Divina comedia.

Tema en 'Otros Fanfiction' iniciado por Zeon, 23 Enero 2012.

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    Zeon

    Zeon Iniciado

    Virgo
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    15 Septiembre 2011
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    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Divina comedia.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    3636
    Prólogo.
    Precedida y acompañada como siempre por la agradable mezcla de aromas que adquiría con sus baños de sales diarios, la hermosa Afrodita, la antigua diosa de la belleza y de todo lo relacionado con la sexualidad, abandonó el ascensor (incluso el Olimpo se había modernizado con el paso del tiempo) y regresó a su hermoso templo de mármol rosáceo lanzando sus zapatos por los aires y tumbándose en su cómodo sofá de terciopelo rojo.
    — ¡Estas sesiones de compras intensivas me hacen polvo los pies! —Exclamó con su melodiosa voz mientras se frotaba los dedos de los pies, cuyas uñas siempre presentaban un perfecto esmalte de color carmesí y purpurina. Al ver que no había nadie escuchándola, gritó—: ¡¿Por qué estás tardando tanto, Eros!?

    Explotado por su madre, el joven dios del deseo se hallaba en una lucha a muerte contra las puertas del ascensor, que intentaban cerrarse antes de que pudiera salir. La enorme cantidad de bolsas llenas de ropa proveniente de las más caras tiendas de Nueva York no se lo estaba poniendo nada fácil.
    — ¡Dame las cosas de una vez para que pueda examinarlas! —Le ordenó Afrodita; siempre se probaba la ropa después de comprarla, y el pobre Eros debía soportar las miradas de irritación de las dependientas cada vez que su madre le encargaba devolver las cosas que no le acabaran de gustar—. ¡Para ser un dios alado, estás tardando mucho!

    De no encontrarse mordiendo las asas de dos de las bolsas, Eros habría lanzado sobre su egocéntrica madre una avalancha de insultos. Dando un último tirón, logró abrir por completo la puerta del ascensor y salir a trompicones, cayendo al suelo ante la mirada desconcertada de la diosa.
    — ¿Se puede saber que estás haciendo, hijo? —preguntó mientras tomaba una de las bolsas y sacaba unas botas atigradas que combinaban líneas oblicuas amarillas y rojas para observarlas; disfrutaba con los colores llamativos y despreciaba los oscuros.
    — ¡Estoy diseñando un nuevo juego! —Bromeó Eros, deshaciéndose de la carga e incorporándose—. ¡Se llama “El ascensor me mata mientras mi madre no hace nada”!
    —Seguro que será un éxito entre los críos—corroboró Afrodita, tan concentrada en probarse las botas que no percibió la ironía.

    Resoplando ante la indiferencia de su madre, Eros se quitó la camiseta que se había puesto para pasar desapercibido en el mundo, revelando un trabajado torso que le convertiría en la envidia de cualquier modelo y liberando las grandes alas de plumas blancas, en las que sentía un molesto hormigueo tras haberlas mantenido inmóviles durante horas.
    —Me vas a despeinar—le reprochó Afrodita cuando comenzó a batir las alas para librarse del hormigueo.

    Deseoso de perder a su madre de vista, el joven dios abandonó la sala principal del templo y se dirigió a su habitación, recordando con nostalgia los tiempos en los que había pensado que jamás crecería. Durante siglos, su bloqueado desarrollo le había permitido ser el niño mimado de Afrodita y de todas las diosas del Olimpo, convirtiéndole, sin embargo, en el blanco de las burlas de Ares, su padre, y de los demás varones divinos. Permaneció en su estado infantil hasta el día del nacimiento de su hermano Anteros, dios del amor correspondido y vengador del amor no correspondido, cuando se desarrolló hasta convertirse en un apuesto joven que pronto se convertiría en la mula de carga de su madre.
    — De haberlo sabido, jamás les habría dicho que quería tener un hermanito—se dijo con cierta amargura a pesar de saber que no lo decía en serio, pues quería mucho a su hermano.

    Se examinó en uno de los muchos espejos que cubrían las paredes del templo (“¿Cómo puede ser mi madre tan vanidosa?”). Había heredado bastantes cosas de sus padres. Había obtenido su complexión atlética y su bronceada piel de Ares, quien también le había legado su famoso arco y sus flechas, creados por Hefesto a petición del dios de la guerra, que deseaba convertirlo en un bravo guerrero. No obstante, Eros había heredado de Afrodita su desprecio por los conflictos bélicos y no prestó ninguna atención a los consejos de su padre sobre el modo más despiadado de acabar con sus enemigos.

    Orgullosa de la decisión de su hijo, Afrodita, de quien Eros había heredado el cabello rojo como el fuego y los ardientes ojos castaños, hechizó las flechas de modo que no provocasen daños verdaderos, sino que las capacitó para encender la pasión en sus objetivos, convirtiendo el plomo que las componía en oro. Aún así, algunas flechas estaban demasiado ligadas al poder de Ares, por lo que los hechizos de la diosa provocaron que fuesen capaces de apagar la pasión y extender el desdén. Fue así como Eros obtuvo las flechas de oro, que provocaban el enamoramiento, y las flechas de plomo, que ponían fin al mismo.

    — ¡Hermano!
    Sobresaltado, Eros regresó al presente y vio a su hermano Anteros correr hacia él. Su hermano pequeño, al que le gustaba llamar vengador, no había heredado nada de Ares, quien jamás se había interesado por él, salvo el tono oscuro de su piel; su cabello y sus ojos eran idénticos a los de Afrodita y Eros, pero su complexión era más liviana que la del segundo. Al verlo en aquel momento, Eros se sorprendió al descubrir la palidez de su rostro y el horror brillando en sus ojos; jamás había visto a Anteros tan alarmado.
    — ¿Qué ocurre, vengador? —le preguntó cuando el dios se detuvo jadeando ante él.
    — ¡Hermes se coló en el templo, en tu habitación, en un descuido y…y…! —Trató de explicarse, pero debía de haberse llevado tal susto que le costaba hablar—. ¡Tienes que verlo…con tus propios ojos!

    Anteros tomó a su hermano mayor de la mano y le llevó corriendo hasta su habitación, sorprendiéndole de manera desagradable al descubrir que Hermes no había allanado su propiedad en solitario. Dos saludables e inmensas reses se paseaban por los aposentos de Eros como Pedro por su casa, destrozando los objetos personales y el mobiliario del dios con el movimiento de sus corpulentos cuerpos.
    “No me puedo creer que lo haya vuelto a hacer.” pensó, perdiendo el color de su rostro ante los daños—. ¡Madre, Zeus lo ha vuelto a hacer!

    Mientras Eros trataba de mantener quietas y tranquilas a las reses para que no rompieran nada más, Afrodita apareció en el umbral de la puerta, escandalizada por el nefasto espectáculo.
    — Hay que ver lo vagos que se están volviendo los trabajadores de los restaurantes McDonald’s—comentó estúpidamente, viendo como su hijo se limpiaba el rostro de babas—. Ahora mandan las vacas vivas a domicilio para que nos hagamos las hamburguesas.
    — ¡Que no es eso, madre! —Exclamó Anteros, dándose importancia—. ¡Zeus ha vuelto a ponerle los cuernos a Hera, que lo ha descubierto todo y ha intentado capturar a las dos amantes, y para ocultarlas, las ha convertido en reses y ha enviado a Hermes a esconderlas en cualquier parte del Olimpo!
    “Eso explica la tormenta que ha estallado esta mañana.” pensó Eros con sorna.

    Siempre que Zeus era interrumpido durante el coito, desataba una tormenta eléctrica para descargar su frustración.
    — ¡No me importa que Zeus experimente con su sexualidad (yo soy partidaria de la libertad sexual) pero no entiendo que nos meta a los demás en sus embrollos! —Exclamó Afrodita, nerviosa—. ¡Hera estará registrando todo el Olimpo en busca de las amantes y no tardará en venir a visi…! ¡Oh, ya está aquí!
    — ¡Afrodita, necesito hablar contigo urgentemente! —la voz de la reina de los dioses recorrió las estancias con una fuerza atronadora.
    — ¡Deshaceos de las vacas! —La enervada diosa salió corriendo para recibir a la malhumorada esposa de Zeus.
    — ¿Qué vamos a hacer? —Preguntó Anteros, muerto de miedo; la ira de Hera era legendaria entre los dioses y nadie deseaba sufrirla—. ¿Las llevamos con Artemisa? Tiene tantos animales que Hera no se extrañaría que hubiese obtenido dos vacas más.
    — ¿Planeas llevar dos vacas hasta las faldas del monte? —Eros sabía que la idea de su hermano habría funcionado si hubiesen tenido más tiempo para llevarla a cabo—. Tenemos que encontrar otro escondrijo para ellas.

    La potente voz de Hera volvió a sacudir los recovecos del templo, erizando el pelo de los dos jóvenes, que no eran capaces de comprender que Zeus se hubiese sentido atraído por su hermana cuando la misma tenía peor carácter que mil demonios juntos.
    —Demasiado tarde—susurraron con un gemido.



    — ¡Hera! —Exclamó Afrodita falsamente al abrir la puerta y encontrarse cara a cara con la esposa de Zeus— ¡¿A qué debo el placer de recibir una visita de la mandamás?!
    —Pasaba por aquí y me dije: “¡Vamos a hacerle una visita a la hermosa Afrodita!”, y aquí me tienes—respondió la mujer con voz socarrona, dando a entender que a ella tampoco le apetecía mantener aquel encuentro—. Me pregunto si podría pasar.
    —Por supuesto—replicó la pelirroja sin moverse ni un centímetro de donde estaba.

    Las dos deidades se mantuvieron en sus trece, cada una intentando intimidar a la otra. Cuando quedó claro que ninguna estaba dispuesta a dejarse mangonear, Hera carraspeó y dijo:
    —Es evidente que no puedo entrar por mucho que me lo permitas si no te apartas.
    —Tienes razón—reconoció Afrodita a regañadientes, apartándose para que la visitante pudiera entrar en el templo con su majestuoso porte y arrastrando la larga capa hecha con plumas de pavo real.

    Si había algo de Hera que pusiera nerviosa a la diosa de la belleza, a parte de su vengativo carácter, era aquel atuendo. El pavo real era el símbolo de la reina de los Olímpicos y los ojos de sus plumas fueron en otro tiempo los ojos de su fiel vasallo Argos, que parecían ser capaces de verlo todo incluso después de la muerte del monstruo a manos de Hermes. Estando en presencia de Hera, Afrodita tenía la sensación de que todos aquellos ojos vigilaban atentamente cada uno de sus movimientos, eternamente leales a la diosa protectora del matrimonio.
    — ¿Dónde están tus hijos? —Le preguntó la reina a la vez que se recogía la elegante capa y tomaba asiento sin molestarse en pedir permiso.
    —Los muy revoltosos deben de estar haciendo de las suyas por el mundo mortal—mintió la anfitriona, ofreciéndole a la indeseable invitada una copa de néctar que la reina rechazó con un suave movimiento de sus manos llenas de anillos—, levantando pasiones entre los humanos, ya me entiendes.

    Trató de mostrarse impertérrita cuando percibió un brillo peligroso en las profundidades de los ojos de color verde esmeralda de Hera, cuya sonrisa no auguraba nada bueno.
    — ¿Podría ser que estuviesen visitando los bosques de Artemisa? —Afrodita la miró sin comprender la razón por la que había mencionado aquel preciso lugar—. Lo digo porque la cazadora tiende a adoptar una gran variedad de criaturas, como tigres, corzos…o bovinos.

    Una siniestra idea floreció en la mente de la pelirroja, que trató de no mostrar lo escalofriante que le estaba resultando la visita de Hera. Podía sentir la afilada mirada de la reina observando cada uno de sus movimientos y de sus reacciones, como si fuese una rapaz vigilando a su presa.
    —Nunca te has interesado por mis hijos, Hera, así que no entiendo ese repentino interés por conocer sus actividades—declaró en un intento de desviar el tema de la conversación.
    —Tienes razón—corroboró la visitante—, pues lo cierto es que estoy buscando a dos ninfas que acabaron por unirse al largo historial de fulanas que han visitado el lecho de mi esposo.
    “Parece que por fin va al grano.” pensó Afrodita mientras fingía sentirse indiferente ante la revelación—. No es la primera vez que Zeus te da una puñalada trapera. ¿Y qué ha sido de esas dos desdichadas jóvenes que van a padecer los estragos de tu furia?
    —Supongo que mi marido las ha convertido en animales y las ha ocultado en algún lugar del Olimpo, tal vez implicando a otros dioses en su traición—replicó Hera, confirmando que no era del todo inconsciente de lo que había ocurrido a sus espaldas—. Para tratarse de un hombre que se abalanza sobre todo bicho viviente que tenga curvas, mi esposo es un hombre muy poco imaginativo.

    Dicho aquello, la reina se incorporó y observó con atención la sala principal del templo de Afrodita, quien se estremecía con cada movimiento de su capa, cuyos ojos parecían parpadear de verdad.
    — ¿Te importa que eche un vistazo? —Le preguntó Hera—. He de admitir que siempre he sentido curiosidad por la decoración de tu hogar, pues eres una mujer para la que el aspecto lo es todo.
    —Por supuesto—aceptó la anfitriona, sabiendo que la reina se extrañaría si le negaba una visita por su templo e incorporándose para mantenerla vigilada.

    Como si conociera perfectamente la organización del templo, Hera recorrió el largo pasillo que conectaba la sala principal con los aposentos de Eros mientras Afrodita la seguía rezando a los hados para que sus hijos hubiesen dado con la forma de quitar de en medio las reses. Hera no se atrevía a castigar a su marido por el miedo que le inspiraban sus fulminantes rayos pero no vacilaría a la hora de castigar a Afrodita y a sus hijos, por lo que su destino dependía de lo que sucediera en aquellos momentos.
    — ¿Qué se supone que es esto, querida amiga? —Le preguntó la reina tras entrar en la habitación de Eros y soltar un bufido.

    Esperando lo peor, la diosa se asomó al interior de los desordenados aposentos de su hijo y se sobresaltó por la extravagante escena que había descubierto. Desesperado por salvarse de la ira de la reina del Olimpo, Eros había convencido a su hermano y a las reses, las cuales debían de conservar suficiente raciocinio como para comprender que sus vidas estaban en juego, para quedarse inmóviles y fingir que eran estatuas.
    — ¿A qué se debe el comportamiento de tus hijos, Afrodita? —Preguntó la irritada Hera.

    El engaño no había surtido efecto sobre la diosa, pero Afrodita decidió aplicarse para que funcionase.
    —Son figuras de cerámica, amiga mía—mintió con toda la convicción que pudo expresar en su voz—. Son espectaculares, ¿verdad?
    —Tan espectaculares que casi parecen estar vivas—susurró la reina mientras se aproximaba a una de las vacas, que trataba de controlarse para no ser dominada por el pánico, y deslizaba sus delicadas manos sobre el lomo del animal—. ¿Quién te ha obsequiado con tan perfecto ejemplo de escultura?
    —Hefesto, mi esposo—fue lo primero que se le ocurrió a la hermosa diosa—; es muy hábil con las manos.
    —Yo pensaba que te fijabas en las habilidades de los hombres con otras partes de su cuerpo para tomarlos de amantes—Afrodita se cruzó de brazos y se mordió los labios, como hacía siempre que Hera lanzaba aquellos venenosos comentarios sobre su estilo de vida. Raro era el día en el que sus opiniones tan dispares sobre las relaciones interpersonales no acababan desatando fuertes discusiones, a las que no dudaba en unirse Artemisa para exponer su propio punto de vista—. De todos modos, es muy extraño que Hefesto te haya hecho figuras de cerámica cuando los materiales con los que trabaja normalmente son metales.
    —Quiere expandir sus horizontes y adentrarse más hondamente en el mercado laboral—mintió la diosa nacida de la espuma, al borde de un ataque de nervios.

    Extrayendo una pequeña pluma de pavo real de las profundidades de sus vestiduras, Hera se aproximó a Anteros. El joven dios alado tuvo que aplicar toda su fuerza de voluntad para no echarse a reír en el mismo instante el que la punta de la pluma se deslizaba sobre su cuello, una zona cuya delicadeza Eros había descubierto durante sus peleas infantiles. Minuto tras minuto, su hermano pequeño soportó las horribles ganas de reír hasta que la diosa apartó la pluma para aproximarse a Eros, quien jamás había visto a la reina tan de cerca.
    “Lo cierto es que es hermosa.” pensó el primogénito de Afrodita, estremeciéndose cuando la mano de la esposa de Zeus se deslizó sobre su pecho y su barbilla. “Tal vez sea su actitud tan vengativa la que haga pensar a los demás que no es atractiva.”

    Resistiendo el impulso de moverse, Eros observó atentamente los ojos de Hera, que parecían ocultar una furia nacida de siglos y siglos de traiciones y engaños por parte del dios de las tormentas.
    —Tengo que continuar la búsqueda de esas fulanas—anunció la reina tras deslizar por última vez la mano sobre el torso de Eros—. Mis felicitaciones a tu esposo por tan exquisita obra, Afrodita. No es necesario que me acompañes hasta la puerta; recuerdo muy bien el camino.

    Caminando como lo haría un verdadero miembro de la realeza, la mujer de largo cabello negro se dirigió a la puerta bajo la atenta mirada de los presentes. Antes de abandonar los aposentos del arquero, echó un último vistazo a su alrededor y declaró:
    —Deberías hacer que tu hijo ordenara su cuarto, porque esto es una leonera.

    Ni las ninfas transformadas ni las deidades se relajaron hasta escuchar el portazo que dio Hera al abandonar el templo, momento en que suspiraron de puro alivio.
    —Alguien debería castrar a Zeus para evitar que sigan ocurriendo estas cosas—afirmó Anteros, descendiendo de la vaca sobre la que había estado montado y estirándose para desentumecerse.
    — ¿Y qué vamos a hacer con ellas ahora? —Preguntó Eros refiriéndose a las desdichadas ninfas.

    Pero Afrodita ya se estaba ocupando de ello. Había cogido el móvil que se acababa de comprar ese día y había marcado a toda velocidad un número de teléfono desconocido.
    — ¿A quién llamas? —Le preguntaron sus hijos, recibiendo por respuesta un “chitón”.
    — ¿Es el matadero? —Preguntó la pelirroja cuando atendieron su llamada—. Me gustaría proponerles un trato. Tengo aquí un par de saludables y hermosos…. ¡Eh!

    Asombrado por las ideas de camionero de su madre, Eros le había robado el teléfono y había interrumpido la llamada.
    — ¡No vamos a permitir que conviertan a estas chicas en salchichas!
    —Entonces me voy a hacer la cera—replicó su madre con un gesto de aburrimiento que dejó pasmados a los dos hermanos.


    ¿Qué os ha parecido este prólogo de una larga serie de comedias de situación centradas sobre todo en Eros?
    ¿Os ha divertido leerlo?
    ¿Consideráis que la historia puede llegar lejos?
     
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    ShinyWish

    ShinyWish Iniciado

    Leo
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    ¿Qué os ha parecido este prólogo de una larga serie de comedias de situación centradas sobre todo en Eros?
    Ha estado excelente, no me fijé en la ortografía mientras lo leía, pero te daría un 10 de 10. Además puedo hacerme la idea que Eros es una deidad apreciada por ti.

    ¿Os ha divertido leerlo?
    Claro, tu narrativa es muy buena y en lo personal es como leer a un experto, por la forma que describes y los diálogos que presentas. No conozco mucho los mitos que rodean a Eros (ignoraba la existencia de Psique y ahora de Anteros), así que será muy positivo para mí seguir leyéndote, y descubriendo más personajes de la mitología griega.

    ¿Consideráis que la historia puede llegar lejos?
    Creo que sí, encontrando una manera de ir involucrando a los restantes dioses, te dará fácilmente una forma de ampliar el guion y estirar la historia. Al fin de cuenta, cada uno de ellos tiene peculiaridades muy aprovechables. Y si reflejas el “lore” (por llamarlo de alguna manera) del universo mitológico griego tan bien como lo has hecho en esta ocasión, podrás enriquecer enormemente a la trama.

    Y sobre lo que pusiste en la invitación. “Espero que te guste lo que he hecho con la mitología griega.
    Soy bastante cerrado con el recurso de actualizar a los dioses, pero aquí te ha quedado muy bien a mi ver.

    Aguardo impacientemente al próximo capítulo que subas :D
     
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    Nestea

    Nestea Entusiasta

    Leo
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    ¿Qué os ha parecido este prólogo de una larga serie de comedias de situación centradas sobre todo en Eros?
    ¡Jojojo! Con esa ortografía y narrativa tuyas, Zeon, es complicado que salgas mal parado en cuanto a los aspectos técnicos. Ha sido buen prólogo, eso de volver a los dioses modernos está de perlas xD.
    ¿Os ha divertido leerlo?
    "Nunca le preguntes a un santo si quiere velas", así dicen en mi país. Cási me orino de la risa con Afrodita, estas madres vanidosas de hoy... xD. ¿McDonald's? Eso si es nuevo, no sabía que los dioses del Olimpo iban allí xD.
    ¿Consideráis que la historia puede llegar lejos?
    Si sigue como va... ¡Por supuestísimo!

    Espero que me avises para la conti ;)
     
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    Dororo

    Dororo Entusiasta

    Aries
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    ¿Qué os ha parecido este prólogo de una larga serie de comedias de situación, centradas sobre todo en Eros?

    Un Eros inteligente que domina el arte del sarcasmo, una Afrodita frívola que al parecer se cree la gran diva del Olimpo, un Antares tímido al que su padre no presta demasiada atención, un marido ligero de cascos que aprovecha la mínima ocasión para irse de “picos pardos” y al que todos intentan cubrir por miedo su vengativa esposa y otros secundarios que ya iremos conociendo. Creo que no me dejo a nadie ¿verdad? ¡Ah, sí! Un Hermes con mucha cara dura que, cual Poncio Pilatos, se lava las manos y deja que los demás le resuelvan la papeleta (con amigos como este, ¿quién necesita enemigos?)

    Sí, desde luego el prólogo tiene los ingredientes necesarios para una buena comedia de situación.

    No me quedó demasiado claro si la historia va a desarrollarse en el Olimpo o en la Gran Manzana, porque de ser así, Afrodita debería vivir en un duplex de 300 m2 con vistas a High Park y Zeus quizás en el ático del mismo edificio.;)

    Desde el punto de vista técnico, buena redacción, fluida y sin faltas de ortografía, sólo algún espacio que sobra o falta en los guiones, una palabra que quizás te hayas comido y lo que creo es un error de concordancia. Yo no aprecié nada más.

    - “… complexión atlética y su bronceada de Ares” (“… complexión atlética y bronceada piel de Ares”)”
    - “…Eros debía soportar las miradas de irritación de las dependientas cada vez que su madre le encargaba devolver las cosas que no le acabaran de gustar” (“…Eros debía soportar las miradas de irritación de las dependientas cada vez que su madre le encargaba devolver las cosas que no le acababan de gustar”)

    Como respuesta a tu primera pregunta creo que eso sería más o menos todo, vamos con la segunda.

    ¿Os ha divertido leerlo?

    ¡Oh, vamos! ¿Lo preguntas en serio? Ya sabes que sí.

    ¿Consideráis que la historia puede llegar lejos?

    La idea es original y está bien desarrollada por lo que puede dar mucho de sí, de hecho podría llegar a ser como esas comedias americanas que no terminan nunca. Eso estaría bien. De momento estamos en la primera temporada y este vendría a ser el capítulo piloto con el que ya has ganado, como mínimo, una lectora.

    Bueno, me dejo alguna cosa en el tintero pero creo que ya he sobrepasado los límites de lo que podría llamarse un comentario, ir más allá sería dar la tabarra. Gracias por la invitación y también por la lectura. Justo lo que necesitaba después del trabajo para relajarme y reírme un rato.
     
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  5.  
    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

    Libra
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    Jiji, que buena historia, reí hasta más no poder XD.

    En especial por el incómodo tema de las vacas no lo puedo creer, ¡que Zeus, el gan dios del olimpo sea un traicionareo en nuevo!.

    Jajaja, bueno, el extraño estilo de Afrodita es bizarro, a mi me atrae lo contrario a lo que a ella. Pero ¡bah! ¿quién discute con un dios?, lógimente otro dios XD, pero yo no soy uno entonces mejor dejarlo así.

    Avísame cuando tengas conti, la leeré lo más rápido que pueda.
     
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  6.  
    Myriel

    Myriel Iniciado

    Tauro
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    ¿Qué os ha parecido este prólogo de una larga serie de comedias de situación centradas sobre todo en Eros?
    La verdad es que me ha gustado mucho, nunca antes había leido nada relacionado con los dioses griegos del Olimpo, me ha encnatado, he presenciado pertenecer a la obra, de verdad que narras con un lenguaje muy bien expresado y entendible. Es fantástico ^^
    ¿Os ha divertido leerlo?
    Mucho, es muy cómica y entretenida, por ahora has hecho que le coja un cariño especial a Afrodita, jajaja, es muy divertida.
    ¿Consideráis que la historia puede llegar lejos?
    Yo creo que sí, tienes muy buena narración y ortografía, te expresas muy bien. Al menos, yo si continuaría leyendo la continuación ^^
     
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  7.  
    Zeon

    Zeon Iniciado

    Virgo
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    I. Quejas del proletariado. La fortuna de la hermosa fraternidad.
    Aunque Hera había abandonado el templo de Afrodita, la diosa y sus hijos no se habían librado de sus problemas, pues todavía tenían que decidir qué hacer con las dos amantes de Zeus, todavía transformadas en reses, hasta que el rey de los dioses encontrara la oportunidad de ir a buscarlas y devolverlas a la normalidad. El estresado Eros se paseaba por la sala principal de su hogar bajo la atenta mirada del preocupado Anteros, que trataba de mantener a los animales tranquilos para que no destrozasen nada más, mientras que Afrodita prestaba más atención al cuidado de sus piernas que al riesgo de sufrir la ira de Hera.
    —Si no dejas de fruncir el ceño de ese modo, te saldrán arrugas en tu bonita cara—le advirtió su madre, repartiendo una crema reparadora sobre la marmórea piel de sus piernas.
    — ¡¿No te preocupa lo que pueda pasarnos si Hera llegara a descubrir que somos compinches de Zeus?! —Exclamó Eros, exasperado por la actitud tan pasota de su madre.
    — ¿Qué es exactamente lo que temes que Hera pueda hacernos? —Le preguntó la despreocupada Afrodita, que guardó el resto de la crema en su neceser personal una vez hubo quedado satisfecha con la suavidad de su piel.
    —Conociendo a Hera, algo horrible—respondió tristemente el arquero, cuyas aladas parecían estar mustias a causa de la preocupación.

    Anteros, que apreciaba a su hermano mayor más que a cualquier otro ser y no disfrutaba viéndolo tan turbado, trató de animarle:
    —Por muy vengativa que sea, Hera jamás se atrevería a hacer nada que pudiese enfadar demasiado a Zeus; le tiene demasiado pavor a los rayos de su hermano.
    —En eso tienes razón—reconoció Eros, rascándose la delgada línea de pelo rojo que unía sus patillas con la perilla—. Aún así, no estaré tranquilo hasta que nos hayamos librado de las chicas.
    — ¿Y qué haremos con ellas? —Le preguntó el benjamín—. ¿En qué lugar pueden estar a salvo de la furia de la reina hasta que Zeus logre dar con la forma de devolverlas a su casa?
    — ¿Y si las dejarais con Ganímedes? —Sugirió su madre, que había tomado un espejo del aparador y ponía morritos frente a su reflejo para vergüenza de los dos dioses—. Tengo entendido que se dedicaba a cuidar rebaños de ovejas antes de que Zeus le trajera al Olimpo.

    Eros resopló de irritación al escuchar la propuesta de Afrodita. Conocía muy bien a Ganímedes por el tiempo que pasaron juntos como compañeros de juegos antes de que naciera Anteros y sabía que no le supondría ningún problema cuidar de las dos reses. El problema era que también había sido uno de los muchos caprichos sexuales de Zeus, suponiendo el mayor golpe contra el orgullo y la dignidad de Hera; el copero sería uno de los principales sospechosos.
    — ¡No sé que hacer! —Se tiró de los pelos en señal de frustración—. ¡Siento como si se me estuviese cayendo el templo encima!

    Como si aquellas palabras hubiesen dado una señal imperceptible, el techo crujió y se hundió sobre la magnífica mesa de caoba que se hallaba en el centro de la estancia.
    —Podrías dejar atrás a Apolo—bromeó Anteros, refiriéndose a las capacidades adivinatorias del dios de las artes y de la luz.

    Tosiendo para expulsar el polvo que se había tragado con el impacto, el accidentado se incorporó en medio de los escombros y se quitó el pétaso, un sombrero de ala ancha y plana muy utilizado por los peregrinos para protegerse del calor excesivo y de la lluvia, para sacudirle las partículas de suciedad. Bajo su sombrero, rodeadas por una espesa y rígida mata de pelo de color arena, nacían dos pequeñas alas muy semejantes a las que nacían de los omoplatos de los dos hijos de Afrodita, sólo que éstas eran de mayor tamaño para poder mantenerlos mucho tiempo en el aire. Algo confuso por el golpe, el recién llegado se apoyó en su caduceo, una magnífica vara de oro en torno a la cual se entrelazaban dos serpientes aladas; el símbolo del heraldo de los dioses.
    —Perdón por la intrusión—se excusó Hermes, sacudiendo las alas de sus sandalias para comprobar que estaban intactas—; he perdido el control del vuelo.

    Perdiendo por completo la razón, Eros se arrojó sobre el mensajero y comenzó a estrangularle con una de las cuerdas de recambio de su arco.
    — ¡Eros, vas a cortarle el cuello! —Gritó el aterrorizado Anteros mientras se esforzaba por apartar a su hermano del Olímpico, pues aquellas cuerdas se tensaban con gran facilidad.
    —Eros, las manchas de sangre son muy difíciles de quitar—le advirtió su madre, preocupada por el bienestar de su querida alfombra persa.

    Finalmente, tras muchos esfuerzos, Anteros logró separar a su hermano de Hermes, cuyo rostro presentaba un alarmante color morado.
    — ¿A qué…ha venido esto? —Le preguntó el heraldo, medio ahogado por la fuerza que Eros había aplicado sobre su cuello, a lo que el hijo mayor de Afrodita replicó señalando las dos aterrorizadas vacas. Su rostro pasó del morado al blanco con una rapidez propia del dios más veloz entre los dioses—. Oh, oh.
    — ¡¿Pensabas dejar que Hera nos hiciese picadillo?! —Le preguntó Eros, tan furioso que se habría vuelto a abalanzar sobre el visitante si su hermano no se lo estuviese impidiendo.
    —No he querido causaros ningún inconveniente—se apresuró a explicarles el mensajero, asombrado por la ferocidad del dios del amor—. Cuando Hera descubrió que Zeus la estaba engañando otra vez, el soberano me pidió que escondiera a las amantes en algún lugar donde su esposa no pudiese hacerles nada, y se me ocurrió que Diana podría ocuparse de ellas mientras estuviesen convertidas en reses; es una gran amiga de los animales.
    >> Sin embargo, no quería arriesgarme dando por supuesto que la diosa lo aceptaría (puede llegar a ser muy desagradable cuando se siente molesta), de modo que dejé las reses en vuestro templo para poder conversar tranquilamente con ella. He logrado convencerla de mantenerlas bajo su protección y he regresado para trasladarlas a sus bosques. Pensé que podría hacerlo antes de que Hera comenzase sus indagaciones pero está claro que era demasiado optimista. <<

    Eros respiró hondo y trató de soltarse del abrazo de su hermano, que todavía temía que tuviera lugar otra pelea.
    —Ya puedes soltarme, Anteros—le pidió con suavidad—; no le haré daño.

    Su hermano le hizo caso enseguida y se apartó aunque todavía tenía serias dudas sobre lo que había dicho Eros. Sin embargo, Eros realmente no tenía la intención de volver a abalanzarse sobre Hermes cual bestia salvaje, sino que se dirigió rápidamente hacia la ventana abierta y se arrojó al vacío, pues el templo de Afrodita se hallaba situado al extremo de un gran saliente del monte Olimpo. En mitad de la caída, desplegó sus grandes alas y permitió que las corrientes le elevaran sobre los inmensos territorios del hogar de los dioses.

    El dios del amor jamás era tan feliz en la tierra como cuando volaba, salvo los buenos ratos pasados con su hermano, quien le acompañaba en la mayoría de los vuelos y le desafiaba a realizar vertiginosas carreras llenas de acrobacias a pesar de que siempre perdía, ya que las alas de Eros estaban más desarrolladas que las suyas. No obstante, cuando sentía que los problemas le superaban, como le ocurría en aquella ocasión, prefería volar en soledad para dejar que el viento redujera sus preocupaciones a simples granos de polen. Observar el mundo desde las alturas le hacía sentirse libre, pensar que sus preocupaciones no podían compararse con la inmensidad de la existencia, una idea que le consolaba durante el tiempo que permanecía en el aire. Volar le ofrecía una satisfacción mucho mayor que la tarea de producir el enamoramiento entre los mortales y los demás dioses porque muchas veces, al ver las ardientes miradas de aquellas personas a las que acertaba con sus flechas de oro, se preguntaba si él mismo podría compartir algo así con alguien en algún momento de su vida.
    “Necesito una copa.” pensó de pronto, cambiando el rumbo con un veloz movimiento de sus alas.

    Los humanos no podían ver en el Olimpo nada más que una montaña; imponente, sí, pero una montaña como muchas otras que surgían de la tierra. No obstante, el Olimpo era en sí mismo un mundo diferente y al mismo tiempo muy semejante al de los mortales. De hecho, lo único que lo hacía diferente era el liviano aire, denominado éter, que respiraban sus habitantes y el hecho de que la mayor parte de sus habitantes eran seres considerados mitológicos por los humanos; por lo demás, presentaba la misma variedad de paisajes, animales y plantas que el mundo mortal.

    Batiendo las alas a gran velocidad, Eros se dirigió a una amplia taberna construido en medio de una agradable planicie, en una posición ideal para que los dioses pudiesen celebrar grandes y escandalosas fiestas, algo garantizado si Afrodita y Dionisio decidían unirse (el propio Eros había participado en algunas de aquellas alocadas y desenfrenadas festividades y siempre se había despertado completamente desnudo en medio de la naturaleza, avergonzado por las risas de las ninfas que le observaban). Justo en el momento en que se posaba con suavidad ante el edificio, un musculoso hombre abrió con brutalidad la entrada y abandonó el lugar; la furia hacía chispear sus ojos, azules como el rayo del rey del Olimpo.
    — ¡No quiero volver a verte por aquí! —Le gritó desde el umbral de la puerta una preciosa joven.
    — ¡Lo que tú digas, bruja! —Replicó el hombre.
    — ¿Todo bien, Heracles? —Le preguntó Eros usando un tono burlón, por lo que recibió una mirada del hijo predilecto descendiente de Zeus.

    Cuando Heracles se hubo alejado lo suficiente, Eros se aproximó a la chica, que se estaba secando las lágrimas en el delantal que llevaba sobre su elegante vestido blanco sin mangas.
    — No seguirás deprimida por vuestro divorcio, ¿verdad? —Le preguntó a la dueña de la taberna—. Ya sabes que ese desgraciado no se merece que derrames lágrimas por él, Hebe.

    Antes de la llegada de Ganímedes, Hebe, diosa de la juventud e hija de los reyes del Olimpo, había sido la encargada oficial de servir el néctar y la ambrosía a los dioses. A pesar de las protestas de Hera, Zeus logró convencerla de que el pastor se quedara con el puesto ofreciéndole a su hija la mano del famoso Heracles, que había abandonado el mundo de los mortales para siempre. A pesar de la tristeza de haber perdido su empleo, Hebe disfrutó de su vida como esposa del héroe durante los primeros siglos, cuando descubrió que su marido había heredado una de las mayores aficiones de su padre: la cacería de amantes. Para mantener a raya la tristeza que amenazaba con aplastarla tras haber descubierto la verdadera naturaleza de Heracles, la diosa llegó a un trato con el inmortalizado Ganímedes; se convirtieron en socios y montaron su propio negocio.
    —Ya sé que soy tonta por no haber superado la separación…pero no puedo evitar sentirme tan mal cuando me lo encuentro por casualidad—sollozó la copera, sonándose con el pañuelo que Eros le tendía—. Pero eso no importa… ¿Has venido para ahogar tus propias penas?
    —Algo así—Eros recordó lo que había ocurrido en el templo y se estremeció—. ¿Te sientes con fuerzas suficientes como para atender a un cliente dispuesto a vaciar sus bolsillos en la barra?

    Hebe se echó a reír, olvidándose rápidamente de la desagradable discusión que había estallado entre su ex-marido y ella, y tomó al arquero de la mano para conducirle al interior.
    —Ahora mismo estoy atendiendo a otros nueve clientes, así que no tendré ningún problema en atenderte.

    Mientras era conducido al interior de la taberna, Eros se preguntó quién más podría estar tomando néctar para olvidar sus problemas; normalmente era el único en acudir al bar antes del mediodía.
    — ¡Eros, siéntate con nosotras! —Corearon nueve voces diferentes cuando llegó a la estancia principal de la taberna, donde se reunían los clientes de Ganímedes y de Hebe, permitiéndole conocer la respuesta a la incógnita.

    En uno de los rincones de la sala, disfrutando de sus copas rebosantes del dorado néctar, se encontraban las nueve musas, las nueve diosas inspiradoras de las artes y las ciencias que acompañaban al dios Apolo en su día a día. Cada una de ellas era diferente al resto, pero todas vestían vestidos de seda sujetos por un entramado de flexibles pero resistentes hilos de oro y portaban las coronas de Laurel que las identificaban como miembros del séquito del dios solar. Todas ellas eran hermosas, cada una a su manera, pero el cansancio que reflejaban sus rostros aquella mañana ensombrecía su belleza natural.
    — ¡Únete a nosotras, Eros! —Le volvieron a invitar, arrojándose miradas airadas por la extraña sincronía con la que estaban hablando. Clío, la musa de la historia, se apretujó contra sus hermanas para dejar sitio al dios, que se apresuró a sentarse mientras Hebe se dirigía a la barra.
    — ¿Cómo es que estáis todas aquí? ¿Cómo es que no estáis con Apolo? —Les preguntó Eros, quien mantenía una fuerte rivalidad con el dios de la luz en lo que se refería al tiro con arco; el arrogante hermano de Diana siempre se estaba jactando de ser el mejor arquero del Olimpo y todavía disfrutaba recordándole los tiempos en los que había sido un niño incapaz de crecer.
    —Estamos refrescando nuestros gaznates—respondieron las musas al unísono, provocando un nuevo intercambio de molestas miradas—. ¡¿Otra vez?! —En un intento por romper aquella sincronía, recitaron—: ¡Supercalifragilisticoexpialidoso! ¡Uuuuuuuuuuuuuuuh!

    Pero fue Hebe, que se había aproximado a la mesa para servirle a Eros una copa de néctar concentrado, quien puso fin a la divertida situación diciéndole a Calíope que tenía una araña en el pelo. La musa de la poesía épica chilló de puro horror y se sacudió el largo y rizado pelo negro para deshacerse del inexistente animal mientras sus hermanas trataban de contener la risa. Eros estuvo a punto de escupir el trago de néctar que acababa de tomar por la risa que le causó ver la expresión de la joven cuando ésta se dio cuenta de que no había tal araña.
    — ¡Por el amor de los hados, no vuelvas a darme semejante susto! —Le reprochó Calíope a la camarera. Se volvió hacia Eros y le explicó—: Apolo nos ha tenido componiendo y cantando canciones con toda la fuerza de nuestros pulmones desde las siete y media de la mañana; es como un gallo que despierta a los habitantes de su territorio empleando nuestras voces.
    —Este descanso ha sido un alivio—declaró Polimnia, la principal musa de los himnos y de los cantos.
    —Cuando nos pidió que recitáramos la escala musical durante una hora entera, sentí unas ganas terribles de hacerle tragar mi flauta—añadió Euterpe, representante de los instrumentos musicales.

    Todas y cada una de las musas comenzaron a despotricar contra Apolo, que podría calcinarlas si supiera lo mal que hablaban de él a sus espaldas. Eros las escuchaba atentamente, compadeciéndose de ellas por la actitud perfeccionista que el dios solar mantenía hacia las artes, o tan atentamente como se lo permitía el néctar, que se le iba subiendo a la cabeza rápidamente y estaba dejándolo atontado.
    — ¿Y qué hay de ti, Eros? —Le preguntó Erato, la musa de la poesía lírica, que había sido la última en exponer sus quejas (Apolo le había ordenado seguirle en todas sus actividades diarias y crear una emocionante historia basada en sus observaciones).

    Luchando contra el efecto del néctar, el dios alado les relató las largas horas que su madre le había utilizado para cargar sus compras y el grave lío en que los podría haber metido Hermes con la tontería de las amantes del rey del Olimpo Cuando terminó de contar su historia, volvía a sentirse enfadado y repetía constantemente:
    —Os aseguro que a veces pienso que las paredes del templo se acercan unas a otras y me aprisionan para siempre en un diminuto cubículo. Si no fuese por Anteros, hace tiempo que habría demolido la casa de mi madre.
    — ¿No se te ha ocurrido seguir el ejemplo de Atenea y de Dionisio? —Le preguntó la diosa Talía, la musa inspiradora de la comedia, refiriéndose al hecho de que ambos dioses, llevados por el deseo de vivir nuevas experiencias, se habían trasladado al mundo mortal, donde vivían como humanos a la vez que continuaban ejerciendo sus funciones divinas como Olímpicos—. Hebe y Ganímedes también van a marcharse.

    La noticia pilló tan desprevenido a Eros que éste casi derramó el contenido de su cuarta copa de néctar. Enfocando la confusa mirada en la diosa de la juventud, le preguntó:
    — ¿Lo dice en serio? —Hebe asintió con una triste sonrisa—. ¿Por qué?
    —Porque ya estoy harta de que Heracles venga cada noche a la taberna con una chica diferente, dos colgando de cada brazo si su búsqueda de amantes resulta fructífera—los claros ojos de la copera se enturbiaron por las lágrimas que pugnaban por salir—, y pensé que me vendría bien un cambio de aires. Se lo propuse a Ganímedes, que aceptó sin pensárselo ni un segundo siquiera.
    — ¿Y eso? —Eros sabía que Ganímedes era una persona muy sensata, que nunca hacía nada sin haber meditado hasta la última de las consecuencias de sus decisiones—. ¿A qué se debe aceptar una decisión tan repentina?
    —A que estoy harto de que Zeus me meta mano delante de sus colegas cada vez que me llama para servirles el néctar y la ambrosía—replicó una voz cansina proveniente de la entrada—; resulta humillante que me sobe en público.

    Vestido con un elegante traje azul que le daba aspecto de ser un verdadero ejecutivo, Ganímedes se aproximó a la mesa, cansado y acalorado pero indudablemente satisfecho de sí mismo.
    —He conseguido comprar un local a muy buen precio, incluido el apartamento que hay encima—le informó a Hebe, cuyo rostro se iluminó al escuchar las buenas nuevas—. Lo único que nos queda por hacer es informar a Hermes de nuestro propósito.

    Una de las muchas tareas del heraldo era la de organizar los puestos de trabajos. Siendo el Olímpico más ocupado de todos, se disgustaría mucho cuando los dos coperos le informaran de que abandonarían sus respectivos oficios, ya que tendría que sustituirlos él mismo hasta encontrar dos buenos candidatos.
    — ¿Y dónde viviréis? —Les preguntó Eros, sintiendo un desagradable vacío en su pecho.
    —En Nueva York, donde también se encuentran Atenea y Dionisio—respondió el antiguo pastor—. Será bueno tener algún conocido en un ambiente tan diferente como lo es el mundo humano.
    >> Informaremos a Hermes mañana por la mañana para no agobiarle demasiado; está siendo duramente presionado por Hera para que le confiese no-sé-qué acerca de unas vacas. <<
    — ¡Brindemos por su nuevo futuro! —Proclamó Eros antes de terminarse la quinta copa de néctar bajo el preocupado escrutinio de sus compañeros.
    —Estoy de acuerdo—corroboró Calíope, levantando su copa—. ¡Por Ganímedes y Hebe! ¡Que los hados les aseguren una próspera vida!
    — ¡Por Ganímedes y Hebe! —Las demás musas se unieron al brindis—. ¡Que los hados les aseguren una próspera vida!

    Olvidados todos los problemas de los que se habían estado quejando, pasaron el resto de la tarde saboreando el delicioso néctar y charlando amenamente. Eros permanecía algo aislado, más concentrado en sobresaturar su cuerpo de néctar que en participar en las conversaciones. Conforme más bebía, más errático se volvía su comportamiento.
    —Creo que has bebido demasiado, Eros—comentó Clío, la persona que estaba sentada más cerca del dios alado y la que más percibía el fuerte aliento que le había dejado el dorado líquido.
    —Yo…no lo…creo—replicó el pelirrojo, soltando un repentino eructo.
    —Pues yo creo que sí—afirmó Hebe, forcejeando con él hasta arrebatarle la decimonovena copa de néctar que sostenía.
    —Sois todos…unos…aguafiestas—gruñó Eros, hablando con dificultad por el aturdimiento que la bebida de los inmortales le había inducido. Se incorporó y se apoyó en los hombros de Ganímedes; su equilibrio se había vuelto pésimo—. Tendremos que celebrar una fiesta de despedida antes de que os marchéis, viejo amigo.
    — ¿Todavía no has salido de una borrachera y ya estás pensando en meterte en otra? —Le preguntó el camarero con una sonrisa forzada, pues estaba verdaderamente preocupado por la actitud de su antiguo compañero de juegos.
    —Yo…no estoy…borracho—desmintió Eros mientras se dirigía tambaleándose hasta la puerta.
    —No creo que debas volar en ese estado—le advirtió Terpsícore, la musa de la danza, observando la dificultad con la que el hijo de Afrodita agitaba las alas.
    —Iré andando—refunfuñó Eros, dándose cuenta de la debilidad de sus alas—. No hace falta que os preocupéis por mí.

    Unos segundos después de decir aquellas palabras, se dio un fuerte golpe en la nariz contra el marco de la puerta.
    — ¿Te encuentras bien? —Le preguntó Hebe, angustiada.
    —Algún…gilipollas ha…movido la puerta de…su sitio—se defendió Eros antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.
    “Que los hados le protejan.” pensaron los espectadores de tan lamentable espectáculo.



    Por suerte para el pelirrojo, los hados escucharon las plegarias de sus amigos y le permitieron recorrer el largo camino sin ningún accidente. Al llegar al saliente en el que se erigía el esplendoroso templo de Afrodita, Eros pasó por alto la entrada principal y se dirigió a uno de los laterales del edificio guiándose por la luz que salía de la ventana de la habitación de Anteros. Su hermano pequeño estaba tumbado en la cama, leyendo a la luz de una lámpara de aceite.

    Luchando contra el sopor ocasionado por la bebida, Eros golpeó la ventana con toda la fuerza que pudo. Su hermano, sobresaltado por el ruido, guardó el libro en uno de los cajones de su mesita de noche y se aproximó a la ventana con reservas, como si temiera que alguien le atacara en medio de la noche.
    — ¡Eros, ¿dónde has estado?! —Exclamó al reconocer al arquero. Arrugó la nariz y dijo—: Has estado bebiendo, ¿verdad?
    —No lo…recuerdo—respondió el mayor de los hermanos, que parecía que fuese a caer en cuanto soplara la más ligera brisa.

    Suspirando de pesar, Anteros extendió sus manos y ayudó a Eros a entrar en su habitación por la ventana. Le examinó de arriba abajo con ojos críticos y le preguntó:
    — ¿Cuánto has bebido?
    —No…lo sé muy bien—Eros comenzó a contra los dedos de sus manos y descubrió que no eran suficientes como para abarcar el número de copas que se había tomado—. ¿Cuántos dedos tengo en… (Dejó escapar un sonoro eructo) los pies?
    — ¡Lo que hay que ver! —exclamó Anteros, indignado por la imagen que ofrecía su hermano en aquellos momentos.

    Le obligó a permanecer sentado en la cama y se apresuró a llenar la bañera con agua fría. Como su madre se había ido a pasar la noche con algún afortunado amante, no le asustó utilizar la máxima presión. Mientras la bañera se iba llenando, ayudó a Eros a desnudarse y a caminar hasta su cuarto de baño personal.
    — ¡Está helada! —exclamó su hermano, indignado, cuando se introdujo temblando en el agua.
    —Te aguantas—Anteros tomó una esponja y comenzó a frotar el cuerpo del embriagado dios, algo que hacía siempre que éste regresaba al templo en aquel estado—; no iba a usar agua caliente para que te durmieses en la bañera, ¿no crees?

    Eros permaneció en silencio y cooperó para que su hermano pudiese lavarle a la vez que murmullaba cosas como “¿Cómo se te ha ocurrido?” o “Nunca aprenderás”. Una idea muy divertida se presentó a través de la niebla en la que se hallaba sumida su mente: Anteros se comportaba como el hermano mayor y él como el pequeño cuando debería ser al revés. Vomitó en un par de ocasiones, pero su hermano, dotado con una capacidad de previsión semejante a la de Atenea, le pasó a tiempo una papelera para que no se ensuciara.
    —Esta noche dormirás en mi habitación—declaró el menor tras acabar de ayudarle con el baño, llevándole hasta su cama y arropándole con las mantas—. ¿Qué sería de ti sin mí?
    —Estaría perdido—susurró Eros, sonriendo a pesar del malestar que se había apoderado de su cuerpo y de su mente, antes de caer en los reparadores brazos de Morfeo.

    Entristecido por el aspecto de su imponente hermano, Anteros apagó la lámpara de un soplo y se acomodó lo mejor que pudo en uno de sus sillones, empleando sus propias alas como mantas. Realmente parecía que los papeles estaban invertidos.



    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar? ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    Aclaración: Los mortales solemos emplear expresiones como “por el amor de Dios” o “por todos los dioses”. Los dioses, como tales, no emplean estas expresiones, sino que mencionan a las únicas entidades a las que no pueden desafiar: los hados, los representantes del destino.
     
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  8.  
    Nestea

    Nestea Entusiasta

    Leo
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    Primero!​
    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    Ha estado genial, hubo muchas partes chistosas ("Siento como si el tempo cayera sobre mí..." Sus sentimientos son órdenes: ¡Puff! xD). Me imagino a Eros caminando hasta el templo sin poder caminar 1 metro sin dar un traspié xD. Y me has hecho ponerme a pensar si Eros sólo considera a Hebe como su amiga.
    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar? ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    Por supuesto, cuando hablamos de una comedia con los dioses; no sería chistosa si fueran invulnerables. Que el mismísimo Dios del Amor ahogue sus penas en Néctar (alcohol), significa que nadie en el Olimpo está a salvo de volverse... ¿Alcoholico? xD
    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    Más que envidiarlo, me has hecho preguntarme por qué todos los hermanos menores no pueden recibirte así cuando estás borracho (si a mí me abofetea hasta que tenga uso de razón de nuevo DX ).
     
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  9.  
    Cupido

    Cupido Guest

    Hola, gracias por invitarme a tu historia, ¡me encanta! xD​
    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    Super... me dio riza este primer cap.​
    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar?¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    ¡Si! en todas las historias que he leido sobre los Dioses (son mis favoritas xD...) nunca habia leido algo como que los Dioses se Emborrachen (ni nada por el estilo :(...) y me encanta esa idea xD jajaja hasta yo resisto más (ok...mentira como a la decima... ya quede xD)​
    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    Un poco...! (bueno, en mi caso es mi hermanita de 12) cuando llego... me hace casi lo mismo que Anteros xD l(por eso esa parte me dio risa) lo unico diferente es que mientras me ayuda... me insulta :(​
    aviame el segundo cap. porfavor ;)​
     
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  10.  
    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

    Libra
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    Escritora
    ¿Qué os ha parecido el capítulo?

    Excelente, reí en cada momento XD

    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar?
    Si XD, es muy gracioso imeginar a un imponente dios borracho.​
    ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    Eso me causa mucha gracias, de verdad XD.​
    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    La verdad es que no. Pero claro, si andara en esas borracheras posiblemente lo haría.​
    Oye, me encantó esta frase, casi me ahogo de la risa al leerla:​
    Algún…gilipollas ha…movido la puerta de…su sitio
    XD.​
    Avísame cuando este la conti. Moriré de la risa.​
     
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  11.  
    Dororo

    Dororo Entusiasta

    Aries
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    Bueno, por fin tuve un rato para leer la actualización. ¡He tenido una semana horrible! Estoy por hacer como Eros y dedicarme a empinar el codo para olvidar las penas.:p

    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    ¿La verdad? Me asustaste un poco con eso de que tal vez estaría más cercano al drama que a la comedia, así que preparé algún que otro pañuelo por si las moscas. Al final no he tenido que usarlos ya que no he dejado de reír. A destacar cuando él pregunta cuantos dedos tiene en los pies. No vuelvas a hacerme eso, pensé que me ahogaba.

    Me ratifico en la caradura de Hermes, pero en fin, por lo menos ha vuelto a intentar arreglar el desaguisado.

    Sabía que me dejaba algo en mi anterior comentario. Como en cualquier buena comedia de situación no podía faltar ese bar donde se reúnen los protagonistas y que es una fuente inagotable de situaciones cómicas. Muy acertada la elección de los dueños. Creo que investigaré algo más sobre Hebe.

    ¿Las musas emborrachándose? Quién lo diría… ¡Con lo formales que parecían! Así lleva mi inspiración varios días sin aparecer por casa. ¡Seguro que tiene resaca!

    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar? ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    En realidad, los dioses griegos siempre han sido muy humanos, quizá por eso son mucho más conocidos que los de otras mitologías. Así que la respuesta es sí. No podría imaginármelos siendo de otra manera.

    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    Eludiré esta pregunta. No vaya a ser que alguno de los míos lea la respuesta. Últimamente están muy susceptibles…

    Como siempre fue un placer y muchas carcajadas leerte. Gracias.
     
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  12.  
    Myriel

    Myriel Iniciado

    Tauro
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    Saludos^^

    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    Ha estado muy entretenido, la verdad es que es muy cómico, me encanta ! Sin duda Afrodita es la que más me hace reír :3 Dioses emborrachándose, me encanta.. los haces más... humanos x)


    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar? ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    La verdad es que si hahah, bastante, que sean más humanos a lo que otras historias los describen me gusta mucho.

    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    No mucho, yo ya tengo una hermana genial *-*



    Al fin he podido dejar mi comentario > < y lo siento por haber tardado tanto x) tu historia es fantástica, esperaré el siguiente capítulo con ansias, es una de las pocas historias que disfruto leyendo ^^
     
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  13.  
    Argens Hatake

    Argens Hatake Usuario común

    Virgo
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    hola aqui pasando, de verdad te agradesco que me haigas invitado a leer este ff, con estas historias tan divertidas la vdd me esta gustando bastante, adoro la mitología, narras muy bien, se entiende perfectamente y no tienes errores orograficos, así que hace que la lectura sea iviana y disfrutable.​
    ¿Qué os ha parecido el capítulo?
    muy bien , grasioso, elocuente, aunque el primero me gustó mucho más jejeje, la vdd me quedo la duda de sobre la relación de Ares el padre de Eros que se llevan bien entre ellos????​
    ¿Os ha gustado el hecho de que los dioses, incluido el propio Eros, tengan problemas tan mundanos que recurran a su bebida para olvidar? ¿Qué no sean tan invulnerables como se podría esperar de los inmortales?
    bueno a fin de cuentas no dejan de ser entes, personas que sean inmortales les dan mucho beneficios, sin embargo los problemas son problemas, me preguntó si se puso borracho, por la decision de Hebe??? le dolió tanto su partida, le gustó la diosa Hera???​
    ¿Sentís envidia de que Eros tenga un hermano como Anteros?
    por supuesto que si, todos los que tengamos hermanos, enviadiamos y ansiamos tener una muy bonita relación con nuestros hermnaos, así que siempre es un gusto tener esa confianza, y que se preocupen por nosotros.
    saludos y espero pronto la conti :P ​
     
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  14.  
    Zeon

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    Título:
    Divina comedia.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    3794
    II. Lo que se dice un flechazo.

    “Si esto sigue así, no voy a tener más remedio que ir a un quiropráctico” pensó Zeus mientras se incorporaba y frotaba los doloridos músculos del cuello.

    El rey de los dioses no era capaz de comprender la exacerbada reacción de Hera ante la nueva traición que había llevado a cabo contra su unión; pensaba que la diosa ya debería estar acostumbrada a sus escarceos y que no tenía razones para pensar que pudiese cambiar su forma de ser después de haber estado casados durante siglos.
    “Mujeres; siempre queriendo cambiarnos.” pensó con un gruñido de exasperación.
    — ¿La parienta te ha echado del lecho, padre? —Le preguntó Hermes al entrar en el templo con su veloz batir de alas.
    —Hera se está volviendo cada vez más melodramática—Zeus se masajeó el cuello, liberando pequeñas descargas eléctricas para relajar la tensión que la noche de sueño en el sofá había depositado sobre sus músculos—. No creo que pueda seguir sintiéndose molesta por mis aventuras.
    “No estoy tan seguro de eso.” pensó Hermes, asombrado de que el dios del rayo no recordara de lo que era capaz su vengativa esposa, llegando a la conclusión de que se debía a que pensaba más con su virilidad que con su cabeza.
    — ¿Qué ha sido de las ninfas? —Preguntó Zeus, mirando con ansiedad la puerta que daba a sus aposentos, evidentemente temeroso de que Hera pudiese estar escuchando la conversación.
    —Seguí tus órdenes y me aseguré de dejarlas en un lugar seguro para que Hera no pudiese herirlas—se apresuró a responder el heraldo—, en los bosques de la cazadora Diana. Teniendo en cuenta que la diosa lunar cuida con gran esmero a los animales de sus territorios y que rara vez permite a los demás dioses atravesar sus fronteras, me pareció el lugar más seguro para ocultar un par de becerras.
    —Excelente—Zeus volvió a fijar sus ojos azules en sus aposentos y preguntó—: ¿Qué me recomiendas para apaciguar a Hera?

    Hermes se quitó el sombrero para sacudir las alas de su cabeza con nerviosismo y sacudirse el rígido cabello, mustio por las constantes tareas de las que el Olímpico se ocupaba día tras días.
    —Si yo estuviera en tu lugar, padre, le juraría a mi esposa no volver a serle infiel—respondió tras meditarlo durante un instante.
    — ¡Eso puedo hacerlo! —Exclamó Zeus con gran alegría.
    — ¡Y haría todo lo posible por cumplir el juramento! —Intervino el mensajero, sospechando acertadamente que el rey de los dioses rompería la promesa en cuanto se presentara la oportunidad, y la alegría de Zeus dio paso a una profunda decepción—. Como sé que tú no tienes suficiente autocontrol ni rectitud para hacer algo así, te sugiero que trates de complacerla con una velada romántica; creo que se relajará si ve que le dedicas una noche entera de atención.
    — ¿Invitándola a una cena romántica y ese tipo de cosas? —Insinuó Zeus, algo incómodo—. A mí no se me dan bien ese tipo de cosas.
    — ¿Y cómo has logrado llevarte al huerto a tantas chicas y chicos? —Le preguntó Hermes, incrédulo.

    El dios de los cielos sacó pecho, repentinamente orgulloso.
    —Les asalto y paso de los preliminares para ir directo al grano; lo mismo hice con Hera.
    —Eso no es algo de lo que estar orgulloso—repuso Hermes por lo bajo, pues no deseaba irritar a Zeus—. Debes prepararle una cena con velas, flores y bombones bajo la luz de la luna (habrá que convencer a Diana para que retrase el cambio de fase). Hablar con tranquilidad y disfrutar de una noche en pareja, eso es lo que debéis hacer.
    — ¿Y qué hay…de lo “otro”?
    — ¡Lo “otro” surgirá cuando tenga que surgir! —Exclamó el heraldo, harto de que su padre fuese incapaz de pensar en nada más que en satisfacer sus más elementales instintos. Suspiró y trató de permanecer calmado—. Si la cosa no surge de forma natural, podemos forzar la situación usando el cinturón de Afrodita, que despierta el deseo en los demás por quien lo lleva puesto.
    — ¡Me gustan tus genialidades, heraldo! —Exclamó el emocionado soberano. Echándose el largo cabello blanco hacia atrás, anunció— ¡Debo darme prisa y aprovechar que mi esposa está durmiendo para llevar a cabo el plan!
    “¡¿Tan pronto?!” se preguntó su hijo, extrañado pero sonriente. “No, si al final va a resultar que es un esposo atento y todo.”
    —Debo aprovechar para seducir a esas dos hermosas reses—concluyó Zeus, cuyo cuerpo se vio rodeado por una brillante aura de color azul eléctrico—. Ocúpate de los preparativos, Hermes.
    “Eso es, tiene que seducir a las reses que…” Hermes parpadeó muy deprisa, comprendiendo que había algo que no encajaba. “¡No, si al final ha resultado ser un cabronazo, un esposo salido que se deja llevar por su testosterona!”

    Tomando su caduceo con fuerza, se abalanzó sobre Zeus con el propósito de detenerle, pero éste ya se había convertido en un imponente toro, un semental negro completamente lleno de energía. Hermes se vio obligado a retroceder para evitar ser atravesado por las astas del animal, que abandonó el templo y se encaminó a gran velocidad hacia los bosques de la virginal cazadora.
    — ¡¿Por qué tengo que ocuparme de los asuntos de los demás?! —Hermes extrajo de sus ropas una agenda electrónica, regalo de Atenea, y comenzó a anotar sus nuevas tareas.
    — ¿Dónde está mi esposo, heraldo?

    Hermes tuvo que aplicar toda su voluntad para no salir disparado del templo al escuchar la suave y tenebrosa voz de Hera, que salió del pasillo que conducía a la cocina; Zeus se había equivocado al suponer que su esposa se encontraba durmiendo en sus aposentos. ¿Cuánto habría escuchado?
    — ¿Dónde está mi esposo? —Volvió a preguntar Hera.
    —Me plantea…usted una pregunta intrigante, señora—respondió el tembloroso recadero, dirigiéndose a la mujer formalmente para no contrariarla—. Creo que puedo afirmar que su esposo, el majestuoso Zeus, se encuentra aquí, en el mismo universo en el que existimos usted, yo y los demás seres, pues se trata de un individuo real y, como tal, ocupa un lugar en el espacio y el tiempo de la existencia. Si Zeus no estuviera en este universo, no existiría, por lo que no tendría sentido que usted deseara conocer su paradero ni que se refiriera a él como su esposo.
    >> Así pues, sé con certeza que su esposo se encuentra... <<
    — ¡Silencio! —Le ordenó la diosa, cuyos ojos chispeaban de irritación en el centro de dos prominentes ojeras; no había podido pegar ojo a causa de la ira y el dolor por el nuevo engaño de Zeus—. ¡Te exijo que me respondas con exactitud! —Empuñó un cuchillo de carnicero que había escondido bajo su elegante vestido de plumas y lo blandió ante el horrorizado Hermes.
    —Ha ido…a…prepararle una velada romántica—respondió el heraldo, que seguía el movimiento del cuchillo sin perderlo de vista.
    — ¡No me digas! —Dijo la diosa con evidente sarcasmo—. ¿Y qué piensa prepararme para cenar? ¿Tal vez…un par de jugosos filetes de ternera?
    “Lo sabe, lo sabe.” sollozó Hermes en su fuero interno, intimidado por la contenida ira de la protectora del matrimonio.
    —Aunque no conozco los motivos, hay algo en mi interior que me dice que mi marido piensa hacer algo más con esas terneras aparte de cocinarlas—comentó Hera, cuya voz era demasiado suave—. Tal vez se deba a… ¡Quieto ahí!

    La diosa arrojó el cuchillo, pero el heraldo ya había abandonado el templo recurriendo al veloz aleteo de sus alas, por lo que instrumento quedó incrustado en una de las columnas que mantenían en pie el edificio.
    “¡Esa mujer está como una cabra!” no dejaba de repetirse Hermes mientras se alejaba del hogar de los soberanos a gran velocidad.

    Los primeros rayos de sol inundaron la habitación de Anteros e interrumpieron el incómodo sueño de Eros atravesando sus párpados como lanzas ardientes. Todavía dolorido por el efecto de la gran cantidad de néctar que había tomado la noche anterior, el joven se cubrió la cabeza con las mantas para escapar de la brillante luz, notando enseguida que alguien se las quitaba de nuevo.
    —Sal de mi habitación, Anteros—refunfuñó al reconocer la silueta de su hermano.
    —Cuando se te haya pasado la cogorza, te darás cuenta de que te encuentras en mi habitación.

    Luchando contra los constantes martilleos que sentía en el interior de su cabeza, Eros se incorporó y trató de abrir los ojos, que parecían haber quedado unidos con pegamento; cuando por fin logró abrirlos y enfocarlos, descubrió que Anteros tenía razón y que estaba ocupando su cama. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se mareó simplemente por hacerse esa pregunta.
    —Nunca más volveré a beber néctar—susurró, frotándose las sienes con la punta de los dedos para aliviar las fuertes pulsaciones.
    — ¿Cuántas veces has dicho esas mismas palabras y las has olvidado por completo? —Le preguntó Anteros con sorna, entregándole la ropa que le había quitado para bañarle—. Será mejor que te vistas antes de que llegue nuestra madre, que no querrá perderse la ocasión de criticar la actitud que mostraste ayer.

    Mientras se colocaba las muñequeras de cuero negro, Eros observó con atención el rostro de su hermano, que parecía extrañamente nervioso; su mirada se dirigía fugaz y ocasionalmente a la pequeña cómoda que había al lado de su cama.
    — ¿Me estás ocultando algo? —Le preguntó con suspicacia.
    — ¡¿Por quién me has tomado?! —Exclamó Anteros con indignación, alarmado por la pregunta—. ¡Por supuesto que no!

    Pero cuando Eros se incorporó y se dirigió a la cómoda para examinar el interior de los cajones, su hermano se interpuso en su camino y extendió los brazos, decidido a evitar que viera el contenido.
    — ¿Se puede saber qué es lo que guardas con tanto ahínco? —Eros jamás le había visto reaccionar de ese modo.
    —No es de tu incumbencia—replicó Anteros.
    — ¡Soy tu hermano! —Insistió Eros, a quien la actitud del dios del amor correspondido no hacía más que acrecentar su curiosidad. Llevado por una idea divertida, le dio un ligero codazo y le guiñó un ojo—. ¿Es posible que hayas…heredado alguna perversión de nuestra madre?
    — ¡De eso nada! —Negó su hermano con rotundidad.
    —Deja que lo compruebe—Eros le apartó de un empujón y se acercó al mueble para satisfacer su curiosidad, pero Anteros se arrojó sobre él y le derribó.

    Riendo como niños, los dos hermanos rodaron por el suelo en un intento de superarse el uno al otro con una de sus habituales peleas. A pesar de encontrarse bajo los efectos del néctar, Eros acabó imponiéndose como de costumbre y atrapó a su hermano por el cuello para revolverle sin problemas el pelo igual que cuando eran pequeños.
    —Vergüenza debería darte no poder vencer a tu hermano cuando tiene una resaca de mil demonios—se burló del atormentado Anteros, que trataba por todos los medios a su alcance de librarse de su hermano.
    —Lo cierto es que siempre te dejo ganar—replicó el benjamín con voz ahogada.
    —Reconoce que eres un debilucho, hermanito.

    En ese mismo momento irrumpieron Afrodita y Hermes. La diosa parecía estar agobiada y no dejaba de ser atosigada por el heraldo, que se mantenía escondido tras su esbelta figura; evidentemente tenía miedo de que Eros sufriese otro ataque de ira al verle.
    —Dejad de hacer tonterías y ayudadme a encontrar el cinturón que Hefesto me regaló—les ordenó Afrodita a sus hijos, que se habían incorporado al percibir la presencia de los Olímpicos—. ¿Tenéis idea de dónde puede estar?
    —Ni idea—respondió Anteros.
    —Si no te despelotaras cada dos por tres, no te pasarían estas cosas—comentó el descarado dios arquero.

    Madre e hijo intercambiaron una mirada de desafío. A pesar de los siglos que habían vivido, su relación seguía siendo tan compleja como la que existe entre una madre y un hijo en plena adolescencia, la cual empeoraba por la actitud caprichosa y vanidosa de la diosa de la belleza.
    —Deberías dejar de trasnochar tanto, Eros—le recomendó la diosa, nada alterada por la réplica de su hijo—. Esas ojeras no son dignas de aparecer en la piel de los que llevan mi sangre.
    “Siempre preocupándose por el aspecto exterior.” pensó Eros, frustrado. “Ni siquiera me ha preguntado si llegué sin problemas a casa.”
    — ¿Y para qué quieres encontrar el cinturón, madre? —Intervino Anteros en un intento de evitar que estallara un nuevo conflicto familiar—. Siempre te jactas de encandilar a cualquier hombre por tus propios medios.
    —No es para mí, sino para Hermes—replicó Afrodita.
    —Más concretamente para Zeus—matizó el heraldo, saliendo de su escondrijo para explicar la situación—. Va a intentar hacer las paces con Hera invitándola a una velada romántica y necesita el poder del cinturón para suavizar las cosas.
    —Hay que reconocer que tiene mucho valor… ¿Dónde demonios habré metido el cinturón? —Se preguntó la diosa de la belleza.
    —Creo recordar que Dionisio te lo ganó en una apuesta—dijo su hijo menor—, así que debe de seguir en su poder.

    La mirada de Afrodita se posó velozmente en Eros, quien inmediatamente comprendió su significado; debía descender al mundo de los mortales, encontrar a Dionisio y recuperar el cinturón a toda costa. A pesar de lo poco que le apetecía tener que volar con aquella resaca acosándole y tener que tratar con el dios de los excesos, se aproximó a Hermes, que había desgarrado el aire con su caduceo y había abierto un portal interdimensional que conectaba el Olimpo con el mundo de los mortales.
    —Haz todo lo posible por conseguir el cinturón—le suplicó el heraldo, todavía algo temeroso de la reacción del arquero.

    Tras responder con un gruñido y lanzarle una mirada amenazadora, Eros se acercó a la brecha y permitió que las fuertes corrientes le atrajeran hasta el interior del turbulento vórtice, cuya entrada se cerró cuando el dios se hubo adentrado lo suficiente en el remolino. Tratando de soportar el mareo que sentía, desplegó las alas y voló hacia la brillante luz blanca que brillaba al final del túnel, a través de la cual podía ver las nubes del cielo que cubría a los mortales.
    “Maldición.” pensó mientras cerraba fuertemente los ojos para protegerlos del deslumbrante sol.

    Momentáneamente cegado, dejó de batir las alas y descendió planeando hasta posarse con la mayor delicadeza posible en las afueras de Nueva York, asegurándose de que no había nadie que pudiese verle. Una vez en el suelo, se concentró en hacer desaparecer sus alas y cambiar el aspecto de su ropa, pues ésta era demasiado parecida a la de los gladiadores de la antigüedad y atraería demasiado la atención de los mortales.
    —Creo que así parezco un humano normal—se dijo mientras se subía la cremallera de la chaqueta y se ajustaba los pantalones vaqueros antes de adentrarse en la alborotada ciudad.

    Por mucho que las sesiones de compras compulsivas de su madre le irritasen, Eros no podía negar que le encantaba visitar Nueva York. Disfrutaba pasear libremente a través de las grandes mareas de mortales que se desplazaban de un lado a otro para llevar a cabo sus actividades cotidianas y se pasaba horas escuchando y observando a las personas que ofrecían espectáculos en la calle a cambio de dinero, llegando a gastarse cientos de dólares en un día (lo que traía de cabeza al pluriempleado Hermes, que también se encargaba de transformar los óbolos en las diferentes monedas terrenales, y lo que le había granjeado la amistad y cariño de aquellos artistas). Desde que las musas le sugirieran que siguiera el ejemplo de Atenea y Dionisio y desde que escuchara el plan de Hebe y Ganímedes de trasladarse al mundo mortal, la idea de hacer lo mismo se había ido desarrollando y extendiendo bajo la embriaguez provocada por el néctar. Abandonar el templo de su madre y vivir con los mortales se había convertido en algo más que una simple idea: se había convertido en un deseo.

    Era tal la introspección en la que se hallaba sumido que chocó de lleno con una persona que acababa de salir del supermercado y cuyo rostro se ocultaba tras una gran bolsa de la compra llena a rebosar de diversos productos. Ambos cayeron al suelo como consecuencia del choque.
    — ¡Ten más cuidado, idiota! —Le gritó una voz femenina.
    — ¡Eso debería decírselo yo, seño…uauuu! —Eros se quedó boquiabierto al contemplar a la chica con la que había tropezado.

    Viviendo en el Olimpo, el dios arquero había contemplado a las féminas más bellas de la existencia pero jamás había reaccionado de forma especial al verlas. Sin embargo, estando cara a cara con la mortal más hermosa que hubiese visto, se había quedado sin respiración y sin habla, pues su mente parecía haber sido cubierta por una extraña niebla que le había atontado; mirando el delgado semblante de la chica, que le observaba con sus recelosos ojos azul grisáceos, sentía como si algo ardiera bajo su piel.
    — ¿Eres retrasado o qué te pasa? —Le preguntó la chica, irritada por la expresión que había adoptado Eros al mirarla, sacándole de su ensimismamiento.
    — ¿Cómo?

    La chica señaló el contenido de la bolsa esparcido por el suelo.
    —Al menos me ayudarás a recogerlo, ¿verdad?
    —C-claro—replicó Eros, quien seguía tan obnubilado que no se le ocurrió recordarle a la chica que ella también tenía su parte de culpa en aquel tonto accidente.

    Tardaron siete minutos en recuperar todas las cosas de la chica. Después de que la joven se asegurara de que lo tenía todo en la bolsa, le dirigió una mirada rabiosa al pelirrojo, se giró con brusquedad agitando su largo cabello negro y se despidió con un frío:
    —Adiós, retrasado.

    Y dejó a Eros en medio de la acera, inmóvil e indiferente a los cuchicheos y risas provenientes de las personas que habían presenciado lo ocurrido. El dios había estado a punto de preguntarle a la chica su nombre, pero aquel gesto despectivo le había dejado helado, clavado en el suelo.
    —Una chica con fuerte carácter, ¿no crees? —Le preguntó un amable anciano, que trataba de contener la risa.
    —Sí—susurró el pelirrojo, extrañado por el instante de vacilación que él mismo había experimentado. Sacudió la cabeza y continuó su camino con la mayor dignidad posible, tratando de hacer caso omiso a las risas de un grupo de chicas que parecían estar comiéndoselo con los ojos. “¿Qué me estará pasando?”

    La tontura que le había causado la belleza y la actitud de la desconocida le impidió percibir la presencia de una oscura figura que le había estado observando desde que llegara a la ciudad.
    —Parece que ya tengo algo interesante que hacer—comentó el misterioso personaje con una tenebrosa sonrisa que no auguraba nada bueno para el dios.
     
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  15.  
    Nestea

    Nestea Entusiasta

    Leo
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    ¡Comentando!
    ¿Por qué todo lo bueno siempre tiene consecuencias negativas? Si duermes, acabas por volverte perezoso; si comes, engordas; si bebes, te emborrachas y tienes resaca... ¡Los hados odian los placeres! D:

    Este capítulo tuvo cosas muy buenas, entre ellas: lo que todos los padres infieles desean, un hijo alcahuete; lo que todos los griegos desearon poder hacer sin sufrir daños, reírse de Zeus xD; un hermanito que hace "cosas" que oculta a su hermano mayor (seguro que en ese baúl están los residuos de cuando se pone pedir taxis al cielo xD)

    Urg... Tener que mirar al cielo tan de cerca con una resaca así X. X Ahora sé quien inventó que mandar a tu hijo a hacer diligencias con resaca es bueno... Te odio Afrodita ¬¬

    O. O! Haciendo planes de independización, me agradas, Eros. Y me parece que las cosas no harán más que empeorar para nuestro desdichado protagonista, que se ha autoflechado con una chica "muy amable".

    Ya estoy ansioso por leer el siguiente capi.
     
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  16.  
    Argens Hatake

    Argens Hatake Usuario común

    Virgo
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    holaaaa, gracias por invitarme definitivamente soy fiel seguidora de tu historia y me encantaria seguir leyendo capuitulos tuyos... por que todos me han gustado, bueno debo resaltar que en éste capítulos los odieee a todos, zeus por ser mal esposo he intentar apaciguar a su esposa,
    a Hera por hacer tanto relajo si ya conoce a su marido!!! y luego ésta Afrodita que no tiene mas concideraciones para con su hijo Eros :(
    me gustaria que Eros conociera a un bella mortal y se enamorara 8digo ya que estamos en este mes, estaria super!!!) jajaja oks
    bueno con lo referente a tu narración me parece muy fluida y nos adentra mucho en la hsitoria asi que de eso no tengo duda que esta muy bien,
    lo unico que a mi parecer le faltaría es solo que el capitulo fuera las largo, espero ansiosa el siguiente capitulo jajaja sayo :D
     
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  17.  
    Dororo

    Dororo Entusiasta

    Aries
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    “¡Hombres; siempre quejándose de las mujeres!” :p

    La verdad es que unas noches durmiendo en el sofá es lo mínimo que se merece el díscolo rey del Olimpo por sus escarceos amorosos, aunque me dio la impresión de que Hera tiene otros planes, al parecer nada halagüeños, para él. ¡Madre mía!, esa mujer a perdido completamente el juicio, me recordó a Glenn Close en "Atracción fatal". ¡Qué miedo!

    En fin, parece que nuestro Eros acaba de encontrar un motivo más para mudarse, uno que mucho me equivoco o se llama…, prefiero dejarlo en suspenso, aunque ya me preguntaba cuando aparecería ella. Lo que sí me intriga bastante es saber que guarda tan celosamente Anteros, porque confieso que no tengo puñetera idea de qué puede ser.

    Buen capítulo, divertido y bien escrito, como todos. Fue un verdadero placer leerte.
     
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  18.  
    Sheccid

    Sheccid Usuario común

    Géminis
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    Estoy de acuerdo con Dororo, me muero por saber que estaba viendo Anteros.
    Me dió mucha risa cuando Hera sacó el cuchillo e intento matar a Hermes.
    La chica esa como que esta usando el plan de conquista numero 3 que puede utilizar una chica: hacer como que odias al individuo... o simplemente Eros no va a ser correspondido.
     
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  19.  
    Cupido

    Cupido Guest

    ¡Holas amigo! Gracias por avisarme el cap. (aunque no pude pasarme antes, por que he tenido muchas cosas que hacer u.u)
    Jajaja... Eros siempre termina haciendo las cosas de otros... pobre y después paso la "linda bienvenida" por parte la la joven xD creo que es Psique... es que en la manera que la describes xD me parece que es ella... ¿Anteros que guardara en ese baúl? :rolleyes: Eros le paso los malos ejemplos ¬¬ jajajaja (mal hermano xD)... en fin, me gusto mucho
    Sayo!
     
  20.  
    Sirio

    Sirio Guest

    Título:
    Divina comedia.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    2426
    III. Decisiones desde el corazón.
    Todavía algo confuso por aquel tumulto de sentimientos que se había despertado en su interior al tropezar con aquella chica, Eros continuó su camino hasta el centro de la ciudad, donde Atenea y Dionisio habían alquilado un elegante y habilitado ático en uno de los muchos edificios que conformaban aquel inmenso bosque artificial.
    “Lo bueno es que no necesito acordarme del número de piso.” pensó mientras se acercaba al interfono y pulsaba la tecla correspondiente al ático.

    Tuvo que llamar tres veces más antes de que una voz rasposa, como si perteneciese a un hombre que se hubiese fumado cientos de cigarrillos celtas, sonara a través del interfono:
    — ¿Quién es?
    —Soy yo—respondió Eros, sonriendo al reconocer la voz del constantemente drogado Dionisio.
    —No conozco a ningún “Yo”—replicó la voz con un deje apagado—. ¿Puede identificarse?
    — ¡Pero si me conoces! —Exclamó el indignado dios.
    — ¿Eres el repartidor de pizzas? —Le preguntó Dionisio, repentinamente emocionado.

    Eros no comprendía que Dionisio pudiera ser tan despistado. Claro que lo más probable fuera que ni siquiera él fuese invulnerable al efecto de una gran variedad de drogas introducidas en su organismo y que le hubiesen dejado en un estado sin fin de tontura. Justo cuando comenzaba a pensar que nunca lograría entrar por medios mundanos, escuchó una voz femenina discutiendo con Dionisio:
    — ¡¿Cuántas veces te he dicho que no juegues con el interfono?!
    —Atenea, ¿tú has pedido alguna pizza sin informarme de ello? No me esperaba esto de ti.
    — ¡Que no soy el repartidor de pizza! —Intervino Eros, hartándose de estar parado ante la puerta.
    — ¡Apártate, Dionisio! —Exclamó Atenea, empujando a Dionisio y accionando el abrepuertas electrónico—. Usa las escaleras, Eros, que el muy idiota de mi compañero lo dejó para el arrastre cuando jugó a los electricistas para hacerse el interesante delante de las chicas del apartamento 15.
    —De acuerdo—replicó el dios con voz cansina mientras abría la puerta y cruzaba la entrada para comenzar a subir las escaleras.

    Cualquier persona quedaría agotada tras subir corriendo noventa escalones, pero Eros, ya fuese por el entrenamiento al que le había sometido su padre o simplemente por su naturaleza divina, ni siquiera había comenzado a transpirar ni jadear al llegar a la última planta, donde había una única puerta, por cuyas rendijas se filtraban pequeñas nubes de humo. Una mujer de unos veinte años y que llevaba recogido el pelo en un moño le observó llegar a través de unas elegantes gafas de lentes delgadas que le conferían aspecto de ser muy inteligente.
    —Funestos días, Eros—le recibió con voz taciturna.
    —Un poco más de alegría y habrás alcanzado el nivel de un funeral—bromeó el pelirrojo, arrugando la nariz al percibir el olor de las drogas de Dionisio—. Mi intuición masculina me dice que estás disgustada por algo.

    Atenea le agarró de los brazos y le hizo entrar en el ático, un amplio espacio que habría estado repleta de luminosidad antes de que llegara Dionisio con sus horrorosas nubes de drogas incineradas, para conducirle a la cocina y mostrarle el motivo de su disgusto. Sobre una pulida encimera de mármol había una cesta llena de ropa de color rosa.
    —No sabía que te gustase tanto el rosa—comentó Eros al ver toda aquella montaña de ropa monocolor.
    — ¡Esta ropa era blanca antes de que el muy idiota decidiese meter su gorra de béisbol roja en la lavadora! —Replicó la diosa de la sabiduría a la vez que le lanzaba una mirada asesina a su compañero de piso, quien se hallaba fumando una pipa de crack mientras hacía yoga en medio del salón y cuyo aspecto era muy parecido al de un hippie de los años sesenta.
    —Para ser una mujer tan inteligente, eres muy retrógrada—declaró el dios de los excesos, abandonando su relajada posición y acercándose a los otros dos dioses con su preciada pipa—. ¿No te parece demasiado cruel separar a la gente simplemente por el hecho de que no tengan el mismo color?
    — ¡No estoy hablando de gente, sino de ropa! —Atenea tomó un sujetador anteriormente blanco que se había rosa por culpa de la gorra de Dionisio—. ¡¿No ves algo extraño en mi sujetador?!

    Dionisio entrecerró los cansados y enrojecidos ojos en aquella prenda íntima, tratando de poner su cerebro en funcionamiento a pesar de tenerlo saturado de sustancias narcóticas.
    —Yo no le veo nada raro; sigue siendo tan pequeño como siempre, de modo que no tienes que preocuparte de que te quede mal—comentó al cabo de cinco minutos de silenciosa reflexión.

    Eros tuvo que hacer uso de unos formidables reflejos felinos para evitar que Atenea, ofendida por el sutil comentario sobre sus pequeños senos, se abalanzara sobre su compañero de piso para estrangularlo con el propio sujetador. Dionisio, sin darle ninguna importancia al escándalo, regresó al centro de la sala para continuar su sesión de yoga mientras los dos dioses forcejeaban.
    —Ya…puedes soltarme—le pidió Atenea a Eros, rindiéndose y dejando de luchar parea que asegurarle que no intentaría nada—. ¿A qué se debe tu visita?
    —Mi madre quiere recuperar su cinturón para entregárselo a Zeus y me dijo que Dionisio se lo había ganado en una apuesta.
    — ¿Dónde lo pusiste, atolondrado? —Le preguntó la diosa a su compañero de piso con un peligroso brillo en la mirada.
    —En mi habitación—respondió Dionisio al tiempo que doblaba el espinazo de una forma poco natural.

    Refunfuñando por lo bajo, la severa divinidad se dirigió a una puerta que presentaba una hoja de marihuana grabada en la madera y entró en la habitación de su compañero, de la que surgió un repentino estruendo, como si Atenea acabase de tropezar con una montaña de trastos amontonados.
    — ¡Te dije hace una semana que recogieras tu habitación, paleto! —chilló la chica mientras salía del cuarto de Dionisio llevando el cinturón de Afrodita en sus manos y una…cáscara de plátano en el pelo.
    —No he podido encontrar ninguna chacha para que nos ayude con las tareas domésticas—replicó el dios del vino, cambiando de postura.
    — ¡Yo no dije nada de ninguna chacha! —Exclamó Atenea fulminándolo con la mirada y entregándole el cinturón a Eros, quien comenzó a retroceder ante la evidente furia de la hija predilecta de Zeus.
    —Pues habla más claramente.
    — ¡Esto es el colmo!

    Temiendo verse en medio de una batalla de platos y otros objetos volando de aquí para allá y habiendo conseguido su objetivo, el joven pelirrojo se escabulló por la puerta y comenzó el camino de regreso al claro en el que había aterrizado para poder recuperar su verdadero aspecto y volver al Olimpo. Mientras caminaba sin prisa pero sin pausa por las ajetreadas calles de la ciudad, reflexionó seriamente sobre la posibilidad de abandonar su hogar y trasladarse al mundo humano definitivamente. Debía de merecer la pena, se dijo, pues Atenea estaba dispuesta a soportar compartir piso con alguien tan problemático como Dionisio únicamente para poder continuar su carrera de psicología y seguir viviendo como una persona normal; era una señal inequívoca.
    “Decidido.” pensó a la vez que adoptaba una postura tan rígida que sobresaltó a las personas que caminaban a su lado. “No pienso seguir viviendo el resto de la eternidad bajo la vigilancia de mi madre.”



    Su deseo no flaqueó en las horas siguientes a su regreso al Olimpo, pues tenía claro que quería vivir algo más que aquella existencia inmortal, probar algunas de las experiencias que parecían enriquecer la vida de los humanos. Por supuesto que sabía que Afrodita, una divinidad cuya felicidad se apoyaba en la belleza y el lujo, no sería capaz de comprender los motivos que le impulsaban a cambiar su vida de aquella manera y que se opondría por no querer ver a su vástago reduciéndose al nivel de los mortales. El hecho de que Atenea y Dionisio hubiesen decidido aceptar aquel estilo de vida no sería un argumento válido para ella (no le caían bien ninguno de sus dos compañeros Olímpicos), por lo que necesitaría algo de apoyo para poder explicarle su decisión.
    — ¿Lo tienes completamente decidido? —Le preguntó Anteros cuando le visitó aquella noche a su habitación para comunicarle sus intenciones—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
    —Últimamente siento que me falta algo—se explicó el arquero, aproximándose a la cama y tumbándose junto a su hermano—, como si necesitara hacer algo más que unir y romper parejas. Supongo que debe de parecer una locura tener aspiraciones.

    El menor le lanzó una mirada inquisitiva y le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
    —No tanto como pueda parecer.
    — ¿Y ahora—la atención de Eros volvió a la cómoda de la que su hermano había estado manteniendo alejado, muy interesado en lo que podría estar escondiéndole el bueno de Anteros—me vas a contar por qué tienes tanto interés en evitar que vea lo que guardas dentro del mueble?
    —No es asunto tuyo—se apresuró a replicar Anteros, poniendo fin al agradable momento entre hermanos con dureza.

    Eros observó fijamente a su hermano, asombrado por su nueva actitud. Era muy extraño que no le permitiera conocer su secreto cuando realmente nunca habían tenido secretos entre ellos y siempre lo habían compartido todo. ¿Qué podría ser tan importante como para provocar que Anteros rompiera aquella tradición?

    Viendo que no iba a poder convencer al benjamín de que le dejara conocer el contenido de los cajones de la cómoda, Eros le dio las buenas noches y regresó a su habitación para dormir y reunir fuerzas para soportar la discusión que estallaría al día siguiente cuando le comunicara su decisión a Afrodita, quien seguramente se pillaría el mayor de los berrinches. Anteros, por su parte, mucho más angustiado y triste de lo que era habitual en su carácter, se acostó y se sumió en un inquieto sueño, inconsciente de que había alguien más en su habitación; alguien que había escuchado la conversación entre los dos hermanos sin que su presencia fuese percibida.
    —Miedo…Este chico rebosa miedo por todos los poros de su piel—susurró la sombra, cuya voz no podía ser detectada por el joven dios—. Seguro que a Eris esto le interesará mucho.

    Y se desvaneció fusionándose con la oscuridad de la noche sin perturbar las pesadillas en las que había sumido a Anteros.



    Si Zeus había pensado que la cena de aquella noche iba a lograr calmar a la rencorosa Hera, estaba muy equivocado. Su esposa, demostrando una capacidad inigualable para mantener la cólera durante un número indefinido de horas, se había propuesto lograr que las tarjetas de créditos del rey de los dioses acabaran echando humo pidiendo todos los platos que Hebe y Ganímedes les ofrecían.
    —Cariño, si sigues comiendo así, te pondrás como un zeppelín—trató de razonar con la diosa, que prácticamente trituraba los huesos de la carne debido a la voracidad con la que comía—. Además, comer como una cerda va en contra de tus principios sobre la delicadeza femenina.

    Hera se golpeó en el pecho para ayudar a pasar el gran trozo de carne asada que acaba de tragar y replicó:
    —Si quieres ver un cerdo, mírate en el espejo.
    — ¡Mujer, que ya has consumido tres de mis tarjetas de crédito! —Exclamó el desesperado dios de las tormentas, que ya había intentado llegar a un acuerdo con los dueños del local para que no le cobrasen nada más, algo que no había logrado porque él mismo había eliminado la posibilidad de que los camareros mostraran favoritismos con los clientes.

    Se echó a temblar al contemplar un siniestro brillo en los ojos de su esposa y su exagerada sonrisa de conspiración (no auguraban nada bueno para él ni para su economía).
    —Pues prepárate porque todo esto no es más que el entrante.
    — ¡Echarás a perder tu figura!
    — ¡Estoy dispuesta a sacrificarme si con eso logro hacerte sufrir!

    Una horrible visión inundó la mente de Zeus. Se vio a sí mismo con un delantal y guantes de goma lavando platos para poder pagar los gastos del local. ¡Una humillación para el rey de los dioses!
     
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