Explícito de Naruto - EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)

Tema en 'Fanfics de Naruto' iniciado por quem, 3 Febrero 2022.

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    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    1045
    EL HIGHLANDER OSCURO
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3

    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.

    ADAPTACION© Quem



    RESUMEN

    Sasuke Uchiha había viajado a través del tiempo desde su Escocia natal del siglo XVI para salvar la vida de su hermano. Sin embargo, un maleficio había caído sobre él, y sólo en los antiguos manuscritos de los druidas escoceses podía encontrar la forma de deshacerlo. Pero en la Nueva York del siglo XXI, entre museos y colecciones privadas, conocerá a la bella experta en antigüedades Sakura Haruno, y en ese momento empezará a intuir que su salvación quizá no esté donde siempre había pensado.

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    PRIMER PRÓLOGO

    En un lugar muy difícil de encontrar para los humanos, algo parecido a un hombre —cuando estaba entre mortales le divertía hacerse llamar con el nombre de Neji Hyūga— fue hacia un estrado cubierto de seda y se arrodilló ante su reina.

    —Mi reina, El Pacto está roto.

    Mito, reina de los Tuatha de Danaan, guardó silencio durante largo tiempo. Cuando finalmente se volvió hacia su consorte, su voz goteó hielo.

    —Convoca al consejo.

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    SEGUNDO PRÓLOGO

    Miles de años antes del nacimiento de Cristo, se estableció en Irlanda una raza llamada «Tuatha de Danaan» que, con el paso del tiempo, llegó a ser conocida como la Verdadera Raza, o las hadas.

    Una civilización avanzada procedente de un mundo lejano, los Tuatha de Danaan educaron en las costumbres de los druidas a algunos de los humanos más prominentes con los que se encontraron. Durante un tiempo, los hombres y el pueblo de las hadas compartieron la tierra en paz, pero desgraciadamente surgió entre ellos una profunda disensión, y los Tuatha de Danaan decidieron seguir su camino en solitario. La leyenda afirma que fueron obligados a huir «debajo de las colinas» para buscar refugio en el interior de los llamados «montículos de las hadas». La verdad es que los Tuatha de Danaan nunca abandonaron nuestro mundo, y lo que hicieron fue establecer su fantástica corte en lugares difíciles de encontrar para los humanos.

    Después de que los Tuatha de Danaan se hubieran ido, los druidas humanos se dividieron en facciones que lucharon entre sí. Trece de ellos se volvieron hacia los caminos oscuros y —gracias a lo que les habían enseñado los Tuatha de Danaan— casi destruyeron la Tierra.

    Los Tuatha de Danaan salieron de sus lugares ocultos y detuvieron a los druidas oscuros unos momentos antes de que consiguieran dañar irreparablemente la Tierra. Despojaron de su poder a los druidas y los dispersaron por los más lejanos confines de la Tierra. Castigaron a los trece que se habían vuelto oscuros exiliándolos a un lugar situado entre las dos dimensiones, donde encerraron sus almas inmortales en una prisión eterna.

    Después los Tuatha de Danaan escogieron a un noble linaje, el de los Uchiha, para que utilizara el conocimiento sagrado con el objeto de reconstruir la Tierra y cuidar de ella. Juntos, negociaron El Pacto: el tratado que regularía la cohabitación de sus razas. Los Uchiha prestaron muchos juramentos ante los Tuatha de Danaan, el primero y más importante de los cuales fue que nunca utilizarían el poder de las piedras verticales —que otorgan al hombre que conoce las fórmulas sagradas la habilidad de moverse a través del espacio y el tiempo— en beneficio personal o para fines políticos. A cambio los Tuatha de Danaan juraron muchas cosas, la primera y más importante de las cuales fue que nunca derramarían la sangre de un mortal. Ambas razas llevan mucho tiempo respetando los juramentos hechos aquel día.

    Durante los milenios siguientes, los Uchiha fueron a Escocia y se instalaron en las Highlands, encima de lo que actualmente se conoce como Inverness. Aunque la mayor parte de su antigua historia desde el momento de su asociación con los Tuatha de Danaan se ha fundido con las nieblas de su lejano pasado y ha sido olvidada, y aunque no existe constancia de que un Uchiha se haya encontrado jamás con un Tuatha de Danaan desde entonces, nunca se han apartado del propósito de su juramento.

    Dedicados a servir al bien del mundo, ningún Uchiha ha faltado jamás a su sagrado voto. Las pocas veces que han llegado a abrir una puerta a otro tiempo dentro del círculo de piedras, ha sido siempre por la más noble de las razones: para proteger a la Tierra de un gran peligro. Una antigua leyenda sostiene que si un Uchiha rompe su juramento y utiliza las piedras para viajar a través del tiempo impulsado por propósitos personales, la miríada de almas de los druidas oscuros atrapados en el lugar intermedio tomará posesión de él y lo convertirá en el druida más malvado y aterradoramente poderoso que la humanidad haya conocido jamás.

    A finales del siglo XV, nacen los hermanos gemelos Izuna y Sasuke Uchiha. Al igual que sus antepasados antes que ellos, protegen la antigua sabiduría, cuidan de la tierra y custodian el codiciado secreto de las piedras verticales.

    Hombres de honor que no conocen la corrupción, Sasuke e Izuna son fieles servidores. Hasta que una noche fatídica, cegado por la pena durante un instante, Sasuke Uchiha viola el sagrado Pacto.

    Cuando su hermano Izuna muere, Sasuke entra en el círculo de piedras y retrocede en el tiempo para evitar su muerte. Lo consigue, pero allí entre las dimensiones es poseído por las almas de los druidas malvados, que no han olido ni tocado ni saboreado, ni hecho el amor ni danzado ni buscado el poder, durante casi cuatro mil años.

    Ahora Sasuke Uchiha es un hombre con una conciencia buena... y trece conciencias malas. Aunque todavía puede conservar la suya durante un tiempo, ese tiempo se le está terminando.

    Actualmente el druida más oscuro reside en la calle Setenta Este de Manhattan, y ahí es donde empieza nuestra historia.
     
    Última edición: 3 Febrero 2022
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    Me tome mi tiempo para no perderme ningún detalle. Me gusta mucho esto de mezclar el mundo ninja con una realidad alterna, no me esperaba dos "sasuke" (?), pero me ha llamado atención como lo has narrado. Si es complicado imaginarlo también, pero esta interesante el que Sasuke sea el problemático. Que ni me quiero imaginar cuando aparezcan los demás jo!

    Hay palabras que usaste que fueron nuevas para mí, fue divertido y el texto está muy correcto además de que es muy fluido.
    Espero poder leer más~
    ¡Saludos!
     
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    Aww, gracias uwu tenia un poco de miedo de que hubiera una falta ortográfica ya que eh estado practicando mucho para hacer mi mejor efuerzo en la escritura, algún día escribiere una de mi propia autoría ya que esta es una adaptación, que no se como me vaya a ir.
    Solo espero que en el resto de la historia sea muy bien escrita.
     
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  4. Threadmarks: CAPITULO 1
     
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
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    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
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    CAPÍTULO 1
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.

    ADAPTACION© Quem
    Época actual

    Sasuke Uchiha caminaba como un hombre y hablaba como un hombre, pero en la cama era puro animal.

    La abogada criminalista Koyuki Kazahana siempre llamaba a las cosas por su nombre, y aquel hombre era Sexo con S mayúscula.

    No era sólo su aspecto, aquel cuerpo esculpido, piel como terciopelo dorado derramado sobre acero, facciones talladas a cincel y sedosos cabellos negros. O esa sonrisa perezosa y completamente arrogante, que le prometía el paraíso a una mujer y luego hacía honor a su promesa. Satisfacción garantizada al cien por cien.

    Ni siquiera eran los exóticos ojos ónix circundados por gruesas pestañas negras bajo cejas sesgadas.

    Era lo que le hacía a ella.

    Sasuke Uchiha era sexo como nunca había tenido en su vida, y Koyuki llevaba diecisiete años practicándolo. Pensaba que ya lo había visto todo. Pero cuando Sasuke Uchiha la tocaba, era como si a Koyuki se le deshiciesen las costuras. Distante y altivo, con cada uno de sus movimientos fluidamente controlado, cuando Sasuke Uchiha le quitaba la ropa también la despojaba de toda su rígida disciplina y la convertía en una bárbara indómita. Sasuke Uchiha la follaba con la obsesiva intensidad de un condenado a muerte que será ejecutado al amanecer.

    El mero hecho de pensar en él ponía rígidas ciertas partes de su bajo vientre. Hacía que sintiera la piel tensa a lo largo de los huesos. Hacía que su respiración se volviera rápida y entrecortada.

    Ahora, de pie en la antesala, delante de las puertas vidrieras esmaltadas de su exquisito ático de Manhattan desde el que se dominaba Central Park y que parecía formar parte de él como si fuese una segunda piel —austeramente elegante, negro, blanco, cromado y duro—, Koyuki se sentía intensamente viva y con todos los nervios en tensión. Con una profunda inspiración, hizo girar el pomo y empujó la puerta.

    Nunca estaba cerrada. Como si Sasuke Uchiha no temiera nada cuarenta y tres pisos por encima de aquella ciudad tan afilada y cortante como una navaja de afeitar. Como si ya hubiera visto lo peor que podía llegar a ofrecer la Gran Manzana y le hubiera parecido un entretenimiento liviano. Como si por muy grande y muy mala que pudiera ser la ciudad, él fuese todavía más grande y más malo.

    Koyuki entró e inhaló el intenso aroma a rosas y madera de sándalo. La música clásica se esparcía por las suntuosas habitaciones —el Réquiem de Mozart—, pero ella sabía que más tarde él podía poner cualquier disco de rock duro de Nine Inch Nails y estirar su cuerpo desnudo contra la pared de ventanas que daban al invernadero, penetrándola una y otra vez hasta que Koyuki gritara la culminación de su éxtasis a las brillantes luces de la ciudad que había debajo.

    Veinte metros de codiciada fachada de la Quinta Avenida en la calle Setenta Este, y Koyuki no tenía ni idea de qué era lo que hacía él para ganarse la vida. La mayor parte del tiempo ni siquiera estaba segura de querer saberlo.

    Cerró las puertas tras ella y dejó que los pliegues suaves como la mantequilla de su chaqueta de cuero se extendieran sobre el suelo, revelando unas medias terminadas en encaje negro, unas bragas a juego y un sostén cuyas copas elevaban sus opulentos senos a la perfección. Tuvo un atisbo de su reflejo en las ventanas oscurecidas y sonrió. A sus treinta y tres años, Koyuki Kazahana tenía un aspecto magnífico. Tenía que tenerlo, pensó mientras arqueaba una ceja, con la cantidad de ejercicio que había estado haciendo en la cama de Sasuke. O encima del suelo. Acostada en el sofá de cuero. Dentro de su jacuzzi de mármol negro...

    Una súbita oleada de deseo hizo que le empezara a dar vueltas la cabeza, y respiró profundamente para calmar el ruidoso palpitar de su corazón. Cuando estaba con él se sentía insaciable. En una o dos ocasiones incluso había llegado a abrigar por unos instantes la descabellada idea de que Sasuke Uchiha quizá no fuera humano. De que tal vez fuera algún mítico dios del sexo, quizás el mismo Príapo invocado por los ávidos habitantes de la ciudad que nunca dormía. O alguna criatura surgida de leyendas olvidadas hacía ya mucho tiempo, un sidhe que poseía la habilidad de incrementar el placer, hasta extremos que los mortales no estaban hechos para paladear.

    —Mi pequeña Koyuki.

    Su voz flotó hasta ella desde el piso de arriba del dúplex de quince habitaciones, oscura y rica, con su acento escocés que le hacía pensar en humo de turba, antiguas piedras y whisky envejecido.

    Sólo Sasuke Uchiha podía llamar a Koyuki Kazahana «mi pequeña Koyuki» sin pagarlo muy caro.

    Mientras él bajaba por la escalera curvada y entraba en la sala de estar de diez metros con techos abovedados, chimenea de mármol y vista panorámica del parque, Koyuki permaneció inmóvil y se dedicó a embeberse de la visión. Sasuke llevaba unos pantalones negros de lino, y Koyuki sabía que debajo de ellos sólo había el cuerpo masculino más perfecto que hubiera visto jamás. Su mirada recorrió los anchos hombros de Sasuke, bajó por su duro pecho y sus abdominales ondulantes, se detuvo en las cuerdas gemelas de músculo que atravesaban la parte inferior de su estómago y desapareció dentro de sus pantalones, llamando al ojo para que la siguiera.

    —¿Lo bastante bueno como para comérselo? —Los ojos ónix con mota doradas de Sasuke relucieron mientras se paseaban por el cuerpo de Koyuki—. Ven. —Extendió la mano hacia ella—. Me dejas sin respiración, muchacha. Esta noche tus deseos son órdenes para mí. Sólo tienes que decírmelos.

    Su larga cabellera de medianoche, tan negra que parecía del mismo negro azulado que la sombra de su barba a la claridad ambarina de las luces indirectas, se derramaba sobre un hombro musculoso para caer hasta su cintura, y Koyuki tragó aire con una rápida inspiración. Conocía la sensación de aquellos cabellos moviéndose sobre sus pechos desnudos, excitando sus pezones para luego descender más abajo, a través de sus muslos, mientras él la llevaba a una cumbre de placer tras otra.

    —Como si necesitara decir nada. Tú ya sabes lo que quiero antes que yo misma.

    Oyó la tensión en su voz, y supo que él la oía también. Siempre la llenaba de nerviosismo lo bien que la comprendía Sasuke. Antes de que ella supiese lo que quería, él ya se lo estaba dando.

    Eso lo hacía peligrosamente adictivo.

    Él sonrió, pero la sonrisa no terminó de llegar a sus ojos. Koyuki no estaba segura de haberla visto llegar nunca. Los ojos de Sasuke nunca cambiaban, limitándose a observar y esperar. Como los ojos brillantes de un felino, los suyos se mantenían alerta pero altivos, divertidos pero alejados de todo. Ojos enormes. Ojos de depredador. Koyuki había querido preguntar en más de una ocasión qué veían aquellos ojos de tigre. Qué juicio emitían, qué diablos parecía estar esperando él que ocurriera, pero en el éxtasis de sentir su duro cuerpo contra el suyo se olvidaba por completo del tiempo, hasta que había vuelto al trabajo y ya era demasiado tarde para preguntárselo.

    Llevaba dos meses acostándose con Sasuke, y seguía sin saber más acerca de él que el día en que lo conoció en el Starbucks, enfrente del bufete de O'Leary Banks y Kazahana, del que ella era socia, en parte gracias a su padre, el viejo Kazahana, y en parte gracias a su propia dureza. Una sola mirada por encima del borde de su taza de café con leche a los casi dos metros de hombre oscuramente seductor, y Koyuki había sabido que tenía que ser suyo. Quizá tuviera algo que ver con el modo en que sus ojos se habían encontrado con los de Koyuki mientras él lamía lánguidamente la crema batida de su taza de moca, haciendo que ella se imaginara aquella lengua tan sexy ocupada en cosas mucho más íntimas. Quizá tuviera algo que ver con el puro calor sexual que desprendía. Koyuki sabía que había tenido mucho que ver con el peligro que irradiaba. Algunos días se preguntaba si en meses o años venideros se encontraría defendiéndolo, convertido él en uno de sus controvertidos clientes de altos vuelos.

    Ese mismo día en que se conocieron, rodaron sobre la blanca alfombra bereber desde la chimenea hasta las ventanas en una lucha silenciosa por hacerse con la posición suprema, hasta que llegó un momento en el que a ella ya no le importó cómo la tomara Sasuke, con tal que lo hiciera.

    Pese a su reputación de tener una lengua tan afilada como una navaja y la clase de mente que sabía cómo emplearla, Koyuki no la había usado ni una sola vez contra él. No tenía ni idea de cómo mantenía él su elevadísimo nivel de vida, cómo podía permitirse todas sus obscenamente caras colecciones de arte y armas antiguas. No sabía dónde había nacido, ni siquiera cuándo era su cumpleaños.

    Había preparado mentalmente su interrogatorio mientras trabajaba, pero las preguntas con que pretendía sondearlo siempre se le quedaban inevitablemente atascadas en la lengua nada más verlo. Ella, la interrogadora implacable en la sala de un tribunal, veía cómo se le trababa la lengua en el dormitorio de él. A veces, su lengua quedaba trabada de maneras infinitamente más placenteras. Aquel hombre era un verdadero maestro de lo erótico.

    —¿Piensas en las musarañas, muchacha? ¿O estás decidiendo cómo quieres poseerme?

    Koyuki se humedeció los labios. ¿Cómo quería poseerlo?

    Lo que quería era quitárselo de la cabeza. No perdía la esperanza de que el sexo quizá ya no fuera tan increíble la próxima vez que se acostara con él. Aquel hombre era demasiado peligroso para involucrarse emocionalmente con él. El día anterior, Koyuki se había quedado un buen rato en la iglesia después de la misa, rezando para ser capaz de superar su adicción: «Por favor, Dios mío, que sea pronto». Sí, él hacía que le ardiese la sangre, pero también había algo en él que le helaba el alma.

    Mientras tanto —irremediablemente fascinada como estaba—, sabía con toda exactitud cómo lo poseería. Siendo una mujer fuerte, Koyuki se excitaba con la fortaleza de un hombre dominante. Terminaría la noche tendida encima de su sofá de cuero. Él sujetaría sus largos cabellos en su puño y la tomaría por detrás. Le mordería la nuca cuando ella llegara al éxtasis.

    Koyuki aspiró hondo, dio un paso adelante y un segundo después ya lo tenía encima, acostándola sobre la gruesa alfombra. Labios firmes y sensuales, con un atisbo de crueldad, se cerraron sobre los suyos mientras la besaba, entornando sus ojos ónix.

    Había algo en él que rayaba en lo aterrador, pensó Koyuki mientras Sasuke le inmovilizaba las manos contra el suelo y se alzaba sobre ella, demasiado hermoso, rebosante de oscuros secretos que Koyuki sospechaba ninguna mujer llegaría a conocer jamás; y eso, aquel delgado filo de peligro, hacía que el sexo se volviera mucho más exquisito.

    Fue el último pensamiento coherente que tuvo durante un buen rato.

    .

    .

    .

    Sasuke Uchiha apoyó las palmas de las manos en la pared de ventanas y contempló la noche, su cuerpo separado de una caída de cuarenta y tres pisos por un panel de cristal. El suave zumbido de la televisión casi se perdía entre el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas. A un par de metros hacia su derecha, la pantalla de sesenta pulgadas se reflejaba en el cristal reluciente y David Boreanaz acechaba con expresión meditabunda, interpretando al protagonista de Angel, el vampiro torturado que tenía un alma. Sasuke lo contempló durante el tiempo suficiente para determinar que se trataba de una reposición, y luego dejó que su mirada volviera a dirigirse hacia la noche.

    El vampiro siempre encontraba al menos una solución parcial, y Sasuke había empezado a temer que para él nunca habría ninguna. Jamás.

    Además, su problema era un poco más complicado que el de Angel. El problema de Angel era un alma. El problema de Sasuke era una legión de ellas.

    Se pasó una mano por los cabellos y estudió la ciudad que había más abajo. Manhattan: apenas cincuenta y un kilómetros cuadrados, habitados por casi dos millones de personas. Luego estaba la metrópolis propiamente dicha, con siete millones de personas apretujadas en setecientos sesenta kilómetros cuadrados.

    Era una ciudad de proporciones grotescas para un highlander del siglo XVI, inconcebible en su inmensidad. Cuando puso los pies en Nueva York por primera vez, Sasuke pasó horas dando vueltas y más vueltas alrededor del edificio del Empire State. Con sus ciento dos pisos, diez millones de ladrillos, doce millones de metros cúbicos de espacio interior y cuatrocientos treinta y ocho metros de altura, el Empire State era alcanzado por un rayo un promedio de quinientas veces al año.

    ¿Qué clase de hombre edificaba semejantes monstruosidades?, se había preguntado. Aquello era locura pura y simple, se había maravillado el highlander.

    Y un sitio magnífico al que llamar hogar.

    La ciudad de Nueva York llamaba a la oscuridad que había dentro de él. Sasuke había establecido su morada en el palpitante corazón de la urbe.

    Hombre sin clan, exiliado y nómada, Sasuke se había librado del hombre del siglo XVI como si éste no fuera más que un plaid gastado por el uso y había aplicado su formidable intelecto de druida a la tarea de asimilar el siglo XXI: el nuevo lenguaje, las costumbres, la increíble tecnología. Aunque todavía había muchas cosas que no entendía —ciertas palabras y expresiones lo dejaban absolutamente perplejo, y lo habitual era que se encontrase pensando en gaélico, latín o griego y tuviera que apresurarse a traducir—, se había adaptado con una notable rapidez.

    Al ser un hombre que poseía el conocimiento esotérico para abrir una puerta a través del tiempo, Sasuke ya esperaba que cinco siglos hicieran del mundo un lugar completamente distinto. Su conocimiento de la sabiduría druida, la geometría sagrada, la cosmología y las leyes naturales de aquello a lo que el siglo XXI llamaba «física» habían hecho que los prodigios del nuevo mundo le resultaran mucho más fáciles de asimilar.

    Aunque eso no impedía que se quedara boquiabierto con bastante frecuencia. Lo hacía. Volar en un avión le produjo una enorme impresión. La hábil ingeniería y fabulosa construcción de los puentes de Manhattan lo habían mantenido ocupado durante días.

    La gente, todas aquellas masas de personas, lo asombraba. Sasuke sospechaba que siempre lo haría. Había una parte del highlander del siglo XVI que él nunca sería capaz de cambiar. Aquella parte siempre echaría de menos las grandes extensiones de cielo estrellado, las leguas y más leguas de colinas ondulantes, los interminables campos de brezo y las deliciosas muchachas escocesas.

    Había ido a Norteamérica porque abrigaba la esperanza de que viajar hasta encontrarse muy lejos de su amada Escocia, de lugares de poder como las piedras verticales, podría ayudar a mermar el poder del antiguo mal que llevaba dentro.

    Y lo había logrado, aunque sólo había servido para reducir la rapidez con que Sasuke descendía hacia la oscuridad, sin llegar a detener ese descenso. Día a día Sasuke continuaba cambiando... Se sentía más frío, menos unido a lo que lo rodeaba, menos aprisionado por los grilletes de la emoción humana. Más dios alejado de todo, menos hombre.

    Excepto cuando hacía el amor; oh, sí, entonces estaba vivo. Entonces Sasuke sentía. Entonces ya no flotaba a la deriva en un mar oscuro, embravecido e insondable con sólo un miserable trocito de madera al cual agarrarse. Hacerle el amor a una mujer mantenía la oscuridad a raya y restauraba su humanidad esencial. Sasuke siempre había sido un hombre de inmensos apetitos; ahora era insaciable.

    «Todavía no me he vuelto del todo oscuro», les gruñó desafiante a los demonios que se enroscaban dentro de él. Los que aguardaban su momento con una silenciosa certidumbre, su oscura marea erosionándolo tan lenta e implacablemente como el océano daba forma a una costa rocosa. Sasuke entendía muy bien sus tácticas. El verdadero mal no acometía con violencia, sino que permanecía recatadamente enroscado e inmóvil... y seducía.

    Y estaba presente allí cada día la clara evidencia de sus progresos, en las pequeñas acciones que Sasuke realizaba sin darse cuenta de lo que hacía hasta después de ocurrido. Cosas aparentemente inofensivas como encender el fuego de su chimenea con un gesto de la mano y un teine susurrado, o la apertura de una puerta o una persiana mediante un suave murmullo. O atraer a uno de los medios de transporte de aquel siglo —un taxi—sólo con una mirada impaciente.

    Cosas insignificantes, quizá, pero Sasuke sabía que tales cosas distaban mucho de ser inocuas. Sabía que cada vez que utilizaba la magia, se volvía un poco más oscuro y perdía otro fragmento de sí mismo.

    Cada día era una batalla para conseguir tres cosas: utilizar únicamente aquella magia que fuese absolutamente necesaria, a pesar de la tentación que no paraba de crecer; hacer el amor a menudo y con el mayor apasionamiento posible, y continuar recopilando y examinando los tomos en los que podía encontrarse la respuesta a la pregunta que lo consumía.

    ¿Había un modo de librarse de los oscuros? Si no..., bueno, si no...

    Volvió a pasarse la mano por los cabellos y exhaló profundamente. Con los ojos entornados, contempló las luces que parpadeaban más allá del parque mientras detrás de él, encima del sofá, la muchacha dormía con el sopor carente de sueños de quienes se encuentran completamente exhaustos. Por la mañana, círculos oscuros sombrearían los delicados huecos debajo de sus ojos, imprimiendo a sus facciones una atractiva fragilidad. Hacer el amor con Sasuke siempre le pasaba factura de algún modo a una mujer.

    Hacía dos noches, Koyuki se había humedecido los labios y observado como por casualidad que él parecía estar esperando algo.

    Sasuke sonrió y la puso boca abajo. Besó su cuerpo cálido, dulce y dispuesto a entregarse desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Pasó la lengua por encima de cada centímetro y luego la tomó, la cabalgó, y cuando hubo terminado con ella Koyuki estaba llorando de placer.

    O había olvidado su pregunta o lo había pensado mejor. Koyuki Kazahana no era ninguna idiota. Sabía que había algo más en él de lo que ella realmente deseaba llegar a saber. Quería a Sasuke únicamente para el sexo. Cosa que estaba muy bien, porque él era incapaz de nada más.

    «Espero a mi hermano, muchacha —no le había dicho él—. Espero el día en que Izuna se harte de mi negativa a regresar a Escocia. El día en que su esposa no esté tan embarazada que tema separarse de ella. El día en que finalmente reconozca lo que en el fondo de su corazón ya sabe, a pesar de lo muy desesperadamente que se aferra a mis mentiras: que soy tan oscuro como el cielo nocturno, con sólo unos cuantos puntitos de diminuta luz estrellada todavía presentes dentro de mí.»

    Oh, sí, estaba esperando el día en que su hermano gemelo cruzara el océano y viniera a por él.

    Para verlo como el animal que era.

    Si Sasuke permitía que llegara ese día, sabía que uno de los dos moriría
     
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    Luix

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    Estúpido y sensualidad Uchiha(?)

    No me lo imaginaba, la mitad del capitulo me sorprendió con cada palabra, vuelvo a repetir una y otra vez si es necesario, pero es que me gusta como lo estas exponiendo, esa vista de sentimientos mezclados con su desesperación interna y el poco miedo a la muerte típico de él. Me gusta que a pesar de que, seguramente es un poco complicado, mantengas su poco hábito de hablar y su dificultad de expresar algunas cosas,así como esa habilidad de leer al opuesto.

    Lo cierto es que el verso final me dejó impactada, hizo cruzar por mi cabeza un encuentro de dos gemelos capaces de destrozarse. Y,por su parte, Koyuki se llevó un buen premio (?) Ejem. Es decir, quiero saber más también de ella, y ver hasta donde llega con Sasuke.

    Aw, me gusta mucho y estoy deseosa por otro capítulo ~
    ¡Saludos!
     
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  6. Threadmarks: CAPITULO 2
     
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    CAPITULO 2
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    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

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    Gracias Luix por comentar uwu, te lo agradezco muchísimo espero que te guste otra capitulo de esta adaptación <3

    Unas semanas después...


    Al otro lado del océano, no en Escocia sino en Inglaterra —una tierra acerca de la que Izuna Uchiha había mantenido erróneamente en el pasado que sus druidas apenas poseían suficientes conocimientos como para tejer un simple hechizo de sueño—, tenía lugar una conversación en voz baja y apremiante.

    —¿Has establecido contacto?

    —No me atrevo a hacerlo, Daore. La transformación todavía no se ha completado.

    —¡Pero ya han transcurrido muchos meses desde que los draghar tomaron posesión de él!

    —Él es un Uchiha. Aunque no puede salir vencedor, todavía se resiste. Es el poder lo que lo corromperá, y él se niega a utilizarlo.

    Un largo silencio. Luego Daore dijo:

    —Llevamos miles de años esperando su regreso, tal como se nos prometió en la Profecía. Me he cansado de esperar. Impúlsalo a actuar. Dale una razón para que necesite el poder. Esta vez no perderemos la batalla.

    Un rápido asentimiento de cabeza.

    —Me ocuparé de ello.

    —Sé sutil, Gen. No lo alertes de nuestra existencia todavía. Cuando haya llegado el momento apropiado, yo me encargaré de ello. Y en el caso de que algo fuera mal..., bueno, ya sabes lo que has de hacer.

    Otro rápido asentimiento de cabeza, una sonrisa anticipatoria, un revoloteo de tela y su acompañante desapareció, dejándolo solo en el círculo de piedras bajo un caluroso amanecer inglés.

    El hombre que había dado la orden, Daore Dōtonbori, maestre de la secta druida de los draghar, apoyó la espalda en una piedra cubierta de musgo y se acarició distraídamente el tatuaje de la serpiente alada que llevaba en el cuello, mientras recorría los antiguos monolitos con la mirada. Alto y delgado, con el pelo rojizo entrecano, un rostro estrecho como el de un zorro y unos inquietos ojos grises a los que nunca se les pasaba nada por alto, Daore se sentía muy honrado de que un momento tan lleno de auspicios hubiera llegado durante el tiempo de su mandato. Llevaba treinta y dos años esperando aquel momento, desde el nacimiento de su primer hijo, que había coincidido con el día de su iniciación en el círculo interior de la secta. Estaban los que, como los Uchiha, servían a los Tuatha de Danaan y había otros que, como él, servían a los draghar. La secta druida de los draghar había mantenido la fe durante millares de años, transmitiendo la Profecía de una generación a la siguiente: la promesa del regreso de sus antiguos líderes, la promesa de aquel que los llevaría a la gloria. El que recuperaría todo el poder que los Tuatha de Danaan les habían robado hacía ya tanto tiempo.

    Daore sonrió. Qué apropiado era que uno de esos Uchiha tan queridos por los Tuatha de Danaan llevara ahora dentro de sí el poder de los antiguos draghar, la liga de los trece druidas más poderosos que jamás habían existido. Qué poético que uno de los que pertenecían a los Tuatha de Danaan fuera finalmente a destruirlos. Y a reclamar el lugar que los druidas tenían derecho a ocupar en el mundo.

    No en ese papel de imbéciles dedicados a recoger muérdago y abrazar a los árboles que ellos permitían que el mundo creyese que eran.

    Sino en tanto que gobernantes de la humanidad.

    .

    .

    —Tienes que estar bromeando —dijo Sakura Haruno secamente mientras se apartaba los largos rizos de la cara con ambas manos—. ¿Quieres que le lleve el tercer Libro de Manannán (y sí, ya sé que sólo es una reproducción de una parte del original, pero aun así es algo que no tiene precio) a un hombre que vive en el East Side y que probablemente se dedicará a comer palomitas mientras va pasando las páginas con sus sucias patas? No creo que pudiera leerlo. Las partes que no están en latín están en gaélico antiguo. —Con los brazos en jarras, Sakura alzó la mirada hacia su jefe, uno de los varios conservadores de la colección medieval depositada en Los Claustros y el Met—. ¿Para qué lo quiere? ¿Lo dijo?

    —No se lo pregunté —replicó Genshō, encogiéndose de hombros.

    —Oh, estupendo. No se lo preguntaste.

    Sakura sacudió la cabeza con incredulidad. Aunque la copia sobre la que descansaban delicadamente sus dedos en aquel momento no se hallaba iluminada, y sólo tenía cinco siglos de antigüedad (casi mil años más joven que los textos originales que se encontraban en el Museo Nacional de Irlanda) era un fragmento sagrado de historia, merecedor del máximo respeto y la mayor reverencia.

    No era algo que debiera ser paseado por la ciudad para confiarlo a las manos de un desconocido.

    —¿Cuánto donó? —preguntó con irritación.

    Sabía que tenía que haberse dado algún tipo de soborno. Uno no «sacaba cosas» de Los Claustros, del mismo modo en que uno no podía ir al Trinity College y pedir que le dejaran en préstamo el Libro de Kells.

    —Un skean dhu enjoyado del siglo quince y una inapreciable hoja de Damasco —dijo Genshō, sonriendo beatíficamente—. La hoja de Damasco se remonta a las cruzadas. Ambas cosas han sido autentificadas.

    Una delicada ceja se alzó. Sakura estaba tan impresionada que su indignación enseguida se disipó.

    —Uau. ¿De veras? — ¡Un skean dhu! Sus dedos se curvaron en una tensa expectación—. ¿Ya las tienes?

    Antigüedades: Sakura amaba todas y cada una de ellas, desde la cuenta de rosario tallada con la escena de la Pasión hasta los Tapices del Unicornio, pasando por la espléndida colección de aceros medievales.

    Pero amaba especialmente todos los objetos escoceses, porque le recordaban al abuelo que la había criado. Cuando los padres de Sakura murieron en un accidente de coche, Gongorō Kamakura entró en escena y llevó a la desolada niña de cuatro años a un nuevo hogar en Kansas. Orgulloso de su herencia y dotado de un apasionado temperamento escocés, su abuelo le imbuyó su amor por todo lo celta. Uno de los sueños de Sakura era ir algún día a Glengarry, para ver el pueblo en el que había nacido él, visitar la iglesia en la que se había casado con la abuela y pasear por los brezales bajo una luna plateada. Su pasaporte ya estaba preparado, esperando aquel precioso sello, y sólo le faltaba ahorrar dinero suficiente. Quizá todavía tendrían que transcurrir uno o dos años antes de que pudiera hacerlo, especialmente ahora, con lo que costaba vivir en Nueva York, pero iría. Y estaba impaciente. De niña fueron muchas las noches en que se había quedado dormida escuchando el suave acento de su abuelo, mientras tejía fantásticas historias de su tierra natal. Cuando él murió, cinco años atrás, Sakura quedó devastada por la pena. A veces, sola de noche en Los Claustros, se descubría hablándole en voz alta, sabiendo que —aunque él habría odiado la vida de ciudad todavía más que ella— se habría mostrado encantado con la carrera que había elegido su nieta. Preservar los objetos antiguos y las viejas costumbres.

    La risa de Genshō la sacó de su ensueño y sus ojos se achicaron. Genshō se burlaba de su repentina transición desde el escándalo a la fascinación. Ella se dio cuenta y volvió a fruncir el ceño. No era difícil. Un extraño iba a poner sus manos sobre un texto de valor incalculable. Sin supervisión. Quién sabía lo que podía ocurrir.

    —Sí, Sakura, ya las tengo. Y no te he pedido tu opinión acerca de mis métodos. Tu trabajo consiste en llevar los registros...

    —Genshō, tengo un máster en civilizaciones antiguas y hablo tantas lenguas como tú. Siempre has dicho que mi opinión cuenta. ¿Cuenta o no cuenta?

    —Por supuesto que cuenta, Sakura —dijo Genshō, poniéndose serio enseguida. Se quitó las gafas y empezó a limpiarse los cristales con una corbata que lucía su acumulación habitual de manchas de café y migajas de donut—. Pero si yo no hubiera accedido, él habría donado las armas al Museo Real de Escocia. Ya sabes lo feroz que es la competición por hacerse con piezas de calidad. Sabes cómo funciona este mundillo. Ese hombre es rico, es generoso, y tiene toda una colección. Puede que consigamos convencerlo para que nos haga objeto de alguna clase de donación a su muerte. Si quiere disponer durante unos días de un texto de hace quinientos años, que además es uno de los menos valorados, tendrá lo que pide.

    —Si deja aunque sea una sola mancha de palomitas en las páginas, lo mataré.

    —Precisamente ésa es la razón por la que te convencí de que vinieras aquí a trabajar para mí, Sakura: amas todas estas cosas antiguas tanto como yo. Y hoy he adquirido dos tesoros más, así que ahora sé buena y entrega el texto.

    Sakura soltó un bufido. Genshō la conocía demasiado bien. Había sido su profesor de Historia medieval en la Universidad de Kansas antes de que asumiera el cargo de conservador. Un año atrás le había seguido la pista hasta su trabajo en un deprimente remedo de museo en Kansas, y le ofreció un empleo. Aunque había sido duro dejar el hogar en el que había crecido, lleno de tantos recuerdos, una ocasión de trabajar en Los Claustros no era algo que se pudiera dejar pasar, a pesar del fuerte choque cultural que había sufrido Sakura. Nueva York era ágil, ávida y mundana, y la chica del Kansas rural se sentía irremediablemente torpe y fuera de lugar en aquel sofisticado hervidero de actividad.

    —¿Cómo?, ¿se supone que he de salir a la calle con esta cosa debajo del brazo? ¿Con el Fantasma Galo rondando por ahí fuera?

    Últimamente había habido una serie de robos de manuscritos celtas de colecciones privadas. Los medios de comunicación habían apodado al ladrón el Fantasma Galo porque sólo robaba artículos celtas y nunca dejaba ningún rastro, apareciendo y desapareciendo igual que un espectro.

    —Has que Amelia se encargue de empaquetártelo. Mi coche te está esperando enfrente de la puerta. Bill tiene el nombre y la dirección del hombre. Te llevará hasta allí y dará vueltas alrededor de la manzana mientras tú se lo subes. Y no le hagas pasar un mal rato cuando lo entregues —añadió.

    Sakura puso los ojos en blanco y suspiró, pero cogió el texto con mucho cuidado.

    Mientras salía del despacho, Genshō dijo:

    —Cuando regreses te enseñaré las armas, Sakura.

    Su tono era apaciguador pero divertido, y la llenó de irritación. Genshō sabía que ella se daría prisa en volver para verlas. Sabía que una vez más pasaría por alto lo espurio de sus métodos de adquisición.

    —Soborno. Abyecto soborno —masculló—. Y eso no me hará aprobar lo que haces.

    Pero ya ardía en deseos de tocarlas. De deslizar un dedo por el frío metal, de soñar con tiempos antiguos y lugares antiguos.

    Educada en los valores del Medio Oeste e idealista hasta la médula, Sakura Haruno tenía una debilidad, y Genshō sabía en qué consistía. Bastaba con ponerle algo antiguo en las manos para seducirla.

    ¿Y si era antiguo y, además, escocés? Dios, entonces sí que estaba perdida.

    .

    .

    .

    Algunos días, Sasuke se sentía tan antiguo como el mal que habitaba dentro de él.

    Mientras llamaba un taxi para que lo llevara hasta Los Claustros a recoger un ejemplar de uno de los últimos tomos disponibles en Nueva York que necesitaba examinar, no reparó en las miradas fascinadas que le dirigían las mujeres que pasaban por la acera. No reparó en que, incluso en una metrópoli que rebosaba diversidad, él sobresalía. No se trataba de nada que dijera o hiciese, porque a todas luces él no era sino otro hombre rico y pecaminosamente apuesto. Era simplemente la esencia del hombre. La manera en que se movía. Cada uno de los gestos de Sasuke exudaba poder, algo oscuro y... prohibido. Él era sexual de un modo que hacía que las mujeres pensaran en fantasías profundamente reprimidas, cuya expresión haría palidecer a psiquiatras y feministas.

    Pero Sasuke no se dio cuenta de nada de eso. Sus pensamientos estaban muy lejos de allí, porque seguía dando vueltas a las insensateces escritas en el Libro de Leinster.

    Ay, qué no habría dado él por poder contar con la biblioteca de su padre. A falta de ella, se había dedicado a obtener sistemáticamente los manuscritos que todavía existían, agotando sus posibilidades presentes antes de pasar a concentrarse en otras más arriesgadas, como volver a poner los pies en las islas de sus ancestros, algo que empezaba a parecer cada vez más inevitable.

    Pensando en el riesgo, Sasuke hizo una anotación mental de que debía devolver algunos de los volúmenes que había tomado «prestados» de colecciones privadas cuando los sobornos no surtieron efecto. Tenerlos en su poder durante demasiado tiempo no habría estado bien.

    Alzó la mirada hacia el reloj que había encima del banco. Las doce cuarenta y cinco. El conservador de Los Claustros le había asegurado que lo primero que haría aquella mañana sería encargarse de que le trajeran el texto, pero éste todavía no había llegado y Sasuke ya estaba harto de esperar.

    Necesitaba información, información veraz y precisa acerca de los antiguos benefactores de los Uchiha, los Tuatha de Danaan, aquellos «dioses y no dioses», como los llamaba el Libro de la Vaca Parda. Ellos eran los que habían aprisionado originalmente a los druidas oscuros en el lugar intermedio, de lo que se seguía que tenía que haber un modo de devolverlos a su prisión.

    Era imperativo que él encontrara ese modo.

    Mientras entraba en el taxi —una operación fastidiosa para un hombre de la altura y la corpulencia de Sasuke—, su atención fue captada por una joven que estaba bajando de un coche en la acera delante de ellos.

    Era distinta, y fue esa diferencia la que atrajo la mirada de Sasuke. No había en ella nada del barniz de la ciudad y por eso resultaba todavía más hermosa. Refrescantemente descuidada, deliciosamente libre del artificio con el que las mujeres modernas realzaban sus rostros, aquella joven era una auténtica visión.

    —Espere —le gruñó Sasuke al conductor mientras la observaba ávidamente.

    Cada uno de sus sentidos se inflamó con una súbita y dolorosa intensidad. Sasuke apretó los puños cuando el deseo, nunca saciado, inundó todo su ser.

    En algún lugar de la ascendencia de la muchacha había sangre escocesa. Se hallaba presente en las rizadas ondas de los cabellos rosáceos que caían alrededor de un rostro delicado, pero dotado de una mandíbula sorprendentemente firme. Se hallaba presente en aquel cutis que hacía pensar en los melocotones con crema de leche, y en los enormes ojos de color esmeralda; unos ojos que, notó Sasuke con una sonrisa levemente burlona, todavía eran capaces de contemplar el mundo con un maravillado asombro. Se hallaba presente en el fuego que ardía suavemente justo debajo de la superficie de su piel impecable. No muy alta, deliciosamente opulenta allí donde había que serlo, con una cintura esbelta y unas hermosas piernas envueltas por una ceñida falda, aquella muchacha era el sueño de un highlander exiliado.

    Sasuke se humedeció los labios y la miró, y un sonido que tenía más de animal que de humano tembló en las profundidades de su garganta.

    Cuando ella metió la cabeza por la ventanilla abierta del coche para decirle algo al conductor, la parte de atrás de la falda se le subió unos cuantos centímetros. Sasuke tragó aire con una brusca inspiración mientras se imaginaba a sí mismo detrás de ella. Todo su cuerpo se tensó de lujuria.

    Dios, era preciosa. Aquellas curvas podían hacer que hasta un muerto temblara de deseo.

    La joven se inclinó unos centímetros hacia delante, mostrando con ello un poco más de la deliciosa curva de la parte posterior de su muslo.

    Sasuke sintió que la boca se le quedaba ferozmente seca.

    «No es para mí», se advirtió a sí mismo, apretando los dientes mientras cambiaba de postura para aliviar la presión sobre su miembro, repentina y dolorosamente endurecido. El sólo llevaba a su cama chicas experimentadas. Chicas mucho mayores tanto de mente como de cuerpo. Que no olían, como ella, a inocencia. A sueños llenos de luz y un hermoso futuro.

    Sofisticadas y conocedoras del mundo, con paladares hastiados y cínicos corazones: ésas eran las mujeres a las que un hombre podía poseer para luego irse por la mañana dejándoles cualquier regalito, sin que nada hubiera cambiado.

    Ella, en cambio, era la clase de mujer que un hombre quiere tener siempre junto a él.

    —En marcha —le murmuró Sasuke al conductor, obligándose a desviar la mirada.

    .

    .

    .

    Sakura golpeó impacientemente el suelo con el pie mientras permanecía apoyada en la pared junto al mostrador de recepción.

    El muy desgraciado no estaba en casa. Llevaba quince minutos aguardando allí, con la esperanza de que apareciera. Unos momentos antes le había dicho a Billy que se fuera sin ella, que ya cogería un taxi para regresar a Los Claustros y lo cargaría en la cuenta de gastos del departamento.

    Tamborileó impacientemente con los dedos sobre el mostrador. Lo único que quería era entregar su paquete e irse. Cuanto antes se librara de él, antes podría olvidar su papel en todo aquel sórdido asunto.

    Se le ocurrió que, a menos que pudiera encontrar una alternativa, probablemente perdería el resto del día sin sacar nada de ello. Un hombre que vivía en la calle Setenta Este rodeado de semejantes lujos sería alguien acostumbrado a hacer esperar a su antojo a los demás.

    Sakura miró a su alrededor y atisbo una posible alternativa. Alisándose el vestido con una profunda inspiración, se metió el paquete debajo del brazo y atravesó con paso rápido y decidido el elegante y espacioso vestíbulo en dirección al puesto de seguridad. Dos hombres bastante entrados en carnes que lucían impecables uniformes negros y blancos enseguida centraron su atención en ella mientras se aproximaba.

    Cuando llegó a Nueva York el año anterior, Sakura supo desde el primer momento que nunca podría codearse con las mujeres de la ciudad. Elegantes y sofisticadas, ellas eran Mercedes, Jaguar y BMW, y Sakura Haruno era un... jeep, o en uno de sus días buenos quizás un Toyota Highlander. Su bolso nunca hacía juego con sus zapatos, y en realidad podía considerarse afortunada si un zapato hacía juego con el otro. No obstante, Sakura creía que había que trabajar con aquello de lo que una disponía, así que hizo todo lo que pudo para introducir un poco de encanto femenino en sus andares mientras rezaba para no romperse un tobillo.

    —Traigo una entrega para el señor Uchiha —anunció, curvando los labios en lo que esperaba fuese una sonrisa insinuante, en un intento de ablandarlos lo suficiente para que le dejaran depositar aquel maldito libro en un lugar un poco más seguro.

    Sakura no estaba dispuesta a dárselo a la adolescente llena de granos que estaba sentada detrás del mostrador de recepción. Tampoco lo dejaría en manos de aquel par de brutos.

    Dos miradas salaces la recorrieron de pies a cabeza.

    —Estoy seguro de ello, encanto —dijo el guardia de seguridad rubio. Volvió a examinarla a conciencia—. Aunque no eres su tipo habitual de chica.

    —El señor Uchiha recibe montones de entregas —dijo su compañero de pelo oscuro con una sonrisita burlona.

    «Oh, estupendo. Sencillamente estupendo. Así que ese hombre es un mujeriego. Las páginas quedarán llenas de palomitas de maíz y sólo Dios sabe qué más. Grrrr.» Pero pensándolo bien debería sentirse agradecida, se dijo unos minutos después, mientras subía al piso cuarenta y tres en el ascensor. Los guardias de seguridad la habían dejado subir al ático sin escoltarla, algo que podía calificarse de asombroso en un inmueble de lujo del East Side.

    «Déjalo en su antesala —le había dicho el rubio—, es un lugar seguro.» Pero su mirada libidinosa decía muy claramente que creía que el verdadero paquete a entregar era ella y que no esperaba volver a verla en varios días como mínimo.

    Si Sakura hubiera sabido cuán cierto era eso —que realmente aquel hombre no volvería a verla en días—, nunca habría entrado en el ascensor.

    Más tarde, también se le ocurriría pensar que si la puerta hubiera estado cerrada con llave todo habría ido bien para ella. Pero cuando llegó a la antesala del señor Uchiha, que rebosaba flores exóticas recién cortadas y estaba amueblada con elegantes sillones y magníficas alfombras, lo único que se le pasó por la cabeza fue que los de seguridad podrían dejar subir a cualquier beldad carente de cerebro, tal como acababan de hacer con ella, y que dicha beldad carente de cerebro podía arrancar una página de aquel texto inapreciable para envolver su chicle, o cualquier otra cosa igual de sacrílega.

    Así que, suspirando, se atusó los cabellos y probó suerte con una de las puertas dobles.

    Ésta se abrió en silencio girando sobre..., cielos, ¿realmente era oro lo que recubría aquellas bisagras? Sakura vio su reflejo boquiabierto en una de ellas. Algunas personas tenían más dinero que sentido común. Una sola de esas estúpidas bisagras bastaría para pagar el alquiler de su diminuto apartamento durante varios meses.

    Sacudiendo la cabeza, entró y se aclaró la garganta.

    —¿Hola? —llamó, mientras se le ocurría pensar que la puerta podía estar abierta porque el señor Uchiha había dejado allí a alguna representante de la multitud de mujeres que al parecer tenía.

    —¡Hola, hola! —volvió a llamar. Silencio. Lujo. Como ella nunca había visto antes.

    Sakura miró a su alrededor, y aun así posiblemente todo habría salido bien si no hubiera visto aquella magnífica espada escocesa de doble filo colgada encima de la chimenea en la sala de estar. La atrajo como una llama atrae a las mariposas nocturnas.

    —Oh, pero qué cosita tan preciosa —trinó, apresurándose a ir hacia ella mientras se prometía que sólo iba a dejar el texto encima de la mesa de centro de mármol, echar una rápida mirada e irse.

    Veinte minutos después estaba embarcada en una minuciosa exploración del hogar de aquel hombre, con el corazón palpitándole de nerviosismo pero demasiado, fascinada, como para detenerse.

    —¿Cómo se atreve a no echar la llave a su puerta? —gruñó mientras fruncía el ceño ante una magnífica espada medieval de hoja ancha.

    Allí estaba, despreocupadamente apoyada en una de las esquinas de la pared y lista para que alguien la robase. Aunque Sakura se enorgullecía de tener un sólido sentido de la moral, de pronto experimentó el escandaloso impulso de metérsela debajo del brazo y salir huyendo con ella.

    El lugar estaba lleno de piezas valiosas, y además ¡todas ellas de origen céltico! Armas escocesas que se remontaban al siglo XV —si su olfato para aquellas cosas no la engañaba, y rara vez lo hacía— adornaban una de las paredes de la biblioteca. Había toda una serie de galas escocesas que carecían de precio: un morral, una insignia y broches en un impecable estado de conservación reposaban junto a una pila de monedas antiguas encima de un escritorio.

    Sakura tocó, examinó, sacudió la cabeza con incredulidad.

    Si hasta entonces lo único que le inspiraba aquel hombre era disgusto, de pronto había empezado a caerle un poco mejor y ahora ya se sentía desvergonzadamente seducida por lo excelente de su gusto.

    Y la curiosidad que sentía por él iba creciendo un poco más con cada nuevo descubrimiento.

    No había fotos, notó mientras recorría las habitaciones con la mirada. Ni una sola.

    Le habría encantado saber qué aspecto tenía aquel tipo.

    Sasuke Uchiha. Menudo nombre.

    «No tengo nada contra Haruno —había dicho su abuelo a menudo—. Es un apellido magnífico, pero es tan fácil enamorarse de un escocés como de un inglés, muchacha.» Siguió una pausa cargada de sobrentendidos. Un ruidoso carraspeo. Luego, tan inevitable como la salida del sol: «De hecho, es más fácil».

    Sakura sonrió, acordándose de la de veces que la había animado él a que se procurase un apellido «como es debido».

    La sonrisa se le heló en los labios cuando entró en el dormitorio.

    Su deseo de saber qué aspecto tenía aquel hombre creció hasta entrar en el terreno de la obsesión.

    Su dormitorio, su pecaminoso y decadente dormitorio, con la enorme cama tallada a mano rodeada de cortinajes y cubierta de sedas y terciopelos, con la chimenea exquisitamente embaldosada, el jacuzzi de mármol negro dentro del que uno podía estar sentado bebiendo sorbos de champán mientras contemplaba Manhattan desde lo alto a través de una pared de ventanas. Docenas de velas rodeaban la bañera. Dos copas habían sido descuidadamente volcadas sobre la alfombra bereber.

    El aroma de él todavía perduraba en la habitación, aroma de hombre y especias y virilidad.

    El corazón de Sakura empezó a palpitar frenéticamente cuando se le ocurrió pensar en la enormidad de lo que estaba haciendo. ¡Se había puesto a fisgonear por todo el ático de un hombre muy rico y en aquel preciso instante estaba de pie en su dormitorio, por el amor de Dios! En el mismo cubil donde él seducía a sus mujeres.

    Y a juzgar por el aspecto que tenía todo, aquel hombre había sabido convertir la seducción en una de las bellas artes.

    Alfombra de lana virgen, cortinajes de terciopelo negro en torno a la monstruosa cama, sábanas de seda bajo un suntuoso cobertor de terciopelo adornado con cuentas, magníficos espejos enmarcados en plata y obsidiana merecedores de estar en un museo.

    A pesar de todos los timbres de alarma que habían empezado a sonar dentro de su cabeza, Sakura era incapaz de irse de allí. Fascinada, abrió un armario, pasó los dedos por las soberbias prendas confeccionadas a mano e inhaló el aroma del hombre, sutil e innegablemente sexual. Exquisitas botas y zapatos italianos cubrían el suelo.

    Sakura empezó a conjurar una imagen de fantasía de aquel hombre.

    Sería alto (¡Sakura no estaba dispuesta a tener niños bajitos!) y apuesto, con un cuerpo magnífico, aunque no demasiado excepcional, y un grave acento escocés. Sería inteligente, hablaría varias lenguas (para que así pudiera ronronearle al oído palabras de amor en gaélico), pero no demasiado refinado, un poco todavía por pulir en ciertos aspectos. Se olvidaría de afeitarse, ese tipo de cosas. Sería un poco introvertido y dulce. Le gustarían las mujeres no muy altas y llenas de curvas que pasaban tanto tiempo con la nariz metida en los libros que se olvidaban de depilarse las cejas, pasarse el cepillo por el pelo y ponerse maquillaje. Mujeres cuyos zapatos no siempre hacían juego.

    «Deja de soñar despierta —dijo la voz de la razón, pinchando sin ningún miramiento su burbuja de fantasía—. El guardia de la entrada dijo que no eras su tipo habitual de chica. Ahora vete de aquí, Haruno.»

    Y todavía no habría sido demasiado tarde, todavía podría haber escapado si no se hubiera acercado un poco más a aquella cama tan pecaminosa para contemplar, con una mezcla de curiosidad y fascinación, los pañuelos de seda anudados alrededor de unos postes del tamaño de pequeños troncos de árbol.

    Sakura, que se había criado con maíz de Kansas, no pudo evitar sentirse muy impresionada. Sakura, que nunca llegaba hasta el final con los hombres, se encontró... respirando de manera muy rápida y entrecortada, por decirlo suavemente.

