One-shot El hombre del camino (Borges / Kafka).

Tema en 'Crossover' iniciado por Paralelo, 30 Enero 2018.

?

¿A cuál prefieres entre Borges y Kafka?

  1. Borges

    0 voto(s)
    0.0%
  2. Kafka

    100.0%
  1.  
    Paralelo

    Paralelo Viajero dimensional

    Virgo
    Miembro desde:
    16 Agosto 2012
    Mensajes:
    259
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El hombre del camino (Borges / Kafka).
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    810
    El hecho ocurrió, probablemente (pues desde entonces he dejado de confiar en el tiempo de los hombres), en enero del año 1960. Debí haberme quedado dormido en el coche que me llevaba a mi hotel en París, con los ojos abiertos, durmiendo y soñando el sueño de los que ven su futuro en tinieblas y por consiguiente tienen pavor de cerrar los ojos y descubrir que el tiempo, como sospechaban ya los griegos, avanza cuando uno no mira, sino cuando uno escucha y cree que el tiempo sigue avanzando al mismo paso para los oídos que para los ojos.

    —Le voilà —dijo el chofer—. Faites attention au bruillard, on est presque aveugle à l'exterieur.

    Y de hecho no vi yo más que un camino entre la bruma blanca. No reconocí en él nada que me recordara al hotel. Descendí y me adentré en él.

    La blancura, como una ceguera blanca, era la antítesis de la ceguera que me vaticinaba. Me gustaba más la ceguera de la bruma, mejor compañera de la noche, no podría decir que mis ojos habían perdido la luz sino que la luz era parte de mí. Con la bruma desaparecieron también los sonidos del mundo. Los habituales pasos de los parisienses no se escuchaban, nada respiraba. El mundo se había convertido en un único camino envuelto en el abrazo de la bruma. Di la vuelta, pero ya no distinguí el punto del que había partido; ambos lados del camino se veían tan infinitos, lo mismo daba ya seguir que regresar, al fin y al cabo todos los pasos conducen al mismo lugar.

    No fue mucho después que percibí una silueta borrosa caminando en la dirección contraria a la mía, una figura masculina con un traje que no pertenecía a la época ni al lugar, demasiado seguro y discreto para ser francés. Al acercarnos visualicé su rostro, de una expresión terca, debilitada por las luchas perdidas, una tras otra, alguien que, al igual que yo, seguía caminando por el simple hecho de que da lo mismo detenerse que regresar, era el rostro del hombre que se quedó con los temores y el temple del niño que alguna vez fue. No pude menos que detenerme cuando me encontré de frente con Franz Kafka.

    Se detuvo a tres metros de mí. Se dio cuenta de que lo reconocí, por lo que no hizo más que conservar el mismo semblante, como acostumbrado a encontrarse fantasmas por el camino y ahora fueran parte de su vida. Se esforzó por dar un vistazo alrededor.

    —Esta niebla es extraña —dijo distanciándose—, hace rato no estaba.

    —Voy al hotel X —dije—, ¿se va por ese camino?

    Negó tres veces con la cabeza.

    —De donde yo vengo no hay nada. Yo tengo una cita en el Castillo; me dijeron que siguiera este camino.

    —Aquí es París —dije sintiendo vergüenza.

    Me miró desconcertado, intentó mirar al final del infinito que había a mis espaldas, luego miró al infinito que había dejado atrás, y dijo:

    —Entonces estamos acá estancados. Hemos llegado al final sin conclusión.

    —Yo seguiré caminando; mis piernas aún no se cansan lo suficiente.

    Me miró entonces con cierta decepción, la de encontrarse con otra alma que no quería compartir el mismo destino que él. Luego esbozó una ligera sonrisa, tal vez la más tierna que podría poner un hombre de su aspecto sin parecer estúpido.

    Temiendo que el silencio tomara mucho protagonismo entre nosotros, dije:

    —Soy Jorge Luis Borges —y le tendí la mano.

    —Franz Kafka —me estrechó con timidez, sin apenas energía en la mano—. ¿Qué hará al llegar al hotel?

    —Probablemente salir de él de inmediato —contesté sin muchas ganas—, y ¿usted qué hará cuando llegue al Castillo?

    Él se tomó su tiempo para contestar:

    —Hace mucho que ya no quiero llegar. Veré qué excusa pongo para nunca hacerlo.

    —Si yo fuera usted, me quedaría aquí un rato más. Se está a gusto entre la niebla.

    —Sí, muy a gusto.

    Nos despedimos y cada quién continuó recorriendo el infinito que tenía hacia adelante. No sé en cuánto tiempo alcancé el otro lado y llegué al hotel. El camino seguía a mis espaldas, tal vez porque él aún no había llegado, pero yo sabía que nunca llegaría, quiera o no quiera.

    En una de mis frecuentes fantasías tuve la mala fortuna de soñar una novela llena de espejos, laberintos, lenguajes secretos y libros que no existen pero que abarcan el infinito, donde cada hecho tenga una respuesta o consecuencia igual y opuesta, recursiva y fractal hasta el infinito como un caleidoscopio. Mis sueños comenzaron ese día en que la ceguera se me quiso anticipar en su color contrario, cuando vi a aquel que, en su ahora ineludible recorrido por el infinito, nunca habría de llegar a ningún lugar, y por eso había alcanzado una inmortalidad opuesta a la de Odiseo, que perdió, buscó y encontró.
     
    • Me gusta Me gusta x 1

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso