Dulce amistad

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Dulce amistad​

No lo entendía… ¿Qué acaso no apreciaba lo que hacía por él? Pensando en aquella pregunta caminé sin rumbo alguno. Hasta qué me topé con un lugar familiar, aquel al que acudía siempre cuando me sentía mal y me encontraba con mi amigo. Dónde nadie me impedía ser yo misma.

Entre a aquel territorio, un campo de fútbol y al lado de él un pequeño parque. Caminé por toda la cancha. Al llegar a una de las porterías, simplemente me apoyé en ella, sintiendo su frescura que me tenía atrapada. Me endereche y seguí caminando. Llegué al frente de un columpio y me senté en él mirando hacia abajo, pensando en aquellos tiempos en el que todo era más sencillo.

De pronto se escuchó un estruendo, al parecer iba a llover nuevamente; no me moví de ahí.

Hasta que pude sentir, entre tanta soledad mía, una aura relajante. Levanté la mirada, para ver quién era el causante de aquello. Me sorprendí al ver a un amigo mío; no le tomé importancia y bajé la mirada nuevamente. Escuché sus pasos entre el césped, seguí hundida en mis pensamientos. Pero eso pronto terminó, al ver sus zapatillas deportivas frente a mí. Se agachó y levantó mi rostro… No pude soportar aquella mirada suya, inmediatamente hice que me soltará viendo hacia otro lado. Pero él no se rindió y me preguntó: “¿Qué ocurre?”. Esas palabras suyas me dieron un gancho al corazón… En ese momento quería llorar, pero no me lo podía permitir. Ya que yo lo admiraba y no quería que me viera así. Sin embargo, al poder capturar el calor que él me daba en un cálido abrazo, sentí dos gotas de agua rodar por mis mejillas, no lo entendía ¿acaso salieron por cuenta suya? Lo que hubiese sido ya había pasado y no podía esconder mi dolor.

Empezó a llover. Apenada, apoyé mi rostro sobre su pecho y con mis manos en la misma zona y entre en llanto. El simplemente me abrazó más fuerte, dando así, señal de qué me dejaba llorar. Sin razón alguna empecé a culparlo por todo, por mi sufrimiento, por aquella lluvia, por mi llanto, porqué me viera llorar de esa forma, por todo.

Al quedarme sin más lágrimas, me separé de él y me levanté. Y con furia le grité

“¡Eres un idiota!” Seguidamente, me abrazo y me susurro…

“Seré un idiota, pero seguro el que más quieres”. Lo aventé y me fui corriendo a la portería que quedaba del otro lado. Me persiguió con su balón en mano. Me logró alcanzar. Me atrapó y me abrazó por detrás, así, dejando caer su balón. Reaccioné de forma positiva le tomé de las manos alegremente, apoyando su cabeza en mi hombro, mientras nos mecíamos de lado a lado.

Me quedé atrapada en toda mirada que me dirigía… Tal vez, sólo tal vez… Aquello que sentía hacia él iba a cambiar a algo más intenso… Quizás a aquello a que muchos hacen llamar el sentimiento más hermoso… El famoso…

Amor…