Aventura El Navegante

Tema en 'Relatos' iniciado por Reual Nathan Onyrian, 4 Agosto 2017.

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    Reual Nathan Onyrian

    Reual Nathan Onyrian Adicto

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    Escritor
    Título:
    El Navegante
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1444
    ¡Hola! Esta es un cuento que escribí para un concurso del Banco Itaú, hace más o menos cuatro años. Después de darle algunas vueltas, decidí subirlo, para compartirlo con ustedes. ¡Espero que lo disfruten! Sí les gustó, no olviden mencionarlo. Los comentarios son el néctar del escritor.

    (Sombra: lamentablemente, no ganamos, aunque quedamos entre los finalistas)
    Disculpa, ¿ganamos? ¿Y tú en qué aportaste?
    (S: yo te apoyé moralmente)
    Tsk.

    ——————————————————————————​

    El sol se ponía en el horizonte azul del mar. Las gaviotas dejaban escapar sus agudos chillidos, como despidiendo al día transcurrido. El viento soplaba suavemente e hinchaba apenas las velas de la gran nao. La embarcación rompía las olas que conformaban la piel del océano, en su ambiciosa búsqueda de tierras nuevas.

    Fernando se apoyó en la baranda. Habían pasado casi tres meses desde que habían partido del puerto de La Coruña, con rumbo hacia el Nuevo Continente. La suave brisa marina le daba en la cara y lo refrescaba. Él había nacido para ello. Navegar. Explorar lugares nuevos y conocer gente nueva, experimentar gustos y olores nuevos. Todo, todo era nuevo cuando uno se dedicaba a la navegación. El único lugar que permanecía igual era el hogar, todo lo demás cambiaba. Aunque se volviera al mismo lugar cientos de veces, todo era nuevo, distinto.

    Bajó la cabeza y observó como la espuma se arremolinaba a los costados del barco. Sonrió para sus adentros al recordar. Pensar que su padre quería que se dedicara al negocio lanero. Eso no tenía emoción. Fernando no podía imaginarse haciendo cuentas de ventas todo el día, y recibiendo la constante visita de clientes aburridos. Él quería ser el visitante, no el visitado. No fue fácil cuando le expuso sus deseos a su padre. El viejo era terco. Tuvo que huir de su casa.

    Volvió a levantar la cabeza y contempló el disco rojo del sol ponerse e ir tiñendo el cielo de naranja y violeta, para llegar luego al azul nocturno. Las primeras estrellas ya aparecían en el firmamento, anunciando la venida de la noche. Ya empezaban los cantos en la cubierta, a medida que el ron iba pasando y los estropajos se iban dejando. Fernando giró la cabeza y contempló a sus compañeros de tripulación.

    Era tradición, al ocultarse el sol, despedir el día con una ronda de cantatas al son de la guitarra y una buena ración de alcohol, para distenderse de los labores diarios. Se prendieron las lámparas, se pasó la botella de mano en mano y empezaron a escucharse los rasguidos de las cuerdas, que como un director de orquesta, ordenaban a todos los marineros para empezar a cantar su repertorio de alegres canciones. Alguien logró robar dos panes de gran tamaño y carne conservada de la cocina, lo que fue acompañada por estridentes vítores del grupo. Se repartió la comida y se reanudó el canto.

    Pero, debido a la ronda de tragos, cada uno cantaba a su ritmo y volumen. Es más, algunos directamente cantaban cualquier canción que se les venía a la cabeza, confundiendo muchas veces la letra y formando una cacofonía total y estrepitosa. Eso sí, en desarmonía, estaban todos de acuerdo. Era impresionante la mescolanza de voces que salía de cubierta. Fernando rió para sus adentros. Si de verdad existían monstruos en el mar, no se acercarían ni a cinco leguas de la embarcación, debido al coro monástico que se exhibía en cubierta.

    El joven se alejó de la baranda y se acercó en dirección al grupo. Pero su intención no era unirse a los alegres parroquianos. Su objetivo era el mástil mayor. Bordeando el círculo de marinos, se encaramó a la red y empezó a trepar. Hacía esto todos los días. No le gustaba formar parte del grupo. Prefería estar a solas un momento y pensar. Además, ese era su momento favorito del día, cuando las almas se acallaban y el universo parecía completar expectante la caída del astro solar.

    Se encaramó al carajo, y de ahí pasó a unas de las vergas. El momento era perfecto. No corría ningún viento fuerte, no llovía ni había indicios de que ocurriera una borrasca. Al contrario, el cielo estaba completamente despejado y se podía distinguir las estrellas con suma claridad. Lo único que quedaba del sol era una pequeña franja en el horizonte.

    Este instante era el que más significaba para Fernando. Ya los marineros se habían dormido o estaban borrachos, el canto y la risa habían cesado y había tranquilidad y silencio. Lo necesario para meditar. Cerró los ojos y se dejó mecer por el suave movimiento del barco. Tenía la suficiente práctica como para no caerse si no sucedía nada inesperado. Por eso, la mano que apareció apoyada en su hombro casi lo hace estrellarse contra el piso.

