Aventura El Gigante entre las Flores

Tema en 'Relatos' iniciado por Elliot, 28 Enero 2022.

  1.  
    Elliot

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    Escritor
    Título:
    El Gigante entre las Flores
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3990
    Náufrago

    En la playa yacía el cuerpo de un hombre como el de ningún otro que hubiera visto. Era tan alto como dos adultos, tan velludo como una rata y tan corpulento como un elefante. En vida debió de haber sido un formidable guerrero, como marcaban sus numerosas cicatrices expuestas en su espalda y brazos. Pero ahora parecía poco más que un trozo de cuero desechado, mojado, sucio.

    No parecía darse cuenta de la presencia de mí y otros de mi tribu, que nos acercamos con curiosidad a observarlo. De lejos parecía que llevaba puestas pieles, pero de cerca pudimos ver que iba desnudo como nosotros. Estábamos tan impresionados, tan concentrados mirándolo, que un par de marabúes nos tomaron desprevenidos aterrizando de repente sobre el sitio. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que estaban volando hacia allá. Esas aves gigantes eran tan temibles como siempre. Afortunadamente, no habíamos salido desarmados. Fuimos con lanzas en caso de que al misterioso extraño del océano nos lo encontráramos de mal humor, pero al final sirvieron para protegernos, y también al visitante, de esos feroces carroñeros emplumados. Se dieron nuestros comunes toma y daca de agresivos gritos y chillidos, y cautelosas puñaladas y picotazos. Los pájaros fueron tan persistentes como siempre. Uno de ellos, en su voracidad desmedida, fue a picotear los dedos del cuerpo para llevarse algún trozo. Antes del tercer mordisco, su pico fue cerrado violentamente por el fuerte agarre de esa mano peluda. Tomándonos a todos los demás por sorpresa.

    Sin soltar al marabú en ningún momento, el hombre corpulento se alzó sobre sus cuatro patas, todas terminadas en manos, una de ellas aplastando el pico del ave contra la arena de la costa. Y después, todavía apretando con fuerza el hocico del pájaro, se irguió en sus patas traseras, imponiéndose sobre todos en su proximidad. Era enorme, más alto que un elefante. El sol a sus espaldas no me dejó apreciar los rasgos de su rostro, pero solo con su silueta pude notar como tenía la mirada fija en el desafortunado animal al que no dejaba de sujetar. El abrumador miedo que sentía en la intensidad del momento me hizo interpretarlo como un gesto de ira. Pero, pensándolo ahora, creo que era más bien una señal de lo desorientado que seguía el coloso tras su naufragio, y lo inconsciente que estaba sobre el entorno a su alrededor, al que aún observaba con curiosidad.

    El otro marabú, en un acto de valentía o de estupidez, atacó el brazo libre del hombre. Inmediatamente retrocedió intimidado cuando este se volteó a soltarle un profundo y bestial gruñido. El contraataque del hombre no se quedó ahí, sino que, en un rápido movimiento, como quien tira un piedra, lanzó sin esfuerzo alguno al primer marabú contra el segundo, derribando a ambos contra el suelo marino justo después de que se escuchara el seco crujido de uno de sus cuellos. Procedió a dar varios golpes violentos a la arena mientras bramaba agresivamente, no tan diferente a como nosotros momentos antes, y se fue corriendo en sus cuatro patas hacia el follaje, adentrándose en la jungla. Aquello fue todo un espectáculo, pero no tuvimos tiempo de procesarlo. El hombre se fue justo a tiempo, había estado echado casi sin vida durante tanto rato que ya estaba llegando una multitud de dragones en busca de devorarlo. Nosotros y el pájaro conseguimos abandonar el lugar para evitar ser su reemplazo. La otra ave, dejada a su suerte por su compañero, no fue tan afortunada. Durante nuestra retirada pudimos oír sus gritos de dolor mientras chapoteaba en su torpe intento de tomar vuelo. Impedida por la fractura de su encuentro con el gigante, pronto fue alcanzada por los implacables carroñeros escamosos.



