luz anaranjada de la lámpara, Enishi miraba con detenimiento el arma dentro de su vaina, con tanta fascinación como si fuera la primera vez que la veía. Su expresión era totalmente carente de emoción alguna. Parecía pensativo, muy, muy pensativo… Algunos dirían que incluso parecía preocupado, agotado; pero esos eran dos estados que no eran para nada propios del joven líder del Feng Long… ¿o no? ¿Era posible que esa persona de apariencia siempre serena y calmada, pudiera llegar a preocuparse hasta ese grado? ¿Qué podría ser tan grave como para causarle a alguien como él tal molestia?

    Algo era seguro; fuera lo que fuera, no era para nada la dichosa reunión que estaba a punto de tener en su misma casa, en quizás cuestión de minutos. Sin embargo, lo que le molestaba, sí tenía de alguna u otra forma relación con lo que se vería en esa reunión, pero eso era algo que sólo él sabía, y de momento era mejor así.

    Habían pasado ya cinco meses desde el Año Nuevo, cinco meses en los que habían ocurrido una gran variedad de cosas: fiestas, reuniones, eventos, ventas, negocios… Pero ninguno de ellos le era ni remotamente interesante o digno de recibir más de unos cuantos segundos de su tiempo o atención. Había estado tan distraído últimamente, y tan ausente de los asuntos del Feng Long, que la mayor parte del tiempo había hecho sólo acto de presencia en las reuniones, aunque su mente divagaba en otro lugar, y en otro tiempo. Por suerte, o quizás por falta de ella para algunos, habían sido unos meses muy tranquilos, y su distracción no había repercutido en los negocios… Al menos no aún.

    Nada le importaba ni emocionaba, y sentía que cada día pasaba aún más lento que el anterior; en ocasiones sentía que esos cinco meses se volvían más largos que los once años que llevaba viviendo en Shanghái. Sin embargo, ese estado no sería perpetuo…

    Todo comenzó a agitarse justo en la segunda mitad de mayo. Hasta ese momento, los reportes que recibía periódicamente de Japón, sobre todo de ese espía en especial que había colocado muy cerca de su último gran comprador, en su mayoría no tenían nada de especial, nada llamativo, ni nada que fuera merecedor de su emoción. La mayoría sólo indicaban que no había ninguna novedad que comentar, o quizás señalaban sobre un rumor difícil de corroborar. Pero a partir de entonces, dichos reportes comenzaron a tener más, y más… y más datos reveladores.

    Al principio seguían siendo meros rumores, comentarios escuchados, datos sin comprobar aún. Cosas que decía la gente o que suponía, movimientos sospechosos dentro del gobierno y la policía. Pero la cantidad de datos que tenían los hacían ser mucho más creíbles que los anteriores. Había algo en ellos, podía sentirlo; eso era lo que estaba esperando.

    El tiempo de espera entre un reporte y otro se volvió tortuoso. La maldita distancia hacia que fuera imposible poder estar al tanto de todo, y tenían que pasar días, incluso semanas, antes de poder recibir alguna actualización. Pero fue hasta principios de junio, que recibió al fin lo que tanto había añorado: una confirmación… real, clara, y comprobada…

    ¿Podía ser cierto? Todo parecía indicar que sí; luego de diez largos años, al fin lo tenía…

    Se sintió tan confundido, tan enmarañado en su cabeza con tantos pensamientos. ¿Qué debía de hacer a continuación? ¿Debía de irse directo a ese sitio cuánto antes sin espera? ¿Debía tirar todo a un lado, tomar su espada, subirse al primer barco que consiguiera, y terminar con todo eso de una vez por todas? En verdad sentía enormes y casi incontrolables deseos de hacer justamente eso…

    Pero no, no era el momento…

    Debía aguardar; debía saber cómo terminaba del todo ese otro asunto antes de hacer su movimiento.

    Además, eso no era para lo que se había preparado, eso no era lo que había aguardado todo ese tiempo. Había un plan mucho grande en el que debía concentrarse. Sólo un poco más… Debía aguardar un poco más…

    Siguió recibiendo información un par de veces más, y de pronto… Los reportes cesaron de llegar por un tiempo, tal vez por dos semanas o más. ¿Qué había ocurrido? Intentó enterarse por otros medios, pero no había nada; ninguna noticia, ningún rumor, ningún comunicado. Si es que algo pasó, alguien se encargó de encubrirlo por completo.

    La impaciencia se apoderó de él. Cortejó varias veces de nuevo la opción de ir y averiguar por su cuenta todo lo que había ocurrido, pero al final siempre desistía. Ir hasta allá sin información, no hubiera servido de nada; podría tirar diez años de preparación a la basura en tan sólo un chasquido de dedos.

    La información llegó al final, y la espera había valido la pena, ya que ésta le indicaba muchas más cosas de las que se esperaba. Y aún mejor, aunque una parte de ella eran de cierta forma malas noticias hablando de negocios, la gran mayoría era justo lo que deseaba escuchar. Diez años habían pasado, desde que había dejado Japón casi huyendo… Y ahora ahí estaba, con la información que tanto había deseado obtener, justo en sus manos. Ya prácticamente lo tenía todo resuelto; lo que tanto había esperado y deseado, prácticamente estaba delante de él…

    ¿Por qué no estaba feliz?

    ¿Por qué no se sentía emocionado?

    ¿Por qué se sentía tan… confundido?

    Confundido… Ese era ciertamente un sentimiento que sí le era algo ajeno. La confusión era para las personas que no tenían claro su camino y su objetivo; ese no era su caso. Si había algo que tenía, eso era la claridad de lo que deseaba y del camino que seguiría; era prácticamente con lo único que había llegado a ese país siendo apenas un niño. Pero ahora, pareciera que algo más estuviera interfiriendo con ello, algo que no le dejaba concentrarse por completo en lo que deseaba.

    ¿Pero se trataba de algo? O, quizás, ¿se trataba de… alguien?

    Todo esto había comenzado la víspera de año nuevo… No, más bien había comenzado el octubre pasado, pero él no se había dado cuenta de ello hasta esa noche en especial. De ahí en adelante, se había sumido en ese estado, con su mente navegando entre la información que recibía de su espía en Japón, y… ese otro tema.

    No había recibido y sabido nada más al respecto desde el día en que se fueron. No volvieron a Shanghái otra vez, pero eso no tenía por qué sorprenderle, ya que lo sabía de antemano. Él tampoco buscó saber más al respecto. No podía darse ese lujo, no podía permitirse desviarse aún más del camino que tanto tiempo le había tomado trazar. Pensó que una vez que tuviera todas las piezas, una vez que tuviera todo lo que requería, esa… “confusión”, se esfumaría de su cabeza, al igual que todas sus distracciones. Pero, estando ya prácticamente a un paso, quizás dos, no lo sentía así. Incluso, se atrevería a decir que iba empeorando…

    ¿Por qué ahora?, ¿por qué tenía que ocurrir justo en ese momento, en el que se encontraba tan cerca? De nuevo, algunos lo llamarían mala suerte. Otros, jugarreta pesada del destino. Esa persona… Lo llamaría la voluntad de Dios…

    La voluntad de Dios; el tan sólo considerarlo lo irritaba enormemente.

    Mantuvo la información de lo sucedido sólo para él por largo rato, hasta que decidiera qué era lo que le debía de hacer. Sin embargo, el tiempo pasó, y la posibilidad de que Hei-shin, o algún otro de los líderes, se enterara de ello por su cuenta se hacía cada vez mayor; y si alguno de los viejos se enteraba de ello, o aún peor, de que él ya lo sabía desde hace mucho, su elocuente manera de ser no lo salvaría esa vez. Al final no tuvo más que decirle al subjefe del Feng Long lo que había ocurrido, claro, sin contarle toda la historia completa; sólo lo que requería. Como esperaba, Hei-shin insistió en que debían de decirles a los otros, y él no se negó. Primero Hei-shin quiso investigar por su cuenta un poco para tener toda la información que necesitaba, pero eventualmente llegó el día de compartirlo a los otros… Y era justamente de lo que se trataría la reunión que estaba por tener.

    Ya sabía de antemano todo lo que ocurriría; podía ver en su cabeza claramente la reacción de todos: gritos, reclamos, incluso amenazas. Hubiera dado cualquier cosa por librarse de ese rato inútil y que nada iba a aportar a nada, con tal de poder quedarse ahí en esa misma habitación, y poder meditar un poco más, intentar recobrar de alguna forma la serenidad y claridad que tanta falta le hacía en esos momentos. Pero lamentablemente no se podía librar tan fácil de eso, como de otras reuniones que igualmente le molestaban. En esa ocasión no quedaba más que dar la cara… Aunque fuera sencillamente para lavarles el cerebro a ese grupo de ancianos que sólo pensaban en el dinero y ganancias una vez más.

    Añoraba el día de alejarse de esas personas tan banales y aburridas. Personalmente antes de irse les cortaría la cabeza a los seis, incluido Hei-shin, sino le pareciera un riesgo incensario, y un capricho que no le traería tanta satisfacción como uno pensaría.

    Escuchó como la puerta a sus espaldas se abrió lentamente. En realidad, ya había escuchado con anticipación sus pequeños y tímidos pasos contra el entablado del suelo, y su respiración nerviosa desde que venía por el pasillo; sabía exactamente de quién se trataba, sin necesidad de voltear a verla.

    - Maestro… Enishi… - Murmuró con su vocecilla desde la puerta, la pequeña Lissie.

    - ¿Ya llegaron Hei-shin y los demás? – Soltó el albino con un tono neutro, carente de cualquier tipo de emoción o enojo. Era difícil para Lissie determinar si ese tono debía calmarla, o al contrario preocuparla más.

    - Sí. – Respondió la sirvienta muy despacio. – Lo están esperando en la sala de reuniones principal.

    Enishi pasó sus dedos por su rostro, y se talló un poco sus ojos. Tomó a continuación sus anteojos de la mesa, pero no se los colocó hasta que se puso de pie.

    - Ya voy. Diles que me esperen un rato más.

    Lissie se inclinó un poco hacia el frente de manera respetuosa, y se retiró del salón, cerrando la puerta tras de sí. Sólo se quedó ahí por un par de minutos más, antes de apagar la lámpara de aceite y salir por la puerta.

    Mientras más pronto empezara, más pronto terminaría.

    - - - -​

    - ¿Hundido? – Fue la reacción inmediata de Zhuo, tan sorprendido, que incluso olvidó por completo que estaba encendiendo un puro en esos momentos. – ¿Sin siquiera haber abandonado el puerto? ¿Cómo es eso posible?

    - Se supone que ese barco era más poderoso que cualquier barco en la armada Japonesa. – Añadió Aang inmediatamente después, compartiendo la misma confusión que Zuoh. – ¿Cómo es que fue hundido y tan fácil?

    Las reacciones y preguntas que soltaban los líderes, eran justo y como Enishi había previsto que serían; la exactitud era incluso algo escalofriante.

    Todos se encontraban reunidos en la sala de reuniones principal de la Mansión de Enishi, una habitación rectangular totalmente cerrada y privada, con sólo dos puertas de acceso y ni una ventana. Tenía una sala compuesta de dos sillones largos y dos pequeños, una chimenea y una mesa circular para diez personas; en esos momentos los siete se encontraban sentados en la mesa. Sus guardaespaldas y gente de seguridad aguardaban afuera, incluido Xung-Liang, con el fin de poder llevar esa reunión lo más privada posible. Eso último había sido idea de Hei-shin, quien consideraba que ese tema era lo bastante delicado para ameritar dicha medida… Y si se tuviera que juzgar en base a lo que llevaban de ella, quizás no estaba tan errado.

    Las expresiones de todos reflejaban una serie reacciones debido a la impactante e inesperada noticia que Hei-shin le acababa de compartir: a principios del mes de junio, el Rengoku, uno de sus barcos insignia que habían vendido al hombre llamado Shishio Makoto de Japón, y entregado apenas el pasado febrero… Había sido hundido, sin siquiera haber dejado el puerto de Osaka; y, aparentemente, sin la intervención de ningún otro barco de guerra…

    ¿Cómo es que algo así pudo haber pasado?

    Zhuo y Hong-lian parecían más que nada impactados. Aang y Chang-ze se veían confundidos. Ming-hu, como era de esperarse, parecía furioso. Hei-shin, el mensajero de las malas noticias en esa ocasión, se veía preocupado y realmente estresado. Enishi… Bien, Enishi en realidad se veía como se le había visto últimamente: distraído y ausente. Había dejado que Hei-shin se encargara por completo del tema, y el hecho de que todos reaccionaran justo como había pensado, no hacía nada de méritos para convencerlo de intervenir.

    Se mantendría al margen, hasta que terminaran de procesarlo todo.

    - ¿Los Japoneses tenían algún tipo de arma que desconocíamos? – Cuestionó Hong-lian, en un desesperado intento de encontrarle lógica a todo eso.

    - No… Nuestra información lo que indica, es que… - Hei-shin hizo una pequeña pausa, como si temiera terminar su frase. – Que fue hundido por simples granadas de mano… De gran poder, pero granadas de mano aun así…

    Esas palabras no hicieron más que acrecentar las respectivas reacciones de los otros cinco líderes.

    - Debes estar bromeando. – Murmuró Chang-ze con un tono grave y cansino. – ¿Cómo es que pasó algo como esto?

    Hei-shin se aclaró su garganta, como si fuera un tic nervioso. Comenzó entonces a pasarle a cada uno una carpeta, con una copia del reporte del análisis que había mandado a realizar. Era bastante técnico, pero aun así intentaron leer lo más importante, con rapidez.

    - Según los técnicos con los que mandamos a hacer una inspección a uno de nuestros Barcos de Guerra en existencia, el diseño de estos al parecer tiene una debilidad estructural importante en el casco de acero, justo en la popa…

    - ¿Una debilidad? – Interrumpió Zhuo, notándosele algo de molestia en su tono.

    - Sí, una debilidad… Al parecer un impacto de la potencia adecuada en el punto adecuado, ocasionaría que toda la estructura del casco se colapsara…

    - No puede ser. – Exclamó Zhuo incrédulo, chocando su palma contra su frente. – ¿Y nunca nadie la detectó?

    - Yo… me temo que no.

    La confusión y enojo de los líderes se hacía cada vez mayor, al mismo tiempo que el estrés en el rostro de Hei-shin.

    - No lo entiendo. – Se escuchó que comentaba Aang justo después, lanzando la carpeta con el reporte contra la mesa. – No entiendo casi nada de esto. Pero principalmente no entiendo, si esto ocurrió a principios de junio, ¿por qué nos venimos a enterar hasta ahora?

    - Ah… - Hei-shin balbuceó, notándosele marcada duda en su tono.

    Enishi miraba de reojo a Hei-shin, y también al hombre que de cierta forma lo estaba interrogando. La situación se estaba poniendo demasiado tensa; al parecer era el momento inevitable de intervenir.

    - Como bien saben, nuestra red de información en Japón aún no está del todo bien establecida. – Comentó Enishi rápidamente, ates de que eso se convirtiera en un incómodo silencio. Los ojos de todos se posaron con expectativa sobre él. – Además, lo cierto es que el gobierno Meiji se encargó por su cuenta de sepultar este asunto, y que nadie fuera de los que ya lo sabían, se enterara de ello. No hubo noticias en el periódico, ni un comunicado oficial, y todos los involucrados se encuentran ahora muertos, en custodia de la policía o en el mejor de los casos huyendo. Es por ello que la información nos llegó hasta recién. Además, Hei-shin deseaba revisar toda la información y mandar a hacer el análisis, con el fin de tenerles todos los datos posibles.

    Los cinco líderes mayores guardaron silencio, y cada uno pareció tomarse su propio tiempo para asimilar la explicación. ¿Tenía sentido?, sí. ¿Le satisfacía por completo?, era difícil esperar que algo en todo ese asunto pudiera de alguna forma “satisfacerlos” tan fácil.

    - Eso es lo que menos importa en estos momentos. – Escucharon como la aguda voz de Ming-hu resonaba, justo después de expulsar por su boca una gran bocanada de humo sobre su cabeza. Luego, se giró directo hacia Hei-shin y lo apuntó con su pipa de manera amenazante, como si estuviera esgrimiendo algún tipo de cuchillo. – Lo que realmente yo quiero saber, es qué tienes que decir en tu defensa, Hei-shin.

    El hombre de negro se estremeció un poco ante tal cuestionamiento.

    - ¿Disculpe…?

    - Fue justamente Liu-Han, tu padre, quien ordenó la construcción y compra de esos barcos cuando era el líder. – Comentó el anciano con dureza. – Gastamos una maldita fortuna en ellos, ¿y ahora nos vienes a decir que tienen una debilidad que simplemente no habíamos descubierto? Esto es algo imperdonable. Tienes que responder por esto, jovencito…

    Si Hei-shin ya estaba de antemano preocupado y nervioso, la inminente amenaza de Ming-hu no hizo más que empeorarlo. Su rostro se puso pálido, y fue incapaz de pronunciar palabra alguna.

    - Hei-shin no tiene por qué responder ante las acciones de su padre. – Intervino de pronto la voz de Enishi, llamando de nuevo la atención de todos; sobre todo la atención de Hei-shin, quien pareció notoriamente sorprendido. – Lo que el señor Wu como líder haya decidido hacer, es sólo responsabilidad de él, y de nadie más.

    Enishi hizo una pequeña pausa en esos momentos, respiró profundamente como queriendo calmar sus propias ideas, y entonces… sonrió, de manera amplia y despreocupada, de esa forma tan característica en él, pero que últimamente parecía difícil de ver. Y aunque por afuera esa sonrisa parecía sincera… En realidad, era bastante falsa; pero era lo que tenía que hacer para apaciguar todo ese embrollo.

    - Además, no hay porqué perder la compostura por esto. – Les comentó de manera tranquila y serena. – Yo los comprendo, y sé que a todos les preocupa de seguro la imagen que este hecho nos dejaría en el mercado. Pero lo cierto es que el propio Gobierno Meiji nos ha ayudado con ello. Como ya les dije, su fin es mantener todo este asunto en absoluto silencio. No desean que nadie, ni fuera ni dentro de Japón, se entere de lo sucedido. Y aunque alguien pudiera escuchar algún rumor al respecto, nuestra conexión con el Señor Shishio es también secreta. Él murió, al igual que su hombre de confianza con el que estuvimos negociando directamente, por lo que es seguro decir que cualquier persona que pudiera conectarnos con el hecho, ya no está convida. Y cómo el barco, para bien o para mal, fue hundido antes de hacer una aparición pública, nadie lo vio, y por lo tanto nadie puede tampoco ligarlo con nosotros.

    De nuevo los líderes parecían pensativos por todo lo que acababan de escuchar, pero… También ligeramente más tranquilos. Hei-shin estaba sorprendido; Enishi se veía tan calmado, y con unas cuantas palabras había logrado captar su atención y apaciguarlos lo suficiente.

    Enishi prosiguió.

    - Ya tenemos en estos momentos a los técnicos, encargándose de reparar los Barcos que tenemos a nuestra disposición, y estamos viendo opciones para comprar lotes de un mejor diseño. Así que, por lo pronto, la única acción a realizar es guardar silencio y fingir, al igual que el gobierno Meiji, que esto jamás pasó.

    - ¿Y qué hay de los barcos que ya hemos vendido? – Cuestionó Aang, aún algo escéptico.

    - No hay mucho que se pueda hacer al respecto. – Le respondió el albino, encogiéndose de hombros, casi indiferente. – Por lo que no vale la pena tampoco preocuparse por cosas que no podemos controlar, ¿no creen? Además, ninguno es un riesgo. Hicimos un recuento, y aquellos que no han sido ya confiscados por autoridades, o hundidos en combate por circunstancias ajenas a esta debilidad mencionada, se encuentran plácidamente estacionados en posesión de gente de dinero que lo único que desea es lucirlos. Nada que amerite quitarnos el sueño.

    - ¿Qué hay del Gobierno Meiji? – Cuestionó Zhuo ahora. – De seguro realizarán una investigación para saber de dónde obtuvieron esos hombres el barco y sus armas.

    - Sí, es probable. Pero igualmente todo lo tendrán que hacer lo más discreto posible, ya que no se arriesgarán a exponerse a sí mismos. Eso los atará de manos. Y, cómo dije, las personas que conocían nuestra conexión con esto, ya están muertas. Apostaría a que no llegarán a nada, así que tampoco habrá que preocuparse por ello. – Soltó en ese momento una ligera risilla. – Esto no fue una derrota ni un fracaso del Feng Long, fue sencillamente un hombre intentando derrocar a su gobierno, y fallando, cómo les ha ocurrido a tantos otros antes de él. Es el flujo natural de las cosas… A veces se pierde, y a veces se gana. Y nosotros, tenemos el dinero que recibimos de esa compra, y nuestras manos limpias. Así que yo diría que, de hecho, esto es más una victoria, ¿no lo creen?

    Zhuo, Hong-lian, Aang, Chang-ze y Ming-hu, se miraron entre ellos, y parecían estar discutiendo con sus miradas. Ninguno parecía tener nada en esos momentos para contradecir las palabras de Enishi, o encontrarles algún hueco a sus explicaciones. Sin embargo, al mismo tiempo, ninguno parecía estar del todo convencido de que eran suficientes para calmarlos y olvidar el tema por completo.

    Ming-hu volvió a colocar la pipa en sus delgados labios, y un rato después exhaló algo de humo por su nariz como si de un dragón se tratara.

    - ¿Apostarías tu propia cabeza a que este incidente no nos traerá ningún otro problema, Enishi? – Murmuró el anciano en voz baja, mirando fijamente al albino de manera penetrante.

    Enishi se viró hacia él lentamente, regresándole su mirada con seriedad, pero con calma.

    - ¿Es una petición real?

    - ¿Tú qué crees, muchacho?

    - Pues es en ese caso, sí. – Le respondió con firmeza. – Doy mi cabeza como garantía de que este incidente no le causará más problemas al Feng Long, y que jamás volveremos a escuchar de ello.

    La seguridad con la que dijo esas palabras, sorprendió incluso a Hei-shin. Pero, para bien o para mal, era una forma notoria de tranquilizarlos.

    - Muy bien. – Murmuró Ming-hu. – Tú palabra aún tiene mucho peso para mí, Enishi. No me decepciones.

    Enishi sólo respondió asintiendo lentamente con su cabeza.

    - Si van comprar nuevos barcos, quiero revisarlos personalmente, esta vez. – Señaló Aang.

    - Por supuesto, maestro. – Respondió Hei-shin rápidamente

    - ¿Alguna otra sorpresa que quieran compartirnos?

    - No, de momento eso sería todo. Lamento las molestias ocasionadas, pero pensé que ameritaban saber sobre esto.

    Aang asintió, al parecer concordando con su pensamiento.

    - ¿Y saben quién fue el que hundió ese barco?

    Hei-shin dudó un poco en cómo responder a esa pregunta, y fue esa duda la que Enishi aprovechó para adelantarse de inmediato a responder primero.

    - No, no tenemos ese dato. – Comentó con apuro. – Pero lo más seguro es que haya sido la policía en algún tipo de ataque coordinado. No creo que nos sea de utilidad intentar profundizar más en ello; no cambiará lo sucedido.

    Hei-shin guardó silencio, aunque miró a Enishi de reojo, un tanto extrañado por esa reacción tan repentina. Los otros líderes quizás no notaron nada raro en ello, pero él sí… Le dio la impresión de que no estaba siendo precisamente honesto con esa última respuesta.

    - - - -​

    La reunión se prolongó por casi una hora más, pese a que ya casi no volvieron a tocar directamente el tema del Rengoku. La plática se enfocó un poco más en planes y negocios futuros a corto plazo, aprovechando la presencia de todos los líderes en la casa. También fue en gran medida conversaciones más informarles, y algo más de información sobre los nuevos barcos que estaban considerando comprar. Al final todos los líderes parecían felices, o al menos muchos más calmados… Por ahora.

    En cuanto la reunión terminó y se hicieron las correspondientes despedidas, Enishi salió rápidamente de la sala, incluso primero que nadie; extraño, considerando que esa era su casa, y por lo tanto él era el anfitrión. Andando por el pasillo, justo en dirección a la misma sala en la que se encontraba antes de irse a la reunión, se cruzó de frente con Xung-Liang; olvidaba cuál había sido la última vez que había pasado tanto tiempo sin el muchacho persiguiéndolo.

    - Maestro Enishi, ¿cómo le fue? – Le cuestionó en cuanto lo divisó; sin embargo, Enishi no pareció tomar del todo bien esa pregunta.

    - ¿Crees que estoy para preguntas estúpidas, Xung-Liang? – Le respondió con marcado tono de reproche, tomando al guardaespaldas por sorpresa y confundiéndolo un poco. – Déjame solo…

    - Pero, maestro…

    - No saldré de la maldita casa, ¿bien? Sólo quiero estar solo…

    Antes de recibir cualquier tipo de respuesta, el líder del Feng Long se dispuso a seguir su camino. Sin embargo, había alguien más que parecía querer oponerse a sus planes.

    - Enishi. – Escuchó la voz grave de Hei-shin, pronunciado a sus espaldas; pudo escuchar con claridad sus pasos apresurados, intentando alcanzarlo… Pero más los pasos pesados de sus cuatro guardaespaldas detrás de él. – Quisiera hablar contigo un momento.

    - Ahora no, Hei-shin. – Le respondió son sequedad, sin siquiera dignarse a voltear a verlo. Sin embargo, Hei-shin parecía no estar dispuesto a aceptar ello tan fácil, como Xung parecía haberlo hecho.

    El subjefe rápidamente lo alcanzó, y lo tomó con fuerza de su brazo para detenerlo. Enishi fue ahora el sorprendido, ante tal acto tan impetuoso por parte de su socio. Se detuvo y lo volteó a ver sobre su hombro con incredulidad. ¿Acaso entendía qué acababa de hacer? En el estado en el que se encontraba, si se hubiera tratado de cualquier otra persona, en esos momentos ya le hubiera estampado la cara contra la pared.

    - Me temo que insisto… Jefe. – Murmuró el hombre de negro con profundidad, y con mucha seriedad en su mirada.

    Enishi ya tenía en su mente algunas ideas sobre qué deseaba hablar con él. Lo que sí no se esperaba, es que deseara hablarlas con tanto empeño. Se soltó sin problema de su agarre, y se arregló su traje con sus manos.

    - Cómo quieras. – Murmuró con fastidio y siguió caminando, esperando que lo siguiera… O esperando que no lo hiciera, si es que eso pudiera ser una opción.

    - Déjenos solos, por favor. – Escuchó que le decía a sus guardaespaldas, justo antes de seguirle el paso; bien, lo que menos deseaba era tener que hablar con Hei-shin, y aparte a lado de esos gigantones.

    Enishi avanzó sin pronunciar palabra hacia la sala privada, la cual se encontraba totalmente a oscuras; ya ni siquiera la lámpara de aceite se encontraba encendida en esos momentos. Pero eso no fue impedimento para que avanzara directo a la misma silla en la que estaba sentado una hora antes.

    - ¿Ahora eres enemigo de la luz? – Comentó Hei-shin con sarcasmo. Se acercó a tientas hacia las cortinas de la ventana, corriéndolas hacia los lados para que entrara algo de sol.

    - Ve al grano rápido, Hei-shin.

    - Sí, porque de seguro estás muy ocupado, estando sentado en la oscuridad no haciendo nada…

    Hei-shin se encaminó hacia la otra silla en la sala, pero se detuvo antes de intentar siquiera sentarse, al darse cuenta de que se encontraba ocupada… Por la espada de Enishi. La miró confundido unos momentos, y luego volteó a ver a su dueño, pidiendo con su sola mirada algún tipo de explicación; sin embargo, no recibió ninguna.

    Un tanto dudoso, tomó el arma entre sus manos, casi como si fuera algo hirviendo y la colocó rápidamente sobre la mesita entre las sillas. No iba a preguntar al respecto, y de seguro no quería hacerlo. Se sentó en la silla ahora libre, y se cruzó de piernas tranquilamente.

