Después de la lluvia no siempre existe un arco iris.

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Saya Tyrs, 13 Agosto 2009.

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    Saya Tyrs

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    Después de la lluvia no siempre existe un arco iris.
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    Después de la lluvia no siempre existe un arco iris.

    Hola, la historia fue creada para el concurso de Sam: Lápiz y pincél. No gané nada; pero ya arreglé el horrendo cambio de tiempos ._.!! De cualquier modo no esperaba ganar nada con la cosa que escribí y recién acabo de encontrar xD!

    Enjoy it!

    Después de la lluvia no siempre existe un arco iris.

    La lluvia se impactaba contra su rostro, haciendo más difícil recuperar la cordura... Hoy no había sido su día.

    A las seis cincuenta de la mañana, su carro se averío a la altura de la colonia Veracruz y como consecuencia su jefe le redujo el salario a la mitad. Después, llegó a su casa y encontró a su mujercita, a la que consideraba ‘fiel y leal’ a su persona, fornicando con su mejor amigo.

    Siguió moviéndose por la acera, mientras apretaba firmemente su torso… no se detendría. Exactamente a las ocho cincuenta, llegó a la altura de las calles Lázaro Cárdenas y Emiliano Zapata fijando su vista en un poste medianamente funcional. Moró a ambos lados y se sentó bajo aquél faro de luminosidad espectral.

    —Puta madre —musitó y limpió su cara, quitándose su sombrero para secar sus cabellos negros y evitar que la lluvia siguiera dificultándole la vista. Abrió su gabardina y sacó una botella de whisky.

    La miró fijamente y la abrió aspirando su delicioso aroma.

    —Para olvidar —el hombre susurró y empinó la botella en sus labios, haciendo que le ardiera la garganta por lo imprevisto del trago. Suspiró y dio otro trago a la botella, mencionando con dificultad otra de las típicas frases de los hombres despechados— ¡Para olvidarte a ti, a tus engaños y tus artimañas, Lucía!

    Y empinó la botella desesperadamente, bebiendo la mitad del contenido en sólo unos segundos, recordando el sonido de los resortes de la cama y loas gemidos de la que creía su mujer. Incluso, le pareció escuchar la voz de su jefe diciéndole: ‘Te lo dije, Emmanuel, eres un pendejo. Mujeres como ella son arpías descaradas, que buscan la más mínima oportunidad para follar con otro tipo mientras su marido se rompe el lomo para cumplirle sus caprichos’ y el sonido de su botella de vino añejo mientras le ordenaba retirarse de la oficina para ponerse borracho hasta las chanclas y gritar como poseído que su mujer era una cabaretera, una ofrecida y una zorra sin nada más que hacer.

    —Cuanta razón tenía —e hipó amargamente, mientras volvía a tomar otro trago de aquella botella casi vacía—, soy un maldito crédulo… un pendejo.

    Más recuerdos de esa misma noche regresaron a su mente como balas. Ese sonido tan desagradable de las sábanas de seda friccionarse con los cuerpos de ese par de desgraciados. Los suspiros descarados de su mujer cuando su compadre hacía algo que casi los llevaba a ambos al clímax.

    En esos momentos, una pareja de jóvenes cruzó la calle riendo. Ellos tomados de la mano, en un gesto de ‘amor’ infinito que le revolvía el estomago aún más que el alcohol que llevaba corriendo en sus venas.

    —Oye, amigo —mencionó de manera distorsionada por su estado deplorable. El chico volteó y lo miró con curiosidad—, si piensas que ella te será fiel, estas equivocado.

    Esas palabras parecieron molestar a la chica, que de inmediato jaló el brazo de su novio para que avanzaran más rápido.

    —¿Lo ves? —les gritó Emmanuel y se acercó tambaleándose a ellos—, es una oportunista como todas ellas.

    El joven no aguantó más y atestó un golpe contra el rostro del hombre, y se fue junto a su novia, gritándole ‘borracho’

    No pareció molestar a la víctima, que se limpiaba la sangre riéndose cono desquiciado y volvía a estar debajo del farol medianamente funcional. Se empinó nuevamente la botella, haciendo una mueca de dolor al contacto del alcohol contra sus dientes rotos.

    Volvió a recordar el grito de horror de su mujer cuando lo pilló escuchando detrás de la puerta. Los golpes cuando intentaron levantarse y decir que no pasaba nada, que no era lo que pensaba… el sonido de la bofetada que le dio Lucía y el gritó que lo deleitó cuando golpeó a Esteban en su ‘hombría’ por haberse atrevido a ponerle más que una mano encima a su mujer.

    ‘No supiste cumplirle como hombre, ¿cómo mierda te atreves a reclamarla como tuya?’

    Esas palabras seguían atormentándole y provocaban que sus labios pidieran más y más alcohol, tratando de hacer que tu cerebro borrara todos esos recuerdos malditos que te hacían llorar por dentro y el alcohol sacaba a flote en esos momentos.

    Sollozó con un horrible aliento sabor a desdicha mezclada con el agua de la vida.

    —Lucía, ¿por qué? —preguntó a la oscuridad de la noche, tratando de encontrar la respuesta a sus preguntas cuando la lluvia cesara—… ¡¿No te amé lo suficiente o fuiste tú la que no me amabas como decías?! ¡Maldición, contesta Lucía!

    Y con tu corazón destrozado, subiste al farol que te alumbraba en esos momentos de debilidad: aquella luz de esperanza que se fundía por el tiempo de vida que tenía desde hace años.

    Subió, y toda la mente se le nubló con los recuerdos que antes le arrancaban sonrisas y ahora sólo lágrimas.

    —Lucía, mi amor… —susurró dando una última vuelta al farol para poner los pies desconfiadamente sobre la tierra—, sin ti ya no tengo razón de vivir.

    Caminó unos cuantos pasos, alejándose de aquel lugar para caminar al boulevard del gran ‘Luis Donaldo Colosio’. Recordó la tragedia nacional y esa bala atravesando su cráneo para evitar que tomara la presidencia… era una manera demasiado mediocre cuando uno mismo se disparaba a bocajarro para acabar con la vida; pero para aquellos caídos por situaciones políticas era un gran paso para poder tener algo que mantuviera su memoria viva.

    Con el resto de conciencia que le quedaba, comenzó a caminar por el barandal del boulevard, haciendo piruetas como en un circo y tratando de disfrutar el resto de la noche antes de volver a hundirse en amargura por la traición de ella… Ay de ti, Emmanuel: dispararte a bocajarro hubiera sido más digno que tu cruel destino. Por causa de la misma fuerza que te separó de tu amada en un cruel engaño, resbalaste y caíste en la fría acera.

    —Adiós, mi Lucía.

    Y reíste; pero no una risa de júbilo, sino de melancolía… de adiós.

    Después de la lluvia no habría un arco iris para él, con un cielo que seguiría llorando y todos los recuerdos que él había desperdiciado junto a ella, todo aquello que le hizo sentir… se desvanecerían en la nada.

    -FIN-
     

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