El Funeral de la Novia

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Ela McDowell, 29 Noviembre 2013.

  1.  
    Ela McDowell

    Ela McDowell Entusiasta

    Sagitario
    Miembro desde:
    29 Noviembre 2013
    Mensajes:
    175
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    El Funeral de la Novia
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2295
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    Fernanda Valdés está a menos de veinticuatro horas de cumplir su más grande sueño: casarse con el amor de su vida. Sin embargo, el tan esperado día de la boda llega, pero el novio no aparece por ninguna parte. En medio de la confusión sus acciones generan la peor consecuencia que podría haber imaginado, afectando a la pareja cuyo final feliz se manifestará con un inesperado Por Siempre.
    ______________________________________________________________________________

    –Ya mañana es tu boda, Feer –dijo una pequeña de hermoso cabello rubio, que le caía en rizos hasta la espalda en una deslumbrante cascada de oro–. ¿No estás feliz?

    –Lo estoy, y mucho –respondí–. Todo será perfecto.

    Me encontraba junto a mi amiga María José en el balcón de mi departamento veraniego, observando la luz vespertina que teñía el cielo de diversos colores, una obra de arte pintada por ángeles desde el principio de los tiempos. La vista era esplendida, al igual que la melodía que cantaba el mar, alejado de nosotras sólo por unos cuantos metros.

    Lo recuerdo muy bien.

    Fue en una tarde como ésta en la que me propuso matrimonio seis meses atrás, cuando los refulgentes rayos del sol se iban opacando y nos envolvían cual suaves mantas. El clima siempre cálido de San Andrés era perfecto en su totalidad, incluso mejor si el viento soplaba despacio, acariciando la piel de quien estuviese a su paso.

    –Será mejor que me vaya –anunció–. Mis padres llegarán en cualquier instante, y, aunque les agrades mucho, Feer, creen que una niña de nueve años no debería estar sola con una adulta sin supervisión de su nana –dijo en modo de broma, causando una leve risa de mi parte.

    –Tienes razón –le dije, mientras apartaba mis largos cabellos azabache aún lado y pasaba la mirada rauda sobre ellos–. Te ha quedado muy bonito –sonreí, y ella también lo hizo debido al elogio.

    María José era una chica muy amable, tierna y carismática. Nos hicimos amigas desde la primera vez que nos vimos, cuando sus padres me pidieron que la cuidara durante un par de horas. Acepté gustosamente, ya que habíamos sido vecinos por tres años y manteníamos una relación cordial entre nosotros. Ahora, Mary, como la llamaba, venía frecuentemente a mi departamento y se ofrecía a “ponerme más linda”. Un encanto ¿Verdad?

    Tome su mano entre las mías, depositando secretamente un sencillo gancho con forma de lirio. Ella lo miró, con el rostro brillando de ilusión, como sólo el de un niño podría hacerlo, y luego alzó la vista hacia mí una vez más.

    –Es un regalo –le guiñé un ojo–.Por ser la mejor peluquera del mundo.

    Ensanchó aún más la sonrisa y se limitó a contestar «¡Muchas gracias!» antes de salir por la entrada principal, gritando por los pasillos «¡Nana, Nana! ¡Mira lo que me dio Feer!».


    Había oscurecido y él todavía no regresaba. Comencé a preocuparme y una fuerte punzada en el pecho me ocasionó un desconocido dolor, inquietando cada fibra de mi ser. Daba vueltas de un lado a otro en la habitación, donde la única lámpara encendida proyectaba perturbadoras sombras.

    ¿Y si lo llamaba? No, seguramente interrumpiría algo importante o le molestaría. Pero el nunca se había molestado por nada de lo que yo hiciera.

    –A ver…

    Rebusqué entre los papeles amontonados encima del escritorio hasta encontrar el móvil bajo una pila de viejos cuadernos y archivos. Marqué con dedos veloces su número telefónico y esperé. Uno, dos, tres. Cuatro, cinco, seis. Buzón de voz.

    ¿No contestaba? ¿Por qué? ¡El siempre respondía!

    Apresuré la marcha al doble de velocidad. Podría decirse que recorrí unas veinte veces la vivienda de arriba abajo. Casi no aguantaba los nervios, ni tampoco la ansiedad. El mundo me daba vueltas y sentía que la oscuridad se burlaba de mí.

    «Calma», me repetía a mí misma.

    Pero no podía controlarme. Y entonces, un escalofrío recorrió de punta a punta mi cuerpo al sentir una mano posada sobre mi hombro. Di un fuerte grito con todo el aire que tenía almacenado en los pulmones y salté en dirección opuesta a la persona de atrás.

    –Amor, tranquila –una voz familiar rompió el alarmante silencio de la estancia–. Soy yo.

    «Gracias al cielo» pensé, relajando los tensados músculos y casi cayendo al suelo. Estaba un poco mareada por la repentina subida de adrenalina, sumándole el susto de muerte que acababa de recibir. Así que, como se imaginan, no estaba en las mejores condiciones.

    –¿C-cuándo llegaste? –a duras penas logré formular la pregunta entre el constante jadeo en que me sumergí.

    –Justo ahora –atravesó el umbral hasta la claridad del corredor, permitiéndome divisar cada uno de sus perfectos rasgos. Su nívea piel, cabello rubio y ojos verdes que refulgían como esmeraldas. Pómulos elevados, delgados labios rosáceos y nariz fina, ni muy pequeña ni muy grande. El retrato viviente de un ángel Grigori que incita en mí el pecado de la carne.

    –Ya veo –fue lo único que respondí.

    La presión del pecho iba menguando a medida que los latidos del corazón recuperaban su ritmo normal. Nathaniel, mi prometido, me rodeo con sus brazos protectoramente, ocultando el rostro entre los enmarañados cabellos azabache de mi cabeza. El contacto con él era cálido, acogedor. El roce entre ambos provocaba un divertido cosquilleo que dibujó en nuestros labios una burlona sonrisa, seguido a un apasionado beso, de esos que, desde que le conocí, siempre desee probar.

    Y ahora eran míos.

    Tomándome por la cintura guió el camino en retroceso hasta tropezar con la cama. Allí me deposito con cuidado, aún con su boca unida a la mía, como permanecieron por unos instantes más, embriagándome y haciendo que mi temperatura corporal subiera.

    –Buenas noches, mi princesa –me susurró al oído.

    Antes de que pudiera despedirme, ya había apagado la pequeña luz de la lámpara de mesa y cerraba la puerta detrás de él.

    «Mañana llegará el “Felices por siempre” que tanto he anhelado» pensé.

    Los párpados me pesaban demasiado, y pronto noté el gran cansancio que abordaba mi cuerpo. Dejé que Morfeo me acobijara en sus tierras y abrazara con ternura. En mi sueño había un mundo en el cual los ángeles cantaban melodiosas armonías y danzaban en espiral, dándole a alguien la bienvenida a una “nueva vida”.


    Desperté de golpe y vislumbré la hora en el reloj de mesa que se hallaba junto a mí. ¡Era tarde! ¡Esa cosa no había sonado!

    Nunca en la vida estuve lista en menos de veinte minutos. Bañada y acicalada en un santiamén. Llevaba un vestido blanco hecho con tela de organza, con una silueta de bola y moldeado en la cintura; adornado con un listón azul bajo el busto y tan largo que me era difícil caminar con él, y los altos tacones no ayudaban demasiado a mantener el equilibrio.

    ¿Qué me faltaba? A ver… ¡Maquillaje!

    Rebusqué entre todos los cajones del departamento hasta hallar un lápiz labial y un recipiente con polvos. Nunca me maquillaba, y sin embargo haría una excepción esta vez. Hay que hacer “sacrificios” de vez en cuando ¿No? Aunque Nathaniel decía que me veía mejor sin nada de eso, decidí llevarle la contraria en aquella ocasión.