    - En fin… Creo que primero que nada, tengo que… - Guardó silencio y carraspeó un poco, como si lo que fuera a decir se le hubiera atorado en la garganta. – Agradecerte por lo de hace un rato…

    Enishi lo miró con suspicacia.

    - ¿Qué cosa?

    - Tú sabes muy bien qué cosa. Aunque odio admitirlo, creo que me acabas de salvar el pellejo.

    - Nos lo salvé a los dos. Tenía que ocultar mis huellas en todo esto también, y así lo hice.

    - Claro. – Suspiró el hombre de traje negro.

    Se veía a leguas que el tema del barco en verdad lo había alterado; de seguro aún no se creía que enserio hubieran salido bien librados de ese asunto… O quizás aún creía que no estaban del todo librados de ello.

    - Pero no es de eso de lo que quería hablarte. – Prosiguió. – Dime la verdad, ¿hace cuánto que sabes lo del barco?

    Sí, ese era uno de los temas que Enishi había previsto que tocaría. No le respondió nada, pero su silencio fue suficiente para él.

    - Lo sabía, no me lo dijiste de inmediato, ¿verdad? Recibiste el mensaje por nuestra red, pero quien te lo envió fue ese sujeto; el espía, el que trabaja directamente para ti. ¿Cómo es que él lo supo? Y, se supone que lo tienes investigando sólo ese otro asunto… ¿qué tiene que ver esto con eso?

    La mención de esa persona en especial sí que provocó una ligera reacción en Enishi. Le hubiera encantado dejar complemente en secreto ese asunto, incluso de Hei-shin. Pero a larga sería imposible, o al menos demasiado problemático. Hei-shin, de alguna u otra forma, era su mejor aliado en esos momentos, y debía aprovecharlo en lo que pudiera.

    Enishi suspiró con cansancio, apoyando su cabeza contra el respaldo de la silla.

    - Hice que se infiltrara dentro de la organización del tal Shishio los últimos meses. – Murmuró con total naturalidad, pero la reacción de sorpresa de Hei-shin fue todo lo contrario. – Tuvo que ocultarse unos días luego de lo ocurrido, pero cuando pudo me hizo llegar el detalle del incidente. Así es como nos enteramos, de otra forma es probable que seguiríamos ignorantes de ello.

    - ¿Pusiste un espía cerca de uno de nuestros clientes? – Exclamó Hei-shin, casi indignado. – ¿Por qué? No, no me digas. – Alzó una mano hacia él, previniéndole de decir cualquier cosa; no es que tuviera muchas ganas de hacerlo de todas formas. – Obviamente pensaste que el sujeto que andabas buscando, de alguna forma se presentaría, ¿no es así? Ni siquiera voy a decir lo descuidado que fue eso. ¿Al menos obtuviste lo que querías?

    Enishi soltó una pequeña risilla sarcástica. ¿Si había obtenido lo que quería?, esa sí que era una pregunta divertida.

    - En realidad… Obtuve más de lo que esperaba…

    Hei-shin se sobresaltó confundido ante tal comentario.

    - ¿Qué? No me digas… Ese sujeto… ¿Apareció? – Cuestionó incrédulo; el albino simplemente asintió con su cabeza, lentamente. – ¿En Kyoto…? ¿El mismo tipo del que te quieres vengar?

    Esas preguntas eran innecesarias; ya había quedado bastante clara la respuesta.

    - Wow. – Exclamó sorprendido, apoyándose contra su respaldo. – Si te soy sincero, a pesar de la información y rumores que había llegado a obtener, a veces pensaba que no era real y que sólo era algún delirio de tu imaginación. Pero entonces… ¿lo has encontrado? ¿Tuvo que ver con lo que le pasó al barco? ¿Acaso él lo hundió?

    - Todo parece indicar que sí. Él, o alguno de sus aliados.

    - Miserable patán. – Soltó con notoria molestia. – Bueno, pues felicidades. Has obtenido al fin justo lo que deseabas. Ahora sólo tienes que ir hacia él y acabar con esto de una vez por todas.

    Hei-shin sonrió ampliamente, y soltó luego una aguda risa divertida… Que Enishi no compartió en lo más mínimo. De hecho se veía realmente serio, incluso molesto. Estaba sentado, con su codo apoyado contra el descansabrazos, y su cabeza ladeada cotra su puño, y miraba de forma perdida hacia la alfombra.

    - ¿Qué te pasa? Esperaba verte más feliz por ello.

    - ¿Has creído alguna vez que hay algo en este asunto que debería hacerme sentir… “feliz”?

    - Supongo que no.

    Hei-shin se le quedó viendo fijamente, como si esperara que fuera a confesar algún crimen.

    - Pero hay algo más, ¿o no? – Señaló con cautela. – Este asunto del barco es sólo del último mes, pero te has estado comportando muy extraño desde mucho antes que eso.

    - ¿Enserio? – Exclamó con nulo interés en su tono.

    - Sí, y creo saber por qué, y que es el mismo motivo por el que no estás emocionado en estos momentos. – Guardó silencio unos instantes, y luego dejó que su sonrisa se extendiera de oreja a oreja. – Es por la chica, ¿no?

    Enishi se había mantenido prácticamente distante e indiferente de toda esa conversación, pero eso cambió por completo en cuanto escuchó ese comentario. Claro, por fuera apenas y se notó reacción: una ceja levantada, el descrucé de sus piernas, y el hecho de que se girara por completo a mirar directamente al otro hombre en el cuarto. Sin embargo, por dentro, casi gritaba de la sorpresa.

    - ¿Cuál chica? – Cuestionó, intentando reflejar absoluta tranquilidad.

    - Tú sabes cuál chica. – Comentó el chino, casi riendo. – ¿Creías que no me iba a enterar tarde o temprano de lo ocurrido la Víspera de Año Nuevo? Estuviste en el Barrio Cristiano; ella y su hermano estuvieron en Shanghái esos días. – El comentario pareció poner a Enishi en alerta. ¿Lo sabía? ¿Cómo era que lo sabía? Y lo más importante, ¿cómo se enteraba hasta entonces? – Descuida, los demás líderes no lo saben. Si el viejo Ming-hu se hubiera enterado… El caso es que creo que desde entonces, tienes encima toda esta… ¿cómo decirlo? Confusión existencial. En aquel entonces, cuando mencionaste que te interesaba esa chica, fui el único que no tomó enserio tus palabras. ¿Pero sabes? Empiezo a creer que entre broma y broma…

    - ¿Quieres decirme algo en concreto, Hei-shin? – Le interrumpió abruptamente, ligeramente irritado.

    - Sí, tal vez.

    Hei-shin se acomodó en su silla y se cruzó de piernas. Estaba radiando en esos momentos un aire bastante prepotente, que a Enishi no le provocaba la menor gracia.

    - Escucha, Enishi. No es secreto que nunca te he considerado ni remotamente un amigo.

    - El sentimiento es mutuo...

    Antes de que dijera algo más, Hei-shin alzó su mano hacia él, indicándole que callara.

    - Permíteme, por favor. – Le comentó con serenidad, antes de volver a acomodarse. – Aun así, me quiero tomar el atrevimiento de compartir contigo una pequeña reflexión. Quizás habrás notado a lo largo de estos años, que siempre que comenzábamos a hablar del tema de tu venganza, y de que me dejarías el puesto del Líder cuando eso terminara, yo me tornaba… escéptico. Es decir, ¿quién no lo haría? ¿Dejar todo esto únicamente para vengarse de un tipejo insignificante?, ¿por qué te hizo quién sabe qué hace más de una década cuando eras un niño? Me era totalmente difícil de comprender. ¿Pero sabes de qué me he dado cuenta con todo este asunto de la hermana de Amakusa? ¿De cómo te has puesto desde que se fue?

    Hei-shin se inclinó ligeramente, intentando encararlo de frente. Enishi permaneció tranquilo, inmutable en su asiento, pero no apartó su mirada ni un instante.

    - Me he dado cuenta de que, en verdad, en verdad… esta vida no es para ti, Enishi. – Se explicó, y entonces soltó una ligera risilla; Enishi seguía sereno, sin mostrar reacción. – Esto que muestras todo el tiempo, esto que veo… El Enishi criminal, el Enishi peleador, incluso el Enishi vengador… Nada de esto es el verdadero tú. Antes no lo veía, pero ahora es totalmente claro para mí. Tú no eres así, tú eres en verdad en el fondo, un chico bueno; un chico bueno que porque algo malo le pasó antes, terminaste… así. Pero en realidad eres la clase de chico que se hubiera enamorado de la primera chica bonita que le hubiera sonreído, se hubiera casado con ella y hubiera tenido lindos bebés. Y creo que es eso justamente lo que deseas en el fondo, ¿no? Deseas una vida tranquila, fuera de todo este barullo. Es por eso que siempre me dices que me dejarás todo cuando te vayas, ya que en realidad, jamás has deseado estar aquí en primer lugar. Así que, termina este asunto que te ata, y deja todo esto por la paz. Ve tras esa chica cristiana, o tras la que quieras. Ten una vida tranquila, en una casa linda, y de preferencia no te vuelvas a parar frente a mí luego de eso, o te meteré con gusto una bala en la cabeza.

    En alguna situación parecida a esa, dependiendo de su estado de ánimo, Enishi hubiera reaccionado de dos formas: de manera despreocupada y bromista, haciendo algún comentario que demostrara su superioridad… O de manera violenta, rayando en asesina. Sin embargo, en esos momentos no hacía ninguna de las dos cosas; de hecho, no hacía absolutamente nada. Sólo estaba sentado en su silla, viendo fijamente al subjefe del Feng Long con profunda seriedad. No reflejaba emoción alguna… excepto quizás un rastro de confusión, de duda sobre cómo reaccionar o qué decir. Esto era sólo perceptible si ponías la atención adecuada en sus ojos, pero Hei-shin había logrado notarlo… Y le encantaba verlo así; al parecer al fin el chico perfecto había encontrado su debilidad, y resultó ser una bastante básica: una mujer.

    Enishi desvió su mirada hacia un lado luego de unos instantes, y se recargó por completo contra su respaldo, de una manera muy similar a cuando llegaron.

    - ¿Eso es todo? – Murmuró en voz baja sin mirarle.

    - Básicamente. – Comentó Hei-shin, de notorio buen humor, algo interesante considerando que hace unos momentos tenía incluso miedo. Se paró entonces de su asiento, y se dispuso a retirarse. – La buena noticia de todo esto, es que me sentiré más tranquilo con este asunto de ahora en adelante. Ahora sé que en verdad cumplirás tu promesa cuando esto acabe. Así que, ya que conoces el paradero de ese hombre, cuando estés listo para que vayamos a Japón a encargarnos de él, sólo avísame y haré de inmediato los arreglos con mucho placer. Por lo pronto, nos vemos después…

    Sin más, se dirigió directo a la puerta de la sala. No recibió ninguna palabra de despedida por parte del Jefe, y tampoco lo esperaba. Hei-shin dejó el cuarto, dejando a Enishi, de nuevo, completamente solo.

    Enishi se quedó en ese sitio por largo rato; luego de los primeros minutos, ya no supo exactamente que tanto había pasado. Puras tonterías sin sentido, justo como esperaba que serían. Esa reunión no tuvo el menor caso, y todo lo que Hei-shin le había dicho eran estupideces. Sí, eso mismo. Ni siquiera valía la pena prestarles atención… ¿Verdad?

    No, en realidad no era así. Podía repetírselo a sí mismo todo lo que quisiera, pero el momento de negarlo había pasado hace ya algunos meses. La verdad era que las palabras de Hei-shin, tan absurdas y sin sentido como podían parecer… En realidad, lo habían dejado muy pensativo… Era muy distinto escuchar esas ideas de la voz de alguien más, incluso si era la irritante voz de He-shin. Pero… ¿Qué significaba realmente para él todo eso? ¿Qué significaba realmente…?

    Enishi se paró abruptamente de su silla. Antes de dar cualquier pasó, echó un vistazo a su Watou, enfundada, colocada con cuidado sobre la mesa, aguardando. La miró por sólo unos segundos más, antes de girarse a la puerta y salir por ella, dejando el arma justo en el mismo lugar…

    - - - -​

    Fue tan extraño andar por los pasillos de su mansión en esos momentos. No se cruzó con nadie, y todo se encontraba en absoluto y profundo silencio. Parecía casi un sueño, como si flotara fuera de su cuerpo, o éste se moviera sólo y deambulara sin rumbo.

    ¿Pero a dónde se dirigía exactamente? ¿Qué era lo que buscaba?

    El pasillo al que se dirigió, era uno muy especial dentro de esa mansión. Era un rincón de la casa, que ninguna sirvienta frecuentaba seguido… por no decir que nunca. Al final de ese pasillo, se encontraba… esa habitación, la habitación especial de Enishi, aquella que frecuentaba tan seguido, quedándose a solas en ella. Ese sitio tan misterioso, que tantas preguntas y pocas respuestas provocaba entre la servidumbre, e incluso entre los hombres del Feng Long que trabajaban para él. El único rincón de la casa que realmente parecía considerar “suyo”, incluso más que su propio dormitorio principal.

    La puerta por la que se tenía que pasar era claramente occidental, de roble, con un relieve de flores, y un picaporte dorado. Sin embargo, al entrar, la apariencia de la habitación del otro lado era totalmente distinta, como si se tratara de la habitación de otra casa. Ese sitio era uno de los sitios de esa mansión, que destacaban por su apariencia que hacía asemejar más a su país natal; Enishi la había pedido acondicionar de esa esa forma. La habitación era pequeña y cuadrada. El suelo era de tatami, y las puertas del fondo daban al jardín, y habían sido remplazadas por puertas corredizas de madera y papel, que en ese momento permanecían cerradas.

    La habitación era bastante sencilla desde la perspectiva de la mayoría que había llegado a verla. Del lado izquierdo, tenía un pequeño armario, donde se guardaban tendidos, para aquellas noches en las que Enishi parecía preferir dormir ahí. Del lado derecho, se encontraba el único mueble del cuarto: una mesa baja de color oscuro, y sobre ésta, el objeto más sobresaliente de todo ese sitio: un altar mortuorio… Era algo pequeño, de forma rectangular vertical, y de color completamente negro, con sus dos pequeñas puertas cerradas.

    Enishi se retiró sus zapatos antes de entrar, y cerró la puerta detrás de sí con llave. Caminó hacia el frente de la mesa, y se colocó de rodillas frente a ésta. Se le quedó viendo fijamente al altar por largo rato, casi con miedo en los ojos. Alzó luego de un rato su mano derecha y la acercó al cajón negro, pero a medio camino pareció arrepentirse y la apartó. Parecía nervioso, preocupado… ¿Él?, ¿el siempre tranquilo, inteligente y centrado líder del Feng Long?, ¿tenía miedo de un mueble de madera…?

    Lo que había dicho aquella noche en el restaurante, era completamente verdad. Nunca había sido una persona religiosa ni espiritual. Se suponía que su madre sí lo era. Aunque a él no le constaba del todo, le habían dicho que era una persona que siempre estaba buscándole el lado místico a casi todo, y atribuyéndole cada belleza de la vida a la acción de un ente superior, al igual que cada acto malvado. Y… esa otra persona también lo era; quizás no tanto como su madre, pero lo suficiente para que él pensara que le gustaría que alguien tuviera un altar en su nombre y la recordara. Tenían uno de su madre en su casa, y siempre lo frecuentaba y le rezaba. Él… Él no rezaba; fingía hacerlo para estar a su lado, pero en realidad nunca había entendido cómo se debía de hacer, y fue el mismo caso cada vez que estaba frente a ese otro altar…

    Tomó sus anteojos oscuros con una mano y se los retiró, para luego colocarlos en el suelo a su lado. Respiró hondo, y entonces acercó de una vez por todas sus manos a las puertas pequeñas y las abrió…

    No tenía un retrato de esa persona, ni siquiera un dibujo o una pintura; entre sus tantas habilidades, el arte no era una. Había intentado con varios artistas, pero ninguno logró jamás captar de manera plena la esencia de su rostro, la expresión de sus ojos, y la belleza de su sonrisa. El único objeto personal que logró obtener de su casa en Edo, y lo único que podía colocar en el altar… Era una simple peineta azul, sin nada espectacular ni llamativo, salvo por el hecho de que era suya.

    El peine estaba colocado en el interior del altar, y no había nada más. Ni velas, ni incienso, ni ninguna otra ofrenda: sólo ese peine, era todo lo que tenía, pero también todo lo que necesitaba…

    - Nee-san… Tomoe-neesan… - Susurró con apenas un pequeño hilo de voz.

    Sí, era un altar a su hermana mayor, la misma que estuvo a su lado desde el primer momento que recordaba, la persona más importante de su vida, y que había sido asesinada frente a sus propios ojos…

    Había sentido el deseo imparable de ir ante ella en ese mismo momento. Aunque en un inicio el motivo no le era del todo claro, lo fue instantáneamente en cuanto abrió las puertas del altar y posó sus ojos en la peineta. Bajó su mirada, avergonzado. ¿Eso era lo que sentía?, ¿vergüenza? Quizás, pero no era lo único que sentía; era apenas una de las tantas emociones que le recorrían el cuerpo entero, emociones que hacía ya muchísimo tiempo no sentía… si era que acaso las había sentido en alguna ocasión antes.

    Sus puños se apretaban con fuerza sobre sus muslos, al igual que sus ojos. Su cuerpo temblaba un poco, como si muriera de frío… aunque el día estaba bastante caluroso. De seguro nadie dentro del Feng Long había visto jamás esa faceta de su actual líder, ni siquiera Hei-shin, a quien le había tocado verlo en sus estados más caóticos.

    - Lo siento, lo siento… - Susurró en voz baja, con apenas un audible hilo de voz. – Perdóname, por favor… Sé que debes de estar extremadamente decepcionada de mí… Lo siento… Ya estoy tan cerca, tan cerca de cumplir tu venganza. He encontrado al maldito que te asesinó, ya tengo casi todo listo… Pero… Pero…

    Su voz se quebró, y ligeros rastros de lágrimas amenazaban con colarse por entre sus parpados. Fue incapaz de seguir hablando por varios segundos. Respiró lentamente, intentando forzar a su cuerpo a calmarse, pero parecía serle bastante complicado de lograr. Con su mano izquierda se talló sus ojos, intentando limpiarlos de cualquier rastro incriminatorio.

    - Tú sabes… Tú sabes que desde ese día en que ese desgraciado te arrebató de mí, he dedicado cada segundo, cada respiro, cada pensamiento sólo en beneficio de esto… No he hecho jamás nada en todos estos años que no fuera para cumplir tu voluntad, nee-san… ¡Sabes que mi deseo de Justicia ha sido férreo y firme hasta ahora como en un inicio…!

    Hubo una pausa, una profunda pausa. El sonido de su última exclamación resonaba aún en la habitación, hasta que se fue apaciguando poco a poco… Enishi bajó aún más su cabeza, inclinando su cuerpo al frente hasta que estuvo prácticamente a la altura de la mesa baja. Su cuerpo seguía temblando, y pequeñas lágrimas caían sobre el tatami.

    - Pero… Ahora he comenzado a tener estos… Estos… Estos pensamientos, y estos sentimientos, que son totalmente ajenos a ti… y que no puedo controlar… - Alzó en ese momento su mano derecha, acercándola a su pecho y aferrando sus dedos con fuerza a su camisa. – Me distraen, aunque sea un segundo, de mi objetivo… de tu objetivo. He tratado todo este tiempo de disiparlos, de ignorarlos, de hacerlos a un lado… Pero ya no puedo más… - Exclamó con un tono lastimero, negando lentamente con su cabeza. – No puedo ocultarlo ni negarlo… Perdóname Nee-san. Te he fallado…

    Volvió a apretar sus ojos con fuerza, casi como si intentara evitar con ello que las lágrimas siguieran brotando, mas no daba resultado.

    - No tengo derecho a pedirte esto, Nee-san… Pero por favor... Dime si te parecen correcto estos pensamientos que estoy teniendo. Dime por favor si tengo tu bendición para sentir todo esto… ¡Dime si estás de acuerdo…! Dime que no me odias… Por favor… Nee-san…

    Calló, y todo el cuarto se sumió en el silencio.

    Enishi continuó en la misma posición, con su torso inclinado hacia el frente, sus ojos cerrados con fuerza, al igual que sus puños. Su cuerpo temblando, y sus lágrimas cayendo al suelo. Era como un niño temeroso, así era como se sentía; como el mismo niño, parado en esa montaña fría, con su cabello cubierto de nieve, buscando con desesperación a su hermana, muerto del miedo…

    De pronto, ese aire denso que impregnaba la habitación se aligeró enormemente, y se cubrió de ese olor, ese olor que le era tan reconocible, tan característico: el perfume de ciruelo blanco… el Perfume de su hermana mayor. Enishi no abrió los ojos; tenía miedo de hacerlo y… encontrarse de frene con su rostro, el rostro de completa desaprobación de su hermana. Podía sentirla, todo su cuerpo lo hacía. En su cabeza podía contemplarle de pie ante ella, con su kimono blanco totalmente puro, y sus largos y hermosos cabellos negros meciéndose con el viento. Sus ojos negros y profundos, centrados directamente en él… ¿pero cómo lo estaría viendo? ¿Cuál sería la expresión exacta de su rostro…?

    De pronto… Sintió algo más…

    El aroma de su perfume se volvió aún más intenso; impregnaba por completo su nariz. Una intensa sensación cálida comenzó a cubrirle el pecho entero al mismo tiempo. ¿Qué era todo eso…?

    Y entonces, pudo sentir como dos brazos delgados comenzaban a rodearlo muy delicadamente, hasta proporcionarle un delicado abrazo. Enishi se quedó totalmente quieto, incapaz de moverse o de decir algo. Sintió su mejilla unirse a la suya, y su aliento cosquillándole sobre su oído… Su voz, su suave y dulce voz, pronunció unas palabras muy despacio, como el silbido lejano del viento. Pero aun así, logró entenderlas; logró entender por completo lo que esas palabras le decían…

    - Tomoe… neesan… - Se escapó de sus labios como un pequeño respiro.

    Sus ojos se abrieron lentamente y su cabeza se volvió a alzar. La sensación del abrazo, su aliento, y su olor, todo se desvaneció como humo en el aire… Estaba salo en el cuarto, hincado frente al altar. Nada había cambiado… O al menos, no lo parecía…

    Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios, como nunca antes había hecho.

    - Gracias… Hermana…

    Con sus manos se talló rápidamente sus ojos para limpiar cualquier rastro de lágrimas que pudieran haber quedado. Cerró las puertitas del altar, y se colocó de nuevo sus anteojos oscuros. Caminó hacia la puerta y se colocó sus zapatos antes de salir por ella hacia el pasillo.

    Miró con desesperación hacia todos lados; primera vez que buscaba a Xung con urgencia, y no estaba detrás de él jugando a ser su sombra. Avanzó por toda la casa, cruzándose con dos de sus sirvientas, que no pudieron darle detalle de la ubicación de Xung. Siguió buscando hasta llegar al segundo piso. Por el pasillo principal de la planta alta, vio al fondo como dos figuras se acercaban caminando: una era Lissie, y la otra era justamente la persona que estaba buscando. Lissie caminaba unos pasos delante, pero ambos cargaban con sus respectivos brazos una considerable pila de sabanas, o toallas quizás, al tiempo que conversaban discretamente entre ellos.

    En otro momento, Enishi se hubiera detenido a contemplar lo curiosa y a la vez extraña de esa escena, pero en esos momentos sólo tenía una cosa en mente.

    - ¡Xung! – Exclamó con fuerza para llamar su atención. El chico se sobresaltó, un poco asustado.

    - Maestro…

    Enishi se le aproximó a paso veloz, como si estuviera molesto. Lissie se quedó petrificada en su lugar, intimidada por este acto, pero de hecho el albino fue directo al guardaespaldas.

    - Llama a Jiang de inmediato. Dile que me consiga un barco pequeño, y discreto, con una tripulación dispuesta a hacer un viaje de ida, y no hacer preguntas de por medio. – Le sacó entonces la vuelta al muchacho, y se dirigió con el mismo impulso en dirección a su habitación. – El dinero no es un problema, pero que lo consiga lo más rápido posible.

    - Sí… Maestro… - Le respondió algo dudoso, mirando sobre su hombro como se alejaba. – ¿A dónde le digo que desea ir?

    Enishi se detuvo unos momentos en su andar al oír esa pregunta. La sonrisa se volvió a dibujar en sus labios. Se viró uno momentos hacia atrás, compartiendo con sus dos sirvientes la extraña expresión que lo acompañaba.

    - A Shimabara… - Fue la respuesta sencilla y corta de Enishi, quien antes de recibir alguna pregunta siguió caminando hacia su cuarto.

    Xung y Lissie se quedaron de pie en sus sitios, notoriamente confundidos…

    - ¿Shimabara? – Cuestionó la sirvienta. – ¿Qué es Shimabara…?

    FIN DEL CAPITULO 23

    Algo extraño está pasando en Kyoto. Un cuerpo fue encontrado en el río, con una extraña marca en su espalda, que hace estremecer la memoria de muchos. Una segunda amenaza ha sido enviada. Las personas susurran entre ellos: “El Hijo de Dios ha regresado…” ¿Pero qué significa? ¿Qué es lo que está por venir?

    Capítulo 24. Expiación

    Notas del Autor:

    Quizás sea difícil de entender para algunos, pero lo cierto es que, desde el capítulo del beso, Enishi literalmente está haciendo lo que quiere y no me hace caso. En verdad la historia está tomando un rumbo que no había previsto en un inicio, pero supongo que en parte es algo inevitable, y quizás bueno, ¿o no?

    Pero bueno, cómo se habrán dado cuenta, este capítulo ocurre un tiempo después del final de la Saga de Kyoto, o más bien del hundimiento de Rengoku y la pelea de Keshin contra Makoto Shishio. ¿Pero qué es lo que sigue después de aquí? De seguro muchos ya lo prevén y los que no, esperen el siguiente capítulo para averiguarlo. ¡Nos vemos!
     
  7.  
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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 24
    Expiación

    En Algún punto entre Kyoto y Otsu, Japón
    06 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)


    Habían pasado ya muchos años desde la última vez vio un atardecer. Aún recordaba vívidamente en su cabeza los colores anaranjados y rojos en el horizonte, a veces combinados con destellos rosados. Recordaba como poco a poco las estrellas iban apareciendo en el firmamento, creando un hermoso y brillante tapiz sobre su cabeza. Recordaba la luna, redonda y pura en el cielo nocturno, como el ojo protector y vigilante de Dios. Recordaba… Sólo recordaba. Al final, eso era lo único que le quedaba en su vida: los recuerdos; y aún pese a todo, podía estar agradecido de que su mente, aún en esos momentos finales, siguiera tan lucida y clara, y le permitiera seguir recordando.

    Pero si tuviera que elegir alguna cosa que en especial que le gustaría haber podido ver por última vez antes de morir, eso sería sin duda las luciérnagas, danzando como pequeños destellos de luz entre las sombras de los árboles. Cuando era niño, a su hermana y a él les gustaba salir en las noches de verano a admirarlas; sólo recostarse pecho a tierra, y admirarlas a lo lejos en silencio. Le hubiera gustado tanto poder estar una última vez con su hermana como en aquel entonces, cuando todo era más sencillo, más simple.

    Pero no sucedería.

    No volvería a ver un atardecer, ni las estrellas, ni la luna, y mucho menos las luciérnagas… o a su hermana Tsuruyo.

    Pero no podía sentir remordimiento alguno; eso sería muy hipócrita de su parte. Todo ello debía de ser de cierta forma, el pago que merecía por sus actos, por todo el sufrimiento que había provocado, aunque fuera de manera indirecta, y aunque en el fondo deseaba hacer el bien. ¿Podría ser todo ello un castigo de Dios, realmente? ¿Dios lo estaría castigando por su arrogancia?, ¿quizás por su debilidad?, ¿su cobardía?

