Mitología Griega Dia y Noche [Mitología Griega]

Una mujer caminaba apresuradamente por un pasillo de paredes blancas y llenas de cuadros. El techo lleno de lámparas de oro iluminaban en exceso el lugar. La chica vestía un vestido un fino vestido de seda negra y un velo del mismo color que apenas dejaba ver el flequillo de su dorado cabello.

¿Cómo he podido ser tan tonta? Pensaba mientras aceleraba el paso. Se había dormido.
Seguramente su hermana habría llegado ya. Dobló la esquina y anduvo por un pasillo hasta entrar en un vestíbulo de bronce.
Paró de caminar hasta que vio a una muchacha que vestía un vestido de fina seda rosa y con los cabellos dorados. Llevaba una paloma blanca en el dedo y le iba dando migas de pan, mientras reía y caminaba alegremente.

–Adiós, Nix–saludó la chiquilla desatendiendo por un momento a la paloma.

–Adiós, Hemera.–contestó la otra con una expresión serena–. Saluda a Éter de mi parte, que no he podido despedirme de él.

–Descuida–Y así, las dos entraron en el pasillo de donde la otra había salido.

La chica, meciendo el largo vestido negro al viento, salió a un lugar rocoso, dónde no había vegetación y dónde, a lo largo se extendía un gran río;

“El Tártaro, un lugar de tormento y sufrimiento eterno, y allí donde la Noche y la Luz del Día se acercan más y se saludan entre ellas pasando alternativamente el gran vestíbulo de bronce. Cuando una va a entrar, ya la otra está yendo hacia la puerta, y nunca el palacio acoge entre sus muros a ambas, sino que siempre una de ellas fuera del palacio, da vueltas por la tierra y la otra espera en la morada hasta que llegue el momento de su viaje.”