Microrrelato El horizonte.

Juan Leiva era un hombre que había visto demasiadas cosas a lo largo de su vida, pero nunca había llegado a su más grande desafío. Desafío que con el pasar los años ya no tenía mayor relevancia. En aquellos tiempos labrar la tierra y pastorear ovejas era el único oficio que alguien de su faceta podía tener y conseguir, si gozaba de mucha suerte. Puesto que la educación no estaba al alcance de sus manos como era de esperarse al vivir en las montañas; tampoco había tenido el porte para entrar a uno de los centros educativos para caballeros si así lo hubiera querido.

Así que, lo cierto es que mientras estaba sentado en el precario porche de su casa y el sudor caía por su espalda, clavó su mirada en el cielo azul pasando por encima del sol que estaba en ese momento en lo más alto del firmamento y tan ardiente como todos los veranos que recordaba; imponente y brillante, acostumbrado a tener la atención de todo el mundo, como el amor y el odio por igual de la gente. Pero sabía que aquello no era lo más hermoso que sus ojos cansinos veían después de tres horas intensas de larga labor con la cosecha a un lado de ese maravilloso escenario.

El horizonte, esa línea que separaba el cielo de la tierra más allá del propio entendimiento del hombre era lo único que le había acompañado prácticamente toda su vida. Y sabía, con gran fervor, que a pesar de su ignorancia no lo cambiaría por nada. Era su único legado, lo único que podía permitirse observar con libertad en los más oscuros y brillantes días que -hasta ese instante- había vivido. No tenía ni tendría oro ni plata, pero era acreedor de una de las vistas más privilegiadas. Un horizonte que las ajetreadas y ruidosas ciudades del hombre en el constante avance no tenían.

Al menos, no uno como ese.

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Espero que esté bien :´V