    En esos momentos ya no era ni la sombra de lo que alguna vez fue. Su cuerpo estaba extremadamente delgado, prácticamente en sus huesos. Su rostro estaba cubierto de arrugas, y se le veía demacrado, sin el menor rastro de color. Su cabello era escaso, y ya sólo una madeja grisácea y desalineada. Sus parpados permanecían cerrados plácidamente, como si los de un cadáver se trataran; pero no aún, era claro que aún le quedaba un pequeño respiro por delante.

    Era ya el atardecer. La única forma en la que podría darse cuenta de ello, era por el sonido del reloj de pared, y el sentir que la temperatura comenzaba a disminuir aunque fuera un poco. Podía además escuchar el canto de las cigarras, entrando por la ventana abierta. Se encontraba de rodillas frente a su mesa para escribir, con una libreta abierta, pincel y tinta. Pese a todos sus problemas y achaques, su pulso se mantenía aún firme, y lograba deslizar el pincel grácilmente por el papel. Aun así, ¿cómo podía un hombre que se encontraba ahora ciego escribir? Eso sería difícil de entender para muchos, pero en realidad sencillamente esto era gracias a las habilidades que había obtenido mucho antes. Había, sin embargo, algunas hojas hechas bola en el suelo, señal de que lo que fuera que escribía no le estaba resultando precisamente sencillo.

    - Anciano, ya estoy aquí. – Escuchó pronunciar en la puerta a una voz más que conocida para él.

    Escuchó sus pasos avanzando por el pasillo, y luego su respiración agitada en la puerta de su habitación. Era una joven, de no más de veinte años, de cabello castaño y corto, y de grandes ojos cafés. Usaba un hakama blanco, y un hakamashita color beige. Como seña muy distintiva, tenía un notorio lunar justo debajo del ojo izquierdo. En sus manos cargaba una canasta, repleta de varios vivires.

    - Buenas tardes, Shiori. – Saludó el hombre mayor con voz ronca.

    - Oh, está fuera de la cama. – Exclamó la mujer joven, entre sorprendida y animada por lo que veía. – Creo que está de buen humor hoy.

    - No es un mal día…

    Shiori se dirigió entonces a la alacena, para guardar todo lo que había traído, y después pasar a preparar la cena.

    - Vienes muy tarde esta vez. – Comentó el hombre, mientras seguía trazando sobre el papel ante él.

    - Lo lamento, hubo una gran conmoción en el centro de Kyoto. Al parecer encontraron un cuerpo flotando en el río esta mañana. Uno creería que ya no deberían de pasar estas cosas en esta nueva era, pero últimamente han pasado demasiados incidentes en la ciudad.

    La noticia pareció llamar singularmente la atención del hombre, tanto que su mano dejó de moverse por unos instantes, como si intentara usar todas las fuerzas que tenía para procesar la noticia en su plenitud.

    - ¿Sabes de quién era el cuerpo?

    - Sólo escuché que algunos comentaban que era algún miembro del gobierno. Un delegado o algo así.

    Guardó silencio, de nuevo meditando para sí mismo.

    - ¿Cómo murió?

    - Creo que tenía heridas de espada, aunque se supone que están prohibidas, ¿no? Dicen que tenía una marca extraña en la espalda.

    - ¿Una marca? ¿Qué tipo de marca?

    - No sé, algo de apariencia occidental; dos curvas con una línea horizontal cruzándolas.

    Ese último dato había sido suficiente. Había tenido ese extraño presentimiento desde el momento en el que había mencionado el cuerpo, pero fue eso lo que le hizo estar totalmente seguro de ello. El hombre respiró lentamente, intentando mantener la serenidad; no le haría ningún bien alterarse.

    La joven seguía en la alacena, guardando todo lo que había traído. Pasaron unos cuantos minutos, antes de que el hombre volviera a hablarle.

    - Shiori, ¿podrías hacerme el favor de cortar un poco de leña? – Pronunció con un tono serio y firme.

    La castaña entró de nuevo a la habitación del anciano, mirándolo fijamente, algo extrañada por tal petición.

    - ¿Leña? ¿En pleno verano?

    - Mis huesos son mucho más sensibles al frío últimamente. – Le respondió con el mismo tono de hace unos momentos. Eso le pareció un poco extraño; normalmente lo hubiera dicho con un tono algo más relajado, incluso burlón.

    - De acuerdo. – Comentó al final, encogiéndose de hombros. – Enseguida vuelvo.

    La joven caminó hacia el patio de la casa, en donde se encontraban los leños y el hacha, dejando al hombre totalmente solo de nuevo, no sólo en su habitación, sino en toda la casa. Él permaneció sentado frente a su mesa, con su pincel entre sus dedos. Pero ya no escribía nada; parecía que su mente se concentraba en algo más…

    - Eres tú, ¿verdad? – Susurró de pronto en voz baja. – Shougo…

    De las sombras del rincón a sus espaldas, emergió lentamente una figura alta, que apenas dio un par de pasos en su dirección, pero permaneciendo al menos a un metro de él. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Estaba seguro que no tanto; aún sin su visión y en su estado, se convencía a sí mismo que su instinto aún era suficiente para percibir las presencias tan imponentes como las de esa persona.

    Sus ojos verde oscuro brillaban con la escasa luz que entraba por la ventana. Su cabello era largo hasta la mitad de su espalda, color café oscuro. Usaba un kimono verde, y en su costado izquierdo portaba una espada envainada. Su expresión era casi sombría, pero su mirada era penetrante, bastante intensa, y estaba fija precisamente en él.

    - Ha pasado mucho tiempo… Tío Hyouei. – Murmuró en voz baja con un tono serio y profundo.

    Escuchar su voz, especialmente pronunciando su nombre, causó una gran conmoción en el anciano. Su voz en esencia era como la recordaba, pero había algo diferente; ya era por completo la voz de un adulto, llena de decisión, de firmeza, de fuerza…

    - Si viniste a ver mi final, me temo que tendrás que esperar un poco más. – Comentó el anciano con cierta severidad en su tono; el hombre a sus espaldas no respondió. – Ese cuerpo que encontraron el río… ¿Fue obra tuya?

    El hombre castaño respondió de inmediato a su pregunta, sin sentir la menor duda en su respuesta.

    - Es sólo la primera de las venganzas que el Hijo de Dios deberá de ejecutar, antes de poder crear la Tierra Prometida. Estoy cumpliendo con mi destino…

    - No sigas. – Interrumpió el hombre mayor con fuerza, casi como si fuera un regaño. Tosió un par de veces y luego respiró profundamente, intentando calmarse. – Tokisada quizás tenía las mejores intenciones cuando te inculcó esas ideas de pequeño… Pero jamás pudo ver a futuro el tremendo daño que te estaba haciendo…

    - ¡No te atrevas a hablar de mi padre! – Exclamó Shougo con ímpetu, alzando fuertemente la voz, como señal de su enfado.

    Sus palabras resonaron en el silencio de la casa, y una vez que calló fueron remplazadas por el sonido de las cigarras, la reconocible señal del verano. Ambos se quedaron callados por largos segundos. La tensión entre ambos era demasiado presente, demasiado pesada. Los aterradores ecos de los asuntos sin resolver entre ambos, rebotaban por todo ese cuarto como gritos del pasado. Estos eran muchos, los suficientes para no poder ser cubiertos en esa pequeña conversación, e igual no parecía que ese hombre hubiera ido hasta ese sitio con ese fin. ¿Pero qué era lo que realmente quería entonces…?

    - Aún sin mi vista puedo ver con claridad la bondad de tu corazón, y todo tu dolor. – Murmuró Hyouei, muy despacio. – ¿Por cuánto tiempo seguirás cargando con ese peso de afirmar ser el Hijo de Dios?

    - La respuesta es obvia. – Contestó sin la menor vacilación. – Hasta que guíe a los oprimidos de nuestro pueblo hacia la felicidad, tal y como es mi destino. Y usaré la espada del cielo para abrirme paso. Ese momento está ya muy cerca, y todo nuestros sacrificios no habrán sido en vano. Pero no sucederá antes de que pueda hacer de mi Estilo Hiten Mitsurugi Celestial, el estilo supremo. Es por eso que he venido, para que me digas el paradero de Seijuro Hiko Trece, el hombre que ostenta el título que era originalmente para ti.

    Hyouei pareció algo confundido por esa repentina petición. Viró su rostro ligeramente hacía atrás por encima de su hombro como si quiera voltear a verlo, mas esto era más un acto reflejo.

    - ¿Por qué estás buscando a ese individuo? ¿Qué crees que vas a obtener si lo enfrentas?

    Shougo se tomó unos segundos antes de responderle.

    - Actualmente he perfeccionado mi estilo Hiten Mitsurugi hasta lo más alto. He superado por completo tus enseñanzas, creando un nuevo estilo superior: mi Hiten Mitsurugi Celestial. Pero mi estilo sólo obtendrá su estatus superior hasta que derrote al Hiten Mitsurugi original, y lo haré derrotando al actual Hiko Seijuro con mi Amakakeru Ryu no Hirameki.

    Su modo de pensar parecía no haber cambiado en todo ese tiempo; a lo mucho, posiblemente había ido en incremento en la misma dirección. Parecía más convencido que antes que el demostrar su habilidad en el Hiten Mitsurugi, el estilo de pelea que él mismo le había enseñado, y coronarse como el más poderoso, era su mejor camino para convertirse realmente en un Dios, en el símbolo que guíe con su espada a los cristianos oprimidos hacia la victoria.

    Sin embargo, Hyouei sabía de antemano que ese camino sólo podía llevar a un único resultado…

    - Será inútil. – Exclamó el anciano, girando de nuevo su cabeza al frente. – Por más que lo intentes, ese deseo no se cumplirá.

    Esas palabras parecieron hacer que Shougo se sobresaltara un poco, y su expresión, ya de por sí dura, se cubrió aún más de enojo.

    - Jamás debí de haberte enseñado el Hiten Mitsurugi. – Prosiguió. – Ese ha sido quizás el más grande error que cometí y de lo que siempre me arrepentiré. Pero aun así te diré esto: si enfrentas tu Amakakeru Ryu no Hirameki contra la persona que buscas… Serás derrotado…

    De nuevo se formó el profundo silencio entre ambos. Shougo miraba fijamente la espalda delgada del hombre mayor, y éste permanecía sentado ante su mesa. A pesar de la debilidad de su voz, sus palabras parecían bastante seguras de lo que decían. Aun así, Shougo no podía evitar sentirse molesto. Después de todo, ese hombre, que ya no era ni la sombra de lo que alguna vez fue su tío, no conocía ni una pequeña parte de todo su poder… No sabía todo de lo que era capaz.

    - Eso está por verse. – Le respondió el castaño, y entonces se disponía a retirarse.

    - Espera, Shougo. – Exclamó Hyouei con algo de fuerza, para hacer que se detuviera. – No te servirá de nada enfrentarte a Seijuro Hiko Trece... Él no es ya quien porta la maestría del Hiten Mitsurugi. Su Kuzu Ryu Sen ya ha sido derrotado por el Amakakeru de su alumno.

    - ¿Qué? – Exclamó extraño, deteniéndose y virándose de nuevo hacia él. – ¿Entonces hay ahora un Seijuro Hiko Catorce?

    - No. Por lo que entiendo, él ha rechazado ser el sucesor del estilo.

    Shougo pareció tomarse su tiempo para revisar y meditar todo lo que acababa de decir. No tenía ninguna noción previa de ello, pero tampoco era extraño. El estilo Hiten Mitsurugi, y aquellos que lo practicaban, siempre habían sido bastantes misteriosos. No tenía por qué dudar de la palabra de su tío, pero fuera ese individuo Seijuro Hiko Catorce o no, igual todo parecía indicar que era su verdadero contrincante…

    - ¿Quién es ese hombre? – Le cuestionó con firmeza, pero con relativa calma.

    Hyouei comenzó a toser con fuerza en ese momento, y ese pequeño ataque le duró por casi un minuto entero. Una vez que la tos se calmó, volvió a intentar que su respiración se volviera a recobrar; sus inhalaciones y exhalaciones eran pesadas, y se sentían incluso dolorosas. Su estado era aún peor de lo que Shougo había supuesto; no había nada que incluso él pudiera hacer… ¿podría acaso haberlo hecho de haber ido antes? ¿Podría haber…?

    No, no tenía sentido cuestionarse algo como eso en un momento así.

    Con apenas un hilo de voz, Hyouei logró volver a hablar.

    - Lo único que sé es que su nombre es... Kenshin... Himura...

    - ¿Kenshin... Himura...? – Repitió Shougo en voz baja, como si el pronunciar el nombre pudiera darle algo más de información. No lo hizo, pero… Ese nombre, sí que le provocaba una extraña sensación, como un muy fuerte presentimiento. ¿Por qué…?

    Los pasos de la joven que había salido a cortar la leña se escucharon a lo lejos dirigiéndose a la casa. Shougo retrocedió, ocultándose entre las sombras, y luego simplemente desapareció… Hyouei ya no sintió más su presencia.

    ¿Por qué le había contado sobre ese hombre? ¿Acaso quería en el fondo que se enfrentara a él? Quizás, de manera más consciente de lo que se lo permitiría en otras circunstancias, estaba convencido de que era la única forma de detenerlo… De lograr lo que él no pudo…

    - - - -​

    Kyoto, Japón
    12 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)


    Temprano por la mañana, la jovencita de cabellos negros, sujetos con una larga trenza a sus espaldas, salió de la relativamente recién reconstruida posada Aoiya, con su rostro notoriamente iluminado por los buenos ánimos que la invadían desde que despertó. El clima se sentía particularmente agradable, en comparación con los dos días anteriores en los que el infierno mismo no podría haber estado más caliente. Cargaba en sus manos una caja de comida, envuelta en un pañuelo, con un delicioso almuerzo en su interior. Le hubiera encantado poder decir que lo había preparado ella misma, pero sería una enorme mentira. Por suerte era mejor ninja que cocinera, y también por suerte Okon eran tan buena ninja como cocinera al mismo tiempo.

    Caminaba alegremente por la calle principal de la ciudad, ya para esos momentos ligeramente congestionada con caminantes que iban y venían. Sus ojos verde azulados, se centraban al frente, y una amplia sonrisa se dibujaba en sus labios.

    El almuerzo que traía consigo no era para ella en realidad. Se dirigía en esos momentos al templo budista que se encontraba cerca del extremo oeste del área céntrica de la ciudad. Era pequeño, y la mayor parte del tiempo de seguro pasaba desapercibido por la mayoría de las personas que llegaban a mirarlo siquiera. Pero eso mismo lo volvía un sitio muy prometedor para estar completamente solo, y ello lo convertía en un sitio bastante tentador para la persona a la que le llevaba ese almuerzo; después de todo, una persona que quiere estar sola, aun así tiene que comer, y estaba segura de que ésta en especial no había probado bocado, si acaso desde el día anterior.

    Ya había pasado más de un mes, casi mes y medio, y el Señor Aoshi parecía encontrarse exactamente en el mismo estado en el que se encontraba desde aquel día en que volvió al fin a lado de ella y de los otros. Parecía ido, bastante pensativo, y se atrevería a decir que confundido. Bien, quizás Misao Makimachi, la más joven Kunoichi del grupo Oniwabanshu de Kyoto, no podía comprender por completo todas las implicaciones de tener un sólo propósito en la vida, dedicar día y noche todas tus fuerzas en ello, y luego ya no tenerlo abruptamente… Al menos, no todavía. Por ello, sólo le quedaba tener paciencia, la paciencia suficiente para que tarde o temprano esa persona recobrara su ánimo y su camino.

    Paciencia… Para ser una ninja, la paciencia no era precisamente su fuerte cuando se trataba de ciertos asuntos, y ese en especial era un claro ejemplo. Ni siquiera había tenido la oportunidad de sentarse a hablar con él como se debía, ponerse al día, decirle todo lo que pensaba, y escuchar todo lo que él pensaba. Cuando no se encontraba a solas en el templo meditando, se encontraba a solas en el Aoiya. La única persona con la que conversaba regularmente era el anciano Okina. Mientras que en su caso, si bien nunca había sido grosero, ni propiamente la ignoraba como tal, durante todo ese lapso de tiempo simplemente no parecía ponerle principal atención; apenas y la volteaba a ver o la saludaba, de hecho, casi como si fuera más un gato rondando por ahí que una persona real pasando a su lado.

    ¿Acaso era por qué aún la consideraba una niña? ¿No podía ver más allá de su edad o de su complexión menuda y darse cuenta de que ya era toda la señorita con la podía conversar, intercambiar opiniones, contarle lo que sentía, o… incluso un poco más…?

    Quizás era mucho pedir. Después todo, paciencia… sólo necesitaba paciencia…

    Pensar en todo ello casi le arruinaba el buen humor que tenía. Debía de concentrarse mejor en cosas más positivas. Iba después de todo a llevarle el almuerzo, e intentar pasar un tiempo con él. De seguro se sentiría agradecido por ese acto, y le permitiría quedarse con él hasta que terminara de comer, claro, para poder regresarle a Okon el estuche para comida cuando terminara. Podía quizás preguntarle cómo se ha sentido, si ha obtenido algo de todo ese tiempo meditando, si ha pensado en que deseaba hacer de ahí adelante… Quién sabe, cualquier cosa pudiera estar bien.

    Cuando menos lo pensó, se encontraba ya al pie de las largas escaleras del templo. Comenzó a subirlas con rapidez, saltando los escalones de dos en dos. Todo estaba relativamente callado, hasta que llegó a más o menos la mitad de la escalera; entonces, escuchó un fuerte grito proveniente del interior.

    - ¡Te lo ruego! ¡Te pagaré!, ¡te pagaré lo que quieras! – Exclamaba casi con desesperación una voz grave, tomando por sorpresa a la joven.

    Por mero instinto, Misao comenzó a subir con aún más rapidez los escalones para poder llegar hasta el final. Al llegar al gran umbral, se detuvo unos instantes para analizar rápidamente la situación y detectar si no había ningún peligro. Aparentemente no, pero igualmente la escena ante ella le era algo confusa.

    Había un hombre a unos cuantos metros de la entrada, con sus rodillas y manos en el suelo de madera, en posición de súplica. Era algo robusto, de cabello gris algo desalineado. Usaba un traje de tipo occidental de saco y pantalones cafés, y zapatos negros. Varios metros delante de él, se encontraba la muy reconocible figura del Señor Aoshi, de cabello negro corto y hombros anchos, vistiendo su yukata amarillo claro. Estaba sentado tranquilamente, dándole la espalda por completo a ese hombre.

    - ¿Qué ocurre? – Cuestionó en voz baja, más como una pregunta para sí misma. Si debía adivinar, ese hombre había llegado abruptamente a interrumpir la meditación del Señor Aoshi.

    - Aoshi Shinomori, he investigado arduamente, y me han dicho que eres el hombre más fuerte de todo Kyoto. – Siguió diciendo ese hombre robusto, notándosele preocupación, quizás miedo, en su tono. – Bríndame por favor tu poder, como antiguo líder de los Oniwabanshu. ¡Protégeme con tu espada! ¡Pagaré lo que sea! Pide lo que quieras, ¡no hay límite!

    Aoshi seguía sentado en la misma posición, sin voltear a verlo, casi como si ese individuo no estuviera ahí realmente. Misao pareció molestarse un poco por el hecho de que un sujeto como ese estuviera molestándolo de esa forma. Afirmaba haber investigado arduamente, pero se notaba que no tenía ni idea de con quién estaba tratando.

    - ¡Usted!, ¡deje de molestar al Señor Aoshi! – Le gritó con fuerza, haciendo que el hombre se sobresaltara un poco, y se volteara un poco hacia ella sobre su hombro.

    Misao pudo verlo mejor en ese momento. Era un hombre de no menos de cincuenta años, de rostro redondo, piel un poco morena, o más bien un poco quemada por el sol. Tenía nariz grande, y debajo de ésta había rastros de un bigote que comenzaba a salir luego de haber sido rasurado recientemente.

    - ¿Tú quién eres...? – Cuestionó el extraño, algo confundido. Misao no hizo intento alguno de responder esa pregunta, y en su lugar siguió diciendo lo que quería decir en un inicio.

    - El Señor Aoshi no tiene intención alguna de volver a pelear en estos momentos, y menos por motivos tan banales como el dinero. Mejor vaya a buscar a otro individuo. Le aseguro que encontrará a decenas de sujetos encantados de hacerlo.

    - ¡Pero no lo entienden! – Gritó con gran fuerza y sentimiento en su voz.

    Misao se extrañó un poco al ver tal reacción de su parte; casi parecía que se fuera a soltar llorando en cualquier momento. ¿Qué podía ser tan terrible como para que un hombre como ese estuviera así?

    Entonces, notó como metía rápidamente su mano en el interior de su saco. Éste acto hizo que todos los agudos sentidos de Misao se pusieran en alerta. Inconscientemente soltó el recipiente en donde traía la comida, y sacó de entre sus ropas seis Kunai, tres en cada mano, disponiéndose a lanzarlas contra ese sujeto si acaso veía en la menor señal de un arma. Para bien o para mala, no fue necesario, ya que lo que sacó fue una hoja de papel con algunos dobleces, y la colocó en el suelo frente a él, presionándola con su mano con fuerza.

    - Me ha llegado una carta de amenaza esta mañana. – Se explicó. – Dice que ya debería de saber con el cadáver que apareció en río, que ahora yo seré el siguiente en pagar por mis pecados. Y que vendrá a buscarme esta misma noche.

    - ¿El cadáver del río? – Exclamó Misao, notoriamente sorprendida.

    Sabía muy bien de qué cadáver estaba hablando; ella estaba ahí en el centro hace seis días, cuando los policías lo estaban sacando. Era un hombre de cabeza rapada y cuerpo algo fornido, al que la gente reconoció como un delegado del gobierno. Sólo traía puesto sus pantalones, y la causa de su muerte había sido una profunda herida de espada en el abdomen. Había sido realmente algo extraño…

    Misao se acercó con cautela, hasta colocarse justo al lado de ese hombre y poder echarle un ojo rápido al papel que había colocado en el suelo. Su mano lo cubría, pero algo que alcanzó a ver le fue suficiente: al pie de la hoja, en una esquina, la carta estaba firmada con el símbolo de dos curvas verticales, opuestas entre sí como si una fuera el reflejo de la otra, y con una línea recta horizontal cruzándolas por el centro. Reconocía ese símbolo: el hombre encontrado en el río lo tenía en su espalda…

    - La policía no me puede ayudar, el único que puede eres tú. – Le siguió rogando el hombre con desesperación.

    Misao ya no dijo nada más; no estaba segura de qué decir. Se viró lentamente hacia Aoshi, viendo fijamente su espalda, aguardando para ver si acaso él decía algo; el hombre hacía exactamente lo mismo.

    Pasaron unos cuantos largos segundos de silencio, antes de que al fin, la profunda y serena voz de Aoshi se escuchara resonar en el eco del templo.

    - Dices que la carta afirma que ya deberías de saber que eres el próximo. – Murmuró el Shinobi. – ¿Es eso cierto? ¿Sabes quién es esa persona y porqué te quiere matar específicamente a ti?

    El hombre se sobresaltó, casi asustado por esa pregunta, casi como si lo acabaran de acusar de algún delito; Misao lo volteó a ver, algo extrañada por esa reacción. Parecía algo dudoso y nervioso, incluso un poco de sudor se resbalaba por su frente.

    - No… ¡claro que no! – Respondió apresurado en cuanto pudo reaccionar. – No tengo ni idea de quién sea este sujeto, enserio… No… No sé qué problema tiene conmigo. No soy más que un hombre de negocios, que hace lo que puede para ayudar a su comunidad. Nunca le he hecho mal a nadie…

    - Mientes. – Exclamó Aoshi con firmeza, interrumpiendo sus palabras y tomándolo de nuevo por sorpresa. – Tu miedo es genuino, no hacia algo desconocido, sino a algo concreto. Si sabes quién te está amenazando, lo mejor será que le des esa información a la policía para que así puedan ayudarte.

    - Pero… Yo…

    - Lo que acabas de escuchar hace unos momentos es la única verdad. – Agregó, y entonces se puso lentamente de pie, aun dándole la espalda. – No tengo intención de pelear en estos momentos contra ningún enemigo, en especial contra uno que no viene a atacarme a mí o a mi gente directamente. – Se volteó entonces ligeramente hacia él, lo suficiente para que sus ojos serios azul helado se posaran en él como navajas. – Así que regresa por dónde viniste, y no me molestes más. Medita en las próximas horas y pregúntate a ti mismo cuáles son los pecados por los que debes de pagar. Quizás así puedas hacer las paces con tu propia alma…

    El hombre se veía realmente nervioso y temeroso. Miraba fijamente a Aoshi desde abajo, con cierta sumisión. Se veía que quería decirle algo más, pero sencillamente no podía. Sus ojos… esos ojos con los que lo miraba, eran demasiado intensos; lo dejaban totalmente indefenso. Al final, tuvo que apartar la mirada para dejar de verlos.

    Con una pesada aura sombría a su alrededor, ese hombre su puso lentamente de pie, con sus brazos colgando a los lados. Miraba al suelo con la expresión ida, como si su espíritu hubiera abandonado su cuerpo. Se dio media vuelta, y empezó a caminar arrastrando los pies, hacia la puerta. Misao lo miró con detenimiento durante todo su camino hasta que desapareció en las escaleras.

    Por el rabillo del ojo notó como Aoshi se viraba de nuevo al frente, y una vez más se sentaba en el mismo sitio y en la misma posición de hace unos momentos. Misao quería decir algo, pero las palabras se atoraron en su garganta y no terminaron de salir. El aire se tornó incómodo de pronto; ¿ni siquiera le iba a preguntar que hacía ahí? Bien, eso poco importaba ya; al voltear a la puerta, pudo ver el recipiente que había traído, roto, y la comida esparcida por el suelo. Okon de seguro la iba a matar…

    Pero había algo más en el suelo, justo a sus pies. El hombre se había ido, pero había dejado la carta ahí. Se agachó y la tomó con cuidado entre sus dedos, echándole un vistazo. En general era todo lo que el hombre les había dicho hace unos momentos, pero lo más significativo era sin lugar a duda el símbolo en la parte de abajo. Antes del cadáver en el río, nunca lo había visto antes. No tenía idea de qué podría significarse, pero quizás Okina sí…

    Miró una última vez a Aoshi sobre su hombro, y entonces ella también pasó a retirarse sin pronunciar palabra alguna; él tampoco pareció tener intención de decir algo.

    - - - -​

    La noche cayó rápidamente, lo más rápido que puede caer en un día de verano como ese. Había luna llena, una gran y muy brillante luna llena, que desde ciertos puntos de la ciudad parecía alumbrar con una singular luz verdosa. Misao había llevado la carta a Okina, con la esperanza de que él tuviera alguna noción de qué podría significar el símbolo en ella; no tuvo suerte. Okina no sabía qué podría significar, pero afirmaba que debía tener de alguna forma un origen occidental, y dijo que lo investigaría con más detalle.

    Okina y la red de información de los Oniwabanshu, eran bastantes confiables; no dudaba en que descubriría qué era, y muy pronto. Sin embargo, la más joven kunoichi del grupo, no podía quedarse con los brazos cruzados a esperar a que eso pasara. En cuanto el sol cayó, se puso su traje de combate, se armó con todas las kunai que tenía disponibles, y salió sigilosamente del Aoiya. No le dijo a nadie a dónde iba, porqué sabía de antemano que todos intentarían detenerla de alguna forma.

    Todos insistían en siempre querer tratarla como si aún fuera una niña. ¿No tenía acaso el Señor Aoshi su misma edad cuando tomó el liderazgo del Oniwabanshu? Nunca la tomarían enserio como una verdadera Okashira a ese paso. Por ello necesitaba encargarse de ese asunto por su propia cuenta.

