El tiempo de las mariposas.

Título: El tiempo de las mariposas.
Tipo: One Shot.
Resumen: ¿Existe peor dolor qué el de perder a tu perro?
Advertencias: Ninguna.
Género: Realismo Mágico.
No. de palabras: 1,189




¿Existe peor dolor qué el de perder a tu perro? Este (por llamarlo de alguna manera) “Cuento corto” nació del dolor que sentí al momento en el que mi bebé abandonó el mundo después de 15 años de vida y creí que valdría la pena compartirlo. El realismo mágico no es un tema que yo maneje muy bien entonces el resultado es un texto un poco rudimentario y no sé… Bueno, opinen ustedes.

Sin más que decir, los dejo con "El tiempo de las mariposas."


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Aún recuerdo con claridad la primera vez que tus ojos encontraron a los míos…

Llevabas un moño rojo y la felicidad prendida a tus delicadas facciones. Yo en cambio, era la otra cara de la moneda.

¿Qué eras? ¿Por qué me mirabas así?

Mi conocimiento del mundo en ese entonces era vago, seguía viviendo en mi castillo de sueños, en mi planeta de utopías que muy poco me iba a durar. No sabía que eras… Y no quería averiguarlo, porque eras distinta, porque ni una sola palabra salió de tu boca, porque me mirabas como si esperaras algo de mí.

Te acercaron en una pequeña canasta de mimbre hacía mi… Sin embargo, fue otro el valiente que se atrevió a tocarte primero. Estallaste de gozo… Algo detrás de ti se movía tan rápido que parecía un espejismo, seguiste meneando la cola a cada hora desde ese instante hasta el día de hoy.

Después de una enorme batalla en mi cabeza, me aventuré a tocarte. El primero de mis pequeños dedos tocó tu diminuta cabeza suave, repasó tus largas y caídas orejas y terminó aventurándose a tu fría nariz… Te asustaste, yo por mi parte también… Te veías tan frágil y diminuta, tan vulnerable… Sin embargo, el destello de tus ojos mostraba una entereza tan absoluta, te regalé la mejor de mis sonrisas.

Mis otros cuatro dedos se unieron al inicial para desatar el reconocimiento de ese ser tan maravilloso. Pensaba que tenías los bigotes más graciosos del mundo, hasta ahora lo pienso y nunca dejaré de hacerlo… Podía sentir tu desbocado palpitar bajo mis dedos, tu suave, pausada y audible respiración… Tu infinita alegría. A partir de ese instante no hubo vuelta atrás…

Te temí en la mañana…
Te conocí en la tarde…
Y para la noche ya te amaba con locura.

El tiempo, siempre tan inclemente… Pasó saludando por mi ventana y en un abrir y cerrar de ojos, todo había cambiado, muchas cosas habían pasado y esa vorágine nos arrojó aquí… La cuna era una cama, la muñeca un reproductor de música, el cuento un libro y tú mi mejor amiga. Mi confidente. Mi todo.

¿Por qué?

Porque durante ese abrir y cerrar de ojos, muchos fueron los golpes que recibí de la vida… Muchas las cosas que me marcaron, muchas otras cosas de las que me arrepiento, pero tú… Tú estabas allí conmigo y no me juzgabas ni me reprochabas. No necesitaste nunca palabras para hacerme sentir bien. Me pregunto cuantas veces fueron las que me viste llorar y lo único que hiciste fue acostarte a mi lado y prestarme tu lomo para descansar y tus oídos para desahogarme.

Sin embargo, algo había cambiado y las nubes se apilonaban en el horizonte… La tierra te estaba llamando. Ya no eras esa criatura frágil y diminuta que no tenía control alguno sobre sus esfínteres, tampoco esa intrépida y traviesa bestia que destruía todo a su paso, ni esa entera guerrera que de un ladrido ponía orden en su reino y que a pesar de todos los contratiempos siempre conseguía levantarse y seguir. Todas las grandes batallas que habíamos librado juntas habían quedado ya muy atrás encerradas en un baúl de recuerdos…

El peso de la vida te estaba pasando factura y como una delicada orquídea tu cuerpo se fue marchitando lentamente… Pero tu espíritu no. Eso nunca. Otra pelea más se avecinaba en el horizonte… ¿Quién hubiera dicho que perderíamos?

En esa última tarde que pasé a tu lado aprendí más de lo que en la vida aprenderé de nadie más… Aprendí lo que un alma dispuesta a seguir viviendo es capaz de aguantar. Aprendí que a pesar de lo cansadas que estaban tus patitas aún hacías el esfuerzo de levantarte para poder levantarme a mí el espíritu, aprendí a valorar cada respiro que tanto te costaba hacer, cada latido de tu débil y ajado corazón, cada segundo de vida que se te era descontado. Pero sobretodo aprendí lo que querías de mí… Lo que siempre me pediste y hasta ahora no se si te lo di por entero como debía. Amor.

Te amé cuando llegaste a mi vida y sin duda alguna te amé aún más cuando ya te tenías que ir… Pero no creo que haya sido lo suficiente. Pude haberte dado siempre más y de eso me arrepiento…

Llego la noche y con ella de la mano, la desesperación… Te estabas rindiendo, me estabas dejando atrás. Compartimos las miradas más significativas que alguna vez nos hubiésemos dado, estabas cansada de luchar… Adolorida, exhausta… Me despedí por si las sombras te llevaban mientras yo rememoraba, en sueños, la hermosa vida que tuvimos juntas… Te pedí perdón por todo, te agradecí con mi vida entera y te desee lo mejor. No quedaba nada más que decir.

Al despuntar el alba, llegó a mis oídos la noticia de que estabas aún peor que ayer, me levanté corriendo a verte…

Llegué muy tarde.

Seguías tibia, estabas acurrucada… Cualquiera hubiese jurado que dormías… Pero yo no. El brillo de tus ojos se había extinguido al igual que la llama que te mantenía aquí a mi lado. Nunca en mi vida había visto algo más hermoso y desgarrador… Estabas tan preciosa como la primera vez que te vi. Te cogí en brazos como tantas otras veces y rompí a llorar.

Te arrebataron de mí para siempre.

Las horas siguientes pasaron como un borrón entre lágrimas y angustia… Una gran brecha se me abrió en el corazón que tú con tanto esmero habías parchado a lo largo de tu caminar en este mundo. Me vestí y te fui a dar un último beso… Estabas envuelta en sábanas y aún mantenías tu tibieza, dormida eternamente… Cada lágrima caía como cuchillas en tu hermoso pelaje marrón y a su vez en mi corazón.

Había que pagarle a la tierra su tributo y te acurrucaste de nuevo en el fondo de la que sería tu cuna, envuelta como habías llegado a mí y con tu camiseta roja… Aún tenía la esperanza de que te levantases y menearas la cola para que te saque… No pasó. Algo de mí se quedo allí contigo, esperando todavía.

Sin embargo, algo había cambiado. Podía sentirlo en el viento...

Al primer contacto de la tierra con tu pelo, esta comenzó a resquebrajarse… Grietas por todos lados. Las piezas se descolocaron y algo se movía debajo de estas… Mariposas.

Mariposas de mil colores comenzaron a salir de ti, revoloteando inquietas, formando un hermoso huracán de formas y colores… De repente todas esas pequeñas hadas aladas emprendiendo vuelo en todas direcciones, regando en el taciturno jardín trasero toda la vida que te quedaba por dar, todo el amor que aún te sobraba y todos los recuerdos que siempre atesoraste. La tierra se sacudió y hermosas flores comenzaron a brotar por todas partes, el pasto brillaba de nuevo y los pájaros se instalaron en los arboles. Tu ya no estabas en la tierra, pero si en todo lo que habitaba en ella y en mi corazón… Para siempre.


Aún recuerdo con claridad la primera vez que tus ojos encontraron a los míos…