    Sobresaltado, se giró para ver quién era, y descubrió a Jordi, un catalán veterano aficionado a la pipa, de unos cuarenta y tantos, que llevaba una lámpara en la mano. Se sentó al lado de Fernando. Su gruesa barba dejaba entrever una sonrisa despareja, pues el escorbuto había cobrado factura en la dentadura del hombre. Esto no era motivo de vergüenza para él, es más, siempre decía que esos dientes faltantes eran su diploma de viejo lobo de mar. Los abogados y médicos ¿que tenían? Un pedazo de papel. Y eso era todo. Un papel que podría escribir cualquiera, incluso yo mismo, decía, si supiera escribir.

    La lámpara iluminaba la piel curtida de su rostro y el parche negro de su ojo izquierdo. No es que le faltara el ojo ni nada, solo que el lado izquierdo era su lado favorito para fumar, y el humo de la pipa le molestaba tanto el ojo, que decidió ponerse un parche. Miró a Fernando por unos minutos y luego dijo:

    - Eres muy curioso, Fernando. Te he estado observando, y siempre, a la misma hora, en vez de reunirte con los muchachos, decides venir aquí arriba.

    - Cada uno posee sus propios gustos, Jordi.- respondió el joven, todavía sorprendido por la aparición del viejo.- Tú no puedes soltar esa pipa.

    El viejo lanzó unas pequeñas volutas de humo. Asintió levemente y miró hacia el firmamento oscuro. La luna se alzaba en el cielo, coloreando todo de una luz pálida.

    - ¿Qué vienes a hacer aquí?- preguntó Jordi.

    Fernando se encogió de hombros.

    - Nada interesante.

    - Si eres capaz de subirte todos los días a la verga más alta del palo mayor, debe haber un buen motivo.

    El joven suspiró.

    - Vengo a pensar y contemplar.

    - ¿Contemplar qué?

    - Todo. ¿Acaso no ves todas las maravillas que nos rodean?

    El catalán lo miró con su inalterable sonrisa. Se sacó la pipa y lanzó un gran círculo de humo. Volvió a mordisquear la boquilla y negó suavemente con la cabeza.

    - ¿Cómo es posible?- preguntó Fernando sorprendido.- ¿No ves acaso a las estrellas del cielo, que iluminan el firmamento como si fueran luciérnagas? ¿A la luna, como una blanca señora, o una redonda moneda de plata, o un escudo que nos protege de la oscuridad con su luz? ¿Nunca imaginaste en la espuma que rodea el barco la sonrisa de las sirenas o en el brillo del sol sobre el mar el brillo de sus colas de pez? ¿Al aire fresco, a esa brisa con sabor a sal y aroma a libertad, como la promesa de lugares nuevos sin explorar? ¿No te das cuenta de que estamos a punto de llegar a tierras exóticas, cubiertas de selvas exuberantes, posible hogar de El Dorado o La Ciudad de Canela?

    El joven estaba muy emocionado. Exclamaba todo esto en voz alta, moviendo elocuentemente una mano, mientras con la otra se sujetaba firmemente a la verga.

    - ¿Entiendes? Yo subo aquí para contemplar todas esas maravillas, para imaginarme lo que está por suceder, lo que vendrá. ¿Acaso esa línea oscura a lo lejos es tierra? ¿Será esa tierra nueva de la cuál tanto hablan en la madre patria? Sólo piensa en la cantidad de cosas nuevas que veremos, y encontraremos.

    Acabado su discurso, Fernando miró expectante a Jordi, para conocer el efecto que sus palabras habían causado en el catalán. Sorprendido, lo encontró mirándolo a su vez, con el farol iluminando una mirada tierna. Jordi le puso una mano en el hombro, y sonriendo con dulzura, le dijo:

    - Es increíble todo lo que puedes ver. Ustedes, los jóvenes, son capaces de ver lo invisible en los lugares menos pensados. Quisiera poder tener esa visión.- le apretó el hombro despacio y miró hacia el horizonte.- Yo sólo soy capaz de ver la mano de Dios.
     
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  2.  
    Agus estresado

    Agus estresado Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Buen relato. Me gustó el punto de vista que tiene Fernando sobre las cosas que para un navegante serían el pan de cada día. Se nota que él no está interesado únicamente en el viaje, sino en poder disfrutar lo más que pueda de él. Eso lo hace feliz, y es por esa misma razón que fue a navegar para explorar tierras desconocidas para ellos. Es un joven que ama las aventuras, sobretodo las que tengan lugar sobre el mar; y también me gusta mucho su personalidad más calmada y menos alborotada que la de los otros marinos.

    Sobre Jordi no hay demasiado que decir, pero lo que no se puede negar es que es un lobo de mar. Y eso es una característica que nada ni nadie le puede arrebatar, y la cual ha obtenido por su propia cuenta.

    Fue una lectura corta, pero ha sido agradable, y diferente de otras que he leído antes. No he notado errores de narración, pero el símbolo del guión largo que se usa para los diálogos es este ( — ) y no el pequeño que has usado. No es un gran problema, de hecho, el guión está bien utilizado.

    Te aviso por aquí que he leído tus dos poesías, pero soy muy malo al tratarse de esa clase de relatos, por lo que no puedo dar una opinión sobre las mismas.

    Leeré tus otras historias ahora, por lo que no me despediré.
     
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