    Quizás el señor Aoshi no había querido involucrarse en todo eso, y sus motivos eran perfectamente válidos. Sin embargo, desde el día en que vio como sacaban ese cuerpo del río, había tenido el presentimiento de que algo realmente extraño estaba pasando, y que iban a pasar muchas cosas extrañas después, y la carta a ese hombre se lo había prácticamente confirmado.

    No tardó mucho en descubrir quién era. Justo como había afirmado, era un hombre de negocios del este de la ciudad, muy rico y poderoso; lo de ayudar a su comunidad, eso era un poco más difícil de comprobar. En las calles estaba corriendo fuerte el rumor de que estaba pagando una fuerte suma de dinero a cualquiera que pudiera protegerlo y asegurarle que pasaría la noche. De esa forma pudo enterarse de en qué sitio estaría escondido exactamente. En realidad no había sido tan complicado; el asesino de seguro lo averiguaría igual de fácil, y sin tener que ser un ninja.

    El lugar era una casa de reposo a las afueras por el camino que llevaba al noroeste. Era una casa grande, de quizás dos pisos, con un amplio patio y una alta barda. Si esa era su casa de reposo, se preguntaba cómo sería su casa habitual. Misao se había colocado entre las ramas de un árbol en el patio sur, a examinar la situación. Había una cantidad casi exagerada de hombres esparcidos por los rincones; sólo los que alcanzaba a ver por los patios, eran alrededor de treinta o quizás cuarenta, y eso sin contar a los que de seguro había en el interior del edificio. Todos estaban armados con lo que fuera: espadas, palos, herramientas de cultivo, incluso rifles. Había antorchas alumbrando el patio, para asegurarse de que no hubiera sombras en las cuales ocultarse. Pero claro, no eran tan buenos en ello como para descubrirla a ella.

    Fuera como fuera, el sitio estaba realmente resguardado. Sin importar quien fuera ese misterioso asesino, no la tendría tan sencillo para entrar y matar a ese hombre. Sólo le quedaba aguardar pacientemente y ver qué era lo que pasaba. Paciencia, en esa ocasión sí debía de aplicarla lo más que podía.

    - Anda, sal. – Murmuró muy despacio para sí misma. – Quiero ver qué tipo de individuo eres…

    - - - -​

    El dueño de la casa se había prácticamente atrincherado en su estudio, la habitación más al fondo de la residencia. Se encontraba sentado en su escritorio, justo en el centro del cuarto, y lo acompañaban ahí mismo unos diez hombres, rodeándolo y vigilando atentamente la única puerta del estudio. Justo del otro lado de esa puerta, se encontraban otros tres hombres, armados con nada menos que una metralleta. Esa era definitivamente su mejor defensa. En el remoto caso de que ese individuo, o grupo de individuos, pudiera atravesar a los hombres del patio y los que vigilaban los pasillos, definitivamente no podría pasar a través de esa arma tan destructiva.

    A pesar de toda la enorme seguridad que lo rodeaba en esos momentos, el hombre amenazado no se sentía seguro… Ni siquiera un poco.

    Todo a su alrededor estaba demasiado callado. Nada se movía, nada hacía ruido. Era como si más allá de esa puerta, hubiera sólo un mar de sombras y silencio.

    Estaba ya en esos momentos sirviéndose su tercer vaso de vino tinto, con sus manos temblando tanto que inevitablemente gotas del licor manchaban la madera del escritorio. Igualmente se empinaba el líquido, hasta tragar un poco más de un cuarto y luego reposaba un poco. Su frente estaba cubierta de sudor, y su cuerpo entero tiritaba nerviosamente. Las palabras que Aoshi Shinomori le había dicho esa mañana, revoloteaban en su cabeza.

    “Medita en las próximas horas y pregúntate a ti mismo cuáles son los pecados por los que debes de pagar. Quizás así puedas hacer las paces con tu propia alma…”

    ¿Pecados? ¿Pagar? Nada de eso. No había nada por lo que ameritaba pedir perdón, no había nada en su vida de lo que debía de arrepentirse. Todo siempre lo había hecho cómo se debía de hacer, y cuándo se debía de hacer. Incluso… eso…

    En cuánto supo de aquel cuerpo en el río y de esa marca en su espalda, pensó de inmediato en aquel suceso. Sin razón aparente; simplemente sucedió. Y recibir esa carta no hizo más confirmárselo. No era justo, ¿enserio moriría por eso? No, no lo haría, no mientras pudiera hacer algo al respecto. No se dejaría intimidar por farsantes y charlatanes. Así tuviera que pagarle a todo Kyoto, saldría convida de esa, como siempre lo había hecho.

    En ese momento, la profunda quietud que cubría la casa fue interrumpida de golpe por varios sonidos simultáneo del exterior: gritos, golpes, y pasos apresurados.

    - ¡Es él! – Reaccionó con fuerza, poniéndose abruptamente de pie, derribando su silla en el proceso. – ¡Protéjanme!, ¡por favor!

    Los diez hombres que lo acompañaban se colocar de inmediato delante de él, listos para atacar. Afuera sólo se seguían escuchando los ruidos lejanos de la lucha.

    - - - -​

    Misao, desde su escondite, se percató de todo el gran movimiento que estaba sucediendo. Los hombres que cuidaban el patio sur, se movieron rápidamente hacia la parte oeste de la propiedad. A sus agudos oídos llegaron de inmediato sonidos de gritos y golpes, e incluso algunos disparos.

    - “¿Cuándo entró? Ni siquiera lo vi.” – Pensó sorprendida, y cuando el terreno estuvo despejado, bajó del árbol de un salto, cayendo en el pasto del patio, y luego se movió rápido, pero cuidadosamente, en la dirección que se habían ido los hombres.

    Se ocultaba detrás de las paredes y pilares mientras avanzaba. No podía ser descuidada; lo que menos necesitaba en esos momentos era que alguno de los hombres que ese sujeto había contratado la confundiera con una intrusa e intentara dispararle, o aún peor, que el asesino la sorprendiera. Era una ninja del Oniwabanshu; se suponía que ella debía de sorprender a sus enemigos, no al revés.

    La luna llena brillaba con fuerza sobre ellos, y alumbraba considerablemente; había pocos lugares oscuros por los cuales escabullirse. De hecho, muchos considerarían que sería una muy mala noche para intentar atacar por sorpresa a una persona; ¿por qué había elegido una noche así el asesino? Claro, al menos que… entrar por sorpresa nunca hubiera sido su propósito.

    Mientras más avanzaba, más fuertes se hacían los sonidos del conflicto. Sin embargo, cuando estaba a punto de doblar la esquina y ver lo que ocurría… Todo se calló de pronto. Frenó unos momentos su avance, algo dudosa. ¿Qué había pasado?

    Se acercó muy lentamente a la esquina con su cuerpo agachado, y luego pegó su espalda contra la pared, y se asomó apenas lo necesario para verificar. La escena que veía era increíble: todos los hombres estaban tirados en el suelo, esparcidos por todos lados; algunos incluso estaban patas arriba en los arbustos, o con la mitad de su cuerpo atravesando las paredes de madera de la casa. Había espadas y rifles también por el suelo, algunos incluso partidos en dos. ¿Cómo había podido hacer todo eso en tan sólo unos cuantos segundos?

    Se acercó con cautela al hombre más cercano a ella, y le revisó su pulso. Sorprendentemente, estaba vivo. De hecho, al menos de forma visible, no tenía ninguna herida, sólo algunos golpes, pero nada que se viera muy grave. Miró rápidamente a los otros; todos parecían en el mismo estado.

    No pudo detenerse a meditar mucho al respecto, pues escuchó más sonidos de batalla, pero ahora provenientes de los pasillos interiores del edificio. Rápidamente comenzó a moverse en su dirección.

    - - - -​

    Su atacante era como un fantasma, un espíritu que aparecía ante ellos y luego desaparecía antes de que alguno pudiera verlo con claridad. Disparaban con insistencia, blandían sus espadas con arrojo, pero era como intentar golpear una cortina de humo. Uno a uno, cuánto hombre se encontraba en su camino, terminaba fuera de combate de tan sólo un golpe, si es que acaso realmente los golpeaba ya que ninguno se daba cuenta realmente de lo que ocurría.

    Los hombres que cuidaban la puerta del estudio, armados con la gran ametralladora, escuchaban como la pelea se acercaba más y más hacia ellos por el pasillo. A pesar de todo, parecían comenzar a ponerse nerviosos. No pensaron que el atacante fuera realmente a llegar hasta ese sitio, algunos incluso ni siquiera pensaron que realmente alguien se presentaría. El hombre que manejaba la imponente arma, tenía su mano derecha temblorosa sobre la manivela. Lo escuchaba cada vez más cerca, más cerca…

    Los nervios al parecer le ganaron, y de la nada comenzó a girar con rapidez la manivela del arma, comenzando a disparar al frente con gran potencia. Los disparos atravesaban por completo los muros de madera y las puertas de papel. Fuera quien fuera, o fuera lo qué fuera, no había forma de sobrevivir a esa ráfaga de disparos; lo harían puré. Las puertas delante de ellos se hicieron pedazos por completo, pero seguían disparando. Aún quedaba bastante carga, y se la acabarían toda si era necesario para estar seguros.

    De pronto, entre las sombras del pasillo y los destellos de los disparos… lo vieron acercarse…

    Fue como una ráfaga de viento aproximándose a toda velocidad hacia ellos, como un destello de luz, moviéndose de un lado a otro por todo el pasillo entre los disparos, como si fueran cualquier cosa. El hombre intentaba apuntarle, pero recién lo divisaba en un lado y hacía siquiera el primer intento de girar el arma, cuando desaparecía y aparecía en otro. Cada vez más cerca y más cerca. Era como un demonio, una sombra de la noche trepando por el suelo y por las paredes, y al que las balas le sacaban la vuelta como si le tuvieran miedo.

    No podía ser un ser humano… No era posible…

    Escucharon un agudo sonido metálico, y lo próximo que vieron fue como la metralleta era partida en dos y la mitad frontal salía volando por los aires, hasta caer pesadamente a unos metros. Sólo en ese momento pudieron divisarlo apenas por unos segundos… sus largos cabellos aún suspendidos en el aire por el movimiento, su figura alta y atlética, ligeramente flexionado cerca del suelo, y la brillante y reluciente espada, brillando como si luz propia tuviera. Sólo fue un instante, posiblemente demasiado poco para que alguno de ellos pudiera guardar vívidamente esa imagen en sus cabezas. Justo después, hubo tres golpes contundentes, uno a cada uno, y los tres cayeron inconscientes al suelo.

    La figura casi incorpórea del atacante, se alzó erguido justo cuando sus enemigos estuvieron a sus pies. Caminó apresurado hacia la puerta de estudio, con el sonido de sus botas resonando como truenos contra el piso. Pateó con fuerza la puerta de madera, derribándola de un sólo golpe. La puerta aún ni siquiera tocaba el suelo, pero los diez hombres que cuidaban el interior del estudio se lanzaron contra él con sus espadas en mano. La silueta retrocedió rápidamente para crear un poco de distancia y perderse entre las sombras. Los dejó venirse de uno a uno en su contra. Todos lo empezaron a atacar de manera desorganizada, torpe y temerosa. No pasó mucho tiempo, antes de que con tan sólo unos cuantos movimientos veloces de su espada, esos diez hombres resultaran en el mismo estado que todos los anteriores que habían intentado golpearlo. Sus espadas terminaron rotas, sus cuerpos inmóviles en el piso o contra las paredes.

    Una vez que el último quedó tirado boca abajo justo frente a la puerta, el misterioso ser caminó tranquilamente hacia el interior del estudio, pasando encima de cualquiera que hubiera quedado en su camino.

    El dueño de la residencia estaba petrificado al otro lado de su escritorio. Tenía los ojos totalmente abiertos, sus labios separados, y su rostro cubierto de sudor. No había servido de nada ninguna de sus preparaciones, ni todo el dinero que había gastado, ni cuánto había asegurado esa casa; igualmente ese ser traspasó todo ello, y ahí estaba, justo en su puerta…

    Justo cuando cruzó el umbral, la luz del candelabro sobre ellos iluminó al extraño, revelando por completo su forma física y tangible, aquella que quizás ninguno de los hombres con los que se había cruzado fue capaz de percibir, pero se revelaba por completo y sin miedo ante él. El verlo fijamente, el reconocer su forma y su apariencia, distinguir su altura y su complexión fuerte, su largo cabello café oscuro, sus penetrantes ojos verdes y su rostro fino… nada hizo aunque fuera un poco para apaciguar su miedo; si en todo caso, lo único que hizo fue confirmarlo.

    Lo supo en cuanto vio su rostro, en cuanto vio sus ojos, en cuanto vio ese medallón plateado colgando de su cuello, con el mismo signo con el que estaba firmada su carta; ya no había lugar a dudas.

    - Oh... no... – Tartamudeó el hombre de cabello grisáceo.

    El atacante permaneció de pie frente a la puerta, totalmente firme y quieto, sin demostrar, al menos a simple vista, intención alguna de acercársele ni un paso más. Simplemente lo miraba fijamente, con esa expresión dura y tenaz…

    - Usted debe de ser… Itou Kasai… ¿O me equivoco? – Murmuró en voz baja ese ser que sólo hasta ese momento dio señas de realmente ser una persona de carne y hueso, y no algún tipo de alucinación.

    - Ese símbolo… No, no puede ser… - Masculló el hombre, dando un pequeño paso hacia atrás, topándose con su silla derrumbada. – Eres tú... eres el niño...

    La imagen de ese hombre ya adulto ante él, hizo que todo lo que temía se hiciera plenamente real. Jamás lo vio en persona, y apenas y tenía noción de alguna vaga descripción que le habían dado. Pero lo sabía, sabía que era él: el niño de esa aldea en Shimabara, el supuesto… Hijo de Dios…

    - Así que sí me recuerda. – Comentó el hombre ante él, con el mismo tono y expresión. – Catorce años atrás, usted ordenó la masacre de toda mi aldea. Asesinó a mis padres, y nos arrebató nuestro hogar. Y todo por qué me buscaba a mí, ¿cierto? – Dio entonces un paso hacia el frente, y luego otro, aproximándose con cautela hacia él. – Pues aquí estoy…

    Kasai retrocedió nervioso, tropezándose con su silla, y cayendo se sentón al suelo. Indefenso y tembloroso, sólo pudo ver como esa persona se le aproximaba cada vez más, sin ni un sólo rastro de duda en él.

    - Escucha, eso fue hace mucho tiempo, y no fue nada personal. – Comenzó a decir, casi como súplica. – Ustedes estaban planeando rebelarse, sólo estaba cumpliendo con mi deber.

    - No intente hablarme de deber. – Respondió su atacante con firmeza. – Usted asesinó a cientos de mujeres, niños y ancianos indefensos, y sólo porque ninguno aceptó repudiar de su Dios. ¿O era acaso sólo una excusa?, ¿los hubiera matado de todas formas, quizás? Hombres como usted fueron los que nos orillaron hasta ese punto, persiguiéndonos y cazándonos sólo por profesar nuestra fe. Usted no conoce lo que es eso, no siquiera lo que es la lealtad. Su deber era defender a su Señor hasta el final, pero cuando hubo problemas, terminó del lado contrario haciéndose rico y poderoso a cuesta de los oprimidos de la nueva era. ¡¿Y así se atreve a decirme que sólo cumplía con su deber?!

    Su voz se alzó de golpe, y su grito se escuchó como un potente rayo, haciendo retumbar las paredes.

    Ese hombre, viejo, gordo, y cobarde… Había tomado tiempo averiguar su identidad, pero ya estaba ahí, justo a sus pies, temblando como un niño asustado. Un hombre importante del Shogunato en el sur, el hombre que directamente ordenó el ataque a su aldea, y principal responsable de la muerte de sus padres y de todos los otros. Cuando la Revolución era ya casi un hecho y la guerra se veía perdida, de inmediato cambió de postura, y comenzó a ayudar a los relistas con el fin de obtener la mejor posición posible. Y ahora estaba ahí, con todo ese dinero, con esa enorme casa, sus trajes costosos, y todos esos hombres alimentados con dinero para protegerlo, y que de seguro tenían menos lealtad hacia él de la que él mismo tuvo en su momento. Y aun así se atrevía a hablar de deber…

    Era una escoria aún peor de lo que se había imaginado.

    Estaba contraído sobre sí mismo en el suelo, mirándolo sin poder pestañar siquiera. ¿Qué haría ahora? ¿Intentaría suplicarle? ¿Le ofrecería dinero…? Notó entonces un pequeño cambio en su estado; sus ojos se desviaron ligeramente hacia otro lado, sólo por unos instantes, y luego lo volvió a ver otra vez.

    - Escucha... – Comenzó a balbucear, sonriendo ligeramente de forma forzada. – Es más complicado que eso... tú no entiendes...

    De inmediato, Kasai se lanzó al frente como un animal salvaje, hacia debajo del escritorio. Pudo haberlo detenido antes de que lo hiciera, pero quizás una parte de él tenía curiosidad de ver qué era lo que tenía pensado hacer.

    Kasai tomó algo que estaba oculto, pegado justo a la parte inferior del escritorio, luego se irguió lo más rápido que pudo, y apuntó directo a la cara de su atacante con el objeto que había sacado: un rifle. Sin pensarlo dos veces, presionó el gatillo, y el fuerte sonido de la detonación cubrió el cuarto. El retroceso del disparo lo empujó hacia atrás, y como ni siquiera había tenido el tiempo a pararse con firmeza antes de disparar, esto terminó por hacerlo descender hacia el suelo de nuevo. Pero no importaba; estaba seguro de que le daría; estaban tan cerca que el disparo prácticamente había sido quemarropa.

    Sin embargo, por el rabillo del ojo, pudo ver como la figura de ese hombre desaparecía en un parpadeo de enfrente de él, y su disparo terminaba encajándose en la pared. En el mismo instante, pudo sentir como su rifle salía volando de sus manos, y una vez sobre su cabeza se partía en dos de extremo a extremo. Por último, su cuerpo ni siquiera tocó el suelo, ya que la mano izquierda de ese hombre lo tomó con fuerza de su traje, lo alzó y lo colocó contra la pared. Todo ocurrió en apenas una fracción de segundo; en un momento estaba apuntándolo con su rifle, y al siguiente se encontraba con su espalda contra la pared, y esos intensos ojos verdes mirándolo fijamente como navajas…

    - Itou Kasai… Por sus pecados contra los cristianos de Shimabara, he venido a darle... la expiación...

    - ¡No!

    Antes de que Kasai tuviera oportunidad de pronunciar alguna otra palabra, lo soltó abruptamente, alzó su espada sobre su cabeza y luego la dejó caer con gran fuerza contra él. El filo de la mortal arma entró por su hombro izquierdo, y luego hizo un corte profundo y letal en diagonal hasta la mitad de su abdomen. Un fuerte chorro de sangre brotó de la herida, e inevitablemente llegó a tocar su rostro y sus ropas.

    La muerte fue instantánea. El cuerpo inerte de Kasai se deslizó por la pared, manchándola con su sangre en el camino hasta quedar sentado, con su cabeza colgando hacia el frente, y ahí se quedó…

    Shougo Amakusa se le quedó viendo en silencio unos cuantos segundos, de pie justo delante del cuerpo. Miró entonces el filo de su arma, manchado de rojo, apenas opacando un poco la perfección de su hoja. Agitó su arma con fuerza, limpiándole lo más posible con ese movimiento, y luego comenzó a andar con paso tranquilo hacia la puerta.

    Su trabajo estaba hecho.

    Avanzó con suma tranquilidad hacia el patio. Ya todos los hombres que estaban protegiendo esa casa, estaban totalmente fuera de combate, y ya no habría porque haber alguien más que estorbara su camino. O al menos eso creyó.

    Al salir por una de las puertas que él mismo había derivado, llegó inevitablemente al pasillo exterior que daba al jardín central de la casa. Apenas acababa de dar un par de pasos, cuando sus agudos instintos le advirtieron de inmediato de una presencia, justo a su costado derecho.

    - ¡Alto ahí! – Escuchó que gritaba con fuerza una voz aguda entre las sombras. Lentamente se giró en su dirección, y ahí pudo ver a la jovencita de complexión delgada, parada a unos metros de él por el pasillo, con la luz de la luna llena alumbrándola. Ella lo miraba fijamente con una combinación de confusión y asombro, pero con una forzada decisión en su mirada. – ¡Soy Misao Makimachi, líder de los Oniwabanshu de Kyoto! ¡¿Eres tú quien mandó esa carta de amanezca?!

    Al principio no reaccionó de ninguna forma. Simplemente se quedó en su lugar, inspeccionando a la extraña figura que acababa de materializarse ante él, y que le causaba una ligera curiosidad. Definitivamente no era como los demás guardias con los que se había cruzado, pero… Lo que más le llamó la atención, fue la mención de los “Oniwabanshu”. Hacía tiempo que no escuchaba o pensaba en ese nombre, no desde el Octubre pasado, en Shanghái. ¿Sería realmente un miembro del Oniwabanshu de Kyoto? Sus ropas al estilo shinobi, podían ciertamente dar esa impresión.

    - No tengo ningún conflicto contigo ni con los Oniwabanshu, niña. – Le respondió Shougo de manera cortante. – Kasai ya está muerto, así que no tienes que defenderlo más. Si aún no recibías tu pago, puedes tomar lo que creas que te corresponde.

    - ¡Eso no me interesa! – Arremetió la extraña jovencita, y en ese momento alzó sus brazos cruzándolos delante de ella, y pudo ver con claridad que en cada mano, sostenidos entre sus dedos, cargaba tres kunai. – ¡No puedo permitir que alguien ande libre asesinando gente en mi ciudad! ¡Así que prepárate!

    De inmediato jaló sus dos brazos hacia el frente, y los seis Kunai salieron disparados en su dirección como flechas, uno detrás del otro.

    No tenía tiempo para estarlo perdiendo en juegos. Agitó su espada con gran rapidez frente a él, y de sólo tres movimientos, cada kunai que había sido lanzado en su contra, fue desviado en una dirección diferente, algunos incluso encajándose en los pilares y en las paredes. Al instante siguiente a que dicho ataque fue repelido, y sus ojos se volvieron a posar de nuevo en la extraña, se encontró con la sorpresa de que ya estaba a tres cuartos del camino hacia él, con su puño derecho alzado listo para golpearlo. Astuta; ¿había sido acaso una distracción? Si lo fue, no había sido tan efectiva.

    Misao lanzó su puño con fuerza a la altura de su cara, pero la figura del extraño simplemente desapareció del sitio en el que se encontraba, y su puño golpeó el aire. Algo confundida, intentó recuperarse rápidamente, y buscar frenéticamente con la mirada a dónde había ido. Luego de sólo dos segundos, logró divisar su silueta justo en el techo de la casa, al otro lado del jardín. Estaba de pie en ese sitio, mirando en su dirección, con la brillante luna a sus espaldas enmarcándolo. Misao se disponía a ir en su caza, pero algo la detuvo…

    Desde su posición, la kunoichi pudo sentir como un extraño aire comenzaba a soplar, desde su espalda, y se dirigía en línea recta hacia el hombre en el techo. Algo en él comenzó a brillar con fuerza… ¿Qué era? En tan sólo un parpadeo, sintió como el aire volvía a correr, pero ahora en la dirección contraria, directo hacia ella, y con más fuerza; además, no venía solo. El viento la golpeó acompañado de una fuerte luz, que hizo que todo lo viera blanco por unos instantes. Su cuerpo fue empujado hacia atrás como si hubiera recibido una patada directa en la cara y comenzó a desplomarse hacia el suelo.

    Una silueta, mucho más grande y veloz que la suya, se movió rápidamente por el pasillo hacia ella, y un momento antes de que tocara el suelo, la rodeó con sus brazos, evitando que cayera. La joven no reaccionó; sencillamente había quedad inconsciente, y ni siquiera había tenido la oportunidad de distinguir el rostro de su salvador, Aoshi Shinomori.

    Okina había ido a buscar a Misao al templo, pero en su lugar se encontró sólo con él. Le contó lo que Misao le había pedido investigar, y eso, sumado a su ya conocida personalidad tenaz, le ayudó a saber de inmediato que había decidido ir a ese lugar. Temeroso de que algo pudiera pasarle por su impertinencia, se dirigió a toda velocidad hacia ese sitio, y al parecer justo a tiempo.

    Aun teniendo a la ninja en sus brazos, alzó su mirada hacia su atacante a lo lejos, y clavó sus ojos de inmediato en él, intentando captar la mayor cantidad de caracterizas físicas en el menor tiempo, gracias a sus muy refinadas habilidades de espionaje. El hombre se había quedado unos momentos en su posición, quizás analizando al recién llegado para determinar cuál sería su próximo movimiento. Sus habilidades, sin embargo, no llegaban lo suficientemente lejos como para poder leer mentes, por lo que no podía saber exactamente a qué conclusión había llegado, pero en un parpadeo vio cómo comenzó a correr por el techo con una gran agilidad, para luego simplemente esfumarse en el aire.

    - “Esa forma de moverse…” – Pensó el ninja, mientras veía al extraño atacante desaparecer.

    Con ese sencillo acto, que había durado quizás menos de un segundo, un sólo pensamiento vino a su cabeza de inmediato. Pero… no era posible que ese pensamiento fuera cierto, ¿o sí?

    Bajó a Misao delicadamente, recostándola en el suelo. Antes de que la policía llegara al lugar, se tomó unos momentos para inspeccionar la escena. Se acercó a los tres hombres más cercanos a ellos, y les revisó; los tres habían perdido en conocimiento, pero seguían convida. Revisó las marcas de golpes en su cuerpo, deduciendo la fuerza y velocidad con la que tuvieron que haber sido hechos. Revisó también el terreno: los cortes en las puertas, las marcas en el suelo, el corte en las armas, cualquier cosa que pudiera una pista… Y cada una parecía confirmarle lo que su primer pensamiento le había indicado.

    - - - -​

    La figura sigilosa del cristiano, se movía entre los tejados de la ciudad, como una simple ventisca. El hombre que había aparecido de la nada, definitivamente era diferente, diferente a esa chica y diferente a los otros hombres; ni siquiera fue capaz de percibir en lo más mínimo que se acercaba. Quizás le daba demasiado crédito, quizás estaba ya cansado, o quizás simplemente un poco distraído. Fuera como fuera, no creía que representara una amenaza hacia él, pero igual no tenía por qué perder más su tiempo en ese lugar, especialmente cuando su fin ahí ya estaba completado.

    - "Sólo uno más y la profecía se cumplirá..." – Pensaba para sí mismo, pero no complacido o feliz por ello; su sentimiento era quizás algo más cercano a resignación, o quizás apuro por terminar con ese asunto.

    Su figura se siguió moviendo a increíble velocidad, hasta perderse en la noche.

    FIN DEL CAPITULO 24

    Ha pasado tan poco tiempo; jamás pensó que tendría que volver a Kyoto tan pronto. Pero esta extraña persona que ha aparecido… ¿Será posible que sea cierto? ¿Será posible que exista un espadachín que domine el Hiten Mitsurugi Ryu… Además de él? Cabello rojo y una cicatriz en forma de cruz en su mejilla izquierda; Battousai el Destajador debe volver una vez más a esa ciudad que tantos malos recuerdos tiene para él…
    Capítulo 25. Regreso a Kyoto

    Notas del Autor:

    Hola de nuevo, ¿cómo se encuentran? Creo que las explicaciones están de más, pero de todas maneras las haré. Cómo algunos habrán adivinado, de este capítulo en adelante, lo que veremos es una reinterpretación de los hechos sucedidos en el Anime entre los Episodios 67 y 76, más específicamente en la llamada Saga de Shimabara… ¡Pero!, no esperen ver la misma historia que ya vieron en el anime. Conforme vayamos avanzando, podrán darse cuenta de unas muy notorias diferencia, escenas y diálogos agregados, e incluso un rumbo totalmente diferente de varios hechos. Ya en este episodios ya pudieron notarse varias diferencias, pero se irán notando más y más. Intentaré ir lo más rápido posible en estos capítulos, y espero eso no les sea molesto. Espero recibir sus opiniones, y que me digan si les agrada más mi versión, o la del anime.