    Ya abajo en el vestíbulo, Mary y sus padres me esperaban pacientemente en medio de una gran multitud de personas que entraban y salían del recinto mientras se hacían las preparaciones para el evento navideño que dentro de poco tendría lugar allí. Agradecí con todo el corazón que aguardaran por mí, pues no tenía forma de movilizarme por cuenta propia ese día. En medio de halagos sobre mi apariencia e intercambio de frases motivadoras, abordamos con premura el automóvil de los Castañeda, emprendiendo rumbo en dirección a la iglesia Bautista Emmanuel.

    Milagrosamente conseguimos llegar a tiempo. Atravesé con premura el edificio entero, encaminándome hacia el solitario altar. Los pies me dolían por la carrera, además de que varias horquillas se habían caído y perdido en el trayecto, despeinando un poco mí lacea cabellera. Trataba de regular mi ritmo respiratorio cuando voltee a ver a los asistentes a la boda. Todas las bancas estaban ocupadas por amigos y familiares, y ver los rostros de aquellos que siempre estuvieron conmigo, apoyándome en las buenas y en las malas, me llenaba de gran felicidad.

    ¿Quién diría que pronto ese reconfortante sentimiento desaparecería, llevándose consigo mi última sonrisa?

    Raudamente me fijé en cada rincón de la estancia, buscando encontrar los verdosos orbes de Nathaniel. Empero mi esfuerzo era en vano. Clarissa, una compañera de la universidad, al notar lo que hacía, me indicó con señas que él todavía no llegaba. Su respuesta a mi nunca formulada pregunta únicamente aumentó mi silenciosa agonía, provocando que imágenes de mil trágicos desenlaces sobre mi historia de amor me recorrieran la mente. Sabía que posiblemente estaba creando una tormenta en un vaso de agua, pero las explicaciones lógicas tampoco me consolaban lo suficiente.

    Así pues, decidí esperar pacientemente, imaginando que en cualquier momento él atravesaría la puerta de la iglesia, vestido con el smoking negro que habíamos elegido juntos en septiembre, mostrando esa radiante sonrisa que nunca fallaba a la hora de disipar cualquier tormento en mi fuero interno. Sí, definitivamente se presentaría, después de todo, era nuestra boda, nuestro nuevo paso a una eterna felicidad.

    Y sin embargo, pasó media hora y el aún no se presentaba. Sentía como las lágrimas recorrían furiosas e incesantes mis mejillas, como se clavaban en mis palmas los tallos del ramo de flores que sujetaba, como mi corazón se rompía en mil fragmentos diminutos, para nunca más repararse. Los presentes intentaban calmarme en medio de mis sollozos y las damas de honor me rodeaban con sus brazos, abrazando mi tembloroso cuerpo. Puedo asegurar que jamás se vio a una novia en un estado tan lamentable.

    No resistí por mucho tiempo. Me levanté, arrojé el ramo al suelo y lo pisotee, intentando desahogar mis penas con él. Levanté el vestido blanco lo suficiente para que me permitiera movilizarme sin problemas, sujetándolo con fuerza por ambos lados, y eché a correr sin más. Oí a Mary llamarme a gritos por mi nombre, pero de pronto el ruido y las voces me parecieron un susurro lejano, y el mundo entero comenzó a ser devorado por las sombras de mi nublada vista.

    Traspasé el umbral de la entrada principal, las grandes puertas abiertas de par en par que permitían el paso a los deslumbrantes rayos solares del medio día. La luz me cegó, pero yo seguí mi marcha a todo trote, ignorando a quienes dejé atrás.

    –¡Feer, cuidado! –la advertencia de Clarissa me desconcertó.

    Escuché el chirrido de un auto, al parecer intentado frenar, pero cuando voltee a ver ya estaba descarrilado, volcado y yo con medio cuerpo bajo el pesado metal. Sentía un dolor punzante en cada respiro, mientras el paisaje entero se teñía de un oscuro color carmesí. Creo que alguien gritaba de pánico, o quizás no. Sé que no comprendía lo que pasaba, y recuerdo haber fijado la vista en algo más allá de mi ubicación. Era pequeño, redondo y desprendía un tenue brillo. Tal vez… ¿Un anillo?


    Se enjugaba los llorosos ojos con el respaldo de la mano, dejando húmeda la fina tela de la manga de su camisa. Una pequeña e inocente criatura que sufría una gran pérdida, sintiendo la presión de una tragedia que nunca pensó que tendría lugar esa mañana. Nadie lo habría imaginado.

    –Ten, pequeña, sécate con esto –dijo un hombre anciano, ofreciéndole gentilmente un pañuelo de lino blanco. Lo tomó y agradeció el afable gesto del señor, al cual reconoció inmediatamente.

    Él también estaba triste, pues dentro de uno de esos dos ataúdes se hallaba dormida e inerte su “niña”, la que debió haber salido caminando de aquella catedral, con una gran sonrisa y esperanzas futuras, y no alzada en una gran caja hecha de madera que dictaba el final de su historia. Y, a pesar del dolor que ambos reflejaban, Mary se dio cuenta de que sabía algo que ella ignoraba. No se atrevió a formular su pregunta en voz alta, así que decidió permanecer en silencio por respeto a los difuntos.

    –Dime ¿Sabes quién es la persona que está junto a ella en estos momentos? –el cuestionamiento del señor Valdés le desconcertó, porque en realidad no había reparado en ese detalle. Hizo un gesto negativo con la cabeza y aguardó a que éste prosiguiera–. El novio que nunca llegó. Al parecer había olvidado los anillos en la casa a la que se mudarían luego de la luna de miel, la cual se encuentra a cuarenta minutos de aquí.

    La sorpresa que esa respuesta le causó a la rubia provocó que las lágrimas emergieran nuevamente desde la profundidad de sus orbes azules. ¿Lloraba de alivio o de pesar? No estaba segura. Pero ahora sabía que él no quiso abandonarla, ni mucho menos. No, jamás la habría dejado plantada en su día especial.

    Un estruendo interrumpió el llanto de la pequeña, quien alzó la vista para buscar el origen de la extraña melodía de campanas que sonaba nítidamente en su cabeza. Miró a un lado y a otro, pero nadie parecía escucharlo, ninguna persona se daba cuenta de ello. Enseguida dio media vuelta, observando la entrada de la iglesia a la distancia.

    Se suponía que era media noche, pero una refulgente luz incandescente, comparada con el sol, la iluminaba por completo. De pie, frente a la puerta, caminando a paso lento hacia la salida bajo una lluvia de pétalos carmesí, una joven pareja reía alegremente, celebrando una boda que en esta vida no pudo llevarse a cabo. Festejaban el “Felices por siempre” que tanto anhelaron, mientras se despedían con una sonrisa de la niña a la que tanto quisieron.
     
    Última edición: 3 Diciembre 2013
  2.  
    Knight

    Knight Usuario VIP Comentarista Top

    Libra
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    Pluma de
    Escritor
    Me gusta mucho tu léxico, me gusta tu manera de narrar, me gusta como escribes en general. Empleas palabras poco comunes sin que se vea forzado y eso me gusta mucho, ahora la trama es interesante. Al principio pensé que seria algo predecible pero para nada, la redundancia en los pensamientos de la novia me parecen graciosos e interesantes al mismo tiempo, y el final fue algo melodramático y predecible (por lo de que la atropellaran mientras ella sale corriendo de la iglesia) me agradó.

    Solo podría decir que me confundí un poco en la ultima escena en la que la niña mira en su visión a ambos novios, felices, recién casados y eso.. ¿Pero entonces el novio murió también? ¿cómo?.
    Es la única duda que me ha quedado, y en cuanto a ortografía noté algunas faltitas por ahí pero nada grave, en general tu escrito estuvo bastante bien..

    Espero que sigas escribiendo por aquí, nos leeremos :3.


    Saludos.
     
    Última edición: 3 Diciembre 2013

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