    Observación

    De vuelta con el resto de nuestra familia, les contamos acerca de lo sucedido. Y justo a tiempo, además. Ya estaban empezando a preocuparse sobre qué era lo que provocaba ese extraño alboroto que se oía a lo lejos, y que sonaba distinto a los de cualquier otra criatura. Nuestros padres y nuestros tíos, de forma entendible, poco pudieron entender de las apuradas y caóticas explicaciones de sus hijos, incapaces de controlar la emoción tan intensa por la que pasábamos luego de habernos topado con una cosa como ninguna otra en nuestras, entonces, jóvenes vidas. Por suerte, nuestros ancianos, todavía recordando sus experiencias lidiando con nuestros padres y nuestros tíos cuando eran tan jóvenes e impresionables como nosotros en aquel entonces, fueron capaces de comprendernos.

    —Por si acaso, debemos mantener una cautelosa vigilancia a este extranjero —aconsejó uno de los ancianos—. Pero lo que describen suena a un hombre desafortunado pasando por tiempos difíciles. Un hombre extraño, por supuesto, pero no por ello uno que no merezca ser tratado con bondad.

    Decidimos que observaríamos de lejos al forastero para saber si representaba o no una posible amenaza para los habitantes de la isla. De antemano alertamos a las demás familias acerca de la situación, para que así no actuaran precipitadamente al encontrarse con el hombre gigante peludo, y al mismo tiempo para que pudieran ayudarnos en nuestra decisión final, fuera cual fuera, sobre qué hacer con este. Después de todo, acercársele, de forma amistosa o para atacarlo, no iba a ser tarea fácil.

    La vigilancia nos salió más que de maravilla. No solo nos vino bien para conocer mejor a nuestro nuevo vecino antes de presentarnos apropiadamente, sino que también nos sirvió a nosotros y los jóvenes de otras familias a practicar nuestro sigilo para la caza. El hombre solo sospechó de nuestra presencia un par de veces, pero el resto del tiempo nos movíamos grácilmente por los árboles sin que supiera que estábamos ahí.

    Lo que no se sintió tan bien fue lo que vimos. El gigante cubierto de pelos anaranjados, apenas pudimos notar su coloración entonces ahora que estaba seco, se pasó el primer día arrancando las hojas y hierbas que encontraba. Luego las mascaba y, en la mayoría de casos, las escupía con asco. Sea de donde viniera, se debía tratar de un lugar muy distinto a nuestra isla si algo tan presente como las plantas era tan diferente para él, Y ahora también estábamos seguros que él mismo estaba consciente de que se encontraba perdido en un sitio desconocido, lejos de su hogar. Y eso último no lo digo solo por lo de las plantas. En su propio rostro de gordos labios y grandes mejillas, pero de pequeña nariz, se le notaba un gran pesar. Una falta total de ganas de seguir adelante con el resto de los días. Me recordó a nuestras expresiones cada vez que los dragones nos quitan a otro familiar. Pero en esos casos aún nos tenemos a nosotros. Él, en cambio, estaba pasando por eso totalmente sólo. Similar a como reaccionaba mi padre y su hermano en esas situaciones de pérdida, hubo un punto en que el gigante se quebró y tuvo un ataque de ira. Se desquitó corriendo por la jungla atacando todo a su alrededor por su camino. Atravesaba el espeso follaje como si no estuviera ahí, partía árboles como si no fueran más que palos, alzaba rocas más grandes que nuestras cabezas y las quebraba contra otras con la facilidad con la que nosotros abrimos cascarones de los pequeños pájaros, cuyos nidos en las copas eran derribados por el alboroto del gran hombre.

    Su enfadado escapismo lo terminó llevando de vuelta a la playa, solo que esta vez a una parte con arena más suave, en las cuales se detuvo unos momentos. Debía de estar tan agotado como nosotros quienes tratamos de seguirle el ritmo desde la seguridad de los árboles, pero parece que apenas vio una fuerte ola golpear la orilla su frustración regresó. Se abalanzó contra el océano y comenzó a azotar con furia las aguas. El mar atacó de vuelta, mandando ola tras ola que el gigante resistió y atacó como pudo, pero acabó cayendo derrotado en la orilla, quedando como lo habíamos encontrado.

    Habíamos estado tan concentrados observando a nuestro vecino en el suelo que no nos fijamos en lo nublado que se había puesto. Cuando empezó a llover, el agotado gigante se fue arrastrando de vuelta hacia la jungla. Sorprendentemente, aún le quedaron bastante fuerzas como para improvisar un refugio con los árboles que derribó, pero poco más. Inmediatamente después de estar cubierto, cayó profundamente dormido. Lo sabemos porque un muy poco cauteloso de los jóvenes entre nosotros, que por supuesto que no era yo, bajó de los árboles para acercarse al gigante en cuanto lo vio dejando de moverse. Afortunadamente para mí- digo... él, el gigante estaba bajo un profundo letargo.



    Presentaciones

    Al día siguiente, fuimos a despertarlo. Hubiéramos preferido esperar a que lo hiciera solo, pero su sueño debía de ser más profundo que el mar que lo trajo aquí. Era la tercera vez que lo visitábamos, el sol ya estaba bajando, y aún no se levantaba. Mientras discutíamos quién debería realizar ese primer paso tan peligroso, la criatura más pequeña de entre nosotros, una que todavía se trepaba a veces a lomos de su madre, bajó de estos mientras ella estaba inmersa en nuestra charla, y fue sin cuidado a donde el gigante. Su padre, que hasta entonces estaba vigilando los alrededores, fue el primero en notarlo al mirar a donde su mujer y notar que el crío no estaba con ella. Todos nos alarmamos y empezamos a susurrar a gritos al pequeño para que se alejara, pero fue inútil.

    Lo primero que vio, y sintió, el gigante esa mañana fueron las manitas de la pequeña cría manoseando su cara con curiosidad. Lo segundo que vio fue como su madre la tomó en brazos y se alejó rápidamente, antes de que el gigante alcanzara a tocarlo con sus dedos. El gigante entonces entró en alerta. Al darse cuenta de la presencia de los que estábamos en el suelo frente a él, retrocedió gruñendo y enseñando los dientes. Posteriormente se paró en dos patas como había hecho cuando lo vimos por primera vez, y se puso a gritarnos mientras movía violentamente de arriba a abajo uno de los troncos de su refugio.

    No sabíamos qué hacer en esos momentos. Varios de los que estaban en el suelo huyeron aterrados. Y los adultos ocultos en los árboles, entre ellos mi propio padre, estaban apuntando con sus lanzas en caso de que se diera el peor de los casos. Una de las que no había escapado dio en su lugar unos pasos hacia adelante lentamente, preocupándonos a todos. En cuanto el irritado gigante la miró directamente, ella dio un gran mordisco al ramo de hojas que llevaba consigo. Luego de ese mordisco, la chica le ofreció el ramo al gigante, quien en su curiosidad había dejado los gritos y la agitación del árbol. Conforme nos observaba a los demás, fuimos imitando ese ingenioso gesto de la chica. Habíamos traído con nosotros las cosas que pensábamos que el gigante gustaría comer. Algunos traían las hierbas que le gustaron. Otros, como la chica, las hojas. Yo pesqué unas anguilas en el río. El anciano que antes había sugerido ser amables con el gigante recolectó los huevos que este último derribó al suelo en su alboroto y asó los polluelos de dentro.

    Como veíamos que seguía desconfiando de nosotros, colocamos delicadamente nuestros regalos en el suelo y retrocedimos lentamente unos cuerpos de distancia. Fue ahí recién cuando el gigante soltó el árbol y se acercó a cuatro patas a inspeccionar sus regalos. Los probó uno a uno. Lo único que rechazó fueron mis anguilas, a las que olió con asco y tiró lejos a sus espaldas. Quizás hubiera sido mejor idea traerle una de las ratas gigantes que trató de atrapar antes. No parece agradarle lo que tenga que ver con las aguas, después de todo. Pero luego de eso, se sentó en el sitio y comenzó a darse un banquete con lo que le trajimos. Luego de quedarse satisfecho, amontonó las sobras juntas y las empujó hacia nosotros. Ojalá hubiéramos traído más carne, pero no nos quedó de otra que aceptar la merienda de pasto y hojas por cortesía.

    Por desgracia, ese buen ambiente en la cena no duró lo que esperábamos. Vi confundido como mi padre, quien aún vigilaba desde lo alto de un árbol, arrojó una de sus lanzas al suelo. Por un momento creí que se había dado un malentendido y quiso atacar al extranjero, pero me alivié al darme cuenta que su objetivo en realidad era un pequeño dragón que se escabulló entre la maleza hasta detrás del gigante para comerse la anguila que este había desechado. La lanza falló, meramente asustando al carroñero, pero el susto de este a su vez alertó de su presencia al hombre peludo, quien inmediatamente al verlo lo lanzó varios cuerpos por el aire. Los que estábamos en el suelo comenzamos a reír, cosa que pronto cambió cuando nos fijamos en nuestros familiares en lo alto y estos estaban gritando desesperados para advertirnos del peligro del que aún no nos habíamos percatado.

    Desde todas las direcciones, se nos acercaban hambrientos dragones de todas las tallas, atraídos por el aroma de nuestros regalos, y nuestra descuidada posición tan vulnerable. Papá y uno de mis tíos nos defendían como podían desde su posición, pero ellos solos no daban abasto contra los depredadores, y el resto de lanceros se habían retirado hace un rato a seguir protegiendo nuestros hogares cuando la situación con el gigante parecía ser segura. El anciano, la chica y yo fuimos a ayudar rápidamente a la madre, de la que uno de sus brazos estaba ocupado sosteniendo en su regazo a su aterrado hijo, a trepar al árbol más cercano. Cuando el padre alcanzó a tomar a la madre de la mano, los tres que quedamos en el suelo intentando salvarnos los unos a los otros a la vez. Nuestra indecisión entorpeció nuestro auxilio, y pronto nos vimos de frente con los dragones.

    Por un momento creí que lo último que veríamos el sabio anciano, la ingeniosa chica y yo serían esas desagradables bocas llenas de dientes cubiertos de baba y carne podrida. Pero al siguiente instante fueron enterradas bajo el mismo árbol con el que el gigante nos había tratado de intimidar hace un rato. Y nuestro nuevo vecino no se detuvo ahí. Agarró otros dos árboles de su refugio y los empezó a agitar mientras iba de un lado para el otro del lugar, soltando profundos gruñidos contra los dragones, quienes retrocedieron espantados contra el poderoso guerrero.

    Todos ellos menos uno: el más grande de todos los dragones en la selva. Pero no por su valentía, sino porque el robusto devorador de carcasas de elefantes había llegado de último al sitio. Llegó tan tarde que todos nosotros ya estábamos seguros en las copas, y los árboles que sostenía el gigante estaban hechos pedazos luego de tanta agitación. Por esto último, el gigante tuvo que recurrir a golpear el suelo para amenazar al último carnívoro. El gran dragón, al ver esto, y estando en un desnivel bajo el gigante, se puso de costado a dos patas con la cola en alto y la boca bien abierta. Habíamos visto a muchas crías actuar así cuando nos las encontrábamos, pero era la primera vez que presenciamos a un adulto, y uno tan grande además, hacer tal cosa. Incluso desde donde estábamos se veía todavía más enorme así. Hasta el gigante dudo unos momentos sobre qué hacer. Pero tras un repentino golpe de coraje, se lanzó con todo contra el gran dragón.

    Derribó al lagarto al suelo y lo revolcó violentamente mientras mordía con ferocidad uno de sus hombros. El forcejeo solo duró unos instantes hasta que el gigante lo soltó luego de recibir a su costado varios potentes golpes de la robusta cola del dragón. Ambos colosos se retiraron adoloridos. El más grande de entre los dragones se dirigió al territorio de los elefantes, mientras el extranjero peludo cayó agotado de vuelta en su refugio. Ya estaba anocheciendo, así que con cuidado bajamos a cubrir al hombre con hojas como había hecho antes, y luego nos retiramos a nuestros hogares. Por el camino nos encontramos guerreros que venían en nuestro auxilio al escuchar el barullo anterior, visiblemente temblando por la idea de tener que encarar a alguien tan formidable como lo parecía aquella persona. Mucho fue su alivio, y alegría para todas nuestras familias, cuando les contamos que no solo no se trataba de un nuevo enemigo, sino que del mayor aliado que pudimos haber conocido.

    Aquella noche vitoreamos por él.



    Pérdida

    Habían pasado unos días, y fuimos al territorio de los elefantes para que los pequeños fueran a jugar en los charcos que quedaron luego de las lluvias. Aún contando con la presencia de nuestro reciente gran amigo, siempre mantuvimos la precaución de colocarnos al lado de la parte frondosa de la selva, nunca adentrándonos demasiado en la zona más abierta, y siempre al extremo opuesto del territorio en donde se acumularan los enormes animales. Pero una vez habiéndonos ocupado de todo eso, pudimos pasárnoslo de lo más bien: los adultos que todavía eran niños en sus cabezas, como yo en ese entonces, nos deslizamos los unos a los otros por el mojado suelo; los viejos sumergían sus cuerpos en pozos más profundos para descansar calmadamente; las madres chapoteaban junto a sus crías con más apego; y los padres vigilaban a las más temerarias, que no dejaban de treparse por los cabellos del gigante, quien las echaba irritado. Eso sí, lo hacía con relativa delicadeza, y no parecía enojarse de verdad, no lo suficiente para retirarse, al menos. Pero a veces algún crío caía de forma demasiado brusca a una parte algo más profunda y se llevaba un susto, a lo que acudía papá para consolarlo. Con todo, para mí lo más divertido de ese día fue observar a un joven dragón pelearse con un marabú por una rata gigante muerta relativamente cerca de nosotros, claramente aplastada por un elefante en un descuido.

    Entre toda esta entretención, ninguno de nosotros prestó atención a cómo entre los elefantes se estaba dando un violento conflicto. En su momento no supimos de qué se trataba, pero en nuestras observaciones a la manada posterior al incidente, comprendimos que una cría fue atacada por un macho agresivo, y que este último fue echado del grupo por la furiosa familia del pequeño. El exiliado huyó veloz hacia el extremo opuesto del territorio. El lagarto y el marabú apenas lograron evadir el mismo destino que el bocado con el que ninguno llegó a quedarse, y nosotros escapamos del sitio hacia el bosque. Alertamos como pudimos a nuestro amigo de gran talla, las crías trepadas en él entendieron y saltaron hacia los brazos de sus padres, pero el gigante solo se quedó en su sitio, desorientado por nuestro repentino cambio de actitud, incapaz de comprender lo que le gritábamos con desesperación desde la frondosa maleza. Cuando el elefante pasó cerca de él, el gigante le gruñó para alejarlo, como hizo antes con los dragones. El enorme herbívoro saltó hacia atrás del susto, pero pronto pasó a gritar enfurecido, encarándolo con una actitud desafiante, gesto que el gigante replicó.

    Al igual que con el gran dragón, el extranjero no estaba realmente dispuesto a un enfrentamiento físico al principio. Golpeó el suelo y gruñó, pero cuando las pisadas y gritos del elefante dejaron pequeñas a las de él. el gigante trató de empequeñecer a su enemigo irguiéndose sobre lo alto de este en sus dos patas, como el resto de los hombres. El elefante se vio intimidado, incluso nosotros viendo todo a la distancia también, pero lo del elefante no duró mucho. De un momento a otro regresó de vuelta a su actitud irritada y se abalanzó contra el gigante, tumbándolo al suelo sin dificultad alguna. El gigante fue tomado del cuello por la trompa del herbívoro y sacudido violentamente contra el suelo con toda la fuerza y peso del enorme animal. Nosotros observábamos aterrados con impotencia como lo único que nuestro amigo podía hacer era agarrarse de la trompa y una de las defensas de su enemigo, hasta que en un momento dado alcanzó uno de los ojos del elefante con una de sus mano, para en ese mismo instante destruirlo con su aplastante agarre. Los gritos desafiantes del elefante pasaron a ser de dolor, y el herbívoro soltó al gigante y le pasó por encima antes de continuar su huida a tropezones hacia la maleza más densa, siguiendo con su destrucción.

    En cuanto el peligro se alejó, todos regresamos con el extranjero con la esperanza de poder ayudarlo de alguna forma antes de que fuera muy tarde, pero ya lo era. Estaba completamente inmóvil, no respiraba, su cuello estaba retorcido como aquellos troncos que golpeaba, y tenía las huellas del elefante profundamente marcadas en las partes que este pisó.

    Ya no había nada que hacer…



    Reflexión

    Igual que ustedes, nosotros nos preguntamos cómo pudo un guerrero tan imponente ser apaleado de esa forma. Pero todo quedó claro en cuanto vimos su cuerpo muerto de cerca: hasta ese entonces, su enorme tamaño, peluda piel, impresionantes hazañas de fuerza, y todo el misterio en sí que lo rodeaba había hecho que no nos fijáramos en su deplorable estado de salud. Debajo de sus recientes heridas había un cuerpo mal nutrido y torturado por los elementos, y eso sin contar sus viejas cicatrices. Solo podemos imaginar la monstruosa fuerza que habrá de haber tenido en sus buenos días, si es que alguna vez tuvo de esos. Porque, como quiera que hayan sido los lugares por los que habrá pasado, como sea que haya sido su viaje hasta aquí, nuestra pequeña tierra en la que acabó, con todos sus peligros contra los que nos cuesta tanto sobrevivir, no habrá sido ni de cerca el lugar más complicado en el que estuvo ese gigante, si en tal estado escaló hasta casi la sima. Incluso ahora me invade en sueños de día y de noche la curiosidad de qué clase de cosas que no conocemos han de haber más allá del invencible mar, y la preocupación de que alguna de ellas, no tan amigable como extranjero, nos llegara a conocer a nosotros primero.

    Por otro lado, ese buen hombre debió haber tenido una familia en algún momento. De aquella no lo noté, pero ahora que he criado a tantos niños como ustedes no puedo no notar su actitud paternal en mis recuerdos. Y él nunca pudo encontrarse con su familia de nuevo, muriendo en soledad lejos de casa. Pero ustedes no tienen por qué preocuparse de que les pase algo así. Nosotros siempre estaremos a su lado para cuidarlos con todo nuestro amor y cariño. Si hay algo que de verdad quiero que saquen de esta historia es recordar apreciar a sus queridos mientras estemos con ustedes. Incluso en un mundo como el nuestro, nunca saben cuándo pueden perdernos.


    Usualmente no acompaño mis escritos con imágenes. Soy más de dejar que el lector imagine a su gusto. Pero este relato en particular fue inspirado por el bello paleoarte que veo de las dos especies que le ponen título a la historia (Gigantopithecus y Homo floresiensis), el cual creo que merece apreciación:
    [​IMG]
    [​IMG]
    Aunque, como ven, las recreaciones de ambas especies varían bastante. Así que aún tienen lugar para imaginar los aspectos que más les gusten :,p

    ¿Es remotamente posible que un encuentro así se haya dado en la vida real en el pasado? Probablemente no, pero la idea de juntar al "verdadero King Kong" con los "hobbits" se me hacía muy tentadora para desaprovecharla.
     
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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    OMG, pero que excelente relato acabo de leer. Me ha encantado, disfrutado y emocionado la lectura, de verdad.

    Debo decir que en un principio no sabía con lo que me iba a encontrar. Primero me pareció que estaba leyendo algo inspirado en Robinson Crusoe y los viajes de Gulliver, al leer de aquella "tribu" y de ese hombre gigante y en cierto punto pensé que quizá no era un humano, después, ante la descripción de éste gigante y leer su pelaje rojizo, me cuadró que quizá se nos hablaba de un orangután.

    Honestamente me encontré con un escrito maravilloso, me gustó mucho como lo desenvolviste y el como utilizaste un narrador presente que describe todo lo sucedido con ese gigante desde su punto de vista. Los pequeños títulos o secciones, relatan no necesario, cada uno demostrando un punto de inflexión sobre la naturaleza del gigante peludo y de ellos mismos, me pareció acertado. Perdida; fue muy desgarradora de leer y también Reflexión; que también hizo que yo, como lectora, meditará sobre la vida de este "hombre gigante", sobre lo tristeza, verdad y salud. El manejo de la narración fue buena; hiciste que sintiera empatía por un personaje al que solo están (estamos) observando.

    Sobre las imágenes, te seré honesta, agradezco mucho que las hayas colocada, por lo visto no te gusta, pero me ayudaron mucho, ya que al verlas (y leer las anotaciones), hizo que esa imagen que ya la lectura hizo que tuviera, se solidificara más. Comprendiendo todo.

    Fue una lectura muy gratificante.
     
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    Elliot

    Elliot Usuario común

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    ¡Muchas gracias por el comentario!

    Me alegra mucho que a alguien le haya gustado tanto. Sobre todo por lo del narrador presente, que cuando decidí experimentar con ese tipo de narración en este relato me preocupaba no saber manejarlo, pero veo que al final resultó para bien.

    Un saludo~
     
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