    De notas adicionales, creo que la única que vale la pena mencionar es sobre el personaje de Itou Kasai, que está obviamente basado en el hombre que Shougo Amakusa asesina en el Episodio 67 del Anime, pero cuya historia o conexión con Shougo nunca fue aclarada. En esta misma historia, en el Capítulo 17: Más Fuerte que Dios, pudieron ver mi interpretación de ello, y es a lo que se hace referencia aquí.

    De momento sería todo, espero sus comentarios.

    ¡Nos vemos!
     
  8.  
    WingzemonX

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    [Longfic] El Tigre y el Dragón [Rurouni Kenshin]
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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 25
    Regreso a Kyoto

    Tokio, Japón
    19 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)


    Siete pescados fritos, uno para cada uno; ni uno más, ni uno menos. El reto sería cuidar que Sanosuke y Yahiko no comieran más del que les correspondía, pero no era nada con lo que ella no pudiera lidiar.

    Era una tarde relativamente agradable, como para ir al patio del dojo y pasar un tiempo al aire libre con sus amigos. Kaoru colocó una hoguera en el centro del patio, y una pequeña parrilla sobre el fuego, para cocinar sobre ella los siete pescados que habían comprado en el mercado esa mañana. Había invitado al Doctor Gensai, Ayame y Suzume para que los acompañaran; la invitación estaba extendida a Megumi también, pero al parecer tenía otros planes esa tarde. Sospechoso, pero prefería no saber más al respecto. No necesitaba invitar de manera formal a Sanosuke, sabía que en cuanto oliera la comida gratis, aparecería ahí tarde o temprano, y tuvo razón.

    La joven de cabello negro y largo, sujeto con una cinta azul celeste, se encontraba de cuclillas frente a la hoguera, con un pequeño abanico que movía de vez en cuando para mantener encendido el fuego. Usaba su hermoso kimono amarillo con estampado de flores rosadas. Mientras ella cuidaba la parrilla, y por supuesto los pescados sobre ella, Yahiko entretenía a Ayame y Suzume, jugando y corriendo por el patio, y Sanosuke y el Doctor Gensai jugaban una partida de shogi, sentados en el pasillo de madera.

    Todos criticaban su habilidad para cocinar, pero de todas formas se paraban ahí sin falta para poder comer a sus expensas. Pero estaba bien, en parte. Había pasado ya casi un mes desde que todos volvieron de Kyoto, y realmente no habían tenido mucho tiempo para celebrar su regreso. Además, las cosas estaban mejorando un poco. La habían invitado a dar algunas clases en algunos dojos amigos, y un par de nuevos estudiantes se habían acercado al suyo interesados en tomar clases durante esa semana. Al parecer ya todos los horribles rumores que se habían esparcido hace meses sobre el falso Battousai usando el estilo Kamiya Kashin, ya eran por completo cosas del pasado.

    No quería, sin embargo, hacerse demasiadas expectativas tan rápido. Después de todo, el incidente del falso Battousai sólo era un factor que había provocado el declive de su escuela; de hecho, otros dojos también habían ido perdiendo a varios alumnos con el paso del tiempo. Los tiempos estaban cambiando, y aprender el uso de la espada ya no era la primera prioridad de las nuevas generaciones. Era algo triste, e inevitable al parecer. Pero mientras aún tuviera fuerzas para mantener ese sitio a flote, lo haría, sin importar qué.

    Además, no estaba sola. Tenía a todos sus amigos, los cuales luego de todas las aventuras y desventuras que habían pasado juntos en esos meses, estaba segura que siempre estarían ahí para apoyarla: Sanosuke, Yahiko, Megumi, el Doctor Gensai, Tae, Tsubame… Y, por supuesto, también estaba…

    Se despabiló rápidamente al ser consciente de que se había quedado largo rato pensando en todas esas cosas. Volteó a ver alarmada hacia los pescados, esperando verlos de seguro totalmente quemados. Por suerte, no fue así; de hecho, ya parecían estar listos y en su punto. Suspiró aliviada; de haberse quemado, no hubiera soportado las burlas y quejas de ese par de mequetrefes.

    - ¡Creo que ya están listos!, ¡vengan! – Les anunció con entusiasmo, y rápidamente todos dejaron lo que estaban haciendo y se dirigieron hacia ella.

    - ¡Qué bien huele! – Exclamó Sanosuke, un hombre muy alto y de complexión fornida, de hombros anchos. Tenía cabello café puntiagudo, y ojos serenos también color café.

    - ¡A comer! – Le secundó Yahiko, un chico de estatura baja, de entre diez y once años, cabello negro, también algo puntiagudo, y tez ligeramente morena.

    Ellos dos fueron los primeros en lanzarse en dirección a la hoguera como animales hambrientos.

    - ¡Quietos ustedes dos! – Los detuvo la estructura de Kendo, mientras empuñaba el abanico que usaba, y los señalaba con él a modo de amenaza. Ambos se detuvieron en seco como si se tratara de la más letal de las armas, aunque más que por el abanico, parecía que lo que los había detenido había sido la mirada casi asesina de Kaoru. – ¡Es un pescado para cada uno!, ni uno más. Si alguno de ustedes se come más que eso, alguien se quedará sin comer. ¿Está claro?

    - ¿Por qué nos estás diciendo estas cosas a nosotros? – Exclamó Yahiko, aparentemente algo ofendido.

    - Sí, no es como si nos fuéramos a comer todo nosotros solos. – Añadió Sansouke, del mismo modo.

    Kaoru simplemente les lanzó una última mirada inquisitiva, antes de bajar su abanico y permitirles avanzar. Se acercaron apresurados y tomaron cada uno un pez por el palo que los sujetaba y los dirigieron de inmediato a sus bocas.

    - ¡Cuidado!, que aún está caliente. – Les indicó Kaoru con apuro, pero fue bastante tarde, o quizás no le hicieron caso.

    La primera mordida que ambos dieron, les terminó quemando los labios y sus lenguas por igual, y ambos soltaron un fuerte alarido de dolor al aire.

    - Son unos tontos. – Comentó entre risas Ayame, la nieta mayor del Doctor Gensai.

    - Sí, muy tontos. – Añadió Suzume, también riéndose.

    Kaoru y el doctor Gensai se unieron a las risas a expensas de los dos chicos, y estos a su vez no parecían principalmente felices por ello.

    - ¡Ken-niisan! ¡Vamos a comer! – Exclamó Suzume con fuerza, girándose hacia atrás. Sin embargo, pareció extrañarse al darse cuenta de que la persona que buscaba no se encontraba ahí.

    Kaoru volteó también en la misma dirección, y se percató e inmediato de lo mismo. Hace unos momentos le pareció haberlo visto ahí de pie, colgando la ropa lavada. La ropa estaba colgada al sol, en efecto, pero no había rastro de él.

    - ¿Dónde está Kenshin? – Cuestionó, algo extrañada.

    - Me parece que fue a su cuarto hace algunos minutos. – Comentó el Doctor Gensai.

    ¿A su cuarto? ¿Habrá ido a buscar algo? A Kaoru le pareció extraño que se fuera de esa forma sin decirle nada, no era propio de él. Pero igual eso no importaba tanto como el hecho de que se estaba perdiendo de los pescados fritos.

    - Iré a buscarlo. – Mencionó la joven Kamiya, y de inmediato se dirigió en dirección a su habitación para avisarle.

    - Dile que si no se apura me comeré el suyo. – Mencionó Sanosuke con fuerza para que lo escuchara, en parte en broma… y en parte enserio.

    - - - -

    Cuando su camino lo llevó en un inicio hacia Tokio, la antigua ciudad que él había conocido como Edo, su intención era sencillamente ir de paso, como lo había hecho tantas veces antes, en tantos otros pueblos y ciudades a lo largo de su viaje. Sin embargo, ya había pasado medio año, y aún seguía ahí; incluso a pesar de haberse ido hasta Kyoto, una ciudad que estuvo evitando pisar durante tantos años, al final terminó regresando otra vez a Tokio, y principal a ese sitio, al Dojo del Estilo Kamiya Kashin.

    ¿Por qué se había quedado tanto tiempo? ¿Por qué ese sitio en especial de todos los que había visitado en esos once años? A su yo de aquel entonces, seguramente le parecería confuso. ¿Y a su yo del presente? Se podría decir que no era tan simple…

    Mientras se encontraba lavando y tendiendo la ropa, mientras miraba sonriente a sus amigos riendo y divirtiéndose frente a él, no pudo evitar comenzar a pensar en estas cosas. Las había llegado a pensar ligeramente antes de partir a Kyoto, pero no con la profundidad de esos momentos. ¿Cuál era la diferencia? ¿Qué era lo que pasaba por su mente en esos momentos, diferente a todos los anteriores?

    Quizás la manera más fácil de describirlo era que… estaba feliz.

    Estando en ese momento, en ese patio, realizando esa tarea tan simple al ojo común, y con esa escena tan casual ante él, pudo darse cuenta de que en verdad, pero en verdad, se sentía muy feliz, como no lo había estado en muchísimo tiempo, si es que acaso realmente en algún momento de su vida había sentido algo así. Pero más que aceptar esta agradable sensación con los brazos abiertos, lo que le causó fue… una gran culpa.

    Por mucho tiempo, se había convencido a sí mismo de que él no merecía sentirse así. La felicidad era para las personas inocentes y justas de la nueva era, para las nuevas generaciones que no tendrían que crecer en un país hostil o madurar antes de tiempo. La nueva era y sus virtudes no le pertenecían; él había sido sólo un instrumento para forjarla, y seguiría siéndolo hasta que estuviera seguro de que todo por lo que había luchado era ya una realidad tangible, no sólo una idea o una posibilidad.

    De todo ello creía estar más que seguro, pero… Desde que se encontraba ahí, su manera de pensar, su manera de sentirse hacia sí mismo, parecía haber comenzado a cambiar, tan lentamente que ni siquiera se había dado cuenta. Pensaría que el incidente en Kyoto quizás debió de haberle inspirado a deshacerse de todos esos pensamientos, pero no fue así; pareciera que su efecto, fue de hecho todo lo contrario.

    Al volverse consciente de ello, no sin antes terminar de tender la ropa, se dirigió sigilosamente hacia su habitación sin decirle a nadie. No era tanto que quisiera estar a solas, sino más bien quería saciar las ansias enormes que sentía de ver… esos dos objetos. ¿Para qué?, para nada en especial; sólo quería verlos, saber que aún seguían ahí con él, casi como si temiera que comenzar a tener esos pensamientos los hicieran desaparecer.

    Cuando llegó al Dojo Kamiya por primera vez, literalmente era un vagabundo sin muchas posesiones, más allá de la ropa que usaba, su Espada de Filo Invertido, un poco de dinero, y esos dos objetos, que guardaba envueltos en una frazada azul celeste en su armario. Una vez que estuvo ahí, sacó la frazada con delicadeza y la colocó en el suelo ante él. La contempló en silencio un rato, como si temiera abrirla y ver lo que ocultaba. Pero al final tomó fuerzas, y lo hizo.

    Lo que escondía en su interior, era un cuaderno, de pasta verde, algo gastada al igual que sus hojas, y un trompo de madera, con colores verdes y rojos en la parte superior, que apenas y eran visibles tras el paso del tiempo. Ambos objetos eran ya viejos, roídos por los años, y bastante… comunes. Pero para él, eran muy valiosos; eran tesoros… recuerdos…

    Una sonrisa se dibujó en sus labios sin que él se lo propusiera siquiera. Sin motivo alguno, tomó el trompo entre sus dedos, y lo examinó con detenimiento de un lado a otro, notando hasta la más pequeña de sus imperfecciones. Hacía mucho tiempo que no lo usaba; comenzó a preguntarse si aún podía girar. No tardó mucho en decidirse a probarlo por su cuenta. ¿Recordaría aún cómo hacerlo? Había pasado ya tanto. Enredó el viejo y sucio cordón entono al trompo, lo tomó en su mano, y estando aún sentado en su sitio, lo lanzó al frente, jalando el cordón mientras aún estaba suspendido en el aire.

    Sorprendentemente, sus habilidades con la espada parecían no ser las únicas que se habían mantenido con los años. La punta del trompo tocó el suelo de tatami, y comenzó a girar sobre sí mismo con rapidez, permaneciendo en ese punto de manera casi perfecta.

    Volvió a sonreír de nuevo…

    - ¡Kenshin! – Escuchó relativamente cerca una voz que lo llamaba. – ¿Estás aquí?

    Unos instantes después, el reconocible y brillante rostro de Kaoru se asomó por la puerta abierta de la habitación.

    - Ah, hola Kaoru-dono. – Le saludó el pelirrojo, con una amplia sonrisa en su rostro. – ¿Todo está bien?

    Kaoru, por alguna razón sintió un ligero rastro de alivio al verlo ahí sentado. Era bastante paranoico de su parte, pero desde lo de Kyoto, a veces sentía que si se le desaparecía de esa forma aunque fuera por un segundo, no lo volvería a ver otra vez.

    - Sí, pero los pescados fritos ya están listos. Si no te apuras, Sano y Yahiko se acabarán todo.

    - Lo siento. Iré enseguida.

    Kaoru asintió, y se dispuso a volver con los otros. Sin embargo, en ese momento, por el rabillo del ojo, logró divisar el trompo, aun girando en el tatami, lo cual llamó de inmediato su atención.

    - Nunca había visto ese trompo. – Murmuró mientras se permitía a sí misma ingresar al cuarto. – ¿Es tuyo?

    - Sí. – Le respondió Kenshin, con tono moderado.

    El trompo poco a poco perdió su impulso, y terminó cayendo de lado. Kaoru se puso de rodillas y lo tomó del suelo entre sus dedos, mirándolo con curiosidad.

    - Se ve algo gastado.

    - Ya tiene muchos años. Es una de las pocas cosas con las que llegué a este dojo por primera vez.

    - Entiendo. ¿Es algún objeto preciado para ti?

    Kenshin asintió lentamente con su cabeza.

    - Fue un regalo de mi hermana mayor.

    Esas palabras destantearon por completo a Kaoru, tanto como si el suelo debajo de ella se hubiera sacudido con violencia. Aún con el trompo en sus manos, se viró rápidamente hacia él, con sus ojos totalmente abiertos y casi desorbitados.

    - ¿Hermana? – Exclamó con su voz casi entrecortada.

    En el fondo, a Kenshin le parecía un poco divertida la reacción que Kaoru acababa de tener, pero no era precisamente el momento adecuado para sentirse divertido. Quizás había sido demasiado casual en su comentario, quizás debió de ser más cuidadoso con lo que decía, y cómo lo decía. La sorpresa de la joven era realmente más que justificada…

    Miró de reojo de forma discreta al segundo objeto, que aún seguía sobre la frazada azul: el cuaderno de pasta verde y gastada…

    - Más allá de mi pasado como Destajador, lo cierto es que Kaoru-dono no conoce nada de mi pasado, y nunca me has preguntado al respecto. – Murmuró de pronto, volviendo a tomar por sorpresa a Kaoru, aunque nada comparado con la primera sorpresa.

    La joven de ojos azules guardó silencio. Era cierto, no tenía mucho motivo para sorprenderse, al no saber realmente nada del pasado de la persona delante de ella. Claro, sabía lo que todo el mundo sabía, la historia de Battousai, o más bien su leyenda. Que había sido entrenado desde niño por el Maestro Seijuro, que había dejado de matar luego del fin de la Restauración, y que estuvo viajando todo ese tiempo por el Japón… Y quizás eso era lo único.

    Nunca preguntó más. ¿Porqué…? Bien, la respuesta en realidad no era tan difícil de entender. De hecho, ella ya la había dado hace algún tiempo atrás… muy atrás…

    Bajó el trompo con cuidado, colocándolo en el suelo justo frente a él.

    - Cuando llegaste a este dojo te lo dije, ¿acaso lo olvidas? – Le comentó, al tiempo que le compartía una linda y brillante sonrisa. – Te dije que no me importaba tu pasado, ni quien habías sido antes de ese momento. Sólo quería conocer a la persona que eras ahora, a Keshin Himura, el vagabundo, y eso aún lo sostengo. Desde entonces te he ido conociendo cada día más, y he podido ser testigo de la maravillosa persona que eres, la persona más maravillosa del mundo entero. Si he de saber de tu pasado, quiero que sea lo que tú desees compartir conmigo.

    Kenshin agachó un poco su cabeza, y la sonrisa en sus propios labios se acrecentó un poco.

    - Gracias. Eso significa mucho.

    A Kaoru le extrañó mucho las reacciones de Kenshin, y sobre todo que estuviera tocando esos temas tan de repente. Se le veía algo serio, pensativo. No había reparado mucho en ello antes de ese momento, pero en realidad había estado muy parecido durante el transcurso del día.

    - ¿Todo está bien? ¿Algo te molesta?

    Kenshin siguió con su mirada agachada, viendo el cuaderno a su lado. Guardó silencio un rato, como si no tuviera deseos de responder…

    - Kaoru-dono…

    - Hey, Kaoru. – Escucharon en ese momento que la voz del Doctor Gensai pronunciaba con fuerza desde el pasillo, interrumpiendo lo que fuera que Kenshin estuviera a punto de decir. El hombre mayor se acercó por el pasillo, asomándose también al interior del cuarto. – Hay un joven en la entrada que te busca.

    - ¿Un joven? – Murmuró Kaoru, confundida. – ¿Será un nuevo estudiante?

    - No me lo parece. Se ve agitado y cansado, y trae ropas de viaje.

    Eso les sonó bastante raro a ambos. Sin espera, tanto Kaoru como Kenshin se pusieron de pie y se dirigieron a la entrada.

    Esperaban encontrarse con algún extraño, pero de hecho no fue así. La persona que aguardaba en el portón, era un hombre alto, de complexión algo fornida, de cabello café oscuro, corto, aunque algo parado. Lo reconocieron de inmediato: era Shirojo, uno de los miembros del Oniwabanshu de Kyoto, y en efecto respiraba agitadamente y sudaba, como si hubiera estado corriendo con gran apuro.

    - Señorita Kaoru, señor Himura. – Exclamó el shinobi entre respiros, en cuanto los vio.

    - Shirojo-san. – Murmuró Kaoru, confundida al verlo ahí, en Tokio, y justo en la puerta de su casa.

    Lo lógico era preguntarle de inmediato qué lo había traído a ese sitio, porque si había venido desde Kyoto y sin avisar con una carta de por medio su llegada, era porque de seguro algo grave había ocurrido. Pero Shirojo se adelantó a hablar antes que cualquiera de los dos.

    - ¡Señor Himura!, necesito hablar con usted cuánto antes. – Pronunció con fuerza, inmediatamente después de recuperar el aliento. – El señor Aoshi me envió a buscarlo.

    - ¿Aoshi? – Musitó Kenshin, ligeramente desconcertado.

    - Necesito que venga conmigo a Kyoto, de inmediato. Ha pasado algo terrible.

    Esas palabras alarmaron a Kenshin y Kaoru por igual. La joven maestra de Kendo, volteó a ver de reojo al pelirrojo. Éste simplemente veía al Oniwabanshu con asombro en su rostro. ¿Qué podría ser eso tan terrible que provocara que el propio Aoshi mandara a alguien a buscarlo y a pedir que fuera a Kyoto de inmediato? Especialmente considerando que aún ni siquiera se cumplía un mes de su retorno a Tokio…

    - ¿Ir a Kyoto? – Murmuró el espadachín con duda en su voz.

    Tras los pensamientos que estaba teniendo justo hace unos minutos atrás, lo que menos deseaba realmente era volver a Kyoto tan pronto…

    - - - -​

    Nagasaki, Japón
    26 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)


    Nagasaki era bastante similar a Shanghái en varios sentidos. Ambas habían adquirido con el paso del tiempo, una apariencia y costumbres tales, que parecían haberse convertido en ciudades occidentales, construidas en sus remotos países de oriente. La apertura de Japón a los occidentales no fue tan agresiva como para China; no tuvieron que perder dos guerras para ello, pero no por eso fue menos significativo para su gente. Sin embargo, aún durante los doscientos años que los Tokugawa mantuvieron Japón aislado en su totalidad de la intervención con los extranjeros, Nagasaki seguía siendo teóricamente el único sitio que seguía teniendo aunque fuera un ligero contacto con el exterior, más que nada con Holandeses y Chinos.

    Al llegar a Nagasaki, hace unos días atrás, Enishi no sentía en lo más mínimo que estaba poniendo de nuevo sus pies en tierras japonesas, tierras que había abandonada hace ya casi once años, y a las que se había prometido a sí mismo no volver a pisar… hasta que el momento de su Justicia llegara. Ahora, en efecto, el momento de dicha Justicia había llegado, pero no era el principio primordial que lo había llevado a dirigirse a Japón tan presurosamente. Era un motivo muy diferente, pero no por ello más o menos importante.

    Ya llevaba aproximadamente una semana ahí, sin haber hecho realmente mucho, o no mucho que le importara realmente. Más que nada había estado guardando las apariencias, no llamando mucho la atención, y revisando lo que la mayoría de la gente en Shanghái, creía que era el propósito de su viaje. Sin embargo, más que nada había estado aguardando, aguardando a que una persona en especial realizara todo el largo viaje desde Kyoto hasta ese lugar. Lo había mandado contactar incluso desde antes de que saliera de Shanghái, y parecía que al fin ese día lo vería.

    El punto de reunión sería un café estilo occidental, en la zona comercial, no muy lejos del puerto. El establecimiento tenía mesas y sillas afuera del local, en el que la gente podía sentarse y ver a las personas pasar; qué pasatiempo tan extraño, pensaba el albino. Igual se sentó ahí, con su impecable traje blanco reflejando los brillantes rayos del sol veraniego, y sus ojos turquesa ocultos detrás de sus lentes oscuros. Estaba cruzado de piernas, y frente a él tenía una taza del té más asquerosamente dulce que había tomado en su vida; apenas había aguantado dar dos sorbos de él. De pie a su lado, como casi siempre, se encontraba su leal Xung. En favor de la discreción, lo había convencido de usar un traje diferente a su habitual, un traje de hecho similar al de un sirviente occidental; pantalón y saco gris oscuro, camisa blanca, chaleco negro. Y principalmente, no traer sus dos sables consigo, aunque eso pareciera incomodarlo tanto como si anduviera desnudo.

    Como fuera, parecía estar funcionando. La gente iba y venía por la calle, y no llamaban en lo absoluto la atención. Sólo era un hombre bien arreglado, tomando el té, acompañado de su sirviente. Simple, común. Lo más llamativo podría ser su cabello blanco, pero esperaba que eso no diera tantos problemas.

    Llevaba esperando ya casi una hora, y empezaba a impacientarse. Claro, ya había esperado una semana, ¿qué tanto podía ser esperar un poco más, no? Pero la ansiedad ya era demasiada. Deseaba llegar a su verdadero destino lo más pronto posible; nunca antes había deseado tanto algo, además de ese otro tema… El quedarse aunque fuera un minuto más ahí, lo hacía sentir que perdía el tiempo.

    Necesitaba sentir al menos que las cosas se movían un poco, sentir que hacía algo para lograrlo. Sentir al menos que ya estaba un poco más cerca…

    - Cuánto tiempo, señor Yukishiro. – Escuchó de pronto una voz a sus espaldas que lo sacó abruptamente de sus pensamientos. – Es bueno verlo con tan buena salud.

    Discretamente volteó a ver sobre su hombro. Una persona se acababa de sentar en la mesa detrás de él, específicamente en la silla más cercana a la suya, por lo que ambos estaban dándose mutuamente la espalda. Por lo que alcanzó a ver, parecía ser un hombre de hombros anchos, usando un sombrero café opaco, al igual que un abrigo del mismo tipo. Debajo del sombrero, lo único que alcanzaba a ver eran rastros de una cabellera grisácea, corta, y apenas un poco de la piel de su cuello y de sus manos, que estaban sobre la mesa. Si se basa en el aspecto de su piel, parecía ser ya un hombre mayor, que aunque tenía complexión gruesa, ya debía de tener más de cincuenta, o incluso sesenta años.

    - Señor Gein. – Comentó al albino, sonriente, virándose de nuevo al frente. – Veo que su concepto de discreción ha mejorado.

    Escuchó una pequeña risilla provenir del hombre a sus espaldas. Cuando pactaron un lugar tan visible, Enishi se había preocupado un poco de que la persona que lo había citado, se presentara con el mismo traje con el que siempre lo había visto; eso sí hubiera llamado demasiado la atención. Pero al parecer, lo había subestimado un poco.

    - Igual que el suyo, señor. – Comentó Gein, divertido, inclinando un poco su cabeza hacia Xung, el cual simplemente lo miraba de reojo, en silencio, y con marcada desconfianza en su mirada.

    - Puede hablar con libertad frente a Xung. – Señaló Enishi, de manera despreocupada.

    - ¿Está seguro?

    - Más me vale.

    Xung se encontraba un tanto confundido por la curiosa escena. Lo único que sabía, era que su maestro se reuniría con alguien en secreto en ese sitio, pero no tenía idea de con quién. Era un hombre mayor, con algunas arrugas en su rostro y lunares, pero en general se veía aún bastante fuerte. No lo reconocía en lo absoluto. Adicional a eso, habla con Enishi en un japonés muy fluido, no en chino. Por suerte, había sido de cierta forma obligado a aprender japonés con el fin de poder servir a Enishi como era debido, y por ello no batallaba en entender sus palabras.

    Esos últimos comentarios que ambos habían intercambiado, confundieron un poco al joven. Si se tratara de un hombre del Feng Long en Nagasaki, ¿por qué les preocuparía el hablar ante él de algo? La respuesta más lógica, parecía ser casi siempre la correcta: ese hombre no era del Feng Long.

    - Lamento haberlo hecho esperar tanto tiempo. – Comentó el hombre de sombrero y gabardina, mientras miraba al frente. Era una conversación extraña, estando los dos de espaldas al otro, pero al menos era discreta, y eso era lo que buscaban. – Pero debió haberme avisado antes que quería verme aquí en Nagasaki.

    - Fue un viaje improvisado, lo siento. – Comentó Enishi, con un tono relajado. – Aprovecho para agradecerle frente a frente por toda su información... o usted me entiende.

    - Gracias. La verdad no fue sencillo suplantar a un miembro del grupo de ese hombre, Makoto Shishio. No era para nada un tonto, era de hecho un hombre excepcional, como ya quedan pocos en esta era.

    - Puede ahorrarse su admiración por el Señor Shishio, que en paz descanse.

    - Lo lamento.

    Gein era precisamente esa persona de la que había hablado con Hei-shin, el “espía” que había colocado cerca de su antiguo cliente, Shihio Makoto, para que le pasara información de sus movimientos, y sobre todo si una persona en especial se aparecía cerca de él, y dicho movimiento había rendido valiosos frutos. Había oído bastantes historias de él, antes de conocerlo por primera vez el octubre pasado. Y, aunque en un inicio le pareció un poco extraño, detectó de inmediato el gran potencial y utilidad de sus habilidades, no sólo recolectando esa información, sino de ayuda directa en el asunto en el que pensaba usarla.

    Enishi volvió a tomar su taza y le dio un pequeño sorbo. Esperaba que algo más frío el sabor mejorara, pero en todo caso lo empeoró. No entendía como los occidentales podían beber esa cosa.

    - Hay algo que quiero preguntarle sobre ese hombre, ya que estamos en persona. – Cuestionó el jefe del Feng Long con un tono mucho más serio que el que había usado para iniciar esa conversación.

    - ¿Sobre Shishio?

    - No. – Le respondió de forma cortante. Aguardó unos segundos, y entonces terminó su respuesta. – Sobre Battousai Himura…

    El aire en torno a Enishi pareció tensarse enormemente en cuanto ese nombre surgió de sus labios. Y era de hecho un nombre que a Xung no le sonaba en lo absoluto, pese a que de vez en cuando le había parecido escuchar a “Shishio Makoto” en algunas conversaciones entre los jefes.

    Gein se apresuró a responder, sin ponerle mucha importancia a su cambio.

    - Todo lo que averigüé está en los reportes que le envié, y me parece que es más que suficiente, incluyendo su residencia actual y sus amigos que intervinieron en incidente de Shishio.

    - Hay algo que no viene en ellos. – Murmuró Enishi con pesadez. – La cicatriz en forma de cruz... ¿Sigue aún en su mejilla?

    Esa pregunta confundió bastante Gein, quien no pudo evitar mirarlo sobre su hombro por mero reflejo, aunque sólo se pudiera encontrar con su abundante cabellera blanca. ¿La cicatriz? Claro, siempre que hablaban de cómo era Battousai, todos hablaban de su cabello rojizo, sus ojos claros violetas, y una cicatriz en forma de cruz en su mejilla izquierda. ¿Pero por qué le estaba preguntando precisamente de ella?

    - Me parece que sí. – Respondió, algo dudoso. – No la vi personalmente, pero si me baso en lo que nos dijeron Shishio y Hoji, al parecer aún sigue ahí. ¿Eso es importante?

    Xung notó entonces como los dedos de su mano derecha comenzaban a apretar con fuerza su taza. Cada vez más y más fuerte, hasta que la taza entera cedió a su fuerza, fracturándose en varios pedazos, y esparciendo el líquido que contenía por el mantel, incluso mezclado un poco con su propia sangre, pues uno de los pedazos de porcelana le había cortado.

    El sonido de la taza rompiéndose, puso en alerta tanto a Xung como a Gein, pero ninguno movió un dedo, ya que ninguno entendía qué había pasado. Enishi miraba de manera perdida a la mesa, y no pareció importarle en un inicio lo que había pasado. Luego de algunos segundos, reaccionó al fin, y tomó su servilleta para limpiarse su herida.

    - Buen trabajo, señor Gein. – Comentó de pronto con un tono más jovial, mientras rodeaba su mano con la servilleta. – Estoy complacido.

    - Y a mí me complace complacerlo, señor. – Murmuró mientras hacía una pequeña reverencia con su cabeza, aunque él no fuera capaz de verla. – En cuánto lo diga, nos ponemos en marcha a Tokio.

    - “¿Tokio?” – Pensó Xung en su cabeza, algo confundido.

    Tokio era la capital de Japón, ¿no? O al menos eso tenía entendido. ¿Por qué querría Enishi ir para allá?, eso no estaba en sus planes… No en los que él conocía, al menos.

    - Por el momento no nos iremos de Nagasaki, señor Gein. – Señaló el albino, tomando por sorpresa al hombre a sus espaldas. – Requiero ocuparme de otro asunto muy importante primero, y para ello necesito de su apoyo para que averigüe algo más por mí.

    - ¿Qué cosa?

    El vendaje improvisado de su mano ya estaba terminado. De seguro ocuparía algo más elaborado para curarse esa herida por completo, pero de momento estaría bien con eso. Al menos ya tenía una excusa para no seguir bebiendo ese asqueroso té. Tantos años fuera de su natal Japón, y se le ocurría pedir un té inglés.

    - En algún punto en los alrededores de Shimabara, quizás entre los bosques aledaños al monte Unzen, existe una aldea, olvidada por el gobierno actual, que fue atacada y destruida hace como trece o catorce años. Era habitada en su totalidad por cristianos, que cortejaban la posibilidad de aliarse con los Realistas durante la Restauración, y por ello fueron exterminados por los Tokugawa. Necesito saber su ubicación exacta y cómo llegar hasta ahí. Usted es originario de aquí de Kyushu, ¿no es así? ¿Cree que podría averiguármelo?

    - ¿Qué tiene que ver eso con Battousai? – Cuestionó Gein, notoriamente confundido.

    - Absolutamente nada, son asuntos a parte. – Señaló Enishi, y entonces lo volteó a ver sobre su hombro con algo de seriedad. – ¿Es eso un problema, acaso? Creo que le estoy pagando lo suficiente para poder encargarse de más de un tema, especialmente ahora que su estadía a lado del señor Shishio ha terminado.

    - Sí, por supuesto. Es sólo que creí que ese otro asunto era el que más le urgía.

    - Qué observador, pero soy perfectamente capaz por mí cuenta de determinar qué me urge y qué no.

    Para Gein fue más que claro que el mafioso no quería escuchar, y mucho menos responder, más preguntas al respecto. Ese cambio tan repentino lo sorprendió un poco. Daba por hecho que había ido a Japón y quería verlo, en base a ese asunto que tanto le había pedido investigar, y que lo había citado ahí en Nagasaki, simplemente porque era el puerto más grande al cuál llegar, viniendo del continente. ¿Pero entonces había algo más implicado en realidad? ¿Su estadía ahí en Nagasaki y el haberlo citado ahí obedecía a otro asunto, y que no tenía nada que ver con el otro?

    Tenía curiosidad, no podía negarlo. Pero en algo tenía razón; le pagaba bastante bien como para seguir hostigándolo con preguntas, especialmente por temas que no le incumbían.

    - Entiendo. – Murmuró Gein, recuperando su serenidad. Se quedó callado un rato, meditando ya de manera íntegra la petición que le había hecho. – Después del incidente de los Kurofunes, el Shogun colocó espías en los puertos más importantes y abiertos al comercio con los occidentales, para vigilar sus actividades y su influencia en la gente de dicha región. Aquí en Nagasaki, hubo un grupo numeroso de los Oniwabanshu, los shinobi encargados de la protección del castillo de Edo. Entre sus labores se encontraba también el prever cualquier posible movimiento sospechoso e intento de rebelión. Si dicha aldea existió, y sus habitantes planeaban rebelarse contra el gobierno, de seguro ellos lo sabrían. Se dice que ese grupo sigue aun operando por estas tierras, pero, como entenderá, no es sencillo sacarles información.

    Con qué los Oniwabanshu. Cuando era niño, en Edo, de vez en cuando le había tocado escuchar a personas comentar leyendas sobre esos ninjas. Decían que su influencia no se limitaba al castillo del Shogun, sino que controlaban toda la ciudad en secreto, y no podías ni picarte la nariz sin que un Oniwabanshu te estuviera viendo. Por supuesto, como casi todo el mundo, siempre pensó que eran simples leyendas y mitos para impresionar a niños e ignorantes. Pero si al menos la mitad de lo que se decía de ellos era cierto, si estuvieron vigilando estas tierras en aquel entonces, de seguro debían de saber algo.

    - Me lo imagino, pero estoy seguro que hará lo necesario para hacerlo, ¿no?

    - Supongo que así tendrá que ser. – Comentó Gein, con cierto humor en su tono. En ese momento se paró de su silla, se abotonó bien su saco y se dispuso a retirarse. – Lo mantendré informado.

    Enishi se quedó sentado, mirando al frente, simplemente escuchando el sonido de sus zapatos contra el empedrado, hasta que se confundió con el paso de todos los demás. Una mesera vino un rato después a limpiar su mesa. Le ofreció otra taza de té, pero él la rechazó, lo más gentilmente que le fue posible. Pidió que le diera la cuenta, y entonces lo dejó solo de nuevo… Solo, a excepción de Xung, quien había estado ahí todo ese tiempo, escuchando toda esa plática.

    - Supongo que debes de tener muchas preguntas sobre lo que acaba de ocurrir, querido Xung. – Comentó Enishi con ironía, mirando a su guardaespaldas de reojo. – Aunque estuviéramos hablando en japonés, sé que nos entendiste. Sé que tuviste que aprender mi idioma para entender este tipo de conversaciones. ¿O me dirás que me equivoco?

    Xung bajó su mirada, no avergonzado o intimidado… más bien, confundido, confundido sobre qué debía de pensar tras todo lo que escuchó, o qué debía de decir.

    - No me corresponde hacer preguntas sobre sus asuntos, maestro. – Le respondió el chico con la mayor firmeza que tenía, la cual no era precisamente mucha.

    - Hong-lian y los otros líderes creen que estoy haciendo este viaje para supervisar la creación de nuestra red de información. El que vinieras conmigo sólo cumple el propósito de cuidar esa coartada. Pero creo que ya has de tener bastante claro que no estamos aquí por eso, ¿o no? – Esperó unos momentos para ver qué respondía, mas nada surgió de su boca. – Anda, dime. ¿Por qué piensas que estoy aquí realmente? ¿Por qué piensas que le hice esa petición al señor Gein? Puedes decirme lo que crees, con toda confianza.

    Xung dudó de realmente obedecer esa petición. ¿Era algún tipo de prueba? ¿Qué es lo que haría dependiendo de su respuesta…?

    - Es... sobre la chica cristiana, ¿quizás? – Murmuró en voz baja, y con duda. – ¿Vino a buscarla?

    Era lo primero que se le había venido a la mente. Había mencionado a Shimabara, y a un grupo de cristianos. El único interés que pudiera tener su maestro en algo así, tendría que estar relacionado con aquel grupo que habían conocido hace meses. Y dentro de ese grupo, la única persona que podía llamar a tal grado su interés, debía de ser esa chica, la hermana del líder de su movimiento, con la que habían cenado el año nuevo pasado en el Barrio Cristiano. Había dicho hace mucho tiempo que esa chica no le interesaba de esa forma, pero… ya desde aquél entonces había dudado de la veracidad de esa afirmación.

    Enishi sonrió complacido al escuchar esa respuesta.

    - Eres más listo de lo que pareces. Pero así es, el asunto inmediato por el que estoy aquí, es ese. Pero…

    Se giró en ese momento lentamente hacia él, y lo miró fijamente con sus ojos turquesa, mismos que al sentirlos sobre él, pusieron aún más nervioso al joven guardaespaldas.

    - Así de listo eres, que también te diste cuenta de que tengo otro asunto además de ese, ¿verdad? Te pediría que me guardes todo esto en secreto, pero igual es probable que tarde o temprano se lo digas a Hong-lian. Así que si gustas, puedes comentarle que sí, vine aquí para buscar a una chica, eso le encantará, y no le estarías diciendo mentiras. – Guardó silencio unos instantes, y cuando volvió a hablar, su voz se volvió mucho más grave y sombría que antes. – Pero si le comentas algo sobre todo lo demás que conversé con el señor Gein hace unos momentos... tendré que matarte... Y sabes que lo haría. ¿Lo has entendido?

    Cuando tratabas con Yukishiro Enishi, era difícil determinar en qué momento hablaba enserio, y en qué momento estaba bromeando o siendo sarcástico. Pero en ese momento, no había nada, ni en su tono ni en su mirada, que pudiera dejar la puerta abierta a pensar que lo que decía no era enserio…

    Xung no fue capaz de responderle nada con palabras, por lo que simplemente asintió lentamente con su cabeza, y ese sencillo acto pareció ser suficiente para Enishi, quien de inmediato volvió a sonreír.

    La mesera trajo un rato después la cuenta, la cual el líder del Feng Long pagó, acompañada además de una muy generosa propina. No esperó más tiempo luego de ello, y se puso también de pie, comenzando a andar por la calle principal; Xung tampoco tardó ni un segundo en seguirlo con apuro.

    - Bien, andando, que tengo que comprar algunos regalos. – Indicó el albino con un tono algo burlón.

    - ¿Regalos? – Le cuestionó Xung, sin entender a qué se refería.

    Enishi rio divertido, y lo volteó a ver un segundo después sobre su hombro. Una larga sonrisa astuta se había dibujado en sus labios.

    - No puedes ir a saludar a una dama sin llevarle un regalo, ¿o sí?

    La explicación no fue del todo esclarecedora para Xung, pero tenía que bastarle por el momento. No volvió a cuestionar nada más por el resto de la tarde. Simplemente se limitó a seguir a su maestro, en la compra de una gran variedad de artículos, casi todos, si no es que todos, artículos para una mujer.

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    Kyoto, Japón

    Pasaron la noche siguiente a la llegada de Shirojo en el Dojo Kamiya, para que su amigo de Kyoto pudiera descansar de su largo viaje, y tuvieran tiempo de preparar todo antes de marcharse. Kaoru hubiera querido tener más tiempo, pero Shirojo insistió mucho en que debían partir a la mañana siguiente sin falta.

    Aprovecharon también ese tiempo para que su repentino visitante pudiera explicarles con más calma la situación. Traía consigo una carta de Okina con los detalles, pero igual la información de ésta se complementó bien con el relato del shinobi.

    Al principio Kenshin contempló la posibilidad de ir solo, sobre todo porque Okina y Aoshi parecían requerirlo a él directamente. Sin embargo, fue más que obvio desde el inicio que Kaoru, así como Sanosuke y Yahiko, no lo permitirían. Luego de haberse ido como se fue la última vez a Kyoto, prácticamente a escondidas y sin despedirse de nadie, a excepción de Kaoru, y al final haciendo sin querer que tuvieran prácticamente que perseguirlo, no se sintió del todo capaz de negarse a que lo acompañaran. Además, si alguna enseñanza le había dejado su última aventura, era que podía ser una mejor y más capaz persona, cuando ellos se encontraban a su lado, sin importar lo que fuera este nuevo y sospechoso incidente.

    Partieron los cuatro sin espera al día siguiente, como habían acordado, siendo acompañados y guiados por el ninja de los Oniwabanshu. Sabiendo que de seguro no contaban con el dinero suficiente para costearse a sí mismos el viaje, Okina le había dispuesto a Shirojo el dinero necesario. Kaoru, sin embargo, sabía que sus amigos de Kyoto tampoco debían de disponer precisamente de mucho dinero sobrante, en especial después de haber tenido que reconstruir el Aoiya casi desde sus cimientos, así que se dispuso a pagar al menos la mitad de los gastos… Aunque eso significó más bien, pedir algo de dinero prestado al Doctor Gensai, el cual tenía pensado devolverle de inmediato en cuanto volvieran a Tokio, de alguna u otra forma.

    El viaje duró siete días, pero al final llegaron sin contratiempo alguno a la antigua capital del Imperio Japonés.

    Cuando hace un mes iban todos de regreso en el tren a Tokio, hablaron de volver algún día, de visita, quedarse una temporada, divertirse con sus nuevos amigos. En aquel entonces ninguno pensó que tuvieran de hecho que volver tan pronto, y de nuevo porque algo extraño ocurría en esa ciudad. Kenshin no decía nada, pero Kaoru sabía muy bien que toda esa situación de alguna forma lo afectaba. Había estado tan pensativo últimamente, y el enterarse de que tenían que volver a Kyoto tan pronto, estaba segura de que no lo ayudaría a sentirse mejor.

    Quizás podrían haberse negado, ¿pero cómo hacerlo siendo una petición tan urgente de sus amigos, que tan buenos y amables habían sido con ellos durante su estadía en Kyoto? Además, tenía que ver con Misao, una jovencita que muy fácilmente se había ganado el corazón de todos ellos, aunque algunos no lo admitieran tanto como otros. Y como cereza coronando toda esa inusual situación, en la carta se decía que era un asunto que involucraba a Kenshin directamente, y de forma muy personal. Pero no daba más detalles, argumentando que era un tema delicado, y que era mucho mejor hablarlo en persona. ¿Cómo pasar algo como eso por alto?

    Llegaron temprano por la mañana del día 26; estaba bastante soleado y caluroso, aunque corría una ligera brisa agradable. En el Aoiya, todos los recibieron con los brazos abiertos, pero con una euforia moderada como acataba la situación. Los habían invitado a descansar de su largo viaje, pero Kenshin insistió en querer ir a ver a Misao antes que nada, por lo que Omasu los encaminó hacia su habitación.

    La joven ninja reposaba sobre su futon, mientras Okon se encontraba a su lado. A simplemente vista, parecía que se encontraba totalmente dormida, pero su sola expresión les indicaba que no era un sueño tranquilo. Okon tenía a su costado un balde con agua y algunos paños, posiblemente para humedecerlos.

    Kenshin ingresó al cuarto, y se colocó de rodillas, justo a un lado de Misao; sus demás amigos, decidieron mejor aguardar en la puerta. El espadachín contempló a la jovencita de arriba abajo con detenimiento, poniendo principal atención en su rostro. Shirojo les había descrito su estado, un tanto más alarmante. Les dijo que parecía sufrir mientras dormía, como si cada respiración estuviera acompañada de un dolor punzante en su pecho, que la hacía soltar un gemido, a veces inaudible pero no por ello inexistente. En esos momentos, no parecía haber dolor. Su respiración era lenta y tranquila, y la expresión de incomodidad en su rostro parecía más propia de una persona que intentaba luchar con todas sus fuerzas para despertar, más que de alguien que estuviera sintiendo algún malestar específico.

    - ¿No ha recobrado el conocimiento en estos días? – Cuestionó el Destajador.

    - Logró despertarse hace cuatro días. – Le informó Okon con pesadez. – Pero no ha logrado levantarse, o estar consiente por más de un par de horas seguidas.

    - ¿Tuvo fiebre? – Preguntó a continuación, mirando el balde con agua y los paños a un lado de la Ninja mayor.

    - Un poco, nada grave, pero no queríamos que se le fuera a subir. La verdad, yo la veo ahora mucho mejor.

    - Es tan extraño verla así. – Señaló Yahiko en voz baja, casi como un simple pensamiento. – En el tiempo que estuvimos aquí en Kyoto, siempre la vi yendo de un lado a otro, como si tuviera energía infinita. ¿Quién pudo hacerle algo como esto?

    Kenshin, de hecho, ya tenía una idea en su cabeza, no tanto del atacante en sí, sino de lo que le había hecho. El sólo escuchar y ver los síntomas, e inspeccionar su cuerpo sin notar ninguna marca visible de herida o golpe, era quizás la mayor pista de todas.

    Estuvieron cerca de media hora con Misao, esperando a ver si lograba despertar y poder hablar con ella, pero no corrieron con suerte. Kenshin pidió entonces hablar con Okina, y Omasu de inmediato se ofreció a guiarlo hacia él. Kenshin les indicó a sus amigos que si deseaban, podían quedarse con Misao, pero sus tres acompañantes de inmediato lo rechazaron y se le sumaron. Era probable que también tuvieran cierta curiosidad de escuchar que era eso tan misterioso e importante que tenían que decirle, y no podía culparlos; él mismo estaba ansioso de oírlo, aunque no lo exteriorizara tanto.

    Omasu los guio hacia el cuarto en donde Okina los aguardaba, un cuarto en lo más profundo de la posada, pequeño y discreto. El anciano Okashira, de cabello, bigote y barba blanca, rostro alargado y ojos serenos, se encontraba de rodillas a un extremo del cuarto. Kaoru sintió algo de alegría al ver al hombre, aunque esa alegría se carcomió un poco al ver, parado contra la pared a sus espaldas, a otra persona, vistiendo un yukata amarillo claro, con sus brazos cruzados y ojos cerrados.

    Aoshi Shinomori, parecía sumido en su propio asunto. Tenía su perpetuo rostro estoico, agachado y casi cubierto por completo por sus mechones de cabello. Ni siquiera volteó a verlos cuando aparecieron en la entrada. Okina, por el contrario, parecía más que contento de verlos, mucho más que Omasu y el resto.

    - Himura, Señorita Kaoru, Sagara-san, Yahiko-san. Qué placer volver a verlos a todos, y en especial tan pronto. – Exclamó con notoria efusividad, dibujando una pequeña sonrisa bajo su bigote.

    - Lo mismo digo, Okina-sama. – Le respondió el pelirrojo, igualmente con una sonrisa, y con una ligera reverencia con su cabeza

    Omasu se retiró para traerles algunas bebidas frías, y los cuatro ingresaron al cuarto para tomar asiento en el suelo justo frente a Okina. Aoshi, siguió de pie, recargado contra la pared, y demostrado absoluta indiferencia ante su presencia, aunque la suya sí que seguía causándoles cierta perturbación que impedía que se sintiera completamente cómodos, sobre todo a Kaoru y Yahiko. Aún les era difícil hacerse a la idea de que ya no era su enemigo, y que podían estar normales a su encuentro.

    Durante el tiempo que estuvieron quedándose en el Shirobeko junto con los demás miembros del Oniwabanshu, Aoshi incluido, en realidad nunca convivieron mucho con el antiguo Okashira. Él siempre parecía estar metido en su propia cabeza, y rara vez cruzaba palabra con alguno de ellos; sólo muy contadas ocasiones con Kenshin. Casi nunca estaba, pues la mayor parte del tiempo se la pasaba en el templo. Pero cuando estaba, incluso los otros miembros de su grupo, a excepción de Misao y Okina, parecían dudar de cómo actuar ante él. En cuanto entraba a la habitación, todos se quedaban en silencio, y procuraban no tener contacto visual o cruzarse en su camino. Esto se volvió mucho más claro, y hasta peor, cuando Megumi llegó de Tokio para tratar las heridas de Kenshin. Su historia con el ninja era mucho más complicada que la del resto, y se notaba mucha más tensión cuando estaban los dos juntos en el mismo cuarto; por suerte, eso se dio pocas veces.

    Quizás todo hubiera sido diferente si el shinobi hubiera mostrado mayor apertura… Pero era quizás como pedirle peras al olmo.

    - ¿Ves cómo tenía razón de que debían quedarse más tiempo? – Comentó Okina con un tono ligeramente burlesco. – Nos hubiéramos ahorrado muchas molestias.

    - No había forma de que supiéramos que algo como esto ocurriría, Okina-sama. – Recriminó Kaoru, sintiendo que su comentario estaba un poco fuera del lugar.

    - Lo sé, lo sé. – Asintió el anciano, tomando de inmediato un semblante mucho más serio. –Igualmente debo aceptar que esperaba que nuestro siguiente encuentro fuera en otro tipo de situación. Es una pena que a veces sólo las desgracias sean las que unen a los amigos, ¿no les parece?

    Nadie dijo nada con respecto a su afirmación, pero su silencio por sí solo, era ya bastante respuesta.

    - Acabamos de ver a Misao. – Señaló Kenshin, rompiendo el pequeño silencio que se había formado en la habitación. – Parece estar mejor a como Shirojo-san nos había dicho.

    - Aún se encuentra débil, pero con un poco más de descanso se recuperará. Sencillamente su cuerpo no está acostumbrado a recibir ese tipo de ataques.

    - ¿Qué tipo de ataque recibió exactamente? – Inquirió Kaoru, algo dudosa. – No me pareció que tuviera ninguna herida. Parecía sólo profundamente adormilada.

    - Eso es porque en realidad no tiene ninguna herida, no una visible al menos.

    Los cuatro visitantes de Tokio parecieron sorprendidos al escuchar esa afirmación, aunque Kenshin no lo parecía tanto. Su mente ya comenzaba a preverlo, pero terminó siendo el propio Aoshi quien le confirmó su sospecha.

    - Misao no fue atacada físicamente. – Escucharon como el hombre alto y de cabello negro murmuraba al fin, rompiendo su silencio; aun así, siguió con sus ojos cerrados, y sin el menor ademán de querer mirarlos. – Fue un ataque de Kenki. El asesino usó su energía para golpear directo al corazón de Misao y así inmovilizarla.

    - ¿Un ataque de Ki para inmovilizarla? – Susurró Kaoru, como si el repetir esas palabras pudiera volver mucho más claro el horrible pensamiento que le estaba cruzando por la cabeza. – ¿Acaso se trata de…?

    Ella no fue capaz de terminar su frase, pero no requirió hacerlo ya que Kenshin se tomó de inmediato el atrevimiento de hacerlo por ella.

    - Shin no Ippou. – Susurró el pelirrojo en voz baja, mirando pensativo al suelo. – Cómo el que usaba Udou Jine, o al menos un ataque muy similar.

    Kaoru sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, e instintivamente llevó su mano hacia su cuello. El sólo recordar cómo se había sentido aquello, la noche en que Udou Jine la secuestró y uso de carnada para Kenshin… Era un recuerdo demasiado desagradable. Y aun así, aunque débil, había podido salir caminando de toda esa situación; no quería ni imaginarse qué era lo que había recibido Misao, para haber terminado en ese estado.

    - Sólo un espadachín del nivel más alto es capaz de usar de esa forma su Kenki como un arma. – Prosiguió Kenshin con su pensamiento. – Shirojo nos dijo que el incidente ocurrió en la escena de un asesinato que Misao investigaba.

    Okina suspiró con desgano, y asintió lentamente con su cabeza.

    - Un hombre llamado Itou Kasai había recibido la carta de amenaza; él fue el único que murió esa noche. Todas las demás personas, más que nada guardaespaldas contratados por él, quedaron inconscientes sin recibir herida alguna. Muy seguramente recibieron ataques similares al de Misao, o quizás fueron golpeados con el borde sin filo de una espada. Como sea, es muy claro que sólo iba tras Kasai y nadie más.

    Okina guardó silencio unos segundos, y posteriormente alzó lentamente su rostro, hasta clavar sus ojos directo en Kenshin.

    - Pero lo más importante es que en sus declaraciones, todos los testigos afirmaron que el atacante se movía a una velocidad irreal... Prácticamente inhumana. Ni las balas lograban tocarlo.

    - ¿Una velocidad irreal? – Exclamó Yahiko, algo confundido por tan extraña afirmación.

    De pronto, notó algo extraño. Okina miraba fijamente a Kenshin tras haber dicho eso, pero no era el único. Shinomori al fin había alzado su mirada, y también tenía sus fríos ojos totalmente fijos en el pelirrojo, como si ambos esperaran ver su reacción tras ello, o le preguntaran con las solas miradas si comprendía a qué se referían.

    Un pensamiento cruzó por la cabeza del chico en ese momento. No sabía por qué exactamente, pero lo hizo, se materializó de manera tan clara que no dejó lugar a la duda. Pero la sola idea hizo que el joven practicante de Kendo se sobresaltara, casi asustado.

    - Esperen un segundo… ¿Están hablando de…?

    Sansouke y Kaoru no comprendieron en un inicio la reacción tan repentina de Yahiko. Ambos centraron su atención en Kenshin, quien miraba al suelo, en silencio… reflexivo… sumido en su propia cabeza. El pensamiento que Yahiko acababa de tener, Kenshin igualmente lo barajeaba.

    - Por eso te pedí que vinieras, Battousai. – Murmuró Aoshi con tibieza en su voz. – Pude ver fugazmente los movimientos del atacante esa noche. Y con tan sólo ver su velocidad, y lo que fue capaz de hacerle a Misao, me atrevo a afirmar que su estilo de pelea... es el Hiten Mitsurugi Ryu...

    - ¡¿Qué cosa?! – Exclamó Sanosuke con fuerza, tan sorprendido que se puso de pie casi de un salto. Aunque su reacción fue la más tangible, Kaoru y Yahiko no se quedaban muy atrás en su asombro. – ¡¿El Hiten Mitsurugi Ryu?! ¡No digas tonterías!

    - Sólo digo lo que vi. – Respondió Aoshi con absoluta calma. – Pueden creerme o no. Pero aunque esté equivocado con respecto a su estilo, de una cosa sí estoy completamente seguro. Este sujeto posee tu misma velocidad, Battousai. O me atrevería a decir que incluso... Podría ser superior.

    - ¡¿Qué?!, ¡¿superior a Kenshin?! – Comentó Yahiko, aturdido. – ¡De ninguna forma eso puede ser cierto! ¡Kenshin es el más fuerte de todos!

    ¿Un asesino usando el Estilo Hiten Mitsurugi? Para Kaoru, eso era algo difícil de concebir. Se suponía que además de Kenshin, el único otro espadachín en todo Japón que conocía ese estilo, era el maestro Seijuro. Tenía que ser un error, o al menos eso pensaría cualquiera, si no fuera porque la persona que hacía la afirmación era Aoshi Shinomori, un hábil espadachín que ya había peleado con Kenshin en dos ocasiones, hasta incluso ver de frente su técnica de sucesión. Y además de todo, era uno de los mejores Ninjas que había tenido el legendario grupo Oniwabanshu; su habilidad para observar hasta los más pequeños detalles, debía ser excepcional. Si hacía una afirmación tan escandalosa como la que acababa de hacer, no podía ser sólo porqué sí… Debía estarse basando en algo bastante sólido.

    Al mirar de reojo a Kenshin, quien estaba sentado justo a su lado, Kaoru pudo darse cuenta de que él también pensaba lo mismo. En su rostro se había plasmado esa expresión reflexiva, profunda y casi melancólica, que parecía casi ser el rostro de otra persona, no el del Kenshin alegre y despreocupado que veía casi todo el tiempo.

    - ¿Han podido averiguar algo sobre su identidad o qué es lo que busca? – Inquirió el destajador, luego de un rato de silencio para meditar, a lo que Okina respondió negando lentamente con su cabeza.

    - No aún.

    El anciano introdujo entonces su mano en el interior de sus ropas, para sacar un pedazo de papel, mismo que extendió en el suelo justo frente a él, y luego lo deslizó un poco hacia ellos para que pudieran echarle un ojo. Yahiko, Kaoru y Kenshin, se inclinaron un poco hacia el papel; Sanosuke siguió de pie; parecía que la noticia lo había afectado incluso un poco más que al propio Kenshin.

    - La única pista que tenemos es esta carta, la que recibió Kasai antes de morir. – Informó Okina, y justo después extendió su dedo índice hacia la parte inferior del papel, en donde normalmente esperarían ver el nombre o firma del responsable del manuscrito, pero en su lugar sólo había tres trazos que formaban una curiosa figura. – Este símbolo con el que está firmada, es el mismo que estaba grabado en la espalda de la primera víctima, encontrada flotando el río. Misao me pidió investigarlo antes de ir a la mansión de Kasai aquella noche. Por lo que pude encontrar, fue usado por los cristianos japoneses hace doscientos años, como substituto de su cruz.

    - ¿Cristianos? – Exclamó Yahiko. – ¿Qué tienen que ver los cristianos con esto?

    - Eso no lo sé. Pero por lo que pudimos averiguar, Itou Kasai, antes de la revolución, era un funcionario al servicio del Shogun que cuidaba los intereses de éste en el sur, más específicamente en Nagasaki. Esa área siempre ha sido habitada por cristianos clandestinos, desde la época de la Rebelión de Shimabara, y este símbolo era habitualmente usado por ellos. Podría ser una coincidencia, pero…

    Pero era poco probable. El hecho de que pusieran ese símbolo en la carta, era porque debía significar algo, y algo que de seguro el receptor de la misma entendería de inmediato. El símbolo por sí solo, debía de ser un mensaje mucho más importante que el resto de la carta.

    - Los Tokugawa siempre persiguieron a los cristianos, incluso durante todos los años posteriores a la Rebelión de Shimabara. – Señaló Kenshin de forma reflexiva. – Siempre temieron que el cristianismo fuera la ventana para una sublevación mucho mayor. Con el tiempo comenzaron a olvidarse de ello, pero tras la apertura del país, se volvió de nuevo un tema de cuidado para ellos. Si este hombre, Itou Kasai, estuvo de alguna manera involucrado en su persecución, esto podría tratarse de una venganza.

    - ¿Están diciendo que el asesino es un cristiano? – Señaló Kaoru, como conclusión obvia de toda su plática.

    - Puede que sea más que eso. – Respondió Aoshi de pronto, causando de nuevo confusión en sus visitantes.

    - ¿Más que eso?

    Okina volvió a suspirar, y se cruzó de brazos. Cerró sus ojos, y pareció tomarse unos momentos para pensar bien lo que diría; por su cara, se podía deducir que era quizás algo bastante difícil de decir.

    - Hay algo un tanto inusual que descubrimos, investigando más a fondo la historia de este símbolo, y las circunstancias tan específicas en las que se suscitaron estos dos asesinatos. – Hizo de nuevo una pequeña pausa antes de proseguir. – Encontramos una profecía de más de trescientos años, de incluso antes que sucediera la Rebelión de Shimabara, y a la que parece que todo esto hace referencia. Esta profecía habla sobre la llegada de… un Hijo de Dios...

    De nuevo, la confusión y el asombro se apoderó de los cuatro, pero en esta ocasión hubo una diferencia: Kenshin, que la mayor parte del tiempo había estado bastante tranquilo, y más que nada pensativo en la situación, por primera vez reflejó un marcado sentimiento de sorpresa, y también incertidumbre al igual que sus amigos.

    - ¿Un Hijo de Dios…?

    FIN DEL CAPITULO 25

    Kenshin se entera de la historia detrás del enigmático personaje que muchos llaman Shougo Amakusa. ¿Tendrá acaso este misterioso ser realmente la capacidad de cumplir su amenaza? La Tercera venganza está a punto de ocurrir.

    Capítulo 26. La Profecía

    Notas del Autor:

    Y nuestro equipo favorito entre en escena. Kenshin y sus amigos llegan a la historia, luego de 25 capítulos, y están de regreso a Kyoto. Pero bueno, ¿cómo tendríamos una Saga de Shimabara sin ellos? Pero cómo pueden ver, no sólo son los temas directamente relacionados a dicha saga los que atormentan a nuestro protagonista. ¿Cómo terminará todo esto? De cierta forma apenas va empezando, así que no comamos ansias tan pronto.

    De nuevo pueden notar que seguimos los acontecimientos del Anime, pero con marcadas diferencias. Supongo que no valdrá la pena repetir esto cada capítulo, al menos de que pase algo lo suficientemente grande como para comentarlo. Lo que tal vez si valga la pena señalar, y que quizás alguno pudiera haber notado raro, es que Kenshin tiene consigo en estos momentos el diario de Tomoe. En el manga, Kenshin dejaba este en Kyoto… por alguna razón, que en lo personal creo que sólo fue para excusar que Aoshi y Misao fueran a Tokio. Pero aquí eso no será necesario, así que decidí cambiar un poco eso.

    Por el momento es todo. En el próximo capítulo seguiremos un poco más con esto de recrear los capítulos del Anime, pero conforme avancemos tomaremos nuestro propio camino. ¡Nos vemos!
     
  9.  
    WingzemonX

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    Rurouni Kenshin

    El Tigre y El Dragón

    Wingzemon X

    Capítulo 26
    La Profecía


    Kyoto, Japón
    26 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)


    El estudio ubicado en el final de aquella gran mansión, se encontraba casi a oscuras. Las cortinas estaban cerradas, y sólo unas cuantas velas alumbraban el área alrededor del escritorio. El hombre sentado en la silla tras el escritorio, usaba un uniforme de oficial de policía color negro, con detalles en rojo y dorado; sin embargo, distaba de ser el de un oficial cualquiera. Era un hombre de cabello café oscuro, corto, con algunas canas en sus costados. Tenía ojos pequeños, nariz puntiaguda, y un bigote delgado, muy bien cuidado y arreglado. Su rostro era duro, con facciones marcadas y toscas, que en ese momento reflejaban una sombría preocupación. Sobre el escritorio, había una botella de algún licor opaco, ya a la mitad, y un vaso de vidrio a medio servir. Si se tuviera que adivinar basándose en dicha imagen y en la apariencia casi demacrada del oficial, se diría que había pasado toda la noche, o al menos toda la mañana, ahí sentado y bebiendo.

    Al invitado que acababa de arribar, le habían dicho que se trataba de alguien importante, que expresamente había usado varios favores que le debían para solicitar la ayuda de alguien de la Inteligencia, a sabiendas de los rumores de que varios guerreros poderosos servían en sus fuerzas para diversas operaciones secretas. Las palabras exactas de su petición habían sido: “un hábil e invencible guerrero para protección”, una petición a la cual Cho Sawagejo, el Cazador de Espadas, antiguo miembro del Juppongatana al servicio de Makoto Shishio, estuvo más que dispuesto a responder. Esos serían de hecho sus últimos días ahí en Kyoto, antes de ser enviado a Tokio para una misión especial, por lo que no le molestaba la idea de divertirse un poco antes de partir; además, claro, de que le provocaba gran curiosidad saber de qué se trataba todo eso.

    Al llegar al recinto, que se encontraba a las afueras en el sur, se encontró con que éste se encontraba lleno de policías, armados y custodiando todos los alrededores y los patios; incluso habían colocado una línea de cinco ametralladoras justo en el patio, frente al portón principal de la casa. No los vio a todos, pero logró contar al menos a veinte.

    Fue un poco decepcionante para él enterarse que ese “alguien importante” a quien habían enviado a proteger, resultó ser sólo un Capitán Distrital de la Policía, de esos que fácilmente podían ser remplazados con el teniente que tuviera debajo de él. Aunque debía admitir que la casa en la que se encontraban, era muchísimo más grande y lujosa de lo que uno esperaría que tuviera un Capitán. Había dos opciones: o no era su casa, o el buen capitán recibía ciertos ingresos adicionales a su sueldo, no precisamente del todo públicos; le apostaba más a la segunda opción. Igual no debía subestimarlo. Después de todo, a pesar de su rango, era alguien con el poder suficiente para solicitar apoyo directo a la Inteligencia Militar, y tener a tantos policías resguardando su casa, sólo para protegerlo.

    Además, no estaba ahí por la persona que debía de proteger, sino por la persona de quién debía protegerlo.

    El hombre en cuestión no tardó mucho en colocar frente al escritorio el motivo principal de toda su alarma para que él pudiera verlo: una carta. Pero no cualquier carta, sino una carta de amenaza. Su contenido era realmente enrevesado; mucha palabrería y discurso, para sencillamente dar a entender que alguien lo quería muerto, y que haría que así fuera ese mismo día. No sería nada fuera de lo normal para Cho, sino fuera por el símbolo al pie de la carta que firmaba el documento. Por esos días en Kyoto, era difícil no escuchar a la gente hablar de dicho símbolo. Después de todo, en esa nueva era no era tan común que murieran dos personas importantes de la comunidad, un funcionario y un empresario rico y poderoso; y en ambos casos, dicho símbolo estuvo de alguna forma involucrado.

    Todo se volvió bastante claro en ese momento para él.

    - Ya veo... Así que recibió la tercera carta de amenaza esta mañana, Capitán. – Comentó el hombre rubio y de cabello parado, con su marcado acento de Kansai.

    - Así es. – Le respondió el hombre con un tono sombrío y apagado, con su mirada puesta en la nada; en su mano, sostenía su vaso, ya servido de nuevo para una nueva tanda. – Como puede ver, he instalado a todos mis hombres disponibles aquí en mi casa para protegerme. Pero...

    - Pero necesitaban de una fuerza superior que un puñado de policías, ¿cierto? – Interrumpió el espadachín con orgullo en su voz. – Es entendible.

    La situación se volvió mucho más interesante para al antiguo miembro del Jupongatana, de lo que ya era con anticipación. Había escuchado que la segunda víctima había reforzado su casa con muchos más hombres de los que había ahí afuera en esos momentos, y a todos los había dejado fuera de combate en cuestión de minutos. Muchos decían que los que estuvieron presentes, ni siquiera pudieron ver con claridad quién los atacaba.

    “Era como un demonio escurriéndose entre las sombras”, habían dicho algunos, y eso no hizo más que alimentar el miedo de la gente, que ya era de por sí bastante luego del primer cuerpo encontrado en el río.

    - Y dígame, ¿tiene alguna idea del porqué lo busca a usted específicamente este asesino?

    El oficial pareció dudar unos momentos. Seguía mirando hacia un lado, agitando un poco su vaso con su mano derecha; los hielos en él golpeaban de vez en cuando el cristal, creando un tintineo molesto.

    - No lo sé... – Respondió, aparentemente indiferente. – No debe ser por ningún motivo en especial...

    - ¡Déjese de tonterías! – Exclamó Cho con fuerza, chocando sus manos contra el escritorio. – ¡Le advierto que yo tengo muy poca paciencia hacia sujetos como usted! Si se tratara de atacar simplemente a funcionarios del gobierno, la policía, el ejército, o gente con dinero, hay blancos mucho más fáciles o importantes que usted. Si sabe quién es este asesino, ¡dígamelo de una vez! Yo soy invencible; sea quien sea lo derrotaré.

    Entre toda la irritabilidad de sus palabras, se asomaba una gran confianza y decisión. Sin embargo, el hombre ante él ni siquiera se mutó.

    Su actitud no hacía más que evidenciar aún más que él sabía algo que no estaba diciendo. Justo cuando Cho estaba a punto de perder de nuevo la compostura y volver a exigirle respuestas, posiblemente en esta ocasión de una forma mucho más agresiva, el hombre al fin reaccionó.

    - No creo que puedas hacerlo. – Soltó de pronto con un tono irónico.

    - ¿Qué? ¿Qué dices?

    - Que no creo que puedas derrotar a este individuo… Pero igual, supongo que vale la pena intentarlo…

    Cho no sabía si sentirse sorprendido o enojado por tal afirmación.

    Entonces, el oficial dejó el vaso sobre el escritorio, y se paró de su silla, la cual rechinó con fuerza en cuanto el peso del hombre se retiró. Avanzó sin mucho apuro hasta un librero a un extremo del cuarto, y tomó rápidamente un libro de la repisa de arriba. Lo hizo tan rápido, y había dedicado prácticamente nada de tiempo en buscarlo, que llegó a pensar que incluso había tomado uno al azar. Pero no era así; más bien conocía con claridad su ubicación exacta y precisa.

    Se aproximó de regreso al escritorio, y dejó caer el pesado libro, grueso y de gran tamaño, sobre éste. Luego, lo abrió más o menos por la mitad, lo hojeó unas tres páginas adelante, y lo dejó ahí. Cho se asomó a ver con curiosidad las páginas, inclinando su cabeza sobre éstas; todo era texto, sin ninguna imagen. Sin embargo, las letras y el formato de las líneas, le resultó totalmente desconocido.

    - ¿Qué es esto? – Exclamó, molesto. – No entiendo estos garabatos…

    - Este libro fue escrito por Francisco de Javier. – Explicó de pronto en Capitán, con su mirada fría puesta en el texto extranjero delante él. – Fue un Misionero Jesuita, el primero en venir a predicar el Cristianismo a tierras Japonesas hace más de trecientos años. En él, predice la llegada de un Hijo de Dios en estas tierras, destinado a liderar a todos los cristianos hacia una nueva era de paz y felicidad, en una tierra prometida.

    - ¿Cristianos? – Exclamó Cho, totalmente confundido.

    ¿A qué venía toda esa palabrería con el tema que estaban discutiendo?

    El Capitán acercó su mano derecha al texto, y colocó su dedo índice justo debajo de una línea en específico.

    - Llegará el momento de la venganza. – Comenzó a recitar, leyendo el texto, al tiempo que su dedo avanzaba por él al ritmo de su voz. A Cho le sorprendió un poco ver que podía leer dicho texto sin el menor problema. – Primero, un río se teñirá de rojo con la sangre de los pecadores. Después, la luna llena iluminará su camino, y nada lo detendrá. La tercera venganza ocurrirá cuando el día muera y abra paso a una gran oscuridad. Entonces, un Hijo de Dios aparecerá ante los infieles, y purificará a todos con su espada sagrada.

    - ¿Un Hijo de Dios? – Repitió el espadachín, confundido, pero intrigado por todo lo que acababa de escuchar.

    Tardó un poco en relacionarlo, pero al final pudo darse cuenta de lo que trataba de decirle: ese texto estaba haciendo referencia a los asesinados. El cadáver encontrado el río, la segunda muerte ocurrida en plena luna llena… Y ahora, él era el tercero, la tercera venganza.

    Pero… ¿qué significa eso realmente?

    - ¿Me está diciendo que cree que el hombre que viene tras de usted… es un Hijo de Dios? – Cuestionó incrédulo. El hombre, sin embargo, permaneció sereno.

    - Claro que no. – Respondió con firmeza, y entonces cerró de golpe el libro con algo de fuerza, asustando un poco al hombre rubio. – N i siquiera creo que esto haya sido realmente escrito por Francisco de Javier. Si me lo pregunta, creo que este texto es una farsa. Pero la predicción de que aparecería un Hijo de Dios en estas tierras es muy real. Fue esta misma la que inspiró a Shiro Amakusa a proclamarse como tal, hace doscientos cuarenta años. Y ahora este individuo busca lograr lo mismo que él, tomando esta profecía, y replicándola a la perfección.

    - ¿Replicándola?

    Cho repasó en su cabeza lo que se le había quedado pegado de su narración. El río y la luna llena eran más que evidentes. Sin embargo, la tercera parte era algo más extraña.

    - Si es así, ¿entonces qué significa eso de… cuando el día muera…?

    “Cuando el día muera y abra paso a una gran oscuridad”; esas eran las condiciones que el asesino debía de cumplir. Era mucho menos directo que las otras dos, pero la mayoría de las profecías eran así después de todo: abiertas a la interpretación de quien las leyera.

    El Capitán se dejó caer de nuevo en su silla, reclinándose por completo en ella. Hizo su cabeza hacia atrás, centrando su atención en el techo sobre él.

    - Siendo honesto, no lo sé. – Respondió con simpleza. – Pero de alguna forma cree que puede cumplirlo, y por eso me atacará en plena luz del día. Y si acaso logra hacerlo… Entonces en verdad… será imparable…

    - ¿Imparable? ¿Por qué acaso tendrá el poder de hacer algo tan extraordinario como eso?

    - No. – Contestó de inmediato con seriedad. – Será imparable porqué si acaso puede convencer a las demás personas de que en efecto puede hacerlo… Entonces podrá hacer que hagan lo que sea por él…

    Cho no comprendía casi nada de lo que ese raro individuo le decía. Pero no necesitaba mucho para entender lo importante: alguien realmente peligroso estaba en camino para enfrentarlo… Y eso en verdad lo emocionaba.

    - - - -​

    En un día tan caluroso como ese, lo que menos se antojaba era sentarse frente al horno de artesanías a hacer figuras y recipientes de barro. Pero la comida no era gratis, y definitivamente el sake tampoco.

    Seijuro Hiko Trece había estado toda la mañana en su labor, tomándose sólo algunos pequeños descansos para beber y comer algo. El bosque se encontraba agitado; mucho viento, y mucho ruido. Era como si la naturaleza entera se encontrara inquieta por la presencia indeseable que se estaba aproximando por el camino hacia su lugar de residencia, ahí oculto entre los árboles y las montañas.

    Lo había percibido desde hace un rato, pues en verdad no parecía que estuviera interesado en esconderse de él, como bien había hecho hace sólo un par de meses atrás durante su “feliz” reencuentro. Le había dicho que si lo volvía a ver, le rompería su linda cara afeminada, pero tendría que hacer una excepción a dicha promesa. Era obvio que ninguno estaba contento de estar en esa situación, pero eran las cartas que el destino les había repartido.

    - Sabía que vendrías. – Comentó con un tono burlón, parándose de su banquillo cuando ya fue el momento oportuno. – ¿Por qué tardaste tanto?

    Entre los árboles, su figura se fue materializando, hasta que se volvió totalmente clara para él. Su cabello rojo, sujeto con una cola que caía sobre su espalda. Sus ojos morados, su cicatriz en forma de cruz en su mejilla; el reconocido Battousai Himura. O, para él, su estúpido e ingrato discípulo.

    - Maestro Seijuro. – Saludó el pelirrojo, haciendo una apenas perceptible reverencia con su cabeza.

    - Siempre trayendo contigo los problemas a mi puerta, pero ningún presente para compensarlo. – Comentó el hombre de alto fornido, con el mismo tono que antes. – ¿Te mataría traer algo de sake contigo alguna vez? ¿O algunos pastelillos?

    Seijuro suspiró con resignación, y entonces empezó a avanzar hacia su cabaña, esperando que su invitado lo siguiera, y así fue.

    Una vez dentro, Seijuro pareció ponerse a buscar entre los recipientes que guardaba ahí adentro, posiblemente alguno aún con algo de licor en su interior. Kenshin aguardó unos momentos en la puerta.

    - Un asesino usando el Estilo Hiten Mitsurugi, suelto por las calles de Kyoto – Comentó el hombre de la capa, dándole la espalda a la puerta, y al hombre de pie en ella –; era sólo cuestión de tiempo para que aparecieras intentando inmiscuirte en todo como siempre.

    Kenshin se sorprendió un poco al escuchar tal comentario.

    - ¿Acaso usted ya sabía lo que estaba pasando?

    - Por supuesto. – Respondió de manera despreocupada, destapando su botella; la pequeña cabaña no tardó mucho en impregnarse del fuerte olor de su contenido. – ¿Acaso crees que algo como eso se me pasaría por alto?

    - ¿Y por qué no ha hecho nada al respecto entonces?

    - Hey, te recuerdo que yo ya cumplí mi misión en este mundo. – Contestó Seijuro de inmediato, al parecer molesto por tal reclamo. – Te alimenté, vestí y enseñé por años. Aprendiste el Amakakeru Ryu no Hirameki y venciste mi Kuzu Ryu Sen. En lo que a mí respecta, yo ya estoy muerto, y ahora todo lo que tenga que ver con el Hiten Mitsurugi Ryu es tu responsabilidad, quieras tomar el título de Seijuro Hiko Catorce o no.

    - Usted es increíble. – Suspiró el pelirrojo, algo resignado.

    No esperaba que su maestro ya supiera de antemano toda la situación que lo había obligado a pararse de nuevo en esa ciudad, y tan corto tiempo después de haberla dejado. Sin embargo, al menos eso facilitaba mucho las cosas, ya que no tendría que explicarlo por su cuenta.

    Ingresó al reducido recinto, y se sentó a poco más de un metro de él, colocando su espalda en su suelo a su lado.

    - Esto va más allá de ser alguien usando el Estilo Hiten Mitsurugi para asesinar personas. – Comenzó a relatar el antiguo Destajador. – El hombre en cuestión parece afirmar abiertamente ser algo más que un humano cualquiera.

    - Algo así escuché. – Añadió Seijuro, aún volteado hacia la dirección contraria en la que se encontraba su visitante.

    - Okina de los Oniwabanshu me habló de una profecía escrita hace trescientos años, sobre la llegada de un Hijo de Dios en estas tierras, a lo que parece que el asesino hace referencia con sus actos.

    Hizo una pequeña pausa. Su mirada se volvió aún más seria de golpe.

    Seijuro seguía más concentrado en lo suyo, como si le restara importancia a lo que escuchaba. Dio un largo sorbo de su botella, y se tomó después unos segundo para disfrutar el sabor en su boca, antes de al fin resignarse a virarse hacia él, aunque no por completo.

    - Si mi teoría es cierta... La persona detrás de todo esto se hace llamar Shougo Amakusa.

    - ¿Amakusa? – Cuestionó Kenshin, confundido; el apellido le resultaba más que familiar.

    - Si prestas la debida atención por las calles de esta ciudad, escucharás a la gente hablar de él. Creen que es la reencarnación de Shiro Amakusa, el llamado Cuarto Hijo de Dios.

    A Kenshin no le sorprendió del todo tal afirmación. Era difícil escuchar que estos incidentes de alguna forma estaban relacionados con gente cristiana, y no pensar en Shiro Amakusa. De mayor o menor medida, se había vuelto un nombre que resonaba de vez en cuando en varias conversaciones, aunque de seguro mucho menos que antes… o al menos hasta que todo esto comenzara a suceder.

    Pero había una duda mucho más importante en cuestión, más que si el hombre era cristiano o quién afirmaba ser, y qué era precisamente lo que lo había llevado a recurrir de nuevo a su maestro.

    - ¿Cómo es posible que este individuo conozca el Estilo Hiten Mitsurugi? – Preguntó Kenshin sin rodeos. – Maestro, ¿usted sabe quién es?

    Seijuro guardó silencio. Colocó la botella de sake delante de él, y agachó un poco su mirada, centrándose en ella.

    - No conozco todos los detalles, sólo lo que mi maestro me llegó a contar.

    - ¿Su maestro? – Comentó Kenshin, un tanto extrañado por la mención, una mención a una persona que nunca había escuchado antes en realidad.

    - Si lo que pienso es correcto, la respuesta podría remontarse a muchos años atrás, a los días de Seijuro Hiko Doce, mi antiguo maestro. Por lo que me dijo, antes de mí, tuvo otro aprendiz, un joven destinado a tomar el título de Seijuro Hiko Trece. Su nombre era Hyouei Nishida.

    Se detuvo un momento para dar un sorbo de su botella, y luego proseguir.

    - Según mi maestro, sus habilidades eran prometedoras. Sin embargo, no fue capaz de superar la última prueba. Como ya sabes, el Aprendiz debe de derrotar el Kuzu Ryu Sen de su maestro, descubriendo el secreto del Amakakeru Ryu no Hirameki. Si falla, sólo le espera la muerte segura.

    - Pero Hyouei Nishida no fue capaz de hacerlo. – Concluyó Kenshin de inmediato.

    - No, no fue. En lugar de eso, recibió de frente el Kuzu Ryu Sen de mi estúpido maestro, y cayó a la cascada. Seijuro Hiko Doce lo dio por muerto, y nunca encontró su cuerpo. Ese debería ser el final de la historia. Sin embargo, varios años después, mi maestro escuchó rumores de que Nishida había sobrevivido, y se le había visto por Kyoto y sus alrededores. Intentó dar con él, pero pareciera que se le estuviera ocultando, quizás alimentado por la propia vergüenza de haber fallado.

    - Entonces, ¿cree que Hyouei Nishida sea Shougo Amakusa?

    - Sería la primera opción que se me ocurriría. Pero el problema es que de seguir vivo hasta nuestros días, ya debería de ser un anciano entrado en años.

    Kenshin meditó unos momentos en ese último punto.

    - Entonces no podría ser él. Por la descripción que me han dado de sus habilidades, debe tratarse de alguien en la plenitud de su habilidad física.

    - En efecto, es poco probable que se trate directamente de él. – Secundó el maestro Seijuro. – Pero es más que seguro que está relacionado con esto de alguna forma, ya que junto con los rumores de que estaba vivo, surgió también el de que se había convertido al Cristianismo, y que por alguna razón escapó al continente cerca del final de la Revolución.

    Un antiguo aprendiz del Hiten Mitsurugi, y que además se había convertido al Cristianismo. En efecto, era demasiado para ser sólo una coincidencia.

    - Si era realmente un cristiano a finales de la Era Tokugawa, debió de escapar de la persecución del gobierno que buscaba erradicar cualquier fuego de rebelión. – Comentó Kenshin con pesadez.

    - Es lo más seguro. Los europeos ya controlaban en aquel entonces varios puertos en China, así que bien se pudo refugiar en alguno de ellos. Pero ahora tenemos a un asesino usando el Estilo Hiten Mitsurugi y proclamándose el Hijo de Dios, usando una antigua profecía Cristiana como base.

    La cabaña se sumió en el silencio. Antes de todo esto, Kenshin nunca había pensado mucho en los otros individuos que aprendieron antes de él el Estilo Hiten Mitsurugi, más allá de su propio maestro. Desconocía por completo la existencia de un individuo que había fallado de esa forma la prueba final, como él mismo estuvo a punto hacerlo, sino fuera por aquellas memorias de su propio pasado.

