One-shot El Creador de Muñecas

Tema en 'Fanfics sobre Videojuegos y Visual Novels' iniciado por Zeromaru X, 11 Julio 2011.

  1.  
    Zeromaru X

    Zeromaru X Iniciado

    Piscis
    Miembro desde:
    11 Julio 2011
    Mensajes:
    17
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Creador de Muñecas
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    11413
    Este es un cuento que comencé a escribir para un concurso hace unos años, pero debido a que mi PC se dañó, no lo pude terminar a tiempo. Esta basado en una aventura de D&D (Dungeons & Dragons) que jugué con unos amigos, así que no se les extrañe encontrar el cuento demasiado pastiche, xD-. Me inspiré en los cuentos de Lovecraft para darle esa sensación de terror cósmico, que espero funcione... ademas de que la aventura esta claramente basada en una de las misiones del videojuego Blood Omen: Legacy of Kain.

    Antes que nada, algo de terminología:

    Dracónido: Una de las razas que habitan el mundo de D&D. Se trata de dragones con rasgos humanoides, sin cola, cuernos, ni alas, que miden aproximadamente unos dos metros. Tienen una forma de pensar muy parecida a una mezcla del bushido y la vida vikinga: creen en el honor en vida, son excelentes guerreros y lo que mas desean es morir en el campo de batalla.

    Tiflin: Otra de las razas de D&D, se trata de humanos malditos que llevan en sus venas la sangre de los Diablos y las Deidades malignas, lo que les da un aspecto diabólico (piel roja, cuernos y cola y demás... aunque no todos los tiflins son iguales). No todos los tiflins son malos, sin embargo.

    Drow: El nombre que reciben los Elfos Oscuros o Elfos Negros en el mundo de D&D.

    No siendo mas, que disfruten de la lectura, y pueden opinar con la fuerza que deseen, ya que sus opiniones me servirán para mejorar mis habilidades como escritor.

    El Creador de Muñecas

    La única manera de descubrir los límites de lo posible
    es aventurarse hacia lo imposible.
    Arthur C.Clarke

    I

    Se movían a través de aquella niebla roja que, cual manto de sangre fría y espumosa, cubría ese lugar como un suspiro de desesperación carmesí. El negro bosque estaba imbuido por un aura de superstición y silencio que envolvía con su pesada esencia el aire insalubre que nacía de las plantas deformadas, cuya forma pertenecía a un paisaje de un mundo alieno al nuestro, un mundo blasfemo y corrompido. Las ramas de los retorcidos y grisáceos árboles se enredaban enfermizamente tapando cualquier rendija por donde se pudiera colar al menos un rayo de luz de la brillante luna dorada, que de otra forma, iluminaría su tortuoso camino.

    Habían viajado por días, caminando entre las sombras, atravesando los caminos que solo los que viajan con el viento conocen y viendo los horrores que incluso los héroes de los cuentos preferirían olvidar. Había sido un viaje difícil. De una compañía de ocho habilidosos aventureros, ahora solo quedaban seis. A sus dos compañeros faltantes los acababan de perder hacía no mucho, en las funestas aguas del Río de las Almas Perdidas, cuando fueron arrastrados por la briosa corriente, atrapados por… aquella cosa que querían dejar en el olvido, un horror de otro tiempo que era mejor no volver a mencionar. Sin embargo, seguir la corriente del río era la única forma de llegar a su destino. Aunque habían caminado por horas en el interior del bosque, guiados solo por la tenue luz de sus antorchas, que hacía resaltar aun más el rojo color de la niebla, su camino los llevaba nuevamente al siniestro torrente. Al llegar a un gran árbol en las orillas del río, los aventureros decidieron descansar.

    El árbol era bastante singular comparado con los demás árboles del bosque. Era parecido a un roble, pero su tamaño era colosal. Su copa se alzaba por encima del techo de ramas retorcidas, perdiéndose de la vista en la oscura maraña de hojas negro azabache. Su tronco era muy grueso y nudoso, de casi tres yardas de diámetro, y su corteza estaba retorcida, como cuando un niño aplasta arcilla húmeda en sus inexpertas manos. Sus gigantescas raíces se clavaban en el suelo, como si fuesen las asquerosas venas de aquel terreno maldito. Sin embargo, lo que más les llamaba la atención eran los patrones que se dibujaban sobre la corteza del árbol. Estaba casi plagada de lo que parecían ser efigies humanas. Los asquerosos relieves de cadáveres descompuestos resaltaban en esta, como si fuese la sabana mortuoria de momias mal embalsamadas. Disimulando el asco y el pavor que esto les provocaba, los seis valientes comenzaron a preparar su improvisada tienda de campaña. Hicieron una fogata alrededor de una de las deformadas raíces, mientras la joven tañía la lira en un intento de animar a sus compañeros y hacerles olvidar el horror de aquella tarde.

    Este grupo de aventureros, conocido en el mundo de los mercenarios bajo el nombre de “Stormbreakers”, era bastante singular, dado el origen y raza tan diversos entre sus miembros. Estaba el dracónido Abraxas de Bahamut, un Paladín de la Orden de Solamnia. Ver a un dracónido era bastante raro en las tropicales y boscosas tierras centrales, y más uno como Abraxas, pues sus escamas eran de color plata, algo bastante inusual para los de su raza. Llevaba una brillante armadura de escamas, hecha de hierro frío, y en su cinto una espada bastante exótica, un tipo particular de sable de filo único, curvado, cuyo mango era adornado por la efigie de un dragón rojo. Cuándo le preguntaron que clase de espada era, el respondió que se trataba de un arma usada por sus ancestros, una “katana”. En el suelo, junto a su bolsa de dormir y su zurrón, se encontraba su portentoso escudo pavés, adornado con el relieve del mismo Bahamut , un gigantesco dragón de platino. De todos los aventureros, era Abraxas el único que no demostraba miedo. Quizá por el hecho de ser un guerrero sagrado, o quizá por que creía que debía ser fuerte para inspirar a los demás.

    Al otro lado de la hoguera estaba Olibux el Sabio. De complexión delgada, rostro caucásico y ojos de un marrón penetrante, Olibux rozaba ya por la mediana edad. Aun con miedo en su corazón, Olibux, como todo buen mago, estudiaba su libro de conjuros, repasando los hechizos que debía preparar para el día siguiente, mientras se rascaba su ya prominente chiva. Vestía una larga túnica color esmeralda y en su frente casi calva, llevaba tatuado el “ojo que todo lo ve”, como muestra de su alto rango en cierta cábala secreta. Junto a él, trataba de dormir Akarion de Melora, un obeso sacerdote, que a diferencia de los demás, aun temblaba metido en su bolsa de dormir, no pudiendo superar la muerte de sus dos amigos en las aguas sinuosas de aquel río. Lejos de los dos hijos de Eva, se encontraba Norin el enano, afilando su hacha con esmero. Vestido aún en su vieja armadura de mithril, recordaba viejas épocas, cuando fue un soldado en las Montañas Plateadas, que quedaban lejos ahora, más allá del limite de los recuerdos. Por su lado, Szordrin, un drow, observaba detenidamente el bosque. Siendo un explorador nato, su misión era la de guiar a los aventureros por el camino más seguro a través de ese bosque maldito. Había fallado. No pensaba dejar que esa tragedia se repitiera de nuevo. Sentado justo contra el árbol, Szordrin jugaba con sus dos espadas, mientras su arco y su carcaj descansaban en el suelo.

    La última integrante de este singular grupo era Melancolía, una pequeña tiflin bardo que se ganaba la vida cantando de pueblo en pueblo. Como casi todos los de su raza, su piel era roja, dos grandes orbes de color carmesí por ojos, y una larga y juguetona cola no prensil, muy parecida a esas que les pintan a los diablos en los libros religiosos; su cabello era de un exótico color violeta, y sus cuernos aún eran pequeños, demostrando su corta edad. En busca de tesoros y aventuras se había metido de mercenaria y por casualidad había oído acerca de la fabulosa recompensa que ofrecía el Rey de Valinor para aquel que le proporcionara el método para romper el maleficio que había sido lanzado sobre la Princesa; la ilusión de tan grande recompensa, junto a la necesidad de vagar por el mundo, le obligaron a partir en busca del Creador de Muñecas. Entonces, se unió a los Stormbreakers, aunque ahora las cosas ya no eran tan bonitas como le parecieron en aquel entonces.

    -Bueno, Szordrin – dijo Abraxas, animándose a romper el silencio –, ¿ya sabes como llegaremos al hogar del Creador de Muñecas?

    -Si. Claro… -respondió el drow algo dubitativo -. Tan solo debemos pasar por el Santuario del Tiempo Perdido, que esta a unas cuantas yardas al norte. Pero como ya saben, este bosque esta plagado de criaturas… bueno, ¿ya las vieron, no? Weener y Simón…

    -¡No hace falta que nos recuerdes a Weener y a Simón!! – interrumpió Akarion, preso de ira y pánico, mientras se refugiaba en su bolsa de dormir.

    -A todos nos apesadumbra la muerte de ese niño… aunque no tanto la del ladronzuelo– se apresuro a decir Melancolía.

    -Weener no era tan mala persona, Melancolía – la reprendió pacíficamente el Mago -. Aun cuando intentase robar a sus propios compañeros de viaje, era un buen amigo…

    -Eso es verdad –replicó ella con tono mordaz-. Con su muerte evitó que los demás muriéramos… al menos fue útil en su ultimo momento…

    -¡Te recomiendo que retractes tus palabras, mujer! – refutó Olibux frunciendo el seño.

    Melancolía solo le respondió con una mirada desafiante. Entonces, Abraxas se interpuso entre los dos, mientras intentaba controlarlos haciendo señas con sus manos.

    -Ya basta – les amonestó con tono paternal -, no es momento para pelear entre nosotros...

    Tanto el mago como la bardo se miraron de reojo, se desafiaron mutuamente con gestos en sus rostros y volvieron a sus asuntos, dejando en el aire esa inquietante sensación de incomodidad que producen las riñas entre compañeros. Norin se encogió de hombros, pensando que Melancolía tenía tenia razón. “Al fin y al cabo, si no sobrevivieron, significa que habrá mas paga para mi”, pensó. Sin embargo, estos pensamientos se disiparon rápidamente cuando se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Sin querer, se fijo en un extraño objeto que se reflejaba en el filo de su hacha y giró su cabeza para observar con más detenimiento. Aquello que vio era un aberrante espectáculo que solo había visto en sus peores pesadillas. ¡Las momias se levantaban, atravesando la corteza del árbol, dejando escapar el acre olor de la muerte!! Norin grito desesperado para llamar la atención Szordrin, quien era el que estaba más cerca del árbol. Al verse rodeado, el elfo negro se abalanzó rápidamente al suelo mientras guardaba sus espadas en el cinto, proeza de la que luego él mismo se sorprendería después, y se abalanzó a por su arco y su carcaj, aunque derramó varias flechas en el proceso. Mientras, Abraxas corría a tomar su escudo y Akarion se levantaba bruscamente en busca de su Medallón Sagrado.

    ¡La visión era horrible! Los muertos vivientes salían de todas partes. De la corteza y las raíces del árbol, del suelo y las plantas que rodeaban a los aventureros. Pronto, solo quedaba una ruta de escape disponible: ¡el río! Los cadáveres, aún a medio podrir, se acercaban tumultuosamente a los sorprendidos aventureros. Sin embargo, fue Norin el primero que reaccionó. Con su hacha a dos manos, se abalanzo contra dos zombis y un esqueleto, destajando al primero de un solo hachazo, y tumbando al segundo con un golpe a las canillas. El esqueleto se abalanzo sobre él, pero el enano contó con la ayuda del ágil Szordrin, quien le voló el cráneo de un solo flechazo.

    -¡Cúbreme, enano! – le grito el drow- ¡Recogeré las flechas que he perdido!

    -¡¿A quien llamas “enano”, orejas largas!? –respondió Norin en tono burlón - ¡Recoge esas flechas rápido, que ni mi hacha podrá con tantos a la vez!!

    Melancolía, quien estaba cerca de ambos guerreros, rápidamente toco unas notas con su lira, creando una onda sónica que paralizo momentáneamente a los zombis, momento en que Norin y Szordrin aprovecharon para atacar. Por su parte, Abraxas contenía la horda de sucios cadáveres que intentaban atacar al indefenso Akarion. Con su escudo pavés era fácil empujarlos y hacerlos retroceder mientras que con su sable a una mano destazaba sus cabezas. En ese mismo momento, Olibux ayudaba al regordete sacerdote a levantarse, mientras este continuaba en la búsqueda de su medallón.

    -¡Solo la Madre Melora nos puede ayudar en esta situación! – exclamaba el clérigo, con la respiración entrecortada.

    -¡Cálmate, Akarion! – le sacudió Olibux con fuerza - ¡Cálmate y piensa donde lo dejaste!!

    Akarion lanzo un suspiro, y luego se puso a llorar desconsolado, ante la atónita mirada del Mago. El clérigo se había derrumbado ante el miedo y el arrepentimiento.

    -Si no hubiera sido tan cobarde… en este momento Weener y Simón…

    -¡No es tu culpa, Hermano! – exclamo el dracónido con voz de trueno, mientras contenía a unos esqueletos que intentaban inmovilizarlo -. ¡Tú sabes que era imposible vencer a esa cosa! ¡Pero será tu culpa si morimos aquí esta noche!!

    Akarion quedo en estado de shock. Olibux entonces se incorporó y miro a su alrededor. Aunque los demás intentasen destruir a todos los no-muertos, estos continuaban saliendo del bosque en dirección a ellos. El mago entonces tomo su báculo mágico, y abriendo su libro de conjuros con la ayuda de su truco “Mano de Mago”, empezó a entonar un ensalmo. De su mano derecha comenzó a nacer una pequeña bola de fuego, que fue creciendo rápidamente hasta tomar el tamaño de un puño. Exclamando su conjuro en voz alta, el Mago lanzo la bola contra los zombis, haciéndola explotar en la cara de un horrible cadáver sin la mitad del cráneo. El fuego mágico envolvió a todos los no-muertos, consumiendo rápidamente la maleza y los cadáveres podridos, pero sin afectar a ninguno de los audaces aventureros. Gracias al brillo producido por el fuego, Akarion vio su resplandeciente amuleto en medio de la bolsa de dormir. Lo tomo con un ágil movimiento y lo apretó contra su pecho, mientras suspiraba lentamente. Cuando el conjuro se disipó y las flamas se fueron apagando mágicamente, los aventureros se quedaron pasmados. Pese a que la bola de fuego de Olibux había destruido a la mayoría de los zombis, un centenar de estos salían de las entrañas del bosque para reemplazarlos.

    -¡Solo podemos escapar por el río! – grito Szordrin-. ¡Es la única salida que hay, si queremos sobrevivir!

    -¿¡Estas completamente seguro!? – repuso Melancolía, sorprendida – ¡Pero en el río…!

    -¡No hay otra salida, corran hacía el río!!! – dijo el elfo mientras recogía unas pocas flechas del suelo, las ponía en su carcaj y corría a gran velocidad.

    Abraxas y Norin, quienes confiaban en Szordrin debido a la larga amistad que compartían, lo siguieron sin pestañear, pero Olibux y Melancolía dudaron un poco. Akarion seguía sentado, como si desease que ese fuera su fin. El Mago intento levantarlo, pero Melancolía lo detuvo.

    -No vale la pena morir por un cobarde… – dijo la chica.

    Muy a su pesar, Olibux guardo su libro de conjuros en la bolsa mágica que llevaba atada en su cinturón y siguió a la tiflin hacía el caudal. El clérigo se levanto unos segundos después. Estaba rodeado por los asquerosos cadáveres, quienes se le acercaban lentamente. Elevó su medallón firmemente, mientras rezaba una plegaria a su Diosa.

    -¡No pasarán!! – exclamó con fuerza.

    De su símbolo sagrado comenzó a emanar una luz muy brillante, que hizo retroceder a los zombis. Estos se deshacían lentamente, dejando salir de sus cuerpos la materia necrótica de la que se componían. Luego, al ver a sus compañeros alejarse hacía el río, supo lo que debía hacer. Haciendo un acopio de toda su fuerza de voluntad, el joven sacerdote se levantó y corrió hacía el río tratando de alcanzarlos. Al verlo, Olibux sonrió para sus adentros, aliviado de que su amigo hubiera tomado la decisión correcta.

    El primero en saltar fue Szordrin, seguido casi de inmediato por el enano. Abraxas se detuvo a esperar a sus compañeros, poniendo su escudo en posición defensiva. Al pasar por allí, Melancolía miro de reojo al dracónido. Sus ojos rojo carmesí se cruzaron con los ojos azul celeste del paladín justo antes de que ella se zambullera. La siguieron el Mago y el gordo sacerdote, aunque este último se detuvo antes de saltar, como si lo dudara, pero al segundo se lanzó al río desesperadamente. Abraxas entonces noto que la luz se hacía más débil. En efecto, al mirar de nuevo al árbol, se dio cuenta que varios zombis se chamuscaban en la hoguera, mientras esta se apagaba lentamente. Sin dudarlo en segundo más, el paladín hizo una plegaria a su Dios y saltó a la trepidante corriente.