    Apartando la mirada con un estremecimiento mientras retrocedía sobre un par de piernas que habían empezado a temblar, casi se le pasó por alto la esquina del libro que sobresalía de debajo de la cama.

    Pero a Sakura nunca se le pasaba por alto un libro. Y menos si se trataba de un libro antiguo.

    Unos momentos después, con la falda subida hasta las caderas, el bolso abandonado encima de un asiento y la chaqueta tirada en el suelo, Sakura ya había sacado el botín de su escondite: siete volúmenes medievales.

    ¡Santo Dios, se hallaba en la guarida del nefasto Fantasma Galo! Y no era de extrañar que aquel hombre tuviese tantas antigüedades: cuando quería algo, iba y lo robaba.

    Sakura se puso a cuatro patas y empezó a hurgar debajo de la cama en busca de más evidencias de sus atroces crímenes. Su opinión acerca de aquel hombre acababa de dar un brusco giro a peor.

    —Un sucio mujeriego que además se dedica a robar —masculló en voz baja—. Esto es increíble.

    Usando el pulgar y la punta del dedo índice, sacó cautelosamente de debajo de la cama un tanga de encaje negro. Aaaj. Un envoltorio de condón. Otro envoltorio de condón. Otro envoltorio de condón.

    ¡Dios! ¿Cuántas personas vivían allí?

    «Magnum—anunciaba el envoltorio con presuntuosa satisfacción—, para el Hombre Extra-Grande.» Sakura parpadeó.

    —Todavía no he probado a hacerlo debajo de la cama, muchacha —ronroneó detrás de ella una ronca voz escocesa—, pero si es así como lo prefieres, y el resto de ti es la mitad de hermoso de lo que estoy viendo, tal vez me animaría a hacerlo a tu manera.

    El corazón de Sakura dejó de latir.

    Se quedó paralizada mientras su cerebro afrontaba confusamente el dilema de luchar o huir. Con su metro sesenta escaso de estatura, luchar distaba mucho de ser la opción más prometedora.

    Desgraciadamente, el cerebro de Sakura no se acordó de procesar el hecho de que ella todavía se encontraba debajo de la cama cuando descargó en su sangre el torrente de adrenalina necesario para huir, así que lo único que consiguió fue golpearse la nuca contra la sólida estructura de madera.

    Aturdida y viendo las estrellas, Sakura empezó a tener hipo; algo muy mortificante que le sucedía siempre que se ponía nerviosa, como si estar nerviosa no fuera ya lo bastante malo.

    Sakura no necesitaba salir a rastras de debajo de la cama para saber que estaba metida en un buen lío.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4730
    CAPITULO 3
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.



    ADAPTACION© Quem

    Una mano muy fuerte se cerró alrededor de su tobillo, y Sakura soltó un gritito.

    Luego trató de soltar un gran grito, pero un hipido inoportuno hizo que se lo tragara y el corte de respiración la dejó jadeando.

    Con un tirón implacable, él la sacó de debajo de su cama.

    Sakura se sujetó frenéticamente la falda con ambas manos, tratando de evitar que se le quedara atrapada alrededor de la cintura mientras se veía inexorablemente arrastrada hacia atrás. Lo último que quería era aparecer con el culo al aire. Con aquella falda en particular se le marcaba bastante la línea de las bragas (no se la ponía muy a menudo por esa razón y porque había ganado un poco de peso y la falda le quedaba un tanto ceñida), así que aquel día sólo llevaba unos pantis sin bragas. No era algo que ella hiciese con frecuencia. Y había tenido que hacerlo precisamente aquel día.

    Cuando estuvo fuera de la cama, él le soltó el tobillo. Sakura quedó tendida boca abajo sobre la alfombra, hipando mientras se estrujaba los sesos en un desesperado esfuerzo por pensar.

    Él estaba detrás de ella; podía sentir su presencia y que estaba mirándola. En silencio.

    En un terrible, espantoso, desconcertante silencio.

    Tragándose un nuevo ataque de hipo e incapaz de armarse del valor necesario para mirar detrás de ella, Sakura dijo jovialmente, en su mejor tono de jovencita simpática:

    Je ne parle pas anglais. Parlez-vous françáis? —Luego, con un envarado acento francés (fingir ser tonta en latín le parecía demasiado descabellado)—: ¡Servicio de habitaciones! —Hipo—. Yo limpio el dormitorio de usted, oui? —Hipo.

    Nada. Todavía silencio detrás de ella. Iba a tener que mirarlo.

    Incorporándose con mucho cuidado sobre las manos y las rodillas, Sakura se alisó la falda, pasó a sentarse en el suelo y luego consiguió alzarse sobre sus temblorosas piernas. Todavía demasiado alterada para hacer frente al hombre, enfocó la mirada en un vaso y un plato vacíos sobre una mesa junto a la cama y determinada a convencerlo de que era una doncella del servicio de habitaciones, los señaló mientras trinaba:

    —Platos susios. Vous aimez que yo lave, oui?

    Hipo.

    Silencio, pesado y lleno de tensión. Un tenue rumor. ¿Qué estaba haciendo él?

    Respirando con profundas inspiraciones, Sakura se volvió lentamente. Y entonces toda la sangre huyó de su rostro. Reparó en dos cosas al mismo tiempo, una completamente irrelevante, la otra terriblemente significativa: él era el hombre más devastadoramente hermoso que había visto en toda su vida, y sostenía el bolso de ella en una mano mientras le quitaba la pila a su móvil con la otra.

    Después dejó caer la pila al suelo y la aplastó bajo su bota.

    —¿S-s-servicio de habitaciones? —graznó ella, y luego volvió a recurrir al francés, demasiado nerviosa para hacer algo más que balbucear, entre hipido e hipido, la conversación elemental sobre el tiempo que había aprendido en primero de francés, pero eso él no lo sabría.

    —De hecho no está lloviendo, muchacha —dijo secamente él, en el idioma de ambos y con un pronunciado acento escocés—. Aunque he de admitir que éste es uno de los escasos momentos de la última semana en los que no ha estado lloviendo.

    Sakura sintió que se le caía el alma a los pies. Oh, maldición... ¡debería haber probado a hablar griego!

    —Sakura Haruno —dijo él, arrojándole su permiso de conducir.

    Ella estaba demasiado aturdida para que le fuese posible atraparlo al vuelo, y el permiso rebotó en su cuerpo y cayó al suelo.

    Mierda. Merde. Menudo desastre.

    —De Los Claustros. Hace un cuarto de hora he estado con tu jefe. Ha dicho que me esperabas aquí. Nunca habría imaginado que quería decir que estarías en mi cama.

    Ojos peligrosos. Ojos hipnóticos. Se clavaron en los suyos y Sakura no pudo apartar la mirada.

    —Debajo de la cama —balbució, abandonando su exagerado acento francés—. Estaba debajo de la cama, no en ella.

    La sensual boca de él se curvó con el atisbo de una sonrisa. La tenue diversión no llegó a extenderse a sus ojos.

    «Oh, Dios», pensó ella mientras lo miraba con los ojos muy abiertos. Su vida muy probablemente corría peligro y lo único que podía hacer era quedarse mirándolo.

    Aquel hombre era hermoso. Increíble, aterradoramente hermoso. Sakura nunca había visto un hombre así. Él era cada una de sus más oscuras fantasías súbitamente dotada de vida. La sangre escocesa se hallaba claramente presente en aquellas facciones que parecían haber sido talladas a cincel.

    Ataviado con pantalones negros, botas negras, un suéter de color crema y una chaqueta de cuero muy suave, tenía una sedosa cabellera negra como la medianoche que llevaba recogida en la nuca para apartarla de un rostro salvajemente masculino. Labios firmes y sensuales, el inferior mucho más carnoso que el superior, nariz orgullosa y aristocrática, cejas oscuras y suavemente inclinadas, una estructura ósea por la que un modelo de pasarela estaría dispuesto a morir. La sombra de una barba perfectamente esculpida oscurecía su mandíbula perfecta.

    Un metro noventa y cinco como mínimo, pensó ella. Una constitución magnífica.

    La gracia de un animal salvaje.

    Los exóticos ojos negros con motas doradas, peligrosos como los de un gran felino.

    De pronto Sakura se sintió como un trozo de carne fresca.

    —Se diría que tenemos un pequeño problema, muchacha —observó él con una sedosa amenaza en la voz mientras daba un paso hacia ella.

    El hipo de Sakura se desvaneció al instante. El terror podía surtir ese efecto. Siempre daba mucho mejor resultado que una cucharadita de azúcar o una bolsa de papel.

    —Le aseguro que no sé de qué me habla —mintió desesperadamente—. Vine a entregar el texto y siento muchísimo, haberme dejado distraer por todos sus hermosos tesoros, y me disculpo sinceramente por haber invadido su hogar, pero Genshō me espera en el despacho, de hecho ahora mismo Bill está esperándome en la entrada, y no veo que haya ningún problema. —Lo contempló con los ojos muy abiertos y se concentró en ofrecer un aspecto lo más suave, estúpido y femenino posible—. ¿Qué problema? —Púdico aleteo de pestañas—. No hay ningún problema.

    Él no dijo nada y se limitó a dejar que su mirada bajara hacia los textos robados esparcidos alrededor de los pies de Sakura entre tangas y envoltorios de condón. Ella también bajó la mirada.

    —Bueno, sí, no cabe duda de que tiene usted una vida amorosa muy activa —murmuró vacuamente—. Pero no se lo tendré en cuenta. —«¡Mujeriego!»

    La mirada que le lanzó él hizo que el fino vello de su nuca se le pusiera de punta.

    Después su mirada volvió a dirigirse significativamente hacia los tomos.

    —¡Oh! Se refiere a esos libros. Así que le gustan los libros —dijo alegremente—. No pasa nada. —Se encogió de hombros.

    Una vez más él no dijo nada y se limitó a mantenerla paralizada con aquella intensa mirada dorada. ¡Dios, aquel hombre era impresionante! Hacía que Sakura se sintiera como... como Rene Russo en El secreto de Thomas Crown, lista para unir su destino al del ladrón. Huir a tierras exóticas. Pasear con los pechos al aire por una terraza que daba al mar. Vivir más allá de la ley. Acariciar sus antigüedades cuando no estuviera ocupada acariciándolo a él.

    —Ay, muchacha —dijo él, sacudiendo la cabeza—. No soy idiota, así que no me insultes con mentiras. Salta a la vista que sabes con toda exactitud qué son esos libros. Y de dónde han salido —añadió suavemente.

    Viniendo de él, la suavidad era peligrosa. Sakura lo supo de manera instintiva. En aquel hombre la suavidad significaba que se disponía a hacer algo que no sería del agrado de ella.

    Y lo hizo.

    Acorralándola con su poderoso cuerpo, la obligó a retroceder hacia la cama y le asestó un ligero empujón que la hizo caer de espaldas sobre el lecho.

    Luego se dejó caer tras ella con la gracia de un tigre, dejándola atrapada entre el colchón y su cuerpo.

    —Juro que no se lo contaré a nadie —se apresuró a farfullar Sakura—. No me importa. Si usted tiene los libros, por mí de acuerdo. No siento absolutamente ningún deseo de acudir a la policía o nada semejante. Ni siquiera me gusta la policía. La policía y yo nunca nos hemos llevado bien. En una ocasión me pusieron una multa por ir a ochenta y cinco en una zona donde el límite de velocidad era ochenta. ¿Cómo quiere que me caigan bien después de eso? Me importa un comino si ha robado usted la mitad de la colección medieval del Met, en serio, de veras, ellos tienen seis mil piezas, así que aunque les falten unos cuantos, nadie se dará cuenta. Sé guardar muy bien los secretos —prácticamente chilló—, eso se lo puedo asegurar, de veras, lo juro por estas que son cruces y espero que... ejem, no se me escapará ni una sola palabrita al respecto. Mantendré la boca cerrada. A partir de ahora ésa va a ser mi consigna. Y puede estar seguro de que...

    Los labios de él se llevaron el resto de sus palabras junto con su aliento.

    «Oh, sí. Rene Russo al habla.»

    Aquellos labios tan sensuales, encima de los suyos, rozándolos suavemente mientras los saboreaban. Pero sin tomar nada.

    Y por un instante completamente insensato, Sakura quiso que él la tomara. Quiso que aplastara su boca con un beso ávido, salvaje y devastador, que la ayudara a poner al rojo vivo ese botón del amor que en su caso nunca había llegado a rozar la tibieza. Aquel hombre llenaba la cabeza de una mujer con fantasías que Sakura hubiese jurado no tener. Sus labios traicioneros se separaron de los suyos. Miedo, se dijo a sí misma, sólo que el miedo podía traducirse rápidamente en excitación. Había oído hablar de casos en los que una persona hacía frente a la muerte segura con una repentina descarga sexual que se negaba a disiparse.

    Tan extraña e intensamente excitada se hallaba que ni siquiera reparó en que él le estaba atando un pañuelo alrededor de la muñeca hasta que hubo terminado de apretar el nudo, y entonces ya era demasiado tarde y ella estaba atada a su cama. Su pecaminosa, decadente cama. Moviéndose con una celeridad y una gracia inhumanas, él ató diestramente su otra muñeca al poste más alejado.

    Sakura abrió la boca para gritar, pero él se la cubrió con una poderosa mano. Yaciendo encima de ella, con los ojos clavados en los suyos, le habló en voz muy baja y suave, articulando cada palabra con mucho cuidado:

    —Si gritas, me veré obligado a amordazarte. Prefiero no hacerlo, muchacha. Tampoco hay que olvidar que de todas maneras aquí arriba nadie puede oírte. La elección es tuya. ¿Qué va a ser?

    Levantó la mano imperceptiblemente, justo lo suficiente para poder oír su réplica.

    —N-no me hagas daño —susurró ella.

    —No tengo ninguna intención de hacerte daño, muchacha.

    Ella se dispuso a decir que aun así se lo estaba haciendo, y entonces se dio cuenta con un súbito rubor de que aquella cosa dura que se le clavaba en la cadera no era el cañón de un enorme revólver Magnum, sino un arma de una clase enteramente distinta.

    Él tuvo que haber visto algo en sus ojos, porque se elevó unos centímetros por encima de ella.

    Lo cual significaba, concluyó Sakura con un inmenso alivio, que no iba a violarla. Un violador se habría desplazado unos cuantos centímetros hacia la derecha, y no hubiese subido sus caderas.

    —Me temo que voy a tener que mantenerte aquí durante un tiempo, muchacha. Pero no sufrirás daño alguno. Te lo advierto, no obstante: un grito, un ruido fuerte, y te amordazaré.

    No había misericordia en su mirada. Sakura sabía que hablaba en serio. Podía elegir entre estar atada, o atada y amordazada.

    Sacudió la cabeza y luego asintió, bastante confusa porque no sabía si se suponía que tenía que decir que sí o que no.

    —No gritaré —prometió envaradamente.

    «De todas maneras aquí arriba nadie puede oírte.» Dios, eso probablemente era cierto. A aquella altura las paredes del edificio eran muy gruesas, no había nadie encima de ellos, y a los integrantes de la élite siempre se les dejaba vivir a su aire a menos que solicitaran algo. Probablemente podía gritar hasta quedarse sin voz, y aun así no vendría nadie.

    —Buena chica —dijo él, levantándole la cabeza con la palma de una mano y deslizando una mullida almohada debajo de ella.

    Luego, en un movimiento tan rápido como lleno de gracia, se apartó de la cama y salió del dormitorio, cerrando la puerta tras él y dejando a Sakura sola, atada con un par de pañuelos de seda a la pecaminosa cama del Fantasma Galo.

    .

    .

    .

    Ella era la clase de mujer que un hombre siempre mantiene a su lado.

    Sasuke maldijo suavemente en cinco lenguas distintas al recordar lo que había estado pensando hacía un rato, y se asestó unas cuantas palmadas enérgicas por encima de los pantalones. Aquello no ayudó en nada. De hecho, sólo sirvió para empeorar las cosas.

    Aquella parte de él siempre agradecía cualquier clase de atención que se le prestara.

    Con el ceño fruncido, fue a la pared de ventanas y contempló la ciudad sin verla.

    No había sabido llevarlo muy bien. La había asustado. Pero no había sido capaz de ofrecerle palabras tranquilizadoras, porque había tenido que alejarse de ella a toda prisa ya que de lo contrario le hubiese dado a su sangre lo que estaba pidiendo a gritos. Aunque se dijo a sí mismo que había apretado sus labios contra los de ella únicamente para distraerla mientras la ataba, Sasuke la había besado porque necesitaba hacerlo, porque no había podido evitarlo. Había sido un breve y dulce saborear sin lengua, porque de haber llegado a cruzar aquella barrera, hubiese estado perdido. Yacer encima de ella ya había sido una auténtica agonía, porque sentía cómo la oscuridad crujía y se retorcía dentro de él y sabía que el tomarla la haría retroceder. Sintiéndose helado y hambriento, Sasuke había hecho un desesperado esfuerzo por ser humano y bondadoso.

    Había ido a Los Claustros, complacido por la firmeza con que había sabido alejar de su mente todos los pensamientos relacionados con la joven escocesa. Una vez allí, había descubierto que el paquete estaba en camino hacia él, mientras que él se había puesto en camino hacia el paquete. Cubriéndolo de atenciones y miramientos, el conservador le había asegurado que Sakura Haruno estaría esperándolo, dado que alguien llamado Bill ya había regresado después de dejarla en la casa de él.

    Pero la muchacha no estaba en la entrada y Seguridad, con numerosos guiños y sonrisas, le había dicho que su entrega lo esperaba arriba.

    Al no encontrar a la mujer del museo en la antesala, Sasuke había ido a mirar a la sala de estar y entonces había oído ruidos en el piso de arriba.

    Había subido la escalera con rápidas zancadas y entrado en su dormitorio, donde descubrió el par de piernas más preciosas que hubiera visto jamás, sobresaliendo de debajo de su cama. Suculentos muslos, que enseguida quiso mordisquear, esbeltos tobillos, hermosos piececitos envueltos en unos delicados zapatos de tacón.

    Magníficas piernas femeninas. Cama.

    Aquellas dos cosas en estrecha proximidad siempre hacían que toda la sangre huyera de su cerebro.

    Las piernas le parecieron alarmantemente familiares y Sasuke se dijo que debían de ser imaginaciones suyas.

    Entonces la sacó de debajo de la cama tirando de un tobillo y confirmó la identidad de la muchacha que iba unida a aquellas piernas celestiales, y la sangre enseguida empezó a hervir en sus venas.

    Espoleado por una legión entera de fantasías mientras contemplaba el hermoso trasero de aquella joven tendida boca abajo en el suelo, Sasuke necesitó unos instantes para reparar en lo que había alrededor de la chica.

    Los libros que él había «tomado prestados».

    Lo último que necesitaba era ser perseguido por los defensores de la ley del siglo XXI. Tenía mucho que hacer, y muy poco tiempo para hacerlo. No podía permitirse ninguna clase de complicaciones.

    Todavía no estaba preparado para abandonar Manhattan. Había dos últimos textos que necesitaba examinar.

    ¡Por Amergin, y pensar que ya casi había terminado! Unos cuantos días como mucho. ¡No necesitaba aquello! ¿Por qué ahora?

    Inhaló profundamente y exhaló muy despacio. Repitió el proceso varias veces.

    Sasuke se dijo que no le había quedado otra elección. Sí, atarla sin perder un instante había sido lo más sensato que podía hacer. Durante los próximos días, hasta que hubiera terminado, tendría que mantenerla cautiva.

    Aunque podía utilizar la magia, recurriendo a un hechizo de la memoria para hacerle olvidar lo que había visto, no quería correr ese riesgo. Los hechizos de la memoria eran complicados y solían causar serios daños, porque casi siempre se llevaban consigo más memoria de la que se había pretendido en un principio, pero además él sólo utilizaba la magia si no había ninguna manera humana de manejar la situación. Sasuke sabía el precio que pagaba cada vez que utilizaba la magia. Pequeños hechizos para obtener los textos que necesitaba eran una cosa, pero lo otro era demasiado arriesgado.

    No. Nada de magia. La joven tendría que soportar un breve período de cómodo cautiverio mientras él terminaba de traducir los últimos tomos, y luego se iría y la dejaría en libertad en algún punto del camino.

    «¿Del camino hacia dónde? —quiso saber su conciencia—. ¿Finalmente has aceptado que tendrás que regresar?»

    Sasuke suspiró. Los últimos meses habían confirmado lo que él ya sospechaba. Sólo había dos sitios en los que era posible encontrar la información que necesitaba: en los museos de Irlanda y Escocia, o en la biblioteca de los Uchiha.

    Y la biblioteca de los Uchiha era con mucho el mejor de los dos.

    Sasuke había estado evitándola a toda costa, porque ir allí traería consigo una miríada de peligros. La tierra de sus antepasados haría que la oscuridad que llevaba dentro se volviese más fuerte, pero además temía enfrentarse a su hermano gemelo. Porque tendría que admitir que había mentido. Porque tendría que admitir lo que era.

    Aquella amarga discusión con su padre, Fugaku, mientras veía la ira y la decepción en sus ojos ya había sido bastante dura. Sasuke no estaba seguro de si llegaría a estar preparado alguna vez para comparecer ante su hermano gemelo, el hermano que nunca había roto un juramento en su vida.

    Desde el día en que rompió su juramento y se volvió oscuro, Sasuke no había vuelto a llevar los colores de su clan, aunque un trozo de un viejo plaid de los Uchiha permanecía guardado debajo de su almohada. Algunas noches, después de que hubiera metido en un taxi a la mujer de turno (aunque Sasuke hacía el amor con muchas, nunca pasaba la noche con ninguna), lo apretaba entre sus dedos, cerraba los ojos y se imaginaba que volvía a estar en las Highlands. Un hombre sencillo, nada más.

    Lo único que quería era encontrar una solución al problema, una manera de librarse de los oscuros por sus propios medios. Entonces recuperaría su honor. Entonces podría presentarse orgullosamente ante su hermano y reclamar su herencia.

    «Si esperas mucho más —le advirtió aquella voz que nunca lo dejaba en paz—, puede que ya no quieras reclamarla. Puede que entonces ya ni siquiera entiendas lo que significa.»

    Sasuke obligó a sus pensamientos a apartarse de aquel curso tan desagradable, y éstos se volvieron con una alarmante intensidad hacia la muchacha atada a su cama. Vulnerable y desvalida, atada a su cama.

    Un pensamiento peligroso, aquél. Parecía como si ahora ya sólo fuese capaz de tener pensamientos peligrosos.

    Pasándose una mano por el pelo, Sasuke se obligó a concentrar su atención en el texto que había dejado sobre la mesa de centro, procurando no pensar en el desconcertante hecho de que una parte de él, al mirar a aquella joven tan próxima a su cama, había dicho:

    «Mía».

    Como si desde el momento en que la había visto, reclamarla como suya fuese tan inevitable como que al día siguiente saliera el sol.

    .

    .

    .

    Unas horas después, las volátiles emociones de Sakura ya habían agotado todo su repertorio. Había agotado el miedo, luego había pasado un rato zambulléndose con alegría en la indignación contra su captor, y ahora estaba profundamente disgustada consigo misma por su impetuosa curiosidad.

    «Eres tan curiosa como una gatita, Sakura, pero un gato tiene siete vidas —solía decir su abuelo—. Tú sólo tienes una. Ten cuidado con adonde te lleva.»

    «Y que lo digas», pensó Sakura mientras escuchaba atentamente para ver si podía oír al ladrón moviéndose por allí fuera. Su ático disponía de uno de esos sistemas de alta fidelidad, que llevan la música a cada habitación y, después del molesto estruendo de una canción heavy sospechosamente parecida a aquel tema de Nine Inch Nail cuya radiodifusión había sido prohibida hacía unos años, él puso música clásica. Durante las últimas horas Sakura había sido obsequiada con una serie de conciertos para violín. Si la intención era relajarla, no estaban surtiendo efecto.

    Que le picara la nariz y que el único modo de rascársela fuese enterrando la cara en las almohadas de él y sacudiendo la cabeza tampoco ayudaba en nada.

    Sakura se preguntó cuánto tiempo tendría que transcurrir antes de que Bill y Genshō empezaran a preguntarse dónde se había metido. Porque seguro que se pondrían a buscarla, ¿verdad?

    No.

    Aunque ambos dirían que Sakura nunca se apartaba de la rutina, ninguno de los dos interrogaría o acusaría a Sasuke Uchiha. Después de todo, ¿quién que estuviera en sus cabales podía creer que aquel hombre fuera nada más que un rico coleccionista de arte? Si se le preguntaba al respecto, su captor se limitaría a decir:

    «No, ella dejó el paquete y luego se fue, no tengo ni idea de adónde puede haber ido». Y Genshō lo creería, y nadie intentaría ir más allá, porque alguien como Sasuke Uchiha no era la clase de hombre al que uno interroga o acosa. Nadie llegaría a imaginárselo jamás como un secuestrador o un ladrón. Ella era la única que sabía cómo era en realidad, y sólo porque se había prendado tontamente de sus antigüedades y luego había ido a fisgar dentro de su dormitorio.

    No; aunque Genshō podía enviar allí a Bill aquella tarde, o más probablemente a la mañana siguiente, para que preguntara cuándo se había ido Sakura, la cosa se quedaría en eso. Cuando hubieran transcurrido uno o dos días, imaginaba ella, Genshō empezaría a preocuparse de verdad, la telefonearía a casa, pasaría por allí e incluso comunicaría su desaparición a la policía, pero en Nueva York las desapariciones inexplicadas eran algo que ocurría continuamente.

    Sí, estaba metida en un buen lío.

    Sakura suspiró, sopló para apartarse de la cara un mechón de pelo que le hacía cosquillas y volvió a ejecutar el numerito de la nariz en la almohada. Olía bien, el muy canalla. Mujeriego, prepotente, amoral, vil entre los viles, culpable de robo, profanador de textos inocentes.

    —Ladrón —musitó Sakura con un pequeño mohín.

    Inhaló, y luego se contuvo. No iba a apreciar el aroma de aquel hombre. No iba a apreciar ni una sola cosa relacionada con él.

    Con un suspiro, Sakura se retorció cama arriba hasta que quedó apoyada contra la cabecera, en una posición casi erguida.

    Estaba atada a la cama de un desconocido. Que además era un criminal.

    —Sakura Haruno, tienes toda clase de problemas —murmuró mientras ponía a prueba por centésima vez sus ligaduras de seda.

    Estas le concedieron una pequeña libertad de movimientos, sin que cedieran en lo más mínimo. Aquel hombre sabía hacer nudos.

    ¿Por qué no le había hecho daño?, se preguntó. Y dado que no se lo había hecho, ¿qué planeaba hacer con ella? Los hechos eran bastante simples y muy horripilantes: había conseguido introducirse en la guarida de un experto, escurridizo y muy concienzudo ladrón de primera categoría. No un ladronzuelo cualquiera o un atracador de bancos, sino un genio del robo que entraba en lugares imposibles y robaba fabulosos tesoros.

    Aquello no era un delito cualquiera.

    Lo que dependía de su silencio no eran unos cuantos miles de dólares, sino bastantes millones.

    Sakura se estremeció. Aquel pensamiento tan sombrío podía arrastrarla directamente a la histeria o, como mínimo, a un ataque de hipo potencialmente mortal. Buscando desesperadamente alguna distracción, se acercó al borde de la cama todo lo que le permitían sus ligaduras y bajó la mirada hacia los textos robados.

    Suspiró con anhelo, ardiendo en deseos de tocarlos. Aunque no eran originales —cualquier original que mereciese ser conservado se encontraría a buen recaudo en la Royal Irish Academy o en la biblioteca del Trinity College—, eran soberbias copias de finales de la Edad Media. Una de ellas se había abierto al caer, revelando una preciosa página de escritura irlandesa en mayúsculas donde cada una de las letras había sido gloriosamente embellecida mediante el intrincado motivo de nudos por el que eran famosos los celtas.

    Había una copia del Lebor Laignech (el Libro de Leinster), del Lebor na hUidre (el Libro de la Vaca Parda), el Lebor Gabála Erenn (el Libro de las Invasiones), y varios textos menores del Ciclo Mitológico.

    Fascinante. Todos ellos referentes a los primeros días de Eire, o Irlanda. Llenos de historias sobre los partolonianos, los nemedios, los fir bolg, los Tuatha de Danaan y los milesios. Ricos en leyenda y magia, e interminable objeto de debate por parte de los estudiosos.

    ¿Por qué los quería aquel hombre? ¿Estaría vendiéndolos para costearse todos sus fabulosos lujos? Sakura sabía que existían coleccionistas privados a los que les daba igual de dónde procediese el artículo, con tal de que pudieran tenerlo en su poder. Siempre había un mercado para las antigüedades robadas.

    Pero, pensó con un creciente desconcierto, él sólo tenía objetos célticos. Y Sakura sabía sin lugar a dudas que la mayoría de las colecciones que había saqueado para hacerse con aquellos textos alardeaban de contar con piezas mucho más valiosas procedentes de muchas culturas distintas. Piezas que aquel hombre no se había llevado.

    Lo cual significaba que, por la razón que fuese, era un ladrón altamente selectivo y que no obraba motivado únicamente por el valor del objeto.

    Sakura sacudió la cabeza, perpleja. No tenía ningún sentido. ¿Qué ladrón no estaba motivado por el valor del objeto? ¿Qué ladrón robaba un texto menos valorado y dejaba sin tocar docenas de artículos más valiosos una vez que se había tomado la molestia de abrirse paso a través de los sistemas de seguridad? Y ¿Cómo conseguía abrirse paso a través de los sistemas de seguridad? Las colecciones que había robado contaban con algunos de los sistemas antirrobo más sofisticados del mundo, y atravesarlos requería auténtico genio.

    La puerta se abrió de pronto, y Sakura se apresuró a apartarse del borde de la cama al tiempo que adoptaba su expresión más inocente.

    —¿Tienes hambre, muchacha? —dijo él con su marcado acento escocés, asomando la cabeza por la puerta parcialmente abierta.

    —¿Q-qué?

    Sakura parpadeó. ¿El muy desgraciado no sólo no la mataba, sino que además iba a darle de comer?

    —¿Tienes hambre? Me estaba preparando algo para comer y se me ocurrió pensar que tal vez te apeteciera.

    Sakura dedicó unos momentos a reflexionar. ¿Tenía hambre? Estaba hecha un lío. Pronto tendría que usar el cuarto de baño. La nariz le picaba furiosamente y se le había vuelto a subir la falda. Y entre todo aquello, sí, tenía hambre.

    —Ajá —dijo recelosamente.

    Sólo después de que él se hubiera ido se le ocurrió pensar que quizás ése era el modo en que iba a librarse de ella: ¡envenenándola!


     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    3745
    CAPITULO 4
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.


    ADAPTACION© Quem

    Salmón escalfado, arenques y erizos de mar. Una ensalada adornada con nueces y moras. Un plato de quesos escoceses, mermelada y rebanadas de pan. Vino que chispeaba dentro de las copas Baccarat.

    ¿Muerte por suculenta comida escocesa y cristal de la mejor calidad?

    —Pensaba que recibiría un bocadillo de mantequilla de cacahuete o algo por el estilo —dijo Sakura cautelosamente.

    Sasuke dejó el último plato sobre la cama, la miró y sintió que todo el cuerpo se le ponía tenso. Dios, era como una fantasía que hubiera cobrado vida en su cama, allí sentada con la espalda apoyada en la cabecera y las muñecas atadas a los postes. Toda ella era suaves curvas, con la falda subida sobre sus delicados muslos para provocar a Sasuke con atisbos prohibidos, y un suéter muy ajustado ciñendo sus opulentos pechos, los cabellos en desorden alrededor de la cara, los ojos tempestuosos muy abiertos. No le cabía ninguna duda de que todavía era doncella. La forma en que había respondido a su breve beso así se lo había indicado. Sasuke nunca había tenido en su cama a una joven semejante. Ni siquiera en su propio siglo, donde las muchachas decentes siempre se mantenían prudentemente alejadas de los hermanos Uchiha. Los rumores sobre «esos hechiceros paganos» habían abundado en las Highlands. Aunque las mujeres experimentadas, las casadas y las sirvientas habían buscado ávidamente las camas de los dos hermanos, incluso éstas rehuían cualquier vínculo permanente.

    «Se sienten atraídas por el peligro, pero nunca se les pasará por la cabeza llegar a vivir con él —había dicho Izuna en una ocasión con una amarga sonrisa—. Les gusta acariciar el sedoso pelaje de la bestia, sentir su poder y su salvajismo. Pero no te dejes engañar por eso, hermano: nunca, nunca permitirán que la bestia se acerque a los niños.»

    Bueno, ya era demasiado tarde. Ahora ella estaba con la bestia tanto si le gustaba como si no.

    Sólo con que se hubiera quedado en la calle, habría estado a salvo de él. Sasuke la habría dejado en paz.

    Hubiese hecho lo honorable y la habría borrado de su mente. Y si luego hubiera vuelto a encontrarse con ella por casualidad, habría dado media vuelta fríamente para alejarse en dirección opuesta.

    Pero ya era demasiado tarde para el honor. Ella no se había quedado en la calle como una buena chica. Estaba allí, en su cama. Y él era un hombre, uno que no tenía nada de honorable.

    «¿Y cuando la dejes?», sisearon los harapos de su honor.

    «La dejaré tan profundamente satisfecha por el placer que le habré dado que nunca lo lamentará. Uno de esos idiotas que no saben lo que se traen entre manos le haría daño. Yo la despertaré de maneras que ella nunca olvidará. Le daré fantasías que caldearán sus sueños durante el resto de su vida.»

    Y ése fue el fin de aquella discusión, en lo que a él concernía. Sasuke la necesitaba. La oscuridad que había dentro de él se volvía incontrolable sin una mujer. Ya no disponía de la opción de hacerle pasar un buen rato a Koyuki, o a cualquier otra mujer, en su hogar. Pero la seducción, no la conquista, era el plato principal que se serviría en la mesa aquella noche. Sasuke le daría la noche, quizás el día siguiente, pero ir más allá habría sido conquista.

    —¿Así que, hum, vas a desatarme?

    Con un esfuerzo, Sasuke apartó la mirada de su falda subida. De todos modos ella había juntado las rodillas. «Eres una chica muy lista —pensó sombríamente—, pero eso no te servirá de nada.»

    —No puedes retenerme aquí —dijo ella con voz gélida.

    —Oh, sí que puedo.

    —Me buscarán.

    —Pero no aquí. Nadie vendrá a interrogarme, eso ya lo sabes.

    Cuando se sentó en la cama de cara a ella, vio cómo se apresuraba a retroceder contra la cabecera.

    —No sufrirás ningún daño por mi parte, muchacha. Te doy mi palabra.

    Ella abrió la boca y luego la cerró, como si lo hubiera pensado mejor. Entonces pareció cambiar de parecer, se encogió de hombros y dijo:

    —¿Cómo puedo creerte? Estoy sentada en medio de todas estas cosas robadas y me has atado. No puedo evitar preocuparme pensando en lo que planeas hacer conmigo. Bueno, ¿qué es lo que vas a hacer conmigo? —Como él no respondió, ella añadió con vehemencia—: Si vas a matarme, te lo advierto ahora mismo: mi fantasma te perseguirá hasta el fin de tus días de latrocinio. Convertiré tu vida en un auténtico infierno sobre la Tierra. Haré que vuestra legendaria banshee parezca una tímida doncella de voz suave en comparación conmigo. Eres un bárbaro, eso es lo que eres. Un bárbaro y un... un... un visigodo —escupió.

    —Vaya, muchacha, tu sangre escocesa ha hablado —dijo él con una leve sonrisa—. Y además acabas de demostrar que tienes mucho temperamento. Aunque lo de llamarme visigodo es exagerar un poco, porque difícilmente se puede afirmar que yo esté haciendo nada tan épico como el saqueo de Roma.

    Ella frunció el ceño.

    —Entonces también se perdieron montones de libros.

    —Los trato con mucho cuidado. Y no necesitas preocuparte, muchacha. No te haré ningún daño. No te haré nada que tú no desees. Puede que haya tomado prestados unos cuantos tomos, pero mis crímenes no van más allá de eso. No tardaré en irme. Cuando lo haga, te dejaré en libertad.

    Sakura escrutó su rostro con la mirada mientras pensaba que no había acabado de gustarle del todo la parte del «no te haré nada que tú no desees». ¿Qué había pretendido decir exactamente con eso? Con todo, él le sostenía la mirada. A Sakura no se le ocurría por qué iba a molestarse en mentir.

    —Casi podría creer que lo dices en serio —murmuró finalmente.

    —Así es, muchacha.

    —Umpf —dijo ella evasivamente. Una pausa, y luego—: Bien, ¿y por qué lo haces? —preguntó, con un movimiento de la cabeza dirigido hacia los textos robados.

    —¿Importa?

    —Bueno, no debería, pero en cierto modo sí que importa. Verás, conozco las colecciones de las que los has robado. En ellas hay reliquias mucho más valiosas.

    —Busco cierta información. Me he limitado a tomarlos prestados. Serán devueltos cuando me vaya.

    —Y la luna está hecha de queso —dijo ella secamente.

    —Lo serán, aunque tú no me creas.

    —¿Y todas las otras cosas que has robado?

    —¿Qué otras cosas?

    —Todos esos objetos célticos. Los cuchillos, las espadas, las insignias, las monedas y...

    —Todo eso es mío por derecho de nacimiento.

    Ella le dirigió una mirada escéptica.

    —Lo es.

    Sakura soltó un bufido.

    —Son galas de los Uchiha. Yo soy un Uchiha.

    Ella lo midió con la mirada.

    —¿Me estás diciendo que las únicas cosas que has robado son los textos?

    —Los tomé prestados. Y sí.

    —No sé por quién debo tomarte —dijo ella, sacudiendo la cabeza.

    —¿Qué te dicen tus... —¿vísceras? No, ésa no era la palabra apropiada— ... tus instintos?

    Ella lo miró con una intensidad tan profunda que rayaba en lo íntimo. Sasuke se preguntó si alguna muchacha lo había mirado nunca de una manera tan penetrante. Como si intentara sondear las profundidades de su alma, llegando hasta el más negro corazón de ella. ¿Cómo le juzgaría aquella inocente? ¿Lo condenaría del mismo modo en que él se había condenado a sí mismo?

    Después de unos instantes, ella se encogió de hombros y el momento se perdió.

    —¿Qué clase de información estás buscando?

    —Es una historia muy larga, muchacha —se evadió él, con una sonrisa burlona.

    —Si me dejas marchar, de verdad que no se lo contaré a nadie. Prefiero con mucho seguir viva a que me corten el cuello por alguna clase de obligación moral. Ese tipo de cosas nunca me han comido el coco.

    —Nunca te han comido el coco —repitió él lentamente—. ¿Quieres decir que para ti eso es una decisión que resulta muy fácil de tomar?

    Sakura parpadeó.

    —Sí.

    Lo miró fijamente. Entre algunas de las palabras que utilizaba y el modo en que de vez en cuando hacía una pausa, como si estuviera meditando en una palabra o una frase, de pronto se le ocurrió pensar que quizá su lengua nativa fuera otra. Había entendido el francés. Llena de curiosidad, y queriendo ponerlo a prueba, le preguntó en latín si el gaélico había sido su primera lengua.

    Él le respondió en griego que lo había sido.

    ¡Cielos, el ladrón no sólo era guapísimo, sino que además era políglota! Sakura estaba empezando de nuevo a sentirse peligrosamente como Rene Russo.

    —Realmente estás leyendo esas cosas, ¿verdad? —dijo con asombro—. ¿Por qué?

    —Ya te lo he dicho, muchacha: estoy buscando algo.

    —Bueno, si me cuentas de qué se trata, quizá pueda ayudarte. —En cuanto las palabras hubieron salido de su boca, Sakura se horrorizó—. No pretendía decir eso —añadió, apresurándose a retirar la oferta—. No acabo de ofrecerme a encubrir y ayudar a un criminal.

    —Eres una muchacha muy curiosa, ¿verdad? Sospecho que la curiosidad suele ser más fuerte que tú. —Señaló la comida—. Esto se está enfriando. ¿Qué te apetece?

    —Cualquier cosa que tú comas antes —dijo ella al instante.

    Una expresión de incredulidad cruzó por el rostro de él.

    —¿Piensas que sería capaz de envenenarte? —preguntó con indignación.

    Dicha por él, la idea sonaba patentemente ridícula y perfectamente paranoide.

    —Bueno —dijo ella, poniéndose a la defensiva—, ¿cómo se supone que he de saberlo?

    Él la riñó con la mirada. Después, sin apartar los ojos de los suyos, comió un bocado de cada plato.

    —Puede que sólo sea mortal tomado en grandes dosis —adujo ella.

    Enarcando una ceja, él comió dos bocados más de cada plato.

    —Mis manos están atadas. No puedo comer.

    Él sonrió, con una lenta sonrisa impregnada de un estremecedor atractivo sexual.

    —Pues claro que puedes comer, muchacha —ronroneó, pinchando un trozo de salmón con el tenedor y elevándolo hacia los labios de Sakura.

    —Tienes que estar bromeando —dijo ella secamente, para luego apretar los labios. Oh, no, no iba a hacerle ningún daño: sólo iba a torturarla, jugar con ella y fingir que estaba siendo seductor, para ver cómo Sakura Haruno se convertía en una idiota balbuceante mientras el hombre más increíblemente apuesto que había a aquel lado del Atlántico le daba de comer con su mano. Eso ni soñarlo. Ella no iba a aceptarlo.

    —Abre la boca —le rogó él.

    —No tengo hambre —dijo ella tercamente.

    —Claro que tienes hambre.

    —No la tengo.

    —Mañana por la mañana la tendrás —dijo él mientras la sombra de una sonrisa flotaba alrededor de aquellos labios tan sensuales que tenía.

    Sakura lo miró con los ojos entornados.

    — ¿Por qué estás haciendo esto?

    —Hubo un tiempo, allá en Escocia, y ya hace mucho de eso, en que un hombre escogía el bocado más fino que había en su tabla y alimentaba a su mujer con él. —Su reluciente mirada ónix se clavó en los ojos de ella—. Sólo después de que hubiera saciado los deseos de esa mujer, de la manera más completa y absoluta posible, saciaba él los suyos.

    Uau. Aquel comentario fue directamente al estómago de Sakura y lo llenó de mariposas. También fue directamente a unas cuantas partes más de ella, partes en las que era más prudente no pensar. No sólo era un mujeriego, sino que además sabía tratarte con guante de seda. Sakura se puso rígida y apretó los dientes.

    —No estamos en la Escocia de hace mucho tiempo, yo no soy tu mujer, y apostaría a que ella no estaba atada.

    Eso hizo que él volviera a sonreír, y entonces Sakura se dio cuenta de qué era lo que no acababa de gustarle del todo en su sonrisa: aunque había sonreído en varias ocasiones, su diversión nunca parecía extenderse a sus ojos. Como si aquel hombre nunca llegara a bajar la guardia. Como si nunca se relajara del todo, como si siempre hubiera alguna parte de él que mantenía bajo llave. Ladrón, secuestrador y seductor de mujeres. ¿Qué otros secretos escondía Sasuke Uchiha detrás de aquellos fríos ojos?

    —¿Por qué tanta resistencia? ¿Piensas que podría matarte con el tenedor? —preguntó él jovialmente.

    —Yo...

    Salmón dentro de su boca. Astuto ladrón. Y estaba muy bueno. Había sido cocinado a la perfección. Sakura se apresuró a tragar.

    —Eso no ha sido justo.

    —Pero ¿estaba bueno?

    Ella lo miró en un hosco silencio.

    —La vida no siempre es justa, muchacha, pero eso no significa que no pueda seguir siendo dulce.

    Desconcertada por la intensa mirada de él, Sakura decidió que sería más sensato limitarse a capitular. Sólo Dios sabía lo que podía llegar a hacer aquel hombre en el caso de que ella no capitulase, y además, lo cierto era que tenía hambre. Sospechaba que podía discutir con él hasta que la cara se le pusiera azul y no llegar a ninguna parte. Aquel hombre iba a alimentarla, y no había que darle más vueltas al asunto.

    Y francamente, cuando él estaba sentado allí en la cama, todo él pecaminosamente apuesto y juguetón y fingiendo flirtear con ella..., resultaba un poco difícil resistirse, a pesar de que Sakura supiera que para él todo aquello sólo era alguna clase de juego. Cuando ella tuviera setenta años (suponiendo que saliese viva de allí) y estuviera sentada en su mecedora con sus biznietos correteando alrededor de ella, podría reflexionar sobre el recuerdo de la extraña noche en que el irresistible Fantasma Galo le había dado a comer bocados de platos escoceses y le había dado a beber sorbos de un vino magnífico en su ático de Manhattan.

    La sombra de peligro que flotaba en el aire, la increíble sensualidad que emanaba de aquel hombre, y lo extraño de la situación se combinaban para hacer que se sintiese un poco temeraria.

    No sabía que tuviera aquello dentro.

    Sakura había empezado a sentirse..., bueno..., bastante intrépida.

    Unas horas después, Sakura yacía en la oscuridad, viendo crujir y chisporrotear el fuego mientras su mente repasaba una y otra vez los acontecimientos del día sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria.

    Había sido, con mucho, el día más extraño de su vida.

    Si aquella mañana, cuando se ponía los pantis y el vestido, alguien le hubiera dicho cómo discurriría aquel ordinario, frío y un poco lluvioso miércoles de marzo, Sakura se habría echado a reír ante semejante disparate.

    Si alguien le hubiera dicho que terminaría el día atada a una suntuosa cama en un ático lleno de lujos bajo la custodia del Fantasma Galo, bien alimentada y sintiendo que le empezaba a entrar sueño mientras veía cómo un fuego ardía hasta quedar reducido a un montón de ascuas, Sakura habría acompañado a esa persona hasta el centro psiquiátrico más próximo.

    Estaba asustada... Oh, ¿a quién trataba de engañar? Por muy embarazoso que fuera admitirlo, en realidad se sentía tan fascinada como asustada.

    La vida había tomado un curso decididamente extraño y Sakura no estaba tan preocupada por ello como sospechaba que probablemente debería estar. Llegar a colocarse en un estado de temor por la propia vida mínimamente satisfactorio resultaba un poco difícil cuando el captor era un hombre tan fascinante y seductor. Un hombre que preparaba una cena escocesa completa para su prisionera, encendía un fuego para ella y ponía música clásica. Un hombre inteligente que había recibido una excelente educación.

    Un hombre pecaminosamente sexy.

    Cuando a una no sólo no le habían hecho ningún daño, sino que además la habían besado de una manera que no podía ser más provocativa.

    Y aunque Sakura no tenía ni idea de lo que traería consigo el día siguiente, estaba impaciente por descubrirlo. ¿Qué podía estar buscando aquel hombre? ¿Era posible que él no fuese más que lo que decía ser? ¿Un hombre rico que necesitaba cierta información por alguna razón y que, si no podía obtener los textos que necesitaba recurriendo a medios legítimos, los robaba con la intención de devolverlos después?

    —Oh, claro. Llamadme idiota.

    Sakura puso los ojos en blanco.

    Con todo, introduciendo un serio obstáculo en los engranajes que le impedían limitarse a etiquetar a Sasuke Uchiha como un ladrón, también estaba el hecho de que él había donado piezas muy valiosas que luego habían sido autentificadas a cambio del tercer Libro de Manannán.

    ¿Por qué iba el Fantasma Galo a hacer algo semejante? Los hechos no encajaban con el perfil de un frío e implacable mercenario. Sakura no cabía en sí de curiosidad. Llevaba mucho tiempo sospechando que algún día la curiosidad podía ser su perdición, y no cabía duda de que ahora la había metido en un buen lío.

    Después de la cena, él la desató y la escoltó hasta el cuarto de baño que había junto a la suite principal (manteniéndose demasiado cerca de ella para su tranquilidad, con lo que Sakura fue dolorosamente consciente de los noventa kilos de sólido músculo masculino que había detrás de ella). Unos minutos y una llamada con los nudillos después, le informó de que acababa de dejar una camisa y unos pantalones de chándal (él los había llamado calzones) delante de la puerta.

    Sakura había pasado treinta minutos dentro del cuarto de baño con el pestillo echado, primero buscando algún conducto de la calefacción que tuviera las dimensiones apropiadas para que una persona pudiera pasar por él —de la clase que una veía a menudo en las películas, pero que nunca encontraba en la vida real—, para luego deliberar sobre si escribir un mensaje de socorro con lápiz de labios podría servir de algo. Aparte de para que luego él lo descubriera y se enfadara muchísimo, claro está. Finalmente había optado por no hacerlo. O al menos todavía no, en cualquier caso. No había ninguna necesidad de alertarlo acerca de su intención de escapar a la primera oportunidad que se le presentase.

    No se había atrevido a correr el riesgo de desnudarse y darse una ducha, ni siquiera con el pestillo echado, así que se había lavado un poco y luego se había cepillado los dientes con el cepillo de él, porque no estaba dispuesta a permitir bajo ningún concepto que aquel hombre le cepillase los dientes. Usarlo había hecho que se sintiera bastante extraña. Sakura nunca había usado el cepillo de dientes de un hombre. Pero después de todo, racionalizó, habían comido del mismo tenedor. Y casi había tenido la lengua de él dentro de su boca. Si tenía que ser sincera, le habría gustado tener la lengua de él dentro de su boca, siempre que dispusiera de una firme garantía de que la cosa no habría ido más allá. (Se negaba a convertirse en el próximo par de bragas olvidado debajo de su cama, por mucho que no tuviera ningunas bragas que dejar allí).

    Sakura se ahogaba con la ropa de él, pero al menos no había tenido que preocuparse porque se le subiera la falda cuando volvió a atarla a la cama. Los pantalones tenían una cinturilla de cordón —lo único bueno que se podía decir de ellos—, había tenido que enrollar las perneras unas diez veces hacia arriba, y la camisa le llegaba hasta las rodillas. La ausencia de bragas era un poco desconcertante.

    Él la había arropado con el cobertor. Había comprobado las ligaduras. Las había alargado ligeramente para que pudiera dormir con un poco más de comodidad.

    Después se había quedado de pie junto a la cama por un instante, contemplándola con una expresión insondable en sus exóticos ojos ónix, con motas doradas. Súbitamente nerviosa, Sakura había sido la primera en desviar la mirada y se había dado la vuelta —hasta el punto en que podía llegar a hacerlo— para alejarse de él.

    «Oh, Dios», pensó mientras abría y cerraba unos párpados que ya empezaban a sentir el peso del sueño. Ahora olía igual que él. Su olor estaba por toda ella.

    Se estaba quedando dormida. No podía creerlo. Con lo espantosas y estresantes que eran las circunstancias, se estaba quedando dormida.

    Bueno, se dijo a sí misma, necesitaba dormir para tener la mente lo más clara posible al día siguiente. Entonces escaparía.

    Él no había tratado de volver a besarla: fue su último, ligeramente melancólico y completamente ridículo pensamiento antes de quedarse dormida.

    .

    .

    .

    Unas horas después, demasiado inquieto para dormir, Sasuke estaba en la sala escuchando el repiqueteo de la lluvia sobre las ventanas mientras examinaba el Códice Midhe, una recopilación de mitos mayormente descabellados y vagas profecías («un tremendo fárrago de miscelánea medieval», lo había llamado un estudioso de mucho renombre, y Sasuke se sentía bastante inclinado a estar de acuerdo con él), cuando sonó el teléfono. Sasuke lo miró con recelo, pero no se levantó para responder a la llamada.

    Una larga pausa, un pitido, y luego:

    —Sasuke, soy Izuna.

    Silencio.

    —Ya sabes lo mucho que detesto hablar con las máquinas, Sasuke.

    Largo silencio, un pesado suspiro.

    Sasuke apretó las manos, volvió a abrirlas y luego se dio un masaje en las sienes con los cantos de las palmas.

    —Sakurasou está en el hospital...

    La cabeza de Sasuke giró abruptamente hacia el contestador y se medio levantó de su asiento, pero no llegó a completar el movimiento.

    —Tuvo contracciones prematuras.

    Preocupación en la voz de su hermano gemelo. Sasuke sintió como si le clavaran un cuchillo en el corazón. Sakurasou estaba embarazada de seis meses y medio y esperaba gemelos. Sasuke contuvo la respiración y escuchó. No había sacrificado tantas cosas con el objetivo de que su hermano y la esposa de su hermano pudieran estar juntos en el siglo XXI, sólo para que ahora le ocurriese algo a Sakurasou.

    —Pero ya se encuentra bien.

    Sasuke volvió a respirar y se dejó caer sobre el sofá.

    —Los médicos dicen que a veces ocurre durante el último trimestre, y siempre que no tenga nuevas contracciones, están pensando en darla de alta por la mañana.

    Un espacio de tiempo llenado únicamente por el tenue sonido de la respiración de su hermano.

    —Oh, Dios..., hermano..., ven a casa. —Pausa. Luego, en voz muy baja—: Por favor.

    Chasquido
     
  9.  
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    5910
    CAPITULO 5
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.

    ADAPTACION© Quem


    Sasuke se hallaba peligrosamente cerca de perder el control.

    —Eso significa «puente», no «pasarela adyacente» —estaba diciendo ella mientras miraba por encima de su hombro y señalaba lo que acababa de escribir él en las notas que iba tomando.

    Un poco de su cabellera caía sobre el hombro de Sasuke y se derramaba encima de su pecho, obligándolo a recurrir a toda su fuerza de voluntad para no deslizar la mano entre aquellos mechones y atraer los labios de ella hacia los suyos.

    Nunca hubiera debido desatarla aquella mañana. Pero después de todo tampoco era que la joven pudiera huir de él, y mantenerla atada a la cama rayaba en lo bárbaro. Además, la mera idea de que ella estuviera atada a la cama había empezado a obsesionar a una parte oscura de la mente de Sasuke. Aun así, tenerla revoloteando por el ático para examinarlo todo mientras lo acosaba con incesantes preguntas y comentarios era igual de malo.

    Cada vez que la miraba, un gruñido silencioso subía rápidamente por la garganta de Sasuke, hambre apenas reprimida, necesidad de tocarla y saborearla y...

    —Deja de estar pegada a mi hombro, muchacha.

    El aroma del cuerpo de ella le llenaba las ventanas de la nariz, provocando un lujurioso estupor. Aroma de inocencia y sensualidad femenina. Dios, ¿acaso no se daba cuenta ella de que él era peligroso? ¿Quizá no abiertamente, sino del modo en que un ratón veía a un gato y se refugiaba prudentemente en los rincones más oscuros de la habitación? Al parecer no, porque siguió parloteando.

    —Sólo tengo curiosidad —le dijo con voz malhumorada—. Y no lo estás entendiendo bien. Ahí dice: «Cuando el hombre llegado de los montes, allá en las alturas donde vuelan las águilas amarillas, emprenda el bajo..., ejem, sendero o camino... por el puente que engaña a la muerte... —qué curioso, ¿el puente que engaña a la muerte?—, los draghar regresarán». ¿Quiénes son los draghar? Nunca había oído hablar de ellos. ¿Qué es eso? ¿El Códice Midhe? Tampoco había oído hablar de él. ¿Puedo verlo? ¿De dónde lo has sacado?

    Sasuke sacudió la cabeza. No había manera de controlarla.

    —Siéntate, muchacha, o volveré a atarte.

    Ella lo fulminó con la mirada.

    —Sólo estoy intentando ayudar...

    —¿Y por qué intentas hacer tal cosa? Soy un ladrón, ¿recuerdas? Un bárbaro visigodo, para emplear las mismas palabras que utilizaste anoche.

    Ella frunció el ceño.

    —Tienes razón. No sé qué mosca me ha picado. —Una larga pausa. Luego—: Es sólo que pensé que si realmente ibas a devolverlos... —le dirigió una mirada escrutadoramente escéptica— cuanto antes terminaras con ellos, antes regresarían al sitio en el que tienen que estar. Así que en todo caso te estaría ayudando por una buena causa.

    Asintió alegremente, al parecer muy complacida con su racionalización.

    Él soltó un bufido y le indicó que se sentara. Era evidente que aquella muchacha estaba obsesionada por las antigüedades y que era tan curiosa como largo es el día. De hecho, sus dedos se curvaban distraídamente cada vez que miraba el Códice, como si ardiera en deseos de tocarlo.

    Le habría gustado verla arder en deseos de tocarlo a él de aquella manera. Las mujeres de mundo prácticamente lo metían en la cama a empujones. Sasuke nunca había seducido a una inocente. Tenía el presentimiento de que ella se resistiría... Pensarlo lo divirtió y lo excitó al mismo tiempo.

    Ella se dejó caer con un resoplido en el sofá enfrente de él, cruzó los brazos y lo contempló a través de las pilas de textos y cuadernos de anotaciones amontonadas sobre la mesa de mármol que se interponía entre ellos. Opulentos labios fruncidos, un pie golpeando rápidamente el suelo.

    Un diminuto y delicado pie descalzo, con uñas rosadas como conchas. Esbeltos tobillos asomando de las perneras enrolladas de los pantalones de él. Vestida con una de sus camisas de lino, las mangas subidas hasta los codos, que era también donde los hombros descendían sobre su delicado cuerpo, y con los cabellos en desorden alrededor de su rostro, era toda una visión. El caprichoso sol de marzo había decidido brillar durante un rato, muy probablemente, pensó él, para así poder derramarse a través de la pared de ventanas que había detrás de ella y besar sus rizadas ondas de un rosado precioso.

    Ondas que a él le habría gustado mucho sentir derramarse sobre sus muslos, mientras aquellos sensuales labios rosados...

    —Come tu desayuno —gruñó, volviendo a concentrarse en el texto.

    Ella entornó los ojos.

    —Ya me lo he comido. Voy a perder mi empleo, ¿sabes?

    —¿Qué?

    —Mi empleo. Si no me presento a trabajar me despedirán. Y entonces, ¿cómo viviré? Quiero decir, suponiendo que realmente hablaras en serio cuando dijiste que me dejarías marchar.

    Le lanzó otra mirada altiva y luego miró hacia la puerta por duodécima vez, y él supo que se estaba preguntando si podría llegar hasta allí antes de que él la detuviera. Eso no lo preocupaba. Incluso si conseguía llegar a salir por la puerta, nunca lograría alcanzar el ascensor a tiempo. Sasuke también sabía que antes, cuando estaba de pie detrás de él, su mirada había ido continuamente de una pesada lámpara a su nuca para luego volver a la lámpara. No había tratado de golpearlo con ella, demostrando así que no tenía nada de tonta. Quizás había percibido su tensa alerta, quizás había decidido que tenía la cabeza demasiado dura.

    Inhaló profundamente y exhaló muy despacio. Si no la sacaba pronto de la sala, saltaría sobre la mesa que se interponía entre ellos, la dejaría inmovilizada en el sofá y la tomaría. Y aunque tenía toda la intención de hacerlo en algún momento, primero necesitaba terminar el Códice Midhe. La disciplina era una parte crucial en el proceso de controlar el mal que había dentro de él. La primera parte del día era para trabajar; el anochecer, para la seducción, y las últimas horas de la madrugada, para más trabajo. Sasuke llevaba muchas lunas viviendo de aquella manera. Era imperativo que mantuviera las cosas separadas en pulcros compartimientos, porque no le costaría nada convertirse en un hombre consumido por el deseo de satisfacer cualquier capricho o necesidad momentánea que le vinieran a la cabeza. Sólo manteniendo rígidamente sus rutinas sin desviarse jamás de ellas podía demostrarse a sí mismo que todavía controlaba la situación.

    Los draghar, pensó sombríamente. Aquélla era la tercera mención de ellos con la que se encontraba. La peculiar redacción del texto parecía aludir a sus propias acciones. El hombre llegado de los montes..., el puente que engaña a la muerte. Pero ¿quiénes o qué eran los draghar? ¿Serían tal vez alguna facción de los legendarios Tuatha de Danaan? ¿Regresarían los Tuatha de sus míticos escondites para ir tras él ahora que había roto su juramento y violado El Pacto?

    Cuanto más profundizaba Sasuke en tomos que ni él ni Izuna habían tenido presentes en sus pensamientos con anterioridad, más se daba cuenta de que su clan había olvidado, incluso abandonado, una gran parte de su antigua historia. La biblioteca de los Uchiha era vasta, y en sus treinta y tres años de existencia Sasuke apenas si había llegado a hacer mella en ella. Contenía textos que ningún Uchiha se había molestado en leer desde hacía siglos, quizá milenios. Había demasiada sabiduría para que un hombre pudiera absorberla en el curso de una sola vida, y ciertamente nunca había habido ninguna necesidad de eso. Con el transcurso de los eones, los Uchiha se habían vuelto descuidados y, sintiéndose satisfechos con su existencia, miraron hacia delante en vez de hacia atrás. Sasuke supuso que era así como el hombre renunciaba al ayer, instalándose en el presente hasta que de pronto el antiguo pasado se volvía vital.

    Si su clan no hubiera olvidado tantas cosas, quizás él nunca habría llegado a estar de pie dentro del círculo de piedras, asegurándose a sí mismo que no había ninguna potencia maléfica aguardándolo en el lugar intermedio en el caso de que utilizara las piedras por motivos personales. Quizá nunca habría conseguido medio convencerse de que los Tuatha de Danaan, una vaga raza de la cual se hablaba en términos todavía más vagos, sólo eran un mito, un cuento de hadas urdido para evitar que un Uchiha utilizara mal su poder. Y no era que Sasuke hubiera creído que estaba abusando de él. Nunca había pensado que sus acciones sirvieran a motivos personales. Bueno, no enteramente, ¿o acaso el amor no era el más grande y noble de todos los propósitos?

    La joven ya volvía a estar pegada a su hombro.

    ¿Cuál sería la mejor manera de conseguir que lo dejase en paz durante un rato? Una sonrisa depredadora curvó los labios de Sasuke.

    Alzó la mirada. Levantó los ojos del texto y la miró, dejando de una manera muy deliberada que todo lo que estaba pensando en hacerle —que era absolutamente todo— apareciera en su rostro, trayendo consigo un súbito fuego a su mirada.

    Ella tragó aire con un jadeo ahogado.

    Él la miró de soslayo. Era la clase de mirada que un guerrero podría lanzar a otro en desafío, o la clase de mirada que un hombre lanza a una mujer a la cual tiene intención de hacer suya. Lentamente, con una lánguida sensualidad, se humedeció el labio inferior. La mirada de Sasuke descendió hasta sus labios, y luego volvió a subir.

    Los ojos de ella se volvieron inverosímilmente redondos y tragó saliva.

    Sasuke se mordió el carnoso labio inferior y lo liberó lentamente, y luego sonrió. No era una sonrisa que pretendiera tranquilizar. Era una sonrisa que prometía oscuras fantasías. Tanto si ella las quería como si no.

    —Estaré en el estudio —dijo ella con un hilo de voz, levantándose de un salto del sofá para salir prácticamente corriendo de la habitación.

    Sólo después de que se hubiera ido hizo Sasuke aquel ruido. Un largo y ronco gruñido de expectación.

    El corazón de Sakura palpitaba furiosamente y sus ojos no veían absolutamente nada mientras fingía estudiar los títulos de los libros que había en las estanterías del estudio.

    ¡Cielos, aquella mirada! ¡Santo Dios!

    Allí estaba, sentado enfrente de ella y devastadoramente hermoso vestido de negro de pies a cabeza, con su magnífica cabellera color medianoche apartada de su soberbio rostro y al parecer soslayándola, y entonces de pronto había levantado los ojos —pero no la cabeza— del texto y le había dirigido una mirada de... deseo sexual.

    Ningún hombre había mirado nunca a Sakura Haruno de aquella manera. Como si ella fuese alguna clase de suculento postre y él acabara de salir de una larga semana a pan y agua.

    Y su labio... Dios, cuando él había tomado entre sus dientes ese labio inferior pecaminosamente carnoso para liberarlo después. La visión hacía que una chica quisiera darse un atracón con él. Durante horas.

    «Creo que ese hombre puede estar planeando seducirme», pensó con asombro. Sí, sabía que él era un mujeriego y sí, la noche anterior había parecido estar flirteando con ella, pero Sakura no se lo había tomado en serio. Ella no era exactamente la clase de mujer por la que un hombre como él perdía la cabeza. Sakura era bastante realista acerca de su aspecto; no era la típica modelo de piernas interminables, de eso no cabía ninguna duda. Si hasta los de Seguridad habían dicho que ella no era su tipo.

    Pero aquella mirada...

    —Lo hizo únicamente para conseguir que te fueras de allí, Haruno —se murmuró a sí misma—. Y funcionó. Eres una cobardica.

    Estaba a punto de salir de allí hecha una furia para decirle que no se había tragado su farol; de hecho, ya había ido hacia la puerta y se disponía a salir del estudio, cuando él hizo un ruido.

    Un sonido que la hizo estremecerse y cerrar la puerta en lugar de salir de allí. Y echar el pestillo.

    Un sonido de animal hambriento.

    Apoyándose en la puerta, Sakura empezó a respirar con inspiraciones muy lentas y profundas.

    Ahora sí que se había metido en un buen lío. Ser rehén de un criminal y, quizá, fantasear acerca de besos era una cosa. Pero ser seducida por él era algo muy distinto. El muy canalla era tanto un ladrón como un secuestrador, y Sakura no podía permitirse olvidarlo.

    Tenía que escapar antes de que fuese demasiado tarde. Antes de que se encontrara buscando razones, no meramente para ayudar y encubrir al criminal, sino para presentarle su virginidad encima de una bandeja de plata.

    Cuando Sakura salió sigilosamente del estudio media hora después, el muy arrogante la dejó llegar hasta la puerta antes de molestarse en moverse. Entonces se levantó muy despacio, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, y le lanzó una mirada de decepción y suave reproche.

    Como si fuera ella la que estuviese haciendo algo malo.

    Desafiante, Sakura blandió la corta espada que había cogido de su colección de la pared después de haber decidido que, con sus cincuenta centímetros de acero afilado como una navaja de afeitar, era la más apropiada para su estatura.

    —Ya te he dicho que no se lo contaré a nadie, y no lo haré. Pero no puedo seguir aquí por más tiempo.

    —Suelta esa espada, muchacha.

    Él se puso en movimiento en el preciso instante en que ella tiraba de la puerta, y cuando la puerta no se abrió, primero se quedó asombrada, y luego comprendió que para empezar no había estado cerrada con llave. Hizo un frenético intento de empujarla en sentido contrario, pero la palma de él cayó sobre la puerta por encima de su cabeza y la mole de su cuerpo la dejó atrapada. Sakura alzó instintivamente la espada y él se envaró cuando la punta de la hoja quedó apoyada en su corazón.

    Se miraron el uno al otro por un largo instante. Sakura fue vagamente consciente de que la respiración de él se había vuelto tan entrecortada como la suya.

    —Hazlo, muchacha —dijo él fríamente.

    — ¿El qué?

    —Mátame. Soy un ladrón. La evidencia está aquí. Lo único que tendrás que hacer será llamar a la policía y mostrarles que soy, o era, el Fantasma Galo y que te mantenía cautiva. Nadie te culpará porque me hayas matado para escapar. Es lo que haría cualquier muchacha honesta.

    Sakura se quedó boquiabierta. ¿Matarlo? Oírlo hablar de sí mismo en pasado no le había gustado nada. Hizo aparecer en su estómago un frío y horrible nudo que le oprimió las entrañas.

    —Hazlo —insistió él.

    —No quiero matarte. Sólo quiero irme.

    —¿Porque te he tratado mal?

    —¡Porque me mantienes cautiva!

    —Y ha sido horrible, ¿verdad? —se burló él ligeramente.

    —Atrás —siseó ella.

    Cuando él apretó el cuerpo contra la punta de la espada y ella sintió ceder su piel bajo la hoja, dejó escapar un jadeo ahogado. Los labios de él se curvaron en una sonrisa helada.

    Y Sakura supo que si hacía retroceder la hoja, ésta brillaría con el rojo de la sangre de él. Las náuseas se unieron al nudo terrible que le oprimía las entrañas.

    —Mátame o baja la espada —dijo él con una mortífera intensidad—. Esas son tus opciones. Tus únicas opciones.

    Sakura escrutó sus ojos, aquellos relucientes ojos ónix. Parecían estar girando con un torbellino de sombras, cambiando de color, atenuándose del ámbar fundido al cobre quemado, pero eso no era posible. El momento no podía estar más lleno de peligro, y de pronto Sakura tuvo la extraña sensación de que algo... más... estaba en el ático con ellos. Algo antiguo y muy, muy frío.

    ¿O era sólo la frialdad que había en aquellos ojos? Sakura se agitó, disipando sus absurdos pensamientos.

    Él hablaba en serio. La obligaría a matarlo para irse de allí. Sakura no podía hacerlo.

    No era ni siquiera remotamente posible. Ella no quería ver muerto a Sasuke Uchiha. Nunca querría verlo muerto. Aunque eso significara que anduviera suelto por el mundo, un ladrón sin escrúpulos, hermoso como un ángel caído, que infringía leyes y robaba antigüedades.

    Cuando ella dejó que la punta de la hoja bajara, la mano de él se movió en un gesto tan veloz que apenas podía ser visto. Sakura gritó, soltando la espada mientras el destello plateado de otra hoja se elevaba hacia su rostro en un súbito arco.

    Para clavarse en la puerta junto a su oreja.

    —Mírala, muchacha —ordenó él.

    —¿Q-qué?

    —La daga. Es un skean dhu del siglo catorce.

    Ella volvió la cabeza con cautela y contempló la hoja que sobresalía de la puerta, y luego dirigió de nuevo la mirada hacia él. Estaba atrapada por casi dos metros de músculo y hombre, la palma de una mano a cada lado de su cabeza. Un cuchillo junto a su oreja. Él lo había llevado en algún lugar de su cuerpo durante todo el tiempo. Podría haberlo utilizado contra ella en cualquier momento. Pero no lo había hecho.

    —Te gustan las antigüedades, ¿verdad, muchacha?

    Ella asintió.

    —Cógela. Sakura parpadeó.

    Él bajó las manos en un súbito movimiento y dio un paso atrás.

    —Adelante, cógela.

    Sin dejar de mirarlo con ojos llenos de recelo, Sakura desclavó la hoja de la puerta con un leve gruñido. Tuvo que utilizar ambas manos para liberarla.

    —Oh —jadeó. Con la empuñadura incrustada de esmeraldas y rubíes, era exquisita. La daga más hermosa que hubiera visto jamás—. ¡Esto tiene que valer una fortuna! Está como nueva. ¡No hay ni la más leve señal en la hoja! Genshō daría cualquier cosa por hacerse con esto.

    Y, se temía Sakura, ella también.

    —Es mi daga. Lo que hay en la empuñadura es el blasón de los Uchiha. Ahora es tuya. Para cuando te vayas. En el caso de que pierdas tu empleo.

    Dio media vuelta y fue hacia el sofá.

    Cuando se sentó y se puso a trabajar en el texto, Sakura se quedó de pie allí en un perplejo silencio mientras su mirada iba de él al skean dhu y nuevamente a él. Varias veces abrió la boca para hablar, y luego volvió a cerrarla.

    Las acciones de él acababan de demostrar, más persuasivamente que cualquier palabra que pudiera haber utilizado, que no mentía cuando dijo que no le haría ningún daño. ¿Cuáles eran las palabras que había utilizado la noche antes? «No te haré nada que tú no desees.»

    Sakura lo hubiera encontrado muy reconfortante si sus propios deseos hubieran sido un poco más puros.

    Él acababa de poner en sus manos una auténtica daga celta y le había dicho que ahora era suya.

    Los dedos de Sakura se curvaron posesivamente alrededor de la empuñadura de la daga. Se mostraría completamente en contra. O al menos, protestaría educadamente. Eso era lo que iba a hacer, en cualquier momento.

    Esperó. En cualquier momento.

    Con un suspiro lleno de consternación, Sakura admitió que algunas cosas no eran humanamente posibles: ni siquiera Martha Stewart podía doblar las sábanas que tenían puntos de ajuste.

    «Oh, abuelo, ¿por qué nunca me dijiste que los escoceses eran tan fascinantes? Él sabe cómo llegar a mis puntos débiles.»

    Casi le pareció oír la suave risa de Gongorō Kamakura. Como si él le hubiera respondido desde algún lugar situado más allá de las estrellas. «Tú nunca te conformarías con menos, Sakura. También llevas dentro de ti tu parte de sangre salvaje.»

    ¿Sí? ¿Sería ésa la razón por la que, últimamente, despertaba en plena noche llena de una energía que necesitaba desesperadamente alguna válvula de escape? ¿El porqué, a pesar de lo bien que le iban las cosas en el trabajo (sabía que no tardaríaa en ascenderla), de que se sintiera cada vez más inquieta y fuera de lugar? Ya hacía varios meses que una insistente vocecita murmuraba dentro de ella: «¿Esto es todo lo que hay en mi vida?».

    El Fantasma Galo le estaba ofreciendo un soborno, una especie de pago. Sé una buena chica y te irás de aquí con un premio. Tu propia antigüedad céltica.

    A cambio de su silencio y su cooperación. Sakura estaba sufriendo una crisis ética.

    Afortunadamente, fue breve.

    Se inclinó a recoger la espada olvidada y fue a devolverla al estudio.

    —No me iría nada mal tener algo de ropa de mi talla —gruñó mientras pasaba por detrás de él.

    Si Sasuke no hubiera estado de espaldas y Sakura hubiese visto la sonrisa que curvó sus labios, se habría estremecido de pies a cabeza.

    .

    .

    —Sasuke, cariño, te echo de menos, te necesito. Me muero sin ti. —Pausa—. Llámame. Soy Koyuki.

    El contestador se desconectó con un chasquido.

    Sasuke apareció un instante después. Su mirada se cruzó con la de Sakura cuando bajó el volumen del contestador.

    —Sasuke, cariño —trinó Sakura, sintiéndose inexplicablemente irritable.

    Allí estaba ella, pasando con delicadeza las páginas del Códice Midhe y sintiéndose extrañamente contenta mientras él hacía ruidos domésticos en la cocina, cocinando para ella, cuando Koyuki los había interrumpido.

    Él le dirigió una sonrisa devastadora y se encogió de hombros.

    —Soy un hombre, muchacha.

    Luego regresó a la cocina. Dejando sola a Sakura para que mascullara en voz baja. No tenía ni idea de por qué le importaba tanto aquello. Pero la había llenado de irritación.

    —¿Naciste en Escocia? —preguntó Sakura un rato después mientras apartaba su plato con un suspiro.

    Otra fabulosa cena. Bistec de buey Angus al estilo Aberdeen con setas en salsa de vino, patatas tempranas con chirivías, ensalada y pan de hogaza untado con mantequilla. Y vino, aunque él estaba bebiendo Macallan, un excelente whisky de malta escocés.

    —Sí. En las Highlands, cerca de Inverness. ¿Y tú?

    —Indianápolis. Pero mis padres murieron cuando yo tenía cuatro años, así que me fui a vivir a Kansas con mi abuelo.

    —Eso tuvo que ser difícil.

    Había sido horrible. Se negaron a permitir que viera los cuerpos de sus padres, cosa que en aquel momento no había entendido. Sakura pensaba que alguien se los había llevado y nunca se los devolvería. No había creído que simplemente ya no pudieran existir. Pero con el tiempo se había curado. Sabía que eso la había moldeado de manera que las personas que tenían padres nunca llegarían a entender, pero había tenido mucha suerte. Hubo alguien que la rescató, y Sakura creía que siempre había que agradecer los pequeños favores de la vida.

    —¿De quién te viene la sangre escocesa que hay en ti, muchacha?

    —De mi abuelo. Gongorō Kamakura. ¿Tienes familia?

    Una oscura sombra cruzó rápidamente por los ojos de él, un breve destello de angustia, aparecido y esfumado tan deprisa que Sakura no estuvo segura de no haberlo imaginado.

    —Mi madre y mi padre están muertos. Tengo un hermano.

    Se levantó abruptamente, recogió los platos y se los llevó a la cocina, dejando sola a Sakura para que meditara en lo que le parecía haber entrevisto. Estaba decidida a seguir con el tema, pero cuando él regresó, la distrajo poniéndole una copa de un chispeante licor rojo oscuro en una mano y un puro en la otra.

    Sakura parpadeó.

    —¿Qué es esto?

    —El mejor puro que se puede comprar con dinero y una copa de oporto igualmente excelente.

    — ¿Y qué es lo que piensas que voy a hacer con ello?

    —Disfrutarlo —dijo él, dirigiéndole una sonrisa que no podía ser más encantadora.

    Sakura contempló el puro con curiosidad y lo hizo rodar entre sus dedos. Nunca había fumado. Nunca había sentido el deseo de hacerlo. Pero si había un momento apropiado para probar nuevas cosas, era aquél, con un hombre que ciertamente no la juzgaría, sin importar lo que ella pudiera llegar a hacer. Sakura cayó en la cuenta de que estar con un hombre como él resultaba extrañamente liberador.

    —No necesitas inhalar, así que no te preocupes. Lo que realmente importa es la sutil combinación del oporto con el humo en tu lengua. Adelante, pruébalo. Si no te gusta, al menos así ya sabrás qué es lo que tienes que decir la próxima vez que alguien te ofrezca uno.

    Le enseñó cómo había que hacerlo, preparando el puro y animándola a que lo encendiera.

    —Me siento como si estuviera haciendo algo malo —observó ella, y estornudó.

    Por Dios, ella no tenía ni idea de hasta qué punto era malo aquello. Una cosa insignificante, hacerle fumar un puro y beber una copa de oporto. A las muchachas les encantaba flirtear con el peligro, con cosas que nunca habían probado antes, a pesar de lo buenas que eran. O precisamente por lo buenas que eran. Y ese pequeño saborear lo prohibido, luego solía traducirse en un súbito apetito por otro fruto.

    «Hambre, mi pequeña Sakura —deseó él en silencio—. Saciaré cualquier deseo que tengas.» Casi podía paladear la inocencia de ella en su lengua. De hecho, no tardaría mucho en paladearla.

    —Has estado haciendo algo malo desde el momento en que me conociste, muchacha —ronroneó, refiriéndose a sí mismo, pero cuando ella lo miró de soslayo, pasó a provocarla—. Curioseando en mi dormitorio...

    —Si lo hice fue únicamente porque allí dentro tenías objetos robados...

    —¿Y qué hacías tú dentro de mi dormitorio en primer lugar? — preguntó él sedosamente.

    Ella se sonrojó.

    —Es que yo, ejem... me, ejem... —balbució.

    —Y he de confesar que me he estado preguntando qué hacías tan cerca de mi cama como para encontrar esos libros. Sólo te faltó meterte en ella. ¿Sentías curiosidad acerca de mí? ¿Acerca de mi cama? ¿Tal vez acerca de mí en ella?

    El rubor de Sakura se volvió más intenso.

    —Sólo estaba curioseando, ¿de acuerdo? Pero si hubiera tenido alguna idea de lo que iba a encontrar, no lo habría hecho.

    Él sonrió, una sonrisa lenta y seductora, y Sakura contuvo la respiración.

    —Bebe un sorbo de oporto y mantenlo encima de la lengua por un momento.

    Sakura así lo hizo.

    —Ahora el puro.

    Sakura dio una ligera calada. Dulzor y humo, una combinación fascinante. Otro sorbo, otra calada. Sakura rió. Se sentía ridícula dando caladas al grueso puro. Se sentía cálida y viva. Volvió la cabeza para decirle lo que pensaba, pero él se había dejado caer junto a ella en el sofá y Sakura se tropezó con sus labios.

    Directamente con aquella boca lujuriosa, opulenta y pecaminosa, y en cuanto los labios de él establecieron contacto con los suyos, Sakura crepitó. El calor recorrió todo su cuerpo desde la cabeza hasta los pies, llenándolo con una especie de incontrolable llamarada que nunca había experimentado antes. Era un calor que Sakura comprendió instintivamente podía abrasarla hasta dejarla sin sentido. Él no había fumado su puro y sabía a malta, y su cálida lengua se deslizó dentro de la boca de Sakura y todo su mundo quedó vuelto del revés. Apenas si se enteró cuando él le quitó diestramente de las manos el puro y la copa para depositarlos en otro lugar. De hecho, hubiese podido dejarlos caer al suelo y a ella le habría dado absolutamente igual.

    —Mi pequeña Sakura. Necesito saborearte. Ábrete más. Entrégate a mí.

    Enterró las manos en sus cabellos, besándola, y de pronto fue completamente insignificante que él robara antigüedades, que la hubiera tomado cautiva, que viviese fuera de la ley. Ahora lo único que le importaba a Sakura era que la lengua de él se hallaba dentro de su boca, y cómo la hacía sentirse. El mundo cesó de existir más allá de eso.

    Besos lentos y profundos, eróticos mordisqueos con los dientes y la boca de él deslizándose, corriendo y resbalando sobre la de ella. Le tomó el labio inferior y tiró lánguidamente de él, para luego volver a capturarlo y plantar firmemente su boca ladeada sobre la de ella, saqueando. Mordisqueó, chupó, consumió. Aquel hombre no se limitaba a besar: hacía el amor a la boca de una mujer, consiguiendo que toda ella se sintiera hinchada, caliente y dolorida. Hacía que soltara ruiditos extraños y se echara a temblar. La hacía sentir como si pudiera...

    «Me muero sin ti. Llámame. Soy Koyuki.»

    ... extraviarse completamente a sí misma y enamorarse locamente de él como sin duda habrían hecho incontables mujeres antes que ella. Una mujer a la que él no le devolvía la llamada. Y a diferencia de lo que ella había oído en el sofisticado ronroneo de la voz de Koyuki, Sakura no poseía las defensas necesarias, el don de gentes necesario. Si era lo bastante insensata como para permitírselo, aquel hombre la utilizaría y luego la arrojaría a un lado. Y no habría nadie a quien culpar de ello más que a la misma Sakura. No era como si ella no supiese, al dar el primer paso, qué clase de hombre era él. Decididamente del tipo «ámalas y déjalas». Y ¿cómo se sentiría ella, sabiendo que sólo había sido una víctima más en su carrera de atropellos? Utilizada, así sería como se sentiría.

    —P-para —jadeó.

    Él no lo hizo. Sus manos bajaron de los cabellos de Sakura a sus pechos para moverse posesivamente sobre ellos, acunando y amasando. Sus pulgares se deslizaron sobre los pezones de Sakura, y éstos se pusieron rígidos al instante. Sentía como si se estuviera ahogando. Aquel hombre era abrumadoramente masculino y sexual, y Sakura sabía que tenía que detenerlo, porque en cuanto hubieran transcurrido unos instantes más ya no sería capaz de recordar por qué hubiese debido hacer tal cosa.

    —Por favor —chilló—. ¡Para!

    Él mantuvo cautivo al labio inferior de Sakura durante un largo y erótico momento y luego, con un gruñido gutural, puso fin al beso. Apoyó su frente en la de ella mientras respiraba de manera rápida y entrecortada. ¿Cuándo había llegado a hacer tanto frío dentro de la habitación?, se preguntó Sakura aturdidamente. Tenía que haber una ventana abierta en algún sitio que dejaba entrar una brisa helada. Se estremeció. Su piel estaba muy caliente, inflamada por la pasión, y sin embargo el fino vello de su cuerpo se había erizado.

    —No te haré daño —dijo él, en voz baja y apremiante.

    «Físicamente tal vez no —pensó ella—, pero hay otras clases de dolor.» En tan sólo veinticuatro horas había llegado a sentirse irremediablemente atraída por un ladrón. Estaba fascinada por un desconocido del que colgaban las palabras «prohibido», «secretos» y «criminal». Sakura sacudió la cabeza y trató de apartarse de él. Aceptar un soborno era una cosa, perderse a sí misma otra muy distinta. Y no le cabía ninguna duda de que podía llegar a perderse por un hombre semejante. Simplemente no estaban al mismo nivel.

    Las manos de él volvieron a subir hacia sus cabellos y los mantuvieron firmemente sujetos mientras bajaba la cabeza, y por un instante ella pensó que se negaría a dejarla marchar. Luego él levantó la cabeza y la contempló con una mirada oscura e intensa.

    —Te deseo, muchacha.

    —Apenas si me conoces —replicó ella con voz temblorosa.

    Sospechaba que cuando Sasuke Uchiha le decía con semejante voz a una mujer que la deseaba, no oía muy a menudo la palabra «no». Eso suponiendo que llegara a oírla alguna vez.

    —Te deseé desde el momento que te vi en la calle.

    —¿En la calle?

    ¿Él la había visto en la calle? ¿Cuándo? ¿Dónde? Pensar que él se había fijado en ella antes de que se encontraran dentro de su dormitorio la dejó sin aliento.

    —Tú estabas llegando cuando yo me iba. Estaba en el coche detrás del tuyo. Te vi y... —Se calló abruptamente.

    —¿Y qué?

    Él sonrió con amargura y pasó lentamente la yema de su pulgar por el labio inferior de ella, todavía hinchado y húmedo a causa de sus besos.

    —Y me dije a mí mismo que una muchacha como tú no estaba hecha para mí.

    —¿Por qué?

    El deseo que había en los ojos de él se disipó, para ser sustituido por una expresión tan remota y vacía que Sakura sintió como si acabara de darle una bofetada. Él le había cerrado las puertas. Completamente. Sakura pudo sentirlo, y no le gustó ni pizca. Por un instante se sintió desnuda.

    Él se levantó abruptamente.

    —Ven, muchacha, vamos a acostarte. —Sonrió burlonamente, con otra de aquellas sonrisas que no llegaban a extenderse a sus fríos ojos—. Sola, si insistes.

    —Pero ¿por qué? ¿Por qué ibas a pensar eso?

    Oír su respuesta era terriblemente importante para ella.

    Él no le respondió. Se limitó a escoltarla al cuarto de baño, le ofreció toallas para una ducha si deseaba dársela —cosa que Sakura se sentía decididamente demasiado incómoda para poder hacer y rechazó; pero se lavó y volvió a cepillarse los dientes—, y luego la condujo a la cama para poder atarla.

    —¿Tienes que hacer esto? —protestó ella mientras él anudaba el primer pañuelo.

    —No, si duermo contigo —fue la fría réplica de él.

    Sakura se apresuró a ofrecerle la muñeca.

    —Ya sé que estás intacta, si es eso lo que te preocupa.

    —Y ambos sabemos que tú no lo estás —masculló ella con irritación.

    El señor Magnums-Múltiples debajo de la cama. ¿Cómo sabía él que ella era virgen? ¿Lo llevaba grabado en la frente? ¿Tan ineptos eran sus besos?

    —No era más que algo de práctica para el día en que pueda llegar a darte placer.

    Ella se estremeció. Él siempre tenía una respuesta para todo.

    —Si no me atas, te prometo que no intentaré escapar.

    —Sí que lo harías.

    —Te doy mi palabra.

    Con un grácil vaivén de su mano, él lanzó una de las almohadas fuera de la cama.

    Sakura no necesitó bajar la vista para saber lo que él acababa de revelar: el skean dhu que antes había envuelto en un suave trozo de plaid que había encontrado, para luego esconderlo debajo de la almohada de modo que pudiera liberarse de sus ataduras después.

    —Quería tenerlo a buen recaudo. No sabía en qué otro sitio ponerlo —le dijo con un aleteo de pestañas.

    —Ninguna palabra de promesa o incluso de deseo ata a una mujer. Lo que retiene a una mujer son las ataduras.

    Cogió la daga y el trozo de plaid, atravesó la habitación y los guardó dentro de un cajón.

    Ella entornó los ojos.

    —¿Quién te ha enseñado eso? ¿Las mujeres? Pues a mí me suena como si hubieras estado escogiendo a las que no debías. ¿Cuáles son tus criterios? ¿Tienes algún criterio?

    Él la miró con expresión sombría.

    —Sí. Que ellas me tengan a mí.

    Sakura parpadeó y dejó que la atara. Aquel hombre podía tener a cualquier mujer que quisiera.

    Hubo un momento muy peligroso cuando él le ató la segunda muñeca. Una larga y significativa pausa en la que se limitaron a mirarse el uno al otro. Ella lo deseaba desesperadamente, y la intensidad de aquel sentimiento la aterrorizó. Apenas conocía a aquel hombre, y lo que sabía acerca de él no tenía nada de tranquilizador.

    —Porque eres una buena chica —le dijo él por encima del hombro mientras cerraba la puerta. Luego dejó escapar un pesado suspiro—. Y yo no soy un buen hombre.

    Sakura tardó un momento en comprender de qué estaba hablando. Entonces se dio cuenta de que finalmente había respondido a su pregunta: por qué ella no estaba hecha para él.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    2339
    CAPITULO 6
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.


    ADAPTACION© Quem
    «No soy un buen hombre.»

    Era la única auténtica advertencia que ella recibiría de él durante su dulce e inevitable precipitarse desde el estado de gracia.

    Sasuke bebió un sorbo de su whisky y la miró. Aquel beso, aquel mero sorbo de un beso todavía perduraba encima de su lengua, dulce como la miel, y ninguna cantidad de whisky podría llegar a hacerlo desaparecer. Apenas había empezado a paladearla cuando ella lo había detenido.

    Y que lo detuviera casi lo había matado. Con su lengua dentro de la boca de ella y sus manos en sus cabellos, por un breve instante Sasuke se había sentido lleno de una gélida rabia, pura y negra, algo que rechazaba ser negado. Los antiguos se habían agitado para exigir que él saciara su hambre. «Oblígala —había ronroneado una oscura voz—. Puedes hacer que le guste.»

    Sasuke había librado una terrible batalla contra ellos, y de ahí el cuidado con el que se había apartado de ella. Aquella negrura no era él. No sería él. Sasuke no lo permitiría. Podía consumirlo con demasiada facilidad.

    Sabía que no hubiese debido entrar en el dormitorio. No se encontraba del mejor de los humores posibles por muchas razones, entre ellas, y no la menor, que aquel día había utilizado la magia, primero en una breve visita a Seguridad antes de que ella despertara, para recordarles que el día anterior habían visto marcharse a Sakura Haruno, y luego cuando ella intentó escapar, en lo que había sido una acción refleja, sin pensamiento alguno. El cerrojo interior estaba echado para variar y ella lo había descorrido, y entonces él lo había bloqueado mediante una palabra susurrada antes de que Sakura pudiera llegar a abrir la puerta.

    Entonces, muy cerca de ella, con los aceros entre los dos, la sangre en su piel y la oscuridad creciendo rápidamente, le había dejado claro cuál sería el coste de su escapatoria: la vida de él.

    Apostando a que ella retrocedería enseguida ante eso.

    Una parte perversa de él la retaba a que pusiera fin a su deshonor con la punta de su propia espada.

    Tanto de una manera como de otra, él tendría más paz.

    Ella aceptó su daga y se quedó en el ático. No era consciente de lo que eso significaba. Cuando un druida ofrecía su arma favorita, su selvar, la que llevaba junto a su piel, a una mujer, también ofrecía su protección. Su presencia como guardián de aquella mujer. Para siempre.

    Y ella la había tomado.

    Ahora dormía boca arriba, del único modo en que podía hacerlo teniendo atadas las muñecas, aunque él se había asegurado de que las ligaduras quedaran lo más extendidas posible. Sus hermosos pechos subían y bajaban con la respiración suave y pausada del sueño profundo.

    Debería dejarla marchar.

    Y sabía que no iba a hacerlo. Deseaba a Sakura Haruno de modos en los que nunca había deseado a una muchacha antes. Sakura lo hacía sentir como un mozo que todavía está creciendo, deseoso de impresionarla con proezas masculinas, de protegerla y saciar hasta el último de sus deseos, de ser el foco de aquel luminoso corazón suyo, tan resplandeciente y lleno de inocencia. Como si de algún modo ella pudiera hacer que volviese a estar limpio.

    Ella era curiosidad y asombro; él era cinismo y desesperación. Ella estaba llena de sueños; él había sido vaciado y estaba hueco por dentro. El corazón de ella era joven y sincero; el de él estaba helado por la desilusión, y ahora apenas latía con la fuerza suficiente como para mantenerlo con vida.

    Ella era todo lo que él había soñado en el pasado, hacía mucho tiempo. Sakura Haruno era la clase de muchacha por la que hubiera llegado a hacer los votos de vinculación de los druidas, comprometiendo así su vida para siempre al lado de ella. Inteligente, aquella mujer hablaba cuatro idiomas, que él supiera. Tenaz y determinada, lógica a su manera. Realista, creía en los hechos. Amante de las antiguas tradiciones, algo que se hacía evidente cada vez que lo veía volver una página. En dos ocasiones le había entregado un pañuelo de papel para que lo utilizara como protección para evitar el contacto de sus dedos sobre las preciadas páginas.

    Y Sasuke podía percibir en ella a una mujer que quería salir a la luz. Una mujer que había llevado una vida tranquila, una vida respetable, pero que anhelaba más. Podía percibir, con los instintos infalibles de un depredador sexual, que en lo más profundo de su corazón Sakura era terriblemente sensual y apasionada. Que el día en que se entregara a un hombre, se entregaría de manera incondicional. Sexualmente agresivo y dominante hasta la médula, Sasuke reconocía en ella a su perfecta compañera de lecho.

    Él era un hombre que no podía ofrecer promesas ni garantías. Un hombre con una terrible oscuridad creciendo en su interior.

    Y lo único en lo que podía pensar era... cuando la tomara, arrancaría las ropas de su cuerpo para desnudar hasta el último centímetro de su hermosura ante su inmenso apetito.

    Se pondría encima de ella, los antebrazos en paralelo a la cama a cada lado de su cabeza, y atraparía sus largos cabellos debajo de su peso. La besaría...

    Él la estaba besando y ella se ahogaba en el calor y la sensualidad de aquel hombre. Con las manos atadas a los postes de la cama y el cuerpo desnudo y yacía mientras ardía por dentro. Suya, para que la tomara como quisiese.

    Él no se limitaba a besar, sino que reclamaba su propiedad. Tomaba su boca con tanta urgencia como si su vida dependiera de aquel beso. Lamió y mordisqueó y saboreó, chupándole el labio inferior y sujetándolo entre sus dientes. Las manos de él se movían sobre sus pechos y ella sentía el dolor abrasador de la necesidad allí donde la tocaba. La besó despacio, profundamente y prolongando cada beso, y luego la besó deprisa, con una salvaje energía y como si estuviera castigándola con cada beso...


    ... como a la más fina y delicada de las porcelanas, y luego la castigaría con besos llenos de vehemencia por ser tan perfecta, por ser todo lo que él no merecía. Por la capacidad de asombro que ella aún conservaba y que le hacía recordar sentimientos que él había tenido en el pasado.

    Como hombre, tendría que saber que ella tenía necesidad de él. Así que besaría cada centímetro de su sedosa piel, demorando su lengua sobre las cumbres de sus pezones. Restregaría contra ellos su mandíbula sin afeitar hasta que floreciesen para él en toda su apretada dureza, apenas los rozaría con sus dientes, y luego desplazaría esos besos al dulce calor femenino que había entre las piernas de ella, donde saborearía su brote tensado por el anhelo. Largas y lentas caricias de su lengua allí. Mordisqueos que no podrían ser más delicados.

    Luego movimientos más intensos, cada vez más y más rápidos hasta que ella se retorciese debajo de él.

    Pero aun así, su desenfreno todavía no le bastaría.

    Así que deslizaría sus dedos dentro de ella. Encontraría ese punto, uno de varios lugares especiales, que hacía enloquecer a una mujer. La sentiría tensarse convulsivamente alrededor de él. Sentiría su hambre. Entonces retiraría los dedos y volvería a saborearla con su lengua. Lamiendo. Lamiendo. Ahogándose en el dulce sabor de ella.

    Luego dos dedos. Luego su lengua. Hasta que ella...

    —¡Por favor! —gritó Sakuara mientras arqueaba la espalda, subiéndola cada vez más arriba en una súplica de que él la tocara.

    Sasuke se alzaba sobre ella, su firme cuerpo dorado por la luz del fuego y cubierto por una capa de sudor que brillaba encima de su piel.

    —¿Qué es lo que quieres, Sakura?

    Su mirada reluciente la desafiaba, retándola a que quisiera, a que hablara de todas aquellas cosas que ella nunca había llegado a decir en voz alta. Fantasías secretas que Sakura había guardado dentro de su corazón de mujer. Fantasías que sabía que él estaría más que dispuesto a hacer realidad; todas y cada una de ellas.

    —¡Por favor! —gritó, sin saber cómo expresarlo en palabras—. ¡Todo!

    Las ventanas de la nariz de él se dilataron e inhaló profundamente, y de pronto ella se preguntó si había dicho algo mucho más peligroso de lo que imaginaba.

    —¿Todo? —ronroneó él—. ¿Todo lo que yo pueda querer? ¿Todo lo que yo pueda soñar con hacerte? ¿Quieres decir que vas a hacerme entrega de tu inocencia... sin condiciones?


    Un latido, luego dos.

    ... dijera que tenía necesidad de él. Hasta que estuviera dispuesta a renunciar a todo. Entonces él transferiría sus años de maestría —todos esos años durante los que les había hecho apasionadamente el amor con un corazón helado a mujeres que no querían de él nada más que su cuerpo— a las exuberantes curvas de Sakura, a la parte de atrás de sus rodillas y al interior de sus muslos para lavar cada centímetro con su lengua. La desataría y le daría la vuelta hasta dejarla tendida boca abajo. Le estiraría las manos por encima de la cabeza y, sujetándolas con una de las suyas, le mordisquearía suavemente la nuca. Haría que su lengua descendiera lentamente a lo largo de la columna de ella para ir derramando atenciones sobre el punto favorito de él, ese arco tan esbelto y delicado en el que la espalda de una mujer se encuentra con su trasero, y luego besaría cada centímetro de sus dulces nalgas.

    Arrodillándose encima de ella para ponerse a horcajadas sobre su cuerpo, empujaría sus suaves curvas con su duro miembro. La sentiría alzarse hacia él...

    —¡Sasuke! —gritó Sakura.

    Él estaba detrás de ella, caliente, duro y sedoso contra su trasero, y Sakura se sentía tan condenadamente vacía por dentro que le dolía.

    —¿Qué, muchacha?

    —Hazme el amor —jadeó Sakura.

    —¿Por qué?

    Se estiró por encima de ella, piel contra piel desde la cabeza hasta los dedos de los pies, las palmas en los dorsos de sus manos y apretándolas contra la cama, permitiendo que ella sintiera todo su peso y haciendo que le costase respirar. Le separó los muslos con la rodilla. Llevó sus caderas hacia delante, apretándose contra su cuerpo pero sin llegar a entrar en ella. Provocándola, jugando con ella.

    —Te deseo.

    —Desear no es suficiente. Tienes que sentir como si no pudieras respirar a menos que yo esté dentro de ti. ¿Me necesitas? ¿A cualquier precio? ¿Aunque te he advertido que no soy un hombre bueno?

    —¡Sí! ¡Dios, sí!

    —Dilo.

    —¡Te necesito!

    —Di mi nombre.

    —¡Sasuke!


    Sakura despertó de golpe con un sobresalto, cubierta de sudor y jadeando, tan excitada que le dolía todo el cuerpo.

    —Q-qué... —farfulló, y entonces se acordó del sueño.

    «Oh, Dios», pensó, atónita. Sacudió la cabeza y de pronto se dio cuenta de que no estaba sola.

    Él estaba en el dormitorio.

    Sentado a medio metro de ella en una silla junto a la cama, la contemplaba con aquellos relucientes ojos felinos.

    Sus miradas se cruzaron.

    Y Sakura tuvo la horrible sensación de que de algún modo él lo sabía. Sabía que ella había estado soñando con él. Había una extraña satisfacción en su abrasadora mirada.

    Un calor intenso se extendió por todo el cuerpo de Sakura. Bajó frenéticamente la mirada. Gracias a Dios, todavía llevaba toda la ropa. No había sido más que un sueño.

    Él no podía saberlo. No, era imposible.

    Sakura se tapó hasta la barbilla. La atmósfera del dormitorio se había vuelto realmente gélida.

    —Sonaba como si estuvieras inquieta por algo —ronroneó él, su voz tan oscura como la habitación llena de sombras—. Vine a ver qué tal te encontrabas y decidí que me quedaría sentado cerca de ti hasta que te calmaras.

    —Ahora me calmaré —mintió ella flagrantemente.

    El corazón le palpitaba y se dio la vuelta para no delatarse con los ojos. Se atrevió a echarle una rápida mirada de soslayo. Qué hombre tan magnífico, allí sentado con el cuerpo medio dorado por el fuego que no tardaría en apagarse. Un lado de su rostro dorado, el otro en sombras. Sakura casi jadeaba, y se mordió el labio para tranquilizarse.

    —Entonces, ¿debería irme?

    —Deberías irte.

    —¿No... necesitas... nada, mi pequeña Sakura?

    —Sólo que me dejes estar sola —dijo ella.

    «Nunca», pensó Sasuke mientras cerraba firmemente la puerta.

    Cuando Sakura despertó, él se asombró al comprender que de algún modo sus pensamientos, la seducción terriblemente intensa que él había estado imaginando, se habían infiltrado en los sueños de ella.

    Poder. Había poder dentro de él, y no debía olvidarlo. De algún modo ese poder había hecho que ella compartiese su fantasía.

    Una cosa peligrosa.

    Aparentemente, había vuelto a utilizar la magia, sin ni siquiera darse cuenta de ello.

    Un músculo resaltó en su mandíbula. Ver dónde empezaban los antiguos y dónde terminaba él estaba empezando a volverse condenadamente difícil.

    Todavía tenía trabajo que hacer aquella noche, se recordó a sí mismo mientras se sacudía enérgicamente para resistir la acometida de la oscuridad que se estiraba y se flexionaba dentro de él. La oscuridad que intentaba convencerlo de que él era un dios, y que cualquier cosa que deseara le pertenecía por derecho propio.

    Calzándose las botas y poniéndose la chaqueta, Sasuke lanzó una última mirada en dirección al dormitorio antes de salir del ático sin hacer ruido. Ella estaba sólidamente atada, y nunca sabría que él se había ido. Sólo serían unas horas.

    Antes de irse, subió un poco el termostato. Dentro del ático hacía frío.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    6746
    CAPITULO 7
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.



    ADAPTACION© Quem
    Tuvo que volver a utilizar la magia, el féth fiada, el hechizo druida que hacía que quien lo empleaba fuera más difícil de ver para el ojo humano, y cuando regresó al ático, Sasuke estaba demasiado tenso para dormir. No había sabido que semejante hechizo existía antes de que los oscuros lo hubiesen reclamado aquella fatídica noche. Ahora el conocimiento de los oscuros también era suyo, y aunque trataba de fingir que no era consciente de hasta dónde llegaba el poder que había dentro de él, a veces, cuando estaba haciendo algo, de pronto conocía un hechizo que servía para hacer que ese algo se volviera más fácil, y lo veía con tanta claridad como si lo hubiera conocido durante toda su vida.

    Algunos de los hechizos que ahora «simplemente conocía» eran horrendos. Los ancianos que llevaba dentro habían sido juez, jurado y verdugo en muchas ocasiones.

    El peligro no paraba de crecer, porque Sasuke se sentía cada vez más distanciado de todo. Se hallaba suspendido en el borde del abismo, y el abismo le devolvía la mirada con los ojos escarlata de una fiera.

    Necesitaba. El cuerpo de una mujer, el delicado contacto de una mujer. El deseo de una mujer para hacerlo sentir como un hombre y no como una bestia.

    Podía acudir a Koyuki; la hora no importaría. Ella lo recibiría con los brazos abiertos y él podría perderse en ella, subirle los tobillos por encima de la cabeza y hundirse dentro de ella hasta volver a sentirse humano.

    Pero no quería a Koyuki. Quería a la mujer que estaba en su cama en el piso de arriba.

    No necesitaba hacer ningún esfuerzo para verse a sí mismo yendo escaleras arriba, desnudándose mientras subía los peldaños de tres en tres para luego tenderse sobre la forma inerte y atada de ella, provocándola y excitándola hasta que el deseo la hubiera convertido en un animal, hasta que le suplicara que la tomase. Sabía que podía hacer que ella se le entregara. Oh, sí, al principio quizá no estaría dispuesta, pero él conocía maneras de tocar que podían hacer enloquecer a una mujer.

    Su respiración se había vuelto jadeante y entrecortada.

    Ya iba hacia la escalera quitándose el suéter por la cabeza cuando se detuvo.

    «Respiraciones profundas. Concéntrate, Uchiha.»

    Si iba a ella ahora, le haría daño. Estaba demasiado hambriento, demasiado fuera de sí. Apretando los dientes, Sasuke volvió a ponerse el suéter, giró en redondo y estuvo un rato mirando por la ventana sin ver.

    Dos veces más se sorprendió dirigiéndose hacia la escalera. Dos veces más se obligó a retroceder. Se tendió en el suelo e hizo flexiones hasta que el sudor corrió por todo su cuerpo. Luego hizo estiramientos y más flexiones. Recitó pasajes de historia, contó hacia atrás en latín, después en griego, después en las lenguas más oscuras y difíciles.

    Finalmente, consiguió recuperar el control de sí mismo. O todo el control de que sería capaz si iba a tener que pasar sin sexo.

    Ese día ella se ducharía, decidió, súbitamente irritado por su falta de fe en él, aunque para ello tuviera que mantenerla encerrada en el cuarto de baño durante todo el día.

    Ni que fuera a abalanzarse sobre ella mientras estaba en la ducha.

    Acababa de demostrar que controlaba la situación. A decir verdad y en lo que a ella concernía, para Sasuke sólo existía el control. Si Sakura Haruno tuviera alguna idea de contra qué estaba batallando Sasuke, de lo difícil que había sido hasta el momento, y cómo sin embargo él había prevalecido, entonces se ducharía.

    «Ja. Entonces, muy probablemente, se lanzaría al vacío desde mi terraza a cuarenta y tres pisos por encima de la calle meramente para escapar de mí», pensó, levantándose del suelo y dejando ligeramente entornada una de las puertas de la terraza.

    Contempló la ciudad silenciosa; todo lo silenciosa que podía llegar a estar Manhattan, todavía con un suave rumor incluso a las cuatro de la madrugada. El caprichoso tiempo de marzo, con el clima que llevaba días fluctuando para hacer que la temperatura subiera y bajara hasta diez grados en unas pocas horas. Ahora la temperatura había vuelto a subir, pero la ligera lluvia muy bien podía convertirse en nieve a media mañana. La primavera intentaba obligar a retroceder al invierno y al fracasar en el intento reflejaba el desolado paisaje interior de Sasuke.

    Con un ruidoso suspiro, se sentó para enfrascarse en el tercer Libro de Manannán. Ese último tomo, y luego se iría. No por la mañana, sino al día siguiente. Ya había hecho todo lo que podía hacer allí. Dudaba que lo que quería estuviera en el tomo de todas maneras. Había habido un tiempo en el que existieron cinco Libros de Manannán, pero ahora sólo quedaban tres. Sasuke ya había leído los dos primeros; hacían referencia a las leyendas de los dioses de Irlanda antes de la llegada de los Tuatha de Danaan. Aquel tercer volumen continuaba las historias de los dioses, y narraba sus encuentros con la primera oleada de colonizadores que invadió Irlanda. Dada la lentitud con que discurría el curso de la historia, Sasuke sospechaba que la llegada de la raza de criaturas en la que estaba interesado no sería abordada hasta el quinto volumen, que ya no existía excepto tal vez en un lugar: la biblioteca de los Uchiha.

    Tanto si le gustaba como si no, tendría que ir a casa. Debería presentarse ante su hermano para poder examinar la colección de los Uchiha. Sasuke había desperdiciado muchos meses tratando de encontrar una solución por su cuenta, y ahora se le terminaba el tiempo. Si esperaba mucho más..., bueno, no se atrevía a esperar más.

    «Y ¿qué hay de la muchacha?», intervino su honor.

    Sasuke se encontraba demasiado cansado para tomarse la molestia de mentirse a sí mismo.

    «Es mía.»

    Primero se esforzaría por seducirla con sus propios deseos porque sabía que eso haría que todo le resultara más fácil, pero en el caso de que ella se resistiera, de un modo u otro, al final iría con él.

    .

    .

    .

    Sakura permanecía inmóvil entre los chorros calientes que salían de siete surtidores —tres a cada lado de ella, uno encima— mientras suspiraba de placer. Llevaba días sintiéndose como el póster publicitario de la mugre. La puerta tenía echado el pestillo y la silla que Sasuke le había traído para que la pusiera debajo del pomo se hallaba firmemente colocada debajo de éste. Después de haber soñado con él y despertar ya muy entrada la noche para encontrárselo observándola con prácticamente la misma expresión que había mostrado en su sueño, Sakura apenas si había podido sostenerle la mirada cuando la desató aquella mañana. Pensar en el sueño bastaba para hacer que se sintiera sonrojada y temblorosa.

    Él le había dicho que no era un buen hombre. Tenía razón. No lo era. Era un hombre que vivía según sus propias reglas. Robaba lo que era propiedad de otras personas; aunque insistía en que lo «tomaba prestado» y, extrañamente, dejaba piezas más valiosas. La mantenía cautiva; aunque le preparaba suculentas comidas y, francamente, ella había accedido a cooperar con él a cambio de un soborno. Criminal en el peor de los casos; en el mejor, existía en los márgenes de la sociedad civilizada.

    Aunque pensándolo bien, y dado que ella había aceptado su soborno, suponía que ahora también se encontraba en esos márgenes.

    Con todo, pensó, un hombre verdaderamente malo no se molestaría en advertir a una mujer de que no era un buen hombre. Un hombre verdaderamente malo no dejaría de besar a una mujer cuando ella le decía que dejara de hacerlo.

    ¡Qué enigma era aquel hombre, y cuán extrañamente anacrónico! Aunque el ático de Sasuke era moderno, su porte y sus modales eran claramente antiguos. Su manera de hablar también era moderna, y sin embargo a veces incurría en una nada frecuente y curiosa formalidad, salpicada con viejos coloquialismos gaélicos. Había en él algo más de lo que ella veía. Sakura podía sentir cómo aquel algo danzaba en el límite de su entendimiento, pero por mucho que se esforzara, no conseguía llegar a enfocarlo. Y no cabía duda de que había algo en sus ojos...

    Ella quizá no tuviera tanta experiencia del mundo como las mujeres de Nueva York, pero no era completamente ingenua: podía sentir peligro en Sasuke, porque una mujer hubiese tenido que estar muerta para no sentirlo. El peligro emanaba de él tan abundantemente como la testosterona rezumaba de sus poros. Aun así, lo mantenía a raya mediante la disciplina y el autocontrol. Sasuke la tenía completamente a su merced, y no se había aprovechado de ello.

    Sakura sacudió la cabeza. Dada la facilidad con que las mujeres tenían que caer rendidas ante él, pensó, quizá la parte con la que más disfrutaba fuese la persecución.

    Bueno, se dijo mientras empezaba a enfurecerse, él podía perseguir todo lo que quisiera. Quizá se hubiera convertido en una marginada, pero eso no significaba que fuera a meterse en la cama con él, y no importaba lo mucho que secretamente pudiera anhelar ser iniciada en el club del exótico, erótico y misterioso Sasuke Uchiha. Y la palabra clave era «club», o sea, una institución que tenía montones de miembros.

    Después de haber tomado esa resolución, Sakura se lavó el pelo con champú dos veces (nunca antes había pasado dos días seguidos sin darse una ducha) y volvió a quedarse inmóvil bajo el palpitar de los chorros hasta que se sintió completamente limpia. Y luego se quedó allí un poco más. El masaje que daban aquellas cabezas de ducha era como para morirse.

    Envolviéndose en una magnífica toalla, quitó la silla y abrió la puerta.

    Cuando la abrió, dio un respingo. La mitad de su guardarropa estaba pulcramente amontonado encima de la cama. Sakura parpadeó. Sí, allí estaba. En ordenadas pilas. Bragas (ajá, y ésas permanecerían firmemente ceñidas a su trasero), sujetadores, vestidos, suéters, tejanos, un camisoncito con encajes, calcetines, botas, zapatos..., el surtido completo. Todo estaba dispuesto de manera que conjuntara, observó atónita. Sasuke no se había limitado a coger las cosas, sino que las había ordenado haciendo juego como si previera el modo en que ella iba a ponérselas.

    Mientras iba hacia la cama, vio que incluso había traído algunos de sus libros.

    Tres novelas románticas, el muy desgraciado. Novelas románticas ambientadas en Escocia. ¿Qué había hecho aquel hombre, hurgar entre todas las cosas de ella mientras estaba allí? La de encima de todo era The Highlander's Touch, una de sus novelas favoritas acerca de un highlander inmortal.

    Sakura soltó un bufido. Aquel hombre era incorregible, traerle novelas llenas de pasión y erotismo para que las leyera, como si ella necesitara alguna clase de ayuda para tener ese tipo de pensamientos con él cerca.

    Y aunque sabía que debería sentirse ofendida porque él hubiera entrado en su apartamento y hubiera rebuscado dentro de los cajones, lo cierto era que había puesto mucho cuidado en sus selecciones, y se sintió extrañamente encantada.

    .

    .

    .

    Él apenas le dirigió la palabra en todo el día. Estaba muy pensativo. Controlado y remoto. Perfectamente cortés, perfectamente disciplinado. Completamente absorto en sí mismo. Sus ojos eran... otra vez extraños, y Sakura se preguntó si no adoptarían distintos tonos según la luz ambiental, como le ocurría al color negro que a veces pasaba de un plateado azulado a un rojo carmesí. No al ámbar, porque eran del tono oscuro que tiene el cobre justo antes de que se ennegrezca.

    Acodada sobre la encimera, lo observaba preparar el desayuno —arenques, tiras de beicon, tostadas y gachas de avena con crema de leche y moras— sin quitarle los ojos de encima mientras él le daba la espalda. Entonces se fijó en su pelo por primera vez. Sabía que lo llevaba muy largo, pero no se había dado cuenta de hasta qué punto porque se lo recogía en la nuca. Pero ahora que estaba sentada detrás de él, pudo ver que se lo había doblado varias veces antes de ceñirlo con una tira de cuero.

    Decidió que cuando estaba suelto tenía que llegarle hasta la cintura. Pensar en su lustrosa melena negra barriendo su musculosa espalda desnuda la puso muy nerviosa. Se preguntó si alguna vez lo llevaba sin recoger. El que su pelo fuera tan largo y abundante, pero siempre estuviera meticulosamente retenido hasta que él optara por liberarlo, parecía muy acorde con su carácter.

    Trató de entablar conversación, pero él no respondió a ninguno de los señuelos que utilizó. Sakura se dedicó a pescar en un intento de saber qué le estaría pasando por la cabeza, pero sólo obtuvo gruñidos y murmullos incoherentes.

    Aquella tarde pasaron horas sentados juntos en silencio, con Sakura volviendo delicadamente las páginas del Códice Midhe con la ayuda de pañuelos de papel y lanzando sigilosas miradas de soslayo a Sasuke mientras éste trabajaba con el Libro de Manannán, tomando notas a medida que traducía.

    A las cinco, Sakura se levantó y puso las noticias, preguntándose si habría alguna pequeña mención de su desaparición. Como si eso fuera un gran acontecimiento, pensó sarcásticamente. ¿Una joven bajita desaparece en la Gran Manzana llena de gusanos? Tanto la policía como los presentadores de los programas informativos tenían cosas mejores que hacer.

    Entonces él la miró con una sombra de satisfacción danzando en sus labios.

    Ella arqueó una ceja interrogativa, pero él no dijo nada. Sakura escuchó sin demasiada atención mientras seguía leyendo, y de pronto su atención pasó a centrarse en la pantalla.

    —Anoche el Fantasma Galo volvió a atacar, o eso cree la policía.

    «Perplejas» podría ser la mejor manera de describir a las fuerzas policiales de Nueva York. En un momento indeterminado, a primera hora de esta mañana, todos los objetos robados anteriormente por el Fantasma Galo fueron dejados en el puesto de guardia de la comisaría de policía. Una vez más, nadie vio nada, lo cual hace que uno se pregunte qué es lo que nuestra policía...

    Hubo más, pero Sakura no lo oyó.

    Bajó la mirada hacia el texto que tenía en las manos. Luego lo miró a él.

    —Ese lo conseguí mediante un trueque, muchacha.

    —Realmente lo hiciste —jadeó ella, sacudiendo la cabeza—. Cuando fuiste a mi apartamento a recoger mis cosas, los devolviste. No puedo creerlo.

    —Ya te dije que sólo los había tomado prestados.

    Ella lo miró sin entender nada. Lo había hecho. ¡Los había devuelto! Entonces un pensamiento le vino repentinamente a la cabeza, uno que no le gustó nada.

    —Eso significa que no tardarás en irte, ¿verdad?

    Él asintió, su expresión insondable.

    —Oh.

    Sakura fingió una súbita fascinación por sus cutículas para ocultar la decepción que se adueñó de ella, con lo que se le pasó por alto la curva llena de fría satisfacción que apareció en los labios de él, un poco demasiado feroz para que se la pudiera llamar sonrisa.

    Enfrente del ático de Sasuke Uchiha, en una acera llena de personas que se apresuraban a escapar de la ciudad al final de una larga semana de trabajo, un hombre serpenteó a través del gentío y se reunió con un segundo hombre. Ambos se hicieron discretamente a un lado, deteniéndose junto a un puesto de periódicos. Aunque vestidos con caros trajes oscuros, con el pelo corto y facciones que no tenían nada de particular, ambos estaban marcados por unos insólitos tatuajes en el cuello. La parte superior de una serpiente alada se arqueaba por encima de la corbata y el cuello de la camisa.

    —Está ahí arriba. Con una mujer —musitó Gen.

    Acababa de bajar de unas habitaciones alquiladas en el edificio de la esquina de enfrente, desde las que había estado observando a través de unos binoculares.

    —¿El plan? —inquirió su compañero Oyashiro en voz baja.

    —Esperamos hasta que él se vaya; con un poco de suerte la dejará allí. Nuestras órdenes son mantenerlo en movimiento. Debemos obligarlo a que confíe en la magia para sobrevivir. Daore quiere tenerlo de vuelta al otro lado del mar.

    —¿Cómo?

    —Haremos de él un fugitivo perseguido y acosado. La mujer hace que las cosas sean más simples de lo que yo había esperado. Entraré allí, me ocuparé de ella, alertaré a la policía, de manera anónima por supuesto, y convertiré su ático en el escenario de un horrible asesinato a sangre fría. Haré que todos los policías de la ciudad vayan tras él. Se verá obligado a utilizar sus poderes para escapar. Daore cree que no permitirá que lo encierren. Aunque si llegaran a hacerlo, eso también podría redundar en nuestro beneficio. No me cabe ninguna duda de que pasar un tiempo en una cárcel federal apresuraría la transformación.

    Oyashiro asintió.

    —¿Y yo?

    —Tú esperas aquí. Es demasiado arriesgado que subamos los dos. El todavía no sabe que existimos. Si algo va mal, avisa inmediatamente a Daore.

    Oyashiro volvió a asentir, y ambos se separaron para volver a sus respectivos lugares y esperar. Eran hombres pacientes. Llevaban toda la vida esperando aquel momento. Eran los afortunados, aquellos que habían nacido durante la hora en que la Profecía se haría realidad.

    Y todos estaban dispuestos a morir con tal de ver vivir de nuevo a los draghar.

    .

    .

    Un mensajero de una agencia de viajes llegó unos minutos antes que el pequeño grupo de empleados que trajo la cena preparada en Jean Georges.

    Sakura se sentía incapaz de imaginar lo que costaba algo semejante —no creía que Jean George fuera de los que hacen entregas a domicilio—, pero sospechaba que cuando uno tiene tanto dinero como Sasuke Uchiha, prácticamente cualquier cosa podía comprarse.

    Mientras comían delante del fuego en la sala de estar, él siguió trabajando en el libro que la había metido en aquel embrollo.

    El sobre de la agencia de viajes permanecía sin abrir sobre la mesa entre ellos, un hosco recordatorio que desafiaba a Sakura con su presencia.

    Antes, cuando él estaba en la cocina y como no pudo reunir el valor necesario para abrir el sobre, Sakura se había dedicado a curiosear en lo que pudo leer de sus notas. Al parecer él estaba traduciendo y copiando cada referencia a los Tuatha de Danaan, la raza que supuestamente había llegado en una de las diversas oleadas de invasiones irlandesas. También había garabateadas unas cuantas preguntas acerca de la identidad de los draghar, y numerosas notas concernientes a los druidas. Entre su licenciatura en civilizaciones antiguas y las historias del abuelo, Sakura estaba muy versada en la mayoría de esos temas. Con la excepción de los misteriosos draghar, no había nada acerca de lo que no hubiera leído antes.

    Con todo, algunas de sus notas estaban escritas en lenguas que Sakura no podía traducir. O ni siquiera identificar, y eso la ponía un poco nerviosa. Sabía mucho acerca de las lenguas antiguas, desde los sumerios hasta el presente, y habitualmente podía ubicar al menos el área y la era aproximada. Pero una gran parte de lo que escribía él —en una elegante cursiva minúscula digna de cualquier manuscrito iluminado— desafiaba su comprensión.

    ¿Qué diablos estaba buscando? Ciertamente parecía ser un hombre con una misión que dedicaba una intensa concentración a su labor.

    Con cada nueva brizna de información que reunía acerca de él, Sakura se sentía un poco más intrigada. Sasuke Uchiha no sólo era fuerte, magnífico y rico, sino que además era indiscutiblemente brillante. Sakura nunca había conocido a nadie como él.

    —¿Por qué no me lo explicas? —preguntó a quemarropa mientras señalaba el libro.

    Él alzó la mirada y ella enseguida sintió su calor. A lo largo de todo el día, cuando él no estaba ignorándola por completo, las pocas veces en que la había mirado había sido con una lujuria tan evidente que había empezado a erosionar todo el sentido común que poseía Sakura. La fuerza de aquel deseo que él no se molestaba en tratar de ocultar resultaba más seductora que cualquier afrodisíaco. ¡No era de extrañar que tantas mujeres sucumbieran a su encanto! Sasuke tenía una forma muy suya de hacer que una mujer se sintiera, con una sola mirada, como si fuese la mujer más deseable del mundo. ¿Cómo iba a poder una mujer mirar a la cara a semejante lujuria, y no sentir lujuria a su vez?

    Él no tardaría en irse.

    Y no podía haberle dejado más claro que quería acostarse con ella.

    Aquellos dos pensamientos en rápida conjunción eran abyectamente arriesgados.

    —¿Y bien? —insistió con irritación. Irritada consigo misma por ser tan débil y susceptible a él. Irritada con él por ser tan atractivo. Y encima él había tenido que ir y devolver aquellos textos, confundiendo así todavía más sus ya muy confusos sentimientos para con él—. ¿Cómo, ya?

    Él arqueó una oscura ceja, y su mirada recorrió a Sakura de un modo que la hizo sentir acariciada por una súbita brisa caliente.

    —¿Y si te dijera, muchacha, que estoy buscando un modo de deshacer una antigua y mortífera maldición?

    Sakura lo miró con sorna. No podía hablar en serio. Las maldiciones no eran reales. No más de lo que lo eran los Tuatha de Danaan. Bueno, se corrigió a sí misma, lo cierto era que ella nunca había llegado a ninguna conclusión firme acerca de los Tuatha de Danaan o ninguna de las razas mitológicas que se decía, habían habitado Irlanda en el pasado. Los estudiosos tenían docenas de argumentos que oponer a su supuesta existencia.

    Con todo..., el abuelo había creído en ellas. Como profesor de mitología, él le había enseñado que cada mito o leyenda contenía algo de realidad y verdad, sin importar lo distorsionadas que éstas hubieran llegado a quedar a lo largo de siglos de repetición oral por bardos que habían adaptado sus recitados a los intereses particulares de sus audiencias, o escribientes que seguían los dictados de sus patrocinadores. El contenido original de incontables manuscritos había sido corrompido por burdas traducciones y adaptaciones que pretendían reflejar el clima político y religioso del momento. Cualquier persona que dedicase un poco de tiempo a estudiar la historia terminaba dándose cuenta de que los historiadores sólo habían llegado a recoger un puñado de arena del vasto desierto desconocido del pasado, y era imposible enjuiciar el terreno del Sahara a partir de unos cuantos granos.

    —¿Tú crees en esas cosas? —preguntó Sakura mientras señalaba con la mano el montón de textos, llena de curiosidad por saber cuál era su perspectiva de la historia. Con lo inteligente que era, tenía que ser interesante.

    —En la mayor parte de ellas, muchacha.

    Ella entornó los ojos.

    —¿Crees que los Tuatha de Danaan existieron realmente?

    La sonrisa de él estaba llena de amargura.

    —Desde luego que sí, muchacha. Hubo un tiempo en el que no lo creía, pero ahora sí lo creo.

    Sakura frunció el ceño. Sonaba resignado, como un hombre al que se le hubieran dado pruebas incontrovertibles.

    —¿Qué te hizo creer?

    Él se encogió de hombros y no respondió.

    —Bueno, entonces, ¿de qué clase de maldición se trata? —insistió ella.

    Aquello era fascinante, la clase de cuestiones que la habían inducido a elegir su profesión. Era como volver a hablar con su abuelo, debatiendo posibilidades y abriendo la mente a nuevas hipótesis.

    Él desvió la mirada y se puso a contemplar el fuego.

    —¡Oh, vamos! No tardarás en irte de aquí, así que no veo qué puede haber de malo en que me lo digas. ¿A quién se lo voy a contar?

    —¿Y si te dijera que soy yo el que está maldito?

    Ella paseó la mirada por su opulento hogar.

    —Entonces te diría que hay muchas personas a las que les encantaría haber sido maldecidas del modo en que lo has sido tú.

    —Nunca creerías la verdad.

    Le dirigió otra de aquellas sonrisas burlonas que no llegaban a sus ojos. Sakura se dio cuenta de que habría dado mucho por verlo sonreír, con una sonrisa de verdad.

    —Ponme a prueba.

    Esta vez él tardó más tiempo en responder, y cuando lo hizo su mirada estaba llena de una cínica diversión.

    —¿Y si te dijera, muchacha, que soy un druida llegado de un pasado muy lejano?

    Sakura lo miró con exasperación.

    —Si no quieres hablar conmigo, lo único que tienes que hacer es decírmelo. Pero no intentes hacerme callar con insensateces.

    Él asintió con una tensa sonrisa, como si acabara de confirmar algo que ya sospechaba.

    —¿Y si te dijera que cuando me besas, muchacha, no me siento maldito? Que tal vez tus besos podrían salvarme. ¿Me besarías entonces?

    Sakura contuvo la respiración. Aquello era tan ridículo como esa broma suya de que él era un druida... pero también era desesperadamente romántico. ¡Que los besos de ella podían salvar a un hombre!

    —Ya me imaginaba que no —dijo él.

    Su mirada volvió a descender hacia el texto, y el calor de esa mirada había sido tan intenso que y se sintió súbitamente helada por su ausencia.

    Frunció el ceño. Se sentía como la mayor cobarde del mundo y, al mismo tiempo, extrañamente desafiante. Clavó la mirada en el sobre infernal procedente de la agencia de viajes.

    —¿Cuándo te vas? —preguntó con irritación.

    —Mañana por la noche —dijo él sin mirarla.

    Sakura se quedó boquiabierta. ¿Tan pronto? ¿Al día siguiente su gran aventura llegaría a su fin? Pese a que el día anterior había tratado de huir de él, la inminencia de su libertad hizo que se sintiera extrañamente abatida.

    La libertad ya no parecía tan dulce cuando significaba no volver a verlo nunca. Sakura sabía demasiado bien lo que ocurriría: él desaparecería de su vida, y ella volvería a su empleo en Los Claustros (Genshō nunca la despediría, no por haber faltado unos cuantos días al trabajo, y a ella ya se le ocurriría alguna excusa que darle), y cada vez que mirara un objeto medieval pensaría en él. De madrugada, cuando despertase sintiéndose llena de esa terrible agitación, se quedaría sentada en la oscuridad con su skean dhu en las manos y se formularía la peor pregunta de todas: ¿qué podría haber sido? Nunca más volvería a ser obsequiada con una cena magnífica y los mejores vinos en un ático de lujo en la Quinta Avenida. Nunca más sería mirada de semejante manera. Su vida reanudaría su habitual cadencia embrutecedora. ¿Cuánto tardaría en olvidar que hubo un tiempo en el que se había sentido intrépida, tan breve e intensamente viva?

    —¿Regresarás a Manhattan? —preguntó con una vocecita muy tenue.

    —No.

    —¿Nunca?

    —Nunca.

    Un suave suspiro escapó de los labios de Sakura. Jugueteó con un rizado mechón de cabellos, enredándolo en una espiral alrededor de un dedo.

    —¿De qué clase de maldición se trata?

    —¿Intentarías ayudarme si yo estuviera maldito?

    Volvió a alzar la mirada y Sakura sintió en él una tensión cuyo significado se le escapaba. Como si de algún modo la réplica de ella fuera vital.

    —Sí —admitió—, probablemente lo haría.

    Y era cierto. Aunque no aprobaba los métodos de Sasuke Uchiha, aunque había mucho acerca de él que no entendía, en el caso de que estuviera sufriendo ella no podría negarle su ayuda.

    —¿A pesar de lo que te he hecho?

    Ella se encogió de hombros.

    —Bueno, tampoco es que me hayas hecho daño exactamente.

    Y le había dado un skean dhu. ¿De verdad iba a dejar que se quedara con él? Se disponía a preguntárselo cuando, con un rápido giro de su muñeca, él le lanzó el sobre de la agencia de viajes.

    —Entonces ven conmigo.

    Sakura cogió el sobre por un extremo y sintió que del corazón se le saltaba un latido.

    —¿Q-qué?

    Parpadeó y lo miró fijamente, pensando que tenía que haber oído mal. Él asintió.

    —Ábrelo.

    Sakura frunció el ceño y abrió el sobre. Alisó los papeles y los contempló con ojos llenos de curiosidad. Billetes de avión para Escocia, a nombre de Sasuke Uchiha... ¡y Sakura Haruno! Le bastó con ver su nombre impreso en el billete para sentir un leve escalofrío. Salida a las siete de la noche del día siguiente desde el aeropuerto JFK. Llegada a Londres para una breve escala técnica, y luego despegue hacia Inverness.

    ¡En menos de cuarenta y ocho horas podía estar en Escocia! Si se atrevía.

    Abrió y cerró la boca varias veces.

    —Oh, ¿qué eres? —jadeó finalmente con incredulidad—. ¿El diablo en persona que ha venido a tentarme?

    —¿Eso es lo que hago, muchacha? ¿Te tiento?

    «En todos y cada uno de los malditos aspectos», pensó ella, pero se negó a darle la satisfacción de oír eso.

    —No puedo ir a Escocia como si tal cosa con un... un...

    Se calló, no sabiendo cómo concluir la frase.

    —¿Ladrón? —contribuyó él lánguidamente.

    Ella resopló.

    —De acuerdo, has devuelto esas cosas. ¿Y qué? ¡Apenas te conozco!

    —¿Deseas llegar a conocerme? Mañana me iré. Es ahora o nunca, muchacha. —Esperó, sin dejar de observarla—. Ciertas oportunidades sólo se presentan una vez, Sakura, y se esfuman muy deprisa.

    Sakura lo contempló en silencio, sintiéndose completamente dividida. Una parte de ella se negaba resueltamente mientras contaba con los dedos un millar de razones por las que no podía ser tan impulsiva y cometer semejante locura. Otra parte —que la horrorizaba al mismo tiempo que la intrigaba— daba saltos y gritaba: «¡Di que sí!». De pronto tuvo el extraño deseo de levantarse e ir a mirarse en el espejo, para ver si estaba cambiando por fuera al igual que por dentro.

    ¿Se atrevería a hacer algo tan patentemente insensato? ¿Sería capaz de correr semejante riesgo y llegar a jugárselo todo para ver qué salía de ello?

    Por otra parte, ¿se atrevería a regresar a su vida tal como era ahora? ¿Volver a vivir en un diminuto apartamento de una sola habitación con un cuarto de baño que tenía el tamaño de una caja de cerillas, haciendo su solitario camino al trabajo cada día para encontrar su único alivio en jugar con antigüedades que nunca llegarían a ser suyas?

    Había saboreado algo más, y —maldito fuese aquel hombre— ahora lo deseaba.

    ¿Qué era lo peor que podía llegar a ocurrir? Si él tuviera alguna intención de causarle cualquier clase de daño físico, ya hacía mucho tiempo que hubiera podido hacerlo antes de ahora. La única amenaza real que representaba Sasuke Uchiha era la que ella controlaba: permitir que la sedujera. Correr el riesgo de prendarse de un hombre que era, sin lugar a dudas, un inveterado lobo solitario y un chico malo. Un hombre que no presentaba disculpas y no ofrecía ninguna mentira tranquilizadora.

    Si no se prendaba de él, si era una chica lista y evitaba dejarse arrastrar por sus impulsos, lo peor que podía ocurrir era que él terminara dejándola sola en Escocia. Y esa perspectiva no le parecía del todo desagradable. Si él hacía tal cosa, Sakura confiaba en que, con la experiencia que había adquirido sirviendo mesas cuando estaba en la universidad, siempre podría conseguir un trabajo en algún pub de allí. Podía quedarse una temporada y ver la tierra natal de su abuelo, con el viaje pagado. Sobreviviría. Haría más que sobrevivir. Quizá viviría por fin.

    ¿Qué era lo que tenía aquí? Su trabajo en Los Claustros. Ninguna vida social digna de ese nombre. Ninguna familia. Ya llevaba varios años sola, desde que murió el abuelo. De hecho, Sakura estaba más sola de lo que quería admitir. De hecho estaba un poco perdida y sin raíces en el mundo, cosa que sospechaba explicaba su determinación de visitar el pueblo del abuelo, impulsada por la esperanza de que allí pudiera encontrar algunos vestigios de raíces.

    Aquí estaba su oportunidad dorada, junto con la promesa de una aventura que nunca olvidaría, al lado de un hombre al que ya sabía que nunca sería capaz de olvidar.

    «¡Oh, Dios, Haruno —pensó—, te estás convenciendo a ti misma para embarcarte en ello!» ¿Y si él se marchara mañana y no te hubiera pedido que fueras con él? —Insistió una diminuta voz interior—. ¿Y si hubiera dejado absolutamente claro que se iba, y que nunca volverías a verlo? ¿Qué habrías hecho en esta última noche con él?»

    Sakura inhaló bruscamente, sintiéndose muy sorprendida de sí misma.

    Bajo aquellas circunstancias hipotéticas, hipotéticamente, por supuesto, era muy posible que hubiera decidido aprovechar esa increíble oportunidad única que se le ofrecía de estar con un hombre como él, y hubiese permitido que la llevara a su cama. Habría aprendido todo lo que Sasuke Uchiha tenía guardado para enseñarle, permitiendo que su persona pasara a ser el foco de toda aquella humeante promesa de nuevos conocimientos sensuales que centelleaba en sus exóticos ojos.

    Visto de esa manera, lo de ir a Escocia con él ya no parecía una locura tan grande.

    Él la había estado observando atentamente, y cuando Sakura alzó su mirada de ojos muy abiertos hacia la suya, se levantó abruptamente del sofá de enfrente y se quedó de pie ante ella. Apartó impacientemente la mesita de centro, se puso de rodillas a sus pies y le rodeó las pantorrillas con las manos. Sakura sintió el calor de sus fuertes manos a través de la tela de sus tejanos. El mero contacto con él la hizo estremecer.

    —Ven conmigo, muchacha. —Su voz era baja y apremiante—. Piensa en tu sangre escocesa. ¿Es que no deseas poner los pies en el suelo de tus antepasados? ¿No deseas ver los páramos y los campos de brezo, las montañas y los lagos? No soy un hombre que suela hacer promesas, pero te prometo esto... —Se calló y rió suavemente, como de algún chiste privado—. Puedo enseñarte una Escocia que ningún otro hombre podrá mostrarte jamás.

    —Pero mi trabajo...

    —Al infierno con tu trabajo. Hablas las viejas lenguas. Entre los dos podemos traducir más deprisa que uno. Te pagaré para que me ayudes.

    —¿De veras? ¿Cuánto? —dijo Sakura sin pensar, y luego se sonrojó, asombrada por la rapidez con que lo había preguntado.

    Él volvió a reír. Y ella supo que él sabía que acababa de convencerla.

    —Escoge una pieza de mi colección, la que tú quieras.

    Los dedos de Sakura se curvaron codiciosamente. ¡Era el mismísimo diablo, tenía que serlo! Sabía cuál era su precio.

    La voz de él bajó hasta convertirse en un ronroneo lleno de intimidad.

    —Entonces escoge dos más. Por un mes de tu tiempo.

    Sakura sintió que se le aflojaba la mandíbula. ¿Tres piezas valiosas, más un viaje a Escocia, por un mes de su tiempo? ¿Estaba bromeando? ¡En cuanto hubiera regresado a Manhattan podía vender cualquiera de las antigüedades (se dijo que debía asegurarse de elegir una de la que pudiera soportar separarse), sacarse el doctorado y trabajar en el museo que quisiera! Podría permitirse disfrutar de unas vacaciones fabulosas, ver el mundo.

    ¡Ella —Sakura Haruno— podría llevar una vida glamurosa y excitante!

    «Y lo único que quiere el diablo a cambio de ello —ronroneó cáusticamente una vocecita en su interior— es un alma.»

    Sakura hizo como que no la había oído.

    —¿Más el skean dhu? —se apresuró a dejar claro.

    —Sí.

    —¿Por qué Inverness? —preguntó ella con un hilo de voz. Una sombra cruzó velozmente por el hermoso rostro de él.

    —Allí es donde viven mi hermano Izuna y su esposa. —Titubeó por un instante, y luego añadió—: El también colecciona textos.

    Y si antes ella había estado dudando, eso terminó de decidirla. Su hermano y su esposa; verían a la familia de él. ¿Cuán peligroso podía ser un hombre si iba a llevarla a ver a su familia? Después de todo, no sería como si fueran a estar solos todo el tiempo. Estarían con la familia de él. Si Sakura jugaba bien sus cartas, podría ser capaz de aislarse de la seducción de aquel hombre. ¡Y tendría ocasión de pasar un mes con él! Podría llegar a conocerlo, descubrir qué era lo que impulsaba a un hombre semejante. ¿Y quién sabía lo que podía llegar a ocurrir en un mes? «Y el príncipe se enamoró de la campesina...»

    Su corazón había empezado a palpitar frenéticamente.

    —Di que sí, muchacha. Quieres hacerlo, lo veo en tus ojos. Escoge tus piezas. Las dejaremos en tu casa antes de irnos.

    —¡En mi apartamento nunca estarán a salvo!

    Hasta ella sabía lo débil que era aquella protesta.

    —Entonces dentro de una de esas cajas... Una de esas...

    La miró de soslayo.

    —¿Las cajas de seguridad de un banco, quieres decir?

    —Sí, muchacha, eso es.

    —¿Y yo me quedo con la llave? —preguntó ella, atrapando la ocasión al vuelo.

    Él asintió, con la luz de la victoria reluciendo en su mirada de depredador. En una película, el diablo habría mostrado una expresión semejante antes de decir: «Firma aquí».

    —¿Por qué estás haciendo esto? —jadeó ella.

    —Ya te lo he dicho. Te deseo.

    Ella volvió a estremecerse.

    —¿Por qué?

    Él se encogió de hombros.

    —Quizá sea alquimia del alma. No lo sé. No me importa.

    —No me acostaré contigo, Uchiha —dijo ella súbitamente. No quería que él esperase eso, y necesitaba dejárselo muy claro. Si, en algún momento, ella decidía que estaba dispuesta a correr aquel riesgo, eso ya sería otra cosa. Pero él necesitaba entender que el que se acostaran no iba a formar parte de su acuerdo. Ese tipo de cosas no podían ser objeto de un trato—. Tus objetos compran mi compañía en tanto que traductora. Nada de sexo. Eso no forma parte de nuestro trato.

    —No deseo que forme parte de nuestro «trato».

    —Piensas que puedes seducirme —lo acusó ella.

    Él se apretó el labio inferior con los dientes, lo soltó lentamente y sonrió. Aquel gesto era tan obvio, pensó Sakura con irritación, tan deliberadamente calculado para atraer su atención hacia los labios de él... Ella veía claramente lo que había detrás del gesto, pero eso no impedía que surtiese efecto cada vez que él lo hacía y la obligaba a responder humedeciéndose el labio a su vez. Maldición, pensó, aquel hombre era un auténtico artista en su especialidad.

    «Ya estás seducida, mi pequeña Sakura —pensó Sasuke sin dejar de mirarla—. Ahora ya sólo te falta aceptar, y eso es una mera cuestión de tiempo.» Ella lo deseaba. La llama de la pasión se hallaba presente en ambas partes. Lo que había entre ellos era una atracción muy peligrosa que desafiaba la lógica o la razón. Sakura Haruno se sentía tan irresistiblemente fascinada por él como él lo estaba por ella. Cada uno sabía que debía alejarse del otro: él, porque no tenía ningún derecho a corromperla; ella, porque se daba cuenta de que había algo malo en él. Pero ninguno de los dos era capaz de resistir el tirón. Diablo y ángel: él, seducido por la luz que había dentro de ella; ella, tentada por la oscuridad que había dentro de él. Cada uno se sentía irresistiblemente atraído por aquello de lo que carecía.

    —Bueno, no lo conseguirás —dijo ella envarada, molesta con su masculinidad petulante.

    —Confío en que perdonarás a un hombre que lo intente, muchacha. ¿Un beso para sellarlo?

    —Hablo en serio —insistió ella—. No voy a ser otra más de tus mujeres.

    —No veo a ninguna otra mujer por aquí, muchacha —dijo él sin inmutarse—. ¿La ves tú?

    Sakura puso los ojos en blanco.

    —¿Le he pedido a alguien más que vaya a Escocia?

    —He dicho que de acuerdo, ¿vale? Me limito a asegurarme de que entiendes los términos del trato.

    —Oh, sí, entiendo los términos —dijo él en un tono peligrosamente suave.

    Ella le tendió la mano.

    —Entonces choca esos cinco.

    Cuando él se llevó su mano a los labios y la besó, Sakura sintió que se mareaba.

    El momento era, bueno..., claramente trascendental. Como si ella acabara de tomar una decisión que alteraría su vida para siempre, de modos que ni siquiera podía empezar a imaginar. Los griegos tenían una palabra para un momento semejante. Lo llamaban kairos, un momento lleno de destino.

    Aturdida por la excitación, Sakura se levantó y, con el ojo de una experta y sin ningún remordimiento por robarle la cartera al diablo, empezó a seleccionar sus tesoros.
     
  12.  
    quem

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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4743
    CAPITULO 8
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.​


    ADAPTACION© Quem


    Antes, aquel hombre nunca había intentado seducirla en serio, decidió Sakura a la mañana siguiente cuando bajó corriendo los escalones y se tropezó con él mientras salía del cuarto de baño del primer piso al pie de la escalera.

    Porque la seducción era aquello: verlo con una toalla por único atuendo.

    Imponente, noventa y cinco kilos de reluciente piel dorada derramada sobre músculo sólido, con una toalla pecaminosamente pequeña alrededor de sus caderas. Torso esculpido, abdominales que ondulaban suavemente. Un pequeño corte, resultado de la escaramuza que habían mantenido el día antes, oscureciendo levemente la perfección de su musculoso pecho. Una estela de pelo oscuramente sedoso desapareciendo bajo la suave tela blanca.

    Mojado. Con diminutas cuentas de agua rielando sobre su piel. Lustrosos cabellos negros apartados del rostro, cayendo en un húmedo enredo hasta su cintura.

    Y ella sabía que si decía la palabra, él extendería toda la longitud de su cuerpo increíble encima del suyo y...

    Sakura emitió una especie de resoplido ahogado, como si el aire hubiera sido bruscamente expulsado de sus pulmones.

    —Buenos días —consiguió decir.

    Madainn mhath, muchacha —ronroneó él su réplica en gaélico mientras la sujetaba por los codos—. Confío en que habrás dormido bien sin las ligaduras.

    No la había atado, pero había dormido delante de su puerta. Sakura lo había oído allí fuera, yendo de un lado a otro.

    —Sí —dijo con voz entrecortada.

    Aquel hombre era simplemente demasiado hermoso para la paz espiritual de cualquier mujer.

    Él la miró desde arriba durante un momento que se hizo muy largo.

    —Tenemos mucho que hacer antes de irnos —dijo al tiempo que le soltaba los brazos—. Sólo tardaré unos instantes en vestirme.

    Pasó a su lado y empezó a subir la escalera. Ella se volvió, todavía aturdida, para contemplarlo con los ojos muy abiertos. Ni siquiera había intentado besarla, pensó, irritada con él porque no lo hubiera hecho, e irritada consigo misma porque la molestase que él no lo hubiera hecho. Cielos, aquel hombre la llenaba de una dualidad inverosímil. Sakura tenía la firme determinación de no dejarse seducir, y sin embargo disfrutaba enormemente con la situación. La hacía sentirse femenina y viva.

    «Cielo santo», pensó mientras lo miraba. Los músculos de sus piernas se flexionaban con cada paso que daba en su ascenso por la escalera. Pantorrillas perfectas, muslos duros como rocas. Trasero muy firme. Esbelta cintura que se ensanchaba en unos musculosos hombros. Absolutamente lleno de músculo, Sasuke Uchiha tenía un aspecto de poder ávido y controlado. El tiempo pareció discurrir con la lentitud de un sueño mientras Sakura lo observaba.

    —¡Oh! —jadeó de pronto mientras toda ella se ponía rígida a causa de la conmoción.

    ¿Realmente había hecho él eso?

    ¡Dios! ¿Cómo iba a borrar nunca de su mente aquella visión de él?

    ¡El muy desgraciado había dejado caer su toalla en lo alto de la escalera! Mientras estaba dando el último paso. Con las piernas ligeramente separadas. Proporcionándole así el más breve atisbo imaginable de... ¡oh!

    Sakura todavía estaba tratando de respirar sin conseguirlo demasiado bien, cuando oyó una risa suave, ronca y además muy arrogante.

    ¡Maldito mujeriego desvergonzado!

    Sasuke se fue cuando Sakura entró en la ducha. Era irse o reunirse con ella, y Sakura todavía no estaba lista para permitir lo que él necesitaba. Era más sensato no imaginar que entraba en la ducha por detrás de ella, tomaba en sus brazos su cuerpo mojado y resbaladizo, y ponía las manos encima de aquellos magníficos pechos desnudos. Ya la tendría a su disposición en Escocia dentro de poco, y allí, en su amada tierra natal, la reclamaría por completo.

    Ella habría dejado que la besara. Sasuke lo había visto en la dilatación de sus ojos, en el súbito suavizarse de aquella boca tan delicada como los pétalos de una flor.

    Pero todavía quedaba mucho por hacer antes de que se fueran, y un amante experimentado sabía que a veces acrecentar la expectación de una mujer resultaba mucho más seductor que satisfacerla. Por eso, con una provocativa pizca de distante altivez, Sasuke se había resistido a los besos que habría podido reclamar y en lugar de ellos le había enseñado lo que se estaba negando a sí misma. Lo que podía tener con sólo decir la palabra. Todo él, su insaciable deseo, su necesidad, su aguante, su determinación de darle placer como ningún otro hombre podía llegar a hacerlo. De ser esclavo de todos los deseos sexuales de ella. Sasuke sabía que Sakura había visto la pesada masa de sus testículos entre sus piernas y la gruesa punta de su miembro debajo de ellos en el momento en que daba el último paso.

    Era preferible que se familiarizase con el cuerpo de él ahora, en un lento proceso gradual.

    Sasuke sonrió, mientras el taxi se quedaba inmóvil en un súbito detenerse del tráfico, al recordar la exclamación ahogada de sorpresa que había salido de los labios de ella. Saber que nunca había sido tocada por otro hombre lo inflamaba. Tragó saliva, la boca seca de ansiedad.

    Sakura le había dado una lista de cosas que necesitaba y le había dicho que su pasaporte estaba dentro de su joyero. Había dicho que sí. Había accedido a ir con él. La idea de tener que obligarla no le habría gustado nada.

    Quizá todavía no la hubiera seducido para que se acostara en su cama, pero sí que había conseguido que sucumbiera a la seducción de su vida de incontables maneras, cada una de ellas un sedoso e invisible nudo, que la mantenían unida a él mientras iba atrayéndola todavía más hacia el interior de su mundo.

    Sasuke estaba obsesionado con ella, como nunca lo había estado con ninguna otra mujer. Quería revelarle algo más de su historia. La noche anterior había estado tanteando el terreno, sondeando a Sakura en un intento de determinar cuánto sería capaz de llegar a soportar. Nunca se le había pasado por la cabeza contarle nada acerca de sí mismo a una mujer —particularmente a una con la que todavía no se había acostado—, pero la posibilidad de que una mujer como Sakura supiera lo que era él y aun así escogiera ser su mujer, hacía que la sangre le quemara como fuego dentro de las venas. Una parte de él quería hacerle tragar a Sakura su realidad por la fuerza, obligándola a aceptarlo sin que él tuviera que ofrecer ninguna excusa. Una parte más sabia de Sasuke, la correspondiente al hombre que solía ser antes, lo prevenía contra semejante crueldad.

    Poco a poco. Necesitaba emplear el máximo cuidado y cautela si quería poder abrigar la esperanza de alcanzar su meta.

    La noche anterior, mientras la veía discutir consigo misma qué piezas iba a escoger, Sasuke había comprendido con una asombrosa claridad que no era meramente el cuerpo de ella lo que quería tener en su cama: la quería a toda ella, entregada sin reservas. La quería casi tanto como quería verse libre del mal que había en su interior, como si él y Sakura estuvieran inextricablemente unidos de alguna manera. Y el animal que había dentro de él percibía el peligroso punto débil de ella: Sakura era una muchacha que podía ser capturada por el hombre que se ganara su corazón. Caería en la red y pasaría a ser suya de por vida. La estrategia de Sasuke había dejado de ser la simple seducción, porque ahora tenía en el punto de mira aquello que daba vida a Sakura.

    «¿Una mujer como ella... confiarte su corazón? —se burló su honor—. ¿Es que también has perdido el juicio aparte del alma?»

    —Llámalo como quieras —gruñó suavemente.

    El taxista lo miró por el espejo retrovisor.

    —¿Eh?

    —No le hablaba a usted.

    «Y si consigues ganártela de algún modo, entonces, ¿qué? ¿Qué es lo que vas a hacer con ella? —insistió su honor sarcásticamente—. ¿Prometerle un futuro?»

    —No intentes robarme aquello que me pertenece —dijo Sasuke apretando los dientes—. Ella es todo lo que tengo.

    Desde el advenimiento de Sakura, su vida encerraba más interés para él del que había tenido en mucho tiempo. Había conseguido seguir viviendo desde la noche en que se volvió oscuro, pero contando una hora tras otra.

    Con un encogimiento de hombros dirigido al taxista, que había pasado a observarlo con evidente inquietud, Sasuke metió la mano en el bolsillo en una última comprobación para asegurarse de que la lista y la llave se encontraban allí.

    La llave no estaba. Sasuke repasó mentalmente sus actividades de aquella mañana, y se dio cuenta de que la había dejado sobre la encimera.

    Aunque no había nadie más hábil que él a la hora de entrar en un lugar sin usar las llaves, sólo lo hacía cuando era necesario. Y nunca a plena luz del día.

    Contempló con impaciencia el tráfico detenido. Para cuando el taxista hubiera conseguido dar la vuelta dentro de aquel atasco, lo más probable era que él ya hubiera regresado al ático si iba a pie.

    Metió el importe de la carrera por la ranura y salió a la lluvia.

    .

    .

    Sakura se afeitó las piernas con una de las navajas de Sasuke (concentrándose en no escuchar la vocecita burlona que ofrecía la nada solicitada opinión de que una chica no necesitaba afeitarse las piernas cuando fuera hacía tanto frío, a menos que estuviera planeando quitarse los pantalones por alguna razón), y luego salió de la ducha y se puso loción.

    Fue al dormitorio, se puso unas bragas y un sujetador, y después guardó unas cuantas cosas en la maleta que él le había dejado mientras la loción era absorbida por su piel.

    Iba a ir a Escocia.

    Sakura no daba crédito a lo mucho que había cambiado su vida en sólo unos cuantos días, y en lo mucho que parecía estar cambiando ella misma. En cuatro días, para ser exactos. Habían transcurrido cuatro días desde que entró en aquel ático, y ahora se preparaba para volar a través del océano con su propietario, sin tener ni la menor idea de lo que podía llegar a salir de aquello.

    Sacudió la cabeza y se preguntó si no habría perdido el juicio. Luego se negó a analizar demasiado a fondo ese pensamiento. Cuando pensaba en ello, le parecía que todo estaba mal. Pero la hacía sentirse muy bien.

    Iba a ir, y no había que darle más vueltas. No estaba dispuesta a permitir que él saliera de su vida aquella tarde para siempre. Sakura sentía hacia él la misma clase de atracción irresistible que sentía por las antigüedades. La lógica no tenía absolutamente nada que ver con ello.

    Su mente repasó a toda velocidad los detalles del último minuto y decidió que tenía que informar a Genshō. Probablemente ya estaría enfermo de preocupación y si no tenía noticias de ella durante otro mes, pondría en pie de guerra a todo el departamento de policía. Pero no quería hablar con él por teléfono, ya que Genshō le haría demasiadas preguntas; y las respuestas no eran completamente convincentes, ni siquiera para ella.

    ¡El correo electrónico! Pues claro. Podía enviarle una corta nota a través del ordenador del estudio.

    Miró su reloj. Sasuke todavía debería tardar al menos una hora en volver. Sakura se metió en los tejanos, se pasó una camiseta por la cabeza y corrió escaleras abajo, queriendo terminar con aquello lo antes posible.

    ¿Qué diría? ¿Qué excusa le podía dar a Genshō?

    «He conocido al Fantasma Galo y no es exactamente un criminal. De hecho, es el hombre más inteligente, atractivo y fascinante que he conocido jamás y me va a llevar a Escocia con él y me pagará con antigüedades para que le ayude a traducir textos porque piensa que lo han maldecido de alguna manera.»

    Oh, sí. Estupendo. Eso viniendo de la mujer que había reprochado una y otra vez a Genshō que tuviera tan poco sentido de la ética. Aunque le estuviera diciendo la verdad, él nunca creería algo semejante si procedía de Sakura. Ni ella misma lo creía.

    Entró en el estudio y su atención se vio brevemente atraída por los objetos que había esparcidos en él. Sakura nunca se acostumbraría a que unas reliquias inestimables fueran tratadas con semejante descuido. Cogió un puñado de monedas y las examinó. Dos tenían caballos grabados en ellas. Volviendo a dejar las otras encima del escritorio, Sakura estudió las dos monedas con ojos maravillados. Los antiguos celtas continentales habían grabado caballos en sus monedas. Al simbolizar la riqueza y la libertad, los caballos fueron tratados como auténticos tesoros hasta el extremo de ser merecedores de su propia diosa, Epona, conmemorada en tantas inscripciones y estatuas que ninguna otra de las diosas de la Antigüedad podía igualarla en la cantidad de representaciones de ella que habían sobrevivido.

    —No —dijo con un bufido—. Es imposible que sean tan antiguas.

    Estaban tan poco desgastadas por el uso que parecía como si las hubieran acuñado sólo unos años atrás.

    Pero además, reflexionó, a todas las propiedades de él les pasaba aquello. Lo de parecer nuevas, increíblemente nuevas. Parecían lo bastante nuevas como para que ella hubiera llegado a tomar en consideración la posibilidad de que pudieran ser brillantes falsificaciones. Muy pocos objetos sobrevivían al paso de los siglos en un estado tan impecable. Sin disponer de los medios apropiados para autentificarlos, Sakura tenía que confiar en su juicio. Y su juicio le decía —por imposible que resultase de creer— que aquellas antigüedades eran genuinas.

    Una imagen surgida de la nada cobró forma dentro de la mente de Sakura: Sasuke, ataviado con todas las galas de la indumentaria escocesa y la melena suelta con unas cuantas trenzas de guerra meciéndose sobre sus sienes, blandía la gran espada que colgaba sobre la chimenea. Aquel hombre exudaba el aura del guerrero celta, como si hubiera sido trasplantado en el tiempo.

    —Estás hecha toda una soñadora, Haruno —se riñó a sí misma.

    Sacudiendo la cabeza para disipar aquellos pensamientos tan fantasiosos, volvió a dejar las monedas en su montón y concentró su atención en lo que tenía que hacer. Fue hacia el ordenador y golpeó impacientemente el suelo con el pie mientras esperaba a que se iniciara. Dejó el ordenador zumbando y haciendo ruiditos, fue a la sala de estar y contempló el contestador mientras se enrollaba alrededor del dedo un mechón de cabellos rizados todavía húmedos. El teléfono había sonado muchas veces desde que ella bajó el volumen.

    Sakura lo miró. Había nueve mensajes.

    Su mano permaneció suspendida sobre el botón de play durante unos instantes de indecisión. Sakura no se sentía nada orgullosa de su proclividad a curiosear, pero pensaba que en lo que hacía referencia a los pecados, tampoco estaba grabada sobre piedra en la lista de los Diez Primeros. Después de todo, una chica tenía derecho a armarse con todo el conocimiento que pudiera, ¿verdad?

    No hacerlo sería tan ingenuo como estúpido.

    Su dedo descendió lentamente hacia el botón de play. Titubeó, y luego volvió a reanudar el descenso. Entonces el teléfono sonó ruidosamente en el preciso instante en que se disponía a pulsar el botón, arrancándole un chillido. Con el corazón retumbándole dentro del pecho, Sakura se batió en retirada hacia el estudio sintiéndose extrañamente culpable y pillada en flagrante delito.

    Luego, con un resoplido de exasperación, volvió a salir del estudio y subió el volumen del contestador.

    Koyuki de nuevo. Voz ronroneante y llena de pasión. Puaj. Frunciendo el ceño, Sakura bajó el volumen y decidió que realmente prefería no oír todos los mensajes. No necesitaba más recordatorios de que ella sólo era una entre muchas.

    Unos momentos después, entró en internet, accedió a su cuenta de Yahoo! y tecleó rápidamente: Genshō, mi tía Irene (que Dios la perdonara, pero no tenía ninguna tía) enfermó de repente y tuve que partir inmediatamente hacia Kansas. Siento mucho no haber podido contactar contigo antes, pero su estado es grave y no me he movido del hospital. No estoy segura de cuándo regresaré. Puede que sean unas cuantas semanas o más tiempo. Intentaré telefonearte pronto. Sakura.

    Con cuánta limpieza sabía mentir, pensó sintiéndose llena de asombro. Ahora fumaba puros, aceptaba sobornos y mentía. ¿Qué le estaba ocurriendo?

    Sasuke Uchiha, eso era lo que le estaba ocurriendo.

    Lo releyó varias veces antes de pulsar el botón de «enviar». Todavía estaba contemplando el aviso de «su mensaje ha sido enviado», sintiéndose un poquito asustada por lo que acababa de hacer debido a lo irrevocable que lo hacía parecer todo, cuando oyó abrirse y cerrarse la puerta.

    ¡Él ya había regresado!

    Pulsó el botón de apagado al tiempo que rezaba para que también cortara la conexión con internet. Aunque no tenía nada de lo que sentirse culpable, prefería eludir una disputa potencial. Especialmente después de que hubiera estado a punto de escuchar sus mensajes. ¡Dios, él habría entrado y la habría pillado haciéndolo! ¡Qué humillante habría sido eso!

    Tragando aire con una profunda inspiración, Sakura fijó una expresión inocente en su rostro.

    —¿Cómo es que ya has vuelto? —llamó mientras salía del estudio.

    Entonces dejó escapar un jadeo de sorpresa y se detuvo ante la entrada de la cocina.

    Un hombre, vestido con un traje oscuro, estaba de pie en la sala de estar y examinaba los libros esparcidos sobre la mesita de centro. De estatura media, constitución nervuda y cortos cabellos castaños, iba bien vestido y tenía el aire de una persona refinada.

    Aparentemente, ella no era la única que entraba a su antojo por la puerta abierta del ático de Sasuke. Realmente él debería empezar a cerrarla, pensó. ¿Y si ella todavía hubiera estado en la ducha, o hubiera ido al piso de abajo envuelta en una toalla para encontrarse allí a un desconocido? Se habría llevado un susto de muerte.

    El hombre se volvió al oír su exclamación.

    —Siento haberla asustado, señora —se disculpó afablemente—. ¿Está Sasuke Uchiha en casa por casualidad?

    Acento británico, notó ella. Y un curioso tatuaje en su cuello. No parecía encajar del todo con el resto de su personalidad. No tenía el aspecto del tipo de hombre al que le van los tatuajes.

    —No lo he oído llamar —dijo Sakura. No creía que él lo hubiera hecho. Quizá las amistades de Sasuke no llamaban a la puerta antes de entrar—. ¿Es usted amigo suyo?

    —Sí. Me llamo Gen Katsugi —dijo él—. ¿Sasuke está en casa?

    —En este momento no, pero ya le diré que ha venido a verlo. —Lo miró, su curiosidad siempre despierta. Tenía allí a uno de los amigos de Sasuke. ¿Qué podía contarle acerca de él?—. ¿Son ustedes muy amigos? —preguntó, tratando de sonsacarle algo.

    —Sí. —Él sonrió—. ¿Y quién es usted? No puedo creer que él no me haya mencionado a una mujer tan hermosa.

    —Soy Sakura Haruno.

    —Ah, él tiene un gusto exquisito —dijo Gen suavemente.

    Ella se sonrojó.

    —Gracias.

    —¿Adónde ha ido? ¿Tardará mucho en volver? ¿Podría esperarlo?

    —Probablemente estará fuera durante cosa de una hora. ¿Quiere que le dé algún mensaje de su parte?

    —¿Una hora? —repitió él—. ¿Está segura? Quizá podría esperar; puede que no tarde tanto en volver.

    La miró interrogativamente. Sakura sacudió la cabeza.

    —Me temo que no, señor Katsugi. Fue a traerme unas cosas; dentro de unas horas saldremos para Escocia y...

    Se calló al ver cómo el semblante del hombre cambiaba abruptamente.

    La sonrisa seductora se había esfumado. La mirada apreciativa se había esfumado. Para ser reemplazadas por una expresión fría y calculadora. Y —el cerebro de Sakura pareció resistirse a procesar ese hecho— de pronto, en su mano había un cuchillo.

    Sakura sacudió la cabeza, incapaz de absorber aquel extraño giro de los acontecimientos.