    ¿Qué sentiría una persona en esa situación? Aunque el Hiten Mitsurugi era muy diferente a otras doctrinas de Kenjutsu, y distaba de varias creencias y normas de un samurái, el honor y el deshonor seguían siendo aspectos bastante arraigados de cualquiera nacido en la antigua era. Cualquier otro en su lugar, de seguro habría terminado él mismo con su vida para no vivir con esa carga sobre sus hombros. Pero el Hiten Mitsurugi inculcaba el aprecio por la vida de uno mismo, en pos de poder ayudar a otros con dicha vida; el deseo de vivir, la clave de la supremacía del estilo, por encima de no temerle a la muerte o estar dispuesto a recibirla en cualquier momento. Si Hyouei Nishida logró aunque sea captar un poco de ello en el último momento de su enfrentamiento final con su maestro, eso de seguro debió ser el motor que lo mantuvo convida todo ese tiempo, buscando la forma en la que su vida pudiera significar algo más.

    Esa idea en mente, y a la luz de los últimos acontecimientos, sumados a todo lo que su maestro le acababa de decir, llevaba al legendario Battousai a una sola conclusión lógica.

    - Si Hyouei Nishida no es Shougo Amakusa... Entonces debió de haberle enseñado el Estilo Hiten Mitsurugi a alguien más. – Mencionó el pelirrojo con solemnidad. – Y si Nishida tenía algún tipo de resentimiento contra aquellos que le hicieron daño a los creyentes como él, Shougo Amakusa sería entonces alguien a quien preparó para llevar a cabo dicha labor en su nombre.

    - Asesinar personas con el Hiten Mitsurugi, para lograr un bien mayor. ¿No te suena familiar?

    Kenshin no respondió ante tal comentario, que casi parecía ser una provocación por parte de su maestro. Ya había aprendido a las malas a sobrellevar su personalidad tan molesta en ocasiones.

    - ¿Nishida sigue en el continente?

    - Se supone que volvió hace unos cuatro años, y eso es lo último que he escuchado al respecto. Pero si quieres saber la verdad sobre Shougo Amakusa, deberías de encontrarlo y hablar con él.

    - ¿En dónde está?

    - ¿Y yo cómo voy a saber? – Soltó el hombre fornido con tono molesto. – Te he dicho ya demasiado, ¿o no? Deberías de estar agradecido, considerando que lo estás recibiendo de un hombre muerto.

    Kenshin sólo pudo suspirar, resignado por tal postura. Aunque, en efecto, le había dicho bastante, aunque no las respuestas completas que esperaba.

    Seijuro dio un largo trago de su botella, tanto que tuvo que inclinar su cabeza hacia para poder beber bien todo el licor. Luego, soltó un fuerte alarido placentero al aire.

    - Te sugiero que les preguntes a tus amigos los Oniwabanshu. – Comentó el maestro, tapando de nuevo su botella con el corcho de madera. – Como te dije, él estuvo rondando por estos lares para el final de la Era Tokugawa. Si dejó alguna pista de cuál podría ser su paradero actual, ellos te lo podrán decir de seguro.

    Era una posibilidad que ya estaba considerando. Ahora que tenía un nombre, y parte de su historia, Okina y los otros podrían hacer uso de su red de información y así poder obtener algo. Hyouei Nishida, él debía de ser la clave para resolver ese misterio.

    Una vez que su conversación aparentemente estaba terminada, Kenshin se puso de pie, tomó su espada con su mano izquierda, y ofreció a su maestro una pequeña reverencia como gratitud por su ayuda. Inmediatamente después, y sin decir o hacer mucho más, se dio media vuelta y avanzó a la puerta.

    - Pero tendrás que darte prisa. – Escuchó que Seijuro le decía, obligándolo a detenerse y virarse hacia él otra vez. – Como te dije, es un hombre anciano ya entrado en años. Y lo último que escuché, además de que había vuelto, es que se encuentra muy enfermo… y de eso ya hacen cuatro años.

    Kenshin se sobresaltó un poco al escucharlo, pero recuperó la compostura rápidamente. Asintió con su cabeza, y prosiguió con su partida.

    - - - -​

    Toda esa plática sobre profecías e Hijos de Dios, dejó bastante confundido a Cho. Nunca había sido una persona muy creyente; ni en dioses, ni en budas, ni en ninguna otra entidad similar. Lo único que él conocía y respetaba, era la fuerza, y no más; y tal parecía que este individuo, fuera quien fuera, era alguien fuerte. Pero no podía serlo más que él, de eso estaba convencido. Él, quien había cruzado sus espadas con Battousai el Destajador y sobrevivido, y quien había visto con sus propios ojos la tremenda y devastadora fuerza que se ocultaba tras la apariencia casi demacrada de Makoto Shishio. Un payaso que se creía Dios, usando trucos baratos de magia para asustar a los niños, nada podía comprársele.

    No estaba seguro qué era lo que creía o no el hombre al que había sido enviado a proteger, pero definitivamente sabía más de lo que decía. Sin embargo, ya no le dio más importancia. Si sabía o no quién era exactamente el asesino que venía tras de él, poco importaba, ya que quien quiera que fuera, iba de camino a ese lugar a buscarlo, así que lo conocería pronto.

    Decidió aguardar afuera de la casa justo en la puerta principal del recinto. Cualquier otro asesino escurridizo, intentaría entrar por un costado o por detrás, en donde la guardia fuera frágil y pasar desapercibido lo más posible. Pero éste no era un asesino cualquiera; era un engreído que quería demostrar a pulso su superioridad, y por ello entraría justo por la puerta de enfrente, de eso estaba seguro; es justo lo que él haría. Y ahí estaría, listo para recibirlo con gusto.

    Igual no es que tuviera muchas opciones por donde escabullirse. La casa estaba a las afueras, sin ninguna otra construcción alrededor, más que puro bosque. Al mero frente, había un extenso claro, cubierto sólo por maleza. En ese paraje tan abierto, cualquiera que se fuera a acercar en cualquier dirección, sería claramente visible desde ese punto. El buen capitán no era tan tonto después de todo; había elegido un sitio ideal para prepararse para un ataque.

    Se encontraba sentado, simplemente aguardando, con sus brazos cruzados, y su mirada puesta en el suelo. Por más que intentaba no pensar en todo ese ridículo asunto de la profecía, había un punto que lo dejaba principalmente intrigado en todo ello: la descripción del último acto. ¿Cuándo el día muera?, ¿cómo se supone que cumpliría con tal condición?, especialmente en pleno día. El capitán estaba convencido de que lo intentaría al menos, pero él no veía cómo…

    Estaba bastante centrado en sus propios pensamientos, que no fue consciente de cuánto tiempo pasó con exactitud. ¿Horas, quizás?, era lo más probable. Pero cuando al fin se despabiló y alzó su mirada al frente… algo llamó su atención. No, más bien lo correcto sería decir que “nada” llamó su atención.

    Frunció el ceño, con marcada seriedad.

    - ¿Qué está pasando? – Exclamó despacio para sí mismo.

    Rápidamente tomó sus armas, se puso de pie, y miró al horizonte. Luego a su derecha, y luego a la izquierda. Algo no estaba bien; no sabía con exactitud qué, pero todo su cuerpo lo sentía. El aire, el sonido, hasta el clima… algo había cambiado abruptamente.

    - - - -​

    Al salir de la cabaña, seguía dándole mil vueltas a todo lo que su maestro le había dicho… No, en realidad no sólo pensaba en eso, sino también en lo que Aoshi y Okina le habían comentado en el Aoiya.

    Otro espadachín que usaba el Hiten Mitsurugi.

    Alguien que podría ser incluso más rápido que él.

    Shougo Amakusa, la reencarnación de Shiro Amakusa…

    Un hombre cristiano.

    Un Hijo de Dios.

    Kenshin era el tipo de persona que siempre parecía tener la mente bastante clara. Todos los que llegaban a conocerlo por un tiempo, de seguro llegaban rápido a la conclusión de que casi nada lo perturbaba, y que siempre tenía todos sus pasos bien calculados. En esos momentos, sin embargo, internamente distaba mucho de encontrarse aunque fuera un poco cerca de dicho estado idealizado.

    Aún desde antes de que Shirojo se parara en la puerta del Dojo Kamiya buscándolo, ya su mente se encontraba concentrada en varias cosas difíciles de digerir para él. Todo el combate que había librado no mucho atrás contra Makoto Shishio y su Jupongatana, y el tiempo de recuperación que prosiguió a éste, habían sido agotadores para él; más mental que físicamente. Pero luego de eso, regresar a Tokio y a la vida “cotidiana” que había comenzado a forjar en dicho sitio, después de toda esa experiencia y encuentro con una sombra de su pasado, se volvía relativamente difícil con el pasar de los días, en lugar de ser más sencillo como se supondría que debía de ser.

    Y entonces, repentinamente y de la nada, ahí se encontraba de nuevo en Kyoto, teniendo que encargarse de otro asunto, uno del que aún no comprendía la magnitud ni el alcance.

    No estaba listo, ni siquiera un poco. Su cuerpo quizás había sanado, pero aún se sentía agotado. No estaba seguro de poder tener las energías y el empuje necesario para enfrentarse a lo que pudiera venir de todo ello. Sería tan sencillo simplemente decir que no era su problema; qué ya había hecho suficiente por ese país, por esa nueva Era, por esas personas, y por el propio Estilo Hiten Mitsurugi.

    Pero sería engañarse a sí mismo.

    Esa cicatriz seguía ahí en su mejilla, después de todo. Y mientras siguiera, sabía que no podía tomarse ni un instante descanso… Que no merecía tomarse ni un instante de descanso.

    Quizás no conocía a este individuo llamado Shougo Amakusa, o a Hyouei Nishida, o a Seijuro Hiko Doce. Pero su maestro tenía razón; él había aceptado aprender y seguir la doctrina de ese estilo, y lo había usado durante años con sus propios fines y convicciones. Le debía respeto a él, a su maestro, y a todos los que los precedieron a ambos. Y si había alguien haciendo mal uso del Hiten Mitsurugi, justo como quizás él mismo lo hizo hace más de once años… Entonces era su deber averiguar qué era lo que ocurría en realidad detrás de todo ello.

    Para cuando logró reaccionar y apartarse un poco de todas estas cavilaciones, se encontraba andando por el pequeño sendero del bosque, en dirección a la ciudad. Sin embargo, tuvo que detenerse unos instantes, para poder percibir por completo su entorno, y darse por completo cuenta del estado de éste. El viento, el sonido de los animales, el sonido del agua corriendo… Todo eso se había retirado. En su lugar, sólo lo rodeaba un profundo y casi lúgubre… silencio.

    Miró lentamente a su lado derecho, luego al izquierdo, y por último al cielo totalmente despejado sobre él. Ni un ave volaba, ni ningún otro animal parecía estar presente en las cercanías. Era como estar completamente en la nada, solo en todo ese mundo.

    Pero… eso no era normal, para nada normal. De hecho, el bosque no se encontraba así mientras iba de camino a la cabaña, y le parecía que tampoco lo había estado justo unos minutos antes de que se percatara de ello. Era como si… algo hubiera comenzado a ocurrir en un parpadeo.

    - ¿Qué está pasando? – Susurró para sí mismo.

    Un fuerte presentimiento le recorrió el cuerpo. Si algo no estaba pasando ya, de seguro estaba por pasar…

    Inspirado quizás por su mero instinto, el antiguo destajador alzó su mirada al cielo. Sobre él, se dibujaba brillante y omnisciente el gran círculo perfecto del sol. Sin embargo, eso no fue por mucho. En un abrir y cerrar de ojos, mientras miraba en su dirección, logró notar como el sol, el siempre presente, siempre luminoso, siempre vigilante… comenzaba a desaparecer. Un orbe oscuro comenzó poco a poco, segundo a segundo, a apocar el brillo del sol.

    Kenshin se quedó pasmado ante tan impresionante imagen que se materializaba ante sus ojos. No pudo, por supuesto, evitar que su mente se remontara a la última parte de la profecía que Okina le había relatado…

    - - - -​

    “La tercera venganza ocurrirá cuando el día muera y abra paso a una gran oscuridad. Entonces, un Hijo de Dios aparecerá ante los infieles, y purificará a todos con su espada sagrada.” El texto exacto que el capitán le habían leído, se repetía en la cabeza de Cho de manera perfecta. Ni siquiera había sido consciente de que se le había grabado de esa forma, hasta que vio incrédulo como el sol iba desapareciendo sobre sus cabezas, como si un globo aerostático lo fuera ocultando detrás de sí. Los policías a su alrededor, soltaban exclamaciones de sorpresa y temor; él, por su parte, no hacía movimiento o sonido alguno.

    Eso no podía ser cierto; tenía que ser algún tipo de truco. ¿Cómo alguien de ese mundo podría ser capaz de hacer algo como eso? No era real, se rehusaba a creerlo. Pero así ocurría, con él como uno de los tantos testigos. El sol siguió desapareciendo, hasta que esa esfera oscura lo ocultó por completo detrás de él, y quedó sólo como un aro de luz proyectado en el cielo. Por lo demás, todo a su alrededor, y posiblemente en toda la ciudad, fue cubierta por completa oscuridad… como si de la propia noche se tratase.

    Cho pudo sentir el nerviosismo y el miedo traspirar de las voces temblorosas de los policías. Aunque ninguno conocía el texto de la profecía además de él, se notó que de antemano sabían los rumores de que la persona que aguardaban, era algo diferente, algo fuera de ese mundo.

    “Cobardes”, pensó Cho, lleno de rabia por dentro. Era la clase de escoria patética con la que el nuevo gobierno deseaba llenar sus ejércitos y guardias, tras darle una patada en el trasero a los guerreros como él. Si pudiera, los mataría a todos en ese mismo momento.

    Pero no tenía tiempo para desperdiciarlo en ellos. Ante él, algo mucho más importante comenzaba a materializarse.

    Entre todo el silencio que los rodeaba, comenzó a escuchar el andar de unos pasos. Pasos lentos y calmados, que se acercaban lentamente desde el claro que se extendía justo delante de ellos. Tardo un tiempo que sus ojos lograran divisar a lo lejos, la figura de alguien, de un individuo avanzando en su dirección entre la maleza. En cuanto lo vio, lo supo.

    - ¡¿Eres tú?! – Le gritó con fuerza, y su voz llamó de inmediato la atención de los policías cercanos a él, que se viraron en la misma dirección. – ¡¿Tú eres quién ha mandado esos mensajes y matando personas?! ¡¿El supuesto Hijo de Dios?!

    El extraño no respondió, sólo siguió avanzando, hasta quedar a una distancia prudente de ellos. Cho no podía verlo con total claridad, pero le pareció percibir que sus ojos intensos y brillantes, lo miraban de una forma amenazadora, como si de un tigre acechando a su presa se tratase.

    Cho tragó saliva. Una fuerte ráfaga de viento comenzó a soplar desde las espaldas de aquel extraño de pronto, directo en su dirección, y golpeándolos de frente.

    - ¡¿Qué diablos?! – Exclamó sorprendido el ex Jupongatana, cubriendo su rostro con ambos brazos. De reojo, pudo notar el terror reflejado en el resto de los policías. – ¡¿Se supone que ese truco debe asustarme?! ¡Algo tan infantil como eso no me impresionará!

    Si ese sujeto quería jugar rudo, él lo haría también; iría con todo desde un inicio. Tiró sus espadas convencionales al suelo, y rápidamente se bajó la parte superior de su atuendo rojizo, para dejar al descubierto su torso, o más específicamente su Hakujin no Tachi que tenía oculta alrededor de su cuerpo, a la altura de su abdomen.

    - ¡Voy a ponerte de nuevo los pies en tierra, lunático!

    De inmediato tomó el arma por su empuñadura, y la jaló al frente. La hoja extremadamente delgada se desenrolló de su cuerpo, y se lanzó al frente como si se tratara de un látigo, cortando la tierra a su paso. Aun a la distancia a la que se encontraba, podría alcanzarlo sin problema. Pero el individuo delante de él, ni se inmutó. De hecho, en lugar de hacer el ademán siquiera de querer esquivar, ante los ojos sorprendidos de Cho, se lanzó al frente con una tremenda agilidad, directo a la punta de la hoja que se dirigía hacia él. Tenía su mano ya lista en la empuñadura de su espada, la cual desenvainó de un movimiento rápido y preciso; Cho sólo pudo percibir el destello de la hoja al salir, y golpear su arma, la cual se desvió hacia un lado sin ningún problema.

    Era rápido… demasiado rápido. Pero la ventaja de su arma era que podía volver a atacar de inmediato de ser necesario, y eso mismo hizo. Jaló su mano hacia un lado, y la hoja se dirigió precisamente hacia su atacante. Sin embargo, éste simplemente desapareció de su vista en un parpadeo.

    - ¡¿Pero qué…?! – Exclamó sorprendido. Al alzar su mirada, pudo notar que se había elevado en el aire de un largo salto, hasta casi tener el aro de luz del sol justo detrás de él.

    Cho no perdió tiempo, y rápidamente hizo que la hoja delgada de su arma se dirigiera hacia él. En el aire, de seguro lo atraparía, sin importar qué. Pero no fue así. Aquel individuo comenzó a descender rápidamente hacia él, y su hoja ni siquiera lo rozó. Era como si se tratara de alguna figura incorpórea, que la hoja no era capaz de tocar, sólo atravesar como si fuera de humo.

    Todo lo que le siguió fue bastante confuso, y apenas y logró notarlo. El cuerpo de ese individuó descendió, y dejó caer su espada contra él abruptamente. Cho no recordaría haber sido golpeado por la espada, sino más bien por una fuerza, como una pesada ráfaga de aire que lo golpeó desde la cabeza hasta la boca del estómago, dejándolo sin aliento y sin poder moverse. Le siguieron después varios golpes, cientos de ellos en fracciones de segundo por todo su cuerpo. El último de ellos, tan fuerte que lo elevó en el aire como si fuera una simple hoja lanzada el viento. Por último, sólo pudo ver de reojo como aquel ser, aún envuelto en penumbras, se le lanzaba con fuerza desde tierra con un salto, y jalaba su espada hacia él para acertarle el golpe final.

    “¡Este estilo...! No puede ser...” Fueron sus últimos pensamientos conscientes, antes de estrellarse en el suelo tras el último golpe. Pero sobreviviría, y no olvidaría de lo que se había dado cuenta en ese momento tras haber recibido todos esos golpes, tras haber notado esa singular forma de moverse, y tras haber percibido esa asombrosa velocidad. Ese estilo de combate lo conocía, pues ya se había enfrentado a él con anterioridad; era el estilo de Battousai, el estilo Hiten Mitsurugi.

    - - - -​

    Sus pies tocaron el suelo tras su último salto; el combate había terminado más rápido de lo esperado. Una vez que se deshizo del guardia que a simple vista era el brazo más fuerte que resguardaba esa casa, Shougo Amakusa se paró erguido y solemne ante los otros, jóvenes en uniformes de policías, que no tardaron ni dos segundos en soltar sus armas, y correr despavoridos en todas direcciones. Una sabia decisión; cobarde, pero sabia.

    Sin impedimento en la entrada principal, comenzó a caminar tranquilamente hacia el interior del patio principal. En su camino, se encontró a otros policías más. Varios de ellos, tomaron la misma decisión que aquellos de afuera. Otros más, intentaron ser más valientes, pero se deshizo de ellos tan rápido, que de seguro ni siquiera fueron capaces de alcanzar a verlo con claridad. Antes los samuráis eran leales a algo; a su señor, a su ideal, a su estilo… ahora, esta nueva generación no parecía ser leal a nada, ni a Dios, ni a nadie, ni siquiera a sí mismos. Daban pena, pero eso era lo que la nueva Era dictaba necesitar, al parecer.

    No tardó mucho en dar con el cuarto que buscaba; era como si su instinto lo guiara. Avanzó con cautela por el pasillo hacia la habitación final de la casa. Para cuando se paró frente a la puerta, el eclipse estaba terminando, pero no importaba; ya se había cumplido el propósito. Por algún motivo, se incitó a aguardar un poco antes de entrar. Su rostro sereno y frío no lo revelaba, pero sentía una emoción bastante intensa en su cuerpo. Su corazón latía con fuerza, pero no por felicidad, no por nerviosismo: su corazón bombeaba inspirado en la pura y mera rabia.

    Deslizó lentamente la puerta hacia un lado. Del otro lado había un cuarto prácticamente vacío. Había unas puertas abiertas, contrarias a la que en él estaba, que daban a un jardín más pequeño que el principal, donde había un estanque y algunos árboles. El hombre que buscaba, estaba sentado en el suelo, volteado hacia dicho estanque, y dándole la espalda. Frente a él, había una pequeña mesa baja, y a su lado, un apoyador para su sable de empuñadura dorada y elegante, guardada en su funda. El hombre, de cabello ahora corto con algunas canas, no se mutó ante su presencia. No lo volteó a ver, y en su lugar siguió mirando en dirección al estanque, con sus manos apoyadas en sus piernas.

    Pero Shougo no necesitó verle el rostro para estar seguro de que era él. Y, de hecho, dicha situación fue recíproca.

    - Desde el primer asesinato supe que eras tú – Escuchó como comentaba el hombre con uniforme de policía ante él –, y también que tarde o temprano vendrías por mí. – Hubo un segundo de cavilación, y luego prosiguió. – No, creo que lo supe desde aquel día hace catorce años, cuando me enteré de que habías escapado con vida de Shimabara.

    Su voz era tal y como la recordaba, pese a las pocas veces que había cruzado camino con él en el pasado, y eso trajo a la cabeza de Shougo varios recuerdos e imágenes, que de haber podido, hubiera preferido no recordar. Caminó despacio por el tatami del suelo, acercándosele; aún sostenía en su mano derecha su espada desenvainada, señalando al suelo en posición de descanso hacia un lado.

    - Ha pasado mucho tiempo ya... – Exclamó el Hijo de Dios con una densa seriedad. – Shiraishi-san... El Judas de mi padre...

    Escuchar su voz, tuvo un efecto similar en Mitaki Shiraishi. Su voz no era ni cerca parecida a la de aquel niño de diez años que era la última vez que lo vio… pero se había vuelto bastante parecida a la de su padre, pero mucho, mucho más fría. La voz de Tokisada siempre estaba llena de sentimiento, de emoción, de energía. La voz de ese chico, se encontraba carente de todo eso… como si no fuera siquiera humana. Pero definitivamente había mucho de él en ella, podía percibirlo. Se tentó en voltear a verlo, pero no quería hacerlo; no quería voltear y ver el rostro de su antiguo amigo, reflejado ahora en el de su hijo, mirándolo con todo el odio con el que estaba seguro que lo miraba desde el otro mundo.

    Shiraishi respiró lentamente. Lo sintió de pie justo a sus espaldas, pero se mantuvo sereno.

    - ¿Comparas mis acciones con las del hombre que traicionó a nuestro señor Jesucristo? – Respondió Shiraishi con falsa tranquilidad. – ¿Así es como querrás escribirlo en tu historia cuando todo esto termine?

    - ¿Se atreve aún a considerarse a sí mismo cristiano, luego de haber traicionado a su propia gente, y entregarla a los hombres de los que juramos protegernos los unos a los otros?

    Shiraishi guardó silencio. El estanque ante él se encontraba tan calmado; sus aguas no se movían ni siquiera un poco.

    - Hice lo que tenía que hacer. – Respondió, tomando por sorpresa a Shougo. – Tu padre y tú nos hubieran llevado a la perdición total a todos, si seguían con sus ridículas ideas.

    - Y en su lugar fue usted quien la ocasionó. – Sentenció Shougo con dureza, logrando romper aunque fuera un poco esa armadura de serenidad que Shiraishi se cargaba. El capitán apretó sus puños con fuerza, como señal de frustración.

    Tras la matanza de toda la gente de su aldea, de los cuales él y su familia fueron los únicos sobrevivientes, tal y como Kasai le había prometido, tuvo que esconderse con su esposa e hijos por todo Japón, hasta que la guerra terminara. Una vez que eso pasó, e incapaz de ofrecerle a su familia un lugar digno en esa nueva Era, tuvo que rebajarse a arrastrarse de nuevo a los pies de aquel hombre, venir a Kyoto, en dónde se había enterado que Kasai ahora residía, y había hecho una fortuna. Kasasi uso todas sus influencias para ponerlo en el puesto más alto posible de la policía local, a cambio de convertirse en su perro faldero para cualquier cosa que deseara.

    ¿Era un traidor? Sí, quizás lo era. Había vendido a su gente por unas monedas, más de una vez; la comparación con Judas quizás no estaba del todo mal.

    - Lo único que los otros tenían que hacer era decir que relegaban de su religión. – Murmuró con su voz apenas logrando salir de sus labios. – Ni siquiera tenía que ser real... y así los hubieran dejado vivir.

    - Usted sabía de antemano que ninguno de ellos lo haría. – Contestó Shougo, con mucha más dureza de la de antes. – Podrá excusarse en los motivos que quiera. Podrá intentar engañarme a mí, o incluso a sí mismo. Pero no puede engañar a Dios... Usted los asesinó... a mi madre, a mi padre, y a todos los otros. Usted es tan culpable como lo fue Kasai, o los hombres que empuñaban las espadas y los rifles.

    Sí, era culpable, lo sabía muy bien. Todos esos años, había tenido que vivir con esa verdad, y sabiendo que todo ello lo llevaría a ese momento y lugar preciso. Había tenido catorce años para prepararse, y ahora estaba listo.

    Cerró los ojos, y volvió a respirar con profundidad.

    - Hice lo que tenía que hacer, y me sostengo de ello. – Señaló como declaración final. – Será mi Señor cuando esté ante él quién juzgue mis acciones, no tú.

    - Qué así sea entonces.

    Shougo tomó su arma desenvainada con ambas manos, y la alzó lentamente sobre su cabeza. Shiraishi, permaneció sentado, con la espalda recta, y sus ojos cerrados, aguardando lo inevitable.

    - ¿Perseguirás a mi familia también? – Soltó de pronto el hombre de uniforme. Esa pregunta sorprendió un poco a Shougo, pero no dejó que lo flaqueara.

    - No... Nadie más tiene porqué pagar por sus pecados... – Le respondió, y en esa ocasión Shiraishi fue capaz al fin de escuchar claramente la voz de Tokisada, con todo su sentimiento y benevolencia en ella.

    Una sonrisa se dibujó en sus labios.

    - Te lo agradezco.

    Shougo se quedó callado. Para él, esto no era tan sencillo como otras veces. No se trataba de un extraño, de un nombre sin rostro ni pasado. Era una persona que provenía de aquellos días felices y tranquilos en Shimabara, a lado de sus padres y su hermana. De esos días que él pensaba nunca terminarían. En varios de aquellos momentos, podía ubicar de alguna u otra forma a ese individuo en ellos. Era quizás lo único que quedaba cercano a su padre, a su antigua villa, a aquellos días. Acabar con él, sería como eliminar para siempre todo lo que pudiera atarlo a aquel pasado, a aquel mundo feliz y blanco, antes de que las sombrar lo cubrieran.

    Pero aun así, lo haría…

    Jaló su arma con fuerza hacia abajo, terminando su tercera y última venganza con un corte limpio y perfecto.

    Shougo Muto, aquel niño débil que no fue capaz de salvar a su familia aquel día hace catorce años, había muerto por completo. Ahora sólo quedaba él: Shougo Amakusa, el Hijo de Dios…

    FIN DEL CAPITULO 26

    Kenshin irá a hablar con el hombre que tiene las respuestas tras el misterio de Shougo Amakusa, pero la información que recibirá podría ser mucho más preocupante de lo que esperaba…

    Capítulo 27. La Voluntad de Hyouei Nishida

    Notas del Autor:

    Han pasado 84 años… No me excusaré, sólo diré que he tenido muchas cosas que hacer, y también me ha faltado algo de inspiración para esta historia, principalmente porque en estos capítulos no salen ni interactúan Enishi y Magdalia… Listo, ya lo dije. Pero bueno, quizás resuma un poco los siguientes capítulos para avanzar un poco más rápido; eso digo ahora, pero yo sé que es probable que no lo haga. Pero por si acaso, no se sorprendan si de pronto ven que todo ocurre demasiado rápido o sin tanto detalle. En fin, veamos qué sigue a continuación.
     
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