    II

    Al despertar, Melancolía se encontraba en la ribera del río. Ya debía ser mediodía, por que algunos rayos de sol se colaban entre las hojas, dándole al ambiente una tenue iluminación verde ópalo. Buscó entre su bolsa de cuero con cuidado, y soltó un suspiro de alivio al ver que su lira mágica, regalo de un amigo al que apreciaba mucho, seguía intacta. Se levanto débilmente, y reviso su cuerpo en busca de heridas. Solo tenía unas cuantas contusiones y morados, y uno que otro rasguño, pero nada de que preocuparse. Salvo claro esta, del paradero de sus amigos. Miro alrededor y se dio cuenta de que estaba sola en aquel lugar. Al principio, pensó que se encontraba en las olvidadas tierras del Páramo Oscuro, donde los muertos van luego de haber dejado su envoltura corporal, pero luego se dio cuenta de que aún seguía con vida, al ver la sangre de sus heridas. “Los fantasmas no sangran”, pensó. Caminó por la ribera entonces, tratando de conseguir alguna pista de sus amigos. Para su suerte, se encontró con Norin y Szordrin unos minutos después, quienes se encontraban cerca de un matorral, mientras el explorador intentaba ayudar al inconsciente enano. El drow estaba bien, aunque había perdido sus preciosas flechas, pero Norin había llevado las de perder por culpa de su pesada armadura. Tenia una herida seria en el hombro derecho y de no ser por la ayuda rápida de Szordrin, se hubiera ahogado en el fondo del río. Luego de debatir la idea un rato, Melancolía y Szordrin llegaron a la conclusión de que debían buscar pistas de los demás. Sin embargo, como era un lugar peligroso, primero decidieron buscar un refugio para dejar a Norin, quien no podía moverse. Por si eso fuera poco, habían perdido la gran mayoría de sus provisiones en el campamento, y el hambre los comenzaba a debilitar. Szordrin hizo un campamento improvisado, mientras Melancolía tocaba una hermosa melodía, cuyos efectos mágicos ayudaban a sanar las heridas del enano lentamente.

    -Mi música no servirá de mucho, pero al menos le aliviara el dolor – dijo ella al elfo oscuro, quien se encargaba en vano de buscar alimento entre las plantas.

    Al cabo de un rato, Szordrin dejo a Melancolía en el campamento, mientras él exploraba el terreno en busca de sus amigos. Caminó hacía el sur, siguiendo la orilla del río por el lapso de una hora. No tuvo éxito. Al parecer, a los otros tres se los había tragado la corriente. Y así, comenzó a oscurecerse el bosque, mientras se inundaba con el espantoso color carmesí y su olor a cadáver. Los ominosos sonidos de aquel bosque le recordaron que debía volver al campamento. Era obvio que el bosque estaba plagado de zombis y otras criaturas aún peores. Para su suerte, Szordrin descubrió que ninguna de esas criaturas se acercaba al lugar donde habían puesto su campamento. Norin se encontraba mucho mejor, gracias a los cuidados de la tiflin. El elfo por su parte, había logrado recuperar dos de los zurrones que habían perdido en el río y que todavía conservaban algo de comida.

    -¿Crees que los demás estén con vida? – pregunto el enano débilmente, mientras comían ante la luz de una hoguera improvisada.

    -No lo sé, y no lo creo… - repuso Szordrin despreocupado -. Aun cuando hayan podido sobrevivir a las aguas, no creo que tengan tanta suerte como para pasar desapercibidos ante los zombis…

    -Nosotros tenemos esa suerte – musitó Melancolía suavemente.

    -De todas maneras, no podemos esperarlos… - continuo el elfo en tono desanimado-. No podemos estar más tiempo metidos en este maldito bosque…

    -En eso tienes razón… -replico ella, mientras mordisqueaba monótonamente el pedazo de carne que se estaba comiendo.

    -Parece que este el fin de los Stormbreakers… - suspiro amargamente Norin.

    Él silencio reinó en el ambiente, y tanto él como el elfo dejaron escapar una sonrisita sarcástica. Esa noche, aunque la tristeza embargaba sus corazones, por fin pudieron dormir tranquilamente.

    ***​

    Olibux luchaba ferozmente para no ser arrastrado por la corriente, mientras trataba de aferrarse al cuerpo sin vida del joven Akarion. Llevaban más de cinco horas arrastrados por la fuerte corriente, y al mago ya no le quedaban energías para continuar. No supo como murió el clérigo. Simplemente se aferró a este en un momento de la noche, cuando el cuerpo salió volando de una vorágine con varios tentáculos. Sin embargo, no tenía pista de los demás aventureros. El cuerpo de Akarion salió un momento a la superficie, y el Mago aprovecho para tomar aire una vez más. Y entonces vio todo aquello que los rodeaba. Los árboles movían sus raíces como si estas fueran serpientes, y las usaban como cañas de pescar, atrapando a cualquier criatura que se les pasara enfrente. Además, vio a otra criatura nadando muy cerca de él, aunque tuvo que agudizar demasiado la vista para poder reconocer que era. Como un tritón, Abraxas se movía rápidamente a través de las furiosas aguas. Olibux vio como el dracónido se acercaba a él gradualmente y también vio aquella monstruosa figura que nadaba justo detrás del paladín. Una mezcla de pavor y repulsión nació en su corazón mientras veía como la asquerosa criatura alzaba sus blasfemos tentáculos contra ellos. Tomando al mago por su túnica, el dracónido intento nadar con fuerza hacía la orilla, aunque sus esfuerzos eran en vano. Parecía imposible llegar a las rocas de la orilla o aferrarse a las ramas de los árboles pescadores que tocaban el río, pues la briosa corriente los arrastraba con gran fuerza, una fuerza casi mágica, a las fauces del horror cósmico. Sin embargo, el mago no pensaba rendirse. Liberando una cuerda que llevaba enrollada en su cinturón, lanzo un conjuro sobre esta. La cuerda inmediatamente cobro vida y comenzó a subir en busca de algo en que aferrarse.

    -¡¿Por que no hiciste eso antes!? – le preguntó Abraxas, bastante irritado.

    -¡Necesitaba de alguien fuerte para que sujetase la cuerda! ¡Yo no soy tan fuerte como para soportar el arrastre de la corriente!! – le respondió el mago con un grito.

    En el momento en que la cuerda se tensó, Abraxas comenzó a subir por esta llevando al Mago a cuestas. Sin embargo, Olibux tuvo que dejar que el cuerpo de Akarion fuese arrastrado por la corriente, mientras se sujetaba en la espalda del dracónido. Ambos vieron como el clérigo era engullido por la aberración que les seguía. Abraxas, valiéndose de su resistencia adamantina y su fuerza hercúlea, comenzó a subir aún más rápido por la cuerda mágica, hasta llegar a las ramas de un árbol. Al subirse a una rama inusualmente robusta, pudieron escuchar los gemidos y aullidos de las extrañas criaturas que pululaban en aquel bosque maldito. Olibux se recostó contra el árbol, mientras lanzaba un suspiro de alivio. Abraxas mientras tanto, recogió la cuerda muy cautelosamente.

    -Tengo un mal presentimiento… - musitó, al ver al mago tan relajado.

    Olibux intento levantarse para preguntarle que era lo que había dicho, cuando un temblor le hizo perder el equilibrio, y una súbita explosión de luz salió del bosque, seguida de una cacofonía de gemidos, aullidos y gritos de desesperación, como si aquella luz le arrancara el alma a aquellas criaturas sin Dios. Olibux se aferro con fuerza al árbol, mientras sus piernas temblaban del terror. Abraxas casi se cae y tuvo que lanzarse contra la rama y abrazarse a esta para no perder el equilibrio. Ambos intentaban resistirse a oír aquel abominable sonido, que les instaba a perderse en el laberinto de la locura y el frenesí de la muerte. Carcajadas blasfemas y palabras malditas volaban por los éteres y les tentaban a sucumbir ante el caos y la desesperación. Y después… solo el silencio. El temblor cesó mientras la luz se desvanecía tan rápido como apareció. Ambos aventureros duraron en sus vergonzosas posiciones un rato más, hasta que las hojas de los árboles comenzaron a mecerse con el viento. El silencio fue roto por el mago, quien se dio cuenta de la perdida de su báculo mágico, el cual se había caído en el río horas antes.

    -¡Era un regalo de mi maestro…!! –rezongó, mientras se pasaba la mano por su calva cabeza, intentando encontrar su sombrero -. Y para colmo también he perdido mi sombrero… ¿¡que mal podría haber hecho para perder mi sombrero!?

    Abraxas entonces recordó que tuvo que deshacerse de su escudo pavés, aunque se aseguro de no perder su espada, pues esta había pertenecido a sus ancestros y hubiera sido un deshonor dejar que ese río maldito se la tragara. La bolsa mágica del mago probó ser de utilidad esa noche, pues los alimentos que el mago había almacenado allí y su libro de conjuros lograron sobrevivir intactos al contacto con el agua. Luego de la cena, ambos aventureros se vieron forzados a descansar en las ramas de aquel árbol, pues temían que los zombis u otras criaturas aún peores los estuvieran esperando en el suelo. Abraxas pasó sin pegar el ojo, escuchando los ronquidos del mago, hasta que la oscuridad carmesí se torno en una luz verde ópalo, que le dejo apreciar por fin la apariencia del bosque. Abraxas agradeció a Bahamut que no hubiera ninguna criatura esperándolos en las raíces del árbol.

    Después de haber tomado un pequeño desayuno en la comodidad del suelo, Olibux conjuró un ritual de adivinación para saber del destino de sus camaradas. Durante unos cuantos minutos, Abraxas tuvo que soportar el olor de raras especias, mientras veía al mago escribir extraños símbolos en la tierra y pronunciar algo en un idioma que él no podía entender. Al cabo de un rato, aparecieron unas figuras encapuchadas de la nada, como si hubieran salido del aire; el mago y estas criaturas entablaron una conversación que duro no menos de quince o veinte minutos. En ese tiempo, Abraxas se había dedicado a explorar el terreno, vigilando el área de cualquier intrusión. Cuando terminó el efecto del hechizo, el Mago llamo al dracónido.

    -He hablado con los Antiguos Oráculos, y me han dado excelentes noticias respecto a nuestros compañeros… – dijo el mago ufanándose, pero al ver que el paladín no se dignaba a mirarlo a los ojos, prosiguió con tono desanimado-. Sin embargo, para encontrarnos con ellos, debemos seguir el camino de la ribera del río, al menos hasta llegar a la ladera de una gran montaña. Después de eso, solo tenemos que ir viajando en contra del naciente, hasta llegar al Santuario del Tiempo Perdido, a donde nuestros amigos también se dirigen…

    -En ese caso, será mejor irnos ya… este bosque no es seguro, incluso en el día… - respondió Abraxas en tono cortante.

    A Olibux no le gusto mucho la forma en que le habló el paladín, pero sabía que tenía razón. Armándose de un palo que encontró entre la maleza para reemplazar su báculo perdido, prosiguió a seguir al paladín entre los árboles aberrantes de aquel bosque extraño, tomando la ruta indicada por los Oráculos.

    ***​

    Habiendo recuperado sus fuerzas gracias al sueño reparador, los tres aventureros comenzaron el largo viaje al norte. Siguiendo las pistas en el camino, y el mapa incompleto del bosque, Szordrin los guío entre los árboles, por el camino que parecía más seguro. A diferencia del paisaje nocturno, cubierto de niebla, en el día las cosas eran muy diferentes, ya que se podía apreciar con lujo de detalles el horror de aquel bosque maldito. Los árboles se entrelazaban en lo que parecían ser gigantescas telarañas, aunque estas estaban hechas de trozos de músculo y carne en lugar de hojas y maleza. Atrapados entre las venas y la sangre coagulada, se encontraban los cadáveres de seres humanoides, clavados en las ramas de los árboles o enredados en las redes de piel y sangre, deformados de forma tan blasfema que no se podía reconocer que fueron en vida. Melancolía llego a la conclusión de que estos eran cadáveres de orcos o trasgoides, que de alguna forma quedaron atrapados en ese bosque, aunque en realidad no estaba segura. Una cosa que llamó la atención de Szordrin fue el hecho de que aquellos cadáveres pudieran tapar la luz del sol completamente. Pensó que quien se hubiera dedicado a decorar los árboles de esa manera era un maniático con demasiado tiempo libre. Además, luego de un buen rato de curiosa investigación, descubrió que la iluminación verdosa que les permitía ver en aquel pandemonio era producto de algunos hongos fosforescentes que nacían en las raíces de los árboles; se extraño al ver ese tipo de hongos allí, pues sabía que normalmente solo se podían encontrar debajo de la tierra. Otra cosa que le erizaba los pelos era la maleza que les rodeaba. Las plantas eran deformes y asquerosas, y los héroes pudieron ver con sorpresa que sangraban al igual que una persona, aunque este liquido rojo era más bien una especie de ácido corrosivo, como lo pudo comprobar el drow cuando la manga de su camisa se derritió al tocar ese liquido accidentalmente. Además, la cacofonía creada por los insectos era perturbadora, lo que les estresaba bastante. Sin embargo, no se encontraron con ninguna criatura extraña ni hostil, y los únicos animales que se veían eran pequeños roedores que se escondían en la maleza una vez se sentían en peligro.

    Los aventureros continuaron su viaje hasta el atardecer, cuando por fin salieron de la maraña de árboles, y vieron la luz de la dorada luna. Era un espectáculo maravilloso. El cielo era hermoso, o así lo creían ellos, puesto que no lo habían visto en días. Por fin habían llegado a la ladera de la gran montaña.

    ***​

    Cuando la niebla roja comenzaba a ser visible y los hongos apagaban su verdosa luminosidad, Abraxas supo que la noche estaba cerca. Después de cortar de un sablazo una gran cantidad de venas enredadas en la maleza, pudo ver por fin el lindero del bosque. Estaban a los pies de la montaña indicada por los Oráculos. Un poco más allá, podía verse el santuario que buscaban, aunque se veía pequeño por la lejanía. El Santuario del Tiempo Perdido era tan solo una pequeña capilla incrustada en la misma tierra. Antes su altar estaba repleto de sacrificios a los Dioses Antiguos, pero esos Dioses ya estaban muertos y la civilización que construyó ese monumento había desaparecido desde épocas remotas, cuando las constelaciones que brillan en el cielo aun no existían. La capilla yacía abandonada en ese bosque, como una cicatriz en el tiempo, un recuerdo de las olvidadas culturas paganas de la edad oscura.

    -Nos costará una hora llegar allí… aproximadamente – le dijo el paladín a su compañero.

    El mago se desenredó la maleza que se había engarzado en su túnica y se apresuro a acercase al guerrero sagrado. Aún cuando se habían alejado de aquella arboleda, los sonidos que emitían las criaturas del bosque se oían demasiado cerca. Se encaminaron por el pastizal, mientras la brisa nocturna les refrescaba sus cansados cuerpos. De vez en cuando, Olibux volteaba a mirar al bosque en busca de alguna criatura furtiva, mientras aguantaba las ganas de echar a correr y ahogaba en sus pulmones un cobarde grito que le haría avergonzarse en un futuro. Imaginaba ver ojos rojos en todas partes, y tenía la sensación de que algo le respiraba en la nuca, por lo que caminaba torpemente. Por su parte, Abraxas simplemente se dedicaba a mirar al frente, escudriñando el horizonte en busca de cualquier cosa que se moviera. Al cabo de un rato, cuando la cuesta se comenzaba a volver muy empinada, vieron tres sombras acercándose. Abraxas intento reconocerlas, sin mucho éxito.

    -Podrían ser enemigos, así que prepárate – advirtió el paladín tranquilamente, mientras desenvainaba su espada.

    -Espera – contestó el mago-, no seas tan precipitado.

    Las sombras se acercaban más y más. Abraxas se alistó en su pose defensiva, mientras el filo de su espada brillaba con la centelleante luna. Sin embargo, pronto se dio cuenta que esas sombras le parecían familiares. Dos sombras altas, una con largas orejas y otra femenina con pequeños cuernos resaltando en su cabeza, y la última sombra pequeña y maciza.

    -¡Son ellos!! – gritó una de las sombras, con entusiasta alegría - ¡Están vivos!

    Abraxas y Olibux soltaron un suspiro de alivio al mismo tiempo, mientras el dracónido guardaba su arma. Luego, se apresuraron a reunirse con sus amigos, quienes estaban cerca del santuario.

    -Creímos que no saldrían con vida de ese bosque – dijo el enano, mientras golpeaba a Abraxas amistosamente en el brazo.

    -¡¿Y quien te crees que somos!!? ¡Somos los Stormbreakers!! - respondió el dracónido, algo arrogante -. ¡Falta más que un par de muertos vivos para que nos destruyan!

    -Sin embargo, Akarion… - suspiró Olibux.

    En ese momento, todos se quedaron callados, y guardaron un momento de silencio por sus amigos caídos. Pero en sus corazones estaba incrustada la determinación de continuar con el viaje. Sabían que por fin había llegado la última etapa de su misión. Cuando Abraxas miro hacia la montaña, pudo ver la mansión del Creador de Muñecas…

    -Esta esperando por nosotros – musitó el dracónido.

    -Es bastante lógico que creamos que él nos esta esperando… - respondió el Mago, algo perplejo.

    -Por fin enfrentaremos a ese Creador de Muñecas – agregó Melancolía, con cierta excitación -. Me pregunto que forma tendrá…

    -Para vivir en este bosque, una muy asquerosa, te lo aseguro – le contestó Abraxas, algo divertido.

    -¡Tenga la forma que tenga, le partiré en dos con mi amada Gertrudis! –aseveró el enano amenazante, mientras jugaba con su hacha.

    -Entonces, mi trabajo será subirlos hasta allá con vida -sonrió el drow, mientras se acomodaba vanidosamente su larga cabellera.

    Y así, los aventureros comenzaron a escalar la montaña. Esa noche no pensaban en acampar, y tan solo hicieron una pausa para comer las pocas provisiones que les quedaban. Era tiempo de terminar con aquel viaje aberrante. Era hora de cumplir su misión y volver a casa. Al menos, eso era lo que ellos deseaban.

    III

    Cuando el Rey de Valinor organizó un concurso de muñequeros para celebrar el decimoquinto cumpleaños de su hija, fue el Creador de Muñecas, un gnomo llamado Elzevir, quien elaboró la más fina y hermosa de todas. De las mil muñecas que le presentaron al Rey, la de Elzevir era tan hermosa que cautivo instantáneamente el corazón del Rey y sus súbditos. Sin embargo, el Creador de Muñecas no acepto el favor real que era otorgado como premio, sino que humildemente pidió un mechón de cabello de la niña como único pago. Al cabo de unas semanas, la Princesa fue hallada en su habitación, inconsciente, como una marioneta sin vida. El Rey, desesperado, llamó a los mejores médicos del reino y a los sumos sacerdotes de la Gran Iglesia, e incluso a la Cábala de Magos, para que averiguaran que le había pasado a su preciosa hija, pero ninguno dio con el resultado. Entonces, un extraño anciano de barbas blancas se presento en la sala del trono unos días después. El anciano vestía una túnica gris y llevaba un gran sombrero de cuero bastante ajado, y siete hermosos canarios dorados volaban a su alrededor. Fue este extraño personaje quien le contó al Rey acerca de la afición del malvado gnomo.

    “Las muñecas de Elzevir son efigies, destinadas a representar a una persona en particular” dijo el viejo. “Solo necesita algo de esa persona: un objeto personal, un pedazo de ropa… o un mechón de cabello, para atar el alma de esa persona a una muñeca, y encerrarla en esta por toda la eternidad”.

    Cuando el viejo se retiró del castillo, el Rey quedo consternado ante este hecho. Rápidamente envió a sus hombres en busca de pistas que dieran con el paradero del diabólico muñequero, pero estos no encontraron ni el más mínimo rastro del escurridizo gnomo. El Rey cayó en depresión y desatendió los asuntos del reino. La Reina se encerró en su cuarto y dejo de comer y de beber, hasta que enfermó de tristeza. Todo el reino guardo luto, como si la Princesa hubiera muerto. Se ordeno que metieran su cuerpo sin alma en un ataúd de cristal, el cual fue guardado en el templo más sagrado de todo Valinor, y los súbditos iban y lloraban por ella, y clamaban a los Dioses para que estos regresaran a la adorada niña. Pero el Príncipe Heredero no se dio por vencido. No aceptó el destino de su hermana y decretó que cualquiera que regresara el alma de la niña podría pedir al Rey cualquier cosa que deseara y que estuviera en poder del Rey otorgarla. Y le pidió a los Dioses que si esto no era cumplido, destruyeran aquel reino y a toda la casa real y borraran su recuerdo de los libros de historia y las canciones de los bardos. Con este juramento, pronto hizo extender la noticia por todas las tierras del reino y en todos los reinos vecinos, y aquellos aventureros que por buenas o malas intenciones deseaban el favor del Rey, emprendieron la difícil tarea de buscar el paradero del Creador de Muñecas.

    ***​

    Cuando Melancolía miro de reojo hacía atrás, pudo ver el tejado negro que cubría el bosque maldito. La niebla roja se podía ver como pequeñas manchas de sangre salpicadas entre las “hojas” de los árboles –pues eso era lo que parecían los cadáveres apilados en las ramas de aquellos árboles en la oscuridad de la noche. La copa del roble colosal que vieron en el bosque se levantaba por encima de este tejado siniestro, y su grotesca forma dio a entender a la chica que quizá eso no fuera un árbol. Los blasfemos sonidos que emitían las criaturas del bosque le provocaron escalofríos, pero cuando la mano del paladín tomó la suya para ayudarle a subir el último tramo del acantilado, pudo sentir una cálida sensación de paz.

    La saliente rocosa en la que se encontraban era bastante grande, por lo que los aventureros pudieron descansar a sus anchas a la luz de una pequeña fogata. La luna estaba en su cenit, y el sueño y el cansancio se estaban apoderando de ellos. Unos metros al norte, un camino empedrado les guiaba a la tenebrosa mansión, que se veía como una pequeña mancha a lo lejos. Pese al aullido del viento y a los infernales sonidos que se oían en el bosque, aquella noche los aventureros habían decidido conciliar el sueño, para así poder invadir la mansión en la madrugada. Claro esta, excepto Szordrin, que por su naturaleza féerica no necesitaba dormir, tan solo descansar por un corto periodo de tiempo. Fue esto lo que les salvo la vida esa noche. Cuando los agudos sentidos del elfo oscuro percibieron a las criaturas que se acercaban, Szordrin salió de su trance inmediatamente. Al mirar hacía la mansión, pudo ver como unas criaturas que parecían estar hechas de madera, como marionetas de tamaño humano, se acercaban sigilosamente. Szordrin se apresuró a despertar a Norin y a Olibux, a quienes tenía más cerca. Aunque no habían podido descansar lo suficiente, ambos se levantaron rápidamente, aunque el enano lo hizo de muy mala gana. Levantar a Abraxas y a Melancolía fue bastante difícil, ya que estos estaban bastante alejados y el drow no quería llamar mucho la atención. Olibux le hizo algunas señas, y el explorador entendió que el mago se encargaría de eso, mientras que él y Norin debían encargarse de frustrar a los atacantes que les acechaban.

    Olibux lentamente creó su mano mágica y con ella alcanzó al paladín, dándole pequeñas palmadas en la espalda para que se despertara. El dracónido se demoró un poco en levantarse, pero al ver la preocupada cara del mago, registro el área rápidamente con su mirada. El mago por su parte, despertó a Melancolía, cuyo sueño liviano le permitió despertarse con solo el roce de la mano mágica. La chica estiro su cuerpo entumido como una gata y bostezó como un bebe recién nacido. La luz de la luna reflejaba su bien dotado cuerpo, que de no tener ese aspecto tan diabólico, le hubiera convertido en el motivo del deseo de muchos de los hijos de Eva. Se sobresaltó cuando vio el brillo asesino en los ojos de Abraxas al desenvainar lentamente su sable, y unos segundos después ella misma estaría tomando su lira mágica al percatarse de la presencia de varios humanoides, quizá mas de diez, que les rodeaban. Se trataba de una especie de títeres o marionetas tan grandes como un adulto, hechos de madera y huesos, con prominentes cráneos lupinos o trasgoides, de exagerados colmillos salientes y ojos rojos entre las cuencas craneanas vacías. Sus extremidades eran una combinación de hueso y madera negra, terminando en alargadas garras lupinas, con uñas tan filosas como pequeñas navajas. Su torso consistía en un armazón de hueso parecido a las costillas humanas y reforzadas con espinas de madera que salían de entre los huesos. Las criaturas parecían estar olfateando el aire, mientras se movían bruscamente tratando de encontrar algo en la oscuridad.

    El primero que atacó fue Norin, aprovechando que había logrado ponerse en una posición bastante ventajosa. Con su hacha destajo a uno abriendo su cabeza de un golpe y después imprimió todas sus fuerzas en el hacha hasta abrirlo en dos. Melancolía y Abraxas actuaron en conjunto, siguiendo la iniciativa del enano. El paladín rezó al Gran Bahamut, patrono de aquellos que luchan por la justicia y el bien común, haciendo que el filo de su arma fuese imbuido con el divino poder de su fe y atacó a cuantos enemigos se le pusieron enfrente. La bardo por su parte, entonó una vieja canción acerca de los legendarios héroes que lucharon contra la terrible dragona llamada "El Hambre Andante". La canción inspiro un valor mágico entre sus camaradas, quienes olvidaron el cansancio que les producía el sueño. Szordrin aprovechó que los demás atraían la atención de las criaturas y se abalanzó sobre dos que estaban desprevenidas, cortándolas por la mitad con un solo movimiento de sus espadas. Olibux hizo el papel de francotirador, oculto tras unas rocas. Su conjuro de “Proyectil Mágico”, una especie de rayo de "vacío" que disparaba de las puntas de sus dedos, resultó ser útil para deshacerse de los monstruos que estaban más cerca al precipicio.

    En medio de aquella tenaz batalla, una redonda sombra cayó repentinamente del cielo, seguida de dos criaturas femeninas que le iban a la saga. La bola gigantesca resulto ser un oso de felpa de casi unos cuatro o cinco metros, armado con tres grandes garras de hueso que atravesaban la tela de sus manos y patas, que chorreaban un viscoso liquido negro que infectaba el suelo con vetas de una putrefacta sustancia amarillenta. La criatura excretaba un olor a Muerte que se podía ver en el aire como un aura de perturbadora pestilencia. Las criaturas femeninas eran muñecas de trapo de tamaño humano y atractiva figura, armadas con grandes cuchillos de carnicero ensangrentados. Algo realmente perturbador se desprendía de esas dos muñecas, algo que provocaba una mezcla de temor y nauseas. Los aventureros se quedaron casi paralizados por un instante, envueltos en un estupor aberrante producido por la maloliente aura del oso siniestro.

    La bestia de felpa se abalanzo sobre Melancolía, rugiendo ferozmente. Al abrir sus fauces, detrás de la intricada fila de colmillos afilados, una segunda hilera de dientes, parecidos a los dientes de un humano, se dejaban ver en la oscura boca de la bestia. La chica logro moverse a tiempo para evitar las garras del animal, pero fue golpeada con tal fuerza que salió lanzada contra uno de los arboles que decoraba el camino a la casa del Creador de Muñecas. En ese momento, Abraxas, guiado por un valor divino, levanto su medallón sagrado –muy parecido al del difunto Akarion, pero con la efigie de un dragón grabada en su superficie– en contra del oso.

    -¡Oh, gran Draco Paladín, danos tu fuerza y tu luz para guiarnos en esta hora de adversidad! – rezó el paladín fervorosamente, mientras su símbolo sagrado liberaba una potente luz-. ¡Desata tu ira sobre esta criatura del Abismo, y disipa las sombras de la Muerte que rodean a tus fieles sirvientes!

    La luz sagrada expelida por el medallón hizo retroceder al oso, el cual se retorcía de dolor mientras el aura blasfema que le rodeaba se consumía lentamente. Colgando rápidamente el medallón en su cuello, el paladín tomo su espada con ambas manos, y recitando otra oración la imbuyó con poder divino, para embestir después al indefenso oso.

    Por su parte, Norin y Szordrin, quienes ya se habían desecho de todas las marionetas de hueso, se encontraban rodeados por las muñecas, que con ágiles movimientos y acrobacias los tenían encerrados en un circulo imaginario. El drow vio como el Mago, escondido tras las rocas, recitaba un conjuro. Sabiendo que quizá el mago necesitaría tiempo, le susurró al enano:

    -Compraremos tiempo para Olibux, así que tú iras por la izquierda y yo por la derecha. Tenemos que enfocar toda su atención en nosotros, o de lo contrario Olibux no podrá hacer nada – dijo esto ultimo con una risita burlona.

    Asintiendo con un gruñido, el enano se abalanzo en la dirección designada, mientras balanceaba su hacha peligrosamente, cortando el brazo de una de las muñecas que casualmente pasó por ahí. La muñeca emitió un chillido infernal, mientras una especie de líquido negro emanaba de la herida abierta. Luego, hizo que sus cabellos de lana podrida se levantaran como si tuvieran vida propia, liberando unos dardos que salieron volando hacia Norin. El guerrero logro esquivar la gran mayoría y tuvo suerte de que el único que le acertó diera de lleno en su armadura. Vio como aquel dardo estaba lleno de la misma pestilencia que brotaba de las garras del oso demoniaco, y palideció al pensar en lo que hubiese pasado si el dardo hubiera acertado.

    -¡Son zombis en trajes de muñecos! – gruñó Norin enfurecido –. ¡¿Acaso no hay más que zombis en este maldito lugar?!!

    El drow por su parte atacó a la otra muñeca, pero esta lo esquivó fácilmente y luego le devolvió el ataque, abriéndole una horrible herida en el hombro izquierdo. Jugando con sus pies ágilmente, el elfo oscuro pudo ganar distancia suficiente para levantar sus espadas en posición defensiva. Sin embargo, el dolor causado por la herida era muy grande y Szordrin ignoraba si su defensa pudiera aguantar aunque fuese un solo ataque de la muñeca que ahora avanzaba lentamente hacía él, jugando con el cuchillo en sus manos, mientras lo miraba con una escalofriante sonrisa.

    -¡Aliento de Leng que canta en la noche, escucha y tiembla, murmura aquel que camina entre el viento, aquel cuyo rostro esta oculto en la brisa y cuyo nombre significa Terror! ¡Congela a aquellos que se alzan contra ti, maestro de Leng!! – evocó Olibux su conjuro de “Rayos Congelantes”, mientras que de las yemas de sus dedos nacieron unos rayos blancos, que se dirigieron a las muñecas y al tocarlas las congelaron en el acto.

    Aprovechando la ventaja que ahora tenían, tanto Norin como Szordrin desataron su furia contra las muñecas no-muertas, mientras el Mago inspeccionaba los alrededores con la mirada, preparando su hechizo de “Proyectil Mágico” por si veía algo que le pareciese sospechoso.

    En ese mismo momento, Melancolía se levantaba, aún aturdida por el golpe que había recibido. Vio como el dracónido despellejaba al animal de felpa, revelando su asqueroso interior, una masa de locura tangible. Llena de ira por el dolor que le había causado aquella aberración inmunda, la chica decidió que era el momento de usar sus hechizos de destrucción. Tañendo en su lira una canción de furia y fuego, el conjuro fue tejiéndose en el instrumento con el suave y rápido movimiento de los dedos. El hechizo provocó que el caos dentro del oso explotara, mientras las briosas llamaradas que salían del interior de este consumían aquella abominación y la tela que lo recubría. Abraxas miro a la chica con algo de sorpresa, pues era la primera que la veía evocar magia destructiva en todo su viaje.

    Habiendo acabado con todos sus enemigos, los aventureros se sentaron alrededor de la fogata. Usando su "Imposición de manos", una vieja y conocida plegaria curativa de los paladines, Abraxas se encargó de sanar la herida de Szordrin, mientras los demás recogían los restos que habían quedado de su campamento tras la batalla.

    -Aberraciones malditas -rezongó Norin -, ni las bolsas de dormir quedaron intactas…

    -Quizá no deberíamos esperar más tiempo en este lugar – sugirió Olibux mientras usaba los restos de la madera tomada de las marionetas blasfemas para avivar la fogata -, es muy posible que ya nos haya detectado ese Creador de Muñecas, y no creo que pase mucho tiempo antes de volvamos a ver a un segundo grupo de sus esbirros…

    -Lo que dices puede ser verdad – replicó Melancolía, quien sentada en una de las rocas tocaba una suave tuna para disipar el estrés de sus compañeros–. Y en ese caso, ¿Deberíamos proceder ya? No creo que estemos en condiciones para meternos en esa casa embrujada aún.

    -Es la mejor opción – replicó Abraxas mientras seguía sanando al drow –. Debemos llegar a esa mansión antes del alba, porque de otra forma ya no tendremos opción de llegar allí en una sola pieza…

    IV

    Cuando Abraxas derrumbó la puerta de una patada, el eco resonó en la vacía estancia como un trueno. La casa se encontraba en estado de total abandono, como si nadie, ni un alma siquiera, la hubieran habitado por más de un siglo. Guiados por la luz mágica que el mago hacía emanar de un pequeño guijarro que llevaba en su mano, los cinco aventureros entraron en aquella morada, donde se suponía debía vivir el Creador de Muñecas.

    Marionetas, títeres, muñecas y otros juguetes de felpa, madera y tela llenaban grandes anaqueles, los cuales ocupaban casi todas las paredes de aquel cuarto que servía de taller al siniestro orfebre. Norin se sorprendió al verse a si mismo intimidado por aquella sombría casa y por el aura siniestra que desprendían los inertes juguetes. Parecía como si todos esos muñecos les estuvieran mirando directamente, invitándolos a entrar en la casa para jamás volver a salir. Para Melancolía la sensación era distinta. Aún cuando la casa emanara esa aura de maldad, muy parecida a la que sintió en el bosque, en los muñecos se sentía un aura diferente. Era un aura de tristeza, como un grito silencioso que pedía ayuda, un lastimero aullido que jamás salió de los éteres invisibles. Caminaron por el salón con sus sentidos fijos en los muñecos. El viento crispaba sus nervios, e incluso el paladín se veía agobiado por la extraña sensación que envolvía aquella casa. Además de anaqueles llenos de juguetes, mesas cuadradas de madera que estaban llenas de telas y utensilios de sastrería, unas cuantas cajas repletas de felpa y telas ubicadas aleatoriamente en el suelo y las extrañas herramientas colgadas en las paredes adornaban esa habitación de apariencia sepulcral. La única salida de aquel taller era una pequeña escalera espiral que los guiaba a la segunda planta, de la que emanaba un aire aún más siniestro que el del lugar que ahora abandonaban.

    El segundo piso era una humilde sala de estar, con una pequeña cocina y una gran biblioteca de tomos viejos y mohosos. Frente a ellos, se levantaba otra escalera, más pequeña que la anterior, que guiaba a un cuarto en lo que parecía ser el desván. Unos cuantos sillones de pequeño tamaño –capaces de albergar a criaturas del tamaño de un gnomo o un mediano, rodeaban el hogar de la cocina, de la cual pendía un caldero en el que parecía haber restos de comida que ni Abraxas se atrevió a observar, luego ver una sospechosa mano colgando del borde de la olla y haber percibido su olor a almizcle y podredumbre. La biblioteca estaba repleta de libros antiguos y paganos, libros de culturas ya extintas, repletos de saberes prohibidos. El Mago observo con ojos codiciosos la gran cantidad de conocimiento atesorado por el gnomo, pues muchos de esos tomos eran tan difíciles de conseguir, que hasta los Señores de la Magia de Valinor pagarían con sus almas para poder ojearlos aunque fuese una sola vez. Olibux tomó en sus manos un raído ejemplar del Demonomicon de Iggwilv y luego lo puso en un taburete conveniente ubicado, para poder apreciar una pequeña recopilación incompleta del Libro de Eibon. Nadie vio cuando el mago empacó ambos ejemplares en su bolsa mágica.

    Los demás se contentaron con revisar los muebles de aquella sala de estar. Szordrin y Norin buscaban en un estante podrido cosas de valor entre los chécheres viejos y abandonados, mientras Melancolía revisaba un extraño escritorio en una de las esquinas de la inquietante habitación. Sobre este había una carta sin terminar, escrita en el blasfemo lenguaje de los demonios. La muchacha sintió un espasmo por todo su cuerpo, desde la nuca hasta la punta de su cola, cuando Szordrin toco su hombro en señal de que debían avanzar. La bardo dejo la carta a medio leer y siguió a su amigo por la pequeña entrada a la buhardilla. Los demás ya se encontraban en el pequeño ático que servía de dormitorio al Creador de Muñecas. Una cama algo grande para un gnomo y una pequeña mesita de noche eran los únicos muebles que adornaban el solitario cuarto. En la mesita de noche había un cráneo humano con una muy derretida vela de cera adornándole su calva superficie. Otro libro de siniestra procedencia se podía apreciar en uno de los cajones medio abiertos de la mesita. En la cama, varias muñecas en poses obscenas y atrevidas dejaban adivinar las asquerosas costumbres del gnomo.

    Sin embargo, lo que más aterraba de aquel cuarto era la puerta que estaba frente a la cama. Para un ático tan pequeño, dicha puerta simplemente no podía caber allí. Pero la dimensión de aquel pedazo de cuarto tampoco concordaba con el resto de este. La pared de ese pedazo era más grande que las demás paredes de la habitación y a la vez más pequeña que estas, inclinada hacía la derecha y al mismo tiempo hacía la izquierda. Simplemente, su forma no coincidía ni siquiera con la del resto de la realidad. Y el aberrante símbolo que estaba grabado en la puerta… un símbolo que ninguno de ellos había visto antes y aún así, les hacía temblar con fuerza, llenándoles el alma con un pánico anterior al nacimiento de las razas mortales, un temor ancestral ante una verdad que nunca debieron haber descubierto. Haciendo una plegaria al Dragón de Platino, Abraxas acopió el valor suficiente para proponer a sus compañeros investigar el interior de aquella puerta. Los demás asintieron casi por obligación, sabiendo que detrás de la ominosa entrada se encontraría el objetivo de sus esfuerzos y vicisitudes, por el cual había sido necesario sacrificar a tantos amigos para llegar a aquella casa blasfema que querían abandonar en ese mismo instante. Abraxas, aprovechando ese inusual valor que le había concedido en ese instante su fe, alargó lentamente su mano hasta tomar la chapa de hierro negro, frió como las tierras olvidadas de Leng, que invadía ahora su alma. Las tinieblas tentaban con hacerse del control de su corazón, pero una vez más el dracónido se encomendó a su Dios, abriendo la puerta de un solo empellón.

    El pasillo que nacía de la boca de la puerta –por no tener otras palabras para describirlo, era anormal. La geometría en la que estaba basado no era de este mundo, sujeta a las leyes físicas de mundos distantes a la realidad conocida por los iluminados mas sabios de nuestra era, aunque quizá los únicos que llegasen a comprender la importancia de esto eran Olibux y Melancolía. Y al final de este pasillo, un altar de piedra negra de forma indescriptible, ya que los términos para nombrar la forma que tenía esta piedra –si es que era una piedra– simplemente no pueden ser comprendidos por las mentes mortales. Sobre esta, dentro de un pentagrama repleto de caracteres de un idioma alieno, una horrible muñeca de estopa, con un único e inconfundible mechón de cabello rubio, yacía aparentemente abandonada en el altar.

    -Esa muñeca… ¿acaso es la princesa…? -balbuceó Szordrin tímidamente, por miedo a equivocarse.

    -Debemos sacarla de aquí lo antes posible – le contestó Olibux -. ¡Vamos, tómala!

    Haciendo caso de lo que le dijo el Mago, Szordrin se acercó lentamente al altar negro. Caminar por ese cuarto era muy difícil, pues las extrañas formas que tenia no se comparaban con las de ninguna de las paredes y pisos del mundo conocido y su gravedad se veía invertida o distorsionada en muchos puntos de aquel espacio. Sin embargo, con gran habilidad el elfo negro se las arreglo para llegar al altar. Cuidadosamente extendió su mano hasta el pentagrama, mientras una repulsiva sensación de asco se apoderaba de sus sentidos. Pero hizo caso omiso a sus miedos y continuo moviendo la mano hasta apoderarse de la horrible muñeca. Pudo apreciarla entonces con lujo de detalles, aunque hubiera preferido no hacerlo. Justo en ese momento, el explorador salió abalanzado hacía sus amigos, mientras Olibux detectaba una impresionante fuerza mágica, superior a la de Melancolía o la suya propia, inundando aquella sala. En una de las esquinas rectas de aquel lugar, apareció un gnomo bastante alto para su especie, vestido con ropajes muy elegantes, de ojos saltones y cabellos erizados, dibujando una malévola sonrisa en su rostro alargado, mientras su boca revelaba dos dientes cuadrados –exactamente cuadrados, escondidos tras su larga nariz.

    -¿Acaso no tenéis modales? – saludó el gnomo, con un tono de voz ya en desuso en esa época –. ¿Acaso vuestros padres no os han educado de manera apropiada? Es de mala educación entrar en casa ajena sin presentaros o tomar sin permiso cosas que no os pertenecen.

    -¿Y tu quien rayos eres? – preguntó desafiante Norin.

    -Mi nombre es Elzevir – replicó el muñequero con una graciosa venia– Aunque mis admiradores me conocen como el Creador de Muñecas. Ahora, ¿podéis ser tan amables de devolverme mi muñeca? Estaré muy agradecido con vosotros si hacéis eso…

    -Lo haremos con una condición – dijo Abraxas al tiempo en que llevaba su mano al mango de su espada -. ¡Devuélvenos el alma de la Princesa de Valinor!

    -Me temo que eso es imposible… – sonrió el gnomo.

    Levantado sus manos, el blasfemo muñequero conjuró una tormenta de relámpagos sobre el grupo de aventureros. Szordrin, quien aún conservaba la horrible muñeca, se levantó lo más rápido que pudo, mientras esquivaba los rayos. En ese mismo momento, Abraxas invocó la ira del Gran Bahamut y un halo de luz sagrada cubrió su cuerpo, llenando las mentes de sus camaradas con valor y determinación sagradas. Con el poder divino de Abraxas potenciado su magia, Olibux se decidió a usar el hechizo de destrucción más poderoso que tenia en su arsenal. Haciendo pases con sus manos y cantando ensalmos, provocó en sus manos unas chispas. Luego, redirigiendo esa energía, Olibux la disparó hacia el gnomo, creando una serpiente relampagueante en el camino. El hechizo golpeó a Elzevir en seco, enviándolo a volar por aquel espacio mientras su cuerpo se chamuscaba en el aire. Todos miraron al mago con cierto aire de respeto. El mismo mago sentía que aquel hechizo había sido demasiado poderoso, aun sin la ayuda de su báculo mágico. Se volteó a ver las caras de sus amigos, lanzando un suspiro de jubilo y alivio, pero estas emociones se borraron de su ser al percibir las caras horrorizadas de sus compañeros, mientras una sombra dantesca lo cubría por completo. Y esa fue la última cosa que vio el buen Olibux.

    Cuando la criatura aberrante aplastó al pobre mago, Abraxas entonces se dio cuenta de que la había visto antes. Si, en el río, la criatura que mató y luego devoró al pobre Akarion. Y aún mucho antes, cuando Weener y Simón fueron arrastrados por la corriente… ¡Esa horrible blasfemia no era otra más que la verdadera forma de Elzevir, el Creador de Muñecas!! Mientras agitaba sus largos tentáculos y movía asquerosamente sus gigantes colmillos, los miraba a través de la cavidad que parecía ser su único ojo.

    -¡Devolvedme mi muñeca!! – chilló la criatura, con la inmunda voz de Elzevir– ¡es mía, mía, yo me la gané en ese concurso!!!

    -¡Ataquen con todo, antes de que sea tarde!! – gritó Abraxas, mientras que se encomendaba al Dragón de Platino y se abalanzaba sobre el horror, infundiendo su espada con todo el poder de su fe.

    Haciendo caso omiso del paladín, el Horror alargó sus tentáculos hacia el pobre drow, quien aun estaba en el suelo, aterrorizado. Norin y Melancolía vieron como el Creador de Muñecas aplastaba a Szordrin entre sus apéndices, hasta demolerle las entrañas. Invadido por una furia barbárica, Norin se abalanzó sobre la blasfemia, cortando con un solo movimiento de su hacha los tentáculos con los que aprisionaba los restos del drow, quien ahora era solo una asquerosa reflexión de lo que fue en vida. Sin impórtale el asco que eso le causaba, Norin tomo la muñeca y la guardó entre su armadura, y armándose de valor, corrió a ayudar al dracónido, quien se encontraba luchado contra varios tentáculos a la vez. ¡La batalla era salvaje! Ambos guerreros luchaban codo a codo, cortando y desgarrando la piel del horror, que estaba hecha de una sustancia que no existe en este universo. La oscura y espesa bilis viscosa que salía de su interior quemaba sus cuerpos, pero ambos luchadores no estaban dispuestos a dejarse devorar por aquella criatura venida de lo más profundo de la locura.

    Fuera del alcance del Creador de Muñecas, Melancolía recuperaba los cadáveres de deformados de Olibux y Szordrin. Sus cuerpos parecían drenados, como si aquel asqueroso bicho hubiera succionado todos sus órganos vitales. La tiflin casi vomitaba al ver los horrorizados rostros de los cadáveres, los cuales habían perdido sus globos oculares. Lo único rescatable de Olibux era su bolsa mágica, que por alguna razón había quedado intacta después del ataque de Elzevir. La chica la tomó y luego se incorporó, mientras un fuego destellaba en sus ojos. Era tiempo de vengar a sus amigos caídos y terminar con esa locura blasfema para siempre. Y tomando su lira toco por réquiem la canción de la Nieve y el Viento. Y sus hechizos fueron y destruyeron la aceitosa piel del horror, mientras la bilis de este se desparramaba por aquel espacio sin nombre, perdiéndose en el inmensidad del infinito. Y el horror que era el Creador de Muñecas gemía, mientras su caos era reducido a la nada por los ataques de los aventureros.

    -¡Si no eres mía, no serás de nadie!! – gritó el horror con miles de voces al mismo tiempo -. ¡Adiós, mi amor, no te volveré a ver jamás!!

    Escupiendo palabras que no se habían pronunciado desde que los Dioses Antiguos abandonaron el mundo, el horror convulsionó. Su cuerpo se contrajó, mientras liberaba una gran energía. Abraxas y Norin fueron expulsados a las paredes oblicuas del aquel lugar, mientras Melancolía se cubría los oídos para no quedar sorda. Mientras volaba, Abraxas creyó escuchar lo mismo que había oído la noche anterior en el bosque, cuando este se ilumino por completo. Carcajadas blasfemas y palabras malditas llenaban la mente de los tres aventureros, envolviéndolos en el caos de la locura. Una locura que se retorcía en manos que no eran manos, girando ciegamente y dejando atrás sombras espectrales de blasfemia podrida. Y luego, vieron los horrores de los abismos que están más allá de las estrellas. Vieron los cadáveres de los planetas muertos y el vacío inmundo de la estrella hambrienta, Acamar; al Caos que Repta, excretando su purulenta demencia en el Abismo de oscuridad; a la Cabra Negra y a sus diez mil hijos, quienes esparcen su depravación por todo el cosmos; y a los seres que bailan estúpida y eternamente, al son de címbalos malditos alrededor de la Blasfemia burbujeante, el Origen del Caos que es llamado el Sultán de los Demonios, y esta sellado en el confín del infinito.

    Y después la luz… una luz y una voz, que los guiaba nuevamente tras el velo de Maya, que salvaguarda la mente de los mortales de las verdades aterradoras que habitan mas allá de las estrellas.

    ***

    Al despertar, Melancolía se encontraba en un pastizal en lo que parecía ser una meseta en medio de un valle. Ya debía ser mediodía, pues el sol estaba en su cenit. Buscó entre su bolsa de cuero con cuidado, y soltó un suspiro de alivio al ver que su lira mágica seguía intacta. Se percató que llevaba también la bolsa mágica de Olibux consigo, y se sorprendió al descubrir los libros que el Mago había tomado de la biblioteca de Elzevir. La certeza de que se encontraba esta vez en las tierras del Páramo Oscuro embargaba su alma. Sin embargo, cuando alzó la mirada, pudo ver Abraxas levantarse apoyándose en su espada, cuya hoja reflejaba los brillantes rayos del sol. “En el mundo de los Muertos no hay sol”, pensó aliviada. Norin se incorporo suavemente, apretando fuertemente en su mano la muñeca por la que Elzevir había luchado tanto. Se encontraban en un hermoso paraje, en una montaña con vista a un valle sin arboles pero con verdes pastos, cruzado por un río de aguas prístinas. El aire estaba limpio, puro, y transmitía una gran sensación de tranquilidad. A los pies de la montaña, el solitario altar del Tiempo Perdido se veía como nuevo, como si el tiempo jamás le hubiera afectado. Más abajo de donde se encontraban se podían ver las rocas donde habían acampando la noche anterior, e incluso los restos de la fogata que habían encendido para calentarse. Sin embargo, justo en el lugar donde ellos estaban, la tierra tenia señales de fuego, como si algo que hubiera estado en ese lugar se hubiera quemado hasta reducirse a cenizas.

    -¿Acaso esto era…? -preguntó la joven tiflin al ver la señal en el césped.

    -Eso parece… quizá al matar a Elzevir, hemos purificado a la tierra de su maldad… - respondió el paladín mientras hacía con su mano una señal de reverencia y luego recitó una silenciosa oración de agradecimiento a Bahamut.

    -Sin la magia pútrida de aquel hechicero, el bosque y las criaturas que lo habitaban simplemente dejaron de existir – dijo Norin tranquilamente.

    -Ahora que tenemos la muñeca, hemos terminado con la misión – musitó Melancolía -. Debemos mantener nuestro perfil bajo para que los demás grupos de caza-recompensas no se enteren de nuestra hazaña… al menos no antes de haber cobrado la recompensa.

    -Pero antes debemos hacer algo… para honrar a nuestros amigos caídos – concluyó Abraxas.

    Los tres aventureros tomaron el camino de regreso a Valinor esa tarde. Vivieron muchas más aventuras y peligros antes de llegar a su punto de destino y cobrar su anhelada recompensa, pero esa ya es otra historia. Bástese con saber que antes de partir de aquella meseta, erigieron cinco túmulos de roca en honor a sus compañeros caídos. La leyenda dice que si alguien va al Valle del Río de las Almas Perdidas algún día, en la montaña que esta detrás del altar del Tiempo Perdido podrá ver las cinco rocas alzarse hacía el cielo, un homenaje construido no solo para honrar a aquellos caídos en la batalla, sino para recordarle a los mortales el día en que la maldad fue removida de la tierra.
     
    • Me gusta Me gusta x 3

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso