El Heredero

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Marina, 13 Junio 2016.

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  1. Threadmarks: Prólogo
     
    Marina

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    Tauro
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    El Heredero
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    5
     
    Palabras:
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    Prólogo

    El hombre, acuclillado ante aquella tumba simbólica, suspiró profundo y sin quitarse el guante blanco secó con la fina tela una lágrima que imprudente, se asomó en su ojo derecho, por lo que no le permitió rodar libre sobre la cicatriz que marcaba su mejilla; una que se extendía desde el extremo del orbe hasta la comisura labial.

    Días atrás había levantado aquel altar en memoria de su mujer, porque no podía ir al lugar dónde sí reposaban sus restos. No quería lamentarse más. No quería lágrimas por su parte, sino más bien efectuar su venganza. Porque aquéllos que le habían arrebatado a la mujer de su vida junto con su hijo no nacido, debían pagar su vil acto.

    —Señor —escuchó a su espalda, pero no se volvió.

    —Dime, Fabrice —dijo y aunque su voz fue apagada, su fiel servidor pudo escucharlo bien—. ¿Haz descubierto algo que pueda ayudarnos?

    Fabrice, un hombre robusto de edad madura, pero rasgos juveniles, se colocó al lado de su señor, quien aparentemente sin prestarle atención, acomodó las flores sobre la parte superior del sepulcro vacío.

    —Lo siento, señor, no, sino sólo lo que ya sabemos, pero...

    La pausa hizo que por fin el hombre levantara su vista y la concentrara en el rostro de Fabrice, quien acomodándose el sombrero de ala corta y copa alta, continuó al verse ya atendido.

    —Sé como comenzar su venganza —Su mirada gris brilló de manera especial cuando se encontró con la ámbar de su señor—. Hay un médico con ética mediocre y cuyos experimentos le han dado fruto. Él me ha dicho algo que se puede hacer y está dispuesto a colaborar con usted por una pequeña fortuna. ¿Quiere escuchar el plan, señor?

    El hombre se incorporó elevándose sobre la estatura promedio de Fabrice y ahora fue su servidor quien levantó la vista para continuar atento al rostro de su señor, uno de facciones jóvenes, pero endurecidas por el sufrimiento. Sus finos labios se perdían en la apretada línea de amargura. La seriedad de ellos estaba acorde con su fría mirada que pareció helar por un momento a su servidor, quien aclarándose la voz, continuó hablando.

    —Lo que voy a proponerle requiere que usted también deseche sus escrúpulos, señor. Lo que se hará no es para nada convencional. Es de hecho una violación no sólo a la persona, sino a la vida misma por la circunstancia en que se dará. Pero si acepta, será sólo el inicio de su venganza.

    Por como lo dijo Fabrice, se escuchó grave, pero si aquéllos no se habían tentado el corazón para robarle su felicidad, él menos lo haría. Aunque le pareció increíble lo que Fabrice le decía, asimiló pronto el plan aún sin quedar del todo expuesto. Ni siquiera dudó en que sí podía llevarse a cabo lo propuesto, así que sin pensar en negarse, aunque en el fondo se lamentó por la víctima inocente, asintió varias veces mientras Fabrice le contaba.

    —¿Es digna la doncella? —Inquirió más que interesado cuando su servidor finalmente terminó de relatar el proyecto.

    —Lo es. Fuerte y sana en todo sentido. Es la candidata perfecta. Sus enemigos jamás sospecharán de esto, por lo que estará segura. Así que, señor, si usted actúa con cuidado, podrá conseguir la victoria y reclamar lo que le pertenece.

    —Bien. Que se haga como dices, pero que ninguna mano de varón la profane.

    —Claro que no, señor. Desde el momento en que sus firmas se enlacen, ella le pertenecerá, por lo tanto, la misma madre del médico cuya práctica es traer las nuevas vidas al mundo, se encargará de efectuar... eso.

    El hombre volvió a asentir, luego levantó la mirada al cielo. Si éste no le concedía la justicia, entonces la tomaría por su propia mano. No le importaría lastimar, utilizar o pasar por encima de quien fuera para conseguirlo. Su alma clamaba por un justo desquite.
     
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  2. Threadmarks: Capítulo 1
     
    Marina

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    Tauro
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    Gracias a los que leyeron lo anterior n.n

    Capítulo 1

    La posada, a esta hora de la noche estaba silenciosa. Tanto mi padre como los huéspedes y la servidumbre ya descansaban en sus habitaciones. Pero yo en cambio, todavía no me retiraba a mis aposentos, porque al ver el desorden que mi par de asistentas habían dejado en el pequeño cuarto de servicio, supe que no dormiría. Me preocupaba lo mucho que aun nos faltaba para terminar con todos los adornos que año con año nosotras mismas elaborábamos para adornar el salón de fiestas, propiedad de la posada en donde se celebraba la festividad que consideraba la más importante de la comarca y a la que el pueblo había llamado Providence. Ésta sería en pocos días e íbamos lentas con los preparativos.

    Providence era el nombre de la comarca a la que pertenecía, la más grande de otras villas y los señores de estas, los alcaldes, así como los de las iglesias, los obispos y baronías a cargo de los barones, eran súbditos del conde Léonard De Lorik. El territorio de éste era uno de los varios que regía el duque De Lotamont, pero los plebeyos en general eran vasallos de todos ellos. Sin embargo por encima de todo el conjunto se levantaba el monarca de la nación.

    Así que, para llevar a cabo la festividad, siempre teníamos qué contar con el consentimiento del conde De Lorik, el que jamás nos negaba. La celebración solamente era para los de más bajos recursos, aquellos campesinos que trabajaban la tierra de sol a noche destacándose tres tipos: los que eran libres y poseían una parcela, los de remensa que eran los que estaban ligados a la tierra y no podían abandonarla sin permiso de sus señores porque de lo contrario tendrían que pagar dinero siendo esto la remensa y por último los esclavos. Estos grupos constituían la mayor parte de la población.

    La cosecha era buena cada año debido no solo al buen tiempo, sino al arduo trabajo de los campesinos y artesanos.A parte de la agricultura estaba la ganadería y la artesanía, de esta manera la nobleza podía disfrutar todos los lujos que podían obtener de dichas actividades, como los mejores alimentos así como los vestuarios de la más alta calidad. A la clase noble pertenecía también el grupo de los caballeros, quienes lo único que tenían era su caballo, un arnés, armadura y armas, obteniendo el grado de noble por dedicarse a cuidar a los de la nobleza y todos ellos llevaban una grandiosa vida habitando en castillos o mansiones de lujo. Su ocupación primaria era la caza así como las noches de fiesta. La segunda tarea que tenían era participar en violentos torneos y hasta practicaban una tercera: hacer guerra con otros nobles. Entre tanto, los campesinos o plebeyos moraban en pequeñas casas. Se partían el lomo trabajando las tierras, cuidando el ganado o encerrados en las empresas de fabricación tornándose sus vidas de enorme trabajo y monotonía.

