1.  
    Asurama

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    Cáncer
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    Inuyasha me colocó el largo hinezumi no koromo, que me resultó tan ligero y cómodo como una pluma. Entonces pasó varias veces a mi alrededor, atándomelo a la cintura con un largo obi rosa pálido de tres nudos y tres caídas sobre mi túnica blanca. Mi cabello, atado en una cola con una cinta, cayó sobre mi espalda y mis hombros como una larga y sedosa víbora negra.
    Al acabar, se alejó unos pasos de mí y me miró de frente.
    —Te queda como si hubiera sido hecho para ti.
    Se puso nuevamente a mis espaldas y, desatando la cinta de mi cabello, la cambió por un pañuelo rojo carmesí.
    —Ahora, inclínate y cierra los ojos —me dijo volviendo delante de mí. Lo hice como si le estuviera haciendo una grácil reverencia—. Listo.
    Al mirarme, me di cuenta de que llevaba al cuello el rosario kotodama de treinta piedras místicas. No tenía idea de cómo había podido sacárselo. Quizás se lo quitaron.
    Luego, tomó una diadema de oro y piedras preciosas que descansaba sobre un mueble de la cabaña y me lo colocó en la cabeza.
    —Pareces una miko —me dijo.
    Le sonreí a su comentario.
    —¿Lista para partir?
    Asentí con ganas y salí detrás de él. Fuera de la cabaña, todos estaban esperándome.
    Shippou, zorro torpe patas largas se acercó y me llevó de la mano. Físicamente a mi parecer, los youkai crecían muy rápido.
    —Pareces una miko —comentó también.
    Sólo por si fuera necesario, me dio una espada de hoja corta y un arco, aunque yo no creía necesitarlo.
    La montura vino corriendo hacia mí y restregó su cara en mis manos. De seguro, la habían traído en la noche. Lo acaricié. Ah-Un siempre había sido mi amigo solícito, más que un simple dragón de carga, como otros podrían verlo.
    Me subí a su lomo sobre la silla, justo cuando Inuyasha y Shippou arrancaban a correr a toda velocidad delante de mí. Los seguí de cerca, con Kirara prácticamente a la cola de Ah-Un: Kohaku-kun venía atrás.
    Me miró.
    —Ya lo sé, parezco una miko, todos lo piensan.
    —¿Cómo sabes lo que pensaba? —preguntó divertido.
    —Por supuesto que deberías saberlo —le contesté mirando al frente y con un aire de indignación—. He vivido aprendiendo a leer a un youkai que no habla —piqué espuelas en los cuartos traseros de Ah-Un, haciéndolo ir más rápido, pero la gata del color de la mica me siguió a la misma velocidad.
    La nieve se levantaba del suelo en surcos, dejando ver en el aire cómo flotaban los pequeños copos cual si fueran polvo de estrellas. A lo lejos, la nieve ardía mientras el sol con sus reflejos rojizos se levantaba más y más en el cielo. El paisaje debajo de nosotros era sólo una confusa mata blanca y gris debido a la velocidad. A lo lejos, podían distinguirse tanto los bosques como las praderas y los llanos de las montañas.
    Siempre me decían que no podría vivir sola en las montañas, que no sobreviviría en ellas, pero era como si tuviera sus estrellas en los ojos y sus lugares salvajes en la sangre. Claro que podría vivir en ellas, y también sobrevivir.
    Cuando el crepúsculo dio paso al sol, supe que el toque de queda se levantaría y las lejanas tierras que pertenecían a los dioses youkais del viento comenzarían a vivir. Esto también sucedía en el Este, aunque nunca tuve la posibilidad de conocer a los verdaderos dioses del agua, los dragones. En esta época de guerras sin final, los antiguos estaban casi extintos y sólo sus hijos vivían.
    Los dioses de las leyendas humanas nada tenían que ver con nosotros, nuestros dioses eran diferentes, reales, tangibles...
    Perdón, ¿dije “nuestros”? Es que estoy tan acostumbrada… debí haber dicho: los dioses de los youkais, los daiyoukais.
    Cuando un daiyoukai vuela, si es que lo hace, la tierra tiembla debajo de él. De todos modos, la tierra temblaría también aunque solo corrieran. Sus poderes son enormes y por lo general no suelen ser atacados, a no ser en una guerra complicada. A pesar de eso, ellos siempre seguían moviéndose a lo largo y ancho de las tierras, sin nunca salir de sus territorios. Eso me recuerda… lo más complicado de pertenecer a un clan es el exilio, porque se te prohíbe ver o hablar al resto el clan. Me parecía un sueño que el exilio hubiera terminado… miré a Kohaku a mi lado y me hubiera gustado saber si estaba contento con la noticia. Supe que sí, lo conocía muy bien. Volví a obligar a Ah-Un a adelantarse y Kohaku me siguió de cerca con su mascota, pero se adelantó y corrió a gran velocidad.
    —Te ganaré —comenté en tono audible mientras hacía que el dragón ascendiera detrás de él, cada vez más rápido. Nos encontramos con estos especiales mononoke rompiendo la barrera del sonido al punto de abrir huecos en las nubes, cabeza a cabeza, sin que uno rebasara al otro, describiendo espirales derechas, invertidas y vuelos invertidos con más de veinte puntos de torsión.
    —No me ganarás.
    Kohaku y yo reíamos y nuestros compañeros también parecían divertirse. De repente, Inuyasha sujetó de la cola a Kirara y Ah-Un y nos tiró hacia atrás con esa enorme fuerza suya, casi frenando el paso del viento.
    —¿Qué hacen? Se supone que tienen que viajar con nosotros —nos regañó Inuyasha luego de dejar a Kohaku luciendo cuatro chichones.
    Protestando, seguimos el camino. Entrar al Oeste no era ningún problema, salvo que llegaras de improviso a los territorios vedados, y aunque así no fuera y no se asignaran guardias para seguir el viaje, hicieron que Inuyasha nos metiera al Oeste a los dos, sólo por precaución. Podía ser torpe, pero parecía preocupado por nosotros, así que acordamos darle un poco de apoyo, obedeciéndolo durante el viaje. Nos mirábamos el uno al otro sin decir nada mientras Inuyasha y Shippou seguían delante.
    La mayoría de los youkai viajaban de noche, por eso, nosotros intentaríamos llegar de día.
    Cuando el sol comenzaba a caer en el cielo, atravesamos los límites de las tierras. Lo supimos cuando las cadenas montañosas fueron siendo reemplazadas por las largas planicies de las Tierras del Oeste. Había una ruta humana, que era la que nos obligaría a utilizar. El lugar a donde iríamos, si mal no recordaba, estaba franqueado por un campo de energía gigantesco. Al entrar en él, nuestros deseos o voluntades ya no regirían para nadie y estaríamos a merced de los Maestros, no sabía decir si eso era bueno o malo.
    Al entrar, había guardias youkai en un palacio de no menos de cuatro leguas. Nada era cual lo recordábamos, lo supe cuando todos nos miramos extrañados.
    —Quiero ver a mi hermano —le pidió Inuyasha a voces a uno de los guardias que estaban en el perímetro de la plaza de armas. Estos generales vestían como antaño los guerreros chinos. Eso no había cambiado.
    —Lo siento, joven maestro, pero el maestro está ocupado y no puede verlo ahora —contestó en tono seco, con una mirada vacía y levemente inclinado.
    Como lo suponía, no iba a reverenciarle a un hanyou ni aunque le llamara “maestro” y mucho menos lo haría con los seres humanos. No se me olvidaba cómo es que los youkais nos veían. Debido a las malas experiencias, Kohaku y yo nos mantuvimos al margen y en silencio, aunque, en lo personal, me hubiera gustado atropellar a aquel general de segundo rango… de haber podido.
    —¿Está demasiado ocupado como para verlo? —nos indicó con la mano— ¿incluso a sus protegidos? —aunque “ése” parecía querer mantener la fachada de respeto hacia un maestro, pude sentir claramente cómo quería hacernos burla. Era imposible no sentir el rechazo que había ahí—. ¿No puede vernos él mismo, quien nos mandó llamar?
    —Le suplico entienda, han sido órdenes del maestro, pero el joven maestro puede marcharse tranquilo y nosotros nos encargaremos de proteger a los dos jóvenes humanos.
    Demasiado amable para mi gusto, demasiado amable para un tipo como ese. Yo entendía que el maestro no pudiera vernos y que ordenara delegar responsabilidades sobre nosotros a esos generales, pero… ¿tanto así? ¿Prácticamente estaba echando a Inuyasha de su propio hogar? ¿o solamente sería mi imaginación?
    —No te preocupes, estaremos bien —le dijo Kohaku-kun a Inuyasha, poniéndole una mano en el hombro y denotando confianza. Me permití bajar la guardia en ese lapso.
    —¿Seguro? —volvió a preguntar Inuyasha.
    Nosotros asentimos.
    Inuyasha miró uno por uno a los youkai antes de volver a nosotros.
    —Mejor me quedaré aquí.
    —Es un deseo del maestro que tan solo sus protegidos humanos queden aquí —volvió a decir el youkai de cabello gris verdoso.
    —¿Y crees que yo obedezco órdenes de mi hermano? —le espetó.
    Me sonrojé.
    —Disculpe mi falta de respeto —dijo haciéndole una reverencia—. Sólo cumplo órdenes.
    Este tipo estaba afirmando que Sesshoumaru-sama consentía prácticamente echar a Inuyasha.
    —¿Está el maestro en sus dependencias? —me animé a preguntarle ocultando todo rastro de emoción.
    —Más tarde os escoltaremos a ambos —me contestó.
    Asentí sin denotar expresión alguna.
    Kohaku y yo intercambiamos miradas. “Algo” no estaba bien.
    —¿Qué lo tiene ocupado?
    —Ha recibido un saludo formal y debe contestar de inmediato, lo lamento —se disculpó con nosotros.
    Volví a asentir.
    ¿Y desde cuándo él le daba explicaciones a un inferior?
    —En verdad estaremos bien —le dije amablemente a Inuyasha, sonriéndole—. Yo hablaré con Sesshoumaru-sama y le daré detalles.
    Kohaku asintió a la par mía y ellos —Shippou e Inuyasha se retiraron. Kirara y Ah-un habían sido llevados a los establos para cuando nos habíamos dado cuenta.
    —Acompáñenme, por favor —dijo uno de los soldados de la guardia con apariencia de lagarto gris.
    Los seguimos con el guardia de pelo gris verdoso pisándonos los talones y al poco rato, el que iba adelante se volteó hacia nosotros.
    —¿Qué sucede? —le preguntó Kohaku.
    —Son los protegidos del maestro, merecen ambos una bienvenida —le contestó con una sonrisa burlona el youkai detrás de nosotros. Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos rodeados de más de setenta y todos reían de modo perverso.
    Intentaba abarcarlos con la vista.
    —¿Qué significa esto? —preguntó Kohaku— ¿qué hacen? —no íbamos a tener tiempo de averiguarlo. Prácticamente estaban sobre nosotros apuntándonos con sus armas, alabardas con más de cuatro filos, katana de colmillo de youkai.
    Estábamos en un círculo pequeño, casi incapaces de respirar y habíamos quedado de espaldas el uno al otro.
    —No pueden hacer esto, el maestro los asesinará por alta traición —les gritó Kohaku.
    Cuando reaccioné, ya me había tomado del brazo, intentando inútilmente abrirse camino entre la escuadra, con nuestras armas desenfundadas.
    Al segundo siguiente, estábamos amarrados con cadenas.
    —¡Sesshoumaru-sama! —grité al borde de la desesperación. No podía ser que no los oyera…
    Inuyasha estaba fuera de nuestro alcance para oírnos, y Shippou con él.
    —Llámalo lo que quieras —se burló el mismo youkai—. No está aquí.
    —¿Qué? —preguntamos ambos, desconcertados.
    ¿Sabes lo que es que el terror se cierna sobre ti y cerrar los ojos sin la certeza de volver a abrirlos?
     
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    Re: Eclipse Total

    Capítulo Primero:
    La luna y el sol jamás se conocieron.

    Habíamos sido amarrados de espaldas con cuerda de carga a pesar de que nos había quitado las pesadas cadenas que antes nos oprimían el cuello. Me habían amordazado a pesar de no haberlo hecho con Kohaku. Lo sentía allí conmigo, pero no podía verlo y eso era desesperante. Ahí abajo, sentados sobre nuestros tobillos y rodeados de esos malditos, estábamos en una posición totalmente indefensa.
    Kohaku ni se molestaba en gritarles como hacía unos segundos, yo, en cambio, no dejaba de agitar la cabeza en un vano intento de quitarme la mordaza que en vez de soltarse se ajustaba más y más. También luchaba por soltarme, pero las cuerdas se apretaban y me dañaban las muñecas y los brazos. Era inútil, mis brazos se cortarían y no las cuerdas. Mi cuerpo temblaba de odio. Les había visto las caras. Siempre había tenido gran memoria para las imágenes y sabía que estas no saldrían tan fácilmente de mi cabeza.
    Aún si hubiéramos podido gritar, nadie acudiría a nuestro rescate. Se había amotinado premeditadamente así como así, en un lapso en que sabían que el maestro no podría regresar.
    Por supuesto que querrían que Inuyasha se fuera. Si hubiera estado allí, nos hubiera protegido como el mismo Sesshoumaru-sama.
    Fue nuestra culpa, creyendo que por sólo haber regresado estaríamos bajo su todopoderosa protección. Gran error. Desde el momento en que habíamos salido de las tierras habíamos perdido toda protección, el hecho de regresar no podría cambiar eso.
    —¿Están cómodos, jóvenes humanos? —preguntó al aire uno de los soldados, un youkai de forma humana, con el cabello del color del cielo al medio día. Estaba a mi izquierda.
    Rompieron a reír, sentí que iba a enloquecer intentando separarme de las malditas cuerdas que me partían en dos. Hacían años desde que había perdido las lágrimas, de lo contrario, quizás hubiera llorado de odio.
    —Si nos hacen algo y el maestro regresa, los va a linchar a todos —les gritó Kohaku.
    Pude sentir cómo era golpeado e intenté gritar en vano. Estaba ardiendo de odio.
    —Cállate. Él no va a regresar, no tan pronto. Ustedes no pasan de ser deplorables humanos y morirán como tales y muy lejos de aquí —era la voz del cabecilla a mis espaldas, era desagradable no poder verlo.
    —Aunque nos saquen de aquí, si regresa y no nos encuentra lo pagarán —volvió a gritarles mi amigo.
    —Él nunca sabrá que estuvieron aquí —se paró en un lugar desde donde ambos podíamos verlo.
    —Claro que lo sabrá, él mandó llamarnos.
    —¿Eso crees? —dijo en forma cínica, mostrándonos un papel escrito.
    Entonces, lo comprendí. Sesshoumaru-sama jamás había mandado acabar el exilio. Pare él, nosotros seguíamos estando desterrados, este idiota había falsificado.
    ¿Era alguien capaz de tramar tal cosa, capaz de tanta maldad con alguien a quien ni siquiera conocía? ¿Hicieron tanto con el solo fin de matarnos, de atraparnos como si fuéramos ratas? ¿Por qué? Tal vez fuera un enorme error creer que todos los youkai eran buenos, y así como existían humanos buenos y malos, era lo mismo con los youkai. Íbamos a morir como ratas y Sesshoumaru-sama jamás lo sabría. Inuyasha sería el culpable en última instancia, pero... ¿y nuestro olor? ¿Acaso nuestro olor no quedaría en el palacio del Clan Inuyoukai? ¿podría ser engañado el olfato del maestro?
    —Los vamos a borrar del mapa, el maestro jamás sabrá que estuvieron aquí —dijo uno.
    —Ustedes no resultan más que estorbos —dijo otro.
    —Una orden nuestra es acabar con los estorbos.
    —Aunque los maestros nunca especificaron cuales —murmuró el cabecilla, inclinándose hacia nosotros antes de patearnos.
    Comenzaron a patearnos como si no fuéramos más que pelotas de trapo. Me habían quitado la protectora hinezumi no koromo así como habían deshecho a jirones la armadura de Kohaku. No teníamos defensas, no teníamos armas y para colmo, tampoco contábamos con nuestros cuerpos. Una fuerte patada en el estómago me dejó falta de aire, con la vista nublada y un húmedo caliente y rojizo en mi mordaza. Hacía mucho desde la última vez que había sido tan maltratada.
    Cortaron nuestras ataduras sólo para volver a amarrarnos por separado y nos tiraron como sacos sobre dos carrozas apartadas, que salieron volando dirigidas por dragones.
    Me quedé en silencio recostada sobre el piso de la carroza. La cortina de bambú que cubría la entrada posterior se levantaba con el viento de vez en cuando, dejando distinguir la velocidad con la que se sucedía el paisaje. Podía escuchar cómo el viento rozaba con fuerza la madera. Vagamente me pregunté qué sería de mí. Si me dejarían caer así como así, si me matarían en algún lugar como a un animal o si me dejarían a mi suerte. Me pregunté qué pasaría con el maestro. Seguiría porque no tendría opción. Me pregunté qué sería de Kohaku. El tiempo se estiró, haciéndoseme eterno. No sentía mi cuerpo de tanto maltrato. No era yo.
    Sentí cuándo la carroza se detuvo bruscamente y lo siguiente que supe fue que uno de los youkai me sujetó del cuello de la túnica blanca y me arrojó sobre la helada nieve del suelo de un bosque profundo, alto y sombrío. Se me congeló hasta el alma y todo mi cuerpo se resintió de dolor.
    —Vas a ser la comida de los lobos —mi corazón saltó. Ser comida de los lobos. Y esta vez no habría Tenseiga.
    Como pude, intenté levantarme y soltarme, pero me pateó a un lado de la cabeza y mi visión se hizo un velo negro.
    Desperté en la noche fría y oscura. Estaba sola y no sabía cuánto tiempo había transcurrido, no sabía en qué área geográfica me encontraría ¿cerca de Musashi? ¿dentro o fuera de las Tierras? Apenas podía moverme con el cuerpo entumido, pero lo intenté. ¿Alguien vendría por mí si intentaba gritar? ¿o por el contrario, sería peligroso?
    Estaba lloviendo y mi ropa húmeda se pegaba a mi cuerpo, en poco tiempo, la lluvia se convirtió en nevada. Estornudé varias veces. Moriría de lo que Kagome-sama solía llamar una “neumonía”. Sabía que tenía que hacer algo, aún cuando no pudiera. Comencé a arrastrarme como un gusano, así como ellos me veían. Esos hijos de perra me habían dejado a mi suerte en medio de la nada, no llegaría a ninguna parte. Intentaba infundirme ánimos, había salido de peores que esta… pero Sesshoumaru-sama había estado todas esas veces, ahora, tendría que construir un milagro. Con el correr del tiempo, descubrí que la suerte y los milagros no existen. Los dioses de los humanos tampoco, rezar no iba a salvarme. Rodé por una empinada colina y caí de espaldas contra un árbol espinoso. Grité de odio y de dolor.
    La lluvia y la nieve comenzaron a caer con más fuerza y comencé a ser cubierta. En poco tiempo, era más un muñeco de nieve con forma humana. Genial, otra muerte dolorosa. Las atraía como un imán.

    De pronto, sentí que algo húmedo, cálido y suave pasaba por mi cara. Al abrir los ojos, me encontré frente a dos ojos ámbares. Tenía el tamaño de dos personas juntas. Lo reconocería hasta bajo el agua ¡eran yourouzoku! Parecía imposible, pero me puse de pie y salté, aún estando amarrada. Tenía que salir de allí como fuera. No quería ser la comida de una manada de lobos de bosque. Al levantar la cara de la nieve, me encontré rodeada de más de veinte. El olor de la sangre en mis heridas los había atraído. Eran enormes y no podría pelear ni huir en mi condición.
    Intenté quejarme, pero esa maldita mordaza…
    —¿Qué han encontrado? —preguntó apareciendo de la nada un youruozoku de forma humana, vestido con armadura de piel negra. Era portentoso, igual que sus gigantescos lobos de tres colas—. Una niñita humana —dijo cínicamente—, nos vamos a morir de hambre.
    Maldito hijo de perra. Si me iba a comer, que lo hiciera rápido y sin quejarse. Aunque mi carne estaba magra y no le iba a gustar. Me hubiera gustado no tener la mordaza para gritárselo. Iba a ser mi última queja, ya podía ver a mi papi, a mi mami y a mi hermano. Me incorporé poniéndome de rodillas y volví a luchar contra mis ataduras. Poco importaban las heridas de los golpes y de las cuerdas.
    Me jaló del cabello, creí que me los arrancaría por la fuerza.
    —Eres escandalosa, mocosa —yo no dejaba de agitarme y forcejear. Me quejé—. No me gusta, ¿qué dicen? ¿la quieren? —les preguntó y los condenados animales comenzaron a babear, a gruñir y aullar.
    Grité como podía y me seguí agitando, parecía que culebreaba. Finalmente logré caer al suelo.
    —Ahí tienen, cómansela.
    Uno me saltó encima, pero fue repelido. Ellos no entendían ni yo tampoco, hasta que vi el rosario kotodama en mi cuello. Ellos no podían tocarlo.
    Seguí agitándome a más no poder. Entonces el yourouzoku de forma humana me quitó la mordaza de un tirón, dejándome una fuerte marca en una de las mejillas.
    —¿Qué creen que hacen?, ¡no soy comida para lobo! —le espeté con furia.
    —No todos los días nos encontramos con la comida servida en medio del bosque.
    —No pienso terminar en tu estómago, así que más te vale soltarme rápido.
    Me pateó.
    —Cállate ¿te crees en condiciones de protestar? ¿eh?
    Caí al suelo y me volví a poner de rodillas en el acto.
    —Eres terca.
    —Protestaré si quiero, nunca me han gustado los yourouzoku.
    —Los humanos no suelen saber lo que somos hasta que están dentro de nuestros estómagos.
    —Sé que es inútil pedirte la convivencia en paz con el ningen. No creo que mi sabor te agrade mucho.
    —Eso lo veré después.
    —Maldito hijo de perra ¿me vas a soltar? —le grité con furia.
    Me arrojó contra un árbol.
    —A ver si se te bajan los humos de una vez, mocosa —los lobos saltaron y me mordieron.

    Aunque no creía en ellos, me encontré pidiendo un milagro.

    Seguí agitándome sobre la nieve enrojecida mientras me quejaba. En un momento, uno de ellos rompió accidentalmente mis ataduras con sus garras y salí a correr como podía, pero caí a pocos metros. Al poco rato, otra vez los tenía encima. Me los quité como pude. Aunque sabía pelear, en ese estado era imposible. Me parecía más a un saco de golpes y heridas cuando caí sobre la nieve roja por enésima vez. Veía nublado y la maldita muerte tardaba en llegar.
    —Oye, no te había visto bien, eres bonita —dijo levantándome por el mentón mientras hacía a un lado a sus sirvientes. Maldita sea ¿y ahora qué?—. ¿No te gustaría venir conmigo?
    —No.
    Me abofeteó.
    —Vuelve a pensarlo, mocosa.
    Le escupí en la cara y me abofeteó la otra mejilla. Ya ni sentía los golpes, ese no era mi cuerpo.
    —¿De dónde demonios has salido? Tienes carácter como para servir a un youkai.
    No a un youkai como tú, escoria.
    —No a un youkai como tú, escoria —le dije en voz alta, aunque apenas podía hablar.
    —Estás muriendo, mocosa.
    ¿Ah, sí? ¡no me había dado cuenta! Intenté inútilmente liberarme de su agarre.
    —Si no vas a matarme o comerme, lárgate ya.
    Me levantó del suelo y apretó su asquerosa cara a la mía.
    —Te digo que tienes carácter para servir a un youkai, sería un desperdicio que murieras.
    —Prefiero morir —le espeté.
    —Ya estabas muriendo antes de que llegáramos. Admite que tienes suerte.
    Sí, claro, maldito lobo altanero. Su cara bonita de vidriosos ojos negros no cambiaba lo que era.
    —Chicos, volvemos a la madriguera —los lobos le aullaron cuando me cargó a su espalda.
    —Suéltame.
    —No lo haré.
    —O me sueltas o me matas, no tengo la intención de seguirte —hice un gran esfuerzo, pero conseguí separarme de él y caer al suelo.
    Me sentía observada.
    —Dime cómo te llamas.
    Fruncí el ceño.
    —Rin, del Clan Inuyoukai —“del clan Inuyoukai” no era cierto, había sido exiliada junto con Kohaku, y seguía exiliada. Sentí un doloroso nudo en la garganta.
    El yourouzoku rompió a reír a carcajadas.
    —¡Del Clan Inuyoukai! —los lobos aullaban como si también rieran— ¡perteneces a un grupo de perros salvajes de montaña! ¿esperas que me crea eso? Jajajajajajajajaja….
    Lo fulminé con la mirada
    —Parece que es cierto —dijo parando de reír— ¿Quién es tu maestro?
    —Sesshoumaru.
    Se le congeló la expresión.
    —Sesshoumaru. El príncipe del Clan Inuyoukai —me hizo una sorna—. ¿El dios del Oeste? ¡Tiemblo de miedo! —volvió a reír ruidosamente, se apoyó contra un árbol y se dejó caer.
    No iba a tener otra oportunidad. Me levanté en un intento de huir, pero al instante estaba de cara al suelo con su pie en mi espalda.
    —Con razón se te subieron los humos, mocosa condenada. Ahora sí no te voy a dejar ir.
    ¡¿Por qué a mí?!
    Intenté zafarme, pero me levantó por el cuello de la túnica, agarró las cuerdas rotas que antes me ataban, me volvió a amarrar las manos a la espalda y me arrojó sobre el lomo del más grande de sus lobos grises, dirigiéndolos a su madriguera. Los otros animales me flanqueaban y me gruñían. Tuve que resignarme.
    Me di cuenta de que, si el maestro me hubiera obligado a seguirlo hace muchos años, no lo hubiera hecho. El maestro me había dado voluntad algo que, comenzaba a aprender, los youkai nunca hacen.
    Y no era que los otros youkai fueran raros. El diferente y discriminado era Él, su pacífico rostro vino a mi mente, quizás nunca volviera a verlo.
    Esto me había sucedido la primera vez que quedé huérfana pero pensé que no volvería a pensarlo: si la vida te da la espalda, dale una patada en el culo.

    Llegamos a la ladera de un barranco de unos veinte pies de altura y entramos en una cueva oscura que estaba detrás de unas enormes rocas. La cueva se prolongaba en un extenso y profundo túnel oscuro que se dividía en varios caminos, como estar bajo tierra y terminaba en varias cuevas muy amplias. Al llegar, había muchos yourouzoku con forma animal y también con forma humana. Estaban rodeados de pieles de animal y de huesos de los mismos, como un tétrico cementerio de animales. También había nidos de paja, mujeres lobo y un par de niños. Me miraban con la boca aguada.
    —Se ve bien esa chica humana —le dijo uno— y además huele bien.
    Me hice hacia atrás.
    —Creo que no nos la vamos a comer. Dice pertenecerle al príncipe del Clan Inuyoukai y sería un trofeo valioso.
    Todos rieron perversamente.
    —¿Qué el príncipe del Clan Inuyoukai tiene una niña humana?
    Por primera vez en mi vida sufrí el desconcierto de no poder leer lo que decían las miradas, no las entendía. Me di cuenta que jamás en mi vida había leído a un lobo.
    Tenía. No va a salir de aquí. ¿Escuchaste, Rin? Te vas a quedar a vivir como mi mascota.
    Lo miré con odio ¿mascota de un lobo sarnoso?
    —Mejor cómeme.
    —La chica tiene razón —respondieron algunos—. Mejor nos la comemos.
    Me encogí sin quitarles la mirada de encima. Estar alerta no servía de nada con cuerdas y nudos.
    —Teniéndola viva y coleando podremos ser inmunes a los perros montañeses ¿no lo creen? Incluso podríamos sacarles territorio.
    —Los perros salvajes les son ajenos a los humanos y se los comen —mi interior no paraba de llamarlos imbéciles—. Ninguno los escuchará.
    —¿Ni siquiera Sesshoumaru?
    —No se dejará manipular por culpa de un ser humano. Y aún así no saldrían vivos.
    El lobo me arrojó al duro suelo y me puso la garra en el cuello, mientras el yourouzoku de ojos negros miraba impasible a unos pasos de mí.
    —Si fuera tú, no apostaría mi pellejo.
    —Prefiero morir antes que traicionar al Clan de los Inuyoukai —lo estaba diciendo en serio, aunque a los hermanos perro se les partiera el alma a la mitad. Sería necesario.
    —Creo que nos comeremos a los tontos perros. Y te obligaré a mirar antes de matarte.
    Los perros podían ser impulsivos y protectores, pero no tenían ni un pelo de tontos… a no ser Inuyasha, pero eso era otro asunto.
    —…pero claro que podría permitirte vivir si me juraras lealtad.
    Lo miré inexpresiva.
    —Yo sólo le debo lealtad a Sesshoumaru-sama —el lobo sobre mí me causó un principio de asfixia mientras el yourouzoku de vacíos ojos negros se cruzaba de brazos con una cínica sonrisa que apenas podía notar con la vista nublada.
    —Entonces vas a sufrir mucho.
    —No me importa —la luz se me fue apagando junto al sonido.

    Al despertar, estaba desatada y vendada, recostada en un rincón de la cueva. Tardé un rato en recordar todo lo que me había acontecido en tan poco tiempo. Entre la vigilia y mis desmayos, cada vez me encontraba en una situación diferente y cada vez más peligrosa. La muerte me amenazaba pero me rehuía como de costumbre. Me sentí observada y me di cuenta de que tenía a todos los yourouzoku a mi alrededor. No iban a dejarme y sería en extremo difícil escapar, aún si lograba sanarme de las heridas. De todos modos, escapar no tenía mucho sentido. Si lo lograba, iría a morir afuera, ya que mi resfriado había empeorado en las últimas horas y la fiebre me tenía decaída, me mataría el frío o algún otro youkai, o algún humano. Y si no lograba salir, sería la comida de ellos. Iba a morir, tan sólo tenía que escoger el modo.
    —Has despertado —me dijo uno—. Has estado durmiendo durante dos días. Kouga dice que te utilizaremos de escudo durante la caza.
    —¿Kouga? —lo recordé. Shippou me había contado que todos los jóvenes príncipes de los clanes yourouzoku llevaban el nombre de Kouga y que todos eran altaneros. Kouga era el lobo que me había matado ¿no era así? El maestro le había perdonado la vida, como siempre.
    —¿Qué haré aquí?
    —Kouga tiene razón. Realmente eres bonita, serás un adorno para la vista, como todo trofeo —¿decirme eso le parecía chistoso? ¿me consideraba un trofeo vivo de caza? Tendría que vivir con la idea de pertenecerle ahora a los lobos. No quería—. Ni se te ocurra escapar o lo pagarás caro.
    Lo miré en silencio, inexpresiva.
    —¿Nunca cambias esa cara de palo?
    No dije nada, ni siquiera parpadeé.
    —Sí, hemos escuchado que todos los perros son así ¿acaso deseabas nacer perra, niñita tonta?
    ¿Y si deseaba o no haber nacido perra, a él qué le importaba?
    Me hicieron preguntas y acotaciones durante todo el tiempo, pero permanecí en un autismo y mudez totales, ajena a todo ello, con la esperanza de que me dejaran en paz. Había caído en un estado depresivo en el que nada me importaba. Ni siquiera podía desear que mi suerte fuera otra.
    Esa noche, soñé que era perra y que era capaz de salir de allí como cualquiera del clan hubiera hecho: llenando de humo y fuego aquel lugar del demonio y matando a todo aquel que se interpusiera, como si jamás hubiera sentido remordimientos y como si pudiera entender la vida y la muerte igual que los youkai.

    Cuando volví a abrir los ojos, me encontré con ese rostro de ojos negros pegado al mío.
    —Así que despertaste. Qué agradable.
    —¿Qué?
    Me sujetó del cuello de mi deshecha túnica y la abrió desagarrándola de un tirón. Quise levantarme, pero me sujetó de los brazos con una velocidad y fuerza endemoniada. Califiqué esto como mi fin.
    —No te muevas o sólo conseguirás lastimarte.
    ¿En serio? Le escupí en la cara y forcejeé inútilmente a pesar de estar tan débil. Se había pegado a mí. Intenté gritarle, pero se prendió a mi boca con fuerza. Sabía a sangre humana y desde luego me resultó asqueroso y repugnante. En nada se parecía su brutalidad con la suavidad de los labios del maestro que, por cierto, jamás en la vida había comido humano.
    Sus colmillos me hirieron, lo mismo que sus garras que casi me partieron los brazos y las costillas. Me encontré débil y temblando, pero debido a la fiebre. Antes de poder decir nada, me mordió en el lado izquierdo del pecho, donde mis senos formaban un valle y grité debido al dolor.
    —Que bien que no hueles a perro —dijo después de eso. Mi propia sangre goteó en mi rostro, maldito animal—. Así que nunca has estado con nadie.
    Terminó de romper lo poco que quedaba de la túnica ensangrentada y me aplastó la humillación de que alguien me viera desnuda, un animal como ese...
    —¿No vas a gritar y a llorar? —me preguntó.
    Sandeces, mis ojos estaban secos desde hacía mucho, y tan cerrados que no podía verlo siquiera. Volvió a tirárseme encima, casi aplastándome, me abrió las piernas e intentó empujar su sexo dentro de mí. Grité, me repugnaba y me hacía daño.
    Repentinamente, quedó aplastado contra la pared contigua. Sentí cómo unos portentosos colmillos se asían a mi muñeca y me jalaban. Después sentí un frío y húmedo pelaje pegado a mi cuerpo herido y tembloroso. Escuché ladridos, aullidos, gruñidos… lo que fuera que estaba conmigo, estaba peleando con los otros lobos y corriendo de allí. La luz en el exterior me golpeó con fuerza, encegueciéndome unos instantes. Al abrir los ojos, estaba frente a un portentoso zorro gris de ojos plateados.
    —Sabía que olía a un humano vivo —dijo sentado sobre sus cuartos traseros—. Te vas a morir de frío —estaba viéndome desnuda y herida sobre la nieve.
    —Ya lo sé.
    —No te enojes conmigo, acabo de salvarte el pellejo. Esos lobos no se paran oye… ¿cómo te llamas?
    Le tenía confianza al kitsune plateado. Me recordaba a Shippou, no sé por qué.
    —Rin.
    —Rin —repitió parando las orejas de punta negra—. Me suena, es como el nombre de alguien que llamó mi maestro.
    —¿Tu maestro?
    —Un daiyoukai. Sesshoumaru-sama.
    —¿Conoces a Sesshoumaru-sama? —dije con sorpresa.
    ¿Qué tenía que ver éste con los youkai que lo empezaron todo?
    —¿Conoces a Sesshoumaru-sama? —preguntó tan extrañado como yo, mirándome de cerca—. Eres tú. ¡Tú eres Rin! Perdón… eh… usted.
    ¿Me estaba tratando de “usted”?
    —Ha tenido suerte de que la haya encontrado ¿pero qué le sucedió? ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar bajo la custodia del joven maestro Inuyasha? ¿en una aldea?
    Al parecer, aún conociendo a Sesshoumaru-sama, era ajeno a lo que habían hecho los sirvientes de la casa del Clan. No recordaba su rostro entre ellos, ni siquiera sabía si tenía forma humana.
    Los enormes yourouzoku aullaron y aparecieron corriendo velozmente a través del bosque, levantando la nieve.
    —Estos quieren un trofeo gordo —dijo el kitsune antes de subirme a su lomo nuevamente y echar a correr hacia delante y en círculos, dejando sus patas unas marcas en forma de ocho. Era vergonzoso estar desnuda en un bosque invernal con un zorro como ese. Pero lo pensaría mejor si antes podíamos escapar de los veloces yourouzoku. El kitsune levantó vuelo entre un azul fuego de zorro y fue más rápido que ellos, demasiado rápido aún para un zorro. ¿Tendría este un rango aún más alto que Shippou?
    —¿En dónde estamos? —le pregunté al contemplar el paisaje.
    —Le suplico me disculpe hacerla pasar por esta humillación, pero debemos salir de aquí. Estamos en el límite Este. Usted ha sido exiliada junto con un joven youkai taiya si mal no tengo entendido. Yo no debería estar con usted, ni hablarle, ni ayudarla. No creo que pueda entrar a las tierras del Oeste, no sé qué dirá el maestro, aún no ha llegado.
    Era verdad, yo estaba fuera de todo eso, fuera de él.
    —¿Qué harás?
    —La llevaré a la primera aldea humana que encuentre, tan lejos como sea posible de esos yourouzoku. Le informaré al maestro de lo que ha sucedido para que demande.
    —¿Me dejarás?
    —Lo lamento, han sido órdenes del maestro.
    —Tienes que enterarte de lo que ha sucedido —no recordaba su rostro entre los rebelados—. Kohaku y yo habíamos sido llamados a regresar, Inuyasha nos trajo hasta el palacio.
    —¿Qué? —el zorro se paró en el aire—. El maestro jamás mandaría llamar alguien de estar ausente.
    —Un general de cabello gris verdoso falsificó y nos tendió una emboscada a Kohaku y a mí sabiendo de la ausencia del maestro. Inuyasha no pudo ayudarnos porque ya se había marchado. Ellos querían que ambos muriéramos.
    —¡¿Qué?! —dijo escandalizado—. Yo estaba con el maestro, él tiene que saber de esto, es alta traición.
    Apareció volando sobre una aldea.
    —¿Me dejarás ahí?
    —Estoy obligado. Le diré al maestro, no debe preocuparse Rin-sama.
    Bajó sobre una colina cercana a la aldea y, envuelto en una bola de fuego, tomó forma humana. Era alto y aparentaba unos diecinueve. Tenía patas y cola de zorro, una armadura igual a la del resto de los generales y un largo cabello negro azulado, recogido. Me encontré arrodillada en el suelo, con la vista baja y cubriéndome el pecho con ambos brazos. Era vergonzoso. Me puso su haori sobre los hombros, cubriéndome y me escoltó hasta la aldea. No me miró a la cara en todo el camino y se la pasó disculpándose y tratándome de “usted”.

    Al llegar y ver al kitsune youkai, la gente actuó de forma desesperada, mandaron a esconder a las mujeres y niños, sonó la campana de alerta y los hombres corrieron hacia él con lanzas y espadas.
    Aunque el kitsune levantó las manos en son de paz, les habló de un modo fuerte y duro, explicándoles que yo necesitaba ayuda y que me habían acontecido varias desgracias.
    Aunque al principio desconfiaron, el zorro se vio obligado a darles detalles y además asegurarles que el clan era pacífico —un kitsune en el Clan Inuyoukai, hay que ver— y que ninguno me molestaría a mí y a ellos. Les aseguró que sería temporal y que yo podría marcharme por voluntad propia cuando estuviera en condiciones de hacerlo. Mi escolta se veía nervioso todo el rato.
    También noté que estaban sorprendidos al oír que él me trataba con respeto y de “usted”, hasta dudaron por un momento de que yo fuera humana. ¿Acabarían por aceptarme? Como siempre, yo era la chica que venía con un youkai, aunque esta vez no fuera Sesshoumaru.
    Me di cuenta de que estaba metiéndome dentro de una aldea igual que las otras veces, aún en contra de mi voluntad y que no tenía más opciones si quería sobrevivir y mientras estuviera exiliada y sin posibilidad de elegir por mí misma.
    Era como si el destino en el que no creía me estuviera jugando una mala pasada.
    Sandeces.
    Separarme de la seguridad de un youkai para estar entre “los míos” a los que, a pesar del tiempo, no había podido considerar como tales, era como escribir que él y yo jamás nos habíamos conocido y que nunca volveríamos a vernos la cara. Así se lo hacía ver a todos sus sirvientes.
    El tiempo corría hacia atrás, hacia el momento en que yo era una mocosa sucia, torpe y desvalida que jamás podría recibir la protección de un dios youkai.

     
  3.  
    Tachi

    Tachi Guest

    Re: Eclipse Total

    Ohayo~!! muy bueno este ff! me gusto!!, he leido tus otras obras y son perfectos ^^ me gusto la idea de que fueras tu la que interpreta el papel de rin, pues poner sus pensamientos, que siente y que dira es algo dificil! Muy buen trabajo, quisiera saber porque rin esta exiliada?, tambien quisiera saber cuando aparecera seshoumaru-sama? espero que no la haya abandonado! o algo asi, bueno se esperan prontos capitulos! y no dejes de escribir! que se te dan muy bien las obras!

    Atte:
    Tachi~!!
     
  4.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

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    Re: Eclipse Total

    Capítulo segundo:
    La Luna prefiere bailar sola

    La mujer bajita de cabello canoso me ayudó a entrar. Me quedaría de sirviente en la casa del jefe de la aldea. Nunca había sido sirviente: ni de huérfana pordiosera, ni de protegida de Sesshoumaru-sama ni de hija adoptiva de la miko-dono Kaede.
    Pero tampoco me importaba intentarlo, había llegado a un punto donde nada me importaba. Aún teniendo la posibilidad, no me habían permitido entrar en las tierras ni siquiera con la excusa de estar en peligro de amenaza de yourouzoku. Mis esperanzas se habían derrumbado tan pronto como habían regresado. El kitsune plateado se fue sin siquiera mirarme, la regla para todo exiliado ¿acaso el gentil, cálido y fuerte corazón del maestro había perdido esas mismas cualidades? La cuarta habitación a la izquierda, en el fondo de la casa, era para mí. Dispusieron rápidamente un futón y me ayudaron a tenderme. De repente, mi enfermedad se hizo mucho más evidente, me encontré temblando y me flaqueaban las piernas, me hallé falta de fuerzas. Veía nublado y mi mente confundía a esa mujer con Kaede-sama. Por un momento, creí que estaba a salvo en la aldea de Inuyasha, pero supe que no, que estaba muy lejos y que ellos eran ajenos a lo que nos había acontecido a Kohaku y a mí… Kohaku ¿qué habría sido de él? ¿habría sobrevivido? ¿o estaría en el sitio sin regreso? Mis ojos, a los que creía secos, se nublaron más.
    —Jovencita, tienes una fiebre muy alta —pude sentir cómo me ponía un paño en la frente— ¿cuánto tiempo pasaste a la intemperie?
    No lo sabía. Me mostré amable a pesar de no poder hablar. Esa pobre gente no tenía la culpa de mis desgracias. Yo me sentía plenamente culpable de ellas, yo me había arrastrado a mí misma hasta allí más allá de lo que pensaran o hicieran los sirvientes sublevados del Clan.
    Me vistieron con un kimono sencillo de diseños rojos y naranjas y me pusieron dos gruesas mantas cuando volví a tenderme en el futón. Me dieron una bebida amarga recomendada por algún médico, que reconocí en seguida gracias a los estudios con Kaede-sama. Soporté las náuseas, soporté los dolores. Aguanté que me trataran con grasas las múltiples heridas y magulladuras.
    Me preguntaron por las marcas de las cuerdas y la mordaza. Les di respuestas vagas, casi sin voz. Me preguntaron si se habían propasado conmigo. Les dije que “casi”. Me preguntaron si estaba comprometida con alguien. La imagen del rostro del maestro vino e mi mente, pero no dije nada.
    Me curaban y me daban medicinas cuatro veces al día, me ayudaban todo el tiempo a pesar de estar en conocimiento de que alguna vez pertenecí a un clan youkai. Me preguntaron cómo había sucedido eso. Dije que “por azar” a pesar de saber que era también mi culpa.
    A través de los opacos paneles veía cómo el sol con su luz subía y bajaba cada día. No tenía deseos de luchar y no podía levantarme del lecho pese a mis muchos intentos. Me pregunté cientos de veces si alguna vez volvería a ver a mis amigos y si ellos estarían preocupados por mí.
    De pronto, una chispa de temor llegó a mí ¿Qué pasaría si el kitsune lo olvidaba y, al cabo de las lunas frías, el maestro iba a la aldea de Inuyasha y no me encontraba? ¿Qué pasaría con la aldea? ¿y con Inuyasha? Rogué que no lo hubiera olvidado, pero los días siguieron pasando y ningún youkai apareció siquiera en las cercanías. Las esperanzas se me fueron al diablo.
    Finalmente, un día de tantos pude levantarme y también salir. El aire puro, aunque frío, me hizo muy bien. Mi salud mejoró más rápido de lo que esperaba y la muerte parecía no acecharme más.
    Me di cuenta de que habían dispuesto para mí un par de sencillos kimonos con diseños también sencillos. De pronto, me sentí una campesina, hacían varios años desde que no vestía así. La última vez que había vestido de lino era más o menos a los cinco años, cuando fallecieron mis padres. Después, siempre había llevado seda, oro y lana refinada, el maestro no hubiera permitido menos. Pero todos los vestidos, obras de arte, habían quedado en mi casa, en la aldea de Inuyasha, no tenía otra cosa que ponerme.
    Las personas que vivían allí me saludaron con ganas al ver que finalmente me estaba recuperando. En seguida, busqué a alguien que pudiera asignarme tareas pronto. No quería tener que pensar y ocuparse era el mejor modo de lograrlo.
    De inmediato, me enviaron a la cocina. Saludé a todo mundo y me presenté con los que aún no me conocían. Di algunas vagas explicaciones sin entrar en detalles, no tenía por qué poner sobre los hombros de personas como ellos problemas que tan solo me correspondían llevar resignada y silenciosamente a mí.
    Me puse a cortar y a cocer verduras. Debíamos cocinar para nosotros y, por supuesto, para los dueños de la casa. Era como dar de comer a un regimiento. Siempre había tenido que procurarme la comida, así que eso no me costaba. No pensé que remontarme a mis siete años de edad me causaría dolor, pero no podía borrar el recuerdo de mis días junto a Sesshoumaru-sama y las inverosímiles aventuras que había tenido que pasar junto a Jaken, sola. No, no era verdad que estuviera sola. Todo el mundo estaba para mí cuando más los necesitaba… y yo para ellos. El ambiente de equipo me recordó una gran familia, como si todo volviera a ser normal. El vapor de la cocina le hizo mucho bien a mi salud. Hablé y reí con los demás sirvientes, como si los conociera desde siempre y así pude olvidar la pesadumbre por algún tiempo. Después de comer, mi siguiente tarea era ayudar a limpiar los utensilios. En la tarde, nuevamente me encontré cocinando y luego volviendo a limpiar. Antes de que me diera cuenta, ya se había hecho la noche. Me causaba satisfacción saber que todos estaban conformes conmigo.
    Así transcurrieron otros dos días sin mayores novedades ¿cuál habría sido el edicto del maestro? ¿Qué me quedara allí de por vida, en contra de mi voluntad y lejos de mis amigos? No podía ser.
    Al tercer día, en la siesta, alguien tocó a la puerta de mi habitación.
    Me apresuré en abrir y me encontré cara a cara con un alto joven uno o dos años mayor que yo, de piel blanca, ojos grises oscuros poco usuales y cabello negro recogido. No lo había vito antes.
    —Tú debes ser la muchacha a la que un youkai kitsune trajo hace algunos días. Te llamas Rin, ¿no es así? Me habían dicho que estabas muy enferma, pero te ves mucho mejor —no dejaba de sonreírme—. Disculpa, no me he presentado, me llamo Yoichi, soy el hijo del jefe de la aldea.
    Lo saludé con una corta reverencia.
    —¿Puedo pasar?
    Me hice a un lado para dejarlo pasar y esperé a que se sentara antes de sentarme frente a él.
    —Escuché poco de lo que te había acontecido, pero no me equivoco en que te habías perdido en el bosque.
    —He pasado mucho tiempo en las forestas, sobrevivir en las montañas no es ningún problema para mí, sin importar las condiciones —contesté humildemente. Era verdad. Había pasado varios inviernos sola y con frío en una chocita y había vivido por meses en el lomo de un dragón antes de llegar con Kaede-sama y los otros.
    —¿Vivías antes en una aldea? ¿Tienes familia?
    —Extraño a mi madre y a mis hermanos, no he podido verlos durante días y aún no han enviado por mí para que regrese. La aldea está más al Este, pero no puedo ir sola —mi madre era Kaede-sama, mis hermanos, los hijos de Sango-sama, ella, Miroku-sama, Kagome-sama, Shippou-kun, Inuyasha-sama. Mi garganta era u molesto nudo… Kohaku-kun…
    —No te preocupes, muy pronto podrás regresar, estoy seguro.
    —Eres muy amable, Yoichi-san —contesté.
    Me miraba de un modo insistente con esos ojos tan extraños. No parecía tener intenciones de irse rápido así como así ¿estaba buscando un pretexto para entablar conversación conmigo y posiblemente abordarme? Me di una patada mental ¿Qué estupideces estaba pensando?
    —¿Te han asignado otras tareas? ¿Estás ocupada ahora?
    Sí, debía contestar que sí lo estaba, aunque fuera mentira.
    —¿Te gustaría caminar un momento conmigo?
    —¿Eh? —no creí escuchar bien.
    —¿Me acompañas un momento? —abrió la puerta nuevamente y se hizo a un lado para dejarme pasar. Ni siquiera me había dado tiempo a contestarle. Confundida como estaba, salí. Habló de la aldea, de su familia y de sus amigos por un buen rato.
    —El próximo mes, el terrateniente piensa mandar aquí a sus representantes para realizar supervisión. Me ha dicho mi padre que la mansión es impresionante. Es probable que no tengas idea de cómo se ve la fortaleza de un terrateniente.
    Oh, no. Era él quien no tenía idea.
    —¿Y qué me dices de tu familia? ¿Cómo son tus padres? —¿por qué tanto interés en alguien como yo?
    —Mis verdaderos padres y mis hermanos fallecieron hace años. Estoy con una familia de acogida y me enseñan varios tutores. Nuestra aldea resulta ser una enorme familia y mi madre, la jefe, hace todo lo posible para que vivamos de ese modo.
    —¿Los extrañas mucho?
    —Es como si fuéramos uno. Separarse resulta doloroso. Ellos no saben nada de mí, ni yo de ellos.
    —No me imaginaría perdido de mi familia. Lo siento.
    —Estaré bien —intenté restarle importancia.
    —Lo decía por tus verdaderos padres.
    Las horrorosas muertes grabadas a fuego en mi cerebro corrieron por unos segundos e intenté alejarlas.
    —Por mucho tiempo tenía pesadillas en blanco y negro, pero ahora que estoy bien, sé que ellos descansan en paz, eso me hace sentir paz —lo miré por menos de un segundo—. Estoy bien.
    Charlamos por largo rato hasta que parecíamos amigos que nos conocíamos desde toda la vida cuando el sol se puso.
    —Rin-san
    —Puedes decirme solo Rin
    —Está bien ¿te gustaría cenar con mi familia hoy?
    —Con… ¿con tu familia? Te lo agradezco mucho, Yoichi —me incliné—, pero no creo que deba…
    —Está bien, a ellos les encantará conversar contigo. Anda.
    Me sonrojé y traté de fingir que era la inexistente fiebre.
    —Acepto. Me… me encantaría comer junto a tu familia también.
    Me sonrió abiertamente y eso me recordó a mis amigos.
    —Entonces te espero en la cena, no tardes —parecía muy ansioso. Se fue corriendo, despidiéndome con la mano, tan distraído que casi chocó contra un árbol. Cuando hubo desaparecido de mi vista, no pude evitar reírme, me recordó la torpeza de Jaken.
    Al entrar a mi cuarto, encontré sobre el futón un vestido azul muy bonito, aunque no tan bonito como los del maestro. Supuse que ellos me lo habían ofrecido, así que me apresuré en vestirlo y fui rápidamente hacia la sala común donde se cenaba. Me di cuenta de que sentarse a comer allí no era lo mismo que servir.
    Todo parecía tan perfecto y tranquilo, pero de vez en cuando noté alguna mirada envidiosa recaer sobre mí. Sentía un rechazo instantáneo de vez en cuando, pero le resté importancia. Quienquiera que fuera, cuánto lo sentía, había aprendido a convivir con la envidia de ser el favorito… con la envidia de Jaken, y esto era exactamente lo mismo. Claro que el fuego no se apaga con fuego y yo siempre fui muy amable con Jaken, lo mismo que con estas muchachas que terminaron por sonreírme tan abiertamente como al principio.
    Yoichi no se cansó de hablarles de mí a sus padres y hermanos, les dio el informe de prácticamente todo lo que yo le había contado esa tarde. Yo me limitaba a sonreír amablemente y permanecer en silencio, salvo que me preguntaran algo. Cuando reían, yo reía con ellos, lo considerara o no gracioso. El ambiente era tan cálido que la noche invernal terminó pareciendo más bien una noche de primavera… o quizás mi corazón se estaba abriendo de vuelta.
    Cada día, después de acabar con mis tareas, Yoichi iba a mi habitación a buscarme y dábamos largos paseos mientras charlábamos. Todas las noches cenaba con su familia como si fuera la mía.
    —¿Qué es lo que traes en el cuello? —me preguntó una vez.
    —Es un rosario kotodama, los utilizan las miko —lo sujeté en mi mano, era lo único que me había quedado, los sublevados del palacio me habían robado el valiosísimo hinezumi no koromo, ni siquiera me dieron tiempo de saber si me lucía bien el rojo—. Me lo regaló un amigo, junto con una túnica muy especial.
    —¿Una túnica especial?
    —Sí, se dice que su tela es irrompible, indestructible.
    —¿Y por qué no la traes?
    —Me la robaron antes de que terminara aquí —suspiré—, pero no pudieron quitarme el rosario kotodama y es el único recuerdo que me queda de ellos —¿habría encontrado ya el maestro el hinezumi no koromo o los sublevados le habrían hecho una treta?—--
    —¿Quiénes son tus amigos? ¿de dónde sacan todo eso?
    Le sonreí.
    —Son viejas herencias familiares. Inuyasha también me dijo que le hubiera gustado darme el maquillaje rojo carmesí de su madre, pero lamentablemente éste fue roto.
    —¿Dijiste Inuyasha?
    —Oh —no me había dado cuenta de eso—. Eh… este… es el hermano de mi maestro.
    —¿Quién es tu maestro?
    —Ah… —¿y ahora qué hacer?—. Un terrateniente.
    —¿Un terrateniente te protegía y no nos lo dijiste? —preguntó escandalizado.
    —No lo creí importante.
    —Les diré a mis pares para que te quiten las tareas asignadas.
    —No hace falta…
    —No, no deberías trabajar —entró rápidamente a la casa buscando a su padre y yo entré detrás de él tratando de detenerlo. Yo quería un perfil bajo y además algo en lo que entretenerme para no pensar en todo lo que había estado perdiendo. Aún entendiendo mis razones, los amos se negaron a que yo continuara con labores hogareños, me dieron una habitación de huésped y me prestaron ropas que ellos no usaban. Éstas eran mejores y más coloridas, que las de los sirvientes pero a pesar de estar hechas de un buen material, seguían sin ser nada comparadas con las obras de arte que me regalaba el maestro. Lo sé, las comparaciones son odiosas, pero el amor es así.
    Además de eso, todos los sirvientes que pasaban frente a mí me hacían reverencias muy profundas cuando debía ser yo la que los reverenciara a ellos. Y, por cierto, dejaron de decirme Rin-san. No solo me trataban de “usted” como el kitsune plateado que me había traído, sino que además me decían “Rin-sama”. Y todo por haber abierto mi bocota. Me resigné.
    Otro cambio, al que no sabía si considerar ventaja o desventaja, era que tenía mucho tiempo libre y Yoichi aprovechaba para pasar ese tiempo junto a mí. De allí en más traté de tener mucho cuidado en lo que decía. Si bien había sido llevada allí por un kitsune, bien podría armar un menudo escándalo si llegaba a decir que “pertenecía al príncipe del Clan del Inuyoukai y Señor absoluto de las Tierras del Oeste”. Ese sería el final.
    —Con permiso, me retiro —dije una noche sobre la cena, después de haber agradecido por la comida. Me levanté y le hice una reverencia a la familia y ellos a su vez me contestaron con una reverencia aún más profunda. Avergonzada, salí al pasillo y me fui rápido cuando alguien me tomó de la mano.
    —Espera un momento —me dijo Yoichi.
    —¿Sí? ¿Sucede algo?
    —¿Puedo hablar un momento contigo a solas?
    —Sí, claro —contesté sonrojada. Sentía mi rostro arder, nunca nadie me había tomado de la mano. Delicadamente lo solté.
    —Entonces acompáñame —entrecerró los ojos con una expresión extraña y una sonrisa amable. Le sonreí todavía sonrojada y lo seguí hasta un sitio de donde se observaba bien el pequeño jardín nevado de la casa. El estanque estaba oscuro y silencioso.
    —¿Sabes algo? Al estar a tu lado siento una extraña calidez en mi corazón, me haces sentir cómodo y seguro en cualquier situación, el tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado, aunque a mí me gustaría poder detenerlo —dijo sin detenerse—. Sé que no es posible, pero me gustaría que te quedaras a vivir aquí para siempre.
    Oye… ¿qué estás diciendo?, ¡esas eran las líneas de mi maestro, no tuyas!
    —Yo… no sé qué decir —no podía sentirme más avergonzada. Bajé la vista y entrecerré los ojos, estaba tan nerviosa.
    —Entonces no digas nada, pero por favor, quédate a vivir aquí en nuestra casa —dijo tomándome de las manos—. Conmigo.
    Oye… esta decisión la estás tomando sin mí.
    —Tengo mi familia, mis amigos… deben extrañarme al igual que mi maestro. Yoichi, yo no puedo quedarme aquí, en algún momento tendré que irme y lo sabes.
    —Por favor —suplicó de un modo que al maestro seguramente le hubiera dado asco. Para colmo, me apretó las manos.
    —Me quedaré un tiempo más —acepté—, pero se supone que han de venir por mí, es lo que me han dicho, no puedes retenerme aquí, no puedes obligarme.
    Me soltó las manos desviando la mirada con una expresión triste.
    —Sí, entiendo —su rostro denotaba lo contrario—. Quiero que sepas que me he enamorado de ti.
    Nos miramos en silencio por un largo rato, ni siquiera el frío conseguía aliviar el calor en mi rostro.
    —Me agradas, pero no tengo nada para darte, no puedo devolverte lo que me estás dando. Lo siento.
    Nunca me cabía eso del amor a primera vista, siempre detesté ese tipo de chantaje. Era como con Kohaku-kun, como con Shippou ¿Acaso debía abrirles la cabeza e insertarles un papel que dijera —sí, Miroku-sama me enseñó a escribir— “solamente para Sesshoumaru”? Sandeces.
    —Por favor, te pido que al menos lo pienses —era insistente, no importaba cuánto lo pensara, hacerme cambiar de opinión sería todo un reto—. Prométeme que lo pensarás.
    —No puedo prometerte tal cosa —nunca se me dio hacer promesas falsas.
    —¿Acaso hay alguien más en tu vida?
    ¡Claro que sí había! No contesté.
    —¿Rin? Por favor, eres libre y podrías pensarlo.
    Me dolía hacerle daño a un buen amigo.
    —Te prometo que lo pensaré —le sonreí—, y que me quedaré por algún tiempo pero… no me pidas nada más, sería muy difícil poder cumplirlo. Lo sabes, intenta entenderlo —le toqué el borde del rostro por unos segundos—. Yoichi, somos buenos amigos y nos llevamos bien.
    —No quisiera contentarme solo con eso.
    —Yoichi, el enamoramiento es como un espejismo: desaparece cuando el sol baja. Date un tiempo, dame un tiempo —me incliné—. Que tengas buenas noches.

    Salí temprano a caminar y al pasar por una tienda de comida, vi que en una esquina, debajo de un árbol, unas tres o cuatro personas hablaban por demás preocupadas. Me acerqué discretamente a escuchar.
    —…se dice que sobrevivió porque no sabía pelear.
    —¿Entonces no ataca a los débiles?
    —Pero desconfiarse es peligroso, ha habido incendios en varias partes de las montañas y también han sido destruidas varias aldeas de la región. Las personas fueron completamente masacradas.
    —¿Pero no podrían ser bandidos?
    —Él tan sólo vio a una persona, pero era tan extraño que estaba seguro de que era un youkai con forma humana.
    —¿Con forma humana?
    —Se dice que a la lejanía resplandecía.

    Resplandecía a la lejanía… ¿el maestro? Era imposible. Me acerqué más.

    —Era enorme, él no sabía claramente cómo era, porque estaba cubierto de pies a cabeza con una enorme armadura negra. Dicen que es la sombra de un youkai.
    —También, después de muchos estruendos, aparecieron varios youkai muertos a lo largo de las montañas. Es un asesino terrible.
    —Deberíamos preparar armas.
    —¿Sería muy difícil dejar el pueblo por un tiempo?
    —¿En pleno invierno? ¿A dónde crees poder ir?
    Me alejé pensando en todo eso. La sombra negra de un youkai.
    Yo conocía perfectamente la historia de que “un youkai de forma humana, que resplandecía había entrado en las montañas y después de haber escuchado varios estruendos, aparecieron muchos onis destazados”, porque esa es la historia que se contaba cada vez que Sesshoumaru-sama estaba cerca de una aldea en las montañas pero… ¿un youkai como una sombra? Eso era por demás extraño, jamás lo había oído y además Sesshoumaru-sama no atacaba a los humanos a menos que éstos intentaran inútilmente hacerle algo, no era posible que quemara aldeas.
    ¿Qué era aquella sombra que asesinaba?
    Sin darme cuenta, había salido de la aldea mientras reflexionaba y me había adentrado en un pequeño bosque. Escuché algunos animalillos que corrían sobre los árboles y también algunos pájaros. El viento frío soplaba y levantaba de vez en cuando la nieve. De pronto, no supe a dónde ir ¿en qué dirección quedaba la aldea? Comencé a buscar la salida y sólo cuando el sol comenzaba a subir más alto me di cuenta de que estaba caminando en círculos.
    Entré a un pequeño claro y vi una sombra extraña. Volteó a mirarme. Era el youkai del que hablaban. Debía tener unos ocho pies de altura. Su cuerpo estaba completamente cubierto por una enorme coraza negra. Era una armadura para youkai. La ropa que llevaba debajo era negra también. Su cabeza y rostro estaban cubiertos por un casco extraño. De repente, sus ojos resplandecieron en rojo y fue lo único que pude apreciar. Al instante siguiente, la sombra desapareció como si nunca hubiera estado allí.
    —¡Era él!
    Una terrible angustia me invadió ¡¿por qué no venía por mí?! ¡¿Quería que me quedara en esa aldea de por vida?!

    —¿Qué me pasó? —le pregunté a la mujer sentada a mi lado, que me colocaba un paño húmedo en la frente.
    —Al fin ha despertado, Rin-sama, ha estado inconsciente durante siete días.
    —¿Siete días? —dije sorprendida. No recordaba nada.
    —Usted salió de la casa en la mañana y al no regresar, los hombres salieron a buscarla. La encontraron casi al anochecer desmayada en la nieve en un claro del bosque, estaba casi completamente cubierta por la nieve —me ayudó a sentarme—. Estuvo inconsciente durante siete días, tuvo fiebres muy altas y también estuvo tan pálida y fría que nos asustamos, parecía sufrir de terribles pesadillas, hablaba constantemente de un dios youkai de armadura negra.
    Llevé una mano al pecho.
    —Creímos que se trataría del youkai que se rumorea que ha estado asediando los bosques y atacando las aldeas, estábamos seguros de que usted fue atacada, debió de hacerle algo. Todos están alertas para atacar ante cualquier eventualidad, no debe preocuparse —concluyó.
    Claro que debía preocuparme, querer atacar a Sesshoumaru-sama era una buena razón para preocuparse y no por él, sino por ellos.
    —No deberían atacar a ese youkai, si no es agredido, seguramente no hará nada —le dije amablemente.
    —Usted no le hizo nada y fue atacada.
    —Oh, no, de ninguna manera fui…
    —Rin —Yoichi abrió rápidamente la puerta y entró a sentarse junto a mi futón—. Gracias al cielo despertaste, estábamos tan preocupados ¿Qué pasó con el youkai? ¿En dónde está?
    Negué con la cabeza.
    —Lo ignoro.
    —¿En dónde lo viste?
    —No lo recuerdo —mentí.
    —No te preocupes, no volverá a sucederte nada —me abrazó dejándome anonadada.
    —Yoichi —dije amablemente— no me sucedió nada.
    —¿Qué? —me sujetó por los hombros—. Estuviste inconsciente por días.
    —Sólo fue por el cansancio, no debes preocuparte por nada —le sonreí.
    —Estuve a tu lado todos estos días, no dejabas del hablar del youkai que asedia la región.
    —Te agradezco que hayas estado a mi lado, pero el youkai que vi… no parecía tener intenciones de atacarme, de hecho, desapareció en el acto —sentí un fuerte dolor en el pecho “cuando lo vi, desapareció en el acto” ¿qué significaba eso? ¡¿Por qué?! Sentía que desfallecería nuevamente.
    —¿Te sientes bien? —trató de tomarme la temperatura.
    —Sí, estoy bien, no te preocupes —no, no me sentía nada bien. Necesitaba verlo de nuevo. Y hablar.
    Durante los dos días siguientes, no me dejaron salir y me trataron como si estuviera hecha de algo frágil. Yoichi no se apartó de mí en ningún momento, tanto así que me sentí hostigada.
    —Yoichi, en verdad estoy bien.
    Debería verte algún sacerdote, quizás te hechizó ese youkai.
    —No, no lo hizo —era difícil hacerme perder la paciencia, pero esto.
    —Pero Rin…
    —Yoichi, para —lo encaré.
    —Todos estos días que estuviste inconsciente, no sabes lo que ha sido para mí —me sujetó con ambas manos el rostro y se acercó a mí.
    Mi corazón latió de forma violenta, eso era…
    —No —dije apartándome.
    —¿No quieres?
    —¿Qué creías que hacías? —cuestioné en voz baja.
    —Sólo me preocupo por ti
    —Agradezco tu preocupación —le dije amablemente—, pero sé arreglármelas sola, créeme.
    —¿Y qué te hubiera pasado si no hubiéramos llegado al bosque esa tarde?
    Él habría ido por mí. Él habría vuelto por mí y me hubiera rescatado y llevado consigo, o al menos con Kagome-sama y los otros. Eso creía, eso deseaba, así tenía que ser, no podía ser de otra manera. Mi vista se nublaba, pero me controlé.
    Le sujeté de las manos tratando de captar su atención y olvidarme por un momento de mí y mi egoísmo.
    —Lo importante es que estoy bien y se lo agradezco a todos, pero tengo la seguridad de que iba a estar bien.
    —¿Y qué tal si ese youkai hubiera regresado por ti?
    Ya no pude contener el par de malditas lágrimas que bajaron por mis mejillas.
    —¿Qué te pasa? —me preguntó ¿y todavía preguntaba? ¿Acababa de gritar mi sueño roto a los cuatro vientos y todavía preguntaba?
    —No me pasa nada, es sólo por el cansancio, estaré ben, créeme.
    —Rin —volvió a sujetarme por los hombros—. Si necesitas algo, tan sólo tienes que pedírmelo. Moveré el cielo y la tierra con tal de ayudarte.
    —Muchas gracias. Necesito estar sola un momento —cuando se fue, me sequé el rostro y maldije para mis adentros. Él siempre regresaba por mí ¿Cómo podía estar desconfiando de Sesshoumaru-sama? ¡Sacrilegio!

    ***
    Me pasé toda la tarde encerrada en mi cuarto, escribiendo cartas para entregarles a todos. Kagome-sama, Miroku-sama, Sango-sama, Inuyasha, Kohaku-kun, Shippou-kun, Jaken, Sesshoumaru-sama ¿Cómo estarían? ¿Pensarían en mí? ¿Me extrañarían tanto como yo a ellos? Todas las cartas terminaban diciendo “No sabes lo que significas para mí. Creí que moriría por tercera vez del dolor de extrañarte tanto”. Guardé todas las cartas, atándolas y escondiéndolas en un bolso de viaje.
    Al terminar, me acosté y me di cuenta de que no podía conciliar el sueño. Tenía la tentación de abrir las cartas y releerlas. Al cerrar los ojos, sentí como si me los tocaran suavemente. Al abrirlos, allí no había nada, ni nadie.

    Todavía no me dejaban salir, así que esa mañana tuve que vérmelas para salir a escondidas de la casa y poder respirar un poco de aire en el exterior. El día era estupendo, el cielo estaba azul, la nieve blanca brillaba… deseaba que repentinamente apareciera detrás y dijera “¿Qué crees que haces jovencita? Entra ahora o pescarás un resfriado”, pero sólo era un sueño.
    Repentinamente, un pulso se levantó en el bosque. Era diferente del resto, estaba segura, los pájaros salieron volando aturdidos, la tierra resonaba silenciosa, como cuando un Daiyoukai la pisa… ¡un momento!
    De repente, me sentí tan desprotegida como si estuviera echada entre la nieve. Medio ida, salí de las inmediaciones. No era capaz de ver ni sentir nada, era como si mi cuerpo se moviera con vida propia, arrastrado y no tenía intenciones de detenerlo. Parecía que las personas a mi alrededor me hablaban, pero no sabía lo que decían, no podía escucharlos, no podía leer sus miradas ni saber cómo se sentían. Cuando me di cuenta, las personas y las casas habían desaparecido de mi vista. Estaba cerca de una colina y había dejado atrás la aldea. Nadie había venido detrás de mí, o eso creía.
    Entonces, allí lo vi parado. Era lo mismo que recordaba la vez anterior, un youkai enorme cubierto de pies a cabeza con una armadura negra que sólo dejaba a la vista el resplandor rojo de un par de agudos ojos. Instintivamente había corrido hacia él.
    Nos miramos el uno al otro por un instante que pareció eterno. Permanecimos en silencio en la comunión extraña a la que estábamos tan acostumbrados. A más de quince pies estábamos tan cerca…
    —…Ha venido por mí… —murmuré.
    —¡Rin! —gritó Yoichi, horrorizado detrás de mí. Había seguido mis pasos desde la aldea— ¿Qué le haces? —le gritó de forma imprudente y el youkai lo ignoró—. Eres el youkai que ha estado atacando las aldeas, habías visto a Rin.
    Blandió una katana como si se sintiera capaz de derribarlo de un golpe.
    Mi interior se estrujó con rabia debido a la injusta acusación. Él nunca atacaría las aldeas humanas, apostaba mi vida a ello.
    La mano cubierta por un guante de hierro negro fue motu propio hasta la empuñadura de una de las espadas que descansaba en su cadera.
    —¡No! —grité instintivamente.
    Yoichi parecía dispuesto a lanzársele encima. Si era el arma que yo pensaba, a Yoichi no iban a quedarle ni las cenizas, no podía permitirlo.
    Fue soltando la espada hasta dejar caer la mano donde estaba antes y me permití bajar la guardia. Pero ese tonto de Yoichi quiso “aprovechar” aquello para arremeterlo.
    Inmediatamente, él volvió a empuñar la espada y la desenvainó a la mitad.
    Me lancé contra Yoichi intentando sujetarlo de los brazos.
    —¡Detente, no hagas eso! —no podía permitir que le matara, no sería capaz de blandir la espada contra el muchacho si yo le oficiaba de escudo justo como ahora— ¡No intentes pelear contra él! ¡no seas tonto! —le dije indignada—. No sabes a lo que te estás enfrentando, Yoichi —ni yo misma podía creer que estuviera regañando con fuerza a un muchacho mayor que yo.
    Ambos miramos al youkai y éste volvió a envainar la espada, retirando la mano.

    De pronto, lo entendí. Era un patético espectáculo verme allí junto a un mocoso humano, protegiendo su vida cual escudo y encima aferrándome a él.
    Como otras veces, entendí lo que estaba pensando: alguien ahí sobraba. Estaba completamente seguro de que era él. Yo sabía que no.
    Cuando lo vi entrar al bosque, lo perseguí haciendo a un lado a Yoichi, ignorándolo por completo. Salté unos matorrales y un tronco que obstruían el camino y llegué corriendo a donde estaba, aferrándome a su cintura por detrás.
    —No se vaya por favor —quería que parara, ponerle fin a eso, que acabara aquel suplicio. Mis ojos, a los que creía secos, lloraron en silencio.
    Me invadió un profundo pesar ¿Era su deseo que me quedara allí? ¿acaso porque pertenecía a donde estaban los humanos, aún lejos de mis amigos y lejos de él? ¿y “por mi seguridad”, no? ¡Al diablo con mi seguridad! Si elegir a los humanos significaba renunciar a él, prefería arrojarme por voluntad propia al bosque de los yourouzoku.
    O se iba conmigo o no le dejaría marchar, aún cuando no pudiera pelearle. No es que estuviera obsesionada con él, pero él era la única forma de vivir que conocía, y la única que deseaba. Yo había sobrevivido para conocerlo y acompañarlo, no para verlo marcharse. Éramos como uno.
    Permaneció de espaldas a mí, inmóvil y en silencio, sin apartarse, era como si él deseara aquello también. El tiempo parecía haber cesado, no había viento, no había murmullos. Y así hubiera deseado que continuara para siempre.
    —¡Rin! —gritó Yoichi atravesando unos arbustos cubiertos de escarcha al tiempo que se detenía. Se quedó petrificado, pálido, silencioso, viéndonos.
    Viéndonos.
    Éramos como uno.
    La cabeza de él giró en dirección a Yoichi, mirándolo en silencio. Levanté la vista, expectante, pero no era capaz de separarme de él. Vi cómo Yoichi retrocedía uno, dos pasos. Parecía muy confundido ¿qué estaría pensando? ¿Una chica… abrazando a un youkai asesino? Quién sabe.
    —Apártate de ella —balbuceó.
    ¿Que acaso era idiota, incapaz de ver que era yo la que lo estaba abrazando? …y de esa forma tan descarada.
    El aire se puso denso. De pronto, el youkai me empujó hacia atrás de modo brusco, obligándome a soltarlo y caminó veloz en la dirección de la que había venido.
    —¡No! —grité con fuerza, corrí hacia él sujetándolo de la mano y sentí como si una fuerte descarga eléctrica me golpeara al mismo tiempo que un fuego terrible quemaba mi mano—. Sesshoumaru-sama, por favor, no se vaya —supliqué con un hilo de voz.
    Volteó apenas la cabeza hacia mí, por unos segundos me apretó la mano antes de soltarse y perderse dentro del bosque como si jamás hubiera estado allí. No importaba cuánto lo deseara, no podría seguirlo.

    Yoichi me miraba de modo inquisidor.
    —Tú… ¿conocías a éste?
    Lo miré intentando saber si tendría agallas para escuchar todo lo que tenía para decir.
    —Yoichi, mi maestro es un daiyoukai. Ese de ahí —lo miré desesperada—. He vivido tanto tiempo entre las personas sin poder considerarme una. La única familia, amigo y hogar que necesito son él. Daría lo que fuera por poder regresar a donde estaba —me dejé caer de rodillas sobre la nieve y levanté la vista hacia el cielo. Las nubes algodonadas en el fondo azul me devolvían imágenes del pasado. No me importaba la confusión que Yoichi pudiera sentir, ni lo que fuere que pensara…

    Había podido ver claramente. Incluso detrás de esa máscara de acero y de los reflejos rojos podía leer esa mirada. Al ver esas patéticas escenas, Sesshoumaru-sama estaba sufriendo. No iba a obligarlo a quedarse a ver sólo para sufrir más.

    —No sé qué hacer —murmuré en voz baja.
    —¿Te gusta ese youkai? ¡Ese que ha acabado con todas esas alde…
    —¡Cállate! —le exigí poniéndome de pie—. Lávate la boca antes de hablar de él, cómo lanzas esas acusaciones. Él no es capaz de atacar las aldeas de los humanos.
    —Pues es lo que ha hecho —dijo temblando y yo negaba con la cabeza—. Te matará si te le acercas, quizás no lo conoces…
    —Eres tú el que no lo conoce. Es amable, gentil, protector, devoto de sus protegidos. Yo sé que no sería capaz y jamás me haría daño ¡no vuelvas a decir algo así!
    —Yo digo lo que he visto, Rin —no lo estaba pensando con la cabeza fría ¿acaso esos serían celos? no.
    —¡Dices lo que escuchaste de otros!
    —Ese maldito youkai… —lo callé de una bofetada.
    —Basta, no te permito que vuelvas a hablar así de Sesshoumaru-sama.
    —“Sesshoumaru-sama” —escupió— ¿Cómo puedes tratar con respeto a un youkai asesino? ¿le das la espalda a tu raza sólo por un youkai de dos caras?
    Eso era suficiente, intenté empujarlo, pero me detuvo. Me hallé temblando de odio. Nunca conseguiría que las personas vieran a mi maestro con otros ojos que no fueran los del miedo o del odio, nunca sería capaz de soportar oír las altaneras palabras que le faltaban el respeto así. Y después me preguntaban por qué aún me costaba estar entre los humanos.
    —He estado en contacto con los youkai por años —dije intentando tranquilizarme—. No les doy la espalda a los humanos, no todos los youkai son malos y no todos perjudican a le gente. Puedo decirte con toda certeza que hay personas que a veces son mucho peores que los youkai.
    —No sabes lo que dices, Rin —no parecía querer soltarme.
    —Por supuesto que lo sé.
    —Si entonces prefieres a los youkai ¿por qué no sales de la aldea y vuelves con ellos? —lo dijo de un modo tan despectivo.
    —Se lo iba a pedir cuando tú apareciste.
    Me empujó haciéndome caer al suelo.
    —Te juzgué mal, creí que eras una gran persona pero me equivoqué. Arrastrándote a los pies de un youkai que te ha dejado aquí.
    —Venerar a un youkai no me degrada ni me enaltece, es como aprendí a vivir, Yoichi. No es justo que nos trates mal.
    —Deja la retórica, no eres nada de ese youkai.
    Eso me dolió. Bajé la vista y me quedé en silencio.
    —Si no te agrada como soy, incluso con lo que tú consideras mis defectos, nunca podrás realmente entenderme —solté finalmente—. Esa es la diferencia. Él y yo nos comprendemos incluso sin hablar, si tu orgullo no lo soporta, déjame, Yoichi.
    Oí sus pasos en la nieve mientras se alejaba, no me levanté en el suelo ni levanté la vista. Me estaba castigando a mí misma.



    SPOILER
    En este fic, Rin y Sesshoumaru son así





    Gracias Tachi. en cuanto a lo que piensa Sesshoumaru, más adelante lo veremos, je. Y la razón porque están exiliados... bueno, Rin lo dice en este capítulo.
    La Rin que yo desarrollo es lo más parecida posible a la del manga. No es tan débil, ni tonta ni torpe como la pintan algunos.
    :sess:
     
  5.  
    razon

    razon Usuario común

    Tauro
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Eclipse Total

    me encanta
    estar muy bueno ^^
    (me quedo sin palabras de tan bueno)
    aaaaa ya se
    me abisas cuando pongas la conti eee ¬¬
    mi querer leer tu fincs ya quiero saber que piensa sesshomaru que lastima que es mas adelante
    mi querer por ahora
    pero esperare

    atte:razon
     
  6.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

    Virgo
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    Escritora
    Re: Eclipse Total

    ola lube!!!!!!
    por fin apareciste!!!! dejame decirte que estos dos capis me han gustado demasiado, sigues escribiendo muy bien, aunque te comiste alguna letra nada mas, nada grave (siempre quize decir eso xD) mmm me gusta mucho como lo describes, como te pones en la personalidad de Rin, me ha gustado mucho, como todos los fics tuyos que me encantan!!!! solo que me quedaron varias dudas, aunque a mi parecer eso es del fic...ojala se me aclaren al leer el prox cap

    saluditos
    sessxrin!!!!
     
  7.  
    AhomeeInuyasha

    AhomeeInuyasha Iniciado

    Leo
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    Re: Eclipse Total

    Hola Lubecita, gacias por invitarme.Ya,en estos momentos,me estoy yendo para la facu,y solo pasaba a ver que onda. En cuanto regrese, me pongo a leer tu fic, que lo veo muy atractivo a simple vista!...jajaj!!

    Besitos, y gracias, de nuevo!
     
  8.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
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    Eclipse Total
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    Palabras:
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    Re: Eclipse Total

    Capítulo tercero:
    ¿La luna representa al amor, a la locura o al miedo?

    Atravesé el bosque corriendo hasta el otro extremo y paré a campo abierto, donde había un enorme lago con la superficie congelada, que reflejaba toda la grandeza del cielo. Me acerqué como si jamás en la vida hubiera visto uno. El espejo de hielo me devolvió mi deplorable imagen. Golpeé la superficie rompiendo el hielo, intentando negar que el reflejo me perteneciera. El agua ondeó.
    Me quité el casco y me puse en cuclillas, estirando las manos hasta el agua para levantar un poco y beber.
    —Me gustó la escenita que hiciste en el bosque, estuvo interesante, lástima que te interrumpieran.
    Levanté la cabeza y lo miré impasible, a ver qué otra mordaz sorna era capaz de impeler la cochina boca de Inuyasha desde la seguridad de la rama de aquel árbol.
    ¿Me había estado siguiendo y observando? ¿Desde cuándo?, estaba tan distraído que…
    —¿Te gustaría saber lo que piensa Rin al respecto?
    —No.
    —También la escuché a ella. Dice que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de estar donde estés tú.
    —Te dije que no quería saberlo —era tranquilizador y a la vez irritante saber que no deseaba olvidarse de mí. Pero no podía venir a meter la nariz y hacer lo que me diera la gana. Se suponía que tenía que estar entre los humanos, conocer a uno, formar un hogar y una familia, puesto que así tenía que ser, no podía ser de otra forma. Ese era el mapa trazado por mi mente, pero mis emociones, alteradas y descontroladas desde que la conocí, querían trazar un atajo más prometedor. No tenía que venir el imbécil de Inuyasha a recordármelo.
    Teníamos una odiosa simbiosis donde uno tendía a recordarle al otro aquello que más necesitaba saber, pero en el modo en que más le molestaba. Lo vi acomodarse en la rama en una mejor postura, mirándome debajo de la sombra. Desvié la mirada, tratando de ocupar mi atención en otra cosa que no fuera su fétido olor semihumano y su mirada entre compasiva y burlona. Vi mi imagen reflejada en la superficie del agua. Traté de recordarme con delicadeza que estaba cayendo hacia el mismo pozo sin fondo que mi padre ¿y qué importaba? …No, no… no tenía que convertirse en certeza …no… Inuyasha y sus humanos ya lo sabían… esas miradas inquisidoras y curiosas… los putos comentarios a mis espaldas ¿por qué tenía que ser?
    —A mi parecer, no te agradó la presencia del mocoso ese.
    ¿Y si lo sabías por qué no te guardabas el comentario? Imbécil de mierda ¿acaso era yo tan transparente y predecible? Qué horror.
    —Por la forma en que te me quedaste mirando, creo que di en el clavo.
    Y si decías algo más, estaba dispuesto a darte una buena patada en el culo. Así que era mejor para ti callarte.
    —¿Sabes?, no sé si Rin la pase muy bien en esta aldea. ¿Fue por esto que mandaste llamarme?
    No contesté. Era muy obvio.
    —Sigue mi consejo, si eres tan inteligente como dices: sácala de esa aldea tan rápido como puedas —y después te la llevas o nos la dejas, como se te dé la gana— o te la van a soplar.
    Su comentario me crispó los nervios, intenté que no saliera a la luz. Quise racionalizarlo como si fuera “orgullo herido porque me robaran mis pertenencias”, pero sabía que no.
    No quería pensar en lo que había sentido cuando vi a la chica detener a ese mocoso metiche… ¡qué va! Ella siempre había protegido a los humanos sin distinción y aún teniéndoles fobia ¿entonces a qué venían mis putos celos? No quería reconocerlos como tales, pero ahí estaban acechándome en todo momento: ¿con quién hablaría? ¿Se habría acercado demasiado a alguien? ¿A quién conocía? ¿Se trataba de un buen ser humano? ¿Qué ser humano podría ser lo suficiente bueno? ¿Existiría uno? ¿Qué pasaría si la buena suerte impedía que existiera? ¿Con quién soñaría? ¿Pensaría en alguien? ¿Se arreglaba para alguien? Me hubiera gustado decir que esos eran celos de señor preocupado por su protegido ¡pero sabía que no!
    Si no estuviera llevando los guantes de aquella armadura, seguramente mis manos estarían sangrando de nuevo por la fuerza con la que apretaba las garras. Lo hacía a menudo si a lo lejos veía que se acercaba a alguno de su raza… o de la mía, tampoco me gustaba. Me hubiera gustado decir que eran celos de amigo o de hermano mayor. ¡pero sabía que no!
    —¿Sabes algo? —continuó Inuyasha, rompiendo mi silencioso calvario—. En realidad, Kagome es mejor para estas cosas que yo, pero ese muchacho… a Rin no parece interesarle nada, si supieras la discusión que tuvieron…
    Claro que lo sabía, los había escuchado aún desde tan lejos mientras corría… ¿intentando escapar de mí? No sabía si más me agradaba o me molestaba que ella me defendiera. Eran ambas cosas.
    —No, no, no le interesa nada. Creo que tienes suerte —dijo llevando las manos a la nuca ¿y a eso le llamaba suerte?
    Recordaba que le había dicho alguna vez, con ácidas palabras, que no era como mi padre y que no había heredado la misericordia y su cariño hacia los seres humanos. Ahora tenía que morderme la lengua y tragarme esas malditas ácidas palabras. Él lo sabía y se lo estaba disfrutando. Maldita sea, Inuyasha burlándose de mí.
    Me miré en el agua. Decía que no era en nada como mi padre. Me miré bien. Lo único que tenía de diferente era una marca de luna en la frente ¡¿alguna otra diferencia?! ¡¿me podría alguien decir alguna otra, por misericordia divina?!
    La vida es tan irónica que te prohíbe lo que más quieres y te da lo que más detestas o aquello que más rechazas. La vida es tan irónica que te da nada más y nada menos que lo que te mereces.
    No podía negar que estuve buscando a Rin como alma en pena cuando supe lo que le habían hecho, matando a todo humano o youkai que osara interponerse en el camino. Tampoco podía negar que hacían más de cinco días que me acercaba a observarla desde que la encontré, para saber qué hacía o con quienes estaba y que me sentaba todas las noches en el marco de su ventana a observarla dormir, que la escuchaba hablando de mí cuando ese mocoso torpe finalmente la dejaba en paz. En fin, por mucho que lo intentara, no podía negar que estaba idiotizado como mi padre… y como Inuyasha.
    —Oye… ¿vas a sacar a Rin o no? Si no lo haces, yo personalmente me meteré en esa aldea y me la llevaré.
    Oh, no. No lo harías, nadie decide por mí.
    —Dame un día, Inuyasha —en un día las cosas no cambian mucho y necesitaba pensarlo con bastante frialdad. No quería regresarme ni a las inmediaciones de la aldea en cuestión ni a casa, no podía volver en ese estado.
    De todos modos, si quería sacar a Rin de ahí, tenía dos —o tres— excusas. Primera, sin su memoria visual no podría ni hallar a Kohaku, ni saber a quienes debía culpar de traición, ni a quienes encargar o no las misiones de reconocimiento, defensa y contraataque, por lo tanto, estábamos paralizados. Segunda, estando tan lejos de mí o de Inuyasha, no tardarían en darse cuenta de que nos conocía y podía ser usada como rehén o blanco de ataque y eso, a la larga, perjudicaría a las Tierras. Y tercera, nadie conocía al mocoso ese y se podría concluir que, estando tan lejos de toda vigilancia, no solo estaría insegura y nosotros por demás preocupados, sino que sus tutores humanos —Kagome y demás— me acusarían o, mejor dicho, me acosarían por el tiempo que les restara de vida.
    —¿Y acaso crees que te voy a hacer caso? —saltó del árbol, parándose muy cerca de mí.
    Estaba a punto de soltarle un montón de improperios y decirle que se largara y se metiera en sus propios asuntos.
    —Ahórrate los reclamos y el palabrerío —me calló—. Te voy a dar un día, pero si en un día no haces nada, te juro que me llevo a Rin por la fuerza.
    —No te metas en mis asuntos.
    Frunció el ceño y sonrió de una forma jactanciosa. Me hice hacia atrás.
    —Pues por la forma en que tratas esto, más bien parece que renunciaras a ella. Por lo tanto, concluyo que esto no es uno de “tus” asuntos.
    No quería darle la razón, pero sabía que la tenía y que me estaba provocando. Lo hacía porque se daba cuenta de mi ambigüedad, de que mis palabras estaban yendo a contrapelo de mis emociones, él quería que lo reconociera, pero yo no estaba dispuesto a hacerlo ¿Quién es lo suficientemente valiente para admitir que se ha equivocado? Di el brazo a torcer.
    Es mi humana, mi protegida. ¿Se supone que era eso lo que quería escuchar o ver?
    —Volveré. En un día —corrí a todo lo que daban mis pies, huí antes de que me arrojara otra cochina verdad en la cara. Se suponía que era yo el que tenía que hacerle eso a él y no al revés. Estaba probando un poco de mi propia medicina. Por cierto, era muy amarga.

    De repente, me di cuenta de que corría sin rumbo. No estaba regresando a casa ni quería hacerlo. No tenía cara para mirar a los sirvientes… y además sabía que varios de ellos —no estaba seguro de cuales— no tenían cara para mirarme a mí y hacían de las suyas a mis espaldas. Qué más daba. Sabía que cuando regresara, no tendrían cabeza. Alejarme para pensarlo en frío me hacía bien, y no sólo porque se me había hecho una costumbre durante años y años.
    Me senté sobre el tronco cubierto de nieve, que yacía junto a la cascada congelada. Había cruzado leguas en sólo segundos sin darme cuenta, allá donde mi territorio se mezclaba con el de otros dioses youkai. Le había prometido a Inuyasha volver en un día ¿lo haría? ¿Estaba obligado? Rin estaba llorando y yo no soportaba ver lágrimas en su rostro. Su sonrisa me había hecho fijarme por primera vez en algo, en alguien, su sonrisa la había traído de la muerte dos veces, su sonrisa había salvado vidas, su sonrisa había hecho que viera lo que no quería ver, incluso los errores más graves. Esa dulce sonrisa que iluminaba las oscuridades más tenebrosas… No podía permitir que esa sonrisa se borrara por culpa de un descuido.
    Junté mi cabello en un haz y comencé a recogérmelo con un complicado trenzado mientras perdía la vista al otro lado de la cascada.
    Quería estar cerca de ella aunque sabía que eso era por demás peligroso. Si no hubiera querido estar ¿por qué otro motivo me hubiera metido de narices en una aldea llena de apestosos y repugnantes humanos? Y no lo había hecho una vez: lo había hecho como “quinientas veces” en un lapso de cuatro años con excusas varias, hasta el punto de quedarme sin excusas verosímiles, hasta el punto que ya no me las creía ni yo.
    Mi cabello se desató y tuve que empezar de nuevo.
    En un lapso de dos años había aumentado de talla, como dos pies de altura. No me reconocía a mí mismo, creo que ni mis sirvientes más cercanos me reconocían. Y es cierto que la madurez física de un youkai acompaña a la madurez mental. Y allí quedaría por los siglos de los siglos, ya no crecería más. Dos años después de la bien llamada desgracia de Naraku, me había quedado varado en la apariencia de veintisiete años humanos y ya no envejecería. Al menos no en unos cuantos miles de años.
    En ese lapso, además de mantener el orden en mi territorio, tenía unas cuantas cosas de las que podría ocuparme. Ropa para Rin, con muchas flores, las que le gustan. Habitación para Rin, si es que decidía venir a casa, con imágenes de las muchas veces que estábamos juntos a lo largo y ancho de las paredes de más de quinientos pies. Adornos para Rin, de los que usan las familias imperiales. Fecha para ir a ver a Rin.
    Rin.
    Rin.
    Rin. ¿No podía tener un pensamiento más constructivo?
    Terminé de recogerme el cabello y me quedé con el casco en las manos. Por primera vez me fijé en el detalle de la máscara: era la cara de un perro salvaje con todo y colmillos, que sólo permitía ver el reflejo de mis ojos. No había forma de que alguien supiera que era yo. No podía creer que la capacidad de lectura de Rin superara esa máscara.
    No debía sorprenderme, antes había traspasado la máscara de mi rostro inexpresivo y la coraza de mi corazón oculto. Ese casco sólo era “algo” más.
    Si ella no hubiera estado, hubiera hecho humo al mocoso ese. Si él no hubiera aparecido al instante en el claro del bosque, me hubiera llevado a Rin conmigo ¿por qué me resistí? ¿Sólo porque debía? ¿No podía tomar una mala decisión en mi vida? Después de todo, había tomado tantas…
    Sabía que en algún momento mis razones lógicas no lograrían detener a mi egoísmo por más tiempo y terminaría inevitablemente como mi padre, con todo y compañera humana. Separé las piernas y miré mi reflejo en el hielo del borde de aquella cascada. Sólo lo estaba retrasando, porque cada vez me parecía más… y más…
    ¿Entonces qué? ¿Mandar todo al diablo y aceptarme a mí mismo en mi totalidad? ¿Incluso con mis defectos? Esta misma pregunta me la venía haciendo desde hace meses atrás. Quería llevármela conmigo pero no podía. Menuda mentira. Yo podía hacerlo casi todo y construir el mundo que mejor se adaptara a mí y a mis necesidades más vitales. Todos mis sirvientes lo gritaban a voces, incluso ella.
    Genial, solamente estaba comparando la opinión de Rin, con la del mis sirvientes, con la de Inuyasha, con la de los humanos de Inuyasha… ¿y mi opinión donde estaba? Maldita sea, me estaba mirando con los ojos de otros ¿y los míos estaban de adorno o qué? Me encontré regañándome a mí mismo, me miraba mil veces al agua y no me reconocía en mi reflejo. Casi era como si estuviera viendo a mi padre dentro de mí. ¿Él qué hubiera hecho para aclararme las ideas? Claro, me aclararía mis pensamientos con una de esas “inocentes pruebitas” que, de no matarme, al menos me dejarían al borde de la muerte.
    Claro… aún no estaba pensando fríamente. ¿Quería pensar en frío? Pues me daría el gusto.
    Rompí a puñetazos el hielo que se formaba sobre el agua, me quité la armadura, la ropa y la malla de cuero que usaba debajo. Me metí completamente desnudo al agua, tomé aire y me sumergí del todo. Estaba muy fría, un humano de seguro habría muerto, por suerte, al youkai no le afecta el frío. No había un paisaje muy interesante debajo del agua, salvo piedras y palos, el hielo se extendía por arriba como una nube congelada, la corriente quería arrastrarme hacia atrás, era más fuerte y rápida de lo que hubiera pensado a pesar de que la superficie estaba sólida. Nadé por lo bajo para no darme en la cara con ningún tronco ni ninguna saliente de hielo. Dejé de sentirme perro y me sentía medio pez.

    No era mentira que eso ayudara a pensar en frío.
    Siempre me había gustado jugar con fuego ¿Qué perdía con intentar? Por otro lado, la curiosidad mató al gato y esta vez podía matar al perro.
    Rin… No estaba bien hacer eso, pero me hacía sentir bien, y si me hacía sentir bien, era bueno. Al diablo con el resto de los argumentos.
    ¿Qué si perjudicaba a Rin? Sí, y mucho. Pero ella misma quería que así fuera y ya estaba bastante grandecita para decidir —doce años ¿qué más daba?— ¿No se suponía acaso que los youkai no teníamos remordimientos de conciencia? Entonces eso no debía importarme en lo más mínimo.
    También había entendido que las razones lógicas, a la larga, no sirven y lo lógico tarde o temprano se vuelve ilógico, y hay cosas que la lógica no consigue explicar, como por ejemplo:
    te-doy-todos-los-regalos-del-mundo-para-que-vengas-conmigo
    o
    te-visito-todos-los-días-porque-no-ternimo-de-confiar-en-los-humanos
    o
    niego-que-me-gustas-para-no-parecer-idiota.

    O, finalmente:
    Me-miento-a-mí-mismo.

    Vale, tenía que acabar con todo eso. Regresaría y dejaría de hacerme el animal cobarde, Rin era mi equilibrio lo quisiera o no. Era un punto débil, pero un punto débil a menudo también es fuerte ¿o no me había enseñado eso el idiota de mi medio hermano?
    Éramos tal para cual: ambos estábamos locos y éramos suicidas, y uno necesitaba del equilibrio propiciado por el otro. Decidido, entonces.
    Nadé de regreso, empujado por la corriente y saqué la cabeza del agua para tomar aire.
    Me quedé por un largo rato sentado sobre la nieve, dándome directo el sol del medio día y el viento norte, hasta que me sequé por completo. Entonces, volví a ponerme la malla, la ropa y la armadura y emprendí el regreso.

    Llegué al bosque que estaba en las inmediaciones de la aldea donde Ginakihoshi, uno de mis sirvientes más leales, había dejado a Rin durante casi un mes. El sol comenzaba a ponerse, haciendo arder la tierra. La nieve se levantó a mi alrededor como repeliéndome. Las aves salieron volando del bosque, asustadas por mi presencia. Los humanos tenían una leyenda que decía que cuando los daiyoukai pisaban la tierra, esta temblaba debajo, gritando, aclamando la presencia. El eco de mis pensamientos resonaba en aquel lugar tan solitario. Estoy aquí. Me quedé inmóvil, en silencio, como si tan solo fuera una estatua de acero negro, esperando. Después de un largo rato, la pequeña llegó corriendo, como si no fuera consciente de que había salido de la casa para meterse en un lugar salvaje. Supe el momento exacto en que notó mi presencia, entendiendo que había corrido inconscientemente hacia mí al oír el llamado.
    No me moví de donde estaba, ni la miré, tan sólo esperé una reacción. Sentí el momento en el que la tierra finalmente halló un equilibrio para mí ¿y qué había de ella? Vi que llevaba un montón de papeles en la mano, vestía como los campesinos y no como me hubiera gustado verla, su respiración y los latidos de su corazón descendieron al instante de verme y todas sus cartas cayeron en la nieve. Poco después, la tenía junto a mí. Lentamente, giré la cabeza en su dirección y me atreví ver su rostro. Parecía haber llorado, parecía haber vuelto a recibir golpes ¿qué le habían hecho? Mi corazón se contrajo de dolor y de odio ¿por qué se lo habían hecho? ¿Cómo fui capaz de permitir semejante descuido? Me odié como cada vez que ella salía perjudicada, me cargué la culpa de haberla traído conmigo y del miedo de que hubiera podido morir. La historia de siempre. Lo que más me enfermaba, era que, aún a través de esa máscara de acero negro, aún a través de mi silencio, ella podía ver todo ese sufrimiento y decidía sufrir conmigo. Se le notaba en la cara y en esos ojitos dolidos y cansados que aparentaban ochenta años en un cuerpito de doce. Sí… ella estaba creciendo a la par de mí… me alegraba no estar solo después de todo porque tenía sus palabras, su sonrisa y todos sus recuerdos, porque sabía que alguien me entendía bien, sin meterse en mi vida y atropellarla como ese idiota de Jaken.
    …Ella era un alivio, una cura y ella parecía sentir lo mismo al verme. Sentirme correspondido era una cura para todo lo que me hubiera pasado antes. Poco importaba ya lo que hubiera hecho mi padre o mi hermano, o mi madre… ella me hacía renunciar a todo eso, sin dolor, sin sufrir. Ella, que había renunciado tanto, siempre me estaba enseñando a renunciar, me ayudaba a crecer.
    El tiempo se hizo eterno mirándonos en ese silencio y en esa soledad tan acogedora. Éramos dos y éramos como uno, yo no necesitaba decirle nada, ella lo sabía, lo había aprendido como todos lo hacían. Poco me importaban las acusaciones que vinieran de afuera, era la decisión de ambos saltarnos todo eso y crearnos una realidad propia, una que fuera mejor, ni cruel ni triste. Esta historia no tenía por qué terminar como la de mi padre, podía ser diferente, verla alimentaba mis esperanzas. Había aprendido que el amor mataba pero… ¿qué tal si permitiera vivir?
    —Ha regresado por mí —dijo en un murmullo que para mí fue totalmente claro. Me esperaba, confiaba en que regresaría. Sentí el olor de las lágrimas que se negaban a salir de sus ojos tan solo por intentar parecer fuerte delante de mí. Sí, ella también había sufrido todo ese tiempo. Su mano se levantó lentamente y, tomando la máscara de acero negro, me la fue quitando hasta que pudo ver mi rostro. Sonreía con tristeza. Mi Rin.
    Mis ojos fueron iluminados por una sonrisa que jamás llegó a mis labios pero que ella supo leer, ellos siempre entendían, conociéndome mejor que yo, conteniéndome en sus simplezas…
    Me abrazó con toda la fuerza de la que es capaz un ser humano, como si o quisiera soltarme. Era tan frágil…
    Lentamente, fue soltándome y levantó la vista una vez más, mi mano fue a su mejilla, a sus sedosos cabellos negros, como cada vez que la consolaba o la saludaba.
    —Aún no puedo sacarte de aquí —susurré en un tono muy bajo—. Hay cosas que debo arreglar antes y después podrás volver a tu hogar, a tu aldea —era mi modo de decir que lamentaba todo, todo lo que había tenido que pasar.
    Pareció empequeñecerse.
    —Mi hogar es donde está usted, no importa donde me lleve, ese siempre será mi hogar y mi familia.
    —¿No los extrañas?
    —Yo sé que ellos entenderán. Yo sé que esperaban que los eligiera a ellos, a “los míos” y los amo, no lo niego y sé que soy egoísta y que le he causado tantos problemas, Sesshoumaru-sama —se veía tan triste—, no quería hacerle esto —tomó aire—. Pero ustedes me habían prometido que yo podría decidir y aunque pueda costarme muy caro lo elijo a usted.
    —¿Por qué? —¿por qué se ponía la soga al cuello? Fui quitando la mano de su rostro.
    —Porque… porque soy capaz de renunciar a todo por usted, incluso a la vida misma si lo necesitara —eso fue un terrible golpe para mí—. Porque confío en su fuerza, en su capacidad, en su voluntad, porque confío en que es muchísimo más poderoso que su padre y que no permitirá nunca que lo atropellen —bajó la vista— porque sé cuando tiene miedo y se siente inseguro, y cuando se siente mal y necesita ayuda, y porque es capaz de levantarse a pesar de todo eso. Quisiera estar para verlo.
    Muy pocos se atrevían a decir que yo podía sentir inseguridad, tristeza o miedo. Necesitaba que alguien me comprendiera… y ahí estaba ella, mía. Mi humana, mi amiga, mi Rin. Lo que yo ya sabía: me elegía porque confiaba en mí, aun conociendo mis “defectos” y mis puntos débiles. Me lo pensé en silencio parado allí a su lado. La nieve comenzaba a caer y la cubrí.
    —Yo sé que he peleado de una forma terrible para que tu decisión sea otra, la correcta. Pero no puedo ir en contra de mí tampoco y no puedo negar que he estado boicoteándome todos estos años para manipularte la decisión. Soy un idiota en tamaño familiar y me odio a mí mismo por hacerte y hacerme esto. Perdóname.
    Sí, la culpa era asquerosamente mía, no podía mentirle a alguien tan transparente como Rin, porque lo sabría.
    —No hay nada que perdonar —dijo de forma dulce—, no considero malo aquello en lo que me ha convertido —sonreía tomando una de mis manos—. Si uno de mis sueños era ser moldeada por estas manos que me regalaron vida. Y sé que no me arrepentiré de que sea esta mi decisión, sin importar lo que pase después. Sé lo que significa esto que le estoy diciendo, se lo terrible que es esto que le estoy diciendo y sé cuánto le aterra pero… ¿no era esto lo que anhelaba?
    No podía negarlo.
    —Dame un día para preparar tu regreso —dije impasible y en voz baja. Terriblemente asustado porque mis sueños se estaban haciendo realidad, sentí cómo mi corazón sonreía, siendo visto por ella a través de mis ojos aunque mi sonrisa nunca llegara a mis labios—. Olvida lo que haya dicho un papel hace un año, ya no estás exiliada, perteneces a Occidente. Y si aún continúa con vida, tu amigo Kohaku también podrá regresar, tú me ayudarás a traerlo de regreso.
    Ante mi sorpresa y desconcierto, se me colgó del cuello, sonreía, reía ¿y ahora qué hacer? Todos mis sueños se estaban volviendo realidad. Qué horror.
    —Yo… qué bueno que estés feliz —murmuré mirándola con ternura. Eso era todo lo que necesitaba. Todo y nada más. La única razón para construirme un imperio, como querían mis súbditos, sería para regalárselo. Y la única razón de conseguir el rango mayor, sería para que fuera emperatriz.
    Me incliné para acercarme a sus labios, sólo una vez había probado esos labios tan dulces como la miel… aparté el rostro.
    —¿Sucede algo malo? —me preguntó ¿sería un sueño? ¿por primera vez no podía leerme?
    —No merezco tal cosa.
    —Por supuesto que sí —reclamó.
    —A mí no me cuestiones, no iba a besarte —negué con la cabeza—. Lo que pasó en esa discusión de hace unos meses, no lo cuentes como un beso tampoco, te regresas a la aldea humana, ya veremos qué pasa después —mis propias palabras me crisparon los nervios. Tan pequeñita, tan frágil, tan humana…
    —¿No? —preguntó desconcertada.
    —Ya veremos después —le repetí como obligándome a bajar a la tierra y obligándola a ella a regresar penosamente con los repugnantes humanos que en nada se parecían a ella. ¡Ninguno jamás sería ella! Le pasé la mano por la mejilla y ella ya se conocía ese gesto y su significado en este caso. La estaba obligando a bajar la aldea.
    —Hasta pronto —saludó mientras iba corriendo alegremente sobre la nieve cual si fuera un hada. Estaba siendo mujer pero seguía siendo una niña.
    Caminé lentamente unos pasos atrás de ella hasta la salida del bosque, luego seguí sus pasos con la mirada hasta que alcanzó el pueblo en el que visiblemente no era feliz. Acababa de entender algo de ella: podía adaptarse a los humanos, como debía ser, pero por más que lo intentara, no podía ser parte de ellos. Ella solamente quería ser parte de mí. Me miré en el reflejo de la máscara ¿Aquello era bueno o malo? Creo que ambas cosas, nuestros destinos se estaban atando con un nudo muy fuerte e intentar desatarlo aumentaba el dolor y dejaba marcas profundas, pero no conseguía separarnos.
    Nunca creí en eso del destino, pero al ver a mi pequeña Rin, no sabía qué pensar. La vida realmente es cruel.

    Corría por el territorio a toda velocidad cuando me salió al paso y tuve que detenerme en el aire para no llevármelo por delante.
    —¿Qué haces, idiota? —mi voz siempre sonaba metálica y mucho más grave de lo que era detrás de aquél casco que sólo dejaba ver el rojo reflejo en mis ojos de youkai, cosa que él no sería nunca. Apestoso hanyou del demonio, copia barata de mi padre, hasta con los mismos ojos.
    —Solamente quería preguntarte qué pasó con Rin ¿La vas a dejar sola y deprimida por toda la eternidad en esta aldea olvidada de la mano de Dios? Tu perversidad no tiene límites.
    —Cállate imbécil —le espeté con toda la furia ¿yo dejando a Rin en ese estado? Ni aunque me pusieran una katana al cuello… aunque lo último debería pensarlo, su seguridad era lo primero… creo.
    —¿Debo tomar eso como que has ido a verla, han discutido como siempre suelen hacer ustedes, han llegado a un acuerdo, ella te ha podido y la sacarás de ahí para llevártela contigo como te ha pedido y tú lo quieres?
    Maldición ¿acaso era yo tan obvio? Eso me daba asco. Fruncí el ceño, cubierto por la seguridad de la negra máscara.
    —Oh, te quedaste callado, creo que acerté. Pero no te confundas, no soy bueno para estas cosas, es Kagome la que piensa así, es muy observadora y metiche, los ha espiado muchas veces en la aldea de Kaede y dice que tú eres así.
    Cada vez que la “bendita” Kagome hacía o decía algo, me daba un motivo más para odiarla. Lo metiche no le cambiaría nunca. Pues sí, y que te diera gusto saber lo que yo sentía y pensaba como solo Rin tiene el privilegio, imbécil.
    —Un día.
    —Keh! Me pediste un día y un día te he dado, basta de tonterías, me voy a esa aldea y me llevo a Rin…
    Estaba tan enojado que mi filosa mirada se hubiera notado incluso detrás de la máscara.
    —…Ah, así que por fin entraste en razón y le cumplirás a Rin tu promesa de llevártela, por fin, ya nos estábamos cansando de tu indecisión de verte ir y venir de la aldea como un bólido. La gente ya se estaba asustando, tomaban tus intenciones para otra interpretación… —gruñí—. Bueno, no te enojes, sólo es un comentario —¡pero que te guardaras tus malditos comentarios, Inuyasha!— ¿Entonces por qué no te la llevas ya?
    —Si serás imbécil —le respondí—. Hay que preparar la casa para poder recibirla, además, debo hacerles un buen lavado de cerebro a unos cuantos soldados.
    —¿Eh?
    Alerté mis cinco sentidos buscando en todas direcciones, esperando no encontrar ningún intruso en esas tierras solitarias. Después de inspeccionar todo a nuestro alrededor, lo miré y me quité el casco.
    —Acompáñame —extrañado, me siguió.

    En silencio, caminamos hasta un manantial rodeado de piedras, la neblina se levantaba y todo estaba silencioso a través del inhóspito y blanco paisaje. Nos sentamos frente a frente en unas rocas de unos seis pies de alto.
    —Hace casi un mes, llegaste a las Tierras y dejaste a Rin y a Kohaku e el palacio del Clan. Yo no te había mandado llamar y ni siquiera estaba allí en esos momentos.
    Él puso cara de consternación y sorpresa.
    —Pero tú nos mandaste llamar.
    Negué categóricamente.
    —Uno de mis soldados de rango más alto falsificó con el sólo propósito de llevarse a Rin y a Kohaku en un momento en que sabía que yo no estaría para hacer nada. Por lo que sé, tú fuiste prácticamente echado de la casa del clan, aún siendo tu casa, pues te hicieron creer que era yo el que lo mandaba y que estaba allí —por la expresión que puso, deduje que así fue—. Se trataba de un grupo de youkai sublevados con odio rotundo hacia los humanos que, por la visto, no incluía a esos chicos. Al quedarse solos, fueron atacados por los sublevados que eran un considerable número, apresados y sacados de las Tierras para traerlos a esta zona, dejándolos desprotegidos para que murieran y no ser así acusados —intenté imaginarme cuán terrible podría haber sido toda esa parte del relato—. Eso se considera alta traición.
    —¿Y qué harás?
    —Uno de mis soldados más confiables y de más alto rango encontró oportunamente a Rin en medio de un bosque a varias leguas de aquí. Había sido atacada, secuestrada y maltratada por una manada de yourouzoku —olí el miedo en mi hermano—. Él atacó a los yourouzoku y sacó de allí a Rin, llevándola a la aldea en la que ahora se encuentra y amenazando a la gente para que la cuidaran debidamente, ya que había enfermado de forma grave y tenía muchos golpes y heridas —imaginármela así me dolió profundamente, pero no di muestras de ello—. Con tan corto tiempo, Rin pudo identificar tan solo a uno de los sublevados que iniciaron todo. Ya lo hemos ajusticiado —yo personalmente lo reduje a polvo y delante de los ojos de todos, recordarlo me traía el placer de la venganza y de enseñarles lo que les sucedería a los que me traicionaran de aquel modo—.
    —¿Y Kohaku? —Inuyasha parecía patéticamente culpabilizado por aquello.
    —No hemos sabido nada de Kohaku a pesar de que lo han buscado, y claro que podrían mentirme… y hasta no saber quiénes son los otros sublevados, estamos paralizados, no sabré en quien confiar hasta que Rin pueda reconocerlos.
    —¿Entonces por qué tardaste tanto en decidir traerla de regreso?
    —Su rastro se había borrado y tuve que buscarla, no hace mucho tiempo desde que al fin la he encontrado.
    —Eso no te justifica, Sesshoumaru.
    Lo miré como diciéndole “lo sé”. Por primera vez, el idiota leyó mi expresión.
    —Creo que tienes todos tus súbditos “en contra”.
    —He intentado hacerme respetar por el solo hecho de la admiración y el respeto. Ha funcionado con muchos, pero ceo que me va mejor la obediencia por el miedo, ahora no hay posibilidad de error.
    —Tu problema es que siempre te confías.
    Sí, ya lo sabía, pero ahora había una variante, Inuyasha: ahora Rin, tú y otros humanos estaban poniendo su confianza en mí y así no podía permitirme equivocarme, para ella sería fatal, tú entendías eso mejor que yo ¿serías capaz de leerlo en mi expresión?
    —Veo que esta vez sí va en serio. Rin te ha hecho cambiar mucho ¿no es así? Creo que ha sido bueno que apareciera después de todo, ha sido bueno desde un principio, aunque antes nos desconcertaras y no termináramos de entenderlo. Pero creemos en ti.
    A veces no podíamos ni vernos, pero esta vez era necesario. Sí, Inuyasha, tú, el menos indicado para entender el orgullo de un youkai, eras el más apto para entender al que protege a un humano, justo como tú, aunque me costara aceptarlo ¿podrías leerlo en mí?
    —No puedo equivocarme —me estaba prohibido hacerlo, me estaba prohibido desde que nací.
    —Rin y Kohaku están en buenas manos, siempre lo han estado —se paró sobre la roca—. Vamos a casa.
    Los dos volamos en la silenciosa noche fría hasta llegar al campo de energía que ocultaba aquello que, a pesar de serlo, nunca pude llamar hogar.


    ___________________________________________________
    Cuando dije que sabrían lo que pensaba Se-chan, lo dije literalmente.
    Sessxrin: sí, por fin aparecí, gracias por remarcarme mis errores. Plantea tus dudas a ver si las puedo contestar, y si no puedo, aparecerán a lo largo del fic.
    razon: ahí está, Sesshoumaru en toda su expresión. y se dice fic. FanFiction.
    Perdón si respondo algo fría, pero estoy muy metida en el personaje.
    :sess:
     
  9.  
    razon

    razon Usuario común

    Tauro
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    Re: Eclipse Total

    o.o sin plabras
    se que no eres fria jejejeje te conprendo solo que yo lo dijo asi ^^

    o.o nesesito una operacion
    de que: de un infarto
    causa: un fic. FanFiction
    doctor:despejen(que dramatica xD)

    beyyy me abisas eeee ¬¬

    atte:razon y el doctor ¬¬ que esta a mi lado
     
  10.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

    Virgo
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    Escritora
    Re: Eclipse Total

    hola!!!!!!Lube!!!!
    me encanto este capi, me gusta mucho mas cuando esta contado por Sess, talves es porque las curserias de Sess son mejores que las de Rin, es mejor para mi gusto, y sabes...una de las cosas que me gusta mucho de este fanfiction, es que Sess e Inu al menos se llevan un poquito bien, (o bien, bien) y me encantan los dialogos de ellos.
    sobre todo me gusto esta parte.
    —Solamente quería preguntarte qué pasó con Rin ¿La vas a dejar sola y deprimida por toda la eternidad en esta aldea olvidada de la mano de Dios? Tu perversidad no tiene límites.

    jajajaja si me dio risa y no se porque, pero Inuyasha es muy chistoso.

    pd: le tienes rencor a Inu-chan???
    pd2: no quieres a Inu, sabes...lube puedes querer a ambos xDxD
     
  11.  
    inuykagXever

    inuykagXever Iniciado

    Virgo
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Eclipse Total

    hola mereporto en tu fic
    esta genial me encanta la manera en que narras en primera persona diciendo lo qeu siente rin y sesshomaru
    ¡¡¡inuyasha es un tonto!!! porfin sesshomaru entiende lo que sienten su padre y su hermano hacia los humanos me encanto
    Rin tiene 12 años es un poco chica yo crei que era algo mayor no se 14 o 15 pero bueno no importa, aveses te comes unas cuantas letras pero nada fuera de eso (yo tambien lo hago ;), aunque aun no he escrito ninguna fic, por el momento ) sesshomaru parece muy enamorado aunque he notado que todavia pelea consigo mismo por sus sentimientos que creo considera inferiores y solo de humanos deviles ja
    te doy una pequeña sugerencia (aunque creo que no deveria dartela ya que es tu fic) deverias incluir a los demas personajes solo he leido que inuyasha solo pelea con su hermano que kagome es una metiche y shipoo solo aparece al principio de la historia (creo que en el prologo, y el principio del primer capitulo) de sango no he escuchado mas que su nombre y de miroku lo mismo exepto que el le enseño a escribir a Rin y ella lo menciono en sUs pensamientos creo algo haci y de kaede que es como la madre de Rin y su tutora por haci decirlo y kikio que bueno que no la he visto aperecer en la fic
    bueno sin mas que decir (si porque si sigo escribiendo va a parecer un capitulo y no quiero que crean que hablo *en este caso escribo* mucho

    sayonara y espero la continuacion
    tu (espero) amiga
    la mariana (que ese es mi nombre real, *parece, creo, en verdad no se *)
    mejor como me dicen mis amigas fanatica de inuyasha X 100pre
     
  12.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
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    Re: Eclipse Total

    No comas ansias
    Deberías aguantarte la impaciencia, porque solo acabas de leer la mitar del tercer capítulo de un fic que será sumamente largo. :eek:
    Vas a ver a Inuyasha hasta que te duelan los ojos :(
    :D y los personajes varones van a hacer tantas estupideces juntas que hasta te va a dar alergia xD y de las buenas
    solo espera

    Y además de eso, no es que Inuyasha y Sesshoumaru peleen, porque de hecho, no sacan garras colmillos, espadas ni nada por el estilo, tan solo tienen roces de hermanos como todos los hermanos tienen, solo que estos son medio brutos por ser youkai.
     
  13.  
    \Tsuyuka/

    \Tsuyuka/ Entusiasta

    Leo
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Eclipse Total

    ¡Hola, hola!
    ¿Quién me extrañaba?
    He aquí yo, con mi super-extra-large comentario (y si, hay que cubrir tres capítulo y un prólogo).

    Capítulo de Introducción:

    ¡Oh Dios, vaya forma de comenzar una historia!
    Me veía venir algo malo, desde el principio no me olía bien, sentía que algo malo tramaban esos youkais, pero decidí restarle importancia. Ahora veo que no me equivocaba: Sesshoumaru no está y Rin y Kohaku están atrapados con todos esos youkais malditos... ¡Pobres de ellos! ¿Qué será de su destino? ¿Llegará el príncipe para salvarlos?
    ¿Inuyasha volverá y los rescatará? ¿Será algún otro personaje que no nos esperamos? ¿o simplemente pasará lo que tenga que pasar y así se desarrolle la historia de principio trágico? (optpor la última xD).
    ¿Y por qué estaba Rin desterrada al igual que kohaku? ¿Acaso Se-chan los descubrió en ese tipo de situaciones en las que se dice "no es lo que parece"? No lo creo, seguro es una de esas razones que te hacen rabiar por la estupidez.

    Realmente atemorizante. No sé si exactamente sea esa la sensación, pero una vez me sentí parecido.

    ---
    Capítulo Primero:

    ¡Ñyaaa! Voy a llorar (ToT). Estoy haciendo los comentarios a medida que avanzo y aún no veo que nadie rescate a los chicos... ¡¿Dónde están Kagome, Inuyasha, Shippo, Sango, Miroku, Kirara, Ah-un, Kaede y el Lord de la Tierras Occidentales?! me temo que este sí es uno de tus Fics "la pobre Rin sufre, sufre y sufre, para luegor vivir feliz, volver a sufrir, vivir feliz, y así en un círculo que no termina" (creo que exagero :D).

    Pobrecita. Sola en la nieve (y yo que creía estar congelándome sentada en esta silla), a mered de lo lobos (otra vez), sin posibilidad de que alguien la rescate... ¡no quiero leer! Sí, sí quiero... ¡No, no quiero! Sí, sí quiero, y voy a terminarlo.

    O.o No me lo pensaba de laboquita de la inocente Rin. ¿Quién le enseñó esas palabrotas? Está bueno hacer ver que no es una nenita tímida; ella puede sentir odio, ira, cólera. El hecho de que en el manga no lo haga (la verdad no recuerdo muy bien) no quiere decir que al crecer no tenga un fiero caracter con su flor de maestro.

    Y yo que creía que no podía empeorar... (con lo que odio las espinas).

    Tengo una duda:
    ¿No que el Rosario Kotodama se utilizaba para "domar" con una palabra "clave" a quien lo llevase puesto? ¿Es que también sirve de protección? ¿O es que yo me equivoqué y lo confundí con el que Inuyasha lleva siempre puesto?

    Estas frases suenan tan a mí... /me pasó de anguatiada por Rin a melancólica. Me siento identificada...

    Y esto suena a Sesshoumaru-sama hablándole a cualquier youkai que le pide algo, y el lo mira con su cara de "Eres una basura".

    Algo que siempre se tiene presente. Nunca voy a olvidarlo. Es más, trataré de "plagiártelo", jejeje.

    Pobre Inu, siempre le dicen cosas así... siempre la liga de algún modo. Sería gracioso si en ese momento,
    dondequiera que estuviera, estornudara.

    ¡¿Pero qué dem...?! ¡Ese tipo casi la viola! Parece, Lubecita, que te gusta que violen (o semi-violen) a Rin :o. Esto me hace acordar a "Un Cuento...". Por suerte llegó un Kitsune a ayudarla ¡y qué cosa que justo fuera Sesshoumaru-sama su maestro!
    ¿Qué hará el Príncipe cuando se entere de todo lo que sus soldados hicieron? ¿Le será tan indifernte a Rin luego de lo que le pasó, o es que realmente nunca le fue tan indiferente? ¿Y por qué fue exiliada junto con el hermano menor de Sango? ¿Y dónde está el mismo?
    Siempre haces sufrir a la pobre... (ToT).

    ---
    Capítulo2:

    Que mal la pasa la joven Rin. La verdad, la compadezco, una gripe, angina o lo que sea es horrible. Más cuando son esas que te tiran en la cama y no te dejan levantar. Qué alivio que luego se haya curado. Sin embargo, nadie la viene a buscar... no creo que se hayan olvidado de ella.
    Mmm... y ese tal Yoichi, me da mala leche. Próximo pretendiente de Rin-chan, estoy segura. Y encima la familia de él parece quererla. Siempre trae envidia ser el favotito, lo dio por propia experiencia. Lo peor de todo es que no sé si le vaya a durar mucho la mentira del terrateniente...

    No sé si estar muy de acuerdo, depende qué tipo de final sea.
    Cuando Yoichi le dijo "¿Dijiste Inuyasha?" pensé que lo había reconocido como el hanyou medio hermano de Sesshouamru.
    Suerte para ella que no tenían idea.

    Jajajajajaja.
    /me no pudo aguantar la risa. Mi madre me mira como si yo fuera una lunática.
    ¡No puedo creerlo, el chico se confesó! (si puedo, noten el sarcasmo). Pero era obvio que ella iba a buscar maner de rechazarlo.

    Jajajajaja.
    /me vuelve a reír y ahora mi familia mirarme como si fuera una lunática.
    Encima el chico es bien insistente, ¿qué no les enseñan que no deben insistir? No, yo sé que no. Se supone que uno debe luchar por conseguir lo que quiere. Por cierto, no me gustó nada ese "No quisiera contentarme solo con eso".

    ¡¿Esa sombra era Sesshoumaru-sama?!
    Ahora, si mal no recuerdo, tengo una imagen que me mandaste con Sesshy de armadura negra, ¿no?
    Definitivamente era Se-chan. Pobre Rin, siendo hostigada todo el tiempo... me siento identificada.

    ¡¡Buaaaa!! ¡Rin, pobre, pobrecita!
    Sesshouamru tiene brillos rojizos en su mirada. es acusado de quemar aldeas y matar humanos, ¿será verdad eso? (deben ser celos). Yoichi está super celoso e insulta tanto a Rin como a su queridísimo maestro, y ello lo abofetea... es tan genial.
    Sesshouamru vuelve a abandonarla y ella decide quedarse sentada en la nieve, sola, sin más compañía que la de esa masa blanca a su alrededor y los árboles pelados, supongo.
    Me pone tan mal, me siento identificada en cierto modo.
    Nee-san, esto es muy triste... :( :( :(

    ---
    Cpitulo 3:

    ¡Kyaaa! (grito de fanática ¡Apareció Sesshoumaru-sama!
    Parece estar bastante enojado consigo mismo, y encima Inuyasha molestándolo. Me encanta cómo Sesshoumaru pelea mentalmente con sus celos. Sí que cela el Príncipe.
    Parecía obsecionado, e Inuyasha ahí como si fuera el malo de la película haciendo sufrir al caballero que quiere irse con su amada.
    Por momentos me parece imginarme la voz y el rostro de Naraku mientras sujeta a Sesshoumaru por los hombros, hubicado detrás suyo, susurrándole todo al oido con su siniestra voz.
    Adoro cuando admite estar "idiotizado" como su padre e Inuyasha, me hizo reír bastante esa semi-afirmación (porque aunque no lo afirme, dice que no lo niega). Y encima Inuyasha que quería decicir por él, o, mejor dicho, lo estaba presionando.

    ¿No es más fácil decir que le atormenta la idea de su cuñada molestándolo de por vida (la vida de ella --suerte para él que es mortal--) por su "irresponsabilidad" para con Rin?

    O.o ¡¿Ese es Sesshoumaru?! ¡Dios, está en crisis... y una muy grande! Nee-san, siempre tan considerada a la hora de escribir. Me encanta cómo Sesshoumaru se debate todo el tiemp sobre lo que es correcto y lo que él sabe que quiere.

    Ese comentario... me hice carcajearme. Parece que los papeles se invirtieron e Inuyasha es el hermano acosador que atormenta al otro, claro que de otro modo.
    Me encanta en la locura que pones a Sesshoumaru. Verlo con esos desórdenes de emociones y pensamientos es algo tan divertido. Te ha quedado genial esa parte, magnífica incluso.

    ¿Locura extrema, obseción irracional, el terrible sentimiento llamado "Amor" de lo humanos, a qué cosas tan tenebrosas se enfrenta nuestro Píncipe de ojos ámbares?

    Jajajajajaja. A veces yo pregunto lo mismo. Pobre Sesshy, siempre con su autocontrol super eficaz, su máscara de frialdad en el rostro y su mente fría preparada para cualquier acontecimiento... ahora sólo parece un pequeño perrito bagabundo que no sabe para dónde correr.
    Por cierto, el siguiente comentario fue demaciado para mí. Si en los siguientes minutos no escribo nada es porque quedé ciega.
    ¡Y se decidió! creo que al fin comprendió que no va a cambiar el hecho de parecerse a su padre y a su medio hermano. Aún así no espero que lo acepte de inmediato del todo. No sería de él.

    No importa cómo, cuándo, dónde, por qué, ni de quién, Jaken siempre liga.

    Qué hermosas palabras que le dice Rin a Sesshoumaru, es tan conmovedora, y él que se disculpa diciendo que todo fue su culpa (porque lo fue, y ella que le responde que no hay nada que perdonarle... snif, snif.
    Lástima que se auto-negó a besarla, hubiera sido muy bonita esa escena, y lástima también que tienen que esperar un día más para que Rin vuelva a donde pertenece.

    ¡Ojalá encuentren a Kohaku pronto! (no me olvido que está perdido). Por lo menos Se-chan se dignó a explicarle todo a Inuyasha como era debido. Ahora él también está al tanto.
    Lástima por el Lord de las Tierras Occidentales, tanta presion, ¿acaso no se dan cuenta del peso que depositan sobre su espalda?

    Sí, yo había entendido que lo decías literalmente. Es algo que espareba viniendo de ti.

    Bien, ¡aguante el fic ultra largo de lube-san! ¿La mitad del tercer capítulo? Yo creí que estaba completo... -.-

    ¡No! ¡Por favor no! ya me duelen, basta apenas usar un rato la PC... Por cierto, le estás dando mucho protagonismo a ese perro sarnoso (como suele decirle Kouga), ¿a qué viene? Por lo menos tienen una buena relación, justo como es la de hermanos... Y créeme que sé lo que te digo respecto a ese tema :o

    ¿Medio brutos? Siquiera se golpearon... esas apenas son riñas verbale sy no muy fuertes. Cuando sean medios brutos, yo te lo diré, recuerda que tengo varios...

    Bueno, creo que eso es todo. Fueron capítulos condenadamente largos, aunque los disfruté muchísimo.
    Espero pronto el cuarto capi o la segunda parte del tercero (según lo que leí por ahí arriba).

    Si alguien decía que un comentario no podía ser tan largo, que miren los mío.
    Sé que están un poco torpes y no como suelen ser lo míos, pero es que estoy tan dristraída últimamente... mucha serie Dark y mucho Gregori, ¡voy a demantarte! x3

    Errores no noté ninguno más que las letras que a veces te comes de glotona. Nada fuera de lo normal, sólo tipeo.

    Nos leemos en tu actualización o en el próximo fic que publique.
    Atte.
    Tu nee-chan.
     
  14.  
    Asurama

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    Re: Eclipse Total

    Eclipse total
    Capítulo tercero:
    ¿La luna representa al amor, a la locura o al miedo?
    (2ª parte)

    La luna se hallaba en lo alto cuando arribamos al palacio del Clan, reflejándose en el lago de hielo en que se había convertido el suelo de la plaza principal.
    La nieve caía a nuestro alrededor como motas de polvo blanco brillante. Todo estaba en silencio, como si todo se hubiera paralizado en la noche invernal, la tierra había callado luego de que nos retiráramos. Pese a la peste, debí entrar cerca de Inuyasha, y rápido debido al toque de queda. Los guardias se hallaban silenciosos y ocultos en las posiciones que les habían sido asignadas… y pobre del que tratara de abandonarlas. Una vez allí dentro, las cosas no regían como afuera: la voluntad y las leyes sólo correspondía a nosotros, los maestros. El resto de la basura podía morirse, no me importaba, así como decía no importarme el destino de Inuyasha y los otros.
    No era verdad, alguna parte esencial de mí seguía siendo Inu no Taishou y como tal, no tenía capacidad de dar la espalda.
    Crucé los largos pasillos y las muchas escaleras con Inuyasha pegado a mi retaguardia hasta llegar al último de los niveles. Incapaz de seguir soportando, volteé de lleno y lo hice retroceder.
    —Hasta aquí llegaste, no quiero la basura en mis dependencias —le dije en el modo más despectivo que me salió.
    —¡Feh!, como quieras —gritó despreocupado y con cara de palo mientras se encogía de hombros antes de alejarse a salto largo.
    No me importaba, tenía otros asuntos mucho más importantes que atender ¿Quién había sido capaz de traicionarme? ¿Cómo? ¿y por qué? ¿Habría, como en la época de mi padre, detractores, opositores y cabecillas traidores? Si bien el que había dirigido la revuelta dentro del palacio había sido asesinado por mis propias manos, había muchos otros con él. Hasta que no pudiera solucionar eso, aquel no sería un lugar seguro para Rin, ni para mí, ni para nadie.
    En mi presencia, mis sentidos gobernaban todo el lugar e intentar hacer algo en mi contra sería absurdo, de modo que lo que hicieron fue tramado durante mi ausencia. ¿Era posible que en un lapso tan corto hubieran podido hacer semejante perjuicio? ¿Cómo? ¿Sólo por odio hacia Rin y Kohaku? ¿y cómo no había vislumbrado que no podría sacar a esos humanos del callejón sin salida en que los había metido? …ni siquiera exiliándolos fuera de las Tierras, ni siquiera en los ojos de mi hermano, digno heredero de mi padre, ni siquiera inventando una distancia entre ellos y yo. ¿Romper un Lazo resultaba imposible?
    Entré a mis dependencias y cerré bajo llave. Me parecieron gigantes a pesar de estar tan acostumbrado a vivir allí, casi sin comunicación. El silencio era tanto que hasta mis propios movimientos hacían eco. Las sombras provocadas por las luces de las lámparas encendidas bailaban sobre las paredes, dándoles vida propia a las imágenes ilustradas a lo largo y ancho, pinturas que reflejaban las historias del Clan a lo largo de los siglos. Salí por la puerta que daba hacia los jardines y me quedé abstraído y en silencio observando el frío paisaje, cerré los ojos y me apoyé sobre el pasamano, tomando en mi mente todos los sabores, todos los olores, todos los sonidos. Olor de humano mezclado con youkai, y no uno, sino varios y además la peste de Inuyasha. Más o menos, fue ésta la conversación que tuvo lugar:
    —¿En donde estuviste durante todo el día?, te esperábamos para comer y también en la cena —soltó ella de modo prepotente, como si se sintiera la soberana.
    Un estómago protestó en forma notoria.
    —Keh!, estuve siguiendo a ese tonto de Sesshoumaru
    Me ofusqué, pero intenté controlarlo, volví a cerrar los ojos y dejé caer la cabeza como si las palabras flotantes fueran inexistentes.
    —¿Y qué sucedió? —preguntó con expectación en la voz— ¿has averiguado por qué Sesshoumaru dejó abandonados a los chicos fuera de aquí?

    …Sesshoumaru dejó abandonados a los chicos fuera de aquí…

    ¿Qué yo los dejara abandonados y a su suerte? ¿Pero quién te creías, Kagome? De estar dos pisos más abajo, le habría roto la cabeza personalmente.
    —Ah… verás… en realidad él no se llevó a Rin y Kohaku —se apresuró en decir Inuyasha—, es más, el ni siquiera mandó llamarnos, la idea de hacerme traerlos aquí, de dejarlos… todo fue parte de una emboscada tramada por sirvientes sublevados, apáticos a los humanos, que querían eliminarlos.
    —¡¿Qué?! —repitieron escandalizadas varias voces a coro.
    No quería tener que escuchar melodramas, así que desconecté momentáneamente mis sentidos de todo lo que estaba pasando, entré, cerré la puerta que daba al jardín y fui a la dependencia donde un enorme mapa de las tierras descansaba sobre la mesa. Me recargué sobre la misma y me quedé expectante.
    Cualquier ser humano que hubiera visto uno de estos mapas se hubiera asustado. La lengua arcaica en la que escribíamos —y a veces hablábamos— era bastante diferente a la que cualquiera de ellos hubiera comprendido, los caracteres les hubieran parecido más bien garabatos, no guardaban ningún parecido con las lenguas del humano, salvo algunos raros casos. Las letras se movían en ese mapa, como si su superficie estuviera hecha de agua. El pergamino era de dragón —sí, fabricado con dragón— y por lo tanto, tenía propiedades mágicas.
    El dragón, resistente en todo el sentido de la palabra y con propiedades psíquicas, era altamente aprovechado, y no sólo como montura, como alimento y para fabricar armas y armaduras.
    En el mapa, se podía seguir el movimiento de todas las esencias vivas que se encontraran dentro del territorio que abarcaban los mapas, cuando Ginakihoshi llegó a mí esa tarde anunciándome que había encontrado a Rin enferma, herida y desnuda debajo de un bosque habitado por yourouzoku, me apresuré a recurrir a los mapas y me horrorizó no hallar su presencia en ellos, tal y como si no existiera. Por si fuera poco, también Kohaku estaba ausente, era como si se los hubiera tragado la tierra. Recurrí a diferente métodos intentando poner sus nombres en el mapa, pero no hubo caso, aparecían como muertos. ¿Acaso eso se debería a que ambos habían muerto y resucitado dos veces?
    Al borde de la locura, no supe qué hacer, no podía aceptar que ambos realmente estuvieran muertos y desaparecidos, y todo por mi maldita culpa. No iba a resignarme ¿qué pasaba si lo hacía y ellos se encontraban vivos? Al menos mi Rin. La aldea a la que Ginakihoshi hacía mención no aparecía tampoco.
    Sin que lo supieran, salí de las Tierras hacia el límite Este, usando una irreconocible armadura hecha de meioujuu, uno de negra coraza. Recorrí esos límites por días, sin descanso, buscando la presencia de Rin por todas las montañas, por todas las aldeas, matando a todo aquel que osara interponerse en mi camino, humano o youkai por igual, incluso en las aldeas en las que fui atacado por sus personas o por sus agresores. A veces, no mataba por Rin, pero ojos que no ven, corazón que no siente. Estuve fuera de mí.
    Después de días, al encontrarla finalmente cerca de esa aldea, quedé tan shockeado que desaparecí en el acto. Mucho debió haber sufrido para enfermar durante días por causa de eso. Aunque podía controlarlo, me apastaba la culpa.
    Pensé dolorosamente qué hubiera sido de ella si no hubiera sido encontrada por mi fiel zorro, no quería imaginarla a merced de una manada de asquerosos y salvajes lobos de bosque. No quería pesarla muerta, lejos.
    Al haberla reencontrado, el alma me volvió al cuerpo y regresé varias noches seguidas a velarla, para saber qué había sido de su vida, si acaso se había construido algo importante en ese lugar. Pero era inútil, fuera donde fuera, no encajaba, negándose a desprenderse de los afectos que consideraba suyos, y me esperaba, claro. A nosotros no nos dejaba escapar tampoco, cualquiera estaba pendiente de ella, incluso pasaba a ser el centro de la atención y de toda la preocupación, moviendo cualquier otro asunto a un lugar secundario, haciendo olvidar incluso ciertas partes de la propia identidad.
    Al conocer aquello, me invadió una terrible confusión que había tratado de mantener a raya durante mucho tiempo, por eso volví a buscarla como quería y la llamé fuera de la aldea, pero eso mocoso, Yoichi…

    Retrocedí hasta quedar apoyado de espaldas contra una pared y resbalé hasta dejarme caer al suelo, sentado en ese rincón como si estuviera indefenso. Noté que mi mirada había quedado vidriosa.
    ¿Y qué habría sido de Kohaku? Para poder actuar, tenía que desenmascarar a unos cuantos “fieles sirvientes” y hasta entonces estaría paralizado. Era uno de esos momentos en los que necesariamente tenía que recurrir a Rin, uno de esos momentos en los que no me quedaba más que reconocer que era dependiente de ella, de alguna manera.
    Pensé por horas en la manera de solucionarlo todo en forma rápida e indolora. Era imposible, el amor parecía querer doler a costa de lo que fuera y de quien fuera…
    Permanecí allí por tiempo indefinido hasta que finalmente me puse de pie, tomé un papel guardado en un baúl y escribí una esquela bastante simple: “Jaken, ordena la mitad del palacio”.
    Al acabar el toque de queda, vendría y vería la nota, independientemente de que yo siguiera indefinidamente sentado, abstraído como idiota en ese rincón o de que saliera para hacer algo de mi vida.
    Al fin y al cabo, encerrarme con un mapa que no me mostraba lo que yo necesitaba era tan inútil como tener una hoja en blanco en una isla desierta.

    Caminé por los pasillos, me tocaba supervisión antes de que diera por acabado el toque de queda, el comienzo del alba y de la salida del sol. De repente, su olor asqueroso de humano, al que jamás me acostumbraría, me chocó y supe de su presencia más adelante en el camino… y finalmente la vi parada en el pasillo en un lugar bastante oscuro. Mis ojos la distinguían claramente. Aunque vistiera con ropa “normal” y actuara como miko, Kagome seguía siendo excéntrica en todo el sentido de la palabra ¿Qué armas podría haberle dado a Rin para sobrevivir alguien así? La razón por la que la mocosa había decidido sobrevivir era otra y podía verla claramente en el espejo de mi cuarto ¡¿por qué?!
    Al cabo de un rato y mucho después que yo, ella notó mi presencia y su cabeza de largo y liso cabello negro azulado volteó. Esa mirada lo decía todo, iba a recriminarme algo. Ahora no, no era un buen momento para ponerme de malas. No tenía deseos de entrar en conflictos vanos, discusiones estúpidas, tener que darles explicaciones a los humanos no pasaba de ser una molesta y eludible obligación. La hice de lado pero aún me sentía observado mientras continuaba el camino hacia mis dependencias. Quizás pensaba que no era un buen momento para decir nada, quizás simplemente debía fingir que no había notado su presencia.
    En silencio, me siguió.
    Al abrir aquella puerta, contemplé con actitud devota la parte más dulce de mi pasado, tragué saliva y escondí el rostro detrás de la máscara que no tenía y que había olvidado guardada en algún lugar de mis propias habitaciones. Riquezas, obras de arte en todas sus formas amontonadas ordenadamente en sus respectivos rincones, como un reflejo de mis propias dependencias, pero desde otro punto de vista.

    —Todas estas son las dependencias para Rin, ordena aquí las cosas que creas que le gustarán.

    Cuando volteé, Kagome estaba pálida, boquiabierta y con los ojos como platos. Era patéticamente notorio que jamás había tenido la menor idea de cómo se vive en la aristocracia. Tampoco podía saber que era ese el cuarto en el que dormí y viví de niño. Cuando dejara de mirar embobada el cuarto de entrada, podría ponerse a ordenar según le pareciera mejor. Yo no tenía la menor idea de cómo hacerlo ni tiempo para intentarlo.
    Me alejé a paso rápido mientras escuchaba claramente cómo ella entraba a las siete dependencias correspondientes a Rin y tocaba las cosas que allí había. Poco después, parecía haber salido de allí corriendo, posiblemente para ir a contárselo a los otros o para buscar las pertenencias de Rin —todos regalos míos— que había traído desde su aldea, posiblemente previendo fastidiosamente cómo terminaría todo. Escuché su voz diciendo cosas que hasta a mí me daban vergüenza y el ir y venir de pasos de humano.
    Al cabo de un rato tenían sus órdenes la mitad de los sirvientes y soldados de mi palacio, entre ellos, el grupo de reconocimiento y la línea de informe, todos alrededor de la aldea en donde Rin aún me esperaba y los sirvientes encargados del orden, que tenían que dejar nuestro hogar como si de cristal hubiese sido construido.
    Al mediodía, los humanos se reunieron en un salón aparte para almorzar —los humanos comen todos los días… y todo el día—, hacían comentarios jactanciosos y oídas dirigidas indirectamente a mí, como si supieran que cuatro pisos más arriba yo podía escucharlos —que podía—, como queriendo instarme la curiosidad de bajar para enterarme.
    Lamentablemente… la curiosidad es uno de mis puntos débiles.
    No me di cuenta del momento en que me encontré parado del lado de afuera del shoji del comedor de mi hermano y compañía. Al asomar, aunque fingí distanciamiento emocional, todos me pusieron caras de… no sé, era como si me estuvieran esperando, como si supieran de antemano que bajaría. Me miraban ansiosos, como quien espera un regalo de aniversario, me veían con tanta curiosidad como yo a ellos. Se hizo un incómodo silencio.
    Tres niños humanos salieron disparados gritando, temblando como hojas detrás de Sango y su pareja, el houshi raro —¿Qué diablos les cuentan a los niños?—. Inuyasha me ponía cara de burla de las que me daban ganas de romperle la cabeza a golpes, pero no era una burla hecha con maldad, más bien, me estaba dando a entender que en un corto lapso de tiempo me estaban haciendo tragar todas mis altaneras palabras. Al diablo con la pureza de la sangre, esa ley nunca pareció existir en mi familia, especialmente entre los machos. Kagome me miraba con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos le brillaban como estrellas, era exasperante. Si estaban esperando a que yo dijera algo, no iban a tener el gusto.

    —Ordené el cuarto de Rin, como me pediste —soltó Kagome finalmente—. En la parte superior del baúl de sus ropas, están los vestidos que le regalaste ordenados por tamaño, la caja lacada para maquillaje está junto a ese espejo trabajado, el que es todo de oro, las pinturas están junto con todos los otros pergaminos, en la sala de atrás a la izquierda y las demás cosas están en la dependencia que da al jardín. Junto con Sango-chan, todas las joyas que tenía las pusimos ordenadas en diferentes cajas que encontramos, algunas de las cosas las cambiamos de lugar para que se vieran mejor los dibujos de las paredes, quedarán junto a la cama de Rin-chan… y Miroku-sama construyó un baúl para meter los libros que le regalé y una caja de fotografías, ¡oh! hay un álbum hecho sólo de imágenes de ustedes dos.

    Trágame tierra.

    Por el pasillo, venían unos sirvientes discutiendo y haciendo escándalo. Cuando me vieron, hicieron una reverencia y se fueron por donde venían. Creo que Kagome seguía hablando en su intento de hacer que me apenara, o algo así.
    —¿…verlo?
    —¿Eh? ¿Qué? —estaba tan concentrado en no escuchar lo que estaba diciendo, que lo conseguí.
    —Qué si quieres acompañarnos a verlo —ya se estaba poniendo de pie con todo el séquito detrás, habiendo dejado el almuerzo a medias y prácticamente hubieran intentado arrastrarme hasta el cuarto recién preparado para mostrarme: “¡mira lo que hicimos, estás con una humana y queremos que se note!”. Me guardé los improperios y por un rato me olvidé de que tenía sirvientes de dos caras y de que había peligro…, me tomé las pesadas bromas como una medicina sedante.
    Generalmente, cuando Inuyasha y compañía estaban de por medio, yo terminaba siendo arrastrado a la fuerza hacia algún lugar en contra de mi propia voluntad. Las primeras veces, después de las batallas con Naraku, fui literalmente arrastrado —me amarraron y me arrastraron— a la aldea humana en donde vivían. Ahora, estaba siendo arrastrado hacia donde ellos querían —hacia Rin— o tal vez, hacia donde queríamos todos.
    Las dependencias que había visto esa madrugada no eran las mismas de ahora. Había imágenes pequeñas, reales, que probablemente consiguió Kagome ¿serían las “fotografías”, o lo que fuera a lo que hubiera hecho mención? ¿En qué momento las había hecho y a qué distancia? Ya era molesto saber que tenían curiosidad por mi vida… ¿pero además dedicarse a guardar su opinión en imágenes y meterlas por doquier en mi casa?
    Las cosas estaban ordenadas de un modo diferente, de forma que enmarcaban las imágenes en las paredes —Rin y yo… Rin y yo… era traumático—. Los pergaminos y pinturas estaban colgados también de un modo diferente, todo era muy cálido, el olor de Rin estaba presente en las ropas que había usado y que estaban guardadas allí, me distraje y me encontré siendo cachorro curioso, aquello que fui toda mi vida sin importar cuánto creciera.
    En el rincón de una de las dependencias, habían colocado una estatua de cristal de cuarzo y diamante, de unos cinco pies de altura, con la forma de un perro salvaje con ojos y marcas trabajados en ópalo, zafiro y rubí, con la boca abierta y mostrando los colmillos, que tenía una garra levantada como si sostuviera algo inexistente. Lo habían puesto de tal modo que quedaba como un altar con incensario y pila. ¿Me habían hecho un altar en el cuarto de Rin? ¿Y solo con una imagen que antes no pasaba de ser un adorno? Volteé a mirarlos lentamente ¿Quién había tenido la idea? Nadie decía nada.
    —¿Te gusta? —preguntó Sango finalmente.
    —Es a Rin a quien tiene que agradarle, no a mí.
    —Pero vendrás seguido aquí ¿No? —soltó Inuyasha de forma mordaz.
    Me reservé la opinión. Tal vez sí, tal vez no. De todos modos, no era asunto de ellos por mucho que quisieran meterse, y por más que les hubiera dejado preparar ese cuarto…

    Todo se sentía tan cálido, como si Rin estuviera allí presente aún en su ausencia y me mirara y me hablara con devoción. Sentía un placer intenso y bajé como autómata hasta el suelo, me había olvidado de que esos seguían allí y de que posiblemente estaban observándome. Mi mente ideó una conversación con Rin allí en esas dependencias, una charla a futuro, o más bien, ella contando cosas y yo oyendo por el solo hecho de oír. Estar allí era cálido y placentero, tal vez me hubiera dormido de tanta paz, era como si los seres humanos también tuvieran algo de magia y ella se hubiera transportado a través del tiempo y el espacio hasta las profundidades de mi corazón, para quedarse de forma eterna.


    —Anda, vamos, almuerza con nosotros.
    —Sí, almuerza con nosotros, almuerza con nosotros.
    Era exasperante ¿Y con estas dos mujeres se había criado Rin? ¡Chichi-ue, lo que me esperaba!
    Aunque no suelo ceder a la presión y aunque jamás me hubiera perdido a mí mismo, la necesidad de entender aunque sea levemente cómo vive el humano, para poder entender la vida de Rin, me llevó a obligarme a comer con ellos. Era incómodo, considerando que siempre comía solo y que allí, en casa, lo hacía por separado en mis dependencias, principalmente si había visitas indeseables, como éstas. Los youkai nunca nos juntábamos a comer salvo que fuéramos de la misma familia o, última instancia, de la misma especie (perro, gato, etc). Yo era el único youkai extraño que tenía una familia llena de humanos. No quería considerarlos mi familia, qué asco, pero no podía negar que, lazos mediante, lo fueran.
    —En primer lugar, no tengo la intención de mezclarme con ustedes y en segundo lugar, es la primera y la última vez.
    Ambas se fueron caminando delante, vitoreando y alegres.
    Caminé en silencio detrás de todos, incluso detrás de Inuyasha y del houshi. Era ridículo, pero parecían felices porque yo estaba feliz. Indudablemente, nunca terminaría de entender a los humanos, a esas alturas, había estado en contacto con youkais que odiaban a los humanos y con youkais que los apreciaban, aún así, nadie podía terminar de entender al humano, sin importar cuánto vivieran. Entonces, tenía bastante que aprender y Rin viviría muy poco ¿No había manera de que viviera más?
    Si solo lograr que sobreviviera ya era difícil, ¿cómo hacer que viviera más? ¿Cómo darle la longevidad del youkai? ¿Convirtiéndose en youkai? Había oído muchas historias de humanos que se habían convertido en youkai tras vender sus almas o utilizar poderes malignos, pero ninguno conservaban su esencia entonces, todos se corrompían o terminaban muertos de todas formas.
    Además,
    ¿Si amaba a Rin por ser humana, cómo diablos convertirla en otra cosa? Tenía cualidades que le había otorgado con la ayuda de varios ancianos: conocimiento interno y resistencia al veneno. Kagome decía que la chica tenía poderes espirituales, no dejaba de recordármelo, que Rin estaba más hecha como para ser miko que otra cosa… aunque había ciertas prioridades de las que no podría gozar de llegar a convertirse en miko, unas cuantas prohibiciones, la primera, era el voto de castidad…
    Y no quiero decir que me importe.

    Nos sentamos en círculos en el suelo del comedor de Inuyasha. Como era de esperarse, todo estaba ordenado al estilo de Kagome, era como si ella tuviera una marca personal para todo, quizás no era tan malo tenerla por allí después de todo. Aunque eso no quitaba que seguía siendo excéntrica… tan solo rogaba que no hubiera vuelto a Rin igual.
    No importaba a quién le implorara o qué pidiera, mis ruegos nunca eran escuchados por nadie.
    Yo, el rechazado.
    El primogénito y sangre limpia que terminó siendo bastardo… y perro faldero de una humana, mira nada más.
    Yo, el acomplejado, el que era comparado a todas horas con mi padre.
    Con mi padre que, aún después de muerto, me había hecho sufrir peor que una mujer a punto de parir.
    —¿En qué estás pensando? —preguntó Kagome.
    —Quiere hacernos creer que tiene la cabeza en cosas importantes todo el tiempo —soltó Inuyasha como siempre.
    —Estoy pensando en lo excéntrica que eres —le solté
    —¿Soy excéntrica? —preguntó frunciendo el ceño y denotando extrema consternación. Poco me importó.
    En realidad, estaba pensando en tantas cosas distintas… cada vez que pensaba, no importa qué, me daba cuenta de que me había convertido en lo que rechazaba: en mi padre. Cualquier cosa, me llevaba como fin último a ese Avatar Inuyoukai que, de tan perfecto, nunca fue cuestionado, ni siquiera por sus elecciones.
    —Eres molesta hasta para él —comentó Inuyasha.
    Kagome gritó “osuwari” y me quede como idiota viendo cómo mi hermano era estampado en el suelo por un rosario kotodama, todo azul y dorado, que no era el mismo que antes llevaba.
    —No creas que te libraste por darle el otro a Rin —aclaró ella, como si nada hubiera pasado.
    —Ya sé —se quejó el hanyou con la cara aplastada en el suelo.
    Era patético ver el trato que esa humana le daba, pero al mismo tiempo, era hilarante, divertido.
    —¿Por qué le haces eso? —dije con cara de palo.
    —Porque dice y hace cosas indebidas —dijo de forma altanera.
    —Espero que no sea contagioso —comenté en tono de seriedad, todos echaron a reír, incluso Inuyasha con el rostro marcado—. No te rías, va en serio.
    Entonces, entraron los sirvientes con el segundo plato del almuerzo y nos lo sirvieron.
    Ellos se quedaron viendo mi bandeja: carne de dragón, carne de pescado, carne de jabalí, carne de lo que fuera, mientras no fuera humano.
    Sango se cubrió la boca y Kagome llevó una mano a la garganta.
    —¿Comes eso?
    Por toda respuesta, levanté el tazón y con los hashi llevé a la boca un pequeño bocado.
    —Voy a vomitar —comentó con asco.
    Yo miré su plato. Comida seca en todo el sentido de la palabra, que había sido almacenada para Rin, por eso mismo les había pedido que fueran moderados, era poca.
    —Creo que soy yo el que vomitaré, no puedo creer que siempre tengan que quemar la comida antes de ingerirla y que además coman dos veces al día y todos los días, es un asco, son unos enfermos, cerdos —en ese instante, miré cómo Inuyasha engullía la comida humana como un animal y como si fuera a ser su última cena—, pero más cerdo eres tú.
    —Ah, cállate —dijo con la boca llena antes de seguir engullendo, porque a eso no se le puede llamar “comer”.
    —¿Dónde están tus modales, Inuyasha?
    —¿Me vas a dejar comer tranquilo o no?
    —Ya, ya —dijo Miroku levantando ambas manos—. Está visto que cada quien puede comer como quiere y lo que quiera, almorcemos en paz.
    —Gracias por la comida —dijimos todos a coro antes de seguir comiendo.
    Ellos comían y hablaban, yo solo me limitaba a mirarlos en silencio mientras comía calladamente, realmente no quería mezclarme con ellos. Habían dejado de mirarme, al menos hasta que terminé con mi almuerzo, evidentemente iba en serio que les daba asco. Pobre Rin, al menos sabía que no debería comer en su presencia y también, que había decidido correctamente aquello durante los viajes.

    Cuando me di cuenta, estaba contándole de viajes hechos con mi padre, de ropas de la aristocracia que se visten en diferentes ocasiones, de los significados de algunos símbolos que usábamos en el Clan y cosas así.
    —Tienes una conversación interesante —me dijo Kagome notablemente entusiasmada.
    —Y yo creía que no hablaba —comentó Sango.
    —Sí, pero igual es aburrido —comentó Inuyasha en el piso, aún sabiendo que se pondría como vaca, acostado después de comer—. Era mejor que no hablara.
    —Me ves aburrido, hanyou ignorante.
    Saltó del piso y pegó su frente a la mía, no era agradable tener su olor en la nariz después de comer.
    —Pues seré ignorante, pero no soy aburrido.
    —Tú crees que aburro.
    —Sí.
    lo crees.
    —Y ellos también.
    —Tus humanos no creen eso —¿me estaba “apropiando” de sus humanos?
    —Claro que… —volteamos a mirarlos y estaban todos tan cerca, inclinados, con la vista fija, tan interesados como si estuvieran viendo un partido de pelota, de Go o algo así…

    —Houshi, tú tienes el Rey de Espadas —acerté de primera mano, fue la carta que él puso en el pozo—, Sango, tienes la Reina de Corazones —volví a acertar, finalmente, miré a Kagome—. Tienes El Regreso —ella sonrió contenta
    —Creo que no —canturreó mostrando la alta carta, El Crepúsculo.
    —El que ríe al último ríe mejor —mostré la única carta que tenía en mis manos y todos quedaron devastados: El Regreso, que era la más alta de toda la baraja. Después de haber perdido como setenta partidas de apuesta y de haber vaciado sus bolsas, finalmente me dejaron en paz.
    —Algo me dice que hace trampa —comentó Miroku.
    —Claro, sospechas porque es lo que tú haces siempre, houshi-sama —le rebatió Sango.
    —No puede ganar setenta partidas consecutivas —dijo él, indicándome.
    —Tiene más suerte que nosotros —comentó Kagome mientras mezclaba y guardaba sus cartas.
    De hecho, les había hecho trampas, cada vez que las cartas eran mezcladas, miraba cuál era el orden consecutivo en que quedaban, por lo tanto sabía qué cartas saldrían de la baraja y qué juegos tenía cada uno de ellos. Eso de “las manos son más rápidas que la vista” no servía en mi caso, considerando que posiblemente tenía la vista más aguda que cualquiera de ellos. Además, este tipo de juegos de cartas no eran ningún problema para alguien que había sido entrenado durante años para no denotar emoción alguna. Es decir, la única persona que podría haberme ganado sería una que pudiera leerme sin necesidad de expresión: Jaken, o Kohaku, o Rin.

    Sentí una punzada, como respondiendo a mis pensamientos, un soldado entró corriendo a toda velocidad y se postró con la cabeza en el suelo a unos cuantos pies de donde estaba.
    Era el kitsune que había salvado a Rin y al único que, de momento, le tenía total confianza de entre todos los sirvientes no humanos.
    —O-yakata-sama, me han traído informes, no estoy seguro de si son verídicos o no.
    —Escúpelo.
    —La aldea en la que esperaba Rin-sama fue atacada y quemada, aparentemente fueron humanos, no hay nadie con vida en esa zona, sólo cadáveres irreconocibles...
    —Quien estaba en área de informe.
    —Kojiro y Takeo —se trataba de dos youkai perros rojos.
    —¿En dónde estaban? —dije impaciente.
    —No estaban en esa área en el preciso momento… —nervioso, sudando frío y temblando con fuerza, se hizo a un lado rápidamente como presintiendo el golpe que di en el suelo hasta perforarlo de tanta fuerza. Al instante, todos los humanos que estaban a mi alrededor se pusieron de pie ¿Qué todos en la aldea estaban muertos? ¿Esos perros estaban de adorno o qué? ¡Los puse ahí para que la cuidaran! Ya los agarraría.
    Cuando salí a toda velocidad, cinco youkai, que también eran perros rojos de medio nivel, salieron detrás de mí y de Inuyasha y nos acompañaron fuera del portal principal, volando alrededor del predio. El zorro plateado estaba a mi izquierda, Inuyasha a mi derecha, detrás de él, Ah-Un cargando en peso a todos sus humanos, detrás de mí, cinco inuyoukai que bien podrían aprovechar que les estaba dando la espalda para atacarme, podían haber estado entre los sublevados, o no. Lo único que compartía con cualquiera de esos, eran los ojos dorados —o azules, en su verdadera forma—, típicos, distintivos del Clan, lo demás era pura basura.
    Kagome tomó aire y me miró con ojos de plato, ah-Un estaba casi pisándome los talones.
    —¡Estos perros…
    —Estos perros pertenecen al Clan del Inuyoukai —le contesté— ¿Qué más esperabas?
    Me di cuenta, aún a mis espaldas, que ellos le clavaban la aguda mirada, para todos “eso perros”, Kagome y los otros no eran más que comida.
    —¿Qué ha sucedido? —ella creía que debía gritarme para poder escucharla a través de ensordecedor ruido del viento que cortábamos con la velocidad.
    —Hasta el alba, hasta que yo regresara, se supone que había guardias en el perímetro de esa aldea. Guardias como estos perros —aclaré—. No estaban. Ya saben lo que les espera.
    Sentí cómo el corazón les saltaba a los cinco de atrás, era prueba suficiente para darme cuenta. No estaba muy a gusto con tener traidores en mi corte. Volteé en seco y los borré del mapa con un solo golpe, no les di tiempo siquiera a gritar, era una lástima que el resto de los soldados no pudiera ver lo que les sucedería al cometer alta traición.
    —¿Qué pasó? —preguntó anonadado el houshi.
    —¿Les has visto la culpa en las caras? —seguimos volando a toda velocidad sin detenernos—. Estos eran los sublevados que intentaron asesinar a Kohaku y a Rin, esto les pasará a todos ellos, no toleraré semejante insubordinación.
    Mi compasión indudablemente tenía límites, límites muy estrechos.
    Al llegar a la aldea, ésta y el bosque aparecieron completamente quemados en una zona desierta y sin nieve ¿Cómo en un día las cosas podían cambiar tanto? Todo estaba ennegrecido, desolado, se percibía la carne quemada, ni siquiera podía saber si aquel desastre lo provocaron mis propios guardias, era el infierno. Miré sin un resto de aire y con los ojos muy abiertos, incapaz de asimilarlo. Al bajar al suelo, el panorama no era muy distinto, aunque busqué el olor de Rin y moví varios de los cadáveres quemados, no di con su presencia, había desaparecido como si se la hubiera tragado la tierra y como si la descripción en mis mapas “muerta” fuera real. Inuyasha levantaba la cabeza al aire y no dejaba de mover la nariz, estaba oliendo lo mismo que yo, la muerte y la maldad se respiraban allí, no iba a encontrarla si no podía… si no podíamos seguir su rastro.
     
  15.  
    Asurama

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    Re: Eclipse Total

    Creo que mi neechan, sin desmerecer a los demás lectores, por su dedicación, se merece un apartado.

    No sabes cuánto he esperado para poder comenzar una historia así. El que escribí primero era diferente: lo contaba Sesshoumaru. Los sublevados se escapan de Sesshoumaru y atacan la aldea, Rin intenta salvarse y se mete al bosque, pero queda atrapada debajo de una montaña de troncos. Él es informado de que algo pasó fuera de las Tierras y se regresa a Musashi, pero la aldea está desierta, entonces empieza a excavar en la tierra y encuentra medio muertos a Kagome y a Miroku… y muerta a Sango con sus hijos. Él presiona a Kagome y ésta le dice a dónde se fue Rin. Él entra al bosque ya comenzada una tormenta, la encuentra ahí, medio muerta, se la lleva y se queda sentado a la intemperie. Entonces se le aparece Kagura y le habla.
    Bueno, así comienza, y las cosas se suceden a un ritmo más acelerado.
    Pero después me arrepentí



    Es una razón estúpida y a la vez no lo es, ya me entenderás.


    No puedo decírtelo, yo nunca he tenido una experiencia cercana a la muerte y la verdad, no me gustaría, Oh, crap, pobre de ti! ToT


    No exagerás. Pero alegrate de que por lo menos no se lo hago a Sesshoumaru, que es como venía planeado.


    Rin nunca ha sido tímida, siempre ha tenido más carácter incluso que Jaken, por algo tiene buena química con Sesshoumaru (que la tiene). Además, siempre hacen a una Rin con bastante OoC (niña tonta, inmadura, torpe y dependiente) siendo que no es así. Además, la Rin de mis fics siempre es en esta misma versión.


    El rosario kotodama es un rosario, así que, valga la redundancia, cumple las funciones de un rosario. En la tercera película, de hecho, Rin usa esas cuentas para volarle la cabeza a un oni que estaba estrangulando a Kagome (te dije que era corajuda).


    Es lo que quería demostrar.


    Trauma del pasado.


    No me hagas acordar de eso, que me pongo como Rin.


    Este lindo kitsune plateado es Ginakihoshi, el mismo que aparece en mi fic “Guerra”. Es como que sigo una cronología al escribir. El último de todos en la cronología [quizás] sería “Café para Youkai”, donde Rin se convierte en youkai y ella y Sesshoumaru llegan a sobrevivir hasta la época actual y meterse entre los humanos.


    Si lo pensás bien, Sesshoumaru es un terrateniente… de una región muy grande


    ¿Te olvidaste que siempre hago que mis lectores se identifiquen con los personajes? Yo no soy Meyer, no es un fic para teenagers, no recomendado para gente susceptible.


    Quiere y no quiere. Y el amor, quieras o no, siempre causa algo de obsesión.



    ¡nah! Esta idea está más gastada que mi lápiz de dibujo. La usa todo el mundo. La diferencia es que mientras todo el mundo hace: Orgullo vs. Amor, yo me salto la etapa del orgullo y escribo Amor vs. Amor, entonces es más complicado. Siempre es complicado.


    Sesshoumaru siempre ha tenido un complicado mundo interno debido a que tiene prohibido sacarlo todo afuera. Lo único que hice fue aprovechar eso.

    En una época, no sé qué ensañamiento se le dio a Rumiko con éste, pero así lo tenía, no es nada nuevo.



    Explicate, que no te entendí. Era genial la idea de sacarle la ropa y ponerlo a la vista de todos, me lo imagino todo sexy en el agua, yendo contra la corriente, con el pelo ondeando. Es un sexy perro.



    Así es la vida.

    Luchy te saluda.
     
  16.  
    sessxrin

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    Re: Eclipse Total

    hola!!!

    ya termine de leer y cada vez me emociono más y más, me tienes super ansiosa. no puedo creer que a Rin le paso algo, pobre Sess, aunque no creo que mates a uno de los protagonistas xD
    debo decir que me gustaron las partes de Sess y su "escoria" como lo define él, que tiene por familia. son divertidos y muestran a otro Sess un poco diferente. me las imaginaba y me reia mucho.
    debo decir que me gusta tambien la personalidad de Inuyasha demasiado, como tambien pones a Sess.

    y sigo diciendo que me gusta mas cuando Sess cuenta la historia, te metes muy bien en el personaje.

    conti, pliss, no me dejes con ansias.
     
  17.  
    Tachi

    Tachi Guest

    Re: Eclipse Total

    yo ya habia comentado antes, pero creo que me borraron mi post...
    Bueno este capitulo me fascino! como siempre haces que los capitulos tengan intriga y emocion!, eso me gusta =D, por cierto la personalidad de sesshoumaru-sama me encanta, describes sus pensamientos y sus acciones muy bien!, no puedo creer que a rin le pasara algo si ella se sabe defender!... pero bueno!, se esperan mas capitulos!

    Atte:
    Tachi~!!
     
  18.  
    Asurama

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    Re: Eclipse Total

    Eclipse total.
    Capítulo cuarto:
    El sol baila alrededor de la luna.

    Caminé entre los cadáveres. Aquello era una locura, con su vida al borde de un hilo, Rin iba a volverme loco si es que no lo había hecho ya. Su esencia se encontraba en aquella aldea, aunque ella no parecía estar allí, ni siquiera su cadáver. Algunas casas aún eran asediadas por las llamas del semejante incendio, el espeso humo negro ascendía al cielo y lo cubría todo dejando una oscuridad con las lenguas de fuego como lumbres. El resto era un desierto quemado y sin nieve.
    —Aquí hay algo —dije mientras movía a un lado un desfigurado cadáver. Lo reconocí al acto, era Yoichi, el muchacho que quería quedarse a Rin. Su asqueroso olor lo delataba. Al tocarlo, sentí algo que nunca antes había sentido, fue como si una corriente eléctrica subiera por mi mano, paralizándome por segundos. A ello, le siguió un miedo irracional como jamás había sentido y la imagen de Rin gritando a un cadáver partido en dos, es decir, él.
    Mi cabeza trabajó rápido: las cosas habían sucedido hacía tan poco tiempo y con tal brutalidad y rapidez que seguramente muchos acontecimientos quedaron grabados en todas las cosas inertes que había en ese lugar. Encontrarla no iba a ser tan difícil, en ese caso. Lo difícil iba a ser encontrarla con vida. La culpa me aplastó, inclemente, por enésima vez en mi vida. Sin pensarlo, clavé el puño en la Tierra, en cuclillas junto a aquel cadáver.
    Sentí a Inuyasha y los humanos corriendo hacia mí.
    —Sesshoumaru, ¿en dónde está mi hermano? —demandó Sango.
    Medio ido, volteé el rostro hacia donde estaba ella.
    —No sé —contesté con un hilo de voz.
    —¿No lo sabes? —estaba histérica y comenzaba a llorar.
    —Al momento de ser sacados del predio del palacio del Clan, ambos fueron separados y dejados al azar en cualquier sitio. Rin fue encontrada por azar, no puedo confiar en nadie de mi propio palacio —aún no podía volver en mí mismo, no era sencillo asimilar que tenía en mi cabeza los invasivos recuerdos de Rin, su mente dentro de la mía.
    Al levantar el puño del suelo, me sorprendió lo que tenía en la mano, moví los dedos, quitándole la tierra.
    —Es el rosario kotodama que le di a Rin —dijo Inuyasha con un hilo de voz, notablemente contrariado porque aquel cadáver no tenía ni un poco de olor de Rin.
    Ya lo sabía, estaba roto, pero tenía el olor de ella y se lo había visto puesto aquella vez. Además, y para mi angustia, olía a su sangre. Se lo habían quitado con un corte de hacha. Por todos los demonios, lo que había quedado grabado en aquel conjunto de piedras…
    Cerré mis dedos con fuerza alrededor del rosario. Humanos.

    —¡Les voy a sacar la mierda! —salí despedido como un bólido, siguiendo el olor que allí quedara, me quemaba el cerebro.

    Sabía que Inuyasha y los otros se habían alarmado e intentaban seguirme, pero comparados conmigo eran lentos, estaban muy atrás y ya no me alcanzarían. Lástima, si lo que pretendían era detenerme. No iba a dejar uno solo vivo, no después de eso.
    El profundo bosque pasó a gran velocidad debajo de mi cuerpo, el rosario lo había colgado en mi mano izquierda y era como si me llevara. Podía sentirlo claramente, no dejaba de llamarme, había estado llamándome desde que la sacaron a la fuerza de la aldea. Su llamado era débil comparado con el de un youkai, pero podía sentirse, podía seguirse. La nieve lo cubría todo mientras el sol se ponía a lo lejos, el incendio no se había extendido más y la nieve había cubierto todo rastro. Iban hacia el norte, estaba dispuesto a matarlos si se metían en mis tierras, tenía todo el derecho ¡meterse con mi humana!
    Al pisar el silencioso suelo del bosque, me encontré mirándolos en el borde. Había una larga pendiente y debajo estaban ellos, con los caballos, con sus huellas. Tenían objetos de la aldea, tenían provisiones, tenían mujeres, estaban atadas en una hilera atrás, pero Rin no estaba entre ellas. Ahora no eran difíciles de seguir, agucé mis sentidos, no pude evitar que un gruñido de rabia se levantara en mi garganta. Al avanzar unos pasos, mis piernas de hundieron en la nieve.
    De pronto, me di cuenta de que mi hermano venía atrás, corrían tan rápido como podían, pero aún estaban lejos.
    No lo pensé y salté delante de la caravana que formaban aquellos burlones bandidos humanos que se sentían capaces de desafiarnos, deteniendo su avance y le volé la cabeza al líder y al caballo.
    Los caballos se alarmaron y comenzaron a moverse en todas direcciones, las mujeres gritaron.
    Un youkai.
    Cuando uno de los caballos se encabritó, el prisionero cargado sobre su grupa saltó y cayó de cabeza al suelo. Era ella. La habían apartado, amordazado y amarrado de la misma forma en que se amarran a los soldados prisioneros de guerra. Por lo visto, ella había opuesto resistencia y de una forma bruta, más propia de un hombre que de una niña indefensa.
    Aquel instante transcurrió con lentitud, como si fuera eterno. Ella se puso de pie como si fuera incapaz de sentir el terrible golpe sangrante al costado de su cabeza o el corte en su hombro derecho y corrió hacia mí. El bandido que estaba con ella blandió su espada sobre su cuello, pero salté en esa dirección y lo decapité. Con la otra garra, liberé las ataduras de Rin y la puse detrás de mí, sujetándola con fuerza de un brazo, al tiempo que empuñaba la Bakusaiga y los desaparecía a todos de un solo movimiento. Cuánto lo sentía por las mujeres humanas. En realidad, no lo sentía.
    No me di cuenta de que Inuyasha había logrado alcanzarme, aunque tarde. No me había dado cuenta de que Rin no tenía las fuerzas suficientes para mantenerse en pie, hasta que fue sujetada por Kagome antes de que cayera al suelo.
    —Miko-dono —dijo mirándola a los ojos.
    La acallé, pero se desmayó en ese mismo instante. Cuando tomé consciencia de lo que ocurría todos, estábamos amontonados alrededor de Rin, intentando ayudarla, si es que se podía.

    No había tiempo suficiente para llegar al palacio, estábamos demasiado lejos. Entramos a un pequeño templo abandonado que estaba en medio del bosque. Kagome me pidió que saliera. A mí y a Inuyasha y al houshi. Me negué a salir, estaba tan desesperado que hubiera sido imposible que no lo notara. Forcejeé con Inuyasha, que me sacó a las rastras.
    —Sé que estás preocupado, todos estamos preocupados, pero mejor no entres —espetó brutalmente. Todo lo que tenía relación a él sin duda terminaba siendo brutal.
    Cuando escuché sus gritos, poco me importó lo que dijera. Iba a matar a Kagome.
    Sango la sujetaba con fuerza mientras Kagome le quemaba la herida en el hombro. Rin estaba inconsciente, pero aún así gritaba.
    —¡Quédate ahí! —me gritó Kagome muy enojada. No era mi imaginación que tuviera los ojos vidriosos mientras trabajaba. Sin duda, de todos los heridos que había atendido durante su entrenamiento, nunca había contado a Rin, hasta que esto sucedió. Así que lo hacía sufriendo.
    Me reprimí para no saltarle encima, era un suplicio escuchar a Rin gritar y llorar de dolor.
    —¡Por eso te dije que te quedaras afuera! —¿lloraba de enojo o de dolor? A ellas tampoco les agradaba hacerle eso a Rin.
    Me quedé paralizado junto a la entrada del templo mientras observaba su trabajo de médico, mezclado con el uso de poderes espirituales. ¿Qué clase de engendro era Kagome? Junto a Kagome había un recipiente, algo le habían hecho beber antes de proceder, aún así le dolía. Sus gimoteos me partían en dos. Ni siquiera al serle aplicados vendajes dejó de sentir dolor. A pesar del frío, Kagome había sacrificado las mangas de su haori.
    Además de eso, ella, Sango y Miroku se quitaron los kimonos interiores que llevaban y los cambiaron en lugar de las ropas rotas que llevaba Rin. Todo por abrigarla aunque se estuvieran muriendo del frío. Mi preocupación era de palo comparada con los cuidados de ellos ¿verdad?
    Me sentía un gusano.
    Me sentía inútil, incapaz de hacer nada. Lo que yo debía hacer aferrado a la Tenseiga, Kagome podía hacerlo con sus privilegiados ojos, no necesitaba de ninguna herramienta para poder ver a los mensajeros del otro mundo, no necesitaba de un arma sagrada para borrarlos del mapa más que sus manos, evitando así que las personas murieran.
    Me hallé envidiando con rencor a los ojos de Kagome, yo no podría verlos, no podía salvarla. Kagome sí podía.
    Rin quería venir conmigo y se estaba sentenciando a muerte. Esta era una prueba, mis sirvientes eran de palo y un gran número de ellos la odiaban, llegando incluso a permitir semejantes masacres.
    Kagome, Inuyasha y los otros la trataban como si fuera un tesoro y les dolía que sufriera así. Aún siendo humanos eran capaces de sacrificar más que yo. Ya lo sabía, siempre había sabido todo eso.
    ¿Entonces qué? ¿Dejarles a Rin a ellos? Era lo mejor, lo correcto, lo que debía ser aunque no quisiera y aunque ella tampoco quisiera. Siempre había sido así y no podía cambiarlo ni aunque le obsequiara las Tierras de Occidente envueltas para regalo, porque eso no servía de nada.
    Idiota. Me dije a mí mismo, me lo venía repitiendo desde hacía años.
    Ya entrada la noche, asomé a la puerta del templo. Castigarme en el frío no iba a ayudarme de nada.
    Rin estaba apoyada en el suelo, de lado y todos estaban sentados a su alrededor. De repente, conscientes de mi presencia, me miraron. Rin estaba inmóvil en el suelo, pero su respiración la delataba, estaba despierta. Esa habitación era muy pequeña para todos, alguien debía salir.
    Entré.
    —¿Cómo te encuentras?
    —Rin está bien —contestó con voz apenas audible sin moverse de donde estaba. Esa frase se oía tan mentirosas que me hacía daño, pero lo oculté.
    —¿Sientes dolor? —la pregunta era estúpida, pero necesitaba mantener el contacto.
    —No significa nada, Sesshoumaru-sama está aquí, eso está bien para mí —de modo que era cierto, ella sobrevivía por mi causa, como si estuviera obligada a seguir con vida. No era feliz: intentaba hacerme feliz.
    Por primera vez se movió y cuando Inuyasha y los otros se hicieron a un lado sin dejar de verme, ambos, ella y yo, nos encontramos mirándonos a los ojos. Era el fin, ella no podía seguir dependiendo de mi mano, no terminaría de sufrir si elegía eso. No me importaba partirme en dos, ella no podía seguir siendo víctima, mis sentimientos egoístas no tenían lugar.
    Las fantasías nunca tenían lugar en el mundo real, yo parecía no querer aprenderlo.
    —No es necesario que gaste sus palabras —dijo con esa voz tan suave y cantarina y entrecerró los ojos, en todos estos años se había vuelto tan fría…— ¿Me dejará aquí, verdad?
    Ella también lo sabía, quizás mi expresión era tan evidente para ella.
    Iba a salir, regresar a casa, al palacio.
    —Espera, Sesshoumaru —dijo Kagome con notable enojo en la voz.
    La miré de soslayo. Mejor que ni se le ocurriera detenerme. Ni retenerme
    —No puedes irte, Rin te ha estado esperando aquí y tú…
    —Cállate. Rin no puede permanecer dentro de las Tierras, es demasiado peligroso. Tiene que estar entre ustedes, los humanos. Están en el límite Este, desde aquí regresen a su aldea.
    A su aldea. No quería tener que repetirlo, porque inevitablemente dolía, como me había dolido cuatro años atrás decirlo en la aldea y frente a esa miko anciana. No era divertido tener que exiliar a mis allegados. Si cuatro años atrás Kagome no hubiera desaparecido, si hubiera estado ahí para escucharlo, no me estaría haciendo repetirme ahora, no nos lo estaría haciendo más difícil.
    Rin se había vuelto tan silenciosa como yo ¿verdad? Ya no lloraba a gritos, ni reclamaba ni pataleaba como había hecho cuatro años atrás. Aunque no dijera nada, seguramente la procesión iba por dentro, la conocía tanto que estaba seguro de que estaba sintiendo lo mismo que yo: a esta hora, ayer, le estaba prometiendo otra cosa solo para descubrir justo un día más tarde que era imposible y que había que aceptarlo tal y como venía.
    Yo tuve que aceptar que fui desheredado y que tenía que levantarme solo, desde cero, y que en ese camino iba a estar solo. Ella tenía que aceptar que era humana.
    Ninguno de los dos nunca habíamos creído en algo así como el destino, ese destino en el que no creíamos estaba dictando que estar juntos equivalía a morir dolorosamente.

    Ponía un pie afuera cuando Kagome se interpuso en mi camino.
    —Hazte a un lado.
    —Explica esto.
    —No hay nada que explicar. Te dije que te hicieras a un lado.
    —No puedo quedarme aquí fingiendo que no está pasando nada, no tienes idea del tiempo que Rin estuvo esperando para poder regresar aquí y nosotros lo creímos. Inuyasha ha dicho que tú se lo prometiste, que dejarías que ella y Kohaku entraran a las Tierras del Oeste ¿y ahora haces esto?
    —No estás en posición de reclamarme nada. No tengo la culpa de que hayas estado metiéndole ideas en la cabeza o… espera. Sí, sí tengo la culpa de eso y no sabes cuánto me arrepiento.
    La empujé y salí.
    —¡Se lo prometiste!
    —Las cosas no deben ser así —le recalqué exasperado.
    —¿Acaso es imposible y doloroso llevar a Rin contigo?
    —Sí lo es.
    —Esto le ha pasado por estar lejos, si tú hubieras estado…
    —¡Kagome, maldita sea! —era el colmo— no podré estar siempre y tú lo sabes. No soy un dios, no puedo decidir sobre la vida y la muerte de nadie. Si Rin muere no podré hacer nada por ella. Y lo sabes.
    —Pues morirá de tristeza si la dejas aquí.
    No, no podía subestimarla.
    —No soy dueño de la vida de Rin, no ha muerto en cuatro años ni le sucederá ahora. Si ella cree que yo soy una única razón de vivir o de morir —avancé hacia ella—. Es tu culpa.
    —No puedes negar que muchas veces regresabas por ella, no intentes cargarme con culpas tuyas —apretó los puños y unas lágrimas cayeron por su rostro—. Nosotros solo le hemos dicho lo que hemos visto, lo que tú querías hacer creer.
    No tenía forma de contradecirle eso. Yo me había estado boicoteando tanto tiempo y de tantas formas, que ahora no tenía excusas.
    La rodeé.
    —Me he equivocado ¿es lo que querías oír? Bien. Adiós.
    —No —me sujetó del brazo—. Si Rin no está dispuesta a protestar, yo sí.
    —Suéltame —me deshice de ella y se volvió a poner delante.
    —Ya van como quinientas veces que tenemos esta discusión, no sabes cuánto nos hartas a todos. Vas y vienes, un rato quieres llevarte a Rin y al siguiente te contradices y que es peligroso ¡Basta! ¡Decídete!
    —Me decido —le grité—. Rin se queda con ustedes.
    —Es una decisión equivocada, Sesshoumaru.
    —Equivocadas son mis aspiraciones —si eso era lo que quería oír, que quería a Rin conmigo aunque no debiera ser, allí tenía, me estaba rebajando a su nivel.
    —No. Ir en contra de lo que sientes siempre será una mala decisión.
    A otro perro con ese hueso.
    —Por lo que siento estoy dejando a Rin en tus manos y en manos de Inuyasha, porque confío en ustedes.
    —¿Y no confías en ti y en lo que sientes?
    Me mofé.
    —Mis “seguridades” tienen fama de haber causado muertes de inocentes —recordé la muerte de Kagura y los problemas que esto desencadenó.
    —Nosotros hemos cuidado de ella con la esperanza de que tú regresaras.
    —Pues pusieron sus esperanzas en la meta equivocada.
    —Claro que no, porque es lo que ella misma había querido desde un principio. Ella creció así, no es nuestra culpa, no es culpa de nadie.
    —Pues creció con ideas equivocadas y lo siento —realmente lo sentía.
    —La hemos cuidado porque no nos dejaste otra opción, estaba en nuestras manos como tú dices. Pero nunca estará mejor en ningún lado que contigo, aunque creas lo contrario. Eso es una muestra de que no crees en ti, de que tu “madurez” es una farsa —se llevó una mano al pecho— ¿Acaso crees que Inuyasha no teme por nosotros? ¿Crees que no podemos estar en constante peligro? ¿Has visto que nos haya dejado en manos de alguien más solo por miedo?
    Eso me cayó como una armadura de plomo. Era verdad.
    —Inuyasha ha renunciado a sus derechos sobre las Tierras del Oeste, no tiene ese peso encima. Yo sí.
    —Abandónalo, entonces.
    —Claro que no.
    —¿Acaso un poder vale más que Rin?
    —Claro que no, pero el Oeste no puede quedar sin un Guardián, será el acabose.
    —¿Por qué no admites que crees que Rin será una debilidad y que no puedes aparecer con una humana y que serás tan cobarde que simplemente permitirás su muerte?
    Le soné una bofetada tan fuerte que le dejé las marcas de mis garras.
    Se levantó de la nieve como si no hubiera sentido el golpe.
    —Golpéame todo lo que quieras, pero acepta lo que te estoy diciendo.
    —No conoces la magnitud de lo que estás diciendo.
    —Claro que la conozco —parecía exasperada—. La decisión que te estamos pidiendo es por demás peligrosa, pero Rin estará en peligro dondequiera que vaya, eso no puedes cambiarlo, es humana. Y es relacionada contigo donde sea que se la lleve.
    —Ya lo sé.
    —Y a pesar de eso hasta hace unas horas aceptabas su regreso.
    Me le quedé mirando en silencio. ¿Quería motivos para odiarla? Ahí los tenía.
    —Es la decisión más peligrosa, pero es la que ambos quieren, entonces es la correcta.
    —No creas que por presionarme me harás cambiar de opinión. Yo no soy Inuyasha, métetelo en esa dura cabeza. Y Rin nunca será como tú.
    —Y tú métete en la cabeza que estas cosas seguirán pasando hasta que no te la lleves y tengas el pellejo para decir a todos que la amas.
    —Eso fue muy atrevido de tu parte —le gruñí.
    —Pero es la verdad.
    Le gruñí más.
    —Gruñe todo lo que quieras, pero no puedes negar la verdad. Deberías dejar de vacilarnos, aceptar las cosas como son, como quieres que sean y no “…como deberían de ser…” —dijo imitando mi acento.
    —Bueno ¿las cosas como son? Yo las veo así: Rin es humana y tiene que estar entre los humanos y yo soy el Dios del Oeste y tengo que cargar con eso solo.
    —Te has olvidado de la más importante.
    —¿Qué?
    —Que a pesar de eso, ambos se aman y se necesitan y quieren estar juntos.
    Le gruñí.
    —Dilo, Sesshoumaru.
    —Púdrete.
    —Pues yo me pudriré, pero no sin antes oírlo.
    Me mordí la lengua.
    —Me voy —levanté vuelo pero me hizo bajar de un golpe, maldita miko y malditos poderes espirituales
    —De aquí no te vas sin Rin, aunque llegue el fin del mundo. Dilo.
    —Aishita Rin. ¿Es lo que querías oír?
    —¿Quieres que regrese contigo?
    Se hizo un largo silencio.
    —Sabes que lo quieres, todos lo sabemos, ella lo sabe. Sino, no te hubiera estado esperando tanto.
    La miré callado.
    —Dilo.
    —Sí —me dolió decirlo aunque fuera la verdad.
    —¿A pesar de que sea riesgoso y doloroso?
    —Estás yendo demasiado lejos, Kagome.
    —No, no estoy ni cerca. Yo no soy el youkai que se enamoró de ella, tú sí que has ido lejos.
    —Pues es un buen momento para regresar.
    —Sesshoumaru, sabes que es “un poco” tarde para regresar. Sabes que te dolerá más.
    Así que lo sabía.
    —Lo acepto.
    —¿Entonces van a volver al lugar de donde pertenecen ambos?
    Desvié la mirada.
    —¿Sabes lo que Rin me dijo antes de que entraras?
    Lo sabía, la había escuchado y no quería recordar.
    —Me dijo que sabías cómo recuperar a Kohaku y que temía por ti, viviendo entre un clan de sublevados, que ella quería regresar porque quería ayudarte a acabar con eso. Y también previó que intentarías dejarla porque estabas asustado.
    Rin, maldita sea, que supieras que yo estaba adolorido y asustado no significaba que tuvieras que ir a decírselo a todos.
    —Y también dijo que no intentáramos oponer resistencia, que sabía que lo hacías por amor.
    Así que nos teníamos calcados como a nosotros mismos.
    —Rin te conoce mucho ¿verdad? Tú no estarás con nadie mejor que con ella.
    —Cállate.
    —Acéptalo.
    —No lo niego.
    —Pero acéptalo.
    —No intentes presionarme.
    —No te presiono.
    Maldita embustera.
    —¿Acaso soy como la voz de tu conciencia?
    No le respondí.
    —¿O Rin lo es?
    La miré de lleno.
    —Basta, me cansé de que te burles.
    —No me estoy burlando, estoy intentando ayudarte.
    Ella intentando ayudarme, cómo no.
    —Bueno, si no me lo dices a mí, se lo vas a decir a ella —corrió hacia la puerta y les hizo a todos una seña para que salieran. Asimismo me hizo señas de que entrara.
    Con la duda aplastándome aún más que la culpa y que el miedo, entré. Kagome cerró la puerta y los oí alejarse del templo, bosque adentro en plena noche. Rin, sin moverse del suelo, me miraba.
    Me acerqué de forma lenta, intentando que ni siquiera mis pasos rompieran el armónico silencio y la comunión callada que siempre habíamos tenido. Estábamos solos. Casi.
    —¿Cuándo partirá?
    Después de todo lo que había sucedido en tanto, tanto tiempo, no me sorprendió que ella usara la retórica y me hablara como si fuéramos dos personas distantes. Siempre me había dolido aunque no lo demostrara. Lo que creía que era lo correcto iba en contrapelo siempre a mis decisiones. Si era verdad que el amor que allí había sobrepasaba la devoción, éste se parecía a la danza del Sol y La luna: imposible. Como cuando se unían en lo alto del cielo y todo quedaba a oscuras, así quedaban las cosas entre nosotros. Eran infranqueables y terroríficos abismos de dolor, ni siquiera yo hallaba suficiente valor para saltarlos y débilmente me preguntaba… youkais como mi padre, ¿cuántas veces se habrían visto obligados a pasar por aquello?
    —No partiré —me fui inclinando hasta quedar a nivel del suelo, sin quitar la vista de su rostro de sorprendida expresión—. Vivo equivocándome, metiéndome y metiendo a otros en problemas. Elegirnos fue la peor de las equivocaciones, y no hay regreso hacia atrás ni manera de cortar el lazo por mucho que lo intente.
    —Lo sé, ya se lo había dicho —intentando evitarle el dolor, la levanté y la coloqué en mi regazo mientras contemplaba cómo las sombras danzarinas provocadas por el fuego dibujaban nuestras siluetas unidas en la pared.
    —Es la mejor equivocación que he cometido en mi vida —me acomodé un rebelde mechón de cabello detrás de la oreja—. No puedo echarlo a perder. Tal vez Kohaku ya no esté con vida a estas alturas, hemos tardado demasiado. Si no lo haces por ti, al menos deberías regresar a esa aldea por mí.
    —Sesshoumaru-sama, aunque allí esté segura, estar lejos de usted…
    —Dije que es lo que deberías hacer, no que lo harás. Deberías saber que, como todo youkai, seré egoísta: no voy a equivocarme solo, tendrás que equivocarte conmigo.
    Me sonrió.
    —Por supuesto, es lo que he querido toda mi vida —quiso sentarse, pero el dolor provocado por sus heridas, tan marcado incluso en su expresión, se lo impidió.
    La acallé y la retuve en una posición cómoda para un herido. Era como estar acunando a un bebé y tratándolo con devoción. Me recordé que así era como acostumbraba regresar de la muerte, en un silencio consolador y, además, entre mis brazos. Qué diablos. El tiempo parecía tan relativo y en lentitud cuando mi mente estaba conectada a la de ella y el espacio, independientemente de nuestra situación, parecía inexistente.
    Levantó la mano libre que no estaba vendada y la apoyó en mi pecho, por sobre la altura de mi corazópn. Su calor humano y su olor a flor silvestre me invadieron. Tenía una cualidad tranquilizadora. Sus emociones corrían hacia mí como si no hubiera distinción entre nuestras mentes. Al parecer, no era algo que simplemente sucediera en los objetos de esa aldea o en su rosario perdido, de ahora en más, nuestros pensamientos parecían estar íntimamente conectados. ¿Cuándo? ¿Cómo? Había mucho miedo.
    —¿Tuviste miedo?
    Sus ojos se llenaron de lágrimas.
    —Creí que no podría volver a verlo nunca —se acurrucó contra mí, no parecía importarle su dolor.
    —Creí que te perdería, que ibas a morir —estaba de más decir que me había asustado mucho— ¿No le temes a la muerte? —me di cuenta de que había estado hablando en susurros.
    Tomó aire.
    —La muerte es una mala amiga que m e visita siempre solo para asegurarse ue la recuerdo y que tengo presente que en algún momento me llevará con ella, es algo que no se puede evitar —no entendía por qué me había desviado la mirada—. Si no hubiera podido volver a verlo nunca, mi vida habría perdido por completo su sentido.
    —No digas eso —yo sabía que, incluso en su débil condición humana, ella podía resultar mucho más fuerte que yo. Quizás durante todo ese tiempo me había estado alimentando de la fuerza de su corazón para poder ponerme en pie y pelear. Así era, así tenía que ser ¿existiría el hilo rojo del destino?
    —Es la razón por la que estoy con vida.
    —Soy la razón por la que casi mueres —la así con fuerza.
    —Eso no es cierto, yo le debo todo lo que soy desde que “nací”.
    Le toqué la cabeza en el sitio donde se había golpeado al arrojarse sobre la nieve, tratando de llegar hasta mí ¿y yo? ¿Qué le debía? ¿Cómo se cuenta algo inconmensurable?
    —¿Por qué lo hiciste?
    —Mis ojos no veían claro, sabía que iba a acudir a mi llamado, que estaba allí, que el youkai de armadura negra era usted, que no me iba a dejar sola.
    —Uno de mis soldados te salvó la vida en el bosque ¿Si él no hubiera aparecido, qué hubiera sido de ti? ¿Me esperabas?
    —No.
    Lo dijo con tanta certeza.
    Yo había tenido que soportar tantos tipos de golpes. No pensé que aquella simple palabra me haría trizas. Ella siempre me esperaba, siempre tan confiada en mí y en mi fuerza… pero no esa vez ¿Era el sonido del orgullo roto?
    —¿Realmente no me esperabas? —orgullo de mierda, yo queriendo hace del príncipe todopoderoso en el escenario donde no podía hacer nada.
    Ella negó con un leve movimiento de cabeza.
    —Yo aún estaba exiliada cuando eso sucedió, pensé que no volvería a verlo y que moriría entre los lobos.
    —¿Creías que yo te había abandonado?
    Sacrilegio ¿Cómo podía dudar de mí? …¿Y cómo confiar?
    Bajó la mirada y sonrió.
    —Usted tiene tantas cosas de las que preocuparse, tantas obligaciones, tantos edictos que cumplir. Si yo fuera a convertirme en un obstáculo en su camino, en un problema, ya que no podría vivir, preferiría morir —hablaba de la muerte de esa forma tan despreocupada—. En la vida de un dios, yo sería algo sin importancia, sin valor real, que no merece su tiempo.
    —Ninguna de las obligaciones que pone mi nombre jamás podría desplazarte a un segundo lugar. Si te crees incapaz de vivir sin verme, yo no podría vivir con la conciencia tranquila sabiendo que te dejé morir por algo sin sentido —la tomé del mentón para que me mirara—. Nunca te haría eso, y si lo hiciera, que me juzguen nuestros dioses.
    “Nuestros” dioses. Estaba intentando en vano unificar su mundo al mío.
    —Los dioses de los youkai son inclementes y ajenos a los humanos —me recordó ella—. No les importaría. Usted es uno compasivo, uno muy raro.
    Sí, lo era.
    —Inuyasha aún es parte de mi familia —tomé aire—. Aunque sea una escoria inútil, torpe y con aire en el cerebro, aún así podríamos considerarlo como uno entre nosotros, los dioses de los youkai. Él jamás me perdonaría.
    Me miró y sonrió.
    —No, no lo haría. Pero usted no le haría caso.
    —Le haría caso —afirmé.
    —No, en realidad no lo creo —nadie nunca había osado no creerme.
    —Le haría caso, porque tendría la razón —apoyé mi cabeza a un lado de la suya—. Te protegeré mientras pueda, somos como uno —la miré a los ojos y ese silencioso instante se hizo eterno.
    —¿Eso significa que no me dejará? —rompió el silencio a lo lejos.
    —Te llevaré conmigo, te lo he prometido. Venía prometiéndotelo —desvié la mirada unos segundos—, no quiero tener que romper nunca una promesa.
    —Sesshoumaru-sama…
    La miré de lleno. Ahí estaba tan débil en mi regazo…
    —Rin —me encontré con su rostro tan cercano al mío, que podía sentir su respiración agitada debido al frío.
    Alejé mi rostro del suyo así como hacía unos segundos me había inclinado sobre ella.
    —¿Maestro? ¿Sucede algo malo?

    ¿Silencio incómodo?

    —¿Ya terminaron de hablar? —preguntó Inuyasha entrando intempestivamente al mini-templo—. Nos estamos muriendo congelados allá afuera y tú aquí…
    En ese momento, algo contundente cayó sobre su cabeza. El houshi le había aplastado el bastón por la mollera y lo había reducido hasta el nivel del piso de entrada. Nosotros nos quedamos mirando tan confundidos hasta que, al rato, apareció Kagome gritándole múltiples veces que “se sentara” y haciéndolo golpearse en el suelo hasta dejar una “notoria impresión” y un agujero de las mismas dimensiones. Creo que después intentó excusarse con nosotros o algo. No me importó, la armonía que irradiaba Rin se había roto.

    Volamos de regreso al palacio del Clan al salir el alba. No podía creer que en tan solo una tarde las cosas habían cambiado tanto. El dolor de las heridas de Rin era tan tortuoso que se irradiaba con fuerza y lo sentíamos a tal punto de sufrir verdaderamente por ella. Aquello no era mi imaginación, en el transcurso de unos años o quizás solo unos meses, habíamos desarrollado una conexión metafísica que nos permitía entendernos sin palabras y llamarnos a la distancia.
    Era curioso pasar por aquello, hasta hacía poco tiempo atrás yo había creído que solo los youkais eran capaces de tal prodigio, pero ya me había equivocado tantas veces que se me estaba haciendo costumbre, una odiosa costumbre.
    Decir sí, decir no. Entre los vaivenes, mi idea de mantenerla protegida lejos de mí o conmigo, convergían en una conclusión: era muy tarde, cerca o lejos, estábamos vinculados y ella correría peligro ¿prefería desentenderme de su destino o convertirme en dueño absoluto del mismo? No podía mentirme, quería ser el dueño, era un instinto muy fuerte. Quise maldecir a mi bendito padre que todo lo predecía, pero eso no iba a cambiar la situación, como dije, ya era tarde. Estaba metido hasta el cuello, estaba metido desde que me rebajé a mirar en el brillo de esos ojos pardos, al haberle preguntado cómo estaba, varios años atrás. Ese había sido el principio del fin. Qué importaba. Ya no importaba, ya no me importaba nada.
    O quizás sí me importaba.
    Kagome iba en la espalda de Inuyasha, que me seguía pegado a la retaguardia y Ah-Un, mi dragón, llevaba en su lomo a los otros dos humanos. Allí, volando por los cielos de mis dominios, con Rin en mi espalda, me sentía observado. No era mi imaginación, esos ojos a mis espaldas me escrutaban, a mí y a ella. Rin no parecía molestarse con eso. Yo sí ¡Que dejaran de mirarme como a un bicho raro! ¡Ellos también hacían estupideces! Era denigrante, ya había aceptado a Rin, que era lo que medio mundo esperaba ¡que se dejaran de jorobar, entonces! ¿Qué más iban a hacer? ¿Llevar un recuento de mi vida con ella? Eran capaces, Kagome era capaz. Encontrársela en la madrugada debía ser más terrorífico que las historias de miedo de los días libres.
    —Bueno, ya, dejen de mirar raro —soltó Rin repentinamente, aún en su debilidad física y ya no me sentí observado. Palabras mágicas.

    Casi a medio día, arribamos al palacio del Clan. De pronto, sentí que había pisado algo asqueroso, o sea, Jaken, pero no lo había notado sino hasta que Rin se esforzó en decir su nombre. Por suerte, el honorífico tan solo lo reservaba para mí ahora. Me di cuenta de que, en su sencillez, me hacía sentir orgullo. Me pregunté si todos los youkais aliados a humanos se sentía así.
    —Rin-san aún está herida y debe reponerse —me dijo el houshi con una sonrisa amable, parándose cerca de mí.
    Lo miré con un claro gesto de “ya lo sé”. Me puse en cuclillas hasta permitir a Rin tocar el suelo y sentí cómo Inuyasha la tomaba en brazos. Me di cuenta de que mis celos no solo se extendían a los humanos, estaba celoso de ellos, de Inuyasha, de los demás. En el tiempo que yo había dedicado a regir las Tierras, ellos se habían dedicado a cuidarla y darle afecto. Dos cosas que yo nunca habría podido hacer. No pretendía hacerles escenas de celos, pero mi expresión de molestia tal vez resultaba demasiado obvia, porque entraron a la casa con rin en brazos, tan rápido como si los persiguiera el mismo diablo. Genial, así que ahora era el demonio de ellos. escupí en la tierra, cerca de donde Jaken trataba de reponerse de mi pisada.
    —Sesshoumaru-sama, por fin ha vuelto a casa —dijo el renacuajo—. Encontré su nota ¿qué ha sucedido?
    —¿No te han informado? —pregunté incrédulo—. Tenemos traidores en la corte y Rin se encargará de decirnos quienes son.
    —Esa niña nunca se atrevería.
    —Pues va a tener que atreverse —planteé—. Es una orden —cuando yo daba una orden, había que cumplirla a rajatabla, jamás habría permitido titubear a un solo sirviente, ni siquiera a la misma Rin.
    —Sesshoumaru-sama
    Me detuve.
    —¿Le sucedió algo malo a Rin?
    ¿Es que acaso estaba ciego?
    —¿Algo? Le sucedió de todo —entré sin deseos de responder una pregunta más, sin deseos de afrontar ninguna queja. Estaba haciendo lo mejor que podía. Punto.
    Fui rápido hasta mis dependencias y encontré a unos escribas en la entrada.
    —Que se prepare una ceremonia de ascensión para mañana en la noche —ordené.
    —Sí, maestro —respondieron antes de irse veloces a cumplir mi orden.
    Al entrar, lo primero que hice fue buscar la presencia de Rin y Kohaku en los mapas, pero ambos seguían invisibles.
    La puerta se abrió y Jaken entró corriendo.
    —¿Qué quieres?
    —Amo, pensaba que debía ser yo quien le informara y nadie más.
    —Suéltalo —me senté de forma solemne en mi sitio predilecto y lo escuché.
    —Ayer en la tarde llegaron mensajeros, su madre regresa hoy, Sesshoumaru-sama.
    —Mi madre regresa hoy —repetí sin caer en la cuenta. Y yo con una chica humana herida en el piso de abajo, que antes había sido mi cuarto. Qué conveniente—. ¿Como a qué hora?
    —Antes del toque de queda. Al buscarlo y no encontrarlo, enviamos el mensaje de que usted había salido de las tierras del Oeste y aún un había regresado. Sonó ofensivo, pero…
    —Pero qué.
    —Pero ella vendrá igual y con toda una corte, según nos informaron.
    ¡Genial! Más “buenas” noticias.
    —… por eso, Sesshoumaru-sama, preparamos una reunión entre ambos para mañana en la noche.
    Le reventé un jarrón por la cabeza. El día siguiente, en la noche, se llevaría a cabo la ceremonia de ascensión que había estado planeando. ¿Acaso mi madre debería presenciar que subía a Segundo Rango a una humana? ¿Debía saber que estaba en sendas de ser traicionado y atacado justo como le había sucedido años atrás a mi padre? Pobres de nosotros.
    —Sus órdenes, amo —pidió con un monumental chichón en la cabeza.
    —Pasen la ceremonia de ascensión que preparaba de ayer a hoy en la noche.
    —¿Qué? ¿hoy en la noche? Pero, amo, si solo nos quedan tres… —le arrojé otro jarrón— …horas —dijo antes de salir corriendo por la puerta con dos chichones— ¡ya mismo lo hago!
    Inmediatamente, salí a supervisar a los escuadrones que servían en el palacio y di la orden de prepararse para un acto formal. No entendían nada, pero obedecieron. La obediencia a través del miedo me estaba dando mejores resultados. Personalmente, los ordené como se suponía que debían presentarse. Eran un desastre.
    —¿Así se supone que honrarán al gran Inu no Taishou? —les grité con odio— ¡Es una vergüenza! ¡Prepárense adecuadamente, malditos insectos traidores! ¡Les llegó la hora!
    Muchos no comprendían nada y otros demostraron temor ante mi afirmación. Supe que se habían puesto el rótulo en la cara y hasta en japonés.
    No les quedaron ni las cenizas.
    Las cosas eran más sencillas, los que habían sobrevivido a mi contraataque, o eran muy buenos mentirosos o no habían formado parte de la sublevación. Si aún algún traidor se encontraba entre los supervivientes a mi ira, rin se encargaría de decirme quienes eran.
    Les dije que siguieran entrenando.
    Llamé a un escriba y hablé con él en un sitio apartado.
    —Vas a hablar con Ginakihoshi, el zorro plateado. Que él te diga quienes son los guerreros que están bajo sus órdenes en el subgrupo. Anótalo todo. Que ellos no se presenten en la ceremonia de esta noche —yo tenía que hacer otra cosa, mientras tanto, el kitsune se encargaría de salvar la vida a aquellos que me habían sido leales en la batalla mientras otros hacían de sus fechorías aquí, en las tierras del Oeste.
    —Sí, maestro.
    Al acabar la pequeña conversación, me dirigí hacia las dependencias de Rin. Cuando abrí la puerta, me invadió un molesto olor. Kagome estaba en alguna parte, allí dentro. Al entrar en el cuarto en donde estaba su lecho, vi a través de la cortina de bambú a la chica acostada y a Kagome sentada junto a ella. Aparentemente hablaban hasta oír abrirse la puerta por la que yo acababa de entrar.
    Kagome me miró por instantes.
    —Me retiro —les dije y volteé.
    —No, yo ya me iba —dijo Kagome mientras se ponía rápidamente de pie y se apresuraba en salir detrás de la cortina de bambú. Cruzamos miradas—. No dije nada que no debiera —susurró como para que Rin no oyera.
    No importaba, ya había hecho de las suyas la noche anterior y allí estaba nada más y nada menos que el resultado de sus manipulaciones sobre decisiones ajenas. Salió a paso rápido e instantáneamente me olvidé de ella para centrarme en mi humana. El olor de Rin realmente estaba impregnado en todo el lugar y su silueta se perfilaba por detrás de la cortina. Me metí y me senté al borde de su lecho, pero me quedé en silencio hasta estar seguro de que no había nadie en los alrededores. Ella se limitó a mirarme y me sonreía a pesar de su dolor. Estaba seguro de que jamás entendería cómo alguien podía ser tan tierno. Me sentí invadido aún en mi propio hogar.
    —Rin.
    —Sesshoumaru-sama, ha venido a verme.
    —Te he estado trayendo conmigo, he estado viéndote.
    —Muchas gracias.
    Permanecimos mirándonos un rato en silencio hasta que llegó el instante de esa comunión en la que nos comprendíamos sin necesidad de palabras.
    —Quiero que hagas algo aunque no te agrade. Es por mí, por Kohaku, por todos —sabía que al decirle eso no podía negarse. Era capaz de renunciar a sí misma en pos de los demás.
    —¿Qué debo hacer?
    —Debes decirme quienes son los sublevados que fueron los culpables de que terminaras lejos de aquí.
    —¿Los matará, maestro?
    —No pueden vivir para hacernos la vida imposible. Yo sé que tú le dijiste a Kagome que querías acabar con todo esto, y la única forma de hacerlo es hablando. Esto tú lo sabes —no iba a darle más vueltas al asunto—. Esto tiene que ser rápido.
    —Kohaku-kun… él… Sesshoumaru-sama ¿usted puede recuperarlo? ¿Traerlo de regreso aquí? Sango-sama ha estado preocupada, Kagome-sama dice que ha llorado toda la tarde y que está encerrada con Miroku-sama y sus hijos.
    Excelente forma de extorsionarme.
    —Cuando me digas quienes han sido los culpables de entre todos los soldados de mi guardia, entonces los presionaremos para que digan en dónde dejaron a Kohaku y mandaremos en el acto a buscarlo y traerlo de regreso. Y atenderlo de inmediato si es que ha sufrido —leí las expresiones de su rostro—. Solo tienes que hablar.
    Levantó una mano y se la sujeté con fuerza. Sentí como si su tacto me quemara y me recorriera una extraña corriente eléctrica. No dije nada, sólo la miré en condescendencia.
     
  19.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

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    Pluma de
    Escritora
    Re: Eclipse Total

    hiola!!!!
    bueno, como ya sabes me gustan, mejor dicho me encantan los capis el el fanfic. me encanta la personalidad de Sesshoumaru y es una de las cosas por las cuales me gustan leer tus fanfics. haces muy bien la personalidad de los personajes.

    espero con muchas ansias la conti. sobre todo por que esta muy bueno el fic (ya lo dije? lo siento es que no puedo evitarlo xD)

    solo que cuidado cuando escribes, te comiste una letra y escribiste separado una palabra.
     
  20.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

    Piscis
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    18 Abril 2009
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    269
    Pluma de
    Escritora
    Re: Eclipse Total

    hola lube!!!
    bueno que te puedo decir me dejas con la boca abierta*0*
    la verdad todavia no lo termino de leer me faltan dos capitulos
    pero wooooooooooouw estabs si que has volado alto!!
    me arrodillo ante ti!!
     

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