Historia larga Dirigentes Stella

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Andreína, 10 Septiembre 2016.

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    Andreína

    Andreína Usuario VIP

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    Dirigentes Stella
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    1124
    Este escrito me pertenece en su totalidad, así que decido mantener todos los derechos reservados. Ha sido publicado también en Wattpad y planeo seguirla en ambos. :) Muchas gracias a todos los que lean esta historia. Por favor, háganme saber sus opiniones, que las valoraré muchísimo.

    Prólogo


    —Una chica tan joven no debería estar en un lugar como éste —comentó una voz masculina detrás de ella—; menos a estas horas.

    Aquella repentina presencia la sobresaltó, haciéndola estremecerse. La expresión de su rostro, que segundos antes dejaba entrever evidente fragilidad, se endureció de inmediato. Rápidamente y con profundo aturdimiento, se llevó las manos al rostro, intentando torpemente desaparecer cualquier resto de lágrima que hubiera en sus mejillas.

    Sin ánimos de rodeos, se giró para fulminar con la mirada al dueño de aquellas impertinentes palabras. Por un par de segundos su voz quedó ahogada en su garganta, pero no dejó que la sorpresa la conmocionara por demasiado tiempo y apretó los dientes con irritación.

    El intruso, como se permitió a sí misma llamarlo, era un joven apuesto que probablemente tenía más o menos su misma edad. Tenía una tez ligeramente bronceada, que contrastaba con el azul de sus expresivos ojos.

    Esos mismos ojos que la miraban casi burlones.

    Sacudió ligeramente la cabeza y se giró nuevamente hacia el vacío, sintiendo la brisa nocturna menear sus cabellos húmedos. Si no estuviera segura de que no habría mañana, se preocuparía por el resfriado seguro que tendría al día siguiente.


    —Un chico no debería ser tan entrometido —replicó fría, respirando con pesadez.

    Una risa burbujeante y jocosa resonó en la sucia terraza. ¡Se estaba burlando de ella! Casi gruñó. Llena de impaciencia y frustración aferró sus manos al barandal de metal, apretándolo con fuerza.


    —Pareces de mal humor —dijo él, y ella escuchó el sonido de sus pasos aproximándose, caminando hacia ella.

    Respiró profundo, intentando ignorarlo. Desvió la mirada girando el rostro hacia el lado contrario cuando lo sintió pararse a su derecha, apoyándose en el barandal también. Estaba observándola fijamente, y cuando al fin sintió que retiraba sus ojos de ella, se permitió inspeccionarlo de reojo.

    Él se asomaba sin gran esfuerzo hacia abajo, recorriendo con su mirada el camino hacia el suelo. Segundos después sus ojos subieron de nuevo y volvieron a detenerse en ella. Eran intensos, como una caricia.

    — Una caída desde aquí debe ser mortal —comentó con cierto humor, con la malicia bailando en cada una de las notas de su voz.


    Maxine resopló molesta y lo encaró, torciendo el gesto con rabia. Fieles a la arrogancia de su dueño, aquellos ojos brillaron con una diversión oscura, desafiándola.



    —Supongo —escupió mordaz—. ¿Por qué no lo pruebas?


    Él chasqueó la lengua lentamente, y se dio la vuelta, apoyando su espalda en el barandal. Casi podía apostar, que lo había hecho para incomodarla, consciente de que desde ese ángulo tenía una mejor visión de su rostro, y ella no quería ser vista.


    —No quiero irme al infierno —musitó él, con aquel tono aterciopelado pero siniestro que le hizo erizar la piel.


    Se quedó callada durante unos segundos, sopesando aquellas palabras. Una sonrisa burlesca se extendió lentamente por su rostro femenino, mirándole con incredulidad. Hostil, era una buena palabra para definir su actitud.


    —¿No me dirás que crees en esas cosas? —se rió ladina— No tienes pinta de religioso...


    —Y no lo soy —cortó él—, pero sin duda alguna, soy un creyente.


    Quiso replicar. Gritarle que sus ideales eran absurdos, que la iglesia estaba equivocada y que su fe sería inútil. Pero no pudo, porque ella comprendía sus palabras. Porque ella, muy en el fondo, creía sin remedio que había un Dios, todopoderoso, misericordioso y noble, que quizás, la redimiría del pecado tan espantoso que iba a cometer.


    Ella también era una creyente.


    Así que sólo desvió la mirada y la posó en el abismo que se veía hacia abajo. Perdición en toda la amplitud de la palabra. La intensidad con la que él la observaba la hizo girar a mirarle también, y entonces supo que aquel muchacho esperaba una respuesta.


    —Supongo que lo comprendo —musitó solemne, y sus ojos apagados se perdieron en la nada.

    Podía verse a sí misma cayendo, tocando fondo. Luego iría al infierno; no habría perdón para una suicida como ella.


    —¿Cuál es tu nombre? —preguntó el joven, escudriñándola con la mirada.


    Su voz se había suavizado levemente. ¿Acaso estaba interesado en ella? Perdía su tiempo. Torció el gesto y le miró sin ánimo, enarcando una ceja exhausta.


    Las comisuras de sus labios temblaron ligeramente, al pensar que días antes ella no hubiera desaprovechado una oportunidad como ésa. Aquellos labios se veían carnosos, masculinos, deseables.


    Pero no tenía tiempo para eso.


    Su humor volvió a ensombrecerse ante el recuerdo, y se sintió decaída, casi deseando suspirar.


    —Maxine —respondió a penas, y luego, dándose cuenta de lo absurdo de aquella conversación, frunció el ceño—, pero eso no es asunto tuyo.


    Él volvió a reír, y una extraña paz se apoderó de su alma, maravillándose con aquel sonido divino. No permitió que el sentimiento durara demasiado, porque no quería arrepentirse. Ella sonrió a penas, detallándolo con su mirada café.


    De pronto, y aún sonriendo, él miró al cielo y ella, que lo miraba a él, siguió su mirada.


    —No eres una mala chica, Maxine —dijo él repentinamente. Ella le miró incrédula, pero el joven la miró de reojo y señaló el cielo—. Pide un deseo —ordenó suavemente—, dicen que se cumplen.


    Confusa, ella se concentró en entender a qué se refería. Entonces, abrió los ojos atónita al vislumbrar la luz más brillante que había visto jamás. A una velocidad impresionante, aquel astro viajaba de un extremo de la ciudad al otro.


    —¿Una estrella fugaz...? —pronunció a penas, confundida, y se giró para mirarle.


    Para su sorpresa, él ya no estaba allí. Aturdida y sin aliento, volvió a voltearse rápidamente, para seguir observando aquel espectáculo.


    ¿Acaso era una jugarreta? Frunció el ceño, enojada. ¿Qué clase de broma...?


    Pide, susurró una voz en su mente. Asustada, miró a su alrededor y llevó una mano a su pecho. Pide, repitió impaciente y era una orden. Tragó fuerte, respirando agitadamente. Estaba volviéndose loca, y aquello le aterraba.


    De pronto, recordó que iba a morir pronto. ¿Qué importaba, entonces, su demencia? Sus ojos se tiñeron de sombría diversión. No perdía nada con intentarlo y sería su último destello de infancia antes de desaparecer.

    Entrecerró los ojos ligeramente y sonrió jocosa. Como una broma para sí misma, se mordió ligeramente el labio y habló:


    —Deseo no haber existido jamás —musitó con sorna.


    Y cuando el astro se perdió de su vista, ella no pudo ver nada más.
     
    Última edición: 3 Agosto 2017
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    Andreína

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    Título:
    Dirigentes Stella
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    1396
    Capítulo 1:

    Despertó con la sensación de que estaba siendo observada. Abrió los ojos con lentitud, tomándose algunos segundos para acostumbrarse a la luz que la rodeaba. Aturdida llevó una mano a su rostro y se sentó. Rápidamente la confusión se apoderó de ella; por un lado aquel lugar le era completamente desconocido y por el otro era tan extraño que por un segundo se planteó a sí misma estar soñando.

    A su alrededor todo era blanco y vacío, sin indicio alguno de color y sin el mínimo atisbo de vida cercana. Un lugar frío, carente por completo de calidez. Respiró profundo, haciendo un esfuerzo por recordar qué era lo último que había sucedido. Sus ojos se abrieron con sorpresa, cuando su mente procesó los eventos más recientes de su vida.

    No lo recordaba específicamente, pero, ¿acaso lo había hecho finalmente? ¿Realmente ella...?

    —¿Estoy muerta? —preguntó para sí misma en un susurro, y su voz hizo eco resonando continuamente un par de veces más.

    Apresurada, se levantó con rapidez y miró a su alrededor.

    —No —respondió una voz femenina y suave—, pero tampoco estás viva.

    Sobresaltada, se giró para buscar de dónde provenía el sonido. A un par de pasos de distancia, justo detrás de ella, se alzaba la imponente figura de una mujer de rasgos dulces, que la miraba con la ternura de una madre mientras extendía su mano hasta ella.

    Vestía de blanco de la cabeza a los pies, con lo que parecía ser una toga. Lo único resaltante en su atuendo, era un adorno dorado con el que recogía su cabello en un impecable moño trenzado. Dudosa, tomó la mano que le ofrecía, y casi de modo inmediato, aquella mujer comenzó a caminar, guiándola.

    Se preguntó a dónde la llevaba, pues mientras más recorría, más desilusionada se sentía. Con la sensación de que no llegarían a ningún lado, posó su ojos aturdidos en el rostro pacífico de su compañera.

    —Estás en el limbo —dijo ella, contestándole como si tuviera el poder de leer su mente.

    Sus palabras resonaron en su mente una y otra vez, y Maxine apretó los ojos con el ceño fruncido. Luego, con expresión atormentada, volvió a abrirlos, aún con su rostro distorsionado en una mueca de confusión profunda.

    —¿El limbo? —repitió quedamente, torciendo el gesto.

    —Mi nombre es Admenia —prosiguió ella, presentándose e ignorando su pregunta.

    La escuchaba observando atentamente todo a su alrededor. Su mirada se detuvo cuando al fin vislumbró un panorama distinto, una especie de pirámide, dibujada con cuadros, en el piso. Frunció ligeramente el ceño.

    —Yo soy Maxine —murmuró—. ¿Qué es...?

    —Es la torre de los duodecim haec —respondió gentil—. Va a mostrarte los últimos doce momentos importantes de tu vida, que, buenos o malos, te han llevado a ser lo que eres hoy.

    Comprendió rápidamente sus palabras y dio un paso hacia atrás, apretando los puños.

    —No quiero verlos —soltó duramente.

    La expresión de Admenia no se inmutó, la observó con comprensiva ternura antes de hablar, mientras posaba una mano en el hombro de Maxine.

    —Aún no lo harás —le consoló Admenia—, pero algún día, deberás hacerlo —le sonrió con dulzura, pero sin perder la seriedad—. Tomaste una decisión equivocada, Maxine —dijo con voz aterciopelada.

    El rostro de la joven se torció con disgusto y, dudosa, intentó comprender a qué se refería.

    —Ya veo —murmuró aún con el ceño fruncido, su voz apagada—, es cierto, yo... Salté.

    Admenia pareció sorprendida con su comentario. Enarcó una ceja y negó ligeramente con la cabeza, dejando escapar un suspiro que le hizo sentir que aquella mujer estaba exhausta.

    —No, eso no —repuso Admenia, y luego su expresión se suavizó—. Me refiero a tu deseo.

    —¿Mi deseo...? —repitió para sí misma, con la mirada clava en el suelo. Luego, sus ojos se tiñeron de auténtico escepticismo antes de mirar a Amenia—. No me dirá que está hablando de la estrella fugaz.

    Admenia suspiró con pesadez, mirando a Maxine con seriedad.

    —Precisamente —musitó con el ceño ligeramente fruncido—. Tu deseo amenaza con destruir nuestro sistema, Maxine —su sonrisa gentil había desaparecido.

    —¿A qué se refiere? —cuestionó confusa, con el creciente enojo aglomerándose en su pecho.

    —Las estrellas fugaces, han sido por años, la estrategia más efectiva de los custos contritis —continuó Amenia.

    Maxine hizo ademán de interrumpirla.

    —Son los ángeles de los corazones quebrantados —explicó rápidamente—. Y tu deseo, pone en riesgo a toda la organización.

    —¿Por qué? —atinó a preguntar, apretando los puños con rabia.

    —Te dimos las armas para renunciar —contestó con su voz calmada, un atisbo de nostalgia resonó en la melodía de sus palabras—. Lejos de darte una segunda oportunidad..., sólo te facilitamos el pecado.

    —¿Qué tiene eso de malo? —desvió la mirada—. Iba a matarme de cualquier modo.

    —Que no es la idea —sonrió Amenia—, representas el fracaso de siglos de salvación.

    Su expresión se distorsionó en una mueca de disgusto, ensombreciendo su semblante con un sentimiento de enojo que la llenó por completo. Con ojos sombríos, y una sonrisa amarga amenazando con apoderarse de sus labios.

    —Cuánto lo lamento —ironizó venenosa, con el sarcasmo desbordando.

    —Sí que debes —comentó Admenia, sin advertir el enojo de Maxine—. Necesitamos que re retractes.

    La rabia se apoderó de ella, y aunque intentó morderse la lengua, no pudo.

    —¿Y por qué? —cuestionó mordaz— No pienso hacerlo —retó, arrastrando las palabras—. Ése es mi deseo.

    Admenia retiró su mano del hombro de Maxine, y sus ojos cálidos se endurecieron ligeramente.

    —¿Realmente eso es lo que quieres? —preguntó Admenia.

    Maxine se estremeció un poco, temblando ligeramente. Finalmente, tomó el valor para hablar, mirándola con aparente decisión.

    —Sí —se sorprendió con la firmeza de su propia voz, que la hizo parecer más valiente de lo que realmente se sentía.

    Admenia dio dos pasos hacia adelante, dándole la espalda y alejándose un poco de ella. Chasqueó los dedos, y entonces, una puerta de color marrón apareció frente a ellas.

    —Tienes 100 días para cambiar de opinión —dijo sin mirarla, y salió.

    Cuando se hubo fuera de su vista, aquel lugar blanco y vacío comenzó a temblar con fuerza. Un fuerte golpeteo aturdió sus oídos. Aterrada, Maxine se preguntó si ese sería el sonido de ella cayendo al infierno. Se colocó de rodillas aferrándose al piso, y cerró los ojos con fuerza sintiendo el temblor de su cuerpo.

    Abrió los ojos cuando el ruido paró, y el lugar quedó en calma. La nada había desaparecido, y en su lugar, se había distorsionado hasta crear una estación de trenes. El sonido de las ruedas del tren más cercano la aturdió con fuerza.

    Llevándose una mano a la cabeza, tragó fuerte y lentamente se colocó de pie. Observando a su alrededor con confusión, acabó por determinar que no sabía en donde estaba.

    —Pareces perdida —dijo alguien a sus espaldas.

    Conocía esa voz, así que se giró apresurada para observar al dueño de aquellas palabras. Su voz quedó atascada en su garganta cuando se encontró de frente con aquellos ojos azules. Conmocionada aún por lo que acababa de suceder, corrió hasta él, que a unos pasos de ella, se alzaba imponente.

    Con torpeza, retiró un mechón de cabello de su propio rostro y lo miró. Él hacía lo mismo, observándola con diversión.

    —¿Qué haces aquí? —preguntó aturdida tras un carraspeo, pasándose la lengua por los labios al sentirlos resecos.

    Él no tuvo tiempo de responder. De manera inmediata, los ojos cafés de Maxine se enfurecieron, mientras ella le daba un manotazo en el hombro.

    —¡Por tu culpa! —chilló iracunda.

    Él no se inmutó por el golpe, sólo la miró fijamente y frunció ligeramente el ceño.

    —¿Mi culpa qué?

    —¡Tu culpa todo! —chilló histérica, y luego lo miró con incredulidad— No te hagas el inocente —acusó enojada—. Tú me mostraste esa estúpida estrella.

    Él rodó los ojos, cruzándose de brazos y se quedó mirándola fijamente, repentinamente impaciente.

    —¿Eres algún servidor de esa mujer, cierto? —preguntó Maxine, estrechando los ojos.

    —Sí, soy un servidor de Admenia —respondió él, aún con el entrecejo fruncido—. Y en lugar de culparme, deberías agradecerme, señorita suicida —se mofó él.

    Maxine lo miró durante unos segundos, y luego desvió la mirada, pasándose con frustración la mano por la nuca en un intento apresurado y torpe de acomodarse el cabello, mientras miraba a su alrededor exasperada.

    —¿Qué clase de ángel eres tú? —soltó al fin, mirándolo irritada— Porque maldición, eres muy impertinente.
     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

    Libra
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    ¡Oh! ¡Oh! ¡Ooooh! ¡Oooooohhhh...!
    Okey ya.

    Bueno, ¿qué te puedo decir? Primero, saber que la historia es Romance/Amor me atrapó sin remedio... Es que no puedo contra mi gusto, ni modo. No obstante, lo que definitvamente terminó por engancharme fue el prólogo. Me pareció interesante cómo fuiste desenvolviéndolo y aunque no se tiene muy clara la situación de Maxine, la manera en la que el este tipo empieza a conversar con ella, tan casual y tan tranquilo fue interesante y aunque obviamente ella mantuvo la guardia alta, hm, al final se ve que no está en buenas condiciones, sobre todo porque la idea clara de que ella desea cometer suicidio (o que de hecho lo hizo) es innegable. Con todo, el final del prólogo me dejó con la boca abierta. ¿El sujeto desapareció? ¿Es que ella se lo imaginó todo? ¿Realmente perdió la cabeza? Eso sí picó mi curiosidad y por eso pasé al primer capítulo.

    Yyyyyyy.... No es lo que me imaginaba, aunque la conversación anterior del prólogo sobre ser creyente creo que daba indicios, creo, o al menos terminé relacionándolo así. Hm, interesante. A ver, el giro que ha dado la historia, reitero, es interesante, no me la imaginado pero para nada, pero tiene más que ver el hecho de que no soy amante de este tipo de tramas y no las leo con frecuencia, por lo que nunca pienso en sus posibilidades, pero hey, el asunto aquí se torna atrayente, por lo que de momento la seguiré.

    Así que Maxine sí que saltó, ¿eh? Pero el resultado no terminó como ella hubiese esperado y terminó en el limbo. Lo que me ha gustado, eso sí, es cómo has hecho para enlazar la creencia popular de que las estrellas fugaces cumplen deseos con todo este asunto de los ángeles guardianes y eso. Es muy original y creativo según mi perspectiva y me ha gustado el detalle. Así que ellos envían las estrellas para que los quebrantados tengan la oportunidad de pedir que algo en su vida mejore, pero parece que ella no pidió algo tan esperanzador, ¿o sí? Al menos es lo que entiendo.

    En cuanto a su ángel impertinente xD ¿Qué decir? Me preguntó si Admenia lo envió con ella de vuelta a la realidad para vigilarla o ayudarla a salvarse en esos 100 día de segunda oportunidad. Quiero saber qué pasará, así que espero el siguiente capítulo con paciencia. Por el momento me despido no sin antes desearte lo mejor hoy y siempre. Te cuidas mucho.

    Hasta otra.
     

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