    Era por eso que desde hacía cinco años, mi padre, Amis Dómine, había decidido celebrar la última cosecha del año un día después de terminar la recolección, así que realmente la fiesta era para el pueblo, de ahí que se le llamara Providence y, aunque suponía un gran gasto, no nos pesaba, pues nuestro negocio redituaba demasiado bien.

    Nuestra posada, la más grande de la región, estaba ubicada en un punto estratégico. No importaba de qué dirección llegaran los viajeros, la casa de huéspedes quedaba a su paso. El nombre de mi padre era reconocido aunque no llevara un título nobiliario por herencia. El reconocimiento de su buen apellido radicaba en que en su pasado había sido caballero y pertenecido a la guardia real, ganándose el respeto de todos. Había conseguido la jubilación a no muy avanzada edad por el cariño que el monarca le tenía, otorgándole una pequeña recompensa por su leal servicio. El rey le había obsequiado las tierras donde había construido la posada y la que contaba con terrenos circundantes, los que eran suficientemente grandes como para cultivarlos y crear nuestro propio ganado con los que alimentábamos a los huéspedes, por lo que contábamos con una multitud de trabajadores, todos ellos libres porque papá, al igual que yo, detestábamos la esclavitud.

    Así que podíamos darnos el lujo de ofrecerle al pueblo una buena fiesta anual, premiando de ese modo sus intensas labores, además de sacarlos aunque fuera por unas horas de su tediosa rutina. Y el pueblo apreciaba nuestras acciones. Sabían que estábamos de su lado para ayudar, apoyar o fortalecer a cualquier necesitado con los recursos que teníamos a la mano, en cualquier época del año y también sabían que no queríamos recibir nada a cambio, sino sólo ver que les iba bien.

    La reputación de mi padre por sus virtudes, había atraído a personas interesadas del sexo opuesto a mí persona, cosa que realmente me inquietaba, porque mi corazón ya estaba inclinado hacia un gallardo caballero que, cada vez que podía, me visitaba y aunque no estaba bien, esas visitas se daban a veces a horas inoportunas, como sucedió precisamente esta noche en la que estaba terminando con la elaboración de unas guirnaldas de flores.

    Una sola vez sonó el llamado en la puerta, pero fue suficiente para saber que era él, mi caballero. Así que salí del cuarto de servicio y me apresuré por el pasillo iluminado por unos candiles colgados en las paredes. Por fortuna no estaba lejos de la puerta de atrás, que era por donde Blazh Favre siempre me buscaba, porque sabía que a papá no le gustaban estas visitas de media noche. Pero, ¿qué podía hacer él? Sus ocupaciones eran muchas y poco tiempo tenía, así que aprovechaba cualquier oportunidad para venir, siempre rogando, según él, poder verme. Muchas veces no lo conseguía. Eran varias las ocasiones en que se acercaba a la puerta, tocaba una vez y si no obtenía mi respuesta, se retiraba, pero esa noche estaba de suerte, y cuando deslicé la puerta hacia adentro, lo escuché suspirar aliviado. En la penumbra sentí su mirada entusiasmada y también enamorada.

    —Cateline —susurró en cuanto me vio.

    Le sonreí dándole la bienvenida y permití que tomara mi mano y besara el dorso. Eso era lo único que podía permitirle.

    —Me alegra verte —le dije, también en un murmullo.

    Recorrí añorante su rostro de rasgos agraciados, el que podía ver gracias a la tea que Blazh traía consigo para iluminarse en la oscura noche y que había colocado en un lugar en la pared al lado de la puerta. La tea era un trozo de madera envuelta en la parte superior con fibra impregnada de cera. La posada estaba retirada de la población de Providence en donde cuando menos, las calles eran pobremente iluminadas con el resplandor que escapaba de las ventanas de las casas, porque en éstas nunca faltaba en las noches una luz proveniente de las candelas de junco, el hogar, velas o candiles. Así que en territorio campestre todo era oscuridad. Yo estaba acostumbrada a tal oscuridad, pero eso no evitaba que me maravillara del resplandor que escapaba de esos miles de hogares cada vez que visitaba a mi tía ahí.

    —Yo me alegro más —escuché decir a Favre con ternura—. Te extrañé mucho.

    Sentí arder mis mejillas y esperé que él no lo notara. Cuando Favre me decía esas cosas tan bonitas, sentía perder el control del decoro porque poco me faltaba para arrojarme a sus brazos. Pero siempre me dominaba. Era lo propio de una dama decente. Nada de abrazos ni besos con alguien que no fuera de mínimo el prometido de una. Aunque éramos novios, todavía no podíamos decir que nuestra relación fuera propiamente legal, no ante los ojos de papá que exigía más respeto para mí. Estas visitas no terminaban de gustarle. Según él me daban mala reputación y siempre que tenía oportunidad, me reprendía, como seguro lo haría mañana. Porque sin saber cómo, mi padre siempre se enteraba cuando Blazh venía a verme. Desde que Favre pasara a formar parte de la guardia de élite del conde Léonad De Lorik, poco tiempo tenía, además de que se había mudado a la ciudad mayor para mejor atención médica del conde. La distancia entre nosotros era bastante, así que nos veíamos cada vez menos.

    —¿Cómo está el conde? —inquirí con voz suave.

    —Mi bella dama—replicó él serio—, no vine a hablar de mi superior. ¿Cómo estás tú? Te veo más bonita que nunca. Cateline, si pudiera llevarte conmigo, lo haría. La vida lejos de ti es una tortura.

    Volví a ruborizarme. También lo extrañaba mucho y lamentaba que su deber se lo llevara lejos. El conde Léonard De Lorik estaba bastante enfermo. Muchos esperaban ya su muerte, e incluso se rumoraba que su sucesor, su hijo Lorian De Lorik estaba ausente y urgía que se presentara ante su padre. Yo no conocía a la noble familia De Lorik, pero lo poco que escuchaba de ellos no era para nada grato, sobretodo de la condesa. Se contaba de ella que odiaba a su hijastro Lorian y por eso la ausencia de éste. Aunque otros rumores eran que el hombre había enloquecido cuando su matrimonio se vio interrumpido por la muerte de su esposa a sólo un año de casados. También se decía que la dama ambicionaba el puesto para su propio hijo, el menor de los hijos de Léonard de Lorik y medio hermano de Lorian. El cotilleo en Providence había llegado hasta la posada, pero tanto mi padre como yo, preferíamos ignorar tales habladurías.