    Con una sonrisa amenazadora, el hombre fue hacia ella.

    —Usted n-no es a-amigo suyo —dijo Sakura, todavía tratando de hacerse alguna idea de cuál era la situación.

    «Oh, vaya, Haruno. ¿Será el cuchillo lo que le ha delatado? —se reconvino silenciosamente a sí misma—. Cálmate. Encuentra una maldita arma.» Retrocedió lentamente hacia el interior de la cocina, temerosa de hacer un movimiento súbito.

    —Todavía no —fue la extraña réplica del hombre mientras la seguía.

    —¿Qué es lo que quiere? Si se trata de dinero, él tiene un montón de dinero. Toneladas de dinero. Y le encantará dárselo. Y hay antigüedades —balbuceó. Ya casi había llegado. Tenía que haber un cuchillo en algún lugar sobre la encimera—. Valen una fortuna. Le ayudaré a envolverlas. Aquí hay montones de cosas que se puede llevar. Le prometo que no me interpondré en su camino. Yo sólo...

    —No es dinero lo que estoy buscando.

    «Oh, Dios.» Una docena de horrendos escenarios, cada uno peor que el anterior, desfilaron a toda velocidad por la mente de Sakura. Al fingir que conocía a Sasuke, aquel hombre la había manipulado hábilmente para que admitiera por iniciativa propia que estaría sola durante una hora. ¡Qué crédula había sido! «Puedes sacar a la chica de Kansas, pero no puedes sacar a Kansas de la chica», pensó mientras sentía cómo la histeria empezaba a burbujear dentro de ella.

    —¡Oh, qué despistada que soy! ¡Me he confundido de hora! Él volverá en cualquier momento...

    Una áspera risotada.

    —Buen intento.

    Cuando se abalanzó sobre ella, Sakura retrocedió impulsada por la adrenalina. Frenéticamente, con manos entorpecidas por el miedo, fue cogiendo cosas de la encimera y se las lanzó. El termo del café rebotó en su hombro, esparciendo su contenido por todas partes; la tabla de madera para cortar la carne le dio de lleno en el pecho. Buscando a tientas detrás de ella, Sakura cogió una copa de cristal Baccarat tras otra del fregadero y se las tiró a la cabeza. Él esquivó y se agachó, y una copa tras otra hizo explosión contra la pared detrás de él para cubrir el suelo con una lluvia de cristales rotos.

    El hombre siseó furiosamente y siguió avanzando hacia ella.

    Respirando con jadeos entrecortados y peligrosamente cerca de hiperventilar, Sakura buscó más arsenal. Un cazo, un colador, unas llaves, un reloj de cocina, una sartén, botes de especias, más copas.

    ¡Necesitaba un arma, por Dios! ¡Con todo aquel maldito museo alrededor de ella, tenía que poder echar mano a algún miserable cuchillo! Pero sus pies descalzos resbalaban una y otra vez encima del café mientras trataba de esquivar tanto a su asaltante como los cristales rotos.

    Sin atreverse a apartar los ojos de él, buscó a tientas un cajón detrás de ella y hurgó frenéticamente en su interior: paños de cocina.

    El siguiente cajón: bolsas de basura y film transparente para envolver. Sakura le tiró ambas cajas.

    Él avanzó con los cristales crujiendo bajo sus pies, obligándola a retroceder contra la encimera.

    Botella de vino. Llena. «Gracias, Dios mío.» Sakura la mantuvo oculta detrás de su espalda y se quedó inmóvil.

    Él hizo lo que ella había esperado que hiciese. Se le vino encima y Sakura estrelló la botella contra su cabeza con toda la fuerza de que fue capaz, empapándolos a ambos con vino lleno de trocitos de cristal.

    El hombre la agarró por la cintura mientras se desplomaba y la arrastró consigo en su caída. Sakura no pudo resistirse a la nervuda fuerza de sus brazos cuando la obligó a quedar tendida sobre la espalda debajo de él.

    Entrevió un destello plateado peligrosamente cerca de su rostro. Sakura aflojó los músculos durante un momento, justo el tiempo suficiente para hacerle vacilar, y luego fue a por su ingle con la rodilla y a por sus ojos con los pulgares, murmurando un silencioso agradecimiento a Jon Stanton de Kansas, quien le había enseñado los «diez trucos sucios» cuando estuvieron saliendo una temporada en el instituto.

    —¡Ay, perra asquerosa!

    Cuando él se convulsionó en una reacción refleja, Sakura lo golpeó con los puños al mismo tiempo que se debatía en un desesperado esfuerzo por salir de debajo de su peso.

    La mano del hombre se cerró sobre su tobillo. Sakura cogió un trozo de cristal, sin prestar atención a sus numerosos cortes y lo volvió contra él, siseando y bufando como una gata.

    Y cuando lo hubo herido en la mano con que le rodeaba el tobillo, una deliciosa sensación de triunfo se adueñó de ella. Podía estar en el suelo, ensangrentada y llorando, pero no iba a morir sin antes haber peleado con uñas y dientes.

    .

    .

    .

    Sasuke entró en la antesala. Se preguntó si Sakura todavía estaría en la ducha y se permitió una breve visión de ella, gloriosamente desnuda y mojada con toda esa magnífica cabellera cayéndole sobre la espalda. Con la mano encima del picaporte, sonrió y luego torció el gesto cuando oyó un súbito estrépito seguido por maldiciones.

    Abrió la puerta y cuando miró dentro, la incredulidad y la conmoción lo dejaron paralizado durante un instante precioso.

    Sakura —goteando un líquido rojo que la mente de Sasuke se negó a aceptar que pudiera ser sangre— estaba de pie en el centro de la sala de estar, vuelta hacia la cocina y de espaldas a Sasuke mientras aferraba con ambas manos la espada colgada encima de la chimenea, sollozando y presa de un violento ataque de hipo.

    Un hombre salió de la cocina, su mirada asesina fija en Sakura y un cuchillo en la mano.

    Ninguno de los dos captó la presencia de Sasuke.

    —Apártate de él, mi pequeña Sakura —siseó él.

    Utilizó de manera instintiva la Voz del Poder, acompañando la orden con un hechizo druida de compulsión, por si se daba el caso de que ella estuviera demasiado asustada para poder moverse por sí sola.

    El hombre se sobresaltó y entonces lo vio, y su rostro mostró conmoción y... algo más, una cosa que Sasuke no pudo definir del todo. Una expresión que no tenía ningún sentido para él.

    ¿Reconocimiento? ¿Un respetuoso temor? La mirada del intruso fue hacia la puerta detrás de Sasuke, y luego hacia las puertas abiertas que daban a la terraza mojada por la lluvia.

    Con un rugido, Sasuke inició el acecho. No había necesidad de apresurarse, ya que el hombre no podía ir a ningún sitio. Sakura había respondido a su orden y retrocedido hacia la chimenea, donde permanecía inmóvil con la espada firmemente sujeta en sus manos, blanca como un fantasma. Todavía se mantenía en pie. Eso era una buena señal, y además no podía ser que todas aquellas manchas rojas fuesen sangre.

    —¿Te encuentras bien, muchacha? —Sasuke mantuvo la mirada fija en el intruso. El poder se agitaba dentro de él. Poder muy antiguo, poder que no era suyo, poder sediento de sangre y en el que no se podía confiar, porque lo incitaba a destruir a aquel hombre utilizando arcaicas maldiciones prohibidas. A hacer que muriese con una muerte lo más lenta y horrible posible por haberse atrevido a tocar a su mujer.

    Apretando las manos, Sasuke luchó por cerrar su mente a aquel poder. Él era un hombre, no un antiguo mal. Era hombre de sobra para ocuparse de aquello por sí solo. Sabía —aunque no sabía cómo lo sabía— que en el caso de que utilizara el poder oscuro que había dentro de él para matar, el hacerlo sellaría su perdición.

    Hipo.

    —Me parece que sí. —Más sollozos.

    —Hijo de perra. Le has hecho daño a mi mujer —gruñó Sasuke, avanzando inexorablemente hacia el hombre y obligándolo a salir a la terraza. A cuarenta y tres pisos por encima de la calle.

    El intruso miró por encima del hombro el murete que circundaba la terraza, como si calculara la distancia, y luego volvió nuevamente la mirada hacia Sasuke.

    Lo que hizo a continuación fue tan extraño e inesperado que Sasuke no consiguió reaccionar a tiempo de detenerlo.

    Los ojos ardiéndole con un celo fanático, el hombre bajó la cabeza.

    —Así pueda yo servir a los draghar con mi muerte, del modo en que no he sido capaz de hacerlo con mi vida.

    Sasuke todavía estaba tratando de asimilar el hecho de que había dicho «los draghar» cuando el hombre giró en redondo, se subió al murete y dio el salto del ángel hacia cuarenta y tres pisos de vacío.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    3212
    CAPITULO 9
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.​



    ADAPTACION© Quem
    —¿Qué es esa cosa? —preguntó Sakura, torciendo el gesto.

    —Tranquila, muchacha. No es más que un ungüento que acelerará el proceso de curación.

    Sasuke empezó a extenderlo sobre la miríada de cortes mientras murmuraba hechizos curativos en una antigua lengua que ella no conocía. Una lengua que llevaba tanto tiempo muerta que, los estudiosos del siglo de Sakura no tenían nombre para ella. El rojo pegajoso en su ropa había resultado ser vino, no sangre. Sakura había salido notablemente ilesa después de todo, con cortes en las manos y los pies y unos cuantos arañazos en los brazos, pero sin ninguna herida realmente grave.

    —Eh, ya me siento mejor —exclamó.

    Sasuke la miró, obligándose a contemplar sus ojos y no las deliciosas curvas apenas cubiertas por el delicado sujetador de encaje y las bragas que llevaba. Después de que el hombre hubiera saltado, Sasuke había desnudado a Sakura con menos miramientos de lo que hubiese querido en un principio, impaciente por saber cuál era la gravedad de sus heridas. Ahora ella estaba sentada a su lado en el sofá, vuelta de cara hacia él y con los piececitos encima de su regazo mientras Sasuke se ocupaba de ellos.

    —Toma, muchacha.

    Cogió el cobertor de lana de cachemira del respaldo del sofá y se lo extendió sobre los hombros, envolviéndola con él de tal manera que la cubriese desde el cuello hasta los tobillos. Ella parpadeó muy despacio, como si sólo ahora se diera cuenta del estado de desnudez en que se hallaba, y Sasuke supo que su mente todavía se encontraba aturdida por la terrible prueba.

    Se obligó a volver a concentrar su atención en los pies de Sakura. Los hechizos curativos lo habían llevado todavía más cerca de los límites de su autocontrol. Durante los últimos días había utilizado demasiada magia, y ahora necesitaba un largo espacio de tiempo sin ningún hechizo para recuperarse.

    Necesitaba eso, o a ella.

    El período más largo que había llegado a pasar sin una mujer, desde la noche en que se volvió oscuro, había sido de dos semanas. Al final de él, se había encontrado en lo alto del múrete de aquella terraza con una botella de whisky en la mano mientras bailaba una jiga escocesa sobre las resbaladizas piedras en plena nevada, dejando que el destino se encargara de escoger hacia qué lado caería primero.

    —Me mintió —dijo ella, apartándose de la cara con una mano vendada los cabellos todavía mojados por la ducha—. Dijo que era amigo tuyo y yo le dije que no regresarías hasta dentro de una hora. —Abrió mucho los ojos—. ¿Por qué volviste?

    —Olvidé la llave, muchacha.

    —Oh, Dios —jadeó ella, y pareció otra vez al borde del pánico—. ¿Y si no te la hubieras olvidado?

    —Pero la olvidé. Ahora estás a salvo. —«Nunca volveré a permitir que el peligro llegue a tocarte.»

    —No lo conocías, ¿verdad? Quiero decir que, bueno, él dijo eso sólo para averiguar durante cuánto tiempo estarías fuera, ¿no?

    —No, muchacha, nunca había visto a ese hombre. —Eso era cierto—. Es justo lo que pensaste: mintió para averiguar cuándo regresaría yo, durante cuánto tiempo estarías sola. Puede que sacara mi nombre de alguna parte. La lista de correos, el listín de teléfonos.

    Él no figuraba en ninguno de aquellos sitios. Pero ella no necesitaba saber eso.

    —¿Y por qué lo dejaron subir los de Seguridad?

    Sasuke se encogió de hombros.

    —Estoy seguro de que no lo hicieron. Hay modos de esquivar a Seguridad —dijo evasivamente mientras examinaba con la mirada los daños causados por el ataque.

    Tendría que poner orden en la cocina antes de que la policía viniera inevitablemente a interrogar a los ocupantes de su lado del edificio. Por suerte, había veintiocho terrazas por debajo de la suya, hasta el piso catorce, y sabía que la policía, con esa respetuosa distancia que se concedía a los ricos en cualquier siglo, dejaría el nivel del ático para el último lugar.

    Su mente repasó los detalles a toda velocidad: eliminar toda señal de lucha, guardar los dos últimos tomos, pasar por casa de Sakura para recoger su pasaporte, llevar las antigüedades de ella al banco, trasladarlos a los dos hasta el aeropuerto. Sasuke se alegró de que fueran a irse aquel mismo día. La había metido en algo que ni siquiera él entendía, y sólo él podía protegerla.

    Y la protegería. Ella era la guardiana de su selvar. Ahora la vida de él era su escudo.

    «Así pueda yo servir a los draghar...», había dicho el hombre.

    Sasuke no le encontraba ningún sentido. Se había sorprendido tanto al oír aquellas palabras en labios del hombre que se quedó mirándolo sin entender nada. Ahora Sasuke estaba furioso consigo mismo porque, de haberse movido o hablado más deprisa, podría haberle arrancado respuestas al hombre. Al parecer, alguien sabía más que él mismo acerca de sus problemas. ¿Cómo? ¿Quién podía saber en qué se había metido? ¡Ni siquiera Izuna lo sabía con certeza! ¿Quién demonios eran los draghar? ¿Y de qué modo los había estado sirviendo aquel hombre?

    Si eran, tal como se le había ocurrido pensar antes, alguna escisión de los Tuatha de Danaan, y si realmente habían decidido darle caza, ¿por qué hacer daño a una mujer inocente? Y si eran la raza supuestamente inmortal, ¿por qué enviar a un mortal para que obrara su voluntad? No cabía duda de que el hombre había sido un mortal. Sasuke lo había visto. Cayó sobre un coche o, mejor dicho, se fundió con el coche.

    Mientras limpiaba las heridas de Sakura, Sasuke la había interrogado minuciosamente acerca del intruso, en parte para mantenerla hablando y evitar así que cayera en un estado de shock. El hombre se había identificado a sí mismo como Gen Katsugi, aunque Sasuke no se hacía ilusiones de que aquél fuera su verdadero nombre. El hombre lo había reconocido de algún modo. Sasuke no conocía a Gen Katsugi, pero Gen Katsugi sí que lo conocía a él. ¿Durante cuánto tiempo había estado observándolo? Espiándolo. Aguardando el momento de atacar.

    Un súbito temor por su hermano y por Sakurasou le oprimió las entrañas. Si él estaba siendo vigilado, ¿lo estaría siendo también Izuna? ¿Qué maldición había hecho caer sobre él mismo y su clan?

    Sasuke sacudió la cabeza mientras rebuscaba entre docenas de preguntas para las cuales no tenía respuestas. Pensar no serviría de nada. Ahora lo necesario era actuar. Tenía que hacer los últimos arreglos y sacarlos a ambos del país, y luego ya podría concentrarse en descubrir quiénes eran los draghar.

    Terminó de curar el último corte y alzó la mirada hacia Sakura. Ella lo observaba en silencio con los ojos muy abiertos, pero el color ya iba volviendo lentamente a su rostro.

    —Perdóname, muchacha. Debería haber estado aquí para protegerte —se disculpó con gravedad—. Nunca volverá a suceder.

    —La culpa no ha sido tuya. —Dejó escapar una trémula risita—. No se te puede considerar responsable de todos los criminales que hay en la ciudad. Era obvio que ese hombre no estaba en sus cabales. Quiero decir que..., Santo Dios, saltó. Se quitó la vida. —Sacudió la cabeza, todavía incapaz de entenderlo—. ¿Dijo algo antes de saltar? Pareció como si lo hiciera.

    Ella se encontraba demasiado lejos para haberlo oído.

    —Sí, pero no tenía ningún sentido. Estoy seguro de que tienes razón. Lo más probable es que estuviera loco o... —Se encogió de hombros.

    —O había tomado drogas —dijo ella, asintiendo—. Tenía unos ojos muy extraños. Como si fuera alguna clase de fanático. Realmente pensé que iba a matarme. —Una pausa, y luego dijo—: Luché. No me limité a desplomarme.

    Parecía estar tanto asombrada como orgullosa de ello, y Sasuke pensó que tenía sobrados motivos para sentirse así. Qué difícil tenía que haber sido para Sakura Haruno, con lo poquita cosa que era, hacer frente a un hombre mucho más grande que ella, que empuñaba un arma con la intención de matar. Para un hombre de la estatura y la corpulencia de Sasuke, por no mencionar su entrenamiento, entrar en combate podía no ser algo demasiado terrible, pero ¿ella? La chica tenía valor.

    —Lo hiciste muy bien, Sakura. Eres una mujer extraordinaria.

    Sasuke le puso un rizo mojado detrás de la oreja. Estaba empezando a perder la batalla para impedir que su mirada recorriese ávidamente el cuerpo de Sakura, sabiendo como sabía que estaba casi desnuda debajo del suave cobertor. Un peculiar calor helado inundaba sus venas. Era oscuro y exigente. Traía consigo una necesidad a la que no le importaba en lo más mínimo que ella acabara de sufrir un trauma, una necesidad que se esforzaba por convencerlo de que el sexo la haría sentirse mejor.

    Los jirones de su honor no estaban de acuerdo. Pero eran jirones y ahora Sasuke necesitaba alejarla de él. Deprisa.

    —¿Tus pies están mejor?

    Ella los bajó del regazo de él al suelo y luego se levantó del sofá, poniéndolos a prueba.

    Sasuke se apresuró a mirar por la ventana y apretó los puños para no extender los brazos hacia ella. Sabía que si la tocaba ahora, la tumbaría en el suelo, le separaría las piernas y se metería dentro de ella. Sus pautas mentales estaban cambiando, del modo en que lo hacían cuando llevaba demasiado tiempo sin poseer a una mujer. Se volvían primitivas, animales.

    —Sí —dijo ella, con tono de sorpresa—. Sea lo que sea, ese ungüento es asombroso.

    —¿Por qué no subes y terminas de recoger tus cosas?

    La voz de él sonó pastosa y gutural, incluso a sus propios oídos. Se levantó rápidamente y fue hacia la cocina.

    —Pero ¿qué hay de la policía? ¿No deberíamos llamar a la policía?

    Sasuke tardó unos momentos en responder, pero mantuvo la espalda vuelta hacia ella.

    —Ya están ahí fuera, muchacha.

    «Vete», deseó en un desesperado silencio.

    —Pero ¿no deberíamos hablar con ellos?

    —Yo me ocuparé de todo, Sakura.

    Esta vez utilizó un toque de compulsión y le dijo que se olvidara de la policía. Justo la cantidad de magia suficiente para tranquilizarla, para ayudarla a confiar en que él se encargaría de hacer todo lo necesario. Para que luego no se preguntara por qué no se la había interrogado. En lo que hacía referencia a la policía, el hombre no habría caído de la terraza de Sasuke, pero Sakura no necesitaba saber eso.

    Acababa de entrar en la cocina cuando ella apareció junto a él y le puso la mano en el hombro.

    —¿Sasuke?

    Él se envaró y cerró los ojos. No se volvió. «Dios, muchacha, por favor. No quiero violarte.»

    —Eh, date la vuelta —dijo ella, levemente enfadada.

    Con los dientes apretados, él se volvió.

    —Aunque no lo hayas hecho a propósito, gracias por haberte olvidado la llave de mi apartamento —dijo ella, y luego le tomó el rostro entre sus manecitas, se puso de puntillas y le hizo bajar la cabeza para depositar un suave beso sobre sus labios—. Probablemente me salvaste la vida.

    Él pudo sentir vibrar los músculos en su mandíbula. En todo su cuerpo. Tuvo que separar la rígida presa de sus dientes para poder gruñir un ronco:

    —¿Probablemente?

    —Eh, yo estaba resistiendo bastante bien —observó ella—. Y ya había llegado a la espada.

    Una sonrisa tenue pero llena de descaro y después, gracias al cielo, la vio ir hacia la escalera.

    Se detuvo al inicio de ella y miró atrás.

    —Ya sé que probablemente no te importa, porque no tardaremos en irnos, pero deberías decirle al encargado del edificio que este ático tiene serios problemas de calefacción. ¿Te importaría subirla un poquito?

    Se frotó los brazos a través del cobertor y, sin esperar una respuesta, subió apresuradamente los escalones.
    Cinco minutos después, Sasuke todavía estaba apoyado en la pared, temblando a causa de la batalla que había estado a punto de perder cuando ella tocó tan inocentemente sus labios con los suyos.

    Sakura lo había besado como si él fuese un hombre honorable, dueño de sí mismo. Que no representaba peligro alguno.

    Como si él no fuera el hombre que había estado a punto de tomar su virginidad por la fuerza. Como si él no fuera oscuro y peligroso. En una ocasión, había recurrido a Koyuki cuando se encontraba casi tan mal como ahora. Había visto el miedo mezclado con la excitación en los ojos de ella cuando la tomó sin ninguna clase de miramientos, sin decir una sola palabra, en la cocina donde la había encontrado. Entonces había sabido que ella percibía aquello en él, la oscuridad. Había sabido que la excitaba.

    Pero a Sakura no. Ella lo había besado suavemente. Aunque él fuese una bestia.

    .

    .

    .

    Oyashiro observó desde una prudente distancia a Sasuke Uchiha y su acompañante mientras éstos salían del edificio a la Quinta Avenida. La policía había estado presente por todas partes durante horas, llevándose el cuerpo de Gen e interrogando a los testigos, pero a media tarde se habían ido, dejando tras de sí a dos curtidos detectives de hosca mirada.

    No sentía pena alguna por Gen; su muerte había sido rápida, y la muerte no era una cosa a la que ellos temieran, ya que la secta druida de los draghar creía en la transmigración del alma. Gen volvería a vivir en algún otro cuerpo, en alguna otra época.

    Al igual que los draghar volverían a vivir dentro del cuerpo del escocés, una vez que hubieran tomado plena posesión de él.

    Lo que tenía impresionado a Oyashiro era que aquel hombre hubiera conseguido mantener a raya la transformación hasta el momento. Habida cuenta de lo poderosos que eran los draghar, Sasuke Uchiha tenía que ser insólitamente poderoso por derecho propio.

    Pero a Oyashiro no le cabía duda de que la Profecía se cumpliría tal como había sido prometido. Ningún hombre podía llevar dentro de sí semejante poder y no llegar a utilizarlo. Día a día, los draghar irían infiltrándose un poco más dentro de él hasta que él ya no supiera que estaba siendo transformado. Lo único que necesitaban hacer era provocarlo, espolearlo y acorralarlo. La utilización de la magia oscura para propósitos oscuros lo precipitaría al fondo de un abismo del cual no había escapatoria.

    Entonces, los draghar volverían a caminar sobre la faz de la Tierra.

    Entonces, todo el poder, todo el conocimiento que los Tuatha de Danaan les habían robado hacía milenios sería restaurado. Los draghar les enseñarían la Voz del Poder que traía la muerte con una mera palabra, y las maneras secretas de moverse a través del tiempo. Cuando fueran muchos y hubieran llegado a ser fuertes, irían en busca de los Tuatha de Danaan y tomarían aquello que ya hacía mucho tiempo debería haber sido suyo. Aquello que los Tuatha de Danaan siempre habían negado a los draghar: el secreto de la inmortalidad. La vida eterna, sin necesidad de ningún renacimiento regido por el azar. Serían dioses.

    Oyashiro estudió con gran atención a la mujer. Era muy bajita, y Oyashiro se preguntó cómo había sido posible que Gen terminara cayendo desde lo alto de aquella terraza.

    ¿Habría elegido él ese fin? ¿Habría sido arrojado al vacío por Sasuke Uchiha? Aquella mujercita no podía haberlo hecho. Realmente no era gran cosa, con su poco más de un metro sesenta de estatura.

    El escocés se alzaba sobre ella como una torre. A los draghar se les había dado un poderoso recipiente con la robusta forma de un guerrero. Los hombres responderían bien a su autoridad innata. En el mismo instante en que Oyashiro pensaba eso, notó cómo los transeúntes le abrían paso, apartándose instintivamente de su camino, y él avanzaba a grandes zancadas como si supiese que lo harían. No había ninguna vacilación en aquel hombre, ni la más mínima. Incluso desde aquella distancia, Oyashiro pudo sentir el poder que emanaba de él.

    Cuando el escocés bajó la mirada hacia la mujer, Oyashiro entornó los ojos.

    Una mirada posesiva. Un intenso deseo de proteger en la manera con que escudaba el cuerpo de ella de los transeúntes, sus ojos siempre alerta examinando constantemente los alrededores. Daore no se mostraría nada complacido.

    Antes de que Oyashiro hubiera encontrado su vocación dentro de la orden, se había dedicado a los timos y las estafas, con un considerable éxito, y la regla cardinal de aquella actividad también regía allí: aísla al objetivo; la presa siempre cae con más facilidad cuando se encuentra sola.

    Los siguió a una distancia prudencial.

    Se detuvieron delante de un banco y Oyashiro se acercó un poco más, dejó caer unas cuantas monedas y se agachó a recogerlas. Aguzó el oído, para ver si podía llegar a escuchar cualquier conversación.

    Y finalmente oyó lo que necesitaba: planeaban volar a Escocia en algún momento de aquel anochecer.

    Oyashiro se unió a una pequeña procesión de peatones y sacó un móvil. Sería muy sencillo hacer que uno de sus hermanos familiarizado con los ordenadores averiguara desde qué aeropuerto y cuándo partirían, y le consiguiera una plaza en el mismo vuelo.

    Hablando rápidamente, puso al corriente de los últimos acontecimientos a Daore. Y las instrucciones de Daore fueron precisamente las que él esperaba.
    .

    .

    .

    Unas horas después, Oyashiro se acomodaba en un asiento situado una docena de filas por detrás de los que ocupaban ellos. Hubiese preferido sentarse más cerca, pero el vuelo no estaba lleno y le preocupaba que el escocés pudiera detectar su presencia.

    No había dejado de seguirlos durante toda la tarde y ni una sola vez se le presentó la ocasión de atacar. Los aceros eran el arma preferida de su secta, pues cada derramamiento de sangre era ritual tanto en sí mismo como por lo que representaba, pero Oyashiro había tenido que abandonar sus armas antes de embarcar. Su corbata habría ido muy bien para estrangular a la mujer, a condición de que hubiera podido estar a solas con ella durante un momento.

    Le habría gustado saber qué había sucedido allá en el ático. Algo había alertado a Sasuke Uchiha de que era posible que hubiese otro ataque. Si era descubierto, se suponía que Gen debía hacer que todo pareciese un robo o la obra de un sociópata, lo que encajara mejor con el momento. Pero era evidente que el escocés esperaba que se produjera otro intento. No se había separado de la mujer en ningún momento. Las dos veces que ella fue a los servicios del aeropuerto, él la había acompañado hasta allí, la esperó junto a la entrada y la escoltó de regreso después.

    Aquel maldito escocés era un escudo ambulante. Oyashiro se dio un masaje en la nuca y suspiró.

    Una vez en Escocia restablecería sus contactos, adquiriría armas y tarde o temprano llegaría un momento en que el hombre bajaría la guardia. Aunque sólo fuese durante unos instantes. Unos instante sería todo lo que necesitaría Oyashiro.

     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4816
    CAPITULO 10
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.​

    ADAPTACION© Quem



    El vuelo desde el aeropuerto JFK hasta Londres sólo iba medio lleno; la intensidad de las luces había sido atenuada para no molestar al pasaje nocturno, los asientos eran cómodos (disponían de una fila entera para ellos solos y habían subido todos los brazos) y Sakura se quedó dormida poco después del despegue.

    Ahora, removiéndose adormilada, mantuvo los ojos cerrados y se puso a pensar en los acontecimientos del día. Había transcurrido con una increíble celeridad, desde el ataque hasta el hacer el equipaje, ir a su casa para recoger su pasaporte, hacerse con una caja de seguridad en el banco para sus piezas (¡suyas, nada menos!), un apresurado almuerzo-cena y, finalmente, el trayecto hasta el aeropuerto.

    No era de extrañar que se hubiera quedado dormida. La noche anterior no había dormido mucho, debido a lo nerviosa y excitada que estaba a causa de la decisión que había tomado de acompañar a Sasuke a Escocia. Luego el día había estado lleno de actividad, y la conmoción del ataque, por sí sola, la había dejado casi completamente desprovista de energías. Sakura todavía no podía creer que hubiera sucedido; parecía irreal, como si lo hubiera visto en la televisión o le hubiera ocurrido a otra persona. Llevaba casi todo un año viviendo en uno de los barrios de peor reputación de Nueva York y nunca le había sucedido nada malo. Nunca la habían atracado, nunca la habían acosado en el metro y, de hecho, no se había encontrado con ninguna adversidad, así que suponía que quizá su número había salido por fin en la rifa. A menos que, naturalmente, la policía determinara que había habido algún otro mot...

    Aquel pensamiento fue escurridiza y abruptamente borrado de su mente. Aunque no podía evitar sentirse un poco afectada por el hecho de que su atacante se hubiera quitado la vida (y si eso no probaba lo loco que estaba, Sakura no sabía qué podría hacerlo), sabía que aquel hombre había tenido la intención de herirla gravemente, si no de matarla. El pragmatismo atemperó su emoción. La simple verdad era que agradecía haber sobrevivido. Sentía que el hombre hubiera estado tan loco como para atacarla y luego saltar desde la terraza, pero aun así se alegraba mucho de estar viva. Era sorprendente cómo el que la vida de uno se viera en peligro lo reducía todo a los aspectos más básicos.

    Si Sasuke no hubiera regresado —pensarlo la hizo estremecer—, ella habría luchado hasta la muerte. Sakura estaba descubriendo toda clase de aspectos de su personalidad que no sabía que existieran. Siempre la había preocupado pensar que si alguien la atacara no sabría cómo reaccionar o se limitaría a dejarse paralizar por el miedo. Siempre se había preguntado si en el fondo no sería una cobarde.

    Gracias a Dios que no lo era. Y gracias a Dios que Sasuke había olvidado la llave.

    Qué fácil había sido engañarla. Gen Katsugi, nada menos. Eso ya hubiese tenido que ponerla sobre aviso. Pero no se le había ocurrido darle mayor importancia porque el aspecto y el comportamiento del hombre no habían podido ser más normales, al principio. Claro que pensándolo bien, había leído en algún sitio que la mayoría de los asesinos en serie tenían el mismo aspecto que el vecino de al lado.

    Cuando Sasuke había entrado por la puerta, la expresión que apareció en el rostro del hombre no había podido ser más extraña. Sakura no conseguía llegar a identificarla del todo...

    Con un encogimiento de hombros mental, hizo a un lado todos aquellos sombríos pensamientos. Había sido horrible; nunca en toda su vida había estado tan asustada, pero ya había pasado y ahora miraría hacia delante, no hacia atrás. Dedicarse a pensar en ello haría que volviera a sentirse aterrorizada. Algo inexplicable y espantoso había ocurrido justo antes de que ella se fuese de Nueva York, pero no permitiría que afectara al tiempo que había pasado allí, ni que proyectara una negra sombra sobre su futuro. Aquel hombre estaba muerto, y no le concedería el éxito de hacer que se sintiese aterrada. En veinticuatro años, sólo había sido víctima de un ataque. Sakura podía vivir con esas probabilidades. Viviría con ellas, y no permitiría que la asustaran en el futuro. ¿Ir con más cuidado? Por supuesto que sí. ¿Tener miedo? Eso ni soñarlo.

    Ahora iba de camino a Escocia, con un hombre que la hacía sentirse más viva que ninguna persona a la que hubiera conocido jamás.

    Se preguntó qué impresión le habría causado Sasuke al abuelo. Sakura Haruno. Sakura... Uchiha.

    «¡Haruno —se reconvino a sí misma al instante—, deja de pensar esas cosas!» No iba a envolverlo todo en un halo de romanticismo. Se lo había prometido a sí misma hacía un rato, mientras estaba sentada en el aeropuerto con él y esperaba a que despegara su vuelo. Sasuke se había mostrado de lo más atento, acompañándola hasta los lavabos, llevándola a tomar algo y no separándose ni un solo instante de su lado, pero siempre con esa eterna frialdad suya. Esa irritante reserva, ese tenso encerrarse dentro de sí mismo. No era de extrañar que las mujeres cayeran rendidas ante él; semejante reserva desafiaba a una mujer, la hacía querer ser la que consiguiera llegar al interior de Sasuke Uchiha. Pero Sakura no iba a cometer ese error. Hasta donde ella podía ver, era la mujer del momento y nada más que eso. Estaba determinada a mostrar una actitud lo más inteligente posible, a ver aquel viaje como una aventura, a juzgar las cosas meramente por lo que eran y no leer en ellas nada más de lo que había. Aun así, al abuelo le hubiese gustado...

    Sus pensamientos volvieron a dirigirse por unos instantes hacia lo que había ocurrido aquella mañana, pero esta vez escogieron una parte menos inquietante. Después de que el hombre hubiera saltado, Sasuke la había desnudado a toda prisa, y la expresión en su rostro bastó para acallar cualquier protesta. La rabia contenida a duras penas que emanaba de él le hizo pensar que a su atacante quizá se le había concedido una muerte más misericordiosa con el salto al vacío. Las fuertes manos de Sasuke temblaban cuando empezó a curarla. Sakura nunca había visto comportarse con tanta delicadeza a alguien tan lleno de furia. Primero usó una esponja para quitarle el vino y luego limpió sus heridas y las vendó, pasando por alto resueltamente su estado de desnudez durante todo el tiempo mientras lo hacía.

    Parecía como si cuanto más intensas fueran sus emociones, más rígidamente se controlase. Esa era una hipótesis que Sakura sentía curiosidad por examinar más a fondo. Pero ¿por qué la furia?, se preguntó. ¿Porque alguien se había atrevido a irrumpir en su propiedad y lo había puesto todo patas arriba? Una mujer inclinada a ver aspectos románticos en todas las cosas podría haber leído alguna emoción por ella en eso, pero Sakura no iba a ser tan estúpida.

    Con un suave suspiro, abrió lentamente los ojos para encontrarse con que Sasuke la estaba observando. Sin decir nada, él siguió mirándola en silencio. Entre las sombras, su rostro de marcadas facciones era impresionante, salvajemente masculino.

    Sus ojos.

    Sakura se perdió en ellos durante un largo instante y se preguntó cómo podía haber llegado a pensar que tenían el mismo color dorado que los ojos de un tigre. Sus ojos eran oscuros como el whisky más oscuro. Y estaban llenos de alguna emoción. Siguió mirando. Algo parecido a la... ¿Desesperación?

    Por debajo de la frialdad y la burla, bien escondida bajo toda aquella implacable seducción, ¿sería posible que Sasuke Uchiha tuviera una pena secreta?

    «No interpretes las cosas a tu manera, Haruno —se recordó a sí misma—. Lo que estás viendo dice que parece como si ese hombre quisiera besarte, no darte sus hijos.»

    «Dios, pero sus hijos serían preciosos», ronroneó una parte de ella que era femenina y primordial. La parte de ella que todavía conservaba la huella biológica de sus tiempos de mujer de las cavernas y se sentía infaliblemente atraída por el guerrero más capaz de protegerla.

    Él inclinó su oscura cabeza sobre la de Sakura con los ojos iluminados por un extraño destello. «Oh, no cabe duda de que quiere besarme.» Sakura sabía que hubiese debido apartarse de él y llamarse estúpida en todos los idiomas que conocía, pero saberlo no ayudaba en nada. Las luces estaban muy bajas, la mayoría de los pasajeros dormían, la atmósfera era íntima y acogedora, y ella quería ser besada. ¿Qué podía haber de malo en un pequeño beso? Además, estaban a bordo de un avión, por el amor del cielo. ¿Hasta dónde podía llegar la cosa?

    Si Sakura hubiera conocido de antemano la respuesta a esa pregunta, habría corrido a sentarse al otro lado del pasillo y se habría sellado la boca con cinta adhesiva. No, con precinto para embalar. Varias capas. Quizá también se habría envuelto los muslos con él como medida de precaución adicional.

    Apenas los labios de él entraron en contacto con los suyos, una súbita tempestad se agitó dentro de Sakura y todo su cuerpo crepitó con la electricidad de los rayos. Él deslizó sus sensuales labios sobre su boca, tomándola con una lentitud que hizo que Sakura se sintiera temeraria y llena de necesidad.

    La lentitud no era lo que ella quería. Se había permitido un beso, y por Dios que tenía intención de obtenerlo. Un beso de verdad, con todos los aderezos. Labios y lenguas y dientes y montones de suaves suspiros. Con un ruidito de impaciencia, tocó la lengua de Sasuke con la suya. La respuesta de él fue instantánea y electrizante, y convirtió su tempestad interior en una tremenda tormenta de calor y deseo. Con un gruñido surgido de lo más profundo de su garganta, Sasuke cerró las manos sobre sus cabellos y le echó la cabeza hacia atrás contra el asiento para luego hacer que su lengua penetrara profundamente hasta cortarle la respiración.

    El beso que le dio no tenía como objetivo seducir sino marcar a fuego el alma de una mujer, y estaba funcionando. Tan dominante como el hombre, aquel beso era ávido y estaba lleno de exigencias. Llamaba a la Sakura secreta que albergaba en su interior un hambre tan profunda como la de él. Sasuke era una sombra oscura y seductora que estaba por todas partes alrededor de ella, y Sakura se ahogaba en él. En el aroma especiado de aquel hombre vestido de cuero, en el húmedo deslizarse de su lengua, en las fuertes manos que le sujetaban los cabellos. Y Sakura no se atrevía a emitir aquel sonido que temblaba dentro de ella. Verse obligada a aceptar semejante beso en el más absoluto de los silencios resultaba insoportablemente erótico.

    La cálida lengua de él se adentraba y se retiraba en una descarada imitación del acto sexual, y Sakura sintió que empezaba a ponerse húmeda, sólo a causa de su beso. Aquel hombre hacía que una mujer sintiera como si estuviese siendo devorada, engullida en un delicioso lametón tras otro.

    Cuando él se detuvo y pasó la yema de su pulgar sobre sus hinchados labios, Sakura dejó escapar un suave jadeo y lo miró, sin poder decir palabra. Él escrutó su rostro y quedó claramente complacido con lo que vio en los ojos vidriosos de ella, la evidencia del efecto entorpecedor de la mente que sus besos tenían sobre Sakura. Con una risa suave y satisfecha, puso el pulgar encima de los dientes inferiores de Sakura y la obligó a abrir la boca todo lo que podía llegar a hacerlo. Después puso las manos sobre los lados de su rostro y la tomó en un beso de boca abierta y lengua profunda. Para robarle el aliento de los pulmones y devolvérselo después. Haciéndole el amor a su boca, haciéndole saber cómo podía hacerle el amor en toda clase de lugares distintos.

    Cuando ella empezó a gimotear contra sus labios, él se retiró con un nuevo fuego en los ojos. Levantándole las piernas envueltas en los tejanos, las puso a través de las suyas, colocándola de tal modo que Sakura quedó apoyada en la ventanilla para así proporcionarle un mejor acceso.

    —Si deseas que pare, muchacha, dilo ahora. No volveré a preguntártelo.

    Fue alguna otra mujer la que tuvo que sacudir la cabeza en una rápida negativa, porque Sakura sabía que se suponía que ella tenía que decir que sí. Y ciertamente tuvo que ser alguna otra mujer la que pasó las manos alrededor de la nuca de él, debajo del suave cuero negro de su chaqueta y entre sus cabellos.

    Sí, decididamente fue alguna otra mujer la que hizo que aquellas manos bajaran ávidamente por su pecho duro como la roca.

    Él las tomó con una de las suyas y las hizo a un lado.

    —No me toques, muchacha. Ahora no.

    Acalló las protestas de Sakura poniéndole un dedo entre los labios. Tocó su lengua, y luego resiguió el contorno de sus labios. Después dejó que ese dedo humedecido bajara lentamente por el cuello y fuera a lo largo de la V del cuello de su suéter, para detenerse finalmente en el valle entre sus pechos. Ella lo contemplaba, fascinada. Sasuke era tan increíblemente hermoso, allí en las sombras, con sus labios sensuales entre abiertos y sus ojos entornados por el deseo... Su aliento sobre el sendero de humedad que había dejado era una cálida caricia que jugaba con las terminaciones nerviosas, haciendo que cobraran una vida llameante.

    Cuando su oscura mirada se posó en los pechos de Sakura, sus pezones se tensaron convirtiéndose en dos duras cimas y sintió que una nueva pesadez le hinchaba los pechos. ¡Dios, aquel hombre era embriagador! Hasta su mirada era potente, porque hacía crepitar su piel con un frenético anhelo de que hubiera algo más. Pensar en su húmeda y cálida boca bastaba para hacer que Sakura enloqueciera de deseo.

    Con una nueva mirada tan cargada de promesa sexual que la dejó sin aliento, él tiró de la manta que la cubría y se la subió desde la cintura hasta el cuello. Luego metió las manos debajo de la manta, y la cabeza de Sakura cayó flácidamente hacia atrás para quedar apoyada en la ventanilla al tiempo que sus ojos se cerraban con un rápido aleteo.

    Debería detenerlo. Y lo haría. Pronto. Realmente pronto.

    —Abre los ojos, muchacha. Quiero ver cómo me miras cuando te toco.

    Una orden llena de dulzura, pero orden a pesar de todo.

    Los párpados de Sakura se elevaron lánguidamente. Sentía como si él estuviera absorbiendo su voluntad con las caricias, dejándola sin fuerzas y volviéndola completamente vulnerable a sus exigencias.

    Sasuke metió las manos debajo de su suéter, le abrió impacientemente el sujetador y dejó al descubierto sus pechos para luego cubrirlos con sus palmas. «Oh, sí», pensó ella. Aquello era lo que había estado deseando desde el momento en que lo vio. Estar desnuda con él, sentir cómo marcaba a fuego su piel desnuda con el calor de sus grandes manos. Sakura había empezado a derretirse y toda ella se convertía en un charco de suave calor femenino recogido por las manos de un maestro, y no era capaz de reunir suficiente fuerza de voluntad para que eso le importara. Sasuke le tomó los pechos en las manos y amasó, acarició y tiró suavemente de los pezones entre sus dedos. Con el calor de su aliento sobre su piel, movió la punta de la lengua cuello arriba y luego pasó la boca por encima de su mentón, hasta sus labios, tomándola en un beso devastador al mismo tiempo que cerraba los dedos sobre sus pezones para pellizcárselos ligeramente. Después continuó bombardeando sus sentidos con aquel implacable ataque hasta que ella no pudo evitar arquear las caderas por encima del asiento.

    De pronto él interrumpió el beso y se apartó, con los ojos cerrados y la mandíbula rígidamente apretada. Un suspiro ahogado siseó entre sus dientes. La visión de Sasuke luchando por no perder el control, la prueba del efecto que ella tenía sobre él, hizo que una descarga de primitiva emoción erótica recorriese todo el cuerpo de Sakura. La visión de él tan excitado que sufría iba más allá de la mera excitación. Tuvo el mismo efecto sobre el deseo que ella sentía por él que la gasolina derramada encima de una llama.

    Debería hacer que parase. Era completamente incapaz de hacerlo.

    Entonces él abrió los ojos, sus miradas se encontraron y Sakura supo que él sabía con toda exactitud lo que estaba sintiendo ella. Se sentía perdida. Al borde del abismo. Suspendida en el vacío. Presa de una terrible necesidad. El puso la boca en ángulo sobre la suya y aspiró su lengua.

    Un diminuto espasmo convulsivo empezó a temblar dentro de Sakura, y con él llegó el tenue recuerdo de dónde se encontraban: ¡dentro de un avión, con casi un centenar de personas alrededor de ellos!

    Dios, ¿y si se corría?

    Dios, ¿y si gritaba cuando se corriese?

    —P-para... —jadeó contra los labios de él.

    —Demasiado tarde, muchacha.

    Su mano la cubrió íntimamente entre las piernas; a través de sus tejanos, el canto de la palma se apretó contra la uve que había entre sus muslos, y Sakura casi gritó ante el exquisito placer de sentir el contacto de él precisamente allí, donde se hallaba tan vacía y tan anhelante. Respirando entrecortadamente, él movió su mano en un ritmo perfecto, encontró expertamente el clítoris de Sakura a través de la tela de sus tejanos y utilizó la protuberancia de la costura interior para crear la fricción perfecta contra ella.

    ¡Oh, aquel hombre sabía cómo tocar a una mujer!

    —Déjate ir, muchacha. Dámelo ahora.

    Su ronco gruñido arrastró a Sakura en una rápida caída desde el borde del abismo.

    El ruido que habría podido escapar de ella entonces, si él no hubiera apretado su boca contra la suya, la habría avergonzado a perpetuidad. Podría haber despertado a todo el dichoso avión. Sakura imaginó que podría haber llegado a causar turbulencias.

    Con sus gritos ahogados de aquella manera, Sakura hizo explosión.

    Desvalida, llena de lujuria, completamente perdida con una de las grandes manos de él sobre sus pechos y la otra entre sus piernas, experimentó una fusión completa y se estremeció contra él mientras tensaba las piernas alrededor de su mano.

    Él tomó sus gritos con su lengua profundamente introducida en la boca de Sakura, acallándola salvo por un minúsculo gimoteo.

    El placer era devastador. Creció y creció hasta llegar al apogeo y se rompió en un millar de fragmentos rielantes dentro de ella. Todo el cuerpo de Sakura se estremeció; si hubiera sido capaz de emitir un sonido, posiblemente hubiese hecho lo que tanto temía y se habría puesto a gritar.

    Pero él tomó todo aquel sonido con su lengua caliente y devoradora, metiéndola tan dentro de la boca de Sakura que le robó el aliento. Sabía con toda exactitud cómo había que tocarla para hacer que el placer siguiera llegando, con su mano moviéndose implacable entre las piernas de Sakura sin quedarse quieta ni por un segundo y, cuando su primer orgasmo ya empezaba a amainar, de pronto pasó por una especie de tartamudeo y se convirtió en un segundo orgasmo que la mandó directamente de vuelta a la fusión.

    Él la besó mientras los últimos temblores residuales recorrían todo su cuerpo, al principio con besos llenos de exigencia que luego fueron convirtiéndose en besos más lentos y suaves conforme se disipaban los temblores. Sakura se aferraba a él, incapaz de moverse. Y aunque acababa de experimentar un doble clímax simplemente prodigioso, estaba caliente, mojada y seguía sintiendo un terrible anhelo. Había sido saciada, y sin embargo en ningún modo había sido saciada sino quizá sólo, al fin y completamente, despertada.

    Irrevocablemente despertada.

    «Oh, Dios, ¿qué es lo que he hecho? ¡Este hombre es adictivo!»

    Se quedaron así durante un largo instante, frente contra frente mientras ambos respiraban con jadeos entrecortados. Luego, después de una última caricia, él apartó su mano.

    Permaneció inmóvil durante unos momentos y luego ella oyó una brusca inspiración y un gemido torturado cuando él bajó la mano y se puso algo en el lugar donde debía estar.

    Sakura apretó las manos, cerró los ojos y trató de no pensar en aquella parte de sí mismo que Sasuke acababa de tocar. Aquella parte que había podido entrever cuando él dejó caer su toalla, justo lo suficiente para alimentar la insaciable curiosidad de ella.

    No era de extrañar que Koyuki dijera que se estaba muriendo sin él.

    Sakura no podía permitir que algo semejante volviera a ocurrir. Si permitía que aquel día llegara a haber aunque sólo fuese un beso más, se encontraría en la cama de Sasuke. Él era demasiado sexy; ella ya estaba demasiado prendada de él, y una vez en su cama, sus defensas se desmoronarían y se perdería a sí misma.

    «¿Por qué no te limitas a tirar tu corazón por la ventanilla del avión, Haruno? —le preguntó una irritada vocecita interior—. Tendrías aproximadamente las mismas posibilidades de tomar tierra entera.»

    Sasuke Uchiha era demasiado hombre para ella. Sakura había pasado a encontrarse en la situación de una jugadora de cuarta categoría que, provista de un viejo guante de segunda mano, tratara de jugar al béisbol con los profesionales. Una sola pelota bien lanzada bastaría para dejarla sentada en el suelo, y a partir de ese momento el partido seguiría su curso sin ella.

    Ninguno de los dos abrió la boca. Ambos se quedaron sentados en las tenues sombras del avión y trataron de recuperar el control de sí mismos.

    Y de pronto Sakura se encontró temiendo que quizá nunca conseguiría hacer salir a Sasuke de su vida.

    .

    .
    .

    Ella había vuelto a quedarse dormida, y Sasuke repasaba el tercer Libro de Manannán.

    O trataba de hacerlo.

    Se estaba concentrando todo lo que puede esperarse que llegue a hacerlo un hombre cuando es presa de una aguda agonía sexual.

    Es decir, nada.

    Seguía viendo el rostro sonrojado de Sakura: sus labios hinchados a causa de los besos de él, la piel alrededor de su boca un poco irritada por la quemadura de la sombra de su barba, sus ojos velados por la atractiva somnolencia del deseo mientras llegaba a la cima de su placer femenino y se estremecía contra él. Dos veces. Aferrándose a él como si... lo necesitara. Él había sostenido sus opulentos senos en sus manos. La había tocado entre los muslos.

    Sentía una necesidad tan desesperada de ella que había estado a punto de lanzar un hechizo druida para nublar las mentes de los pasajeros y así poder llevarla tan lejos como ella quisiera. Había llegado a pensar en irse con ella al servicio. Sólo su doncellez lo había detenido. No derramaría la sangre virginal de Sakura como habría hecho un bárbaro, dentro de una minúscula habitación con paredes de cartón.

    Ella habría ido todavía más lejos, en el caso de que él hubiera insistido. Habría permitido que la mano de él entrara en sus bragas, pero si hubiera llegado hasta ese punto, ya no habría habido forma humana de detenerse. Por eso él había mantenido su mano prudentemente fuera de los pantalones de ella y se había conformado con que sólo uno de los dos llegara a la cima del placer.

    Nunca había llegado a sentir un deseo tan intenso. Acostarse con una mujer ponía remedio a los peores efectos de su malestar, pero tendía a dejarlo extrañamente lleno de anhelo. Tocar a Sakura le había hecho pensar que quizás existiera alguna satisfacción que él nunca había llegado a alcanzar.

    Mientras tanto, la tenía tan dura como una roca y lo estaba pasando fatal.

    Con todo, pensó, suponía que no podía considerarse estafado, porque aunque ahora padecía una auténtica agonía de necesidad sexual, la intimidad que acababan de compartir había aplacado la furia que ardía dentro de él. Allí donde antes, en el ático, había temido lo que pudiera llegar a hacer, los besos de Sakura le habían devuelto un cierto control de sí mismo. No mucho, pero sí lo suficiente para seguir funcionando.

    En el pasado, siempre había necesitado completar el acto sexual para obtener un respiro, pero con Sakura no había sido así. El mero hecho de besarla, tocarla y llevarla a la cima del placer lo había calmado y le había aclarado un poco la mente. Sasuke no pretendía entender el cómo o el porqué de ello. Había funcionado.

    Aceptaría eso, el hecho de que Sakura lo convertía en un manojo de nervios pero también preservaba una cierta medida de cordura dentro de él. Qué inmensa merced serían sus besos en tierra escocesa.

    Ay, aquella mujer era algo que él necesitaba. Sus instintos no se habían equivocado cuando dijeron «mía».

    Y eso dio inicio a toda una nueva serie de pensamientos posesivos. Eran unos pensamientos acerca de los que él no podía hacer nada por el momento, así que se dedicó a respirar con lentas y profundas inspiraciones y obligó a sus pensamientos a que se centraran en lo que realmente debía preocuparlo.

    Lo que no tardaría en suceder iba a requerir toda su inteligencia y su fuerza de voluntad. Cuando estuviera en Escocia, sabía que los cambios volverían a acelerarse. Cambios que debía encontrar una manera de detener. Y para hacerlo, tenía que comparecer ante su hermano.

    «Izuna, soy yo, Sasuke, y siento haberte mentido, pero me he vuelto oscuro y necesito usar la biblioteca.»

    Sí, eso sería muy bien recibido.

    «Izuna, he fracasado. Rompí mi juramento y deberías matarme.» No, eso no, todavía no.

    «Ay, hermano, ayúdame.»

    ¿Lo haría él?

    «¡Por todos los diablos, deberías haberlo dejado morir!», le había gritado su padre cuando, allá en el siglo XVI, Sasuke consiguió llegar a reunir el valor necesario para confiarle lo que había hecho.

    «¿Cómo? ¿Cómo podía hacer eso?», había gritado Sasuke a su vez.

    «Al salvarlo a él te destruiste a ti mismo. Ahora he perdido a mis dos hijos: ¡uno a manos del futuro, otro a manos de las artes negras!»

    «Todavía no», había protestado Sasuke.

    Pero la mirada que vio en los ojos de su padre... Sí, esa mirada le había dicho que él creía que no había esperanza. Horrorizado, Sasuke huyó a través de las piedras, determinado a encontrar una manera de salvarse.

    Y ahora había vuelto al punto de partida, porque regresaba para pedir ayuda a su clan. Detestaba tener que hacerlo. Sasuke no había pedido ayuda ni una sola vez en toda su vida. Esa no era su manera de hacer las cosas.

    Con una brusca exhalación, aceptó el escocés que le había pedido a la auxiliar de vuelo y lo apuró de un solo trago. Mientras el calor hacía explosión dentro de él, la opresión que sentía en el pecho primero se intensificó y luego cedió. ¿Qué podía decir? ¿Cómo empezar? ¿Con Sakurasou, tal vez? Ella podía obrar sus milagros femeninos con su hermano. Bien sabía Dios que Sakurasou había sido un auténtico milagro para Izuna.