    —Lamento no estar a tu lado —respondí con sinceridad.

    —Sí, pero en cuanto se recupere el conde, volveremos a la Campiña De Lorik. Pediré tu mano y nos casaremos.

    La Campiña De Lorik, extenso territorio de cultivo de la familia, era vecina de Providence.

    —Espero que sea pronto.

    —Sí, también yo. Te quiero, Cateline.

    —Te quiero, Blazh.

    Así, confesándonos nuestro amor, nos despedimos más enamorados. Era poco lo que nos veíamos, pero valía la pena.
     
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    Borealis Spiral

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    ¡Holi! :D Reportándome aquí a leer fielmente como siempre.
    Bueno, ¿qué decir? El prólogo es raro. Este hombre busca una venganza porque alguien asesinó a su esposa y su sirviente lo ayudará. Eso me queda claro. Pero hablan aquí de un médico y un proceso que sinceramente me da miedo. Esa frase de que a él no le importaría lastimar, utilizar o pasar por sobre cualquiera para conseguir su venganza no me agradan nada; no me inspiran confianza y lo único que puedo decir es que: La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena.

    En cuanto a este primer capítulo, por lo narrado y el que se hable de los condes, nobles, comarcas y demás me hace pensar que la historia está ambientada en un siglo de aquellitos de atrás y me gusta, es interesante, pues no sueles trabajar con esas épocas, salvo claro, en la de el Chico del Tatuaje, pero asumo que esta historia será bastante diferente. Los nombres... agh >.< Muchos para mis gusto y luego tan raros. El más sencillo de aprender será Cateline. Están bonitos y así se llamaba la gente antes, como que elegían nombres muy extravagantes o no sé, pero no creo que me los aprenda de momento xD
    Eh, pues nada más. Esto apenas inicia así que realmente no tengo mucho que decir. Espero el siguiente capítulo con ganas... o lo siguientes, depende. Te amo *o*

    Hasta otra.
     
  4. Threadmarks: Capítulo 2
     
    Marina

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    Bore-chan, muchas gracias por tu incondicional apoyo. Y tienes razón, nombres curiosos esos. José, Juan, Jesús, Pedro, esos son lindos y más fáciles ewe Será una historia no con muchos capítulos, pues ya sabes que no las hago muy largas, y también serán lentas las actualizaciones, creo, porque ya sabes cómo soy cuando comienzo una nueva historia, ni siquiera yo sé a dónde irá, sólo deberá salir sí porque sí oops.

    Capítulo 2

    Papá dejó con delicadeza la taza de porcelana en el pequeño plato a juego, el que a su vez estaba sobre una larga y fina mesa lateral que era parte del cómodo sillón que ocupaba. Los grises ojos de su regio rostro se posaron sobre mí. Estaba a su lado sentada en una silla de madera. Aunque mantenía atención a su figura y palabras, me sentía en las nubes, pues no podía dejar de pensar en Blazh. Traté de poner expresión neutral, pero sabía que no podía engañarlo.

    —Así que vino a verte, a hurtadillas de nuevo y en medio de la noche, ¿verdad? El caballero Favre.

    Su voz seria hizo que volviera mi vista a la labor que estaba haciendo consistente en el bonito bordado del último cojín que adornaría los respaldos de los sillones en el salón y cuya imagen eran unas espigas de cebada. Después miré los otros cojines que ya tenían bordados de frutas, brotes de algodón o alguna otra figura, todo siempre relacionado con el campo.

    —Cateline. —Mi nombre sonó duro también.

    —Sí, lo siento, papá —Finalmente levanté la mirada y enfrenté la suya.

    Los azules ojos de él se oscurecieron mientras movía la cabeza negativamente. Sus delgados labios parecieron una línea aun cuando los abrió para recordarme con voz acerada.

    —Sabes cuánto detesto que lo haga.

    Suspiré, bajé el rostro de nuevo a mi bordado y respondí en tono bajo, avergonzada por no poder seguir sus instrucciones. Pero estaba enamorada, ¿qué podía hacer? Sólo defender mi posición aunque de nuevo, papá no me permitió decir mucho.

    —Lo sé, pero...

    —No hay peros, Cateline. Tu reputación puede caer en el fango por las habladurías. Por tu conducta el desprestigio puede caerle a la familia Dómine.

    —Papá, yo...

    —Si Favre de veras te ama, que aprenda a cuidar tu reputación. ¿Comprendes lo que te digo, hija?

    —Por supuesto, lo comprendo.

    —Bien, espero que sea la última vez.

    Sin esperar una respuesta, papá se levantó e hice lo mismo. Su altura me sobresalía una cabeza, así que se inclinó un poco para darme un beso en la mejilla en señal de paz, luego salió del cuarto de servicio, pero antes de marcharse por el pasillo, asomó la cabeza por la puerta y ordenó, aunque esta vez su tono fue menos adusto.

    —Y dile a ese par que tienes como asistentas que hagan su trabajo. No las mal acostumbres que para trabajar se les paga.

    Lo miré asintiendo. Volvió a desaparecer, pero de nuevo su cabeza volvió a asomarse.

    —Por cierto, esta noche no contaremos con la mitad de los huéspedes para la cena, fueron invitados a la fiesta de Lady Moulian, así que puedes dejar a esas holgazanas para que terminen de una buena vez con todo este desorden que tienes aquí.

    —Sí, papá y usted también debería aprovechar para descansar un poco más. Se ve cansado. Yo me encargaré de recibir a cualquier huésped que llegue, así que no se preocupe.

    Antes de que mi padre desapareciera en definitiva sin aceptar o negar mi sugerencia, lo miré fruncir el ceño y con eso fue suficiente para saber que haría lo aconsejado, así que el resto del día no lo vi más y por ello estuve más atareada, pero no me importó porque sabía que papá estaba teniendo un buen reposo. A mi progenitor se le hacía difícil relegar responsabilidades, pero confiaba en mí y como él mismo había dicho, avanzada la tarde la posada fue vaciándose y al final, ya puesta la noche quedaron unos cuantos huéspedes solamente, quienes decidieron cenar en sus habitaciones, así que también yo cené sola en el enorme comedor, en medio de la luz que arrojaban las lámparas de aceite vegetal y la hoguera en la chimenea.

    Estaba terminando mis alimentos cuando Hugo Leduk, el ayudante del administrador se presentó ante mí. El hombre de unos treinta y cinco años llevaba una vestimenta estilizada y su cabello medianamente largo estaba sostenido con una cinta en moño en la nuca. Tanto sus ojos de color café claro como su nariz eran grandes, frente amplia, quizás por el peinado que lucía y boca regular. Su estatura era más bien baja.

    —Señorita Dómine, necesito la firma de su padre para el contrato de los músicos —me dijo tendiéndome un documento.

    —¿Cómo? —Lo miré sorprendida. Pensaba que el documento con las condiciones estipuladas por los músicos que tocarían en la próxima festividad ya había sido firmado por mi padre—. Creí que ese asunto ya estaba hecho.

    El hombre se movió inquieto, pero sin alterar su expresión, una tranquila por cierto, me respondió.

    —Sí, tiene razón, pero resulta que a última hora aquellos cancelaron y tuvimos que buscar reemplazos. Estos musiquillos no son para nada responsables y aún así se atreven a poner condiciones.

    La pequeña campana que estaba sobre el mostrador del recibidor sonó interrumpiéndolo, lo que mostró que alguien había ingresado para registrarse y que el mostrador estaba solo. Me levanté de la silla y algo irritada, me dirigí a atender al futuro huésped sin dejar de pensar que castigaría al mozo que había dejado a cargo por abandonar su puesto.

    —Señorita —insistió Hugo siguiéndome, moviendo en el aire el contrato—. De verdad urge la firma. ¿Quiere que vaya yo a buscar a su padre?

    Me detuve, tomé el documento y luego continué mi camino para entrar al recibidor, el que sí, estaba sin la guardia del joven que había dejado ahí. Miré con una expresión de disculpa a los recién llegados. Dos hombres y una mujer madura, todos ellos de porte distinguido, en especial uno de ellos que se adelantó hablando en un tono sereno y profundo, quitándose a la vez el sombrero de ala corta y copa alta mostrando el blanco cabello en su totalidad.

    —Buenas noches, señorita. Necesitamos tres habitaciones.

    —Por supuesto —respondí amable colocándome entre la mesa y el gran casillero de madera que estaba dividido en pequeños cubículos, cada uno de ellos enumerado y con las llaves de las habitaciones— ¿Cuánto tiempo se quedarán?

    —Señorita —susurró Hugo—. Necesito ya ese documento.

    El hombre no respondió, sino que miró fijamente mis manos, más específicamente el documento, así que opté por dejarlo sobre la mesa, tomar la pluma del tintero y poner mi firma sin siquiera ver lo que había escrito ahí. Mi rúbrica tenía el mismo poder que la de mi padre porque él me había concedido todos los derechos y si contaba con ellos, ¿para qué molestarlo?

    —Disculpe —dije cuando le regresé el contrato a Hugo, quien bastante aliviado por haber conseguido mi firma, se retiró del lugar.

    —Descuide, señorita —respondió el hombre dando vuelta al sombrero en sus manos y una pequeña sonrisa distendió sus labios. Lo miré ahora sorprendida, pues sus juveniles rasgos contrastaban con su cabello cano, pero más que nada, noté que el brillo de su mirada era inusual—. Sólo nos quedaremos esta noche.

    —Muy bien —asentí acercando el grueso libro de registros, el que papá se empeñaba en usar. Lo abrí y mostrando un lugar, le indiqué al hombre que firmara o si no sabía escribir, que pusiera una tacha.

    El hombre puso un garabato como firma que realmente no me interesó descifrar. Le cobré por las habitaciones y enseguida soné la campana para hacer venir a alguno de los empleados para que condujera a los nuevos huéspedes a las alcobas designadas, aunque también noté que no traían mucho equipaje con ellos. Mientras los veía alejarse, descubrí que un par de veces la mujer, una de apariencia menuda, se volvió a verme y eso me pareció extraño. No pude evitar estremecerme. Mi padre y yo no teníamos manera de saber qué clase de personas eran las que se hospedaban con nosotros y estábamos conscientes que siempre corríamos un gran riesgo de caer en manos de criminales, prófugos de la ley, asesinos y demás.

    Pero hasta ahora habíamos corrido con suerte, así que olvidando a los últimos huéspedes después de hacerles llegar su cena, me ocupé junto con mis dos ayudantes a terminar con los preparativos de la festividad y también a poner orden en la habitación de servicio. Por lo tanto, de nuevo era avanzada la noche cuando me dirigí a mi propia habitación para descansar.

    En cuanto puse la cabeza en la almohada, caí en un sopor y aunque estaba por entrar al sueño profundo, un sonido llamó mi atención. Medio abrí los ojos con bastante pereza cuando escuché las bisagras de la puerta rechinar, como si esta hubiese sido abierta, pero al ver hacia ahí no vi nada, así que me dejé envolver por el sueño, mas de pronto, antes de caer por completo en la inconsciencia, sentí sobre mí nariz y boca algo húmedo, como la consistencia de un pedazo de tela mojada en algo. Me moví un poco tratando de despertar por completo sin lograrlo.

    Después de eso no supe nada.
     
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    Hinagiku

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    Reportándome después de un siglo sin aparecerme por estos lares.

    La verdad es que ya de por sí la palabra “venganza” es bastante fuerte, por todo lo que ello conlleva… y me lo confirma la línea en que menciona que al señor no le importaría nada pasar por encima de quien sea para lograr su macabro objetivo. Estará dispuesto a todo.

    Me sorprende lo rápido que aceptó la sugerencia de Fabrice; es evidente que le salió lo más negro de lo profundo de su alma por la muerte de su mujer. Tremendo.


    Interesante comienzo.

    Más tarde me pasaré a leer los capítulos restantes y comentaré <3.


    Saludos.
     
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  6. Threadmarks: Capítulo 3
     
    Marina

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    Hola @Hinagiku muchas gracias por leer ese pequeño prólogo. La historia irá lento, así que puedes, siempre y cuando lo desees, seguir la historia a tu ritmo =)

    Capítulo 3

    Abrí los ojos y luego los cerré porque me lastimó la intensa luz que entraba a través del cristal del amplio ventanal. Alguien había levantado las cortinas. Por la luminosidad en la alcoba supe que el sol se había levantado alto en el cielo. ¿Cómo es que me había quedado dormida tan tarde? Gemí llevándome una mano a la frente, como si así pudiera desprender de mi cabeza el espantoso dolor. De la fuente lagrimal brotaron las saladas gotas inundando mis orbes.

    —Por fin despertó, señorita Cateline —escuché a mi lado una voz, pero fui incapaz de saber a cual de mis asistentas pertenecía.

    —Iré a avisarle al señor —dijo otra voz y así supe que las dos sirvientas estaban conmigo, pero casi de inmediato oí a una de ellas salir.

    —¿Dorine? —susurré intentando de nuevo abrir la mirada, pero la luz me lastimaba mucho, quizás debido al intenso dolor que hacía palpitar mi cabeza de manera escalofriante. Las lágrimas resbalaron a los costados de mis sienes porque yacía boca arriba. Pude sentir como la misma almohada parecía incrustarse como roca en mi nuca. Así de sensible estaba.

    —No, señorita, soy Katia.

    —Katia, ¿qué me ha sucedido? —inquirí muy confundida cuando la voz de mi asistente tronó en mis oídos de manera estridente.

    Sin abrir los ojos quise levantarme, pero Katia no me lo permitió. Me contuvo sobre la cama diciéndome:

    —No, señorita, no está bien. El médico no tarda en venir. El señor mandó por él cuando usted no despertaba.

    Sí me sentía muy enferma. Tomé la manta y tapándome con ella el rostro, abrí los ojos debajo, soportando así la luz hasta que me acostumbré. Después retiré la sábana estremecida hasta los huesos. La jaqueca se acrecentó, pero logré dominarme. Así pude sentarme ante la protesta de Katia.

    —Esta bien, Katia, no te preocupes —le dije con voz opaca y cosa curiosa, no sé cómo estaba mi apariencia, pero casi podía palpar la palidez de mi rostro por el agudo malestar estomacal que sentía también. Mi asistenta me miró muy mortificada—. Estaré bien, pero por favor no hablas tan fuerte.

    Katia frunció el ceño ante mi petición, porque la verdad no era como si estuviera gritando, pero trató de bajar el tono cuando me aconsejó.

    —Será mejor que se acueste, señorita. Su padre me reñirá si la ve levantada en su estado. Está muy pálida, ¿sabe? No tiene buena apariencia.

    Perfecto, sus palabras me confirmaban mi sentimiento. Ignorándola, me puse de pie, pero el tremendo mareo casi me devuelve de nuevo a la cama. Katia me detuvo para evitar que cayera.

    —Ya te dije que estoy bien —afirmé terca y me sentí palidecer más ante el esfuerzo de mantenerme en pie—. Mejor prepárame la bañera. Un baño me vendrá bien ahora

    Al terminar de hablar, sentí el deseo de vomitar. Las náuseas fueron horribles, así que tuve que sentarme derrotada. Me concentré en dominar mi organismo respirando hondo una y otra vez y entre eso, insistí.

    —Anda, quiero bañarme.

    Katia negó con la cabeza, pero obedeció mi orden quizás porque se convenció que bañarme lograría restituir mi bienestar.

    Así, mientras veía a mi asistenta ir de un lado a otro realizando la labor de llenar con agua tibia la bañera —un recipiente forjado en hierro y sostenida en cuatro patas— me mantuve apacible, sentada en el borde de la cama. En ese instante descubrí algo en la sábana que incrementó mi malestar, en especial la incomodidad que sentía en mi bajo vientre. Las gotas de sangre que descubrí en la manta que cubría el colchón me preocupó mucho, porque me pareció extraño ya que hacía un par de semanas que había tenido mi periodo y era muy exacta con eso. De pronto sentí mucho frío a pesar de que la temperatura del ambiente era cálida. Tanta frialdad que cuando Katia me ayudó a despojarme de mi camisa de dormir para luego sumergirme en la bañera, me estremecí porque mi cuerpo sintió el agua helada.

    —¡Te quedó muy fría! —me quejé con voz temblorosa.

    —No, señorita, está como siempre. Es sólo que usted no está bien —me respondió enjabonando mi cabello y dando masaje en el cuero cabelludo—. Su padre va a castigarme por permitirle levantarse de la cama.

    Unos toques en la puerta impidieron que dijera algo. Katia se secó las manos en su delantal y mientras yo continuaba tallando el resto de mi anatomía, ella fue a atender el llamado, impidiendo que los visitantes ingresaran a la habitación.

    —Es su padre con el médico, señorita —me informó al volver a mi lado y enjuagándome con agua limpia para quitar toda la espuma del jabón, me pidió con voz suave—: Venga, salga de ahí.

    Salí de la bañera y me dejé envolver con la grande toalla, así como permití que katia me secara la cabellera y el cuerpo. Pasiva, dejé que ella me pusiera una camisa blanca y luego me dejé conducir a la cama, en donde estuve de pie sólo mirando como Katia cambiaba las sábanas con tanta diligencia, que se tardó menos de lo esperado. Por lo regular me gustaba atenderme por mí misma. Detestaba sentirme inútil, además siempre decía que tenía mis propias fuerzas para hacer cuanto pudiera. ¿Por qué entonces permitir que otros lo hicieran por mí? Pero de verdad que no me sentía bien y el baño no me había ayudado mucho. Era un pesadez terrible la mía y el dolor de cabeza no quería ceder. Quería volver a dormir. Por eso ya no protesté cuando Katia me metió a la cama, arropándome con las mantas limpias.

    Ahí esperé al médico que casi de inmediato entró junto con mi padre. Respondí a la mayoría de las preguntas que el hombre —uno bajo de estatura, barba crecida y descuidada, ojos pequeños agazapados detrás de unos lentejuelos de cristal grueso— me hizo mientras me auscultaba. Lo único que me guardé fue el ligero sangrado en la manta. Eso era muy mío y me apenaba hablar sobre ello.

    —¿Bebiste vino en exceso? —Me preguntó el hombrecillo después de examinarme sin encontrar un motivo para mi enfermedad. Su voz reflejaba la gran paciencia que le tenía a sus pacientes y sus ojos desbordaban bondad—. La sed y el dolor de cabeza que sientes puede deberse a eso.

    —No, doctor, no tomé ni gota de licor. —Bebí con ansiedad el vaso con agua que Katia me había dado cuando se lo pedí entre el interrogatorio del médico—. Anoche me acosté bien y ahora me siento fatal.

    —¿Alguna otra sustancia?

    —¿Alguna otra sustancia? ¿A qué te refieres con eso, Ludward? ¿Quieres decir que alguien le puso algo a los alimentos de mi hija? —Inquirió papá mirando con ansiedad a nuestro médico de cabecera y amigo además.

    —No me refiero a nada en específico, Amis y mucho menos a eso, tranquilo —respondió guardando sus cosas en el maletín—. Cateline está bien. Se repondrá pronto con unas horas más de sueño. Es sólo el cansancio. Seguro que está trabajando mucho por lo de la fiesta, ¿verdad?

    —No más que otros años, doctor —respondí en voz baja cerrando los ojos, entonces recordé el extraño sueño que había tenido. Me llevé una mano temblorosa al rostro y toqué mi nariz y boca. Había sido tan real el sueño que hasta pude recordar con exactitud el fuerte aroma de aquella sustancia que había entrado por mis orificios nasales así como bucal. Tal vez debía mencionarle ese sueño al médico… o quizás no. ¿Qué caso tenía?

    Además, si Ludward que era el profesional decía que no tenía nada, entonces así era. Tampoco es que quisiera ser tachada de fantasiosa y posiblemente el médico diría que ya desde ayer tenía los síntomas y por eso el delirio. Sí, eso debía ser, así que también guardé ese detalle. Los escuché salir de la habitación en medio del sopor que me había invadido de nuevo. Por alguna razón el sueño que sentía era desconocido y muy pesado, así que si al principio cuando desperté quise luchar contra eso, ahora me dejé llevar por él. Lo que fuera que me estuviera pasando, desee por último que al despertar, ya me sintiera bien.

    Y mi deseo fue cumplido, aunque no al cien por ciento, pues cuando por la tarde volví de mi letargo, todavía sentía mucha sed y si bien mi dolor de cabeza había disminuido, todavía podía sentir una pulsación en las sienes. Pero mis fuerzas habían regresado. Así que entre las protestas de mi asistenta, me levanté y luego la despedí. Esta vez la que vigilaba mi sueño era Dorine, una joven mujer de veintiocho años que llevaba a nuestro servicio unos diez, así que la empleada me veía como si fuera su hermana menor e igual, su cariño era correspondido. De verdad apreciaba mucho a las mujeres que me asistían y mientras me vestía para bajar al vestíbulo, pensé que ellas y cualquier otro servidor eran parte de mi familia. Entre todos había respeto y confianza.

    Esa confianza que se destacó cuando al bajar, me recibió Hugo Leduk, el ayudante del administrador. Tomando mi mano, depositó un beso en mi dorso al momento de decir con alegría.

    —¡Señorita, Cateline! ¡Qué placer ver que ya está mejor!

    —Hugo —dije respondiendo la amplia sonrisa de él— ¿Dónde está mi padre? Se acerca la hora de la cena. ¿Está todo dispuesto?

    —Sí, señorita. No se preocupe. Yo me hice cargo de todo en su ausencia y usted debe seguir descansando, así que si gusta, salga a dar un paseo por el jardín mientras se sirve la cena. Su padre está con los caballeros en la sala de juegos. Algunas de las mujeres ya están en el la sala de té, pero otras todavía permanecen en su habitaciones, aquellas que tienen hijos.

    —Muy bien, gracias. Por mi parte ya estuve mucho en inactividad, Hugo. Mejor anda tú a tus propias labores que me hago cargo en lo sucesivo.

    —¿Está segura? Su padre dio instrucciones muy claras.

    —Estoy segura, Hugo. Anda, ve a lo tuyo.

    El hombre asintió y sin decir más, se dio la vuelta para irse, pero mi voz lo detuvo.

    —Por cierto, anoche se registraron tres personas, ¿se han ido?

    Sin saber por qué motivo, los últimos huéspedes de la noche pasada habían llenado mi mente.

    —Sí, señorita. De hecho, partieron antes del amanecer. ¿Algo más?

    —Es todo, gracias.

    Lo vi partir, aunque en realidad mi mente seguía puesta en las tres personas mencionadas, sobre todo en las extrañas miradas que me lanzó la mujer, pero después, en cuanto me sumergí en las labores que había tenido abandonadas durante todo el día, me olvidé del asunto.

    Así como me olvidé también de mi raro malestar que después de pasar por completo, no me volvió a importunar permitiéndome trabajar bien los siguientes días y disfrutar lo mejor que pude de la esperada fiesta cuando llegó el gran momento.

    Y con el momento llegó la visita ansiada del amor de mi vida. Blazh Favre logró llegar ya casi al final del baile, cuando estaba por perder mi ilusión de verlo en ese día tan especial para mí. Sintiéndome nostálgica por no haber sabido de él durante todo ese tiempo, miraba las últimas parejas que quedaban en la pista cuando a mi lado, lo escuché.

    —Hermosa señorita, por favor, concédame este baile.

    Levanté la mirada. Estaba sentada en una mesa que poco a poco había ido quedando vacía, además de que mi padre, con quien había bailado al inicio, estaba conversando con alguien más en el otro extremo del salón, así que me sentía también un poco sola. Quizás por eso la presencia de Favre me llenó de una felicidad diferente, plena de agradecimiento. No pude evitar mirarlo con ojos iluminados por la dicha. Él lucía un elegante atuendo que lo hacía ver muy bien. Sin decir nada, pero permitiéndome una pequeña sonrisa, acepté su mano y guiada por él, nos situamos a un lado de las demás parejas y esperamos el momento preciso para incorporarnos a la danza con los mismos pasos de los otros, en unos movimientos de precisión. Un baile armonioso en conjunto con la melodía que la banda de músicos tocaba.

    Entonces puedo decir que la noche terminó casi perfecta para nosotros, porque habíamos logrado vernos de nuevo, conversar un poco y confirmarnos nuestro amor, además de que bailamos cuanto pudimos. Lo único que impidió la perfección fue que esa noche sufrimos más la separación. Ambos nos extrañábamos demasiado, pero sabíamos que todavía debíamos aguardar antes de formalizar nuestra relación para que pudiéramos enlazar nuestra vida en matrimonio. Blazh Favre no podía simplemente abandonar su alto puesto en la guardia del conde De Lorik y eso lo comprendía, por ello me guardé la tristeza cuando nos despedimos.

    —Te esperaré todo el tiempo que sea necesario, mi amor —susurré cuando ya estaba en la soledad de mi habitación.

    Luego me quedé dormida estando bien segura de mis deseos, pero sin reconocer que los caprichos de la vida son otros.
     
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

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    1885
    Capítulo 4

    Después de la fiesta, la vida continuó tanto en Providence como en la posada con relativa normalidad en cuanto al trabajo se refería. Pero con respecto a mi persona, el malestar físico regresó once días después de la festividad, pero ahora con síntomas diferentes. El primer día que comencé a padecerlo no le di tanta importancia al hecho de que al despertar, las náuseas me hicieron vomitar. Fue tan sorpresivo que en cuanto me senté en la cama, las arcadas me doblaron y arrojé en el piso lo poco que había en mi estómago. Después de eso me sentí mejor, así que fui a atender mis obligaciones con el ánimo habitual, y cuando al avanzar el día la sensación de las náuseas volvieron, continué con mis tareas sin pensar en el asunto.

    El segundo día ocurrió lo mismo, pero igual, traté de ignorar el hecho. Mas al tercer día la inquietud que sentí fue horrible. Al instante de abrir los ojos y levantarme, la espantosa sensación en el estómago me obligaron a desechar los ácidos de este sin que pudiera hacer nada para evitarlo, pues era involuntario en mí. Esta vez lloré lágrimas de ansiedad. No quería preocuparme pensando que lo que me sucedía era algo grave y mucho menos alertar a mi padre que por nada se preocupaba de más por mí. Papá me amaba más que a su vida y yo igual a él, así que suponía que de la misma manera como me inquietaban a mí sus enfermedades, asimismo se sentía por las mías. Por lo tanto, encerré la ansiedad de no saber a qué se debían los vómitos y me puse a trabajar con una energía que todos en la posada notaron.

    —Señorita —me dijo Katia pasado el medio día, cuando ambas estábamos en la cocina y casi había desplazado a la cocinera de sus deberes al hacerme cargo de la elaboración de los guisados que ofreceríamos para la cena—. Si sigue así, dejará sin empleo a la señora Aude.

    Detuve la acción del cuchillo que, con energía extraordinaria a causa de mi frenética mano que lo empuñaba, cortaba en rodajas las zanahorias. Me volví a mirar a Katia, quien a mi lado pelaba papas con una calma espantosa desde mi perspectiva.

    —¿Qué? Mejor date prisa con esas papas. Se hace tarde.

    —No, señorita, no se hace tarde. ¿Qué le preocupa este día?

    —Creí que sólo yo la notaba diferente —intercedió Aude, la cocinera.

    Miré ahora a la mujer, quien acomodó su largo delantal. Su rostro maduro lleno de arrugas prematuras se distorsionó por la frustración de sentirse desplazada. Si ella no me lo hace saber, no hubiera estado en el conocimiento de que hacía varios minutos sólo iba de un lado a otro sin atinar hacer algo porque yo me le adelantaba en todo. Me di cuenta pues de que había invadido sin querer el espacio de Aude. Y bien que sabía que la cocina era territorio de la mujer, la que ahora se acomodó la cofia en la cabeza tratando de que su clara mirada no reflejara sino sólo la ternura que sentía por mí. Ella me había visto crecer, así que sus orbes reflejaron ese cariño que era muy especial. Como el de una madre.

    —Yo…

    —Si desea, podemos intercambiar el trabajo. ¿Quiere que yo vaya a atender a los huéspedes? Pero le aseguro que eso no le gustará a su padre.

    No pude evitar sonrojarme al notar que Aude, siendo de un genio apacible, risueño y confiado, me bromeaba para ayudarme a tranquilizar mi imparable actividad.

    —Lo siento, Aude. Sólo vine a ver cómo iba todo aquí —Dejé el cuchillo a un lado de los vegetales que ya había rebanado y retrocedí de la ancha y larga mesa hecha de material sólido levantándose en una sola pieza desde el suelo.

    —Está bien, señorita. Yo me hago cargo como siempre. ¿Cuándo le he fallado?

    Negué con la cabeza en el momento en que la puerta de la cocina, la que daba a un terreno de cultivo, se abría para dar paso a Dorine, la que traía consigo una gran canasta llena de verduras varias. Tal vez notó el repentino silencio que se había hecho en la cocina, pero no dijo nada, sino que solo se dirigió a otra de las mesas fabricada con el mismo material y comenzó a sacar lo recolectado mientas que Aude se iba a mover los calderos que estaban sobre las estufas; unas edificaciones de adobe y ladrillo cuya cámara que almacenaba el fuego, era alimentada con carbón, aunque a veces también con leña. Como las mesas y estufas eran de piedra, adobe y ladrillo, la cocina era una estancia muy grande y estaba independiente del resto de la posada.

    —Iré a lo mío —anuncié quitándome el delantal y olfateando las mangas de mi camisa que había arremangado hasta el codo, proseguí—: Abran todas las ventanas, aquí hay mucho humo.

    Dorine dejó de hacer su labor y se apresuró a mirar las ventanas para decir luego.

    —Todas están ya abiertas, señorita.

    Pues no parecía, aunque me di cuenta que estaba exagerando. De pronto mi olfato se había vuelto demasiado sensible. Antes de salir me acomodé el pañuelo que cubría mi cabello, me alisé los pliegues de la amplia falda y por último aspiré profundo, acción de la que de inmediato me arrepentí porque de repente la variedad de aromas me produjeron asco. Seguro que palidecí sin remedio porque Dorine se acercó a mí presurosa interrogándome.

    —¡Señorita! ¿Se siente bien?

    —Estoy bien, Dorine —respondí dándome media vuelta—. Dense prisa que se hace tarde.

    Salí mirando de reojo de qué manera las tres mujeres movían la cabeza de un lado para otro. Al alejarme con paso lento escuché lo que dijeron, cosa que hizo que me irritara un poco con Katia por divulgar mis acciones.

    —Creo que sí está enferma. Tiene basca por una razón. He limpiado sus desechos tres días consecutivos y ayer por la tarde lo hizo de nuevo en el jardín. Yo la vi.

    —Qué raro —opinó Aude mirando los alimentos— ¿Le haría daño algo de lo que cociné? ¡Con razón estaba aquí desplazándome!

    —¡Claro que no, Aude! —escuché a Dorine—. Sí la he notado rara hoy, pero seguro no será nada grave.

    Estuve tentada a volver y callar a las chismosas, pero continué con mi camino deteniéndome en el umbral de la puerta de la recepción. Aspiré de nuevo profundamente. Al parecer el asco había pasado. Al pensar en lo desagradable de los aromas en la cocina, pensé que posiblemente Aude tenía razón y había comido algo que me había hecho daño. Si así era, no debía preocuparme más. Como siempre que sucedía eso, mi propio organismo me restituiría el bienestar en pocos días y ya eran tres seguidos desde que comencé. Tal vez este fuera el último. Con estos buenos pensamientos, ingresé al recibidor imprimiendo una sonrisa para mi padre que estaba sentado detrás del mostrador en una tosca silla de madera. Su cabeza era la única que se veía sobre la barra.

    —Ahí estás, Cateline. Me preguntaba en dónde te habías metido.

    —Estaba inspeccionando el menú, papá. ¿Se le ofrece algo?

    —Tengo una partida de aluette dentro de unos minutos en el salón de juegos.

    —¡Oh! ¿Y con quién hará equipo?

    —Supuestamente con Ludward. Pero no ha llegado.

    —Ay, papá, si sabe que el doctor es muy distraído por sus muchas ocupaciones. Hugo puede apoyarlo en caso de que él no llegue. He escuchado decir que es muy bueno en ese juego. ¿Y quiénes forman el equipo contrario? ¿Serán acaso esos dos hermanos que llegaron hace cuatro días?

    —¿Por qué eres tan preguntona, hija mía? ¿Sabes lo molesto que es eso?

    Me recargué en el mostrador. Todavía estaba del lado de afuera, así que ampliando mi sonrisa, manifesté con alegría.

    —Porque los tiempos en que las mujeres éramos calladas y sometidas está quedando atrás, papá. Y usted lo sabe, por eso me anima a cultivarme en el arte de la expresión, ¿no es cierto?

    Papá, sin que cambiara para nada su semblante ante mis palabras, se levantó de la silla. Salió del estrecho lugar y se acercó a mí. Su voz cuando respondió fue una de pesar.

    —Es verdad, Cateline. Y por eso tuviste durante varios años profesores que te enseñaran una buena educación, pero no debes olvidar que habrá varones que tendrán sus mentes cerradas a este cambio. Para muchos las mujeres no dejarán de ser mera propiedad, ya sea del padre, marido o hijo. Solamente una moneda de cambio en matrimonios para obtener beneficio económico, político o estratégico. Lo que al final viene siendo lo mismo, hija mía: favorecer a un hombre o a otro.

    —Eso me da escalofríos, papá. Compadezco a las mujeres de antaño que vivieron es esa situación.

    —Y a mí me da escalofríos que el caballero Favre sea uno de esos hombre, Cateline.

    La seriedad fue ahora mía. Bajé la mirada sintiendo nostalgia. Extrañaba tanto a Blazh que estuve a punto de derramar unas lágrimas. Sabía que mi padre se preocupaba por mí en cuanto a mi noviazgo con el caballero, pero no debía hacerlo. Aunque papá no conocía por completo a Blazh, yo sí. Estaba muy enamorada, pero no estaba ciega y me constaba que Favre me respetaba y me amaba tal como era. Me extrañé por mostrarme tan sentimental. Por lo general siempre estaba en control de mis emociones. ¿Qué me estaba sucediendo? Pestañee para que papá no viera mis fugaces lágrimas y me moví para colocarme detrás del mostrador y ya ahí, hablé con voz calmada.

    —Tenga por seguro que Favre no es de esos, así que despreocúpese.

    —Bien —Papá desistió del tema. Sacó su reloj de bolsillo, lo abrió y miró la hora. Negó con la cabeza al continuar—: Parece que tienes razón. Lud no vendrá, así que iré por Hugo. Me sirve para constatar por mí mismo qué tan bueno es para el aluette.

    Se marchó sin más y al par de minutos de irse, algunos visitantes entraron por la puerta principal. Eran cuatro hombres y los miré acercarse notando la distinción particularmente de uno de ellos. Un hombre joven, de estatura media. Vestía un ajustado y largo justillo que estaba decorado con bordados y cintas. Las mangas vueltas revelaban una camisa también muy adornada, con puños atados con cordones y cuello alto. Por la parte de adelante del justillo se veía un chaleco que llegaba hasta la rodilla y esa era la altura de los pantalones, por lo que podían verse unos calcetines de seda blancos. A mí sólo me faltó verle una peluca blanca y empolvada para asociarlo con la aristocracia que tanto gustaba lucirlas.

    Pero luego, al mirar a sus tres acompañantes me di cuenta que sí pertenecía a la aristocracia, pues ya antes había visto el blosón que los hombres lucían en un escudo al frente de la sobreveste. En éste había un Roble de Tronjoly y entre el tronco estaban unas iniciales: DL. Por lo que conocía del tema, el árbol era uno con mucha edad, así que la familia que lo portaba era también una de las más antiguas del territorio.

    ¿Qué hacía alguien de la familia De Lorik en mi humilde posada? Eso me pregunté bastante intrigada.
     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

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    ¡Hola! Aquí otra vez yo después de un ratote de ausencia. Bueno, bueno, ¿qué te puedo decir? La verdad es que como que sí le quedó que cambiaras la narración a primera persona; le da un toque más, no sé, interesante. En cuanto a la trama, ¿qué te puedo decir? Me intriga saber qué la pasa a Cateline, porque esos tres forasteros seguro le hicieron algo, ¿no? Las miradas que la mujer le lanzaba daban mala espina. ¡Oh no! Claro que no fue un sueño eso de que entraron a su habitación y la abducieron. La cuestión aquí es ¿exactamente qué tiene? Son síntomas desagradables los que tiene, mas no creo que se trate de alguna enfermedad per se pues, ¿qué necesidad habría de darle un virus o lo que fuera para dañar su salud? No que fuera alguien de la nobleza o yo qué sé. Seguro y tiene un tipo de parásito xD

    Pero ya lo veré; por ahora ha quedad interesante con eso de la visita de un miembro de la familia De Lorik. ¿Quién es y qué motivo tiene? Espero el siguiente capítulo... o no. Tal vez decidas haver esta historia exclusiva, no sé, pero espero leerle un final xD Por cierto, ¿qué clase de juego es el aluette? Me da flojera buscarlo -.- Y nada, me despido por ahora, Master. No olvides que te recontra amo *u*

    Hasta otra.
     
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  9.  
    Elias Cristaldo

    Elias Cristaldo Guest

    Creo que tengo una idea sobre qué le pasa a Cateline, pero no diré nada por si me equivoco.
    La historia está muy entretenida y ese suspenso me hace sufrir.
    Me gusta sufrir.
     
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