    Se puso a reflexionar en distintas maneras de abordar a su hermano, pero no podía soportar pensar en eso, así que se obligó a volver a concentrar la atención en el texto, porque necesitaba algo tangible sobre lo que trabajar.

    Una hora después, cuando estaban a punto de tomar tierra, Sasuke se quedó inmóvil con la mano suspendida encima de su cuaderno. Por fin había encontrado algo de valor. Era la única mención que había descubierto hasta el momento acerca de la fatídica guerra que tuvo lugar después de que los Tuatha de Danaan se hubieran ido. Reducida a un breve párrafo, hablaba de trece druidas desterrados (¡así que ése era el número de los que había dentro de él!) y del espantoso castigo que habían sufrido. Aunque el párrafo no iba más allá de eso, debajo de él había una anotación que remitía al quinto Libro de Manannán, tal como había sospechado Sasuke.

    Y si la memoria no lo engañaba, el quinto volumen estaba en la biblioteca de los Uchiha.

    Sakura murmuró en sueños y el sonido volvió a atraer su mirada hacia ella. Oírla le recordó que alguien había intentado matarla... a causa de él.

    Miró su mano vendada y sintió cómo un intenso deseo de protegerla se extendía por todo su ser. No permitiría que nada volviera a hacerle daño.

    Sasuke necesitaba respuestas, y las necesitaba deprisa.
     
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    ADAPTACION© Quem

    Por segunda vez en dos días, Sakura tuvo la extraña e irritante experiencia de ir con Sasuke Uchiha por una calle llena de gente. La primera vez había sido en Manhattan el día anterior, y allí había ocurrido lo mismo.

    Los hombres se hacían a un lado para dejarlo pasar.

    No porque él se mostrara descortés o caminara por la acera apartando a los demás como si no hubiera nadie más en ella. Al contrario, se movía con la esbelta gracia de un tigre. Con paso rápido y seguro de sí mismo, quizás un poquito depredatorio. Y los hombres daban un rodeo de manera instintiva, apartándose de su camino para hacerle sitio.

    Con las mujeres, en cambio, ya era otra cosa. Ellas eran la parte irritante. En Nueva York reaccionaban del mismo modo, pero allí eso no había molestado tanto a Sakura. Se hacían a un lado, pero por muy poco, como incapaces de resistir la tentación de rozarlo, y sus cabezas se volvían dos, tres veces. Una mujer había apretado desvergonzadamente sus senos contra el brazo de Sasuke cuando pasó junto a él. Fueron varias las ocasiones en las que Sakura lanzó una mirada de indignación por encima del hombro, sólo para encontrarse con que algunas mujeres no le quitaban los ojos de encima al trasero de Sasuke. Ella podía ser bajita pero, maldición, no era invisible y además caminaba junto a él, con el brazo de Sasuke rodeándola y su mano apoyada en su hombro.

    Eso no quería decir que él reparase en toda aquella agitación. Sasuke no parecía darse cuenta del efecto que tenía sobre las mujeres. Probablemente estaba tan acostumbrado a él que ya no le prestaba ninguna atención.

    A Sakura le habría gustado poder compartir ese no enterarse, porque ver cómo tantas mujeres lo contemplaban con miradas hambrientas había empezado a ponerla de muy mal humor. Lanzó no pocas miradas de enfado tras ellas.

    La intensa intimidad que habían compartido en el avión despertaba sensaciones peligrosamente románticas en su interior.

    «Afróntalo, Haruno. No eres la clase de chica que puede llegar a la intimidad física con un hombre sin involucrarse emocionalmente con él. Tus circuitos emocionales simplemente no funcionan así.»

    «No me digas», pensó con enfado. Estaba experimentando sentimientos territoriales. Eran unos sentimientos que no podía permitirse, porque ciertamente él no evidenciaba ninguna clase de sentimiento territorial acerca de ella. Afortunadamente, mientras veía cómo lo miraban las mujeres, la irritación no dejaba lugar a emociones más delicadas. Sakura se dedicó a saborear la ira, prefiriéndola a tener que verse enredada en emociones inciertas. La ira era refrescantemente tangible.

    En cuanto bajaron del avión en Inverness él había vuelto a mostrarse frío y distante. Parecía preocupado, como si tuviera muchas cosas que hacer y sólo pudiera pensar en ellas. Recogió su equipaje y fue rápidamente a la agencia de alquiler de coches. Ella tuvo que repetirle tres veces su petición de que hiciera un alto en Inverness para tomar el café que necesitaba desesperadamente después de haber estado viajando durante quince horas. Se negaba a conocer a la familia de Sasuke en pleno síndrome de abstinencia de cafeína.

    Después de haber perdido tan completamente el control de sí misma en el avión, le dolía que él se mostrara tan distante. La había besado hasta dejarla sumida en el estupor, le había dado el primer clímax de su vida, y luego se había retirado de todas las maneras posibles. Debería haberlo sabido, pensó con abatimiento. «¿Qué esperabas, Haruno? ¿Una declaración íntima sólo porque tú has permitido que él te toque íntimamente?»

    Maldición, ella ya sabía que las cosas no funcionaban así. En lo que concernía a los hombres, lo uno no tenía por qué llevar aparejado lo otro.

    Cuando entraron en el Gilly's Coffee House, Sakura se quedó de pie junto a él en el mostrador mientras Sasuke pedía, y se dedicó a contemplar su perfil. Se preguntó en qué estaría pensando, qué sería lo que había alterado tan completamente su estado de ánimo. Aquel hombre pasaba como si tal cosa del calor al frío. «Esa es una buena comparación —pensó—. O me escaldará o me dejará helada, y en ambos casos me dolerá.»

    Bueno, pues no sería ella la que hiciese el primer movimiento. Si él quería mantenerse reservado y profesional, ella también podía hacerlo. Después de todo, él no había dicho: «Ven conmigo a Escocia y lleguemos a conocernos el uno al otro». Lo que había dicho era: «Ven conmigo a Escocia para ayudarme a traducir textos. Oh, y también intentaré seducirte».

    ¿Cuántas veces lo habría telefoneado Koyuki? ¿Habían sido suyos todos y cada uno de esos nueve mensajes? Pensarlo la devolvió bruscamente a la realidad. No soportaría ser la clase de mujer que se desvive por un hombre al cual no puede tener.

    Se cruzó de brazos y clavó la mirada en el menú que había detrás del mostrador.

    —Yo siempre te deseo, mi pequeña Sakura —murmuró él súbitamente en voz baja, sólo para los oídos de ella—. No hay ni un solo momento en el que no lo haga.

    Sakura frunció el ceño. ¿Qué era aquel hombre, un lector de pensamientos? ¡Oh, maldito fuese! Arqueando una ceja, echó la cabeza hacia atrás, entornó los ojos y le dirigió una mirada gélida.

    —¿Quién ha dicho que yo estuviera pensando nada ni remotamente parecido a eso? ¿O es que acaso piensas que me dedico a estar sentada sin tener nada mejor que hacer que pensar en ti?

    —No, por supuesto que no. Sólo se me ha ocurrido pensar que debería decirte que aunque mi mente parezca estar muy lejos de aquí, en el caso de que desees mis atenciones, sólo tienes que decirlo.

    —Me encuentro perfectamente. Sólo quiero un poco de café.

    —Quizá preferirías pasar esta noche conmigo en algún hostal, en vez de ir directamente a casa de mi hermano —sugirió él con una sonrisa seductora.

    El fruncimiento de ceño de Sakura se volvió más marcado.

    — ¿Una noche no es suficiente? —bromeó él, aunque sus ojos eran distantes—. ¿Estarás deseando quizás una semana, mi codiciosa muchacha?

    —No te tengas en tan alta estima, Uchiha —masculló ella—. Aunque las mujeres de por aquí... —extendió una mano hacia la calle— así parecen pensarlo, lamento tener que comunicarte que el mundo no gira en torno a ti.

    Las ventanas de la nariz de Sasuke se dilataron y luego inhaló bruscamente cuando reconoció la emoción que había en ella. Celos. Había estado viendo cómo lo miraban otras mujeres (sí, él se había dado cuenta, de una manera periférica) y eso la irritaba. El hecho de que el deseo que le inspiraba fuese lo bastante intenso como para hacerle sentir celos hizo que él se sintiera salvajemente posesivo. Su seducción estaba funcionando. Sakura empezaba a sentirse cada vez más unida a él. Abruptamente, la puso delante de él en el mostrador y le rodeó la cintura con los brazos. La mantuvo allí mientras les tomaban el pedido, deseoso de poder sentir su pequeño cuerpo contra el suyo. Al principio ella se mantuvo rígida, pero luego la tensión fue abandonando lentamente su delicada silueta llena de curvas.

    Cuando ella se inclinó hacia delante para coger su café con leche y su bollo, él se apretó contra ella desde atrás, rozándole deliberadamente el trasero con su dura erección para que supiera cómo de presente estaba siempre en sus pensamientos.

    Sonrió cuando a ella casi se le cayó el café con leche.

    —Te habría invitado a otro —dijo con un encogimiento de hombros cuando ella lo miró por encima del hombro, al tiempo que se sonrojaba y fruncía el ceño.

    De hecho, le habría comprado el local entero si ella hubiese mostrado el más mínimo deseo de tenerlo.

    —Eres incorregible —siseó ella—. Y sólo para que lo sepas, lo que ocurrió en el avión no va a volver a ocurrir —le informó, antes de dar media vuelta y echar a andar hacia el coche alquilado.

    Los ojos de él destellaron peligrosamente. ¿Pensaría aquella muchacha que podía compartir semejantes intimidades con él y rescindirlas después?

    Oh, nada de eso. Sasuke Uchiha nunca se echaba atrás. Ella no tardaría en descubrirlo.

    Conforme se aproximaban a su destino, Sasuke se mantuvo cada vez más callado. Después de una larga deliberación consigo mismo, había decidido que lo mejor sería presentarse ante la puerta de Izuna sin ser anunciado, esperar que Sakurasou respondiera a la llamada, y luego aferrarse a la esperanza de que todo fuera lo mejor posible.

    Miró a Sakura y recordó que no había hecho aquel viaje solo. Incluso con ella a su lado, había pensado media docena de veces en dar media vuelta. De haber estado solo, primero habría probado con los museos y habría pospuesto indefinidamente el momento, diciéndose toda clase de mentiras cuando la pura y simple verdad era que no quería tener que comparecer ante Izuna. Pero de algún modo, con Sakura a su lado, aquello ya no parecía tan imposible.

    La irritación inicial de ella parecía haberse disipado o, con lo menuda que era, simplemente quizá no había espacio suficiente en su interior para contener irritación al mismo tiempo que una intensa curiosidad. Tomaba sorbos de su café con leche y miraba por la ventanilla, señalando y haciendo una pregunta tras otra.

    ¿Qué era aquella ruina? ¿Cuándo empezaba el verano? ¿Cuándo florecía el brezo? ¿Realmente había martas cibelinas, y podría ver una? ¿Se las podía acariciar? ¿Mordían? ¿Podrían ir a los museos mientras estuvieran allí? ¿Y qué tal era Glengarry? ¿A qué distancia quedaba?

    Él iba respondiendo distraídamente, pero ella estaba tan prendada del paisaje que no había parecido notar su falta de atención. Sasuke no había dudado ni por un solo instante que Sakura se enamoraría de su tierra. Su entusiasmo hizo que se acordara de un tiempo —parecía como si hubiese transcurrido toda una vida desde entonces— en el que él también había contemplado el mundo con ojos llenos de asombro.

    Se obligó a apartar la mirada de ella, y sus pensamientos volvieron a la inminente confrontación.

    No había visto a Izuna —despierto, es decir— en cuatro años, un mes y doce días. Desde la noche en que Izuna fue sumido en un sueño encantado para que durmiera durante cinco siglos. Habían pasado ese último día, juntos, tratando de introducir toda una vida en él.

    Hermanos gemelos y los mejores amigos del mundo desde su primer aliento, con sólo tres minutos de intervalo, aquella noche se habían despedido. Para siempre. Izuna había ido a dormir en la torre, esa misma torre junto a la que Sasuke tenía que pasar una docena de veces al día. Al principio, cada mañana dirigía a su hermano un sardónico «buenos días», pero eso enseguida se había vuelto demasiado doloroso.

    Antes de que Izuna se fuera a la torre, él y Sasuke habían trabajado juntos en los planos de un nuevo castillo que sería el hogar de Izuna y Sakurasou en el futuro. Después de que Izuna hubiera ido a dormir, Sasuke había invertido todas sus energías en la construcción de la estructura, dirigiendo a centenares de trabajadores, asegurándose de que todo era perfecto, trabajando codo a codo con los hombres.

    Y mientras estaba tan absorto en la edificación del castillo, fue siendo consciente de la presencia de un inquietante vacío que no paraba de crecer dentro de él.

    El castillo había empezado a consumirlo. Un hombre no podía trabajar día tras día durante tres largos años y no perder una parte de sí mismo entregándola no meramente al acto de crear, sino a la misma creación. Las habitaciones vacías que aguardaban ser llenadas eran la promesa de una familia y un amor. La promesa de un futuro que Sasuke nunca había sido capaz de imaginar para sí mismo.

    Cuando Izuna murió, Sasuke fue al castillo y pasó horas y más horas de pie ante él, contemplando su oscura y silenciosa silueta contra el cielo que iba oscureciéndose.

    Había imaginado a Sakurasou en el futuro, esperando. E Izuna nunca llegaba. Sakurasou viviría sola. Shizune le había dicho que estaba embarazada, aunque Sakurasou todavía no se había dado cuenta de ello, lo cual quería decir que criaría a sus hijos sola.

    Sasuke imaginó lo que sería que ninguna vela ardiera nunca detrás de aquellas ventanas, que ningún niño subiera y bajara por aquellas escaleras.

    Y finalmente todos los lugares vacíos que había dentro de él fueron llenados; no con cosas buenas, sino con angustia, furia y desafío.

    Sasuke había alzado su puño hacia los cielos para maldecirlos con voz llena de furia. Había cuestionado todo aquello en lo que se le había enseñado a creer.

    Y cuando llegó aquel amanecer neblinoso surcado de vetas carmesíes, sólo había habido una cosa de la que estuviese seguro: el castillo que había construido sería habitado por su hermano y su familia.

    Todo lo que no fuese eso era simplemente inaceptable. Y si las leyendas eran ciertas, si el precio era perder su propia oportunidad en la vida, lo consideraba digno de ser pagado. Ya no tenía mucho más que perder.

    —Eh, ¿te encuentras bien? —preguntó Sakura.

    Sasuke dio un respingo al comprender que debía de llevar varios minutos detenidos ante una señal de stop. Sacudiendo la cabeza, se apresuró a hacer desaparecer todos aquellos tristes recuerdos.

    —Sí. —Hizo una pausa para sopesar cuáles serían sus próximas palabras—. Muchacha, llevo algún tiempo sin ver a Izuna.

    No tenía ni idea de cómo reaccionaría Izuna. Se preguntó si su hermano sabría, con sólo mirarlo, que él se había vuelto oscuro. El vínculo propio de los gemelos que existía entre ellos era muy fuerte. «Sí, utilicé las piedras, pero las leyendas estaban equivocadas. No había ninguna fuerza oscura en el lugar intermedio. Me encuentro perfectamente. Es sólo que este siglo es una auténtica maravilla y he estado explorando un poco. No tardaré en volver a casa.» Esa era la mentira que Sasuke le había estado repitiendo a su hermano desde el día en que cometió el error de telefonearle, incapaz de resistir la tentación de oír la voz de Izuna, para poder convencerse a sí mismo de que estaba vivo y bien en el siglo XXI.

    «Sasuke, sea lo que sea puedes contármelo», había dicho Izuna.

    «No hay nada que contar. Todo era un mito.» Mentira sobre mentira.

    Luego empezaron las llamadas regulares de Izuna para preguntarle cuándo volvería a casa. Ya hacía meses que Sasuke había dejado de responder al teléfono.

    —Así que esto es una reunión.

    —En cierto modo.

    Si Izuna le decía que se fuese, llevaría a Sakura a los museos. Encontraría otra manera. Estaba bastante seguro de que su hermano no lo atacaría. Si no hubiera ido a casa, si hubiera hecho que fuese Izuna el que tuviera que ir tras él, eso muy bien podría haber llegado a ocurrir. Pero esperaba que Izuna entendiera su regreso como lo que era: una petición de ayuda.

    Sakura lo miró con una intensa fijeza. Él pudo sentir su mirada, a pesar de que se mantenía de perfil.

    —¿Tú y tu hermano habéis discutido por algo? —preguntó dulcemente.

    —En cierto modo.

    Soltó el freno y reanudó el viaje, dirigiéndole una mirada helada para que dejara correr el tema.

    Unos instantes después, ella deslizó su manecita en la suya.

    Sasuke se tensó, sorprendido por el gesto. Estaba acostumbrado a que las mujeres tomaran muchas partes de él, ninguna de las cuales era su mano.

    La miró, pero ella mantenía los ojos dirigidos hacia delante. Aun así su mano estaba en la de él.

    Sasuke cerró los dedos antes de que ella pudiera apartar los suyos.

    La manecita de Sakura quedó casi engullida por la de él. Para Sasuke aquello significaba más que los besos, todavía más que los juegos eróticos en la cama. Cuando las mujeres lo buscaban para el sexo, era para el placer de ellas.

    Pero la manecita de Sakura había sido entregada sin tomar nada a cambio.

    .

    .

    Neji Hyūga contemplaba cómo el automóvil subía por los tortuosos caminos que se adentraban en las montañas de los Uchiha. Aunque su reina había promulgado hacía mucho tiempo un edicto ordenando a todos los Tuatha de Danaan que se mantuvieran a un mínimo de mil leguas de distancia de los Uchiha, Neji había decidido que dado que la violación del Pacto había corrido a cargo de los Uchiha, los viejos edictos ya no eran de aplicación.

    Él sabía por qué su reina había promulgado aquel edicto. Los Uchiha, que habían comprometido sus vidas y las de todas sus generaciones futuras con la labor de mantener en vigor El Pacto, debían quedar libres de cualquier clase de interferencia por parte de los Tuatha de Danaan, porque su reina había sabido, incluso entonces, que entre su raza había algunos a los que no gustaba El Pacto. Que no querían abandonar el reino mortal. Que se habían mostrado a favor de imponer su dominio a la raza humana. Que hubieran podido tratar de inducir a un Uchiha a que rompiera El Pacto. Por eso desde el día en que había sido sellado El Pacto, ni un solo Uchiha había llegado aunque sólo fuese a entrever a uno de sus antiguos benefactores.

    Neji sospechaba que eso podía haber sido un error. Porque, aunque los Uchiha habían cumplido fielmente con sus obligaciones, al cabo de más de cuatro mil años habían olvidado cuál era su propósito. Ya ni siquiera creían en los Tuatha de Danaan, y tampoco guardaban memoria alguna de los detalles de la fatídica batalla que había cambiado el curso de sus vidas. Su antigua historia había pasado a no ser más que una serie de vagos mitos para ellos.

    Si bien en Yule, Beltane, Samhain y Lughnassadh todavía llevaban a cabo los ritos que mantenían la solidez de los muros entre sus mundos, los Uchiha ya no se acordaban de cuál era el propósito de aquellos ritos. Quizás una generación se había descuidado a la hora de transmitir a la siguiente la tradición oral en toda su plenitud.

    Quizás el anciano del clan había muerto antes de haber podido impartir todos los secretos. Quizás algunos textos antiguos no habían sido vueltos a copiar con la debida fidelidad antes de que el tiempo los hubiera desintegrado. ¿Quién podía saberlo? Una cosa que Neji sí sabía era que los mortales siempre parecían olvidar su historia. Aquellos días que tan sagrados eran para El Pacto ahora eran vistos como poco más que días festivos.

    Soltó un bufido mientras veía cómo el coche coronaba la colina. Los humanos ni siquiera podían llegar a aclararse con su propia historia religiosa, que se remontaba a sólo dos milenios. No era de extrañar que su historia con la raza de Neji hubiera llegado a quedar oscurecida hasta tal punto por el transcurso del tiempo.

    «Bien —pensó desde su puesto de observación en lo alto de una colina—, así que el druida más oscuro ha regresado a casa, trayendo consigo todo el mal resucitado de los draghar. Fascinante.» Se preguntó qué opinaría su reina de ello.

    Él no tenía ningún plan que contarle.

    Después de todo, en opinión de Neji, era ella la que tenía la culpa de que los draghar hubieran estado allí para ser resucitados.

    Ahora mismo estaba reunida con su consejo, y se hallaban muy ocupados determinando el destino del mortal.

    Hacía poco más de cuatro mil años, su pueblo se había retirado a sus lugares escondidos para que los mortales y la raza de los fae no se destruyeran mutuamente. No mucho después de eso, los draghar, con sus negras artes, habían estado a punto de destruir los mundos de ambas razas.

    Su reina nunca permitiría que algo semejante llegara a ocurrir. Suspiró. El tiempo del mortal era finito.
     
  16.  
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    2971
    CAPITULO 12
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.​


    ADAPTACION© Quem


    Sakurasou Uchiha, antigua eminencia de la física teórica y ahora esposa y futura madre, suspiró ensoñadoramente y se echó hacia atrás en la bañera hasta quedar recostada sobre el duro pecho de su esposo. Se hallaba entre sus musculosos muslos, con sus fuertes brazos alrededor de ella, sumergida en agua caliente llena de burbujas y sintiéndose satisfecha hasta el delirio.

    Pobre hombre, pensó con una sonrisa. Durante su segundo trimestre de embarazo poco había faltado para que le diera de puñetazos si él intentaba tocarla. Ahora, en su tercer trimestre, se sentía inclinada a darle de puñetazos si no la tocaba. Con mucha frecuencia y exactamente tal como ella quería que lo hiciera. Las hormonas de Sakurasou campaban a sus anchas, y las muy condenadas no operaban de acuerdo con ninguna ecuación que ella hubiera sido capaz de computar.

    Pero Izuna parecía haberla perdonado por los últimos meses, después de las sesiones maratonianas que estaban teniendo. Y no sólo no parecía importarle que ella se hubiera puesto irremediablemente gorda, sino que se dedicaba a encontrar nuevas e insólitas maneras de hacer el amor que compensaran los cambios físicos que habían tenido lugar en ella. La bañera era una de las favoritas de Sakurasou. De ahí que se encontrase allí a las siete de la tarde, con docenas de velas esparcidas por el cuarto de baño y con los fuertes brazos de su esposo alrededor de ella, cuando el timbre de la puerta sonó en el piso de abajo. Izuna depositó un beso sobre su nuca.

    —¿Esperamos a alguien? —preguntó mientras el pequeño beso se convertía en una deliciosa serie de mordisqueos.

    —Mmmm. No que yo sepa.

    Farley se encargaría de responder a la puerta. Farley, apropiadamente bautizado como Ian Llewelyn McFarley, era su mayordomo y Sakurasou sentía que se le derretía el corazón cada vez que pensaba en él. Debía de tener por lo menos ochenta años, con tiesos cabellos blancos y un cuerpo alto e inclinado. Farley mentía acerca de su edad y de todo lo demás, y ella lo adoraba.

    Lo que realmente le derretía el corazón era que Izuna también sintiera debilidad por el viejo cascarrabias. Su esposo mostraba una paciencia infinita para con él y siempre lo invitaba a que le contara sus historias inventadas ante un fuego encendido al anochecer, mientras el mayordomo y el laird compartían un ponche.

    Sakurasou sabía que, a pesar de lo bien que su esposo se había adaptado al siglo de ella, una parte de Izuna siempre sería un laird feudal del siglo XVI. Cuando fueron a vivir a su nuevo hogar —en vez de hacer lo que hubiese hecho una persona normal del siglo XXI, y publicar un anuncio en el periódico local solicitando personal doméstico o contactar con un agencia de empleo—, Izuna había ido a Alborath y habló de ello en el colmado y la barbería.

    Dos horas después, Farley había comparecido ante su puerta asegurando haber sido «mayordomo en algunas de las mejores casas de Inglaterra» (nunca había salido de Escocia) y, aparte de ello, declarando que podía encargarse de proporcionarles todo el personal necesario para el castillo.

    Desde ese momento habían pasado a verse rodeados de McFarleys. Había McFarleys en la cocina, McFarleys en los establos, McFarleys planchando la ropa y encargándose de la colada y de quitar el polvo. Hasta allí donde había podido llegar a contar Sakurasou, ahora daban empleo a la totalidad de un clan formado por nueve hijos (y esposas), catorce nietos y, sospechaba, unos cuantos que estarían en camino.

    Y aunque no había tardado en quedar claro que ninguno de ellos tenía absolutamente ninguna experiencia en sus respectivos empleos, Izuna los había declarado satisfactorios a todos porque había oído decir en el pueblo que costaba encontrar trabajo.

    En términos modernos, la economía de Alborath no iba nada bien. El empleo escaseaba. Y el señor feudal había salido a la superficie, haciéndose cargo de la responsabilidad en lo referente a los McFarley.

    Eso era algo que Sakurasou adoraba de su esposo.

    Una rápida llamada a la puerta del cuarto de baño interrumpió el curso de sus pensamientos.

    —¿Milord? —inquirió Farley cautelosamente.

    Sakurasou soltó una risita e Izuna suspiró. Farley se negaba a dirigirse a él por cualquier otro título, sin importar lo muy persistentemente que Izuna lo corrigiera al respecto.

    —Señor Uchiha —masculló Izuna—. ¿Por qué le resulta tan difícil llamarme así? —Estaba determinado a adoptar las costumbres del siglo XXI. Desgraciadamente, Farley estaba igual de determinado a preservar las antiguas costumbres y había decidido que dado que aparentemente Izuna era el heredero del castillo, era un lord. Punto final, y no había más que hablar.

    —¿Sí? —replicó Izuna en voz más alta.

    —Siento molestarles a usted y a la señora, pero un hombre dice que quiere verlo y supongo que esto no es asunto mío, pero he estado pensando que debería hacerle saber que parece ser más bien del tipo peligroso, aunque se muestra bastante educado. La muchacha que lo acompaña, och, en mi opinión es una joven como es debido, pero él, bueno, digamos que tiene un cierto aire que no es muy de mi agrado. He estado pensando que quizá no le parecería bien que yo dijera tal cosa, dado lo mucho que se parece a usted, aunque en todo lo demás no sea como usted. Ejem.

    Farley se aclaró la garganta, y Sakurasou sintió que Izuna se ponía rígido detrás de ella. Su cuerpo también se había puesto bastante tenso.

    —Milord, él dice que es su hermano, pero dado que usted no ha mencionado a ningún hermano, a pesar del parecido...

    Sakurasou no oyó nada más porque Izuna salió disparado de la bañera tan deprisa que se encontró completamente sumergida y se le llenaron las orejas de agua. Cuando volvió a salir a la superficie, Izuna ya se había ido.

    Sasuke se había descuidado de mencionar que su hermano vivía en un castillo.

    «Santo Dios —pensó Sakura mientras sacudía la cabeza—, debería habérmelo esperado.» ¿De qué otro sitio podía venir un hombre como aquél? Del Viejo Mundo, realmente.

    Era un castillo muy elegante, con un gran muro de piedra y una auténtica barbacana, con torretas redondas y torres cuadradas y probablemente un centenar de habitaciones o más.

    Sakura giró sobre sí misma, tratando de mirarlo todo a la vez. No había dicho una sola palabra desde que entraron en el sendero cubierto por un dosel de árboles e iniciaron su aproximación. Se sentía demasiado atónita. ¡Estaba en Escocia, y se iban a alojar en un castillo!

    El interior de la gran sala era enorme, con corredores que se alejaban en todas direcciones. Una balaustrada intrincadamente tallada circundaba la sala en el segundo piso, y una elegante doble escalera curvada bajaba desde cada extremo, se encontraba en el centro y luego descendía en un solo tramo de anchos peldaños. Encima de las dobles puertas de la entrada había un precioso ventanal de cristales coloreados. Brillantes tapices adornaban las paredes, y los suelos estaban llenos de alfombras. Había dos chimeneas, ambas lo bastante altas para que se pudiera caminar dentro de ellas, y más grandes que el cuarto de baño del apartamento de Sakura. Sus dedos se curvaron ávidamente mientras se preguntaba cuántas antigüedades podría tener ocasión de examinar.

    —¿Te gusta, muchacha? —preguntó Sasuke, que no había dejado de observarla ni por un solo instante.

    —¡Es magnífico! Es... es... —Sakura se dio cuenta de que había empezado a tartamudear y se calló—. Oh, gracias —exclamó después—. ¿Tienes idea de lo emocionante que resulta para mí estar en un auténtico castillo medieval? He soñado con este momento.

    Él sonrió levemente.

    —Sí, el castillo es magnífico, ¿verdad?

    Sakura pensó que no podría haber sonado más orgulloso si lo hubiera construido él mismo.

    —¿Creciste aquí?

    —En cierto modo.

    —Me parece que no me costaría mucho llegar a hartarme de esa respuesta —dijo ella, entornando los ojos—. Oye, no soy una persona con la que resulte difícil hablar. Deberías intentarlo.

    Desde que él le había dicho que había tenido alguna clase de discusión con su hermano, podía entender mejor su actitud distante. Pero si pensaba que iba a poder impedir que le hiciera preguntas, estaba muy equivocado.

    —Siempre tan curiosa, ¿eh, muchacha?

    —Si esperase a que tú me ofrecieras información, nunca conseguiría enterarme de nada. Y ya que estamos, también tenemos que hablar de ese asunto de la maldición. No puedo ayudarte si no sé exactamente qué es lo que estamos buscando.

    Un destello de cautela chispeó en los ojos de él.

    —Sí, ya lo sé. Luego, muchacha. Por el momento, veamos si sobrevivo a la ira de mi hermano...

    Se calló y su mirada voló hacia las escaleras.

    La mirada de Sakura siguió la dirección de la suya, y tragó aire con una brusca inspiración. Un hombre que era exactamente igual que Sasuke estaba de pie allí, a mitad de la escalera, y miraba a Sasuke. Los ojos de Sakura fueron rápidamente del uno al otro, llenos de incredulidad.

    —Oh, Dios, sois gemelos —dijo con un hilo de voz. Con un hilo de voz, porque el hombre de la escalera sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura.

    —¡No te muevas de ahí! —dijo el hombre de la escalera con voz atronadora—. Voy a coger mis calzones y vuelvo enseguida. Mis disculpas, muchacha. Tenía que verlo con mis propios ojos.

    Dio media vuelta y corrió escaleras arriba, subiendo los peldaños de tres en tres.

    Sasuke murmuró algo así como «si deja caer su toalla lo mataré», pero Sakura decidió que tenían que haber sido imaginaciones suyas.

    El hombre se detuvo en lo alto de la escalera y su mirada fue directamente hacia Sakura.

    —No permitas que se vaya, muchacha —le rugió.

    —Oh —fue todo lo que consiguió decir ella.

    Sintió que Sasuke se ponía rígido a su lado. Por un instante, la atmósfera de la sala pareció enfriarse marcadamente.

    —Las muchachas han dicho con frecuencia que yo soy más guapo —dijo Sasuke con voz gélida—. Y mejor amante. —Sakura parpadeó y alzó los ojos hacia él—. Así que deja de mirarlo de esa manera. Está casado, muchacha.

    —No lo estaba mirando —protestó ella, sabiendo muy bien que eso era lo que había estado haciendo—. Y si lo hacía, fue sólo porque no me advertiste de que erais gemelos.

    Él le lanzó una mirada tenebrosa.

    —Además, él sólo llevaba una toalla —se justificó ella.

    —Por mí como si sólo llevaba la piel. No es de buena educación quedarse mirando al marido de otra mujer.

    Sakura contuvo la respiración. La expresión de él era furiosa y parecía... celoso. ¿A causa de ella? ¿Por qué no podía apartar los ojos de su hermano? Lo miró, apenas atreviéndose a creerlo.

    Entonces la mirada de él volvió a alejarse abruptamente para dirigirse hacia el inicio de la escalera, y la de Sakura la siguió. Su mirada fue de Izuna a Sasuke y nuevamente a Izuna.

    Y se preguntó cómo a Sasuke podía haberlo preocupado aunque sólo fuese por un instante que Izuna no lo considerase bienvenido en su casa. La expresión que vio en el rostro de su hermano había vuelto a dejarla sin aliento. El amor ardía en sus ojos y, aunque Sakura no podía estar segura desde esa distancia, parecía como si relucieran con el brillo de las lágrimas.

    —Izuna —dijo Sasuke con una fría inclinación de cabeza.

    Los ojos de Izuna se oscurecieron y su boca se tensó.

    —¿Izuna? —dijo secamente—. ¿Eso es todo? ¿Un mero «Izuna»? ¿Ningún «Buenos días, hermano, siento mucho haber sido tan estúpido y no haber venido a casa»? —Su voz iba subiendo con cada palabra, y empezó a bajar por la escalera.

    Dios, incluso se movían de la misma manera, se asombró Sakura, como sinuosos grandes felinos, una masa de esbelta fortaleza y músculos fluidamente esculpidos. Aunque Izuna se había puesto «calzones», no se había molestado en coger una camisa y el pelo mojado le goteaba encima del pecho. Los músculos ondulaban en su torso reluciente con cada movimiento que hacía, y Sakura comprendió que tenía que haber estado en la ducha.

    —¿... es así como vas a saludarme? —Izuna todavía estaba hablando, pero a Sakura se le había escapado una parte de su bombardeo verbal, al parecer a causa de un ensordecimiento temporal causado por la sobrecarga visual—. Ven aquí y salúdame como es debido —atronó.

    Sakura apartó la mirada de Izuna y miró a Sasuke. Y se quedó mirándolo. Aunque parecía tan remoto e impasible como siempre, sus ojos ardían de emoción. Permanecía tan inmóvil como una de las muchas piedras verticales junto a las que habían pasado, igual de antiguo y obstinado que ellas. Si una no reparaba en las manos, que mantenía cerradas a los costados. Y en aquellos ojos.

    ¡Oh, había mucho más en Sasuke Uchiha de lo que él dejaba traslucir! Y la hipótesis de Sakura era correcta. Cuando sentía más profundamente era cuando exhibía la mayor reserva.

    Así que ésa era la manera en que un hombre como él llevaba su amor, comprendió. En silencio. Sasuke no era un hombre expresivo. No era de los que ríen, lloran o danzan. Sasuke se había dejado crecer la melena hasta la cintura, pero siempre la llevaba recogida. ¿Se soltaría el pelo alguna vez?

    «Apuesto a que en la cama.» Pensar en toda aquella disciplinada cantidad de músculo siendo súbitamente liberada en la cama hizo que se tambaleara. Dios, casi podía saborearla...

    Se estremeció y estudió a los dos hombres.

    Al hacerlo enseguida reparó en que eran gemelos, sí, pero no completamente idénticos. Había pequeñas diferencias. Izuna no llevaba el pelo tan largo, ya que sólo le llegaba hasta un poco por debajo de los hombros, y sus ojos eran marrones oscuros, casi negros. Era más alto, y probablemente pesaba más. Izuna estaba lleno de músculo y el cuerpo de Sasuke era más delgado, un poco más nervudo. Las mismas hermosas facciones delicadamente esculpidas, sin embargo. Incluso la misma oscura sombra de barba sobre mandíbulas similares. Sakura observó sus rostros con una gran atención. La boca de Sasuke era más... carnosa y sensual. La boca de un seductor nato.

    Estaba tan absorta en ellos que ni siquiera se dio cuenta de que una mujer había ido hacia ella hasta que le habló en voz baja.

    —Son magníficos, ¿verdad?

    Sakura se volvió, sobresaltada. La mujer que acababa de hablar, tan bajita como ella y extremadamente embarazada, tenía los cabellos de un rubio plateado y los llevaba cortados en finas guedejas rizadas. Ahora estaban ligeramente mojados y recogidos en una cola de caballo, y Sakura se sonrojó un poco al darse cuenta de que obviamente ambos habían estado en la bañera, y le pareció altamente dudoso que hubieran estado duchándose en baños separados. Era preciosa, y toda ella brillaba con el resplandor único de una mujer embarazada que se siente completamente extasiada con la perspectiva de la maternidad inminente, o... con el de una mujer que acababa de ser obsequiada en la bañera con los muy especiales talentos seductores de un Uchiha, pensó Sakura melancólicamente. La mera idea de darse una ducha con Sasuke hizo que ella también empezara a sentirse bastante resplandeciente.

    —Mucho. No tenía ni idea de que eran gemelos. Sasuke no me lo dijo.

    —Izuna tampoco me lo dijo. Después lamentó no habérmelo dicho, cuando besé a Sasuke porque pensé que era Izuna. Cosa que a Izuna no le hizo ninguna gracia, claro está. Los dos son muy posesivos con sus mujeres, pero estoy segura de que eso ya lo sabes. Por cierto, me llamo Sakurasou y soy la esposa de Izuna.

    —Hola. Encantada de conocerte. Yo soy Sakura Haruno. —Sakura se mordisqueó el labio con una mueca de incertidumbre, y luego le pareció necesario añadir una aclaración—. Pero no soy su..., esto, mujer. Nos conocimos hace poco y he venido aquí para ayudarlo con unas traducciones.

    Sakurasou pareció sentirse enormemente divertida.

    —Si tú lo dices... ¿Cómo os conocisteis?

    ¿«Si tú lo dices»? ¿Qué podía significar eso exactamente? ¿Y de qué manera responder a la pregunta de cómo se habían conocido? Sakura abrió la boca y volvió a cerrarla.

    —Es una historia muy larga —dijo cautelosamente.

    —Son las mejores. ¡Estoy impaciente por oírla! Yo también tengo algunas historias propias. —Sakurasou pasó el brazo alrededor del de Sakura y empezó a llevarla hacia la escalera—. Farley —llamó por encima del hombro al mayordomo de blancos cabellos—, ¿tendrías la bondad de hacer que suban té y café al solárium? Y algo de comer. Me muero de hambre.

    —Inmediatamente, milady —dijo el mayordomo, y se apresuró a irse después de haber mirado a Sakurasou con ojos llenos de adoración.

    —¿Por qué no empezamos a conocernos un poco mientras ellos se ponen al día acerca de las últimas novedades? —preguntó Sakurasou, volviéndose nuevamente hacia Sakura—. Llevan bastante tiempo sin verse.

    Sakura miró a Sasuke. Él e Izuna seguían de pie en el centro de la gran sala, absortos en su conversación. Entonces, como si sintiera la mirada de Sakura posada en él, Sasuke la miró, se tensó y dio un paso en su dirección.

    Sorprendida al verlo tan pendiente de ella en lo que estaba claro era un momento difícil para él, Sakura sacudió la cabeza, asegurándole sin palabras que todo iba bien.

    Después de un momento de vacilación, Sasuke se volvió nuevamente hacia Izuna.

    Sakura sonrió a Sakurasou.

    —Me gustaría mucho.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    6512
    CAPITULO 13
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3

    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    Quem© Adaptación.


    Naruto © M. Kishimoto
    .
    Cuando las mujeres se hubieron ido al solárium, Izuna y Sasuke se desplazaron a la intimidad de la biblioteca. Una estancia espaciosa y de atmósfera muy masculina con estanterías de madera de cerezo incrustadas en los paneles que recubrían los muros, cómodos sillones y divanes, una chimenea de oscuro mármol rosado y grandes ventanales, la biblioteca era el retiro de Izuna, del mismo modo que el solárium de paredes de cristal que daba a los jardines lo era de Sakurasou.

    Izuna no podía quitarle los ojos de encima a su hermano gemelo. Ya casi había renunciado a toda esperanza de que Sasuke viniera a casa. Había estado temiendo lo que tendría que hacer en el caso de que su hermano no acudiese. Pero ahora Sasuke estaba allí, y el puño invisible que no había dejado de oprimirle el corazón desde el día en que leyó y, en un arranque de furia, quemó la carta que le había dejado su padre, finalmente, gracias a Dios, empezaba a aflojar un poco su presa.

    Sasuke se dejó caer en un sillón cerca de la chimenea, estiró las piernas y puso los pies encima de un escabel.

    —¿Qué opinas del castillo, Izuna? Parece haber soportado muy bien el paso de los siglos.

    Sí, lo había soportado. El castillo había sobrepasado todas las expectativas de Izuna. Si alguna vez hubo un hombre que recibiese una prueba del amor de su hermano, éste fue Izuna con el regalo de su hogar. Después Sasuke había hecho que ese regalo se volviera todavía más grande sacrificándose a sí mismo porque de esa manera aseguraría que Izuna sobreviviese para poder vivir en él. Pero Sasuke siempre había sido así: aunque las palabras cariñosas no acudían fácilmente a sus labios, cuando amaba lo hacía hasta un punto peligroso. Fugaku había observado con frecuencia que ésa era su gran virtud y su punto más débil, y nunca se habían pronunciado palabras más ciertas. Sasuke tenía el corazón apasionado y sincero de un niño, en el cuerpo de un hombre cansado de la vida. Intensamente custodiado a menos que él decidiera entregarlo, pero entonces la entrega era completa, sin que Sasuke pensara ni por un solo instante en su propia supervivencia.

    —Es todavía más magnífico de lo que me imaginaba cuando trabajábamos en los planos —dijo Izuna—. Nunca podré agradecértelo bastante, Sasuke. Ni esto, ni nada de cuanto has hecho.

    ¿Cómo le podía agradecer a su hermano que hubiera sacrificado su alma por la felicidad de uno? «Mi vida por la tuya.» El agradecimiento no era posible.

    Sasuke se encogió de hombros.

    —Tú dibujaste los planos.

    «Ah —pensó Izuna—, así que fingirá que me refiero únicamente al castillo y rehuirá las cuestiones más serias.»

    —Tú lo construiste —dijo—. Sakurasou también está enamorada de él. Y ya casi hemos terminado de instalar las cañerías y el sistema eléctrico.

    Había tantas cosas de las que necesitaban hablar, y ninguna de ellas sería fácil de abordar. Después de un instante de vacilación, Izuna decidió afrontarlo directamente, porque sospechaba que si dejaba hablar a Sasuke éste se limitaría a describir círculos alrededor del tema.

    Fue al armarito de los licores, sirvió Macallan en dos vasos y le entregó uno a Sasuke. Un escocés de malta envejecido durante treinta y cinco años, únicamente lo mejor para el regreso de su hermano.

    —Bien, ¿cómo de grave es la cosa? —preguntó, como si estuviera hablando de algo sin importancia.

    Sasuke se encogió sobre sí mismo, una reacción muy pequeña y que él se apresuró a contener, pero que estuvo presente de todos modos. Luego vació su vaso de un solo trago y lo extendió para que volviera a ser llenado. Izuna así lo hizo, y esperó.

    Su hermano volvió a beber, ahora con sorbos más lentos.

    —Ha empeorado ahora que vuelvo a hallarme en tierra escocesa —dijo finalmente.

    —¿Cuándo cambiaron tus ojos?

    No eran sólo sus ojos los que habían cambiado, porque ahora Sasuke se movía de un modo distinto. Hasta el más insignificante de sus gestos era llevado a cabo con un gran cuidado, como si sólo mediante una vigilancia constante pudiera mantener controlado lo que había dentro de él.

    Un músculo diminuto vibró en la mandíbula de Sasuke.

    —¿Cómo de oscuros son?

    —Ya no son dorados. Tienen un color extraño, un poco parecido al de tu bebida, oscuros.

    —Cambian cuando la cosa empieza a empeorar. Cuando he utilizado demasiada magia.

    —¿Para qué estás utilizando la magia? —preguntó Izuna cautelosamente.

    Sasuke apuró el resto de su bebida, se levantó y fue a ponerse delante del fuego.

    —La he estado usando para obtener los textos que necesitaba consultar mientras intentaba averiguar si había una manera de... librarse de ellos.

    —¿Cómo es?

    Sasuke se frotó la mandíbula y exhaló.

    —Es como si tuviera a una bestia dentro de mí, Izuna. Es puro poder y me encuentro haciendo uso de él sin ni tan siquiera pensarlo. ¿Cuándo lo supiste? —preguntó, con una tenue
    sonrisa llena de amargura.

    Ojos fríos, pensó Izuna. No siempre habían sido fríos. Había habido un tiempo en el que eran cálidos y dorados como el sol, siempre dispuestos a iluminarse con el brillo de la risa.

    —Lo he sabido desde el primer momento, hermano.

    Un largo silencio. Luego Sasuke resopló y sacudió la cabeza.

    —Deberías haberme dejado morir, Sasuke —dijo Izuna suavemente—. Maldito seas por no haberlo hecho.

    «Gracias por no dejarme morir», añadió en silencio, desgarrado por la emoción. Era una mezcla terrible de pena, culpabilidad y gratitud. Si no hubiera sido por el sacrificio de su hermano, él nunca habría vuelto a ver a su esposa. Sakurasou habría criado sola a sus hijos en el siglo XXI. El día en que leyó la carta de Fugaku, y descubrió el precio que había tenido que pagar su hermano gemelo para asegurar su futuro, Izuna casi enloqueció, odiándolo por haber renunciado a su propia vida y queriéndolo por haberlo hecho.

    —No —dijo Sasuke—. Tendría que haber cuidado mejor de ti e impedir que el fuego llegara a iniciarse.

    —Tú no tuviste la culpa de que...

    —Oh, sí que la tuve. ¿Sabes dónde me encontraba yo esa noche? Había bajado a las llanuras y estaba en la cama de una muchacha de cuyo nombre ni siquiera puedo acordarme... —Se calló—. ¿Cómo lo supiste? ¿Padre te advirtió?

    —Sí. Dejó una carta para nosotros explicando lo ocurrido, y advirtiéndonos de que habías desaparecido. Daisuke y su esposa Maggie (a los que enseguida conocerás) me dieron esa carta poco después de que yo despertara. Tú telefoneaste no mucho después de eso.

    —Y sin embargo fingiste aceptar mis mentiras. ¿Por qué?

    Izuna se encogió de hombros.

    —Daisuke fue a Manhattan en dos ocasiones y se dedicó a observarte. No estabas haciendo nada que me pareciese necesario detener.

    Sus razones para no ir a Estados Unidos y y traerse de vuelta a su hermano eran complicadas No sólo no quería separarse de Sakurasou mientras estaba embarazada, sino que además temía forzar una confrontación. Después de hablar con él por teléfono, supo que Sasuke realmente se había vuelto oscuro, pero que estaba logrando aguantar de alguna manera. Izuna sospechaba que si Sasuke era una décima parte de lo poderoso que creía Fugaku, intentar obligarlo a regresar no hubiese servido de nada. Si hubiera habido que recurrir a la fuerza, uno de ellos habría muerto. Ahora que Sasuke estaba allí en la biblioteca con él, Izuna sabía que hubiese sido él quien habría muerto. El poder oculto dentro de Sasuke era inmenso, y se preguntó cómo su hermano había conseguido resistir durante tanto tiempo.

    Cuando Sasuke le volvió la espalda para abrir una nueva botella de whisky, Izuna desplegó cautelosamente sus sentidos druídicos y los dirigió hacia su hermano, queriendo saber algo más acerca de con qué estaban tratando. Faltó muy poco para que se doblara sobre sí mismo. El whisky que había bebido se agrió súbitamente dentro de su estómago y trató de subir a zarpazos por su garganta.

    Izuna se retrajo al instante, frenética y violentamente. Por Amergin, ¿cómo hacía Sasuke para soportarlo? Una bestia monstruosa, helada y rapaz, palpitaba bajo su piel, serpenteando a través de él, enroscada a duras penas. Tenía un apetito salvaje y glotón. Era enorme, retorcida y sofocante. ¿Cómo conseguía respirar Sasuke?

    Sasuke se volvió hacia él, una ceja arqueada y la mirada fría como el hielo.

    —Nunca vuelvas a hacer eso —le advirtió en voz baja.

    Sin molestarse en preguntar, volvió a llenarle el vaso a Izuna.

    Izuna se lo quitó de la mano y lo apuró de un rápido trago. Sólo después que el calor del whisky hubiera hecho explosión dentro de su pecho, confió lo bastante en sí mismo para hablar. No había mantenido abiertos los sentidos durante el tiempo suficiente para explorar aquella cosa. Sintiendo la garganta constreñida por el whisky y la conmoción, dijo con voz ronca:

    —¿Cómo has sabido que lo estaba haciendo? Apenas llegué a...

    —Te sentí. Ellos también te sintieron. Y te aseguro que no te conviene que lo hagan. Déjalos en paz.

    —Bien —jadeó. No necesitaba la advertencia, ya que no tenía ninguna intención de volver a abrir sus sentidos en presencia de su hermano—. ¿Son distintas personalidades, Sasuke? —se obligó a preguntar.

    —No. No hay nada que las separe, y no tienen voz.

    «Todavía no», pensó sombríamente. Sospechaba que podía llegar el día en que encontraran una voz. En cuanto Izuna había desplegado sus sentidos, ellos percibieron poder y se agitaron, y por un instante Sasuke había tenido la terrible sospecha de que lo que había dentro de él podía aspirar a Izuna, absorbiéndolo hasta dejarlo seco.

    —Entonces, ¿no puedes oírlos?

    —Es... Oh, Dios, ¿cómo puedo explicar esto? —Sasuke guardó silencio por un instante y luego dijo—: Los siento dentro de mí, su conocimiento como si fuera el mío, su hambre como si fuera la mía. Sentirlos intensifica mi deseo por cosas tan simples como la comida y la bebida, por no hablar de las mujeres. Hay una constante tentación de utilizar la magia y cuanto más la utilizo, más frío me siento por dentro. Cuanto más frío me siento por dentro, más razonable me parece utilizarla, y más fuertes se vuelven mis deseos. Sospecho que hay una línea que, en el caso de que llegara a cruzarla, hará que deje de ser yo mismo. Esa cosa que hay dentro de mí tomaría el control. No sé qué me ocurriría entonces. Pienso que desaparecería.

    Izuna tragó aire con una brusca inspiración. Podía ver a un hombre siendo devorado por algo así.

    —Mis pautas mentales cambian. Se vuelven primitivas. Mis deseos pasan a ser lo único que importa.

    —Pero hasta ahora lo has controlado.

    ¿Cómo?, se asombró Izuna. ¿Cómo se las arreglaba un hombre para sobrevivir con algo semejante dentro de él?

    —Aquí es más difícil. Ésa es la razón por la que me fui. ¿Qué te dijo papá que hicieras, Izuna?

    —Me dijo que te salvara. Y lo haremos.

    Omitió deliberadamente la última línea de la carta de su padre. «Y si no puedes salvarlo, tienes que matarlo.» Ahora sabía por qué.

    Sasuke escrutó su mirada, como si no estuviera convencido de que eso fuera la totalidad de lo que había dicho Fugaku. Izuna sabía que su hermano se disponía a insistir en el asunto, así que lanzó su ofensiva.

    —¿Y qué hay de la muchacha que has traído contigo? ¿Cuánto sabe ella acerca de esto?

    Aunque lo asombraba que Sasuke pudiera seguir sintiendo algo con aquello dentro de él, no se le había pasado por alto la posesividad que había en la mirada de Sasuke, o la reluctancia con que había dejado a la joven al cuidado de Sakurasou.

    —Sakura me conoce como nada más que un hombre.

    —¿No lo siente en ti? —«Una chica afortunada», pensó Izuna.

    —Siente algo. A veces me mira de un modo extraño, como si la tuviera perpleja.

    —¿Y durante cuánto tiempo piensas que podrás mantener el fingimiento?

    —Por Dios, Izuna, concédele a un hombre un momento para que recupere el aliento, ¿quieres?

    —¿Planeas contárselo?

    —¿Cómo? —preguntó Sasuke con voz átona—. ¿Ay, muchacha, soy un druida del siglo dieciséis y rompí un juramento y ahora estoy poseído por las almas de unos druidas malvados que tienen cuatro mil años de edad y si no encuentro una manera de librarme de ellos me convertiré en la peor calamidad que haya conocido jamás la Tierra, y lo único que me mantiene cuerdo es acostarme con mujeres?

    —¿Cómo? —Izuna parpadeó—. ¿Qué es eso que acabas de decir acerca de las mujeres?

    —Eso hace que la oscuridad deje de ser tan intensa. Cuando empiezo a sentirme frío y alejado de todo, por alguna razón el acostarme con una mujer hace que vuelva a sentirme humano. Nada más parece funcionar.

    —Ah, por eso la has traído contigo.

    Sasuke lo miró con expresión sombría.

    —Ella se resiste.

    Izuna se atragantó con el sorbo de whisky que había estado bebiendo. Sasuke necesitaba acostarse con mujeres para así mantener a raya a aquella horrenda bestia, ¿y sin embargo se había traído consigo a una mujer que rechazaba su cama?

    —¿Por qué no la has seducido? —exclamó.

    —Estoy trabajando en ello —gruñó Sasuke.

    Izuna se quedó mirándolo con la boca abierta. Sasuke podía seducir a cualquier mujer. Si no delicadamente, entonces mediante un salvaje cortejo que nunca dejaba de surtir efecto. Él ya se había dado cuenta del modo en que aquella muchachita miraba a su hermano, y sabía que lo único que necesitaba era un firme empujón. Así pues, ¿por qué Sasuke no se lo había dado todavía? Un pensamiento le vino de pronto a la cabeza.

    —Por Amergin, ella es la mujer, ¿verdad? — jadeó.

    —¿Qué mujer?

    Sasuke fue hacia uno de los ventanales, hizo a un lado los gruesos cortinajes y contempló la noche. Luego subió el marco del ventanal y respiró con ávidas bocanadas el frío aire puro de las Highlands.

    —En el momento en que vi a Sakurasou, una parte de mí simplemente dijo «mía». Y a partir de ese momento, aunque yo no lo entendía, supe que haría lo que fuese con tal de mantenerla a mi lado. Es como si el druida que hay en nosotros reconociese al instante a su compañera, aquella con la que podemos intercambiar los votos de unión. ¿Es Sakura esa mujer?

    La cabeza de Sasuke se volvió bruscamente hacia él, y la expresión que había en su rostro, desprevenida y llena de sorpresa, fue respuesta más que suficiente para Izuna. Su hermano había oído la misma voz. De pronto Izuna sintió una nueva esperanza, a pesar de lo que había percibido dentro de su hermano. Sabía por su propia experiencia que a menudo el amor podía obrar milagros cuando todo lo demás parecía destinado a fracasar. Sasuke podía haberse vuelto oscuro pero por algún milagro todavía no había sucumbido del todo a la oscuridad.

    Y cuando uno se las veía con el mal, Izuna sospechaba que el amor podía ser la más poderosa de todas las armas.

    .

    .

    Cuando Sakurasou se reunió con ellos en la biblioteca un rato después, sin Sakura, Sasuke sintió que la tensión se adueñaba de él. Todavía tenía que hablar con Izuna acerca de aquella intentona de asesinato de la que había sido objeto Sakura, y acerca de los draghar, quienes quiera que fuesen.

    Izuna le había preguntado si ella era la mujer.

    Oh, sí, para él lo era. Ahora que Izuna se había referido a ello, Sasuke comprendía qué fue lo que una parte de él percibió desde el primer instante: la clase de mujer que un hombre mantenía a su lado, desde luego. No era de extrañar que se hubiera negado a utilizar un hechizo de memoria sobre ella, y dejar así que Sakura siguiera su camino. Era completamente incapaz de renunciar a ella. Tampoco era de extrañar que no se hubiera sentido satisfecho meramente con tratar de llevársela a la cama.

    En la hora más oscura de Sasuke, el destino le había otorgado a su compañera. La ironía no podía ser más grande. ¿Cómo iba a cortejar un hombre a una mujer en semejantes condiciones? Sasuke no sabía nada acerca del cortejar. Él sólo sabía seducir, conquistar. La ternura del corazón, las promesas y las palabras dulces eran algo que había sido borrado de él hacía ya mucho tiempo. Careciendo de rango nobiliario por ser el hijo pequeño, y para colmo pagano, Sasuke había tenido ocasión de ver cómo muchas de las jóvenes de las que se enamoraba trataban de seducir a su propio hermano.

    Demasiadas de ellas le habían sugerido tímidamente un amorío a tres bandas, y no con otra mujer. No, siempre con su hermano gemelo.

    Había visto en cuatro ocasiones cómo Izuna intentaba conseguir una esposa... y fracasaba.

    Sasuke había descubierto de joven, y era una lección que había aprendido muy bien, que poseía una cosa que las mujeres querían. Como consecuencia de ello había perfeccionado sus habilidades y encontrado consuelo en saber que si bien las mujeres podían rehuir toda intimidad con él, nunca le negarían el acceso a sus camas. Sasuke siempre era bienvenido allí. Incluso cuando el esposo de la mujer se encontraba en la habitación de al lado, un hecho que sólo había servido para fortalecer su cinismo acerca de los así llamados asuntos del corazón.

    Excepto Sakura. Ella era la única de todas las mujeres a las que había intentado seducir que lo había rechazado.

    Y sin embargo seguía a su lado.

    «Sí, pero ¿durante cuánto tiempo se quedará aquí cuando descubra lo que eres?»

    Sasuke no tenía ninguna respuesta a esa pregunta, y sólo contaba con una implacable determinación de llegar a tener todo lo que pudiera de Sakura. Y si esa determinación tenía más que ver con la desesperación de un hombre que se ahoga que con el valor, entonces que así fuese. La noche en que había tentado a la muerte y bailado sobre el resbaladizo muro de la terraza por encima de la ciudad de Manhattan cubierta de nieve —y caído en el lado donde esperaba la vida—, Sasuke se había hecho una promesa: que no volvería a dejarse arrastrar por la desesperación. Lucharía de todos los modos posibles, con cualquier arma que pudiera encontrar, hasta el amargo final.

    —¿Dónde está ella? —siseó, poniéndose de pie.

    Sakurasou parpadeó.

    —Yo también estoy muy contenta de verte, Sasuke —dijo con dulzura—. No sabes cómo me alegro de que te hayas dejado caer por aquí. Sólo llevábamos una eternidad esperando.

    —¿Dónde?

    —Relájate. Está arriba dándose una larga ducha. La pobre chica ha pasado un día entero viajando y, aunque dice que ha dormido un poco en el avión, salta a la vista que está agotada. ¿Qué demonios le has estado haciendo? La adoro, por cierto —añadió Sakurasou con una sonrisa—. Es una fanática del intelecto como yo. Y ahora, ¿puedes darme un abrazo?

    La tensión que se había adueñado de Sasuke fue disipándose lentamente, algo a lo que contribuyó el hecho de saber que si había algún lugar en el que Sakura estuviera a salvo, era entre aquellos muros. Él había esculpido personalmente los hechizos de protección en las piedras angulares cuando se construyó el castillo. Mientras Sakura permaneciera entre aquellos muros, ningún mal la encontraría.

    Fue alrededor del sofá y le abrió los brazos a Sakurasou, la mujer que en una ocasión le había salvado la vida. La mujer a la que él había jurado proteger con la suya.

    —Es bueno volver a verte, muchacha, y estás tan hermosa como siempre. —Inclinó la cabeza para besarla.

    —Nada de labios —advirtió Izuna—. A menos que desees que yo bese a Sakura.

    Sasuke se apresuró a apartar la cara.

    —¿Cómo van los pequeñines, muchacha? —preguntó, con una mirada a la redondez de su vientre.

    Sakurasou sonrió de oreja a oreja y empezó a hablar de la última visita de su doctor.

    Cuando por fin hizo una pausa para recuperar el aliento, miró a Sasuke.

    —¿Izuna todavía no te ha hablado de nuestra idea?

    Sasuke sacudió la cabeza. Todavía estaba tratando de asimilar que Izuna hubiera sabido durante todo aquel tiempo que él se había vuelto oscuro. Le costaba creer que estaba en casa, que su hermano lo había recibido con los brazos abiertos. Que, de hecho, lo había estado esperando.

    —Eres mi hermano —dijo Izuna en voz baja, y Sasuke supo que le había leído los sentimientos de esa manera sobrenatural en que lo hacía su gemelo—. Yo nunca te volvería la espalda. Me duele mucho que hayas pensado que haría tal cosa.

    —Sólo pensé en resolver el problema por mí mismo, Izuna.

    —No soportas tener que pedir ayuda. Nunca te ha gustado. Oh, tú siempre te haces cargo de una parte mayor de la que te corresponde. No tenías ningún derecho a sacrificarte por mí...

    —Ni se te ocurra empezar a...

    —Yo no te pedí que...

    —Oh, ¿preferirías estar muerto?

    —¡Basta! —dijo Sakurasou bruscamente—.Callaos los dos. Podríamos pasar horas sentados aquí discutiendo acerca de quién debería o no debería haber hecho qué. ¿Y qué se conseguiría con eso? Nada. Tenemos un problema. Lo resolveremos.

    Sasuke pasó el pie alrededor de la pata de una silla de respaldo recto, le dio la vuelta y se dejó caer en ella, apoyando los antebrazos en lo alto del respaldo mientras estiraba las piernas alrededor de la silla. Encontró un perverso placer en ver reconvenido de esa manera a su hermano mayor. Izuna tenía un digno rival en su pequeña y brillante esposa. El vínculo que había entre ellos era un auténtico tesoro.

    —Hemos estado pensando mucho en esto —dijo Sakurasou—, y creemos que podemos enviar de regreso a alguien para que te advierta de que la torre va a arder antes de que eso ocurra. De esa manera podrás evitar que el incendio llegue a ocurrir, lo cual salvaría a Izuna y evitaría que te volvieses oscuro.

    Sasuke sacudió la cabeza.

    —No, muchacha. No funcionaría.

    —¿Qué quieres decir? Es una solución brillante —protestó Izuna.

    —No sólo no tenemos a alguien a quien podamos enviar, porque esa persona podría quedar atrapada para siempre en el pasado, sino que no creo que eso fuera a cambiarme ahora.

    —No, Sasuke, y ya he pensado en eso —insistió Sakurasou—. Si esa persona fuera alguien a quien has conocido como resultado de haberte vuelto oscuro, alguien como..., oh, cielos, digamos Sakura, entonces debería sucederle lo mismo que me sucedió a mí. Sería enviada de vuelta a su propio tiempo en el momento en que consiguiera cambiar tu futuro.

    —Sakura no va a ir a ninguna parte sin mí. Y ella no sabe nada. No se lo habrás contado, ¿verdad?

    La tensión acababa de regresar. Sasuke había estado tan absorto en la emoción de volver a ver a su hermano, tan lleno de alivio al saberse aceptado, que se había olvidado de advertir a Sakurasou que no debía hablarle a Sakura de su problema.

    —No le he dicho nada —se apresuró a tranquilizarlo Sakurasou—. Era evidente que Sakura sabía muy poco, así que procuré no complicar demasiado la conversación. Nos dedicamos a hablar de la universidad y los trabajos. ¿A quién más que podamos enviar has conocido en este siglo?

    —A nadie. De todos modos no daría resultado. Hay cosas que vosotros no sabéis.

    —¿Como cuáles? —lo interrogó Izuna.

    —Ya no soy el mismo hombre. Sospecho que incluso si alguien fuera hacia atrás en el tiempo y advirtiera a mi yo del pasado, y el yo del pasado no rompiera su juramento, aquello en lo que me he convertido seguiría existiendo en este momento del tiempo.

    —Eso es imposible —declaró Sakurasou, con la firme convicción de una física teórica que ha sopesado sus pruebas y las ha encontrado tan válidas como ciertas.

    —No lo es. Ya intenté algo muy similar. Poco después de que hubiera roto mi juramento, regresé a un momento anterior al incendio, con la esperanza de así poder cancelarme a mí mismo. Quería ver si el yo del pasado podía hacer que mi yo oscuro dejara de existir.

    —Del mismo modo en que ocurrieron las cosas cuando yo llevé al pasado a Sakurasou —dijo Izuna pensativamente—. Mi yo futuro dejó de existir porque dos yo idénticos no pueden coexistir dentro del mismo momento en el tiempo.

    —Sí. Incluso conseguí transportar a través de las piedras una nota dirigida a mí mismo, para que mi yo del pasado supiera que debía sacarte de la torre. Pero la cancelación depende de que esos dos yo sean idénticos.

    —¿Qué estás diciendo? —quiso saber Izuna, apretando rígidamente los brazos de su asiento con las manos.

    —Cuando regresé, mi yo del futuro no sólo no dejó de existir, sino que yo tampoco desaparecí. Estuve observándome a mí mismo por una ventana durante varias horas antes de volver a huir. Mi yo del pasado nunca llegó a desaparecer. Podría haber entrado allí y haberme presentado.

    —Por suerte no lo hiciste. Debemos ir con mucho cuidado para evitar crear paradojas —dijo Izuna nerviosamente.

    Sakurasou se había quedado boquiabierta.

    —Eso es imposible. Según las leyes de la física, uno de vosotros dos debería haber dejado de existir.

    —Uno pensaría que después de todo lo que ella ha llegado a experimentar conmigo, no se daría tanta prisa a la hora de etiquetar las cosas como posibles o imposibles —dijo Izuna secamente.

    —¿Cómo pudo ser que ocurriera eso? —quiso saber Sakurasou.

    —Porque ya no soy el mismo hombre que era. El tener dentro de mí a todos esos seres tan antiguos me ha vuelto lo bastante distinto, a cierto nivel elemental, como para que ahora mi yo del pasado no entre en conflicto con la persona o la cosa en la que me he convertido.

    —Oh, Dios —jadeó Sakurasou—. Así que incluso si enviáramos de vuelta a alguien, y cambiaran el pasado...

    —Dudo que eso fuera a tener ningún efecto sobre mí. Lo que soy ahora parece existir más allá del orden natural de las cosas. Y además, es posible que hacer lo que proponéis pueda causar algún efecto negativo que ni siquiera podemos imaginar. Hay demasiadas cosas que no entendemos en todo este asunto. Temo que podríamos llegar a crear múltiples momentos en el tiempo sin que eso sirviera para nada bueno. No, mi única esperanza es la antigua sabiduría.

    Izuna y Sakurasou intercambiaron una mirada llena de preocupación.

    —Fue una idea inteligente —los tranquilizó Sasuke—. Puedo ver por qué la tomasteis en consideración. Pero yo no he parado de pensar en este asunto y mi única esperanza es descubrir cómo fueron hechos prisioneros los draghar en primer lugar, y volver a apresarlos. Por eso he venido. Necesito utilizar la biblioteca de los Uchiha. Necesito examinar los textos antiguos que hacen referencia a los Tuatha de Danaan.

    Izuna suspiró ruidosamente y se pasó una mano por el pelo.

    —¿Qué ocurre? —Sasuke entornó los ojos.

    —Es sólo que estábamos tan seguros de que nuestra idea funcionaría... —dijo Sakurasou con aire triste.

    —¿Y? —insistió Sasuke cautelosamente.

    Izuna se levantó y empezó a ir y venir por la estancia.

    —Sasuke, ya no tenemos esos textos —dijo en voz baja.

    Sasuke saltó de su silla con tal celeridad que ésta cayó al suelo. ¡No, no podía ser!

    —¿Qué? ¿Qué dices? ¿Cómo es posible que no los tengamos? —gritó con voz atronadora.

    —No lo sabemos. Pero no están aquí. Después de leer la carta de padre, decidí que investigaría acerca de los Tuatha de Danaan para averiguar todo lo que pudiera acerca de esa raza mítica, con la esperanza de descubrir una manera de expulsarlos. Entonces fue cuando Daisuke y yo nos encontramos con que faltaban muchos tomos.

    —Pero algunos de los volúmenes que necesito tienen que estar aquí. —Empezó a decir los nombres de los que buscaba específicamente, pero Izuna sacudió la cabeza a cada título—. ¡Eso es inconcebible, Izuna!

    —Sí, y lo cierto es que parece algo deliberado. Daisuke y yo sospechamos que alguien se los llevó, aunque no se nos ocurre cómo pudieron
    —¡Maldición, necesito esos textos!

    Sasuke golpeó el panel de madera de la pared con el puño. Hubo un momento de silencio, y luego Izuna dijo:

    —Hay un lugar, o quizá debería decir un tiempo, en el que pueden ser encontrados. Un tiempo en el que tanto tú como yo sabemos que la biblioteca de nuestro clan estaba completa.

    Sasuke sonrió amargamente. Cierto. ¿Y cómo iba a explicarle eso a Sakura?

    ¿«Ejem, muchacha, los tomos que necesitaba no se encuentran aquí, así que tendremos que retroceder en el tiempo y hacernos con ellos»? Soltó un bufido. ¿No habría nada en todo aquel asunto que fuera simple? Parecía que Sakura tenía que saber más acerca de él, tanto si él estaba preparado para contárselo como si no.

    —Yo podría ir por ti —se ofreció Izuna—. Sólo el tiempo suficiente para conseguir lo que necesitamos.

    —Entonces yo iré también —dijo Sakurasou al instante.

    —¡No! —gritaron Sasuke e Izuna al mismo tiempo.

    Sakurasou los fulminó con la mirada.

    —No permitiré que se me deje fuera de esto.

    —Ninguno de vosotros irá —dijo Sasuke, poniendo fin a aquella discusión antes de que llegara a cobrar ímpetu—. No tenemos ninguna garantía de que los Tuatha de Danaan no hayan puesto otros peligros en el lugar intermedio. Cualquier Uchiha que abra un puente por razones personales corre un riesgo, y ningún Uchiha aparte de mí abrirá ningún puente a otro tiempo. Ya me he vuelto oscuro. Además, lo que uno lleva a través de las piedras en un extremo no siempre llega a aparecer en el otro. Yo perdí varios objetos de mi herencia la última vez que pasé por ellas.

    Sakurasou asintió lentamente.

    —Eso es verdad. Yo perdí mi mochila. Vi cómo se hundía entre la espuma cuántica hasta que desapareció. No podemos correr el riesgo de traer los libros a través de ellas.

    —¿Puedes abrir las piedras sin sufrir nuevos daños? ¿De qué manera te afectará el uso de la magia? —preguntó Izuna cautelosamente. A Sakurasou, que no había tomado parte en su conversación anterior, le explicó—: Cuando Sasuke utiliza la magia, eso hace que los..., esto, antiguos se vuelvan más fuertes.

    —Entonces quizá no deberías ir —se preocupó Sakurasou.

    Sasuke exhaló, consternado. Todas sus esperanzas dependían de aquellos textos de los Uchiha, y no se atrevía a perder más tiempo del que ya había desperdiciado.

    —Si lo que dices es cierto y los tomos no se encuentran aquí, entonces no tengo elección. En cuanto a la magia, me preocupa más lo que podría hacerme padre. Ya encontraré algún modo de vérmelas con la oscuridad.

    —Somos un clan, Sasuke —dijo Izuna con dulzura—. Padre nunca te volvería la espalda. Y el momento no podría ser más apropiado. Sólo faltan unos días para que llegue el equinoccio de primavera, y...

    —No es necesario esperar al equinoccio —lo interrumpió Sasuke—. Puedo abrir las piedras cualquier día, a cualquier hora.

    —¿Qué? —exclamaron Izuna y Sakurasou.

    —Al parecer nuestros estimados benefactores nos ocultaron ciertas partes muy significativas del conocimiento. Las piedras pueden ser abiertas en cualquier momento. Sólo se necesita otra serie de fórmulas.

    —¿Y tú conoces esas fórmulas? —quiso saber Izuna.

    —Sí. Debido a aquellos que están dentro de mí. Su conocimiento es mío.

    —¿Y por qué razón se nos iba a ocultar semejante conocimiento?

    —Sospecho que la intención era evitar que un Uchiha abriera un puente a través del tiempo de manera impulsiva. Uno podría tener la idea, si por ejemplo su hermano hubiera muerto, de pasar a través de las piedras ese mismo día y deshacer lo ocurrido. Pero si se veía obligado a esperar hasta el próximo solsticio o equinoccio, cuando llegara ese momento entonces lo peor de la pena tal vez ya habría quedado atrás y decidiría no hacer tal cosa.

    La voz de Sasuke rezumaba un feroz sarcasmo dirigido hacia sí mismo.

    —¿Cuánto tiempo esperaste? —preguntó Izuna en voz baja.

    —Tres lunas, cuatro días y once horas.

    Todos guardaron silencio durante un rato después de que Sasuke hubiera dicho aquello. Finalmente, Sakurasou se estremeció y se levantó de su asiento.

    —Mientras vosotros dos discutís esto, iré a preparar una habitación para Sakura.

    —Ella duerme conmigo —dijo Sasuke con un gruñido.

    —Sakura dijo que no dormíais juntos —dijo Sakurasou sin perder la calma.

    —Dios, Sakurasou, ¿qué has hecho? ¿Se lo has preguntado?

    —Por supuesto que sí —replicó Sakurasou, como si no pudiera creer que él fuera capaz de hacerle una pregunta tan ridícula—. Pero aparte de admitir que no dormíais juntos, no se mostró demasiado dispuesta a hablar del tema. Así pues, ¿qué es exactamente Sakura para ti?

    —Es su compañera —dijo Izuna en voz baja.

    —¿De veras? —Sakurasou se puso muy contenta—. ¡Oh! —exclamó—. ¡No sabes cómo me alegro por ti, Sasuke!

    Sasuke clavó en ella una mirada ominosa.

    —Por Dios, muchacha, ¿es que te has vuelto loca? Este no es momento para celebraciones. Sakura no sabe lo que soy y...

    —No la subestimes, Sasuke. Nosotras las mujeres no somos tan frágiles como os gusta creer a los hombres.

    —Entonces ponla en mi habitación —dijo él tranquilamente.

    —No —dijo Sakurasou en un tono tan tranquilo como el que acababa de emplear Sasuke.

    —¡La pondrás en mi habitación!

    Sakurasou alzó la barbilla, apretó los puños sobre su cintura y bajó la mirada hacia él. Por un instante, Sasuke se acordó de Sakura blandiendo una de sus propias dagas ante él, y se preguntó cómo era posible que unas mujeres tan diminutas y frágiles les tuvieran tan poco miedo a hombres como él y su hermano. Notable, pero ellas eran así.

    —No, señor Oscuro y Malvado, no lo haré —dijo Sakurasou—. No me asustas. Y no nos obligarás, ni a mí ni a ella, a hacer nada contra nuestra voluntad.

    —No deberías ir por ahí preguntando a las personas si duermen juntas —siseó él.

    —¿De qué otro modo iba a saber dónde tenía que ponerla?

    —Preguntándomelo.

    La fulminó con la mirada pero ella no mostró señales de que fuera a ceder, así que se volvió hacia Izuna en busca de apoyo. Izuna se encogió de hombros.

    —Mi esposa es la señora del castillo. No me mires a mí.

    —Ella está a salvo aquí, Sasuke —dijo Sakurasou con dulzura—. Os pondré al uno enfrente del otro. Así luego ella puede compartir su habitación si decide hacerlo.

    Mientras salía de la biblioteca, Sakurasou lanzó una última mirada por encima de su hombro a los dos magníficos highlanders. Se sentía llena de júbilo y al mismo tiempo tremendamente preocupada, lo primero porque Sasuke había vuelto a casa y lo segundo por lo que todavía tenía que llegar. Ella e Izuna habían estado tan seguros de que su idea funcionaría que no se les había ocurrido pensar en nada más allá de ella.

    Ahora Sasuke iba a tener que regresar al pasado. Tendría que abrir un puente a través del tiempo y buscar en la vieja sabiduría. Sakurasou no quería dejarlo marchar, y sabía que Izuna tampoco. Pero no había elección. Sakurasou tenía intención de tratar de persuadirlo de que esperara unos cuantos días, pero no tenía demasiadas esperanzas al respecto.

    Aunque no contaba con los sentidos de su esposo, Sakurasou podía sentir que Sasuke era distinto. Ahora había algo violento en él. Algo contenido a duras penas, siempre al borde de hacer explosión.

    Arqueó una ceja mientras pensaba que, aunque ella nunca le diría tal cosa a su esposo, el nuevo Sasuke resultaba más atractivo que antes. Ahora era como una encarnación de la sexualidad primigenia, y había algo en él que hacía que a una mujer se le pusieran todos los nervios de punta.

    Sus pensamientos se volvieron hacia la mujer del piso de arriba. Si Sakura tenía aunque sólo fuese una pizca de sentido común, pensó, compartiría la habitación de Sasuke aquella noche, y durante todas las noches futuras que pudieran llegar a tener.

    Rechazar la cama de un varón Uchiha no sólo resultaba muy difícil, sino que en opinión de Sakurasou además era la peor manera posible de desperdiciar el tiempo. Izuna era un amante extraordinario, y con todo el calor sexual en estado puro que emanaba de Sasuke, no le cabía ninguna duda de que él también lo sería.

    Hacía mucho tiempo, en otro siglo, había visto a Sasuke sentado en los escalones de la entrada del castillo de los Uchiha a la hora del crepúsculo, contemplando el cielo nocturno. Sakurasou había reconocido su soledad —había habido un tiempo en el que ella también estaba sola—, y se juró a sí misma que lo ayudaría a encontrar una compañera. Al parecer Sasuke la había encontrado por sí mismo. Lo menos que podía hacer ella era ayudarlo a conseguirla. La deuda que tenía con Sasuke Uchiha era enorme.

    Se recogió las guedejas detrás de la oreja y sonrió levemente. Tendría que hacerle unos cuantos comentarios discretos a Sakura acerca del aguante y las habilidades amatorias de los Uchiha. Y cuando llegara el momento apropiado, también debería impartirle unos cuantos fragmentos más de sabiduría duramente aprendida.

    Unas horas después, Sasuke siguió a Izuna al piso de arriba. Habían estado hablando hasta bien entrada la noche y no tardaría en amanecer.

    Después de que Sakurasou se hubiera ido, Sasuke le contó a su hermano el intento de asesinato de que había sido objeto Sakura y lo que había dicho aquel extraño atacante, y luego lo puso al corriente de las escasas referencias concernientes a los draghar que había encontrado. Desgraciadamente, Izuna se había mostrado tan perplejo como él. Se habían dedicado a sopesar distintas posibilidades, pero Sasuke empezaba a estar muy harto de las posibilidades. Lo que él necesitaba eran respuestas.

    —¿Cuándo te irás?—dijo Izuna, mientras llegaban al final del pasillo norte y se disponían a separarse para ir a sus respectivos aposentos.

    Sasuke miró a Izuna, saboreando la visión de su hermano vivo, despierto y feliz. Aunque le hubiese gustado pasar más tiempo con Izuna y Sakurasou ahora que volvía a estar en suelo escocés, no podía permitirse nuevos retrasos. Sakura corría peligro, y el tiempo que le quedaba a él iba acortándose. Sasuke podía sentirlo. Estaba seguro de que habría otro ataque, y no sabía si los draghar, quienesquiera que fuesen, podían seguirlos a través del tiempo. Si formaban parte de los Tuatha de Danaan, podían seguirlos a cualquier parte.

    —Por la mañana.

    —¿Tienes que irte tan pronto?

    —Sí. No sé de cuánto tiempo dispongo.

    —¿Y la muchacha? —preguntó Izuna cautelosamente.

    —Ella va a donde yo vaya —respondió Sasuke con una sonrisa tan fría como el hielo.

    —Sasuke...

    —No digas más. Si ella no va, yo no voy.

    —Yo la protegería para ti.

    —Ella va a donde yo vaya.

    —¿Y si no desea hacerlo?

    —Lo deseará.


     
  18. Threadmarks: Capitulo 14
     
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    2423
    CAPITULO 14
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3

    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    Quem© Adaptación.

    Naruto © M. Kishimoto
    —Ha llegado la hora, mi pequeña Sakura —dijo Sasuke.

    —¿Q-qué quieres decir? —preguntó Sakura recelosamente—. ¿La hora de qué?

    —Empiezo a pensar que tal vez no te he dejado claras cuáles son mis intenciones —dijo Sasuke con una suave amenaza mientras daba un paso hacia ella.

    —¿Qué intenciones?

    Aunque Sakura estaba determinada a no retroceder ante él, sus cobardes pies tenían otros planes. Los muy traidores ya habían empezado a dar un paso atrás por cada paso hacia delante que daba Sasuke.

    —Mis intenciones acerca de ti.

    —Oh, sí que lo has hecho —se apresuró a asegurarle Sakura—. Quieres seducirme. Me lo has dejado tan claro como el agua. Verlo con más claridad requeriría una radiografía. No voy a ser otra más de tus mujeres. Yo no estoy hecha así. No puedo dejar mis bragas debajo de la cama de un hombre para que luego él las tire junto con la basura. Esa es la razón por la que todavía soy virgen, porque mi virginidad significa algo para mí y no voy a arrojarla ante tus encantadores pies sólo porque seas el hombre más atractivo y fascinante que he conocido jamás y dé la casualidad de que me gusta tu apellido. Esas no son razones lo bastante buenas.

    Asintió enérgicamente para enfatizar el torrente de palabras, y después puso cara de horror ante lo que acababa de admitir al final.

    —¿Soy el hombre más atractivo y fascinante que has conocido jamás? —dijo él, con un destello en sus oscuros ojos.

    —Hay montones de hombres atractivos sueltos por el mundo. Y los aburridos textos antiguos llenos de polvo también son fascinantes —musitó ella—. Mantente alejado de mí. No voy a sucumbir a tu seducción.

    —¿Ni siquiera deseas que te diga cuáles son mis intenciones? —ronroneó él.

    —No. Decididamente no. Vete.

    Su espalda se encontró con la pared y Sakura trastabilló, y luego cruzó los brazos encima del pecho y lo miró con el ceño fruncido.

    —No me iré. Y te lo voy a decir.

    Apoyó las manos en la pared a ambos lados de la cabeza de ella, dejándola atrapada con su poderoso cuerpo.

    Espero conteniendo la respiración.

    Fingió un delicado bostezo y se examinó las cutículas.

    —Mi pequeña Sakura, voy a hacer que te quedes conmigo.

    —¡Y un cuerno! —se enfureció ella—. No acepto que me obliguen a quedarme con nadie.

    —Para siempre —dijo él con una sonrisa estremecedora—. Y lo harás.


    —¡Argh! ¿Es que no puedo pasar ni una sola noche sin soñar con ese dichoso hombre? —chilló Sakura, dándose la vuelta en la cama y poniéndose la almohada encima de la cabeza.

    Sasuke Uchiha siempre se hallaba presente en su mente cuando estaba despierta, así que no le parecía que fuese demasiado pedir que al menos pudiera escapar de él en sus sueños. ¡Pero si hasta cuando se quedó adormilada en el avión había soñado con él! Y todos los sueños habían sido tan intensamente detallados que casi parecían reales. En éste, había podido percibir el intenso aroma masculino de su cuerpo y sentir cómo su cálido aliento le abanicaba el rostro cuando le comunicó que iba a mantenerla junto a él.

    ¿Qué se había creído su Sasuke del sueño?, reflexionó con irritación. ¿Que una declaración tan bárbara y absolutamente teutónica haría que toda ella se derritiese por él?

    «Eh, espera un momento», pensó mientras se apresuraba a desandar el sendero mental que acababa de recorrer. El sueño había sido suyo, lo cual quería decir que eso no era lo que él pensaba, sino lo que estaba pensando el subconsciente de ella.

    «¡Oh, Haruno, eres tan poco polícamente correcta!», pensó con consternación.

    La había derretido. Le encantaba oír semejantes palabras de labios de él. Una sola declaración de ese tipo y se quedaría tan pegada a Sasuke Uchiha como si le hubieran untado todo el cuerpo con cola de contacto.

    Llena de frustración, Sakura se incorporó en la cama y arrojó la almohada al otro extremo de la habitación. El Fantasma Galo ya había sido lo bastante fascinante en Nueva York, pero el destello de emoción que había vislumbrado en Sasuke la noche anterior, cuando se reunió con su hermano, lo había vuelto todavía más peligrosamente interesante de lo que era antes.

    Pensar en él como un mujeriego incapaz de sentir amor había sido una cosa. Pero Sakura ya no podía pensar en él de esa manera, porque había visto en los ojos de Sasuke un amor acerca del que quería llegar a saber algo más. Había entrevisto en él unas profundidades que hasta entonces se había dicho que no tenía.

    ¿Qué había ocurrido entre los dos hermanos para que llegaran a distanciarse hasta tal punto? ¿Qué le había ocurrido a Sasuke Uchiha para que mantuviera sus emociones tan celosamente ocultas?

    Sakura lo estaba haciendo. Estaba queriendo ser la mujer que llegara a entrar dentro de él, y ese deseo era muy peligroso.

    Se rodeó las rodillas con los brazos, apoyó la barbilla en ellas y se puso a pensar.

    Una parte significativa de la culpa de su sueño, pensó con irritación, podía ser atribuida a Sakurasou. La noche anterior, después de que Sakura hubiera terminado de ducharse, Sakurasou había traído una bandeja con comida a su habitación. Luego se había quedado mientras Sakura cenaba, y la conversación había derivado, como suele ocurrir cuando las mujeres se juntan, hacia el tema de los hombres.

    Específicamente hacia los hombres del clan Uchiha.

    Hechos que Sakura sabía acerca de Sasuke antes de la pequeña visita de Sakurasou: era irresistiblemente seductor; tenía un cuerpo fantástico que ella había visto cuando dejó caer su toalla; usaba condones para el «Hombre Extra-Grande».

    Y ahora —muchísimas gracias, Sakurasou Uchiha— sabía que además Sasuke era un hombre de inmensos apetitos dotado de un tremendo aguante, y del que se sabía que había sido capaz de pasar no unas cuantas horas, sino días enteros en la cama con una mujer. Oh, Sakurasou no había llegado a decir todas aquellas cosas, pero había dejado bastante claro adonde quería ir a parar mediante los pequeños comentarios que dejó caer.
    ¿Días enteros en la cama? Sakura no podía ni empezar a imaginar cómo sería eso.

    «Oh, sí que puedes —se burló una vocecita sarcástica—. Soñaste acerca de ello hace unas cuantas noches, con un lujo de detalles realmente impresionante para una virgen.»

    Sakura frunció el ceño, se apartó los rizos de la cara y pasó las piernas por el borde de la enorme cama antigua con su gruesa capa de finos colchones de plumas. Los dedos de sus pies quedaron suspendidos en el aire a un palmo por encima del suelo y tuvo que saltar para salir del lecho.

    Sacudiendo la cabeza, cogió su ropa y fue hacia la ducha. Realmente no la necesitaba, ya que la noche anterior se había duchado muy tarde, pero sospechaba que aquella mañana una buena ducha fría podía resultarle bastante beneficiosa.


    .

    .
    Nada más salir al pasillo media hora después, Sakura se detuvo y empezó a montar en cólera. Acababa de darse una ducha bien fría, obligándose a pensar en las antigüedades que tendría ocasión de ver, y en qué le gustaría explorar primero. Había necesitado casi media hora para quitarse de la cabeza a Sasuke Uchiha, y ahora ya volvía a tenerlo metido en ella.

    —¿Qué estás haciendo? —preguntó malhumorada, sintiendo aquella insufrible oleada de atracción instantánea que le pedía quejumbrosamente (¡e incesantemente!) que se abalanzara sobre él sin pensar en las consecuencias.

    El hombre de sus sueños —literalmente— estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta que quedaba enfrente de la suya, sus largas piernas extendidas y los brazos cruzados encima del pecho. Llevaba pantalones negros y un suéter de color gris oscuro que se tensaba sobre su poderoso pecho, realzando la perfección de su físico. Se había afeitado, y la piel de su rostro tenía la suave lisura del terciopelo. Unos ojos de color cobre se encontraron con los de Sakura.

    Sasuke se levantó del suelo para alzarse sobre ella como una torre, haciendo que Sakura se sintiera muy pequeña y femenina ante la presencia de su masculinidad en estado puro.

    —Te estaba esperando. Buenos días, muchacha. ¿Tuviste sueños agradables? —inquirió con voz sedosa.

    Sakura mantuvo el rostro vacío de toda expresión. Sasuke parecía sentirse inmensamente complacido consigo mismo aquella mañana, y ella no estaba dispuesta a revelarle que había tenido ni aunque sólo fuese un fugaz pensamiento nocturno acerca de él.

    —No me acuerdo —dijo con un parpadeo lleno de inocencia—. De hecho, dormí tan profundamente que me parece que no he soñado nada.

    —Claro, claro —murmuró él.

    Cuando empezó a avanzar, Sakura casi se desmayó del susto, pero él se limitó a extender la mano por detrás de ella y cerró la puerta de su dormitorio.

    Luego la obligó a retroceder hacia la puerta.

    —Eh —dijo ella secamente.

    —Sólo pretendía darte un beso de buenos días como es debido, muchacha. Es una costumbre escocesa.

    Ella estiró el cuello para contemplarlo con el ceño fruncido, y le lanzó una mirada que quería decir: «Sí, claro, buen intento».

    —Uno pequeñito. Nada de lengua. Lo prometo —dijo él mientras sus labios se curvaban levemente.

    —Nunca te das por vencido, ¿verdad?

    —Nunca me daré por vencido, encanto. ¿O es que a estas alturas todavía no lo sabes?

    Oooh, aquello estaba empezando a parecerse a su sueño. Y él acababa de llamarla «encanto», una pequeña muestra de cariño. Sakura se apresuró a cerrar la boca y sacudió la cabeza.

    Él alzó la mano hacia su cara y recorrió suavemente la curva de su mejilla con los dedos. Un contacto muy tenue, sin nada abiertamente seductor. La delicadeza del gesto sorprendió a Sakura e hizo que se quedara completamente inmóvil. Él apartó la mano de su cara para llevarla hacia sus suaves rizos, y se los enredó con delicadeza entre los dedos.

    —¿Te he dicho, mi pequeña Sakura, que eres hermosa?—murmuró.

    Ella entornó los ojos. Si él pensaba que un cumplido genérico iba a conseguirle un beso, estaba lamentablemente equivocado.

    —Oh, sí, no puedes serlo más. —Le rozó la mejilla con los nudillos—. Y sin una sola sombra de artificio. El día en que te vi por primera vez, yo estaba sentado dentro de mi taxi y te miré. Vi cómo te miraban los otros hombres y deseé que se quedaran ciegos. Entonces te inclinaste dentro del coche para decirle algo al conductor. Llevabas una falda negra y una chaqueta con un suéter del color del brezo, y los cabellos rosáceos te caían en los ojos y no parabas de apartártelos. Había un poco de niebla y las gotitas de lluvia relucían sobre tus medias. Pero a ti no te molestaba que estuviera lloviznando. Por un instante, echaste la cabeza hacia atrás y alzaste la cara hacia la lluvia. Ver cómo lo hacías me dejó sin respiración.

    El cáustico comentario que aguardaba hecho un ovillo sobre la punta de la lengua de Sakura murió.

    Él la contempló en silencio durante un instante que se hizo muy largo y luego bajó las manos.

    —Ven, muchacha. —Le ofreció la mano—. Vayamos a desayunar, y luego me gustaría llevarte a cierto sitio.

    Sakura trató de recuperar la compostura. Aquel hombre tenía la extraña capacidad de confundirla en el momento en que menos se lo esperaba. Justo cuando creía conocerlo, de pronto él le salía con algo inesperado. ¿De dónde había sacado aquello? Sakura se acordaba de lo que llevaba puesto el día en que se conocieron, y aquella mañana había habido un poco de niebla. Y ella había alzado el rostro por un instante hacia la neblina, porque siempre le había gustado la fina lluvia que solía acompañarla.

    —Bueno, ¿cuándo tendré ocasión de ver los textos? —preguntó, apresurándose a dirigir la conversación hacia un terreno menos inseguro.

    —Pronto. Muy pronto.

    «Vi cómo te miraban los otros hombres, y deseé que se quedaran ciegos.» Sakura sacudió la cabeza, tratando de hacer desaparecer de su mente las palabras de él. Se sentía incapaz de determinar qué valor debía otorgarles.

    —¿Tu hermano también tiene antigüedades? —insistió alegremente.

    —Sí. Verás muchas cosas antes de que termine el día.

    —¿De veras? ¿Como cuáles?

    Él sonrió levemente ante el entusiasmo de ella y tomó sus manos en las suyas.

    —¿Sabes cómo sé cuándo te sientes muy atraída por algo?

    Sakura sacudió la cabeza.

    —Tus dedos empiezan a curvarse, como si estuvieras imaginando que tocas lo que sea en lo que estás pensando.

    Ella se sonrojó. No había sabido que fuera tan transparente.

    —Ay, muchacha, eso resulta de lo más encantador. ¿Recuerdas que te dije que podía mostrarte una Escocia que ningún otro hombre podría llegar a mostrarte jamás?

    Ella asintió.

    —Bueno, muchacha, pues esta tarde —dijo él con una extraña nota de cautela en la voz—, haré honor a esa promesa.

    .

    .

    A cierta distancia del castillo en el que estaban desayunando Sakura y Sasuke, un hombre se hallaba apoyado en el costado de un coche alquilado escogido pensando en que no llamara la atención y hablaba en voz baja por su móvil.

    —No he tenido la oportunidad de acercarme —le estaba diciendo Oyashiro a Daore—. Pero sólo es una cuestión de tiempo.

    —Se suponía que debías ocuparte de ella antes de que partieran hacia Londres.

    El móvil hacía que la voz de Daore sonara muy tenue, pero aun así vibraba con una implacable autoridad.

    —No he podido acercarme a ella. Ese hombre siempre se mantiene en guardia.

    —¿Qué te hace pensar que podrás acercarte a ella en la propiedad de los Uchiha?

    —Tarde o temprano él bajará la guardia, aunque sólo sea durante unos minutos. Dame unos cuantos días más.

    —Es demasiado arriesgado.

    —Lo que sería demasiado arriesgado es no hacerlo. El tiene un vínculo emocional con ella. Necesitamos que todos sus lazos desaparezcan. Tú mismo lo dijiste, Daore.

    —Cuarenta y ocho horas. Telefonéame cada seis horas, y luego te quiero fuera de ahí. No estoy dispuesto a correr el riesgo de que un miembro de nuestra orden sea capturado con vida. El no debe saber nada acerca de la Profecía.

    Con un suave murmullo de asentimiento, Oyashiro cortó la comunicación.
     
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    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
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    Romance/Amor
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    CAPITULO 15
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdon por la faltas ortograficas que encuentren <3

    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    Quem© Adaptación.

    Naruto © M. Kishimoto
    El día había sido soleado y sorprendentemente suave para el mes de marzo en las Highlands: casi quince grados de temperatura, una ligera brisa, el cielo puntuado por unas cuantas rollizas nubecitas blancas.

    También había sido uno de los días más deliciosos que Sakura hubiera vivido jamás.

    Después del desayuno, ella, Sasuke, Izuna y Sakurasou habían ido en coche hacia el norte, recorriendo los caminos serpenteantes hasta llegar a la cima de una pequeña montaña desde la que se divisaba la pintoresca y activa ciudad de Alborath, donde Sakura había conocido a los primos de Sasuke, Daisuke y Maggie Uchiha, y a sus muchos hijos.

    Había pasado el día con Sakurasou y Maggie, visitando el segundo castillo de los Uchiha (bastante más antiguo que el de Sakurasou). Había visto antigüedades por las cuales Genshō habría estado dispuesto a cometer cualquier clase de delito: antiguos textos guardados en estuches protectores, armas y corazas procedentes de incontables siglos distintos, piedras cubiertas de runas esparcidas como si tal cosa por los jardines. Había recorrido la galería de retratos que se sucedían a lo largo de la gran sala, una historia pintada de los siglos del clan Uchiha, y se había emocionado al pensar en lo maravilloso que era poder conocer semejantes raíces. Las puntas de sus dedos habían tocado tapices que deberían haber estado en museos, muebles que hubiesen debido estar protegidos por un sistema de seguridad mucho más efectivo que el que Sakura había podido ver en la propiedad. Aunque había inquirido repetidamente y en un tono más bien preocupado acerca de su sistema antirrobo (el cual parecía ser inexistente), no había obtenido nada aparte de unas cuantas sonrisas tranquilizadoras que la obligaron a concluir que ninguno de los Uchiha se molestaba en guardar las cosas bajo llave.

    El mismo castillo era una antigüedad, meticulosamente preservada y protegida de la suave erosión del tiempo. Sakura había pasado el día sumida como en una especie de ensueño.

    Ahora se encontraba de pie en los escalones de la entrada del castillo al lado de Sakurasou, bajo la luz rosada del comienzo del anochecer. El sol descansaba sobre el horizonte y zarcillos de neblina se elevaban lentamente del suelo. Sakura divisaba una panorámica de varios kilómetros desde su observatorio en los grandes escalones de piedra, más allá de una fuente de muchos niveles relucientes, hasta el valle donde las luces de Alborath mantenían a raya el crepúsculo que se aproximaba. No necesitaba esforzarse demasiado para imaginar lo magníficas que serían las Highlands en primavera, o todavía mejor, en el momento de máximo esplendor de finales del verano. Se preguntó si no podría encontrar alguna manera de estar todavía allí en aquel entonces. Quizá después de su mes con Sasuke, reflexionó, se quedaría en Escocia indefinidamente.

    Su mirada recorrió el césped delantero y terminó deteniéndose en el hombre, imponente y magnífico, que había puesto su mundo completamente patas arriba en menos de una semana. No muy lejos del castillo, Sasuke hablaba con Izuna dentro de un círculo de enormes piedras antiguas. Sakurasou le había contado que los hermanos llevaban años sin verse, aunque no había ofrecido ninguna explicación para su distanciamiento. Con todo y lo curiosa que era Sakura normalmente, para variar aquella vez había resistido la tentación de indagar. Simplemente no le había parecido bien hacerlo.

    —Qué hermoso es todo esto —dijo con un suspiro lleno de melancolía.

    Vivir allí, pertenecer a un lugar semejante. El ruidoso entusiasmo de los seis hijos de Maggie y Daisuke, desde adolescentes hasta críos, no se parecía a nada de cuanto Sakura hubiera experimentado jamás. El castillo entero rebosaba familia y raíces, y el aire vibraba con los sonidos de los juegos infantiles y alguna que otra discusión ocasional. Como hija única, criada desde pequeña por un abuelo ya entrado en años, Sakura nunca había visto nada igual.

    —Lo es, desde luego —convino Sakurasou—. A estas piedras las llaman el Ban Drochaid —le explicó a Sakura, señalando el círculo con un ademán—. Significa «el puente blanco».

    —El puente blanco —repitió Sakura—. Es un nombre bastante extraño para un grupo de piedras.

    Sakurasou se encogió de hombros y una sonrisa misteriosa danzó en sus labios.

    —En Escocia existen montones de leyendas acerca de esas piedras. —Hizo una pausa—. Algunas personas dicen que son puertas que conducen a otro tiempo.

    —En una ocasión leí una novela romántica que contaba algo parecido.

    —¿Lees novelas románticas? —exclamó Sakurasou, deleitada.

    Los momentos siguientes estuvieron dedicados a una apresurada comparación de títulos favoritos, establecimiento de vínculos femeninos y recomendaciones.

    —Ya sabía yo que me gustabas —dijo Sakurasou con una gran sonrisa—. Cuando hablabas de la historia de todos esos objetos hace un rato, temí que pudieras ser una de esas personas que se pirran por la literatura con mayúsculas. No es que yo tenga nada en contra de las novelas literarias —se apresuró a añadir—, pero si quiero ponerme existencial y deprimirme, optaré por tener una buena discusión con mi esposo o ver la CNN. —Guardó silencio por un instante, la mano suavemente apoyada sobre la curva de su estómago—. Escocia no se parece a ningún otro país del mundo, Sakura. Casi puedes sentir la magia en el aire, ¿verdad?

    Sakura inclinó la cabeza hacia un lado y estudió los imponentes megalitos. Las piedras tenían miles de años y su propósito llevaba mucho tiempo siendo objeto de apasionados debates por, aparte de estudiosos, arqueoastrónomos e incluso matemáticos. Eran un misterio que el hombre moderno nunca había sido capaz de desentrañar.

    Y sí, Sakura sentía que había un hálito de magia en ellas, una sensación como de antiguos secretos, y de pronto cayó en la cuenta de lo apropiada que parecía la presencia de Sasuke allí de pie en medio de ellas. Era como estar viendo a un hechicero primitivo, oscuro e impresionante, un guardián de secretos tanto arcanos como profanos. Sakura puso los ojos en blanco ante aquella fantasía tan absurda que se le acababa de ocurrir.

    —¿Qué está haciendo, Sakurasou? —preguntó, entornando los ojos.

    Sakurasou se encogió de hombros, pero no contestó a su pregunta.

    Parecía como si Sasuke estuviera escribiendo algo en el lado interior de cada una de las piedras. Había trece, alzándose alrededor de un achaparrado dolmen consistente en dos soportes de piedra con una gran piedra plana encima.

    Mientras era observado por Sakura, Sasuke fue hacia la siguiente piedra del círculo y su mano se movió con rapidez y seguridad por encima de su cara interior. Sakura comprendió que estaba escribiendo en ella. Qué raro. Entornó los ojos. Dios, Sasuke era realmente magnífico. Se había cambiado de ropa después del desayuno. Unos viejos tejanos descoloridos ceñían sus robustos muslos y su musculoso trasero. Un grueso suéter de lana y unas botas de excursionista completaban su apariencia de montañés curtido por la vida al aire libre. Sus cabellos estaban recogidos en una sola trenza que le llegaba hasta la cintura.

    El Sasuke de su sueño había dicho que haría que se quedara con él para siempre.

    «Lo tienes pero que muy mal, Haruno», admitió Sakura de mala gana con un leve suspiro.

    —Tú sientes algo por él —murmuró Sakurasou, sobresaltándola.

    Sakura palideció.

    —¿Tan obvio resulta?

    —Para alguien que sabe lo que hay que buscar, sí. Nunca he visto a Sasuke mirar a una mujer del modo en que te mira a ti, Sakura.

    —Si me mira de un modo distinto que a otras, es sólo porque la mayoría de las mujeres corren a acostarse con él un instante después de haberlo conocido —dijo Sakura, apartándose un mechón de la cara con un soplido—. Yo sólo soy la que escapó. —«Por el momento», fue el seco pensamiento que acompañó a aquellas palabras.

    —Sí, y eso es todo lo que llegan a hacer.

    Aquellas palabras atrajeron la atención de Sakura.

    —¿No es eso todo lo que él quiere?

    —No. Pero la mayoría de las mujeres nunca llegan a ir más allá de la hermosura de ese rostro y ese cuerpo, de su fortaleza y su reserva. Nunca, nunca le entregan su corazón.

    Sakura se echó hacia atrás sus largos cabellos, los retorció hasta formar un nudo y mantuvo su silencio, con la esperanza de que Sakurasou continuara ofreciéndole información. No tenía ninguna prisa por admitir sus patéticos fantaseos románticos, los cuales no habían hecho sino empeorar a lo largo de la jornada. Sakura llevaba todo el día siendo obsequiada con fugaces vislumbres de la increíble relación que existía entre Sakurasou y su esposo. Había visto, con un desvergonzado anhelo, de qué modo trataba Izuna a su esposa. Estaban tremendamente enamorados el uno del otro, y no intentaban ocultarlo.

    Como él se parecía tanto a Sasuke, las comparaciones habían sido inevitables. Izuna había aparecido de pronto montones de veces, trayendo consigo una chaqueta delgada para Sakurasou, o una taza de té, o preguntándole si le dolía la espalda, si necesitaba que le dieran una friega, si le gustaría que subiera de un salto al cielo y le bajara el sol.

    Haciendo que Sakura empezara a concebir toda clase de pensamientos ridículos acerca de su hermano.

    Oh, sí, ella tenía sentimientos. Traicioneros, engañosos, pequeños sentimientos.

    —Sakura, si Sasuke no busca amor en una mujer es porque nunca se le ha dado ninguna razón para hacerlo.

    Sakura abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza con incredulidad.

    —Eso es imposible, Sakurasou. Un hombre como él...

    —La mayoría de las mujeres lo encuentran aterrador. Así que toman lo que él les ofrece, pero luego encuentran algún otro hombre al cual amar. Un hombre menos peligroso. Un hombre con el que sientan que controlan mejor la situación. ¿Está teniendo Sasuke el mismo efecto sobre ti? Pensaba que eras más inteligente.

    Sakura dio un respingo y se preguntó cómo era posible que la conversación hubiera llegado a volverse tan personal con tanta rapidez.

    Pero Sakurasou todavía no había terminado.

    —A veces, y yo lo sé por experiencia personal, puedes creerme, una chica tiene que arriesgarse. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que podría haber ocurrido. ¿Es así como quieres vivir?

    Sakura buscó alguna réplica a esa pregunta, pero terminó con las manos vacías, porque aquella molesta vocecita interior que durante los últimos días no paraba de preguntar insistentemente si no había algo más en la vida estaba asintiendo sabiamente, mostrándose de acuerdo con las palabras de Sakurasou.

    «Quien nada arriesga —había dicho siempre el abuelo de Sakura—, nada gana.»

    Sakura contempló las antiguas piedras y se preguntó cuándo había olvidado ella eso. ¿Cuando tenía diecinueve años y el abuelo murió, dejándola sola en el mundo?

    Mientras estaba allí, en lo alto de la montaña de los Uchiha bajo el crepúsculo que descendía sobre el mundo, de pronto Sakura se encontró nuevamente en Kansas, en el cementerio silencioso después de que todas sus amistades se hubieran ido, llorando al pie de la tumba de su abuelo. Sin saber qué hacer, a un paso de entrar en la edad adulta, sin tener a nadie que la ayudara a tomar decisiones y escoger su camino. Hasta aquel momento había mantenido la reconfortante ilusión de que su abuelo viviría eternamente, en vez de morir de un infarto a los setenta y tres años. Sakura había ido a la universidad sin imaginar ni por un solo instante que él no estaría siempre allí, en casa, trabajando en su jardín, esperando a que ella regresara.

    La llamada telefónica llegó la semana de los exámenes finales durante su primer año en la universidad. Tan sólo hacía unos días que Sakura había hablado por teléfono con él. Un día su abuelo estaba allí, y al día siguiente se había ido. Ni siquiera había podido despedirse de él. Con sus padres le había ocurrido lo mismo. ¿Es que nadie podía morir de una muerte lenta a causa de alguna enfermedad, le habían entrado ganas de gritar (de manera indolora, por supuesto, ya que no le deseaba una muerte dolorosa a nadie), y proporcionarle así un mínimo sentimiento de conclusión? ¿Por qué tenían que irse de ese modo? En un momento dado sonreían y estaban vivos, y al siguiente, estaban inmóviles y silenciosos y ella ya los había perdido para siempre. Había tantas cosas que Sakura no había podido decirle a su abuelo antes de que se fuera... Tenía un aspecto tan frágil en su ataúd; su robusto y temperamental escocés, que siempre le había parecido invencible.

    ¿Fue entonces cuando había empezado a jugar sobre seguro?

    ¿Porque de pronto se había sentido como una tortuga sin caparazón, frágil y desprotegida, y ya no estaba dispuesta a querer y volver a perder? Oh, no había tomado semejante decisión de una manera consciente, pero volvió a la universidad y se enterró en una doble carrera, y luego se sacó un máster. Sin ni siquiera pensar, se había mantenido ocupada para no involucrarse en las cosas.

    Parpadeó. La pena seguía allí, tan viva como si ella nunca le hubiera hecho frente y se hubiese limitado a empujarla hacia un rincón oscuro, ocultándola. De pronto se le ocurrió pensar que una persona quizá no podía guardar bajo llave una emoción, como la pena, sin pagar el precio de perder el contacto también con todas las demás. ¿No sería que al guardar bajo llave el dolor, negándose a hacerle frente, había perdido innumerables ocasiones de amar?

    Sakura escrutó a Sakurasou con la mirada.

    —Suena como si me estuvieras dando ánimos.

    —Lo estoy haciendo. Él va a pedirte algo. El mero hecho de que te lo vaya a pedir dice más acerca de lo que Sasuke siente por ti de lo que podría llegar a hacerlo cualquier palabra.

    —¿Qué es lo que me va a pedir?

    —Pronto lo sabrás. —Sakurasou hizo una pausa y suspiró ruidosamente, como si estuviera manteniendo un acalorado debate interno consigo misma. Luego dijo—: Sakura, Izuna y Sasuke provienen de un mundo que a unas chicas como nosotras siempre les resultará muy difícil de entender. Un mundo que, por muy imposible que eso pueda parecer en principio, se encuentra firmemente asentado en la realidad. Que la ciencia no pueda explicarlo todo no lo vuelve menos real. Soy científica y sé de qué estoy hablando. He visto cosas que desafían mi comprensión de la física. Son buenos hombres. Los mejores. Mantén la mente y el corazón abiertos, porque hay una cosa que puedo decirte con toda certeza: cuando esos Uchiha aman, aman completamente y para siempre.

    —Me estás empezando a asustar —dijo Sakura nerviosamente.

    —Ni siquiera has empezado a asustarte. Una pregunta, sólo entre tú y yo, y no me mientas: ¿deseas a Sasuke?

    Sakura la miró en silencio por un instante que se hizo muy largo.

    —¿Esto realmente es sólo entre tú y yo?

    Sakurasou asintió.

    —He deseado a Sasuke desde el momento en que lo conocí —admitió Sakura simplemente—. Y no consigo encontrarle el menor sentido. Me siento terriblemente posesiva con respecto a él, y no tengo ningún derecho a serlo. Es una locura. Nunca había sentido nada parecido antes. Ni siquiera puedo razonarlo —dijo.

    La sonrisa de Sakurasou era radiante.

    —Oh, Sakura, el único momento en que la razón fracasa es cuando trata de convencer a nuestra mente de algo que nuestro corazón sabe que no es cierto. Deja de intentarlo. Escucha con el corazón.

    .

    .

    —Esto no me gusta —le gruñó Izuna a Sasuke.

    —¿Acaso le diste tú elección a Sakurasou? —replicó Sasuke, mientras terminaba de escribir la penúltima fórmula sobre la losa central. Ahora ya sólo necesitaba escribir la última fórmula para abrir el puente a través del tiempo. Él e Izuna habían acordado que debería regresar a seis meses después del último momento en que había estado allí, para evitar encontrarse con su yo del pasado, y con la esperanza de que Fugaku pudiera haber descubierto algo útil durante ese tiempo—. Sakura es una muchacha muy fuerte, Izuna. Mantuvo la punta de mi propia espada apoyada en mi pecho. Luchó valientemente con el hombre que la atacó. Eligió venir a Escocia conmigo. Aunque a veces titubea, no le tiene miedo a nada. Y es inteligente, habla muchas lenguas, conoce los viejos mitos y ama las cosas antiguas. Me dispongo a llevarla hasta ellas. Aunque no sea por nada más, ella me perdonará por eso —añadió secamente.

    Oh, sí, lo haría. Él podía poner en sus manos textos que la harían llorar con la alegría de una auténtica bibliófila y guardiana de reliquias. Ambos compartían eso: Sakura había escogido como profesión preservar las cosas antiguas, y no se había dado por satisfecha meramente con preservarlas sino que lo había estudiado todo, tan a fondo como lo había hecho él en su papel de druida Uchiha.

    —Sakurasou sabía lo que era yo.

    —Pero ella no te creyó —le recordó Sasuke—. Pensó que estabas loco.

    —Sí, pero...

    —Nada de peros. Si tienes la bondad de escucharme aunque sólo sea por un instante, me oirás decir que tengo la intención de permitirle elegir.

    —¿De veras?

    —No estoy enteramente desprovisto de escrúpulos —fue la burlona réplica de Sasuke.

    —¿Vas a contárselo?

    Sasuke se encogió de hombros.

    —He dicho que le permitiría elegir.

    —Lo honorable sería contárselo...

    La cabeza de Sasuke se alzó bruscamente y sus ojos relucieron con un peligroso destello.

    —¡No dispongo de tiempo para contárselo! —siseó—. ¡No dispongo de tiempo para tratar de convencerla o para ayudarla a entender!

    La mirada oscura guerreó con la mirada de color cobre.

    —Supongo que eres consciente de que en cuanto la hayas llevado a través de la puerta del tiempo, ella sabrá que eres un druida —dijo Izuna pasados unos instantes—. Ya no podrás seguir fingiendo que no eres más que un hombre.

    —Ya me las veré con eso cuando llegue el momento. Ella sabe que hay algo en mí que no está del todo bien.

    —Pero ¿y si ella...?

    Izuna no llegó a concluir la frase, pero Sasuke supo que había estado a punto de expresar en voz alta el mismo temor al que él se había visto obligado a hacer frente cuando envió al pasado a Sakurasou.

    —¿Y si huye de mí gritando? ¿Y si se pone a gritar «hechicero pagano» y me odia? —dijo Sasuke con una sonrisa helada—. Eso es algo que sólo debe preocuparme a mí.

    —Sasuke...

    —Izuna, la necesito. Necesito a Sakura.

    Izuna contempló la desesperación apenas disimulada que había en los ojos de su hermano, y tuvo una súbita revelación: Sasuke estaba caminando por el filo de una navaja y lo sabía. Sabía que no tenía ningún derecho a tomar a Sakura y, a decir verdad, sabía que ni siquiera tenía derecho a haberla traído hasta allí. Pero si Sasuke renunciaba a las cosas que quería —si aceptaba que, por el hecho de haberse vuelto oscuro, para él ya no había ninguna promesa de un futuro, que en realidad ya no tenía derecho a nada—, entonces no le quedaría absolutamente nada por lo que vivir. Nada que lo hiciera seguir luchando otro día.

    ¿Y qué sería lo que vencería entonces? ¿El honor o la seducción del poder absoluto?

    Santo Dios, pensó Izuna con un escalofrío que le heló la sangre en las venas, el día en que su hermano dejara de querer algo, el día en que dejara de creer que había esperanza, tendría que afrontar el hecho de que su única elección sería volverse completamente malvado... o...

    Izuna no pudo obligarse a concluir aquel pensamiento. Y en la mirada torturada de Sasuke pudo ver que su gemelo ya había comprendido todo aquello hacía mucho tiempo, y que ahora luchaba del único modo en que podía hacerlo. Si el deseo que Sasuke sentía por Sakura era la cosa que se interponía más firmemente entre él y las puertas del mismísimo infierno, entonces Izuna encadenaría con sus propias manos a aquella muchachita para que no pudiera alejarse de su hermano.

    Una sonrisa llena de amargura curvó los labios de Sasuke, como si percibiera los pensamientos de Izuna.

    —Además —le dijo después con un suave sarcasmo—, al menos sé que puedo devolverla a este tiempo. Sakurasou no disponía de esa garantía, y sin embargo tú la llevaste al pasado. Si algo va mal conmigo, prometo que de una manera u otra enviaré de regreso a Sakura.

    El que llegara a hacer tal cosa significaría que él estaría muriendo, porque ésa era la única manera en que la dejaría marchar. Incluso entonces, quizá tendría que serle arrancada de entre los dedos mientras la vida huía de su cuerpo.

    —Está bien. —Izuna asintió lentamente—. ¿Cuándo regresaréis?

    —Búscanos de aquí a tres días. Es lo más cerca que me atrevo a pasar.

    Se miraron en silencio, con muchas cosas que no habían llegado a ser dichas entre ellos. Después ya no hubo más oportunidad de que siguieran hablando, porque Sakura y Sakurasou se reunieron con ellos en el círculo.

    —¿Qué estáis haciendo?—preguntó Sakura, mirándolos con ojos llenos de curiosidad—. ¿Por qué estás escribiendo encima de esas piedras, Sasuke?

    Sasuke la contempló por un instante sin decir nada, bebiendo ávidamente su imagen. Sí, Sakura Haruno era hermosa, toda ella sincera y natural allí de pie con sus ajustados calzones azules, su suéter y las botas de excursionista; sus cabellos, un desorden de rizos recogidos en una cola de caballo que ya empezaba a aflojarse. Ojos enormes, muy abiertos y llenos de inocente alegría. Escocia le sentaba bien a Sakura. Daba color a sus mejillas y una chispa a sus ojos verdes.

    Unos ojos que, dentro de poco, podían mirarlo con miedo y aborrecimiento, como habrían hecho las muchachas de su siglo en el caso de que Sasuke hubiera revelado hasta dónde llegaban sus poderes druídicos.

    «¿Y si eso llega a suceder?», quiso saber su honor.

    «Entonces haré todo lo que pueda para seducirla hasta que deje de mirarme así—pensó él con un encogimiento de hombros—, utilizando hasta la última sucia treta de que dispongo.» Sólo se daría por vencido cuando estuviese muerto.

    Si había alguien que pudiera aceptarlo, era ella. Las mujeres modernas eran distintas de las muchachas de su tiempo. Mientras que las muchachas del siglo XVI enseguida veían magia en lo inexplicable, las mujeres del siglo XXI buscaban explicaciones científicas, y no les costaba tanto acostumbrarse a la idea de que existieran leyes naturales y físicas que quedaban más allá de su comprensión. Sasuke sospechaba que eso era debido a la gran cantidad de progresos que se habían llevado a cabo dentro de la investigación científica durante el siglo pasado, que explicaban cosas hasta entonces inexplicables y habían sacado a la luz todo un nuevo reino de misterio.

    Sakura era una muchacha fuerte, adaptable y llena de curiosidad. Aunque no fuese una experta en física como Sakurasou, era inteligente y tenía conocimientos tanto del Viejo Mundo como del Nuevo. Su insaciable curiosidad, que ya la había llevado a lugares en los que la mayoría de las personas no se hubiesen atrevido a entrar, era otra virtud añadida. Sakura contaba con todos los ingredientes adecuados para ser capaz de aceptar lo que no tardaría en experimentar.

    Y él estaría allí para ayudarla a entender. Si conocía a Sakura la mitad de bien de lo que creía, en cuanto se hubiera recuperado de la conmoción ya sólo podría pensar en lo emocionante y maravilloso que era todo aquello.

    Rehuyendo la mirada inquisitiva de Sakura, Sasuke miró a Sakurasou.

    —Cuídate, muchacha.

    La abrazó, y luego abrazó a Izuna y dio un paso atrás.

    —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Sakura—. ¿Por qué te despides de Sakurasou e Izuna? ¿No nos íbamos a quedar aquí para trabajar en sus libros?

    Como Sasuke no respondía, Sakura miró a Sakurasou, pero Sakurasou e Izuna habían dado media vuelta y estaban saliendo del círculo.

    Volvió a mirar a Sasuke.

    Él extendió la mano hacia ella.

    —Me tengo que ir, mi pequeña Sakura.

    —¿Qué? ¿Se puede saber de qué demonios estás hablando?

    No había ningún coche cerca. ¿Irse cómo? ¿Ir adónde? ¿Sin ella? Sasuke había dicho que él tenía que irse, no que ambos tuvieran que hacerlo. Sakura sintió una súbita opresión en el pecho.

    —¿Vendrás conmigo?

    La opresión cedió un poco, pero la confusión siguió reinando.

    —No lo e-entiendo —tartamudeó Sakura—. ¿Adónde?

    —No puedo decírtelo. Tengo que enseñártelo.

    —Eso es la cosa más ridícula que he oído jamás —protestó ella.

    —No, muchacha. Dame un poco más de tiempo y ya no pensarás así —dijo él alegremente. Pero en sus ojos no había el menor rastro de alegría. Eran intensos y...

    Sakurasou le había dicho que escuchara con el corazón. Sakura inspiró profundamente y luego exhaló muy despacio. Se obligó a hacer a un lado todas sus ideas preconcebidas, y trató de mirar con su corazón... y lo vio. Allí en sus ojos. El dolor que había entrevisto a bordo del avión, pero que se había dicho a sí misma que no estaba allí realmente.

    Más que dolor. Una brutal e incesante desesperación.

    Sasuke esperaba, una fuerte mano extendida hacia ella. Sakura no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, o de adonde pensaba que iba a ir. Él le estaba pidiendo que dijera «sí» sin saber nada al respecto. Le estaba pidiendo ese acto de fe acerca del que la había prevenido Sakurasou. Por segunda vez en menos de cuarenta y ocho horas, aquel hombre le pedía que arrojara la cautela al viento y saltara con él, confiando en que no la dejaría caer.

    «Hazlo —dijo de pronto la voz de Gongorō Kamakura dentro de su corazón—. Puede que tú no tengas siete vidas, Sakura-gata, pero no debes tener miedo a vivir la vida de que dispones.»

    Un escalofrío helado subió por la espalda de Sakura y erizó el fino vello de su piel. Paseó la mirada por las trece piedras que se alzaban a su alrededor, con todos aquellos extraños símbolos que parecían fórmulas dibujados sobre sus caras interiores. Más símbolos en la losa central.

    ¿Iba a descubrir para qué habían sido utilizadas aquellas piedras verticales? El concepto era demasiado fantástico para que el cerebro de Sakura pudiera abarcarlo.

    ¿Qué demonios pensaba él que iba a suceder?

    La lógica insistía en que dentro de aquellas piedras no iba a suceder nada. La curiosidad proponía, de manera muy persuasiva, que si sucedía algo, tendría que ser muy idiota para perdérselo.

    Sakura suspiró ruidosamente. ¿Qué era una zambullida más, de todas maneras?, pensó con un encogimiento de hombros mental. Ya se había visto tan completamente apartada del curso normal de su existencia que era incapaz de ponerse demasiado nerviosa ante la perspectiva de asistir a otro extraño giro de los acontecimientos. Y francamente, el trayecto nunca había sido tan fascinante. Irguiéndose cuan alta era y poniendo bien rectos tanto sus hombros como su resolución, Sakura se volvió hacia Sasuke y deslizó su mano en la suya. Alzando la barbilla, le sostuvo la mirada y dijo:

    —Perfecto. Bueno, pues entonces vayamos.

    Se sintió muy orgullosa de sí misma por lo firme y despreocupada que había sonado su voz.

    Los ojos de él destellaron.

    —¿Vendrás? ¿Sin saber adónde te llevo?

    —Si piensas que he venido hasta tan lejos para que ahora me dejen tirada en la cuneta es que no me conoces muy bien, Uchiha —dijo ella con voz jovial, sacando fuerzas de flaqueza. El momento era simplemente demasiado tenso—. Soy la mujer que miró debajo de tu cama, ¿recuerdas? Soy esclava de mi curiosidad. Si vas a ir a alguna parte, yo iré también. Todavía no conseguirás escapar de mí. —Dios, ¿realmente había dicho eso?

    —Eso suena como si me estuvieras diciendo que planeas seguir a mi lado, muchacha.

    Sus ojos se entornaron y se quedó muy quieto.

    Sakura contuvo la respiración. ¡Todo aquello era tan similar a su sueño!

    Entonces él sonrió, con una lenta sonrisa que hizo fruncirse diminutas líneas alrededor de sus ojos, y por un instante algo danzó dentro de aquellas profundidades color cobre. Algo más joven y... libre y devastadoramente hermoso.

    —Soy tuyo para lo que tú quieras mandar, cariño.

    Por un instante Sakura olvidó cómo se respiraba.

    Entonces los ojos de él se enfriaron de nuevo y, abruptamente, se volvió hacia la losa del centro y escribió una serie de símbolos.

    —Cógeme de la mano y no la sueltes.

    —¡Protégelo, Sakura! —gritó Sakurasou mientras un súbito vendaval empezaba a soplar a través de las piedras, esparciendo hojas secas en un rápido arremolinarse de neblina.

    «¿Protegerlo de qué?», se preguntó Sakura.

    Y un instante después ya no se hizo más preguntas, porque de pronto las piedras empezaron a girar en círculos a su alrededor. Pero ¡eso no era posible! Y mientras discutía consigo misma acerca de lo que era posible y lo que no lo era, los pies de Sakura perdieron todo contacto con el suelo y se encontró cabeza abajo, o algo por el estilo, y luego también perdió el cielo. La hierba y el crepúsculo se unieron en un torbellino tachonado por un torrente de estrellas. El viento arreció hasta convertirse en un aullido ensordecedor, y de pronto Sakura pasó a ser... diferente de algún modo. Miró frenéticamente a su alrededor en busca de Izuna y Sakurasou, pero ambos se habían esfumado, y no pudo ver absolutamente nada, ni siquiera a Sasuke. Una terrible gravedad parecía tirar de ella, absorbiéndola y estirándola al tiempo que la doblaba de maneras inverosímiles. Le pareció oír un estallido supersónico, y de pronto hubo un fogonazo de blancura tan cegador que perdió todo sentido de la vista y el sonido.

    Ya no podía sentir la mano de Sasuke.

    ¡Ya no podía sentir su propia mano!

    Sakura intentó abrir la boca y gritar, pero descubrió que no tenía ninguna boca que abrir. La blancura se volvió todavía más intensa y, aunque ya no había ninguna sensación de movimiento, de pronto sintió un súbito acceso de vértigo que la llenó de náuseas. No había sonido alguno, pero el mismo silencio parecía poseer una insoportable sustancia.

    Justo cuando estaba segura de que ya no podría soportarlo ni un solo instante más, la blancura desapareció tan súbitamente que la negrura chocó contra Sakura con toda la fuerza de un camión.

    Entonces volvió a haber sensaciones en su cuerpo, y no se sintió nada contenta de haberlas recuperado. Tenía la boca tan seca como un desierto, sentía la cabeza hinchada y demasiado grande, y estaba bastante segura de que iba a vomitar.

    «Oh, Haruno —se riñó débilmente a sí misma—, me parece que esto ha sido algo más que otro extraño giro de los acontecimientos.»

    Después tropezó y se desplomó sobre el suelo cubierto de hielo.

    .

    .

    .

    .

    Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a revivirlo.

    LA PROFETISA EIRU, siglo VI a. C.

    Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a revivirlo.

    CÓDICE MIDHE, siglo VII d. C.

    Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a revivirlo.

    GEORGE SANTAYANA, siglo XX d. C
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    6175
    CAPITULO 16
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem

    24 de julio de 1522

    Había voces dentro de su cabeza. Trece voces distintas: doce hombres y los tonos brillantes como joyas de una grave voz femenina, hablando en una lengua que él no podía entender.

    Las voces no eran más que un susurro, un murmullo sibilante. No eran más intensas que el rumor del viento soplando a través de los robles y sin embargo, al igual que el viento, soplaban oscuramente a través de él, arrebatándole su humanidad como si fuera una frágil hoja de otoño que ya no estuviera unida a su rama. Era el viento del invierno y de la muerte, y no aceptaba censura alguna ni se inclinaría ante ningún juicio moral.

    Lo único que había era hambre. Era el hambre de trece almas que habían permanecido confinadas durante cuatro mil años en un lugar que no era un lugar, un tiempo que no era un tiempo. Prisioneras durante cuatro mil años. Prisioneras durante ciento cuarenta y seis millones de días, durante tres mil quinientos millones de horas; si aquello no era la eternidad, ¿qué podía serlo?

    Aprisionadas.

    A la deriva en la nada.

    Vivas en esa oscura y espantosa nada. Eternamente conscientes. Hambrientas, sin una boca para alimentarse. Llenas de deseo, sin un cuerpo para satisfacerse. Torturadas por los picores, sin unos dedos con los que rascarse.

    Odiando, odiando, odiando.

    Una masa convulsa de poder en estado puro que llevaba milenios sin ser saciado. Y tal como se sentían ellas, así se sentía también Sasuke: perdido en la oscuridad.

    .

    .

    La tormenta era la naturaleza en el apogeo de su salvajismo. Sakura nunca había visto una galerna semejante. Una intensa lluvia mezclada con fragmentos de pedrisco caía del cielo, llenándola de morados y aguijoneando su piel, incluso a través del grosor de su chaqueta y su suéter.

    —¡Ay! —chilló Sakura—. ¡Ay!

    Un gran trozo de hielo se estrelló contra su sien, otro le dio en el final de la espalda. Maldiciendo, Sakura se hizo una bola protectora encima del suelo cubierto de granizo y se envolvió la cabeza con los brazos.

    El viento subió de tono hasta convertirse en un alarido ensordecedor que gemía y aullaba. Sakura gritó a través de él, pronunciando el nombre de Sasuke, pero el estrépito era tan terrible que ni siquiera podía oír su propia voz entre su confusión. El suelo temblaba y las ramas de los árboles se estrellaban contra la tierra. El rayo destellaba y el trueno retumbaba. El ulular del viento convirtió los cabellos de Sakura en un amasijo empapado. Se mantuvo hecha un ovillo, sin más esperanza que la de poder soportar aquello y rezar para que no empeorase.

    De pronto —tan súbitamente como había estallado—, la terrible tormenta se esfumó.

    Simplemente se fue. El granizo dejó de caer. El diluvio cesó. El viento murió. La noche quedó inmóvil y silenciosa salvo por un suave siseo.

    Sakura dedicó unos momentos a llevar a cabo un recuento mental de sus morados, negándose a moverse. Moverse significaría reconocer que estaba viva. Reconocer que estaba viva significaría que tendría que mirar en torno. Y francamente, Sakura no estaba muy segura de querer hacerlo.

    Nunca. Los pensamientos colisionaban dentro de su cabeza, todos ellos inverosímiles.

    «Vamos, Haruno, intenta controlarte —dijo la voz de la razón, en un valeroso esfuerzo por imponerse—. Imagínate lo ridícula que te sentirás en cuanto levantes los ojos y veas a Sakurasou e Izuna de pie ahí. Cuando te digan: "Estas tormentas que llegan tan de pronto son una auténtica lata, ¿verdad? Pero en las Highlands las tormentas siempre son así".»

    Sakura no se lo tragó. No había mucho de lo que pudiese sentirse segura en aquel momento, pero tenía bastante claro que tormentas como aquélla no ocurrían, ni en las Highlands ni en ningún otro lugar, y además, tampoco abrigaba muchas esperanzas de que Sakurasou e Izuna estuvieran cerca. Dentro de aquellas piedras había ocurrido algo. El qué exactamente, Sakura no podía decirlo, pero había sido algo... épico. Algo que hedía a una semilla de verdad escondida en los antiguos mitos.

    Después de unos instantes, Sakura apartó los brazos de la cabeza y atisbó cautelosamente. La lluvia chorreaba de sus cabellos y goteaba por su cara. Sakura apoyó las palmas de las manos en el suelo y de pronto entendió lo que era aquel ruido siseante.

    La tierra estaba caliente, como si hubiera pasado todo el día cociéndose bajo el sol, y las piedras de granizo humeaban sobre ella. ¿Cómo podía estar caliente el suelo?, se preguntó Sakura, perpleja. Era el mes de marzo, por el amor de Dios, y quince grados de temperatura no calentaban el suelo. En el mismo instante en que pensaba eso, cayó en la cuenta de que el aire estaba caliente, ahora que los cielos habían dejado de arrojar sobre ella un pequeño diluvio helado. Sí, el aire era húmedo y positivamente veraniego.

    Sakura se incorporó con precaución unos cuantos centímetros y miró alrededor, sólo para descubrir que se hallaba envuelta por una nube. Una espesa niebla la había rodeado mientras permanecía acurrucada hecha una bola, y ahora toda ella estaba completamente circundada de blancura. Eso hacía que la situación, ya muy extraña de por sí, fuera todavía más inquietante.

    Si todavía se hallaba dentro del círculo de piedras —y Sakura empezaba a pensar que ése podía ser un «si» muy grande—, ya no podía verlas. La niebla lo consumía todo. Era como estar ciega. Sakura se estremeció, sintiéndose horriblemente sola. Los últimos minutos habían sido tan extraños que empezaba a preguntarse si no se habría..., bueno, no estaba muy segura de qué era lo que empezaba a preguntarse, y prefería no preguntárselo.

    «Algunas personas dicen que son puertas...»

    Agitó la mano entre la niebla y gotas de agua condensada le perlaron la palma. La sustancia tenía un denso espesor. Sakura sopló sobre el aire blanco suspendido ante ella. Este no se apartó.

    —¿Ho-hola? —llamó, sintiéndose al borde del pánico.

    Un movimiento repentino hizo que la blancura titilara por un instante en un oscuro borrón. Ahí. No, pensó Sakura mientras se daba la vuelta, ahí. Inexplicablemente, la temperatura volvió a bajar y los dientes le empezaron a castañetear. El granizo dejó de humear sobre el suelo.

    Se echó hacia atrás con un estremecimiento hasta quedar sentada sobre los talones y aguardó nerviosamente, medio esperando que algo espantoso saltara sobre ella.

    Justo cuando sus nervios en tensión estaban a punto de ceder, Sasuke surgió de la niebla o, mejor dicho, en un momento dado Sasuke no estaba allí y al siguiente se materializaba ante ella.

    —Oh, gracias a Dios —jadeó Sakura, llena de alivio—. ¿Qué...? —«ha sucedido» era lo que estaba intentando decir, pero las palabras murieron en su garganta cuando él fue hacia ella.

    Era Sasuke, pero de algún modo... no era Sasuke. Cuando se movió, la niebla se apartó de él como si Sakura estuviera viendo algo salido de una película de ciencia-ficción terrorífica. Su cuerpo era una oscura mole encorvada sobre el telón de fondo de la blancura. La expresión que había en aquellas facciones que parecían haber sido talladas por el cincel de un escultor era tan fría como el hielo sobre el que se hallaba arrodillada Sakura.

    Sacudió la cabeza una vez, dos, en un intento de disipar aquella estúpida ilusión.

    Parpadeó varias veces.

    «Es casi inhumanamente hermoso», pensó sin apartar los ojos de él. La tormenta había liberado sus cabellos de la sujeción de la cinta de cuero y éstos le caían hasta la cintura en una enredada cascada mojada. Tenía un aspecto salvaje e indómito. Animal. Depredador.

    Incluso se movía como un animal, todo él seguridad y fluida fortaleza.

    «Y lo único que quiere el diablo a cambio —dijo una vocecita en tono de advertencia— es un alma.»

    «Oh, por favor —se reconvino Sakura a sí misma adustamente—. Es un hombre, nada más. Un hombre enorme, hermoso y que a veces da un poco de miedo, pero eso es todo.»

    Grácil como un tigre al acecho, el hombre enorme, hermoso y que daba un poco de miedo hincó las rodillas en el suelo delante de ella, sus oscuros ojos reluciendo en la tenebrosa noche. Estaban arrodillados a tan sólo unos centímetros el uno del otro. Cuando él habló, sus palabras fueron articuladas de manera extrañamente laboriosa, como si el hablar supusiera un inmenso esfuerzo. Las palabras, cuidadosamente espaciadas, salían de sus labios como a ráfagas, con pausas entre ellas.

    —Te daré. Todos. Los objetos valiosos que poseo. Si me. Besas y no haces. Preguntas.

    —¿Uh? —boqueó Sakura.

    —Nada de preguntas —siseó él.

    Sacudió la cabeza violentamente, como si intentara quitarse algo de ella. Sakura se apresuró a cerrar la boca.

    Estaba demasiado oscuro para que ella pudiera distinguir sus ojos con claridad, y los planos de su rostro quedaban cubiertos por las sombras. En la penumbra neblinosa, sus exóticos ojos del color del cobre parecían tan negros como la medianoche.

    Sakura lo miró. Sasuke permanecía completamente inmóvil, igual que un tigre antes del salto con el que caerá sobre su presa para matarla. Sakura buscó con la mirada las manos de Sasuke y las encontró, apretadas en dos tensos puños. «Nunca se muestra más reservado que cuando siente más intensamente», se recordó a sí misma. Cerró sus manos sobre las de él.

    Una sucesión de estremecimientos repentinos desgarró el cuerpo de Sasuke. Cerró los ojos por un instante y cuando volvió a abrirlos, Sakura hubiese podido jurar que vio... cosas que se movían detrás de ellos, y tuvo esa misma extraña sensación que ya había experimentado una vez en el ático de él, como si hubiera otra presencia con ellos, antigua y fría.

    Entonces los ojos de él se aclararon, revelando una desolación tan absoluta que Sakura sintió que se le hacía un nudo en la garganta y apenas si pudo tragar aire.

    Sasuke sufría. Y ella quería disipar aquella pena. Nada más importaba en realidad. Ni siquiera quería sus estúpidas antigüedades a cambio; lo único que quería era borrar aquella horrenda mirada de los ojos de él, sin que le importara cómo hacerlo.

    Se humedeció los labios y ése fue todo el estímulo que él pareció necesitar.

    La estrechó entre sus brazos, la alzó en vilo y, con unas cuantas poderosas zancadas, dejó su espalda apoyada en una de las piedras verticales.

    «Ah, así que las piedras siguen aquí —pensó Sakura vagamente—. O yo sigo aquí. O lo que sea.»

    Y entonces la boca de él cayó sobre la suya con todo su ávido calor, y a Sakura ya no podría haberle importado menos dónde estaba o dejaba de estar. Hubiera podido estar apoyada contra un enorme oso impaciente por saciar el hambre del invierno y le habría dado absolutamente igual, porque Sasuke la estaba besando como si su vida dependiera de aquel enredo de lenguas y del calor que había entre ellos.

    Sasuke selló la boca de Sakura con la suya, buscando y reclamando con su lengua aterciopelada. Hundió las manos en sus rizos mojados, envolviéndose los puños con ellos mientras mantenía acunada la cabeza de Sakura en sus grandes y poderosas manos y su cálida lengua se sumergía todavía más adentro en su boca.

    Sakura nunca había conocido a un hombre que besara así. Había algo en él, una crudeza, una sensualidad terrenal que rayaba en lo bárbaro, algo que ella nunca sería capaz de explicar a otra persona. Había que ser besada por Sasuke Uchiha para entender lo devastador que resultaba su beso y cómo podía hacer que una mujer cayera de rodillas ante él.

    Por un momento Sakura ni siquiera fue capaz de moverse. Lo único que pudo hacer fue recibir el beso de Sasuke, sin que consiguiera reunir las fuerzas necesarias para devolvérselo. Sentía como si estuviera siendo consumida, y sabía que el sexo con él sería un poco sucio y completamente crudo. No habría ninguna clase de inhibición. Ella ya se había visto atada a su cama con pañuelos de seda, y sabía qué clase de hombre era él. Aturdida y sintiendo que le daba vueltas la cabeza, Sakura se aferró a él y se arqueó contra Sasuke mientras gozaba con la sensación de sus grandes manos deslizándose sobre su cuerpo, una de ellas buscando con impaciencia por debajo de su sujetador para luego cerrarse ásperamente sobre sus pechos mientras la otra le sostenía el trasero y la elevaba contra él. Febrilmente, ella pasó las piernas alrededor de sus poderosas caderas.

    Sakura estaba tan excitada que todo su cuerpo palpitaba, dolorido y vacío. Un instante después gimoteó en la boca de Sasuke cuando él alteró su postura aquella ultima fracción, dejándolos encajados el uno en el otro de tal modo que su duro promontorio quedó acunado en el calor rendido que le ofrecía ella. «¡Oh, por fin!» Después de habérselo denegado a sí misma, rechazando incluso el permitirse pensar en ello, de pronto él estaba allí con toda su cálida enormidad de hombre limpiamente atrapada en la uve de los muslos de ella. Sasuke volvió a dejarle apoyada la espalda en la piedra y se apretó contra ella, en un contacto que la llevó a un nuevo frenesí erótico.

    Enredando los dedos en la sedosa y abundante cabellera de Sasuke, Sakura se tensó contra su cuerpo y empezó a arquearse hacia arriba para ir a su encuentro cada vez que él la embestía. Los labios de él permanecían unidos a los suyos, su lengua profundamente introducida en su boca. Sakura se sentía delirar de pura necesidad. Sus defensas no se habían limitado a ceder, sino que se habían derrumbado por completo, y ahora anhelaba desvergonzadamente tener todo aquello con lo que él había estado provocándola durante tanto tiempo.

    Como si le hubiera leído los pensamientos, él capturó una de sus manos en la suya y la guió entre los dos para apretarle la palma contra la dura protuberancia que había en sus tejanos, y Sakura dejó escapar un jadeo ahogado cuando se percató de lo grande que era ésta. Sólo había podido tener un fugaz vislumbre de la virilidad de Sasuke cuando él dejó caer su toalla, pero no había parado de hacerse preguntas desde que encontró aquellos condones incriminatorios. Acogerlo no iba a ser fácil, pensó con un oscuro estremecimiento erótico. Todo lo referente a él era demasiado masculino y eso la llenaba de júbilo, seduciéndola para que por fin aceptara sus fantasías más privadas. Por su misma naturaleza, él era la respuesta a todas ellas. Sí, Sasuke era un hombre oscuro, dominante y peligroso.

    Lo tocó frenéticamente en un apresurado intento de encontrar su forma a través de los tejanos, pero la maldita prenda estaba demasiado tensa a causa del pesado bulto de su virilidad. Sakura soltó un pequeño gemido de frustración; gruñendo salvajemente, él la cambió de postura en sus brazos y, apoyándola contra las piedras, la sostuvo con un brazo mientras se desabrochaba los tejanos con rudeza.

    Mirándolo con los ojos muy abiertos, Sakura jadeó al ver su hermoso y oscuro rostro tenso de lujuria mientras se liberaba. Quería, necesitaba, ya no podía conformarse con seguir pensando en ello. La intensidad de la atracción existente entre ambos hacía que le resultara completamente imposible pensar con claridad. Un instante después él empujaba la gruesa y caliente dureza de su miembro dentro de la mano de ella.

    Sakura descubrió que no podía cerrar la mano alrededor de él. La respiración se le quedó atrapada en la garganta, y dejó caer la cabeza hacia delante hasta que ésta quedó apoyada contra el pecho de él. No, era imposible.

    —Puedes tomarme, muchacha.

    Él le sostuvo la mandíbula con la palma de la mano y levantó su rostro para darle más acuciantes y cálidos besos. Después cerró la mano sobre las suyas y las hizo subir y bajar a lo largo de su gruesa erección. Sakura gimoteó, deseando que sus tejanos se derritieran para poder acogerlo dentro de ella.

    —¿Me necesitas, Sakura? —quiso saber él.

    —Yo diría que sí, pero no me parece que éstos sean ni el momento ni el lugar apropiados —dijo con seca firmeza una voz que se abrió paso a través de la noche.

    Sasuke se envaró junto a ella con un salvaje juramento.

    Sakura emitió un sonido que era mitad sollozo y mitad chillido sobresaltado. «¡No, no, no! —quería gritar—. ¡Ahora no puedo parar!» Nunca en la vida había anhelado nada con semejante desesperación. Deseó que quienquiera que había hablado simplemente desapareciese. No quería regresar a la realidad, no quería pensar en las consecuencias de lo que se disponía a hacer. No quería volver a la miríada de preguntas a las que tendría que hacer frente: acerca de Sasuke, acerca de su paradero actual, acerca de sí misma.

    Los dos permanecieron como paralizados ese momento tan íntimo durante lo que pareció una eternidad llena de desdicha, y después Sasuke se estremeció y puso una mano debajo del trasero de Sakura, la dejó apoyada en la piedra y luego apartó la mano de ella. Sakura se encontró con serias dificultades a la hora de soltar de una vez lo que no quería dejar de sujetar y Sasuke y ella libraron una corta, silenciosa y ridícula batalla que terminó siendo ganada por él, lo que probablemente era justo, admitió Sakura de mala gana, dado que después de todo, aquello formaba parte de su cuerpo.

    Sasuke se quedó inmóvil durante unos instantes que dedicó a respirar con inhalaciones cuidadosamente medidas, y luego la bajó al suelo.

    Necesitó varios minutos para volver a abrocharse los tejanos. Después, inclinando hacia delante su oscura cabeza para llevar los labios a la oreja de Sakura, le habló con voz enronquecida por el deseo:

    —No habrá vuelta atrás, muchacha. Ni se te ocurra pensar que luego me dirás que no vas a ser mía. Serás mía.

    Después le envolvió la cintura con un fuerte brazo e hizo que ambos se volvieran para saludar al intruso.

    Sakura, todavía sin aliento y aturdida por el deseo, tardó unos instantes en poder enfocar la mirada. Cuando lo hizo, se asombró al descubrir que la niebla se había desvanecido tan completamente como la tormenta, dejando la noche bañada en la perlina luminiscencia de una gran luna suspendida justo más allá de los grandes robles que se alzaban alrededor del círculo de piedras. Se negó a tomar en consideración el hecho de que poco antes no había habido ningún roble alrededor del círculo de piedras, sólo una vasta extensión de césped impecablemente recortado. Si dedicaba demasiado tiempo a pensar en eso, quizá volverían a entrarle ganas de vomitar.

    Así que se concentró en el anciano de cabellos blancos como la nieve que le llegaban hasta los hombros, vestido con una larga túnica azul, que permanecía inmóvil a una docena de pasos de distancia, su delgada espalda vuelta hacia ellos.

    —Ya puedes volverte —le ladró Sasuke.

    —No hacía sino concederos toda la intimidad que estaba en mi mano —murmuró el hombre defensivamente, su postura rígida.

    —Si hubieras deseado concederme un poco de intimidad, habrías regresado a tu castillo sin perder un instante, anciano.

    —Cierto —respondió el hombre en un tono tan seco como el suyo—, ¿para que así pudieras volver a desaparecer? Eso ni pensarlo. Ya te perdí en una ocasión. No volveré a perderte.

    Con esas palabras, el anciano se volvió hacia ellos y Sakura lo contempló con ojos llenos de asombro. ¡Ella ya había visto antes a aquel anciano en alguna parte! Pero ¿dónde?

    «Oh, no.» Sakura sacudió la cabeza, negando el pensamiento con la misma rapidez con que éste le había venido a la cabeza. Ese mismo día, en la galería de retratos del castillo de Maggie Uchiha. Había visto varios retratos de aquel anciano expuestos en una sección donde media docena de pinturas habían sido descolgadas alrededor de ellos, dejando grandes manchas oscuras en la pared. Aquello era en parte lo que había atraído su mirada hacia los cuadros. Maggie le había dicho que los otros retratos de ese período histórico en particular —inicios del siglo XVI— habían sido descolgados de la galería y enviados a que los restaurasen.

    El rostro de aquel hombre se le había quedado grabado porque se había sentido cautivada por su increíble parecido con Einstein. Con sus cabellos blancos como la nieve, profundos ojos castaños circundados por finas líneas y hondos surcos enmarcando su boca, el anciano guardaba una inquietante semejanza con el gran teórico de la física. Aparte de ello, también recordaba un poco a un hechicero. Incluso Sakurasou se había mostrado de acuerdo con una radiante sonrisa cuando Sakura hizo una observación al respecto.

    —¿Q-quién es e-ese hombre? —le preguntó a Sasuke con un balbuceo entrecortado.

    Como Sasuke no replicó, el anciano se pasó las manos por sus largos cabellos blancos y frunció el ceño.

    —Soy su padre, querida mía. Fugaku. Y estoy pensando que él no te ha contado más de lo que Izuna le contó a Sakurasou antes de traerla aquí. Es así, ¿verdad? ¿O será que no ha llegado a contarte ni siquiera esa parte?

    Dirigió una mirada acusadora a Sasuke.

    Este parecía haberse convertido en una estatua de piedra junto a ella. Sakura alzó los ojos hacia él, pero Sasuke se negó a mirarla.

    —Dijiste que tu padre estaba muerto —murmuró nerviosamente.

    —Y lo estoy —convino Fugaku—, en el siglo veintiuno. Pero no en el siglo dieciséis, querida mía.

    —¿Huh? —parpadeó Sakura.

    —Cuando uno reflexiona un poco enseguida se da cuenta de lo extraño que resulta, ¿verdad? —admitió él con expresión pensativa—. Como si yo fuera inmortal en mi propia rebanada de tiempo. Oh, sí, basta con pensar en ello para ponerse a temblar.

    —¿El s-siglo d-dieciséis?

    Sakura tiró de la manga de Sasuke en una súplica dirigida a que interviniera inmediatamente y aclarase las cosas. Pero él no lo hizo.

    —Así es, querida mía —dijo Fugaku.

    —O sea, quiere decir que dado que lo estoy viendo, y dado que eso significa que o está vivo o estoy soñando o me he vuelto loca, si no estoy soñando y no me he vuelto loca, entonces ahora tengo que estar, ejem..., ¿allí donde usted no está muerto? —preguntó Sakura cautelosamente, asegurándose de que no lo planteaba con demasiada claridad porque en ese caso tendría que aceptarlo como un pensamiento válido.

    —Una brillante deducción, querida mía —dijo Fugaku con aprobación—. Aunque has llegado a ella por caminos un poco tortuosos. Con todo, tienes aspecto de ser una joven muy inteligente.

    —Oh, no —dijo Sakura firmemente al tiempo que sacudía la cabeza—. Esto no está sucediendo. No estoy en el siglo dieciséis. Eso no es posible.

    Volvió a alzar los ojos hacia Sasuke, pero éste seguía negándose a mirarla.

    Fragmentos inconexos de conversación pasaron entonces por su mente: frases acerca de puertas y antiguas maldiciones y razas míticas.

    Sakura contempló el perfil esculpido de Sasuke mientras repasaba apresuradamente una serie de hechos que de pronto habían adquirido un terrible significado: él sabía más idiomas que nadie que ella hubiera conocido jamás, lenguas que llevaban mucho tiempo muertas; tenía antigüedades en un inmejorable estado de conservación; buscaba libros centrados en la historia de Irlanda y Escocia durante la Antigüedad. La había tenido de pie en el centro de un círculo de piedras milenarias y le había pedido que fuera con él a algún sitio acerca del cual no podía hablarle, pero que debía enseñarle, como si sólo viéndolo fuera a creerle. Y una terrible tormenta había estallado de pronto en el interior de aquel círculo de piedras y Sakura había sentido como si estuvieran partiéndola en mil pedazos. Había habido un súbito cambio en el clima, ahora el paisaje incluía árboles centenarios que no habían estado allí antes, y había un anciano que afirmaba ser el padre de Sasuke ... en el siglo XVI.

    Y ya que habían empezado a hablar de ese tema y si cualquier aspecto de sus circunstancias actuales era real, ¿qué estaba haciendo el padre de él en el siglo XVI, por el amor del cielo? Sakura se aferró a ese pequeño y hermoso fragmento tan flagrantemente falto de lógica como prueba de que tenía que estar soñando.

    A menos...

    «¿Y si te dijera, muchacha, que soy un druida procedente de un pasado muy lejano?»

    —¿Cómo? —exclamó, alzando la cabeza hacia Sasuke para fulminarlo con la mirada—. ¿Se supone que he de creer que tú también eres del siglo dieciséis?

    Entonces él la miró por fin, y dijo envaradamente:

    —Nací en el año mil cuatrocientos ochenta y dos, Sakura.

    Sakura dio un respingo como si él la hubiera golpeado. Después se echó a reír, e incluso ella oyó la nota de histeria que había en su voz.

    —Claro —dijo alegremente—. Y yo soy el Ratoncito Pérez.

    —Tú sabes que percibiste algo acerca de mí —insistió él implacablemente—. Sé que fue así. He podido verlo en la manera como me miras algunas veces.

    Dios, era cierto que lo había hecho. Repetidamente. Había tenido la sensación de que él era extrañamente anacrónico, había experimentado una curiosa sensación de antigüedad.

    —Eres fuerte, mi pequeña Sakura. Puedes aceptar esto. Sé que puedes hacerlo. Yo te ayudaré. Puedo explicártelo, y entonces verás que esto no es ninguna... magia, sino una clase de física que los hombres modernos no pueden...

    —Oh, no —lo interrumpió ella al tiempo que sacudía la cabeza con vehemencia. Un ataque de hipo puso un brusco fin a su risa—. Es imposible —insistió, rechazándolo todo con un gran barrido unilateral de su mano—. Todo esto es imposible. —Hipo—. Estoy soñando, o... algo. No sé de qué se trata, pero no voy a... —hipo— seguir pensando en ello. Así que no hace falta que te molestes en tratar de convencerme de que...

    De pronto se sintió demasiado aturdida para seguir hablando y se calló. El trauma de la tormenta unido al absurdo de aquella conversación eran demasiado para ella. Sentía como si las rodillas se le fueran a doblar en cualquier momento. «Realmente —pensó llena de confusión—, la capacidad de asimilación de una persona tiene un límite, y lo de los druidas que viajan por el tiempo es ir demasiado lejos.» Un nuevo estallido de aquella risa que no podía controlar burbujeó dentro de ella.

    Como desde una gran distancia, oyó la voz malhumorada de Fugaku:

    —Es bueno volver a verte, muchacho. Shizuzne y yo te hemos echado mucho de menos. Vaya, la jovencita está a punto de perder el conocimiento. Podrías sujetarla ahora antes de que se caiga, hijo.

    Cuando los fuertes brazos de Sasuke se deslizaron alrededor de ella, Sakura dejó de escuchar las voces y se entregó al misericordioso abrazo de la nada, porque sabía que cuando volviera a despertar, todo estaría bien. Estaría acostada en la cama, en el castillo de Sakurasou e Izuna, después de uno de esos sueños extrañamente intensos acerca de Sasuke.

    «Prefiero los sueños sexuales», fue su último y enfadado pensamiento, mientras sus rodillas finalmente se daban por vencidas y la mente se le quedaba en blanco.

    .

    .

    Neji Hyūga estaba adormilado —no dormido, porque los Tuatha de Danaan no dormían—, flotando a la deriva por la memoria y el tiempo cuando los nueve miembros del consejo aparecieron detrás del estrado de su reina.

    Neji se incorporó de golpe.

    Uno de ellos le habló al oído a la reina. Ella asintió y los envió de regreso a dondequiera que tuviese su hogar el esquivo consejo.

    Entonces Mito, reina de los Tuatha de Danaan, alzó las manos hacia el cielo y dijo:

    —El consejo ha hablado. Será juicio de sangre.

    Neji se dispuso a ponerse de pie, pero se contuvo y se obligó a recostarse nuevamente en el cojín de su sillón. Esperó en silencio mientras mensuraba las reacciones de los otros Tuatha de Danaan reunidos en el bosque de la isla de Morar, donde a la reina le gustaba establecer su corte. Los demás se removieron lánguidamente bajo los doseles de seda donde habían estado dormitando, y sus melodiosas voces se elevaron en un suave zumbido.

    No oyó ninguna protesta. «Imbéciles —pensó Neji—. Es un prodigio que hayamos sobrevivido durante tanto tiempo.» Aunque inmortales, los Tuatha de Danaan podían ser destruidos.

    Cuando Neji habló, lo hizo con una falta de pasión rayana en el aburrimiento, como convenía a su raza.

    —Reina mía, desearía hablar, si me lo permitís.

    Mito volvió los ojos hacia él. Un destello de apreciación brilló en su mirada mientras lo recorría de pies a cabeza. Neji lucía su apariencia favorita, la de un herrero muy alto de oscuros cabellos y cuerpo musculoso. Un hombre de belleza ultraterrena que era muy dado a acechar a los viajeros humanos, particularmente a las mujeres. Un herrero que los llevaba a lugares y les hacía cosas que luego recordaban como oscuros sueños llenos de un inacabable placer.

    —Puedes disponer de mi oído —dijo Mito, inclinando la cabeza majestuosamente.

    Y en raras ocasiones, pensó Neji, también de otras partes de su persona, cuando la reina decidía hacerle esa merced. Mito le tenía un cierto cariño, y en ese momento él contaba con ello. Neji era distinto de cualquier otro de su raza en pequeños aspectos que lo tenían tan perplejo como a ellos. Pero la reina parecía disfrutar con aquellas diferencias. De todos sus súbditos, Neji sospechaba que él era el único que todavía conseguía sorprenderla un poco. Y la sorpresa era néctar de los dioses para aquellos que vivían por siempre, para aquellos que ya hacía una eternidad que habían perdido el don del asombro y la maravilla. Para aquellos que espiaban los sueños de los mortales porque ellos no poseían sueños propios.

    —Reina mía —dijo, hincando una rodilla ante ella—, ya sé que los Uchiha rompieron su juramento. Pero si uno examina a esos Uchiha, descubre que se han comportado de manera ejemplar durante millares de años.

    La reina lo contempló por un largo instante con fría impasibilidad y luego encogió un delicado hombro.

    —¿Y?

    —Considerad al hermano del hombre, reina mía. Cuando Izuna fue encantado por una vidente y se lo obligó a dormir durante cinco siglos, el linaje de los Uchiha quedó destruido. Cuando fue despertado en el siglo veintiuno por una mujer, hizo cuanto estaba en sus manos para regresar a su tiempo y evitar la catástrofe de manera que su linaje permaneciera intacto para seguir protegiendo la sabiduría.

    —Ya estoy al corriente de todo ello. Lástima que su hermano no fuese como él.

    —Creo que lo es. Sasuke rompió su juramento únicamente para salvar la vida de Izuna.

    —Eso es un motivo personal. El linaje no se vio amenazado. Los Uchiha tenían expresamente prohibido utilizar las piedras en beneficio propio.

    —¿De qué manera era eso un motivo personal? —argumentó Neji—. ¿Qué ganó Sasuke haciendo lo que hizo? Aunque salvó la vida de Izuna, Izuna siguió durmiendo. Sasuke no recuperó a su hermano. No obtuvo nada.

    —Entonces su insensatez fue aún mayor.

    —Sasuke es tan honorable como su hermano. No hay mal alguno en lo que hizo.

    —La pregunta es si Sasuke rompió su juramento, no si es malvado. Y lo hizo. Los términos del Pacto fueron claramente definidos.

    Neji tragó aire con una cautelosa inspiración.

    —Fuimos nosotros los que les concedimos el poder de viajar a través del tiempo. Si no lo hubiéramos hecho, la tentación nunca habría existido.

    —Ah, ¿así que ahora la culpa es nuestra?

    —Sólo estoy diciendo que él no utilizó las piedras para obtener riqueza o poder político. Lo hizo por amor.

    —Hablas igual que un humano.

    Era el insulto más bajo entre los de su raza.

    Neji permaneció sensatamente callado. Aquélla no era la primera vez que sus alas proverbiales eran cortadas por la reina.

    —Sea cual sea el motivo por el que lo hizo, Neji, ahora alberga a nuestro antiguo enemigo dentro de él.

    —Pero todavía no se ha vuelto oscuro, mi reina. Ya han transcurrido muchos meses mortales desde que tomaron posesión de él. ¿A cuántos humanos conocéis que puedan mantener a raya a esos trece druidas sólo con la fuerza de su voluntad? Vos los conocéis bien. Sabéis cuál es su poder. ¿Y aun así lo someteríais al juicio de sangre que ha solicitado el consejo? ¿Mataríais a todas las personas a las que él quiere sólo para ponerlo a prueba? Si vos destruís a todo su linaje por esto, ¿quién volverá a negociar El Pacto entonces?

    —Quizá viviremos sin él —dijo ella alegremente, pero Neji vio una tenue sombra de inquietud en sus hermosos e inhumanos ojos.

    —¿Estaríais dispuesta a correr ese riesgo? ¿Queréis ver cómo nuestros mundos entran en colisión y cómo los humanos y los Tuatha de Danaan vuelven a vivir juntos? Los Uchiha han roto su juramento, pero nosotros todavía no hemos violado nuestra parte. El Pacto dejará de estar en vigor y los muros que se alzan entre nuestros reinos se desplomarán. El juicio de sangre nos obligará a compartir la tierra, mi reina. ¿Es eso lo que queréis?

    —Tiene razón —dijo su consorte, saliendo de su somnolencia para hablar—. ¿El consejo ha tomado en consideración eso?

    Si Neji conocía al consejo la mitad de bien de lo que creía conocerlo, sí que lo habría hecho. En el gran consejo había quienes echaban de menos las viejas costumbres, aquellos que extraían su sustento del caos y las mezquinas maquinaciones. Afortunadamente, su reina no figuraba entre ellos. Excepto en lo que concernía a sus caprichosos entretenimientos, Mito sentía un inmenso desdén por los humanos y tenía muy pocos deseos de verlos caminar de nuevo por su mundo.

    El silencio cayó sobre la corte.

    Mito entrelazó sus esbeltos dedos y apoyó su delicada barbilla en ellos.

    —Interésame. ¿Estás sugiriendo una alternativa?

    —En Gran Bretaña existe una orden de druidas, descendientes de los que vos dispersasteis hace milenios, que llevan mucho tiempo esperando el regreso de los draghar. Esos druidas tienen planes para forzar la transformación del Uchiha. Si triunfan, haced lo que deseéis con él. Dejad que ésa sea su prueba.

    —¿Estás presentando una súplica formal por su vida, Amadan? —ronroneó Mito, con una súbita intensidad rielando en su mirada iridiscente.

    Había pronunciado una parte del verdadero nombre de él. Una sutil advertencia. Neji mantuvo los ojos clavados en la lejanía durante largo tiempo. Sasuke Uchiha no significaba nada para él. Y sin embargo lo cierto era que sentía una irreprimible fascinación por los mortales, entre los que pasaba la mayor parte de su tiempo bajo cierta forma, hasta cierto grado. Sí, la raza de Neji tenía poder, pero los mortales tenían otra clase de poder, una que era completamente impredecible: el amor.

    Y en una ocasión, hacía ya mucho tiempo de eso —algo que era casi inaudito entre su especie— él lo había sentido por una mujer mortal.

    Neji había engendrado un hijo medio mortal.

    Neji no había olvidado aquellos breves años con Morgana, aunque después había pasado mucho tiempo esforzándose por conseguirlo. Morgana, que había rechazado su oferta de la inmortalidad.

    Miró a su reina. Mito impondría un precio en el caso de que él llegara a presentar una súplica formal por la vida de un mortal.

    Sería un precio terrible.

    Aunque a fin de cuentas, pensó Neji, con un encogimiento nacido del hastío inmortal, últimamente la eternidad había sido muy plácida.

    —Sí, mi reina —dijo, echando la cabeza hacia atrás y sonriendo serenamente cuando la corte dejó escapar un jadeo colectivo—. Lo hago.

    La sonrisa de la reina fue tan aterradora como hermosa.

    —Fijaré tu precio cuando la prueba del Uchiha haya sido llevada a cabo.

    —Y yo me inclinaré ante vuestra ley, con tal que se me conceda esta merced: en el caso de que el Uchiha consiga vencer a la secta de los draghar, los trece serán reclamados y destruidos.

    —¿Te atreves a proponerme un trato? —Una leve nota de incredulidad tiñó la voz de la reina.

    —Lo hago por la paz de nuestras dos razas. Dadles el descanso eterno. Cuatro mil años han sido tiempo suficiente.

    Lo que sólo podía ser calificado como una sonrisita muy humana cruzó por las delicadas facciones de la reina.

    —Ellos querían la inmortalidad. Yo sólo se la di. —Ladeó la cabeza—. ¿Apostamos sobre cómo terminará esto?

    —Sí, y yo apuesto a que él será derrotado —dijo Neji sin perder un instante.

    Allí estaba, lo que él había estado esperando. La reina era la criatura más poderosa de su raza.

    Y no soportaba perder. Aunque no alzaría una mano para ayudarlo, al menos en aquel momento, tampoco lo haría para hacerle daño.

    —Oh, pagarás, Amadan. Pagarás un precio muy alto por eso. A él no le cabía ninguna duda de que